20

INVITACIONES

La pregunta de Albert resonó en el silencio del departamento. Por un instante Candy pensó que su imaginación le estaba jugando una mala pasada, o que definitivamente se había vuelto loca.

Pero él era muy real. Estaba a sus pies ofreciéndole un anillo, con la mirada suplicante y los ojos llenos de lágrimas, esperando la respuesta que aún descansaba en los labios de Candy.

—Albert —dijo en un susurro—, no estás pensando bien las cosas.

—¿Acaso no me crees? ¿No te he demostrado cuánto te amo?

—No es eso…

—Te amo, Candy White. Y quiero gritarle al mundo entero que tú eres la única mujer que estoy dispuesto a llamar mi esposa.

—Eres el patriarca de los Andrey. Yo solo seré un obstáculo en tu vida.

—¿De qué hablas? Eso es ridículo.

—Tu familia…

—Ellos no son los dueños de mi vida —interrumpió con firmeza—. La única que puede ponerme un alto eres tú. Si me rechazas, te prometo que lo respetaré y jamás volveré a molestarte.

—Albert, no sé si…

—¿Me amas?

Candy miró su rostro y de inmediato supo cuál sería su respuesta.

—Por supuesto que te amo —sollozó—. Te amo más de lo que podrías imaginar.

—Entonces conviértete en mi esposa. Di que serás mía.

—Ya lo soy, Albert. Completamente tuya.

—¿Te casarás conmigo?

—Sí, amor mío. Me casaré contigo.

Igual que lo hace un devoto al santo que idolatra, Albert tomó la mano de Candy y besó cada uno de sus dedos hasta deslizar aquel anillo, hermoso y perfecto como si estuviera hecho para ella. Ese gestó desarmó todas las defensas de Candy y no permitió que se pusiera de pie cuando se abalanzó contra él.

Los dos cayeron al piso en medio de risas. Los fuertes brazos de Albert la sostuvieron contra su pecho y ella acarició su rostro con ternura, mirándolo en silencio.

Ese beso fue diferente a cualquier otro que hubieran compartido. Candy tomó la iniciativa ofreciéndole su boca, entregándose a la sensación de aquellas manos recorriendo la curva de su cintura y lo amplio de sus caderas a través de la delgada bata que apenas cubría su cuerpo.

Los labios de Albert dejaron un camino húmedo en sus hombros, sus dientes mordisqueando levemente la piel de su cuello y un estremeció recorrió su cuerpo.

—¿Tienes frío?

—No —respondió Candy, los labios hinchados y las mejillas enrojecidas—. ¿Cómo voy a tener frío si estás aquí?

Candy protestó cuando se separó de ella durante un momento, pero sólo fue para cargarla entre sus brazos. Ahogó un grito cuando su espalda chocó contra el sofá, sintiendo el cuerpo masculino de Albert encima de ella y sus manos recorriendo con delicadeza la piel descubierta de sus muslos para acariciarlos con reverencia mientras la embriagaba con sus besos.

—Eres tan hermosa —susurró como si fuera un secreto—. Quiero perderme en ti…

—Albert, no me sueltes nunca…

Albert obedeció a la súplica, sus labios jugueteando con los suyos y robándole el aliento. Candy sentía que algo ardía dentro de ella, algo que la llevaba a arquear la espalda instintivamente, a olvidar su timidez y permitir que Albert la tocara como quisiera.

Se trataba de la necesidad de tenerlo más cerca, de sentir que se pertenecían el uno al otro.

Pero él se detuvo de repente.

—Estás temblado.

—Jamás me había sentido tan débil, tan afectada…

Albert tomó su mano y la llevó hasta su pecho.

—Siente mi corazón —le dijo apasionado—. Está latiendo así por ti. Siempre por ti.

La calidez de Albert fue como un bálsamo para su alma. Recostó su cabeza encima de él, aspirando su aroma a almizcle y pensando que ese era el lugar a donde ella pertenecía.

—Abrázame, por favor.

Tal vez él se dio cuenta de su nerviosismo, porque la sostuvo sin decir palabra, dándole un casto beso en la frente hasta que su respiración se tranquilizó. Albert fue dulce en todo momento, susurrándole palabras de amor en el oído y jugueteando con sus rizos.

Después de un momento, el cansancio se apoderó de Candy y empezó a cerrar los ojos.

—Será mejor que me vaya —dijo Albert después de un rato, justo cuando ella empezaba a quedarse dormida.

—¿Por qué? Ya es tarde.

—Lo sé. Duerme, amor.

—Pero yo quiero que te quedes —replicó Candy haciendo un puchero.

—No me tientes. Lo que más anhelo es verte dormir en mis brazos.

—¿Entonces qué ocurre?

—No deberíamos pasar la noche juntos —explicó—. Si alguien se da cuenta podría ser terrible.

—A mí no me importa lo que diga la gente, o si consideran que mi reputación está dañada. Yo sólo quiero estar contigo.

Albert pareció titubear durante un momento, hasta que dejó escapar una exhalación y abrazó a Candy con más fuerza.

—Pequeña hechicera, ¿cómo podría negarte algo?

—¿Te vas a quedar?

—Por supuesto que sí —besó su frente—. De cualquier forma llevarás mi apellido muy pronto, y nada podrá alejarte de mí.

Cobijados por la noche, los dos entraron a la habitación y se recostaron sobre la cama, sin hacer otra cosa más que permanecer juntos escuchando el sonido de sus respiraciones y sintiendo el calor que emanaban. Así fue como Candy se durmió, sintiéndose protegida y pensando que por primera vez en toda su vida no estaba sola.

Alguien la amaba.


Elroy Andrey sólo pudo dormir tres horas en toda la noche.

William iba a terminar matándola tarde o temprano con todas las locuras que estaba cometiendo. Jamás imaginó que su capricho llegaría a tales extremos, pero debía reconocer que la enfermera resultó ser más inteligente de lo que pensaba, escondiendo sus verdaderas intenciones detrás de una máscara de inocencia.

No sabía cómo resolver esa situación sin perder a su sobrino en el intento.

Bajó al comedor muy temprano y no se sorprendió al ver que la única que estaba despierta era Elisa.

—Buenos días, querida tía —la saludó—. ¿Desayunamos juntas?

—Me parece bien.

—La noto cansada. ¿Cómo se encuentra?

—Preocupada, Elisa. Nuevamente el futuro de los Andrey recae sobre mis hombros.

—Supongo que lo dice por esa mujer, ¿verdad? —Hizo una mueca—. Si yo fuera usted trataría de mantener la calma y buscar otra estrategia.

—Eso intento, pero William no escucha razones.

—Lo sé. El tío William es un hombre impetuoso y decidido, va a resultar muy difícil que se olvide de la enfermera.

—Y ella es una trepadora que sólo quiere sacar dinero y entrar a nuestro circulo social.

—Sí, pero esto es algo que podemos usar a nuestro favor.

No pasó desapercibido para Elroy el brillo calculador en los ojos de Elisa.

—Si tienes alguna idea te escucho. Estoy tan desesperada que no sé hasta dónde voy a llegar.

—Es muy sencillo. ¿Por qué no ayudamos a esa mujer a que cumpla sus objetivos sin que involucre al tío William o cualquier otro miembro de los Andrey?

—No entiendo, Elisa. ¿Estás proponiendo que le consiga un marido a esa huérfana?

—Precisamente.

—Pero qué tontería —se rio abiertamente la mujer—. Yo jamás me prestaría para algo tan terrible como eso. Además ningún hombre de buena familia se dignaría a tomarla como esposa.

—Tía, incluso usted debe admitir que es una mujer muy hermosa. Tal vez no tiene dote o un apellido de alcurnia, pero más de un hombre estaría dispuesto a casarse con ella para que caliente su cama.

—¡Elisa, no seas vulgar!

—Sólo digo la verdad.

Elroy abrió la boca para decir que era una locura, pero una voz en su cabeza la detuvo. Era obvio que William estaba perdidamente enamorado de aquella chica y que él, al igual que Rosemary en su tiempo, no iba a olvidarla tan fácilmente.

Pero si era ella quién le rompía el corazón, quien lo apartaba de su vida, entonces las cosas serían muy diferentes y Elroy podría salvar a su familia sin quedar como una villana ante los ojos de su sobrino.

—Muy bien —resolvió—. Prepárate. Hoy salimos al mediodía.


Quizás fue por todo lo que había pasado durante la noche, pero Candy despertó incluso antes de que amaneciera.

Por un minuto pensó que todavía seguía soñando. Albert estaba durmiendo junto a ella, aferrado a su cuerpo como si de esa manera pudiera evitar que se escapara. Se veía tan pacífico, los ojos cerrados y la respiración acompasada, y Candy no pudo evitar besar su frente.

Trató de levantarse de la cama pero él la sujetó con más fuerza.

—¿A dónde crees que vas, amor?

—Perdón, no quería despertarte.

—Pensé que me ibas a dejar y eso es algo que no puedo permitir.

—Qué dramático —se burló Candy con una sonrisa—, sólo iba a prepararte el desayuno.

—Te tengo aquí, en mis brazos y tan hermosa que el corazón me duele, ¿cómo podría querer algo más?

—Eso dices ahora, pero no me eches la culpa cuando te estés muriendo de hambre.

Los dos se rieron mirándose a los ojos. Era una maravilla ver a Albert cuando acababa de despertar, tenía el cabello alborotado, los ojos más brillantes y su voz ronca.

—No sabes cuánto tiempo soñé con esto —confesó el hombre en un hilo de voz—. Podría morir feliz sabiendo que estás en mi cama y en mi vida.

—Bueno, técnicamente esta es mi cama.

Albert tomó su mano y la levantó para mirar el anillo.

—Tus ojos son del mismo color que esta esmeralda.

—Es un anillo hermoso.

—Le perteneció a mi madre.

—¿La extrañas?

—No la conocí, no sé nada sobre ella. La única madre que tuve fue mi hermana Rosemary.

—Yo tampoco conocí a mis padres, ¿no te parece muy curioso que los dos seamos huérfanos?

—Eso ya no importa. Ahora tú y yo formaremos una familia que sea solo nuestra —juró besando el dorso de su mano—. En nuestro pequeño castillo de flores no existirá la soledad ni la tristeza.

Mientras lo escuchaba Candy pudo vislumbrar el niño que alguna vez fue Albert. ¿También creció como ella, anhelando un hogar? ¿También se sintió perdido en un mundo más grande que él, donde parecía que no existía una sola dispuesta a protegerlo?

Sintiendo un amor asfixiante que no podía controlar, Candy lo abrazó.

—Vas a ser feliz, Albert. Me voy a encargar de eso.

—Entonces cásate conmigo.

—Ya te dije que lo haré.

—No —se rio—. Me refiero ahora, en este momento. Vamos a la iglesia más cercana, busquemos a un juez y sé mi esposa.

Al principio Candy pensó que se trataba de una broma, pero cuando se incorporó para mirarlo vio que hablaba con un gesto serio.

—¿De verdad?

—Sí, mi amor. No necesitamos nada más.

—Sería una completa locura, Albert.

—No voy a soportar mucho tiempo sin que seas mi mujer en todos los sentidos.

—Yo tampoco quiero esperar —murmuró Candy—. Si por mi fuera me casaría contigo ahora mismo, con los ojos vendados. Pero no es correcto que hagamos las cosas así.

—¿Por qué?

—Por tu familia, Albert. Es obvio que no soy la mujer que tu tía Elroy espera tener como sobrina, y si hacemos esto a sus espaldas se va a imaginar lo peor.

—No me importa lo que piense.

—A mí sí. Ella es tu tía y sé que la quieres con todo tu corazón —replicó Candy con dulzura—. Debemos darle el lugar que se merece y me gustaría que alguien tan importante para ti esté presente ese día, al igual que Stear, Archie… y Anthony.

Albert la miró con una expresión pensativa, pero después asintió con la cabeza.

—Perdóname, mi amor. He sido tan egoísta.

—No digas eso.

—Sólo hablo de lo que yo quiero, pero no te he preguntado cómo te gustaría que fuera tu boda.

Candy ni siquiera tuvo que pensarlo un segundo.

—Me encantaría que fuera en la capilla del Hogar de Poni —respondió emocionada—. Todos los niños se pondrían tan felices. Siempre me he imaginado que la señorita Poni y la hermana María caminarían a mi lado hasta el altar, aunque se la pasen llorando todo el tiempo. Y después tú y yo nos iríamos hasta el Padre Árbol para decir nuestros votos, solos y sin que nadie más nos escuche.

Los ojos de Albert la miraron con infinita ternura.

—Entonces es lo que haremos.

—¿En serio?

—Sí —besó la punta de su nariz—. Todo será como tú quieres. Estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario, siempre y cuando te vea sonreír así.

Cuando Candy pensaba que no era posible sentir tanto amor, Albert hacía algo que le demostraba lo contrario. Conmovida se refugió en sus brazos y acarició su pecho suavemente.

—Soy tan feliz —suspiró Candy—. Nunca pensé que esto sería posible.

—Acostúmbrate. Yo daría mi vida para que siempre estés así de feliz.

Permanecieron otro rato en la cama, besándose y acariciándose perezosamente mientras hablaban sobre un futuro que cada vez estaba más cerca. Después Candy insistió en prepararle un desayuno especial.

—No me distraigas —dijo Candy avergonzada cuando Albert la abrazó por detrás—. Quiero mejorar la imagen que tienes sobre mí.

—Mejor dame un beso para soportar el día en la oficina.

—No quisiera que te fueras.

—Yo tampoco. Si pudiera me quedaría hasta que te cansaras de mí.

—Eso no va a pasar jamás.

—Supongo que tendremos que esperar hasta nuestra luna de miel —sonrió Albert con picardía—. Por cierto, ¿a dónde te gustaría ir?

—La verdad es que no lo había pensado.

—¿Por qué no vamos a Lakewood? Está muy cerca del Hogar de Poni; podemos llevar a los niños y a tus madres a que pasen unos días con nosotros.

Candy sonrió al imaginar la cara de felicidad de todos los chicos, la señorita Poni y la hermana María.

—Eso me encantaría.

—Hecho. Vamos a planear algo muy especial.

Desayunaron juntos y Candy se despidió Albert con un beso, tal y como lo haría una esposa a su marido antes de que éste se fuera a trabajar. El resto del día pasó como un sueño para Candy y aprovechó su buen humor para ponerse a limpiar toda la casa, pero cuando entró a su recámara el aroma de Albert embargó sus sentidos.

Dios, ¡qué enamorada estaba de ese hombre!

Estaba tan atrapada en sus ensoñaciones que a duras penas logró escuchar que tocaban a la puerta.

—¡Voy! —Gritó, abriendo con una sonrisa que murió en sus labios al ver de quién se trataba.

—Buenas tardes, Candice. ¿Podemos pasar?

Elroy Andrey lucía como una emperatriz, fría y serena de pie en el umbral de la puerta y acompañada de Elisa Leagan. Candy sintió que un escalofrío recorría su cuerpo.

—Sí —tartamudeó—. Por supuesto, bienvenidas.

A juzgar por la expresión disgustada de ambas mujeres, ninguna había entrado a un lugar tan humilde como ese. Se sentaron en uno de los diminutos sofás, justo donde la noche anterior Albert y Candy se besaron apasionadamente. El recuerdo encendió de vergüenza el rostro de Candy y carraspeó para disimular.

—¿Les ofrezco algo de tomar?

—No —se adelantó Elisa arrugando la nariz.

—La verdad es que esta es una visita de cortesía, Candice. Quise pasar a agradecerte personalmente todas las consideraciones que tuviste con mi sobrino.

—No tiene nada que agradecer, señora. Ese fue mi trabajo y lo hice con mucho gusto.

—Es verdad, pero lo cierto es que noté cierta mejoría en Anthony y sólo me queda reconocerlo.

Candy sonrió radiante al escuchar esas palabras.

—Significa mucho para mí que usted me diga eso.

—Sí, además es obvio que dejaste un gran impacto en todos los Andrey —intervino Elisa de forma sugestiva—. Es justo que recibas una recompensa por tus servicios, ¿no crees?

—No, eso no es necesario.

—Insisto. Mi tía y yo decidimos venir hasta aquí para hacerte una invitación.

—¿A mí?

—Así es, Candice. Mis sobrinos te aprecian y por eso me gustaría conocerte más.

Aquello fue tan surreal que Candy no pudo responder, sin hacer otra cosa más que mirar sorprendida a Elisa y la señora Elroy. ¡Esto era justamente lo que necesitaba! Una oportunidad para que se dieran cuenta de quién era ella, a pesar de no tener un buen apellido o un origen conocido.

—Sería un honor para mí —respondió sin disimular su alegría.

—Mañana habrá una fiesta de jardín en casa del señor Oliver Kane —explicó Elisa—. Es uno de los empresarios más importantes en materia textil. El pobre hombre es viudo, su esposa murió hace años mientras daba a luz, y esta es la primera vez que él regresa a sociedad.

—Oh. ¿Pero está bien que yo vaya?

—¡Por supuesto, niña! El señor Kane tiene un carácter admirable, sé que estará encantado de conocerte.

—Entonces está bien, con gusto acepto su invitación.

Candy estaba tan feliz que ni siquiera se dio cuenta de la manera en la que Elroy y Elisa se miraron, y sonrieron en complicidad.


Notas:

¡Hola de nuevo! Estoy muy feliz de compartir un nuevo capítulo con ustedes y sobre todo en este momento que es especial para mí porque ya completamos 20 capítulos de esta historia, y también pasamos de los 500 reviews. No saben el apoyo tan grande que siento, créanme que al saber lo mucho que les gusta esta historia yo me siento cada vez más inspirada para seguir escribiendo, así que con todo mi amor les dejo esta nueva entrega.

¿Qué les pareció? ¿Creen que les funcione el plan a Elroy y Elisa? ¿Cuál creen que será la reacción de Albert cuando sepa que le quieren buscar un pretendiente a la mujer que ama?

¡Nos vemos pronto!