Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.


Dirty South Drug Wars


Nota de la autora: Está ficción está clasificada como M por una razón. Se menciona la muerte en los capítulos. No se advertirá sobre la muerte de ningún personaje más allá de este. Como solo se puede escoger dos géneros, me gustaría hacer una aclaración antes de que este fic comience. Está clasificado como drama/romance, pero también contiene suspenso, acción, misterio, y partes de angustia.


Esta historia está dedicada a

J.R. Hood

1958-2006

Un verdadero 'Rey' por derecho propio

Y para su hija

J.R. Marcy

1977-2007

Extraño tu sonrisa, tu risa contagiosa, tu amistad,

pero más que nada, extraño tu determinación para ser mejor que las circunstancias

en las que naciste y tu eventual necesidad para simplemente seguir tu corazón.

Mis recuerdos de ti me atormentan todos los días.

Esto es para ti


Capítulo 1

La Muerte de un Rey

La guerra es el cambio de reyes

~John Dryden~

Bella Swan, 12 años

Dijeron que el hombre en la caja larga y brillante de madera era mi papi, pero no creía que ese fuera mi papi. La piel de mi papi era cálida y rubicunda por trabajar en su vieja camioneta en la entrada. Días bajo el sol caliente de Mississippi dejaba su piel fuertemente bronceada y curtida, dejando pequeñas grietas y arrugas en la superficie.

El hombre en el cajón era pálido y frío. Sus manos estaban estratégicamente colocadas una sobre la otra, el anillo de bodas dorado en su dedo anular se veía sospechosamente como el que papá usaba. El traje gris que tenía puesto era del color del carbón y supe de inmediato que ese hombre no era mi padre, ya que mi padre nunca usaba un traje, ni siquiera para ir a la iglesia. Y especialmente no usaría la corbata de seda color rosa pálido que estaba atada tan prolijamente bajo el cuello blanco y almidonado del hombre muerto. El rosa era un color para las niñas, y mi papi era un hombre varonil. Un pañuelo rosa a juego se asomaba del bolsillo de la chaqueta del traje del hombre. El cajón de madera estaba cerrado cerca de su cintura y cubierto con un hermoso ramo de flores, una explosión de rojos y amarillos con hojas grandes y brillantes que se asomaban entre las flores, su aroma persistiendo sobre el hombre como una nube invisible. Mi padre amaba las flores, particularmente las plantadas por mi mamá con cariño en los lechos de flores que rodeaban nuestra casa.

Mi papi recibió un disparo en la cabeza por un Cullen, los archienemigos de mi familia. Mi tío Aro me lo dijo. El hombre en el cajón no tenía un agujero en su cabeza. Tenía un bigote marrón tupido y patillas gruesas como mi papi, pero no un agujero de bala. ¿No habría un agujero? Sabía que no había un agujero porque miré con mucha atención cuando Aro caminó conmigo, de la mano, para ver al hombre mientras Aro le hablaba a mi tío Marcus. Mi tío Marcus era el más corpulento de los hermanos de mi padre, medía más de un metro ochenta, tenía músculos grandes y piel muy bronceada, y su hijo, mi primo Emmett, se parecía mucho a él incluso con doce años. Todos los hombres Swan se parecían mucho, tenían el mismo cabello oscuro y ojos oscuros, de un color chocolate muy intenso, casi negro a veces. El nombre "Cullen" se mencionaba una y otra vez mientras susurraban entre sí. Era un nombre que había escuchado toda mi vida, durante todos mis doce años.

El tío Aro me dejó tocar el rostro del hombre cuando me incliné sobre el cajón. Mis dedos rozaron su mejilla, y me sorprendí de la frialdad y la dureza que sentí bajo mis dedos. Si él solo abriera los ojos, sabría con seguridad si era mi papi, porque mi papi tiene ojos grandes y marrones del color del chocolate caliente... ojos que eran iguales a los míos.

Aro me alejó del cajón y finalmente me senté junto a mi mamá y mi hermana en el segundo banco cerca del frente de la funeraria, el hombre descansando en un sueño eterno metido cuidadosamente en su cajón a unos metros de distancia. Mi hermana estaba sentada en el regazo de nuestra mamá, una expresión solemne en su rostro. Ella era menor que yo con once años, y muy bonita con el cabello negro como la tinta que caía por su espalda en grandes ondas. Ella tenía rasgos delicados y ojos grandes y marrones que normalmente eran felices y centelleantes. Hoy eran solemnes y estaban fijos sobre nuestras cabezas. Seguí su mirada y vi a una polilla descansando en el techo de la sala, sus alas oscuras y satinadas destacando claramente contra el techo blanco descolorido. Los ojos de Alice jamás se movieron mientras observaba el insecto, perdida en su propio mundo, un mundo que pocos de nosotros entendía.

Ella hacía eso de vez en cuando, viajaba a alguna parte en su propia cabeza, completamente ajena a lo que sucedía a su alrededor. Mi papi decía que Alice era especial... mi mamá decía que estaba loca, pero ella seguía siendo la hija favorita de mi madre. Yo era demasiado seria, demasiado callada para mi madre. Ella no me entendía a mí o mi amor por la galaxia, por las ciencias, la poesía o mi amor por leer lo que fuera que tuviera en mis manos. No, era la hija de mi padre, su pequeña y pensativa compañera de caza y pesca. Él amaba muchísimo a Alice, pero parecía entender mi naturaleza tranquila. Aunque soñaba despierta, jamás perdía noción de mis alrededores de la manera en que Alice lo hacía. Mis padres encontraban las rarezas de Alice soportables pero en el fondo yo sabía que mi hermana no era como los otros niños de nuestra edad. Ella era diferente, pero de nuevo, todos lo éramos, es decir, la familia Swan.

Mi madre comenzó a llorar y Aro abandonó su lugar cerca del tío Marcus para traerle un puñado de pañuelos, sentándose a su lado y murmurándole suavemente al oído mientras rodeaba reconfortantemente sus hombros. El cuerpo de mi madre temblaba y se estremecía mientras sollozaba, pero Alice jamás se inmutó mientras se sentaba en el regazo de mamá, mirando al techo. Mamá usó los pañuelos para secar sus mejillas manchadas por lágrimas, rastros de máscara de pestañas

Mamá usó el pañuelo de papel para secar sus mejillas manchadas, los rastros de rímel permanecían debajo de sus ojos color avellana. Aparte de su maquillaje arruinado, mi madre se veía bastante bonita en su vestido negro ajustado. Su cabello corto y castaño estaba rizado en las puntas y brillaba bajo las pequeñas luces doradas del candelabro que colgaba sobre su cabeza.

El cuarto estaba lleno de familia, amigos, y flores. Algunos arreglos florales eran de jueces y abogados; delincuentes a los que mi papi llamaba amigos. Mi padre los llamaba "la élite sureña" o "los buenos muchachos" y le encantaba rodearse de ellos. El fuerte y sombrío aroma de los claveles era un olor característico de la muerte en mi mente. Los funerales eran una forma de vida, una especie de evento social, y desafortunadamente había sido llevada a más funerales en mi corta vida de lo que me gustaría. Parecía que morían más personas en mi familia que en las de cualquier otra. Más adelante en la vida descubriría exactamente por qué.

Al otro lado de la habitación, entre los demás miembros de mi familia, se sentaba uno de mis primos favoritos, Emmett. Los ojos marrones oscuros de Emmett estaban fijos en los míos, luciendo abatido y preocupado. En ese momento no podía entender por qué estaba tan preocupado. Ese no era su tío favorito, su compañero de pesca en ese cajón de madera. Ese hombre no era Charlie Swan. Ese era un maniquí, yaciendo en un reposo infinito de cera.

Los ojos de Emmett se liberaron de los míos y la iglesia de repente se quedó en silencio, todas las miradas voltearon hacia la puerta donde un hombre alto y apuesto y un niño pequeño entraban. El hombre era sorprendentemente guapo, parecía estar a finales de sus veintes con cabello rubio pálido y ojos brillantes de un azul cristalino, el color del cielo en un día de verano despejado. El niño a su lado no era mayor que yo con cabello desordenado y broncíneo, el color más raro que había visto en mi vida. Los mechones eran demasiado largos, llegando a sus ojos. La mirada del niño estudió la multitud que los observaba en la iglesia antes de llegar a los míos. El tono de sus ojos por siempre estaría grabado en mi mente, ya que me recordaban a los helechos silvestres que crecían en los pantanos debajo de la casa de mis abuelos, donde a Alice, a nuestros primos y a mí nos encantaba jugar y atrapar serpientes pequeñas y delgadas durante el verano.

La mirada del niño hizo que me moviera incómodamente en el banco, y él pareció sentir mi inquietud. Rápidamente apartó los ojos de los míos y siguió al hombre alto por el pasillo central, casualmente acercándose a nosotros cerca del frente de la capilla de la funeraria. En sus manos tenía un ramo de lirios blancos, sus dedos largos y delgados rodeaban los tallos de un verde intenso. Los pétalos eran de color amarillo en la base y eran las flores más hermosas que jamás había visto, mucho más hermosas que las flores que cubrían al hombre en el cajón.

Alguien se movió a mi lado y me di la vuelta en el banco, abandonando mi grosera mirada mientras Aro se levantaba. Su rostro era una máscara de amargura antes de cubrirla con una expresión indiferente. Aro se paró incómodamente cerca de donde mi madre estaba sentada mientras el hombre rubio y el niño se acercaban al hombre muerto. El niño miró una última vez curiosamente en mi dirección antes de que él y el hombre llegaran a su destino. El rubio se inclinó, susurrando algo al oído del niño, sus ojos mirando al hombre dormido en el cajón. Permanecieron allí por varios minutos antes de girar hacia la fila de familiares que estaban cerca del cajón, mis tíos, tías y primos. Mi abuela estaba sentada en el banco del frente, pero se puso de pie tambaleante al ver al hombre rubio y el niño, alejándose del área principal de la iglesia mientras una de mis tías la ayudaba, fulminando con la mirada por encima de su hombro a los dos visitantes con los que yo no estaba familiarizada. El tío Felix estrechó la mano del hombre con mala cara, de hecho, todos los miembros de mi familia compartían la misma expresión en sus rostros mientras el hombre de apariencia noble les sonreía sombríamente.

Los sollozos de mamá disminuyeron mientras tomaba a Alice como a un bebé, mascullando algo sobre ver cómo estaba la Nana. Salió de la sala, los ojos color chocolate de Alice finalmente abandonaron a la polilla en el techo para encontrarse con los míos.

—¿Ves a ese hombre, Isabella? —Escuché a mi tío Aro susurrar mientras se volvía a sentar en el banco, ubicándose a mi lado. Siguiendo su mirada molesta, mis ojos encontraron al hombre rubio que ahora me estaba observando fijamente, haciendo que mi corazón saltara a mi garganta en shock.

—Sí, señor —contesté suavemente, en un bajo susurro, respirando lenta y profundamente. El hombre tenía su mano sobre el hombro del niño y estaba inclinado ligeramente, también susurrándole al oído mientras nos miraban, imitándonos. Me preguntaba si estaban teniendo la misma conversación que nosotros.

—Ese es Carlisle Cullen —dijo en voz baja, señalando al hombre rubio que se encontraba a una corta distancia—. Ese pequeño es su sobrino, Edward. Carlisle y el padre de ese niño, Edward Padre, eran hermanos. —Asentí en comprensión, mi joven mente definiendo la relación entre los dos masculinos de pie cerca.

—El padre de Edward murió no hace mucho y Carlisle está criando al niño ahora como si fuera suyo. Carlisle Cullen... él es el rey ahora, ahora que tu papi ya no está —masculló mi tío, sus ojos oscuros mirando fijamente los míos.

Había escuchado a las personas referirse a mi padre como un rey. Jamás entendí lo que querían decir. Vivíamos en una casa bastante decente comparada a las otras en nuestro estado asolado por la pobreza de Mississippi, pero no era un castillo. Era una casa junto al lago, una casa que mi padre y mi abuelo construyeron con sus propias manos antes que Alice y yo siquiera naciéramos. Él no usaba una corona. Los reyes usaban coronas, ¿verdad? Mi padre solo usaba gorras viejas con logos de tabaco de mascar en el frente.

—¿Dónde está su mamá? —pregunté, mirando a mi tío.

—Ella murió cuando él era un bebé todavía. Dicen que de cáncer de pulmón.

—¿Qué le pasó a su papi? ¿Cómo murió? —pregunté curiosamente, momentáneamente haciendo a un lado mis pensamientos sobre reyes, coronas y batas rojas peludas al encontrarme con los ojos verdes del niño.

—Él fue asesinado, así como tu padre. El pobre bastardo fue disparado en la cabeza. Nunca tuvo una oportunidad —contestó en voz baja, apoyando su brazo en el banco detrás de mí, su colonia almizclada ardiendo en el interior de mis fosas nasales.

—¿Quién lo mató? —pregunté, siempre mórbidamente curiosa a mi corta edad. Sentí la mirada severa de Aro y levanté la mirada, sus ojos sabios y oscuros entrecerrándose al mirar los míos inocentes.

Aro me miró atentamente por un largo momento antes de preguntar, «¿Puedes guardar un secreto, pequeña?».

—Por supuesto que puedo —resoplé, claramente insultada mientras me cruzaba de brazos y ponía los ojos en blanco en su dirección. Él se rio suavemente, un sonido amargo y frío.

—Tienes razón, Bella. —Sonrió—. Sé que guardarás mi secreto, porque eres una Swan. Pero, ¿estás segura de que quieres saber? Es una gran carga para llevar, Isabella, saber la verdad cuando nadie más lo hace.

—¡Sí, solo dime quién lo mató! —Siseé suavemente mientras el hombre y el niño se encontraban a solo unos pasos de distancia, rápidamente acercándose a nosotros. Aro se inclinó hacia adelante, mis ojos ardiendo con anticipación mientras él pronunciaba tres palabras, tres palabras que recordaría por el resto de mi vida.

—Yo lo hice —siseó, su aliento cosquilleando mi oreja al mismo tiempo que mis ojos se abrían aún más y me daba la vuelta para mirarlo.

Ignorando mi mirada, se levantó del banco, parándose erguido para recibir a Carlisle, que ahora estaba ubicado directamente frente a nosotros, su mano izquierda casualmente en el bolsillo de su pantalón, la otra estirada para estrechar la mano de Aro en modo de saludo. Mi madre y Alice volvieron a entrar al salón. Las vi en mi visión periférica, pero no podía apartar mi atención del niño que se encontraba frente a mí. Sus ojos color musgo me atraían y me dejaban inmóvil mientras se acercaba más a mí, sus labios rosas formaban una línea firme... así como su mirada estaba firmemente fija en la mía. El niño se encontraba a unos centímetros de distancia de donde me sentaba cuando extendió un brazo, ofreciéndome las impresionantes flores en sus manos. Vacilante, las tomé, mirándolas con asombro. Eran puras y blancas, el olor era fascinante. Estaban unidas por una cinta larga y blanca. Presionando los pétalos contra mi nariz, cerré los ojos e inhalé el aroma hacia mis pulmones, saboreando el olor limpio y relajante.

—Muerte e inocencia. —Escuché mascullar a Aro bruscamente mientras me observaba oler las flores—. Qué apropiado que se los presentes a la niña que acaba de perder a su padre.

—¿Eso es lo que simbolizan? —preguntó Carlisle, sonando sinceramente sorprendido por el significado de las flores. Mi familia lo fulminaba con la mirada desde todas direcciones.

—Honestamente no sabía lo que simbolizaban —dijo arrastrando las palabras, ambas manos elegantes presionadas en los bolsillos de sus pantalones cuidadosamente planchados—. Simplemente le pedí a mi sobrino que escogiera unas bonitas flores para una chica bonita —añadió, sus ojos moviéndose a los míos mientras me guiñaba un ojo.

Mi tío ignoró su comentario.

—Estamos a mano ahora, Cullen —escupió Aro, cada vez más enojado con sus sutilezas. Mi tío Felix cruzó el salón para pararse al lado de su hermano Aro, y una vez que escuchó su voz molesta y elevada—. Tu hermano está muerto y el mío también. Terminemos esta disputa entre nuestras familias de una vez por todas. Deja que termine aquí, en este salón, para siempre.

—Ah, pero no estoy del todo convencido de que el hermano correcto está siendo enterrado hoy —dijo Carlisle, su tono ya no era amigable, su rostro sonriente ahora era frío mientras se reclinaba sobre sus talones—. Jamás estaré seguro de quién mató a mi hermano, hasta que todos los Swan estén muertos. —Su voz tomó un tono amenazante que me hizo estremecer mientras sujetaba las delicadas flores entre mis dedos, escondiendo mi rostro del chico que me miraba con curiosidad al lado de su tío.

—Pero acepto que deberíamos hacer algunas... negociaciones, repasar las reglas y establecer algunos límites, por así decirlo. Ni bien termine el funeral, tú y yo vamos a hablar —continuó Carlisle, extendiendo una mano para tocar ligeramente el hombro de su sobrino. Edward lo miró y Carlisle asintió su cabeza en mi dirección, dándole una mirada penetrante.

Edward frunció los labios, bajó la mirada al suelo y masculló, «Lamento tu pérdida».

Esas fueron las únicas palabras que él pronunció en todo el tiempo. Su voz era suave y tranquila, nada que ver con el tono firme y seguro de su tío Carlisle. Carlisle le sonrió y se dieron la vuelta, caminando por el pasillo central de la capilla antes de desaparecer por las puertas. El silencioso edificio de repente estalló en susurros y miradas de desprecio, las agallas qué tuvo el hombre Cullen al entrar al edificio enfureció a mis familiares.

El verdadero servicio comenzó minutos después. Todos se pusieron de pie excepto mi familia que ocupaba varios bancos a ambos lados de la capilla. Los hermanos de mi padre y varios primos mayores entraron solemnemente mientras que la mujer baja y corpulenta tocaba una melodía sombría en el viejo piano vertical, ligeramente escondido detrás de una jungla de arreglos florales. Se sentaron en silencio en el banco derecho del frente mientras el pastor pedía a todos que se sentaran. Una adolescente con rizos rubios se paró cerca del piano y comenzó a cantar, "En el Jardín", su voz joven e inocente alcanzando cada nota perfectamente afinada, haciendo que el salón lleno de amigos y familiares lloraran y se sorbieran la nariz en sus pañuelos. Alice estaba sentada a mi lado ahora, no más en el regazo de mamá. Mamá se sentaba del otro lado de ella, junto a Nana Swan cuyo cuerpo se sacudía con sollozos. Alice aferraba mi mano en la suya y yo abrazaba su pequeña figura contra la mía, ligeramente más alta, apoyando un brazo sobre sus hombros mientras las lágrimas silenciosas caían por sus mejillas.

—Papi está muerto —susurró, las lágrimas caían abundantemente mientras un hombre se acercaba y cuidadosamente cerraba la tapa. Escuché a mi madre y a mi Nana prácticamente gritar de tristeza mientras se aferraban a la otra y el hombre desapareció debajo de la tapa, para nunca más ser visto por los ojos humanos.

Vengo solo al jardín, mientras el rocío permanece en las rosas. Y la voz que oigo, caer en mi oído, me muestra al Hijo de Dios —cantaba la joven, su voz elevándose y bajando por encima de los lamentos de mis seres queridos.

—Ese no es nuestro papi, Alice —le dije firmemente, mi rostro vacía de lágrimas—. Él no se parece en nada a papi. Ese no es él. Nuestro papi es grande y fuerte. Nuestro papi va a vivir para siempre. —Mis palabras no hicieron nada para reconfortar a mi hermana ya que ella comenzó a jadear en busca de aire, su pequeño cuerpo temblando bajo mi brazo.

Y Él camina conmigo, y Él habla conmigo. Y me dice que soy suyo, y el gozo que compartimos mientras estamos allí, nunca otro lo ha conocido.

—¡Despierta, Bella! —espetó Alice, su voz de once años sonando fuerte y áspera. Se secó la nariz con el dorso de la mano, su respiración temblorosa y jadeante—. ¡Ese es nuestro papi! ¡Está muerto, Bella! ¡Está muerto! Y es la culpa de los Cullen. ¡Los odio! ¡Odio a los Cullen!

Él habla, y el sonido de su voz es tan dulce que las aves callan sus cantos; Y la melodía que Él me dio sigue resonando en mi corazón.

—¡Alice, cállate! —siseé, mi rostro enrojeciendo mientras que mis mejillas ardían. No solo me avergonzaba que las personas que lloraban en la iglesia se calmaron al escuchar la voz infantil que resonaba por los pasillos, sino que también seguía perdida en mi dulce negación, sin querer que Charlie Swan sea el hombre en el cajón largo y silencioso.

Me quedaría en el Jardín con Él aunque la noche caiga a mi redor. Pero Él me pide que me vaya, mediante la voz del dolor, su voz me está llamando —terminó la dulce voz, la última nota flotando en el aire por un momento antes de alejarse lentamente mientras la mujer corpulenta detrás del piano terminaba la canción.

La canción que cantó la chica, sobre la dulce voz del Señor, me recordó a la dulce voz de mi papi cuando me llamaba su pequeña y me daba su sonrisa característica, sus labios curvándose hacia arriba bajo el espeso bigote. Recordé los días tranquilos en nuestro lago, mi padre lanzando un sedal mientras nos reprendía a Alice y a mí por movernos demasiado en el bote, alegando que estábamos ahuyentando a los peces. Su rostro apareció ante mí mientras lloraba cuando murió mi perro favorito. Papi lo enterró bajo el viejo roble blanco cerca de la casa, el mismo árbol bajo el cual a mi perro le encantaba descansar. Las manos reconfortantes y callosas de papi acariciaron mi cabeza mientras rezábamos una pequeña oración por el perrito, siempre teniendo en cuenta las emociones de sus hijas.

Oh, Dios... ¿y si ese era mi papi en el cajón? Mis ojos se movieron en señal de negación, pero no se podía negar que mi padre no estaba sentado cerca, luciendo incómodo con las muestras de emoción de quienes lo rodeaban. Mi papi estaba en ese cajón... en ese ataúd. Estaba muerto. Mi pobre papi estaba muerto. Mi corazón se contrajo dentro de mi pecho mientras las lágrimas finalmente llegaban, inundando mis mejillas mientras comenzaba a gritar.

—¡Papi! —chillé histéricamente, los lirios blancos resbalándose de mis dedos.

Hicieron un sonido repugnante y crujiente debajo de mis Mary Janes negras mientras me bajaba a los tumbos del banco y corría por el pasillo, aplastando los pétalos bajo mis pies y chocando con las rodillas de los familiares sorprendidos. Bajito murmuraron entre dientes sus protestas, sus manos jalando de mi vestido negro mientras los apartaba del camino. Lanzándome hacia adelante, agarré el mango de metal dorado cerca del borde de la pesada tapa, luchando para levantarla y ver a mi papi. Mi frágil voz resonó en la habitación mientras empujé y jalé del asa imposiblemente contra el ataúd. Alguien me tomó por detrás y grité llamando a mi papi.

Alice apareció a mi lado, siempre a mi lado, mientras intentaba ayudarme a levantar la tapa. El suave resplandor de los candelabros hacía que el mango dorado brillara, nuestras pequeñas huellas dactilares marcadas sobre la reluciente superficie. Marcus me sujetaba de la cintura, susurrándome suavemente al oído. Ignorando sus palabras, pateé y arañé, viendo cómo mi hermanita seguía luchando con la tapa, su pequeña e infantil voz llamando a nuestro papi también. Aro cruzó la habitación, levantándola fácilmente y apartándola del ataúd. La sala seguía llenándose de sollozos y jadeos de familiares y amigos, la escena emocional que habíamos causado inconscientemente provocó que sus lamentos se volvieran más fuertes. Marcus y Aro nos sacaron a Alice y a mí de la sala, arrastrándonos gritando y luchando mientras el pastor calvo carraspeaba en el podio, anunciando suavemente que era hora de orar.

Nos sacaron del área de la capilla, llevándonos afuera y suplicándonos amablemente que nos calmáramos. Después de que el soborno no funcionara, nos amenazaron para que guardáramos silencio, prestáramos atención y dejáramos de montar una escena. Nos dijeron que avergonzamos a nuestra madre. A Alice y a mí no nos importó. Ella era un año menor que yo, pero teníamos corazones gemelos y sabía que a ella no le importaba. Ella quería ver a nuestro papi tanto como yo. Pero no lo volveríamos a ver. Aro y Marcus nos escoltaron de vuelta a la sala y nos sentamos en silencio cerca de nuestra madre con expresión fría, quien me fulminó con la mirada mientras tomaba la mano de mi hermana en la suya. Agachándome, recogí las flores rotas, desenrollé la larga cinta blanca de los tallos y la guardé en el pequeño bolsillo escondido entre los pliegues de mi falda.

Yo era fuerte. Era inteligente. No era alguien que montaba escenas o hacía berrinches. Estaba avergonzada de mí misma por la manera en que me había comportado y aterrada por la mirada vengativa que mi madre me dio cuando me senté de vuelta en el banco. Mi madre era una mujer molesta, cuyo espíritu solo era domesticado por mi padre, un padre que ya no tenía. ¿Qué sería de mi madre sin mi padre cerca que actuara como amortiguador de sus cambios de humor?

El pastor hablaba una y otra vez, secándose los ojos llorosos azules debajo de sus diminutas gafas con un pañuelo de algodón. Intenté ahogar sus palabras. Eran demasiado dulces, demasiado amables mientras hablaba de mi padre y de repente no quería recordarlo, ya que si nunca existió, nunca podría ser extrañado. Y no quería extrañarlo. Lo quería allí a mi lado, diciéndome que era su pequeña amiga.

El panegírico fue presentado por el mejor amigo de mi padre, Harry Clearwater, quien llevaba un bastón y caminaba cojeando. Apoyándose considerablemente en su bastón, tallado a mano en un álamo, hablaba amablemente sobre mi padre, recordando sus viajes de pesca. Harry contó una historia graciosa sobre la vez que mi padre se cayó de su bote en el lago, y la audiencia se rio suavemente entre sus llantos. Mi padre se agarró del bote en un intento por regresar a este, lo cual provocó que el bote volcara con Harry dentro. Él se rio levemente mientras contaba la historia, secándose las mejillas con un pañuelo de papel hecho jirones cuando terminó.

La adolescente con los rizos dorados cantó una canción más mientras el pastor ordenaba a todos que se pusieran de pie. Ella cantó "Refugio en los Brazos de Dios" mientras los hombres de mi familia se paraban y caminaban hacia el ataúd, deteniéndose a cada lado mientras yo observaba con ojos muy abiertos como un hombre abría la puerta lateral de la sala. Los hombres levantaron el ataúd del soporte en el que se encontraba, uno de mis primos más jóvenes cerca de un extremo luchando con el peso mientras los hombres se llevaban a mi padre. Un coche fúnebre largo y negro estaba cerca de la puerta, y lloré al ver como empujaban el ataúd en la parte trasera del coche, cerrando la puerta detrás de él.

Alice y yo intentamos evitar con todas nuestras fuerzas los pellizcos en las mejillas, pero inevitablemente fracasamos. Las más aterradoras eran las ancianas, amigas de mi abuela, cuyo maquillaje se fijaba en las profundas arrugas que surcaban sus rostros. Llevaban lápiz labial rosa claro vulgar y sombreros graciosos sobre sus mechones perfectamente rizados, recién salidos de sus permanentes semanales. Todos querían hablar con las pobres niñas del hombre caído, dándonos palmaditas gentiles en nuestras cabezas y mirándonos con ojos llenos de simpatía. No podía soportar la simpatía de los demás. Que alguien sintiera lástima por mí... Era una sensación incómoda y apabullante. Lo odiaba.

Alice y yo viajábamos con nuestra madre y Aro detrás del coche fúnebre. Alice presionaba su rostro contra el cristal, repentinamente emocionada por ver a los coches detenerse a un costado de la carretera en respeto al desfile fúnebre mientras recorríamos la distancia entre la funeraria y el cementerio. La escolta policial delante del coche era un espectáculo inusual, y escuché a mi tío reír, sacudiendo la cabeza mientras le decía a mi madre que papi probablemente se estaba riendo, dondequiera que estuviera. Porque ni siquiera muerto mi padre podía liberarse de la policía. Mi madre no se rio. No sonrió. Miraba amargamente por la ventana, observando las colinas y los árboles pasar a medida que nos acercábamos al cementerio. El policía nos dejó allí, saludando a Aro quien asintió su cabeza en respuesta.

Había un material parecido a una alfombra de color verde oscuro extendido alrededor de una tumba abierta, el ataúd de mi padre colgando sobre el profundo agujero en una especie de máquina. Habían sillas blancas plegables de madera alineadas frente al ataúd y allí es donde nos sentamos mientras el pastor pronunciaba un último discurso consolando los amigos y familiares de Charlie Swan. Hubo una última, larga y triste oración mientras todos comenzaban a llorar, incluida yo. La máquina lentamente dejó caer el cuerpo de mi padre al suelo y eso era todo lo que era; un cuerpo. Mi padre ya no estaba en este planeta, su alma se había ido a algún lugar más allá. Al menos, eso fue lo que dijo el pastor. Mi madre se puso de pie, ignorándonos a Alice y a mí mientras charlaba con quienes la rodeaban, les daba abrazos y les agradecía por venir al funeral. Con otros, su expresión era seria, pero conocía esa mirada. Renée estaba disfrutando de la atención. No era que ella no estuviera triste, pero a mi madre le encantaba el drama. Y, ¿qué era más dramático que enterrar a tu marido asesinado?

Había una cena para la familia en la iglesia de mi abuela, brindada por todos los miembros de dicha congregación. Nos detuvimos frente al edificio de ladrillos rojos, construido en los años cincuenta con la ayuda de mis abuelos. Los adultos entraban en fila en el edificio, las mujeres con sus finos vestidos y sus piernas enfundadas en pantimedias, los hombres con sus trajes, ahora libres de sus chaquetas debido al sofocante calor de Mississippi. Solo era abril, pero abril se siente como el verano en el sur, y el sol ardía sobre nosotros los niños que ahora nos dejaron solos. Alice y yo observamos a los niños jugar a la mancha por un rato, antes de que Alice me dejara sentada en la acera para correr tras ellos. Su vestido color violeta oscuro resaltaba audazmente contra el estacionamiento blanco, sus zapatos brillantes llenándose de polvo y desgastándose.

El sol bajaba en el horizonte y vi cómo el cielo se teñía de amarillo, rosa, violeta y dorado. Un Town Car modelo más actual y color azul marino avanzaba por la pequeña calle donde se encontraba la iglesia y lo observé entrar en el estacionamiento, haciendo que mi hermana y mis primos salvajes gritaran y se dispersaran mientras corrían hacia la parte trasera de la iglesia, planeando jugar al baloncesto. Rodeando mis piernas con mis brazos, me apoyé contra el edificio y vi como Carlisle Cullen bajaba del coche, cerrando la puerta firmemente al verme sentada en la acera sucia que rodeaba el costado de la iglesia.

Poniéndome de pie, me quité el polvo de la espalda de mi vestido negro con manos temblorosas, moviéndome de lado hacia la puerta de la iglesia mientras Carlisle me observaba, con una sonrisa aparentemente gentil en su apuesto rostro. No confiaba en este hombre. Él era un Cullen, después de todo, y fue un Cullen quien mató a mi padre. Podría ser el propio Carlisle Cullen. Había escuchado el nombre Cullen siendo pronunciado bastante por mi padre a lo largo de los años para saber que los Cullen eran nuestros enemigos. Las familias Swan y Cullen no eran amigas y no se relacionaban entre sí. Crucé las puertas de la iglesia, y corrí para encontrar a Aro que estaba junto a Marcus y Felix.

—Carlisle Cullen está aquí —les dije sin aliento a los hombres, sus ojos oscuros dirigiéndose hacia las puertas de la iglesia justo cuando Carlisle entraba al edificio.

Él no estaba solo. Edward estaba a su lado, su mirada verde firme mientras yo se la devolvía. Quizás era porque había escuchado su apellido a lo largo de los años sin haber conocido a un Cullen, o quizás era porque él era descendiente de un rey así como yo, pero por alguna razón sentía una curiosidad mórbida por el niño hermoso con cabello broncíneo.

—Carlisle. No pierdes el tiempo, ¿verdad? —Felix dijo con desdén, cruzándose de brazos sobre su enorme pecho, las costuras de su camisa estirándose con el movimiento.

—Ah, me conoces, Felix. Siempre hago tiempo para la encantadora familia Swan —contestó—. Con la reciente... reducción en nuestras familias, creí que sería prudente sentarme y renegociar las reglas que nuestros hermanos acordaron hace mucho tiempo.

—¿Dónde está el resto de los cerdos Cullen? —preguntó Marcus, echando un vistazo a Edward que tenía expresión furiosa al lado de Carlisle—. Pensé que todos viajaban juntos en manadas.

—Represento a mi familia ahora que mi hermano ya no está —dijo Carlisle en voz baja mientras Edward visiblemente se ponía rígido ante la mención de su padre fallecido—. Hasta que el pequeño Edward cumpla dieciocho años, claro, si ese es el camino que decide elegir.

—Está bien —contestó Aro, bajando la mirada a nosotros los niños—. Bella, ¿por qué no te vas, cariño?

—Ella puede hacerle compañía a Edward —sugirió Carlisle, al parecer sorprendiendo a su sobrino por la manera que su mirada se apartó de mi rostro y se posó en la de mi tío. Él comenzó a discutir, pero Carlisle negó con la cabeza firmemente, colocando una mano gentil sobre el hombro de su sobrino, y masculló—: Edward, sé que piensas que eres lo suficientemente grande para conocer todos los secretos del oficio familiar, pero no lo eres. Ten paciencia, hijo. Disfruta de ser un chico estúpido mientras puedas. —Le guiñó el ojo al niño que estaba frunciendo el ceño, señalándole en dirección a un salón de clases cercano lleno de juguetes coloridos, una mesa larga y sillas. El niño cedió, con los hombros encorvados y la cabeza gacha.

Aro señaló a la capilla a la derecha del vestíbulo en el que nos encontrábamos. Las puertas estaban cerradas herméticamente y sus diminutas ventanas cuadradas no mostraban nada más que oscuridad en el interior. Aro abrió las puertas y los hombres entraron en la habitación, Marcus encendió la luz antes de darse la vuelta y cerrar las puertas detrás del grupo.

Las personas pasaban por mi lado mientras estaba en ese vestíbulo, algunos se marchaban para viajar una larga distancia de vuelta a casa, otros saliendo para ver cómo estaban sus salvajes hijos. Después de un largo momento, caminé de puntitas de pie hacia el salón, retorciendo mis manos entre sí mientras cruzaba la puerta. Edward se sentó cerca de una ventana, echando un vistazo a través del vidrio a los niños que reían afuera mientras se turnaban para pasarse el balón. Su mirada abandonó la ventana cuando entré al salón, deteniéndose en mí mientras yo sacaba una silla plegable de metal y me sentaba en la mesa, mirando nerviosamente al niño que estaba sentado cerca. Girando para mirar a los niños afuera, ninguno de los dos dijo algo por un largo tiempo hasta que él finalmente rompió el silencio, su suave voz haciendo que me encogiera ante el repentino sonido.

—¿Cómo te llamas? —preguntó, sus ojos recorriendo mi rostro, estudiando mis rasgos.

—Bella —susurré, tímida ante su mirada atenta.

—¿Dónde están tus flores? —murmuró, sus ojos verdes se apartaron de mi rostro para mirar mis manos vacías.

—Fueron aplastadas —susurré, abatida, ya sea mi tono o mi respuesta haciendo que apartara la mirada de mis manos para estudiar mi expresión triste—. Lo siento. Eran muy bonitas. Jamás he visto algo más bonito.

Hubo una larga pausa antes de que él susurrara, «Yo sí».

Sus mejillas se sonrojaron, y agachó la cabeza ligeramente, evitando mi mirada. Mi frente se arrugó en confusión mientras analizaba sus palabras, la insinuación detrás de ellas se filtraban lentamente. Mi boca se abrió y se cerró varias veces, intentando dar una respuesta inteligente pero sin encontrar ninguna. Sentí mi rostro arder también, ya que ningún niño alguna vez me había llamado bonita, ni siquiera Mike Newton que estaba enamorado de mí desde el jardín de infantes.

—No, eh, no le diste ninguna flor a mi hermana —acusé, moviéndome en mi asiento, tratando de llevar la conversación en otra dirección, en cualquier dirección lejos de mi vergüenza.

—No sabía que tenías una hermana —confesó suavemente, mirándome—. Carlisle solo te mencionó a ti, pero eso no importa. Incluso si hubiera traído dos ramos, te los hubiera dado a ti.

Mis mejillas ardían aún más ante sus palabras.

—¿Por qué...? ¿Por qué dices cosas como esas? —farfullé.

—Porque es la verdad. ¿Te... estoy ofendiendo? —preguntó suavemente, levantando una mano para frotar su frente. Sus dedos se abrieron camino entre su cabello enredado. Apartó los mechones de su frente, pero estos cayeron obstinadamente a su lugar.

—No, no me estás... ofendiendo —respondí, mordiéndome una comisura de mi boca ante sus palabras. Jamás había oído a alguien de mi propia edad hablar como él ni ser tan abiertamente honesto con sus propios pensamientos—. Pero no puedes decirme esas cosas. No podemos ser amigos. Nuestras familias se odian.

—Sé que lo hacen —dijo, su voz volviéndose más mordaz mientras entrecerraba los ojos—. Nuestros padres están muertos debido a su estúpida disputa. Tu padre asesinó a mi padre.

Abrí la boca para discutir, la confesión de Aro pasó por mi mente, pero mi boca repentinamente se cerró al recordar la promesa que le hice. Era su secreto el que prometí guardar, pero no poder defender a mi padre de las palabras de Edward casi me mató. Mi padre no era perfecto. Cometía errores, muchos de los cuales fui testigo a lo largo de los años, pero él no era un asesino. Las lágrimas se asomaron en mis ojos y las sequé obstinadamente, mirando hacia mi regazo.

—Por favor, no llores. No era mi intención hacerte llorar —susurró preocupado, parándose de su lugar cerca de la ventana.

Edward lentamente se acercó a mí, sacando una silla y sentándose junto a mí lado. Sorbiéndome la nariz, respiré hondo, obligándome a mí misma por dentro a dejar de llorar delante de este chico. Él estiró una mano, tocando la mía que descansaba sobre la mesa. Una sensación extraña y cálida fluyó entre nosotros ante su toque, y los dos nos miramos con sorpresa antes de bajar la mirada a la mano de Edward que descansaba ligeramente sobre la mía.

—¿Sabes por qué llaman rey a mi papi? —le pregunté mientras sus dedos frotaban el dorso de mi mano, enviando un cálido hormigueo por mi brazo.

—¿No lo sabes? —preguntó, sonando sorprendido. Sacudí la cabeza, mirando hacia la mesa en vez de mirarlo a los ojos—. Él no era un rey como probablemente pienses. Él era un capo. Eso quiere decir... —Fue interrumpido por una repentina y molesta voz.

—¡Isabella! —espetó la voz, y solté un grito de sorpresa.

Edward apartó su mano de la mía y los dos nos pusimos de pie, las sillas de metal haciendo fuertes sonidos al ser empujadas lejos de nuestros cuerpos. Miramos culpables a Aro y a Carlisle quienes estaban mirándonos desde la puerta, con expresiones idénticas de horror en sus rostros.

—Edward, no toques a esa chica —susurró Carlisle, su rostro ligeramente pálido—. Las chicas Swan no son más que problemas. Ella será tu muerte.

Edward me dio una última mirada sombría antes de pasar junto a un Aro ceñudo para encontrarse con su tío justo pasando la puerta. Desaparecieron y Aro entró al salón, tomando mi brazo y tirando de él brutalmente. Jadeé, mi cabeza se sacudió ante la acción.

—Mantente alejada de él, Isabella Swan —advirtió mi tío—. ¿Me entiendes? Juro por la tumba de tu padre que si alguna vez te encuentro con un chico Cullen, te mataré yo mismo. ¿Está claro?

—Sí... Sí, señor —dije entre dientes.

Sus fuertes dedos se enterraron en mi brazo huesudo mientras lo aferraba y lo sacudía, enfatizando la seriedad de sus palabras. Soltando mi brazo después de un último apretón, salió del salón, sacudiendo la cabeza y murmurando para sí mismo mientras se iba.

Permanecí en el salón por un largo tiempo, recordando la sensación de los dedos del chico contra mi mano, preguntándome si alguna vez lo volvería a ver. No sabía que, de hecho, nos volveríamos a encontrar y nuestros mundos se harían trizas a nuestro alrededor, porque estábamos atrapados en medio de la guerra de nuestra familia... una sucia guerra sureña sobre drogas.


¡Nueva traducción! Llevó su tiempo, pero volvimos a una historia de mafia.

Tiene 40 capítulos, con final feliz, y de tamaño así como este, y más largos.

Espero que les guste y me acompañen en otra historia.

Besos,

Pali