Tails se empujó mediante sus piernas para llegar junto a otro escritorio de la habitación en que estaba trabajando, la cual era aquella que utilizaban como cobertizo en su residencia. De las paredes colgaban lienzos en que habitaban ilustraciones de edificios, y pese a que era obvio que el zorro las había puesto ahí, no eran su interés actual.

Su interés eran unos trocitos de colores que había dispuesto sobre la mesa en que se hallaba en un principio y que había dejado de lado solo para buscar aquel artilugio que había obtenido del ave con que se enfrentó durante el último gran ataque, pues planeaba unirlos todos junto a unos cuantos circuitos electrónicos que habían pertenecido a un auto a control remoto.

Aparte del palito, extrajo del escritorio una especie de bloque unido a un tubo que llevó consigo de regreso al buró con las piezas multicolor.

—Quien diría que en realidad había cosas tan útiles en el vertedero —mencionó el raposo presionando un interruptor sobre el bloque, trayendo un recuerdo de hace poco a su mente.

Varios miembros del pueblo, incluyendo al maestro Celian, Amy y Miles, se hallaban reunidos en una especie de salón comunal para discutir el curso de acción a tomar a fin de recuperarse de los daños causados por la invasión.

—Al menos diez edificios y establecimientos alrededor de la plaza han sido dañados, aunque solo un poco —informó aquel mapache celeste con tres pies que Miles había conocido durante la última incursión de los puristas.

—La situación es peor en el barrio oeste —aseguró una simio de pelaje rojo, de cuya muñeca derecha surgían dos en vez de una mano—, se perdieron quince casas y cinco establecimientos.

—Tenemos una casa más que ustedes al este —continuó un gato cuya cola se bifurcaba.

—En el norte hay tan solo dos tiendas dañadas menos que en el este —tomó la palabra un camaleón verde, quien tenía cuernos esparcidos por todo su cuerpo.

—El sur, como siempre, casi no tuvo daños —habló Celian—, sin embargo, tenemos pocos recursos qué usar para reparaciones, así que, debemos decidir a qué zona destinarlos y cómo tratar con los pobladores de las zonas restantes.

—Creo que sería un despropósito otorgarlas al barrio norte, ya que son los lugares que los puristas siempre atacan primero —expresó la primate.

El reptil se giró por un momento hacia la mamífera con los ojos entrecerrados antes de volverse hacia Celian.

—Creo que el amor de Juggler por sus dos hijos podría estar sesgándola —opinó molesto el escamoso.

—No solo se trata de mis hijos, después de todo, el norte es la zona más despoblada —replicó la de tres manos tensa.

—Si hablamos de población, el este posee la mayor población —añadió el felino con el pelo crispado—, por lo que, aunque tengamos los menores daños después del sur, afectan más a la población.

—¡Señores! —alzó su voz el erizo azul—, recuerden que todos somos parte de un mismo pueblo, no pueden actuar como si no enfrentásemos un enemigo común.

—Mmm, yo tengo una idea —anunció el vulpino nervioso con una voz apenas audible.

Todos los presentes se giraron hacia el menor detrás del espinoso que habían pasado por alto.

—Habla, Tails —ordenó el instructor.

—Bueno, me he dado cuenta que en el vertedero hay bastantes desechos hechos de materiales que aún pueden ser utilizados, incluyendo los de otros ciudades —contó el rubio—, como no son propiedad de nadie, podemos tomarlos y usarlos con la idea de realizar las reparaciones. Estoy seguro de que debe haber suficiente para encargarnos de todos los daños.

Los oyentes permanecieron en silencio por al menos medio minuto previo a que el de sangre fría hablara de nuevo:

—No es una mala idea.

—Pero, ¿usar desperdicios?, ¿no es muy antihigiénico? —reaccionó la bermeja.

—No podemos darnos el lujo de ser tan quisquillosos en nuestra situación —aportó el minino—, al menos en el este no ponemos nuestro sentido común sobre nuestro orgullo, además de que podemos usar barro para cocer nuevos ladrillos destinados a renovar las casas después de ser necesario.

—Bien —terminó aceptando la fémina con un resoplido.

—Entonces, ¿estamos de acuerdo en utilizar lo que encontremos en el vertedero y destinar los recursos que teníamos en un principio a la plaza y el sur?

Todos asintieron entonces y el educador se volvió hacia su alumno blondo con una sonrisa.

—Bien hecho.

—Listo —declaró el zorro al terminar de utilizar la sopladora de aire caliente mediante la que fundió y unió los trozos coloridos con la vara azulada y los circuitos.

—¡Hey! —oyó el blondo entrar tras él a su amiga Amy—, vine a ver qué tal te estaba yendo con este…proyecto tuyo.

—¡Bien! —afirmó el muchacho sosteniendo frente a su camarada su creación—, acabo de terminar el collar.

—Oh, bien, bien… —dijo Amy con un tono bajo bastante raro en ella—, tú…¿estás seguro acerca de esto? —preguntó volviendo su cabeza y uniendo sus manos sobre su pecho—, ese, ¿cómo lo llamaste?

—Equidna —le recordó su compañero—, lo encontré en ese diario mío junto al pájaro cucú que enfrentamos, ahí decía que su especie cuenta con una gran fuerza física.

—Sí, ¿estás seguro de que no provocará daños en el pueblo? —inquirió otra vez la erizo—, porque…el maestro Celian apenas pudo con él y solo pudimos derrotarlo con tu aparato.

—Es cierto que es muy peligroso —concordó el zarco desde su silla—, pero por lo que escuché mientras peleábamos y porque más que ser derrotado se rindió, pienso que es diferente al resto de los puristas, si es que siquiera es uno, porque no contaba con un pañuelo blanco.

—Bien, pero hay que asegurarnos de mantenerlo vigilado, muy vigilado —aseveró la chica.

—Lo sé, por eso creé el collar —la trató de tranquilizar el menor—, aunque no lo he probado aún. Me preguntaba si me ayudarías con eso.

—Oh, por supuesto, lo que sea por protegernos —aceptó la muchacha recibiendo el invento y pasándolo sobre su cabeza para que descansara sobre sus hombros.

—Muy bien —expresó el garzo tomando de una repisa el control que había pertenecido al carro del que sacó los circuitos y moviendo una palanca, ante lo que el collar se cerró sobre el cuello de la espinosa—, lo haré a las tres —anunció el canino para ver el asentimiento de la fémina—, uno, dos, ¡tres!

Cuando un botón del control fue presionado, el aura azul del dispositivo del pájaro cucú rodeo a Amy, dejándola paralizada.

—¡Funciona! —clamó el zorro bajando de su silla para ver mejor el efecto de su invención—, no se mueve ni un músculo o pelo —notó—. ¿No es increíble, Amy?

La de pelaje rosa no respondió.

—¡Oh, cierto!, qué tonto —dijo para sí el de doble cola antes de presionar el botón del mando, desapareciendo el aura que rodeaba a la de ojos verdes.

—¿Funcionó? —preguntó la chica parpadeando.

—¡Sí! —confirmó Miles con entusiasmo—, vamos por él —indicó para luego tomar una lona al lado de su escritorio y comenzar a correr fuera del cuarto.

—¡Espera! —llamó Amy siguiendo al zorro.

Ambos dieron con una habitación sellada por dos puertas, las cuales separaron lo suficiente como para acceder y ver las múltiples burbujas con piedras y ropa dentro de ellas.

—¡Ahí está! —señaló Tails previo a volar con la pretensión de agarrar la esfera con la gema color rojo oscuro de corte cuadrado y bajarla para disponerse a reventarla.

—¡Alto! —ordenó la roedora tomando el brazo de su amigo a fin de mirarlo directo a los ojos—. Tails, ¿en serio confías en que no será peligroso para la gente? Ya han sufrido mucho y no me gustaría verlos sufrir nuevamente tan pronto.

—Amy, sé que él hizo mucho daño —respondió el raposo—, pero todas las gemas encerradas aquí lo están debido a su deseo de hacer daño por algo más allá del control de quienes hirieron. Él es diferente, hizo daño no porque tuviera algo en contra de nosotros, sino porque buscaba cumplir con una promesa hacia su familia.

La chica aflojó un poco su agarre, mas todavía lo mantuvo firme.

—Por supuesto, debe pagar por lo que hizo —continuó el vulpino— y lo hará ayudando con las reparaciones, aparte, su fuerza acelerará las cosas.

—Ay, bien —aceptó la espinosa tras unos segundos, liberando los brazos de su compañero—, pero a la primera señal de problemas volverá a ser encapsulado.

—Por supuesto —aseguró el chico moviendo la palanca en su control—, prepárate para ponerle el collar.

La de ojos verdes sostuvo el aro frente a sí y realizó un gesto para indicarle a su compañero que procediera.

El menor entonces estalló el contenedor y la roca cayó para luego empezar a brillar y a flotar a medida que una figura aparecía a su alrededor. Cuando los jóvenes pudieron distinguir el pelaje rojo, el más bajo movió nuevamente la palanca del control, logrando unirlo al cuello del pelirrojo.

—Mmm, ¿Dónde estoy? —se preguntó el bermejo cerrando y abriendo sus ojos.

—Hola, de nuevo, estás en…—quiso responder Miles, mas fue interrumpido por Amy.

—¡Estás en el pueblo a cuyos habitantes intentaste dañar! —indicó ella—, para redimirte por tus acciones, ayudarás con la reparación de las residencias.

—Mmm, lo que mi amiga quiso decir —abrió su boca Tails pretendiendo calmar las cosas al notar las miradas molestas que se daban los mobianos—, es que nuestra comunidad ha sufrido muchos daños y pensamos que tu fuerza nos sería de gran ayuda para reconstruirla. Si te comportas, dado que no pareces tener nada en contra de nuestra gente, te liberaremos.

El rubio se alegró al ver subir las cejas sobre los ojos violáceos, mas pronto bajaron de nuevo gracias a la erizo:

—¡Y si intentas cualquier cosa, a mi compañero le bastará con presionar un botón para paralizarte y te meteremos en una burbuja otra vez! —le notificó con dureza la chica apuntándole con un dedo al equidna.

—¡Ja!, en pocas palabras quieren usarme como su esclavo —expresó el más alto tras unos segundos—, ¡bien!, ya no me queda nada que perder.

La fémina se llevó los guantes a la cintura mientras el menor miró triste a su rehén. Quiso tratar de animarlo, pero en realidad no sabía qué podía decir, por lo que decidió que por el momento lo mejor sería llevarlo junto con él para realizar los arreglos.

—Bueno, es hora de irnos —anunció—, ¡nos vemos, Amy! Vamos, eh, ¿cómo te llamas?

—Knuckles —escupió el retenido.

—Bien, vamos —repitió el zorro guardando en su lona el control mientras salía del lugar con Knuckles a su zaga.

—¡Ahí está bien!, ahora súbela poco a poco, y… ¡bien hecho! —decía Tails entretanto flotaba en el aire de la plaza con el fin de guiar al equidna en la colocación de una ventana—, ¡ahora solo debo poner esta cinta para reforzarla! —indicó mientras sacaba el instrumento de la bolsa con una actitud efusiva bastante rara en él que había adoptado con el fin de intentar sacar de su indiferencia al espinoso.

El raposo, por alguna razón que no podía entender, odiaba la cara de apatía del mayor, y decidió que si se la quitaba sería beneficioso para ambos, por lo que dedicaba a ello sus esfuerzos mientras trabajaba.

—¡Listo! —exclamó al pegar el último pedazo de cinta—. También debemos de reparar varias puertas, así que debemos ir por la madera.

—Mmm —gruñó a modo de asentimiento el de manos grandes.

El vulpino exhaló ante la inutilidad de sus intentos antes de iniciar el camino hacia el vertedero.

Al llegar, hallaron una gran colección de árboles enfilados en la entrada junto a varios castores.

—¡Hola!, Bibarel! —saludó Tails llegando junto al bibliotecario, quien había dejado su oficio para contribuir a las reparaciones del pueblo.

—Hola, Miles —devolvió el saludo el de cola palmeada, sorprendiendo al nombrado por la diferencia respecto a su común impasibilidad—, ¿necesitan más madera en la plaza?

—Sí, suficiente como para diez puertas —explicó el niño.

—Bien, ¡vamos chicos! —gritó el archivero para dar inicio a su labor.

En cuestión de unos segundos los roedores se dirigieron hacia un tronco y comenzaron a morderlo, liberando un montón de aserrín.

El de dos colas se sintió maravillado por la gran habilidad de esas gemas, mas su acompañante tuvo una reacción muy diferente.

—¡¿Cómo pudieron talar tantos árboles con tanta facilidad?! —vociferó Knuckles.

—¡Hey! —se indignó Miles, al tiempo que se alegraba de que el colorado mostrara otra emoción—, primero, esos árboles crecían en medio de la basura del vertedero, lo que no les hacía bien, por lo que fue mejor talarlos y aprovecharlos de esta forma. En segunda, no los necesitaríamos de no ser por los mobianos a los que ayudaste. Aparte, ¿qué de donde provienes no hacían casas con madera?

Los extremos de los labios del chico con púas se ruborizaron y él, avergonzado, giró su cabeza previo a soltar:

—Usábamos los elementos que la naturaleza nos provee, pero solo cuanto es necesario.

—¿En serio? —preguntó el zarco sintiendo curiosidad—,¿usaban solo productos de las plantas o también ladrillas o algo así? Aparte, ¿usaban la materia en estado puro o realizaban algún tipo de proceso artificial?

—Como sabes, ya no importa —declaró el espinoso para volver a callar.

—¡Ya está listos, Miles! —llamó entonces Bibarel.

—Oh, bien, ¡muchas gracias, Bibarel! —contestó el canino obligándose a retomar una sonrisa tras la cara decepcionada y triste que adquirió tras la negativa a hablar de su compañero, a quien se volvió—, ¿puedes cargar las tablas, Knuckles?

En silencio, el mayor se dirigió hacia los rectángulos marrones.

—Estás seguro de que podrá cargarlas? Esta madera en particular es muy…

El de pelaje pardo detuvo su frase al ver como, sin complicaciones, el de iris morado levantó las gruesas láminas sin realizar algún sonido indicativo de su esfuerzo.

—¡Wow! —exclamaron los roedores.

—¡Je! —río el cánido al ver las reacciones de los castores antes de despedirse—, ¡nos vemos!

—ratatatá —sonaba el taladro que Tails utilizaba para agujerear la madera, lo que había hecho varias veces ya.

—¿Tú… creaste eso? —preguntó Knuckles, quien sostenía la tabla.

—No, lo encontré en el vertedero. Ya había visto unos así antes, pero nunca uno de baterías como éste. Me gustaría aprender como hacer uno así algún día —respondió Miles contento de que el equidna adoptara otra vez una emoción.

—Hmm, eso habría sido de mucha ayuda en mi tribu para construir nuestras casas —opinó el equidna—, pero ya no importa.

El zorro adoptó una cara larga al terminar de realizar el último hoyo.

—Ok, hora de atornillarla con las bisagras, ya sabes qué hacer —dijo él.

Con cuidado, el chico ubicó los agujeros de los pedazos de metal sobre los agujeros de la madera y rellenó estos últimos con tornillos, para después repetir el proceso con el marco destinado a aquella puerta.

—Bien, solo falta poner la puerta de la primera planta, ¡vamos! —informó el raposo tratando de mantener su actitud positiva esperando que se le contagiase al pelirrojo.

Descendieron por las escaleras del edificio, aquel en que el vulpino había luchado la mayor parte del tiempo durante el último gran ataque y al que habían ido debido a las puertas que dañaron los puristas allí.

—¡Bien!, ¡aquí vamos! —anunció el rubio ya abajo, no contando con que su tarea se vería interrumpida.

—¡Tails! —gritó alguien.

El aludido levantó la cabeza para ver a Streaky el mapache aproximándose.

—¡Streaky!, hola —saludó el blondo con genuina felicidad.

—¡Hola!, ¿quién es tu amigo?, ¿es nuevo aquí? —preguntó el rayado

—Sí, es Knuckles, me está ayudando con las reparaciones —confirmó el canino.

—¿Y qué te ha parecido nuestro humilde pueblo? —preguntó el tasugo.

—Hmm, demasiado artificial —respondió el colorado.

—Mmm…¿ok…? —contestó incomodo el vivíparo—. Como sea, me preguntaba si terminaste de reparar el rociador. Lamento haberlo roto, por cierto.

—No te preocupes, me gustó el desafío de repararlo —lo calmó el canino abriendo su bolso con el querer de sacar el artilugio que había hecho para el tejón junto a un tubo—, puedes quitar la botella y poner esta manguera de manera que no tengas que rellenarla.

—¡Genial!, gracias, Tails —agradeció el tasugo estirando sus brazos para recibir el aparato, siento detenido por la voz del espinoso.

—¿Qué es eso? —inquirió de manera repentina.

—Oh, bueno —trató de organizar sus palabras el cánido debido a su sorpresa—, es un rociador a presión, lo hice para limpiar superficies con suciedad adherida.

—¿Cómo funciona? —quiso saber con una peculiar curiosidad el bermejo.

—Mmm, para mostrarte necesito un poco de agua —avisó el más bajo.

—Vengan, podemos usar la canilla de mi edificio —invitó el rayado.

—¡drip, drip, drip! —sonaron las últimas gotas al caer dentro del envase.

—Bien, así que —comenzó Tails sosteniendo su invención—, el agua dentro de la botella es empujada hacia aquí a cada momento —explicó Miles apuntando primero al recipiente lleno de líquido y a continuación a la boquilla de su máquina—, pero no sale porque está bloqueada por un mecanismo dentro, pero cuando se presiona este botón —siguió, poniendo su dedo sobre el interruptor—, el mecanismo cede y permite que el agua salga, y debido a que es empujada, y aparte el orificio por el que sale es más estrecho que por el que entra, se dispara con una gran fuerza, lo que permite desplazar pequeñas partículas.

—Mmm, me recuerda a los sistemas de riego que teníamos en casa —comentó Knuckles.

—¿Sistemas de riego? —interrogó el zorro.

—Sí, cultivábamos las plantas qué comíamos, así que debíamos regalarlas, las nubes lo hacían en invierno, pero en verano era probable que se secaran, por lo que acumulábamos agua de lluvia cuando podíamos—inició su propia explicación el mayor—. Como no podían recibir agua de golpe sino a modos de gotas, los mas listos de mi tribu se unieron e idearon una forma de imitar a la lluvia: Tomaron trozos de caña y los agujerearon y unieron con cera, creando pequeños túneles como los de los gusanos, para después hacer diminutos agujeros en ellos. En verano, cuatro equidnas sostenían su creación sobre los campos de cultivo mientras otro derramaba agua por una de las entradas, logrando que el agua cayera en gotas.

—¡Eso es bastante impresionante! —clamó el raposo con alegría verdadera—. A mí nunca se me habría ocurrido. ¡¿Y tenían un método para evitar que la caña se pudriese o…

—¡Perdón! —interrumpió Streaky—, pero necesito empezar a limpiar este edificio ahora.

—¡Oh!, claro, perdona —se sorprendió el vulpino al notar que había ignorado al tejón y le pasó el objeto que necesita—, bueno, ¡nos vemos después!

Alejándose del rayado hacia las construcciones de enfrente, donde habían dejado la tabla, el equidna, retomó la palabra:

—Respecto a tu pregunta, se usaba una resina especial para fortificar la caña y evitar que se pudriera muy pronto, de manera que solo se necesitara rehacer el invento una vez cada año —informó el pelirrojo mientras tomaba la madera.

—¿También hacían casas con caña? —cuestionó alegre el canino mientras tomaba su taladro.

—Algunas, otras eran de madera como te dije y otras de barro.

—¿Qué usaban para el techo?

—Hojas, paja o palos unidos con cera.

—¿De donde sacaban la cera?

—La tomábamos de árboles altos de madera oscura y hojas gruesas con una corteza dura. Al hacerles un agujero salía su savia, que era muy pegajosa y se volvía muy dura cuando se solidificaba —respondió el más grande con una pequeña sonrisa mientras ubicaba la puerta en el marco.

—¡Oh, sí! He leído sobre eso antes, es un descendiente de los árboles de caucho traídos de la tierra. —recordó el más pequeño tomando ahora su destornillador.

—¿La tierra? ¿Es donde Rose la erizo se rebeló contra las diamantes y las derrotó?

—¡Sí!, ¿tú también eres su fan?

—Bueno, en verdad la conozco por Geo el equidna —confesó el espinoso soltando la puerta.

—El era uno de sus amigos más cercanos, ¿cierto? —sintió curiosidad el rubio

—Sí, mi tribu nació con él —explicó el de ojos violáceos—, según se me contó, tras su llegada a Mobius y la trasformación del planeta, él, junto a otros equidnas, quisieron seguir el estilo de vida de los humanos en la Tierra, viviendo solo de lo que la naturaleza las daba —relató el espinoso extendiendo su sonrisa—, Todos le rendimos tributo, o, lo hacíamos.

El canino perdió nuevamente su sonrisa al ver como el más alto lo hacía también.

—Knuckles… —trató de decir Miles cuando alguien lo saludó.

—¡Miles! —pronunció su nombre Ruth, la mapache con cuatro orejas.

La mujer llegaba junto a un zorro de pelaje algo rojizo y ojos negros con una oreja extra sobre la izquierda, aquella zorrita que Miles había salvado hace unos días y una mapache gris con un brazo derecho extra bajo su brazo derecho común y un brazo izquierdo extra que salía de su hombro izquierdo.

—Veo que ya arreglaron la puerta, les agradezco mucho por eso —dijo la de pelo grisáceo—. Estábamos recolectando fresas de unos arbustos fuera de la suciedad para comerlas con crema, ¿no les gustaría probar un poco?

—Oh, bueno, era nuestra labor, y no quisiéramos molestarlos —negó el blondo con humildad.

—Vamos, queremos hacerlo para agradecerles —insistió agradable el zorro de tres orejas.

—Oh, bueno, si ustedes insisten —terminó por aceptar el de dos colas no queriendo entrar en un juego de invitar y rechazar.

Todos accedieron al interior del recinto, que se veía mucho mejor que cuando el rubio entró por primera vez.

—Tomen asiento —invitó la mapache de cuatro brazos.

El zarco se sentó en un sofá alargado con Knuckles a un lado y, sorprendiéndose puesto que había suficientes sillas como para que no tuviese que sentarse junto a desconocidos, la joven del vestido rojo, lo que lo hizo sentir incómodo, pero no se atrevería a decírselo.

—¿Ya viste cómo está quedando la escalera de emergencia que diseñaste? —preguntó la chica de repente.

—Qué, mmm, no —balbuceó Miles debido a la sorpresa.

—¡Ven, te la mostraré! —propuso, puesto que tomó el brazo del zorro de dos colas para forzarlo a ir con ella.

Atravesaron el pasillo de la casa para acceder a la habitación que había estado bloqueada por un armario. La iluminación dentro era mucho mejor ahora gracias a que la ventana se había ido, dando paso a una puerta cuadrada, en ese momento abierto, que daba a unas escaleras que bajaban en espiral hacia el búnker que Miles conoció durante la invasión.

—Ahora será mucho más fácil para nosotros llegar al búnker —dijo ella asomando la cabeza junto al otro canino—. ¡Gracias por inventarlo!

—No fue nada —respondió el chico devolviendo su cabeza a la casa—, solo me pareció contraproducente tener que salir de sus casas para resguardarse.

—¿Tú hiciste eso? —cuestionó Knuckles apareciendo detrás de los raposos mientras estiraba su cuello para ver el invento también.

—Mmm, bueno, solo los planos —admitió el garzo.

—¿Qué materiales utilizaste? —pidió saber el de ojos violetas.

—Me hubiese gustado usar cemento, pero no había, así que optamos por barro y madera.

—Mmm, parece fuerte —comentó el pelirrojo antes de pararse en un escalón y golpear con sus pies, no con mucha fuerza—, no suena hueco —se dio cuenta para regresar a la residencia—, teníamos unas cuantas casas de dos pisos en mi tribu con escaleras similares a esta, hubiésemos sido afortunados de tenerte.

—Mmm, gracias —repuso Miles sonrojándose por el halago, algo a lo que no estaba acostumbrado.

—¡Las fresas están listas! —se escuchó gritar al zorro de una sola cola desde la cocina.

—¡Ven! —exclamó de nuevo la de vestido mientras tomaba a Miles para regresar a la sala —siéntate, te traeré las fresas —ordenó al llegar, empujando al de dos colas sobre el sillón.

—¡Ten cuidado, Rita! —dijo la otra fémina de cuatro brazos a la cánida.

—¡Tranquila, mamá!, sé lo que hago —expresó la menor moviendo a gran velocidad sus pies, razón de que tropezara y tirara la comida sobre Miles.

—¡Ay!, ¡lo siento!, ¡por favor perdóname! —pidió la vulpina sacando un pañuelo de su ropa para pasarlo sobre el pelaje del chico, quien se había parado, quitándose su lona.

—Mmm, no te preocupes —la tranquilizó incómodo el rubio.

—Basta —instruyó con su voz grave el equidna, apareciendo otra vez—, no sé que deseas hacer con Tails, pero es patético ver cómo bailas a su alrededor.

Todo fue silencioso por los segundos anteriores a que Miles decidiera terminarlo.

—Knuckles, creo que eso fue…—intentó hablar, mas fue detenido.

—No, él tiene razón —comentó la chica volviéndose hacia quien había interrumpido apartando la mirada—, es que yo, te admiro mucho. Escuché mucho de ti desde que llegaste al pueblo, y me sentí muy conmovida cuando nos salvaste, así que quería aprovechar esta oportunidad para retribuírtelo, pero veo que me equivoqué y solo te molesté. Por favor, perdóname.

El aludido, se quedó en blanco por unos segundos, pues nunca se le habían dicho palabras como esas antes, por lo que no sabía como procesarlas, mas sabía que por el bien de esta chica no podía permanecer callado, así que trató de hilar la maraña de pensamientos en su cabeza.

—Te perdono —inició—, la verdad me siento agradecido por el mero hecho de que me admires. Nunca antes me habían visto de esta manera, y saber que pude despertar ese sentimiento en alguien…me hace muy feliz.

—La verdad es que en parte tengo envidia de ti porque tu defecto en verdad te hace más fuerte, no como el mío, aparte de que cuentas con esas habilidades tan extraordinarias que aparte de ti solo Amy y el maestro Celian tienen —siguió la fémina—. Lo que quiero decir es que, me gustaría poder defender a la gente como lo haces tú.

—Todos…todos tienen algo qué aportar al mundo —razonó Tails—, incluida tú, solo tienes que descubrirlo.

—Gra…gracias —expresó la chica limpiando las lágrimas en sus mejillas.

—Estoy seguro de que esos brazos extra serían de gran utilidad en una batalla, o con la idea de hacer tareas más rápido —comentó, en otra ocasión de modo sorpresivo, el espinoso—, a veces en mi tribu no lográbamos recolectar todos los alimentos que cultivábamos para el invierno. Alguien como tú nos habría servido mucho entonces.

—¡¿En serio?! —clamó la pequeña—, bueno, a mí no me gusta mucho luchar, pero podría hacerlo si es necesario, aunque si no, también me gustaría darle un uso a estos brazos —añadió moviendo sus apéndices.

—Estoy seguro de que lo harás algún día, Rita —aseguró la madre de la nombrada acercándose para abrazarla.

—No lo olvides, ahora y siempre estamos orgullosos de ti —aseveró el padre acercándose para unirse al abrazo.

Miles quedó hipnotizado por la bella escena, al punto de no notar a su compañero acercándose.

—La gente aquí es bastante agradable —mencionó el colorado pasando una toalla de papel prestado por Ruth sobre la panza de su captor.

—Mmm —Miles se ruborizó nuevamente y se paralizó al sentir la gran mano sobre él—, yo haré esto yo mismo, si no te importa.

El bermejo solo soltó el papel y fue junto a una pared con los brazos cruzados.

—Ese amigo tuyo es bastante enigmático —expresó la de orejas duplicadas acercándose para ofrecer más toallas.

—Sí que lo es, pero creo que es en cierto modo lindo —opinó el de cola doble tomando lo ofrecido—, aunque también me gustaría develar sus misterios. He captado unas cuantas cosas, pero parece difícil lograr que hable más.

—Bueno, cuando no juegas baloncesto muy bien, no puedes bajar la cesta para hacértelo más fácil, solo tratar de cambiar o mejorar tu técnica a fin de lograr anotar.

—¿Ah? —preguntó el zarco pareciéndole que la dama había cambiado de tema abruptamente.

—Ya lo entenderás —prometió ella con una sonrisa.

—¡Rayos! —exclamó el otro zorro macho en el lugar, quien había puesto una jarra de metal sobre un fogón.

—¿Qué ocurre, Marty? —preguntó su esposa.

—Parece que hay una obstrucción en los tubos de gas de nuevo, Romina —explicó el marido, cerrando la llave mediante una palanca frente a él—, subiré al cobertizo para apretar las tuercas.

—Yo puedo repararla si quiere —se ofreció Tails contento de poder realizar un trabajo de su agrado.

—No quisiera molestarte más siendo que reparaste nuestra puerta —rehusó el mayor.

—No se preocupe, es más un juego que una tarea desde mi perspectiva —reiteró el zorro de ojos azules extrayendo un destornillador y llave inglesa—. Por favor enséñeme cómo llegar al cobertizo.

—Sígueme —indicó el adulto.

Los zorros y Knuckles accedieron a un cuarto en que al parecer guardaban aquellas cosas necesarias aunque no de uso diario como alfombras, adornos y artilugios de limpieza. En medio del lugar una cuerda colgaba del techo

—Solo hay que jalar esto —realizó el vulpino la acción descrita, descubriendo un pasaje oculto por un pedazo de techo—, te traeré una silla para que subas.

—Está bien, también puedo saltar con mis colas —detuvo el canino menor al mayor para después ser detenido por su rehén, quien lo levantó.

—Creo que yo sí necesitaré la silla —solicitó el equidna.

—No te preocupes, Knuckles, puedo encargarme de esto yo mismo —lo paró Tails mientras se adentraba en las profundidades de ese ático.

—¿Qué es eso? —inquirió el pelirrojo apuntando a un objeto curioso al perder a su capturador de vista.

—Y listo —dijo Tails girando una tuerca mediante una llave y escuchando el sonido agudo que producía—, con eso debería bastar.

El chico apretó sus herramientas en una mano y se dirigió al hueco en el piso, utilizando sus colas para disminuir el impacto de su caída, tras cerrar la puerta volando, caminó fuera de aquella habitación, dirigiéndose a la sala, donde escuchaba voces.

—Ya terminé de…—el menor quiso avisar, mas se detuvo al presenciar una imagen curiosa.

Se trataba de Knuckles, arrodillado frente a un altar hecho sobre un cuadrado de madera unido a la pared mediante una bisagra, como una puerta. A su lado estaban Rita y Ruth, quien ubicaba en medio de flores y joyas decorativas una estatuilla con forma de una hembra humana sosteniendo un diamante cerca de su pecho.

—Hacemos esto cada año el día del festival, pero no está mal hacerlo en cualquier otro momento. Ponemos el altar y unimos nuestras manos con la idea de agradecer y pedir una bendición —dijo la mapache—. Tras el regreso, varias gemas comenzaron a preguntarse de dónde venimos los mobianos, por qué estamos aquí, y se cuenta que entre sus teorías, de alguna forma desconocida, concordaron en la figura de una mujer terrestre, de seguro por su capacidad para crear vida dentro de ellas. Ya fuera cierto o no, todos estuvieron de acuerdo en que debíamos agradecer y estar felices de estar vivos y por ello comenzaron a celebrar el festival de la diosa lunar.

—También agradecíamos el estar vivos en mi tribu —contó Knuckles—, aunque no pensábamos en seres más allá de este mundo o una vida después de la muerte, solo rendíamos tributo y admirábamos a antiguas figuras, esperando llegar a ser como ellas. Lo más parecido que teníamos a un dios era la tierra, porque necesitamos de su fuerza para nacer y nos da todo lo que necesitamos.

Ambos cerraron los ojos y juntaron sus palmas, realizando el rito. Miles sonrió al ver por primera vez a Knuckles hablar con alguien desde el respeto y la tranquilidad y encontrar algo en común con alguien además de él. Su concentración era tanta que no sintió venir a la persona detrás de él.

—¿Te gustaría algo de té?

—¡Ah! —dio un pequeño grito el joven soltando sus instrumentos.

—Lo lamento, no quise asustarte —se disculpó Marty sosteniendo una copa llena de un fluido blanco con una cuchara—, quería darte las fresas con crema y me preguntaba si te gustaría té con ellas.

—No, gracias —rechazó Miles tras levantar sus utensilios y recibir el postre.

—Gracias de nuevo por reparar la puerta y el gas, en realidad no queríamos molestarte tanto —comentó Romina llegando junto a los zorros.

—No hay de qué —respondió el de dos colas tras comer unas cuantas de las frutas—, Apreté unos cuantos tornillos que unían los extremos de dos tubos que estaban aflojados y parte del gas se escapaba por ahí, creo que eso provocaba más pérdida de gas que las tuercas.

—¡Gracias!, comenzaré por ahí la próxima vez —repuso el vulpino mayor.

El zarco entonces notó un rayo de luz naranja que se filtró por la ventana, iluminando la sala de forma estética, y recordándole la hora.

—Se hace tarde. Ya deberíamos irnos —avisó terminando su comida.

—¡Tan pronto! —exclamó la de vestido parándose.

—Bueno, a menos de que Knuckles quiera quedarse.

—No, estoy a tu disposición, ¿recuerdas? —El pelirrojo le notificó, poniéndose de pie junto a la de cuatro orejas.

—Ah, bueno —dijo la cánida de cuatro brazos—, déjame traerte tu bolso.

Cuando la fémina ofreció la lona a Miles, la movió con un poco de fuerza, provocando que los objetos en su interior se movieran de manera brusca, provocando que el equidna fuese rodeado por el aura azul proveniente de su collar.

—¿Qué ocurrió? —se sorprendió la raposa de cuatro brazos llevando su mano libre junto a su boca.

—Es el control que puse aquí dentro —explicó el de solo dos brazos tomando su morral para sacar el mando y presionar el botón otra vez.

—Mmm, eso se sintió casi como cuando me desintegraste —opinó el espinoso llevando su puño a su cuello—, me alegra que no hayas hecho esto de esa forma.

—Oh, bueno, creo que un collar desintegrador habría sido excesivo —valoró el más pequeño, desarrollando una idea mediante sus palabras—, collar desintegrador —repitió—, ¡un collar desintegrador! —reincidió con emoción—, ¡debemos volver a casa! Gracias por la comida —se despidió de la familia tomando al colorado por el brazo, lo que no habría servido de mucho si éste no hubiese querido seguirlo.

De vuelta en la residencia, subieron escaleras y atravesaron pasillos queriendo llegar a la habitación del zarco, donde este se elevó para agarrar un libro sobre una estantería y abrirlo, pasando página por página hasta dar con lo que buscaba.

—¡Aquí está! —exclamó al encontrarlo, comenzando a leer en voz alta—. El eniscitio, como he decidido llamar al mineral que encontré, en su estado puro, puede conducir suficiente energía como para iluminar un millón de bombillas sin calentarse, sin deteriorarse hasta recibir una exposición prolongada, pero en bruto, mezclado con otros metales, pedazos de él pueden trasmitir la energía entre ellos como un rayo, incluso estando las piezas a una distancia de diez kilómetros. ¡Es impresionante!

Knuckles puso más atención a los dibujos en la página siguiente a la del texto, que mostraban rocas conectadas por líneas zigzagueantes, pero lo que hizo que sus cejas saltaran fue la fotografía adjunta bajo los diagramas.

—He visto esa piedra antes —mencionó.

—¡¿En serio?! —preguntó Tails mirando sus ojos—, ¿dónde?

—En mi antiguo hogar. En una cueva cercana al campamento de mi tribu, entre muchas piedras de varios colores, resaltaban las pocas rocas amarillas como esa —explicó.

Con una gran sonrisa en su rostro tras escuchar aquellas palabras, el chico voló en otra ocasión con la pretensión de agarrar el diapasón amarillo, que Celian le había permitido conservar tras la batalla, y sacó de su bolso el control del collar de Knuckles con el propósito de mover la palanca y hacer que éste se soltase, para luego pedírselo mediante un gesto. Ya con ambos de sus artilugios en sus manos, pasó sus ojos del uno al otro, organizando las ideas en su mente de modo que al fin pudiese exteriorizarlas:

—Hay un avión en el vertedero del pueblo, si lo usamos para ir a tu hogar y obtener estas rocas, junto con algunos metales, puedo crear un anillo tan grande que rodee todo el pueblo, creando una barrera que le impida a los puristas entrar a atacar otra vez —estableció su idea—. Deberíamos ir a ver si el maestro Celian está aquí y hablarle de esto. Sostén esto, por favor —pidió pasándole el arma amarilla al equidna.

El joven se puso el diario bajo un brazo y tomó el anillo con el otra para después salir de la habitación, con tal rapidez que no notó a la figura que caminaba por el pasillo al instante, sino solo tras unos cuantos pasos, cuando ésta produjo un ruido.

El chico se giró y vio al pelirrojo en el piso con su amiga Amy encima de él, sosteniendo uno de sus brazos con su pie derecho, el otro con el brazo izquierdo y usar su propio brazo restante para manipular el diapasón, cuyas puntas apuntaron y descendieron hacia el de ojos violetas.

—¡No! —gritó Tails para después soltar lo que llevaba y propulsarse mediante sus colas hacia su compañera, apartándola del espinoso.

Los muchachos se revolcaron en el piso hasta que la mayor logró sostener al menor de la misma forma que hizo con Knuckles.

—¡Tails!, ¿qué haces? ¿qué no ves que él quería desintegrarte? —preguntó enojada la chica, quien se había olvidado de que Tails tenía más de cuatro extremidades, razón de que a éste le resultara fácil agarrarla con sus colas por los tobillos y hacerla caer sobre su espalda, invirtiendo los roles en la situación en que se encontraban.

—No, ¿qué haces tú? —devolvió él igual de molesto—. Yo mismo le di el desestabilizador y le quité el anillo porque me ha demostrado su bondad. Gracias a él, tengo un plan para acabar con los puristas de una vez.

La de pelaje rosa levantó una de sus piernas y la azotó con fuerza en el piso, enviando escalofríos por la columna de Miles, lo que ella aprovechó para regresar a su posición original.

—¿Por qué querría detenerlos? Él los ayudó en primer lugar. ¡Él nos hizo daño!, ¡él lastimó al maestro Celian! —replicó la de iris verdes—. Ya demostró su naturaleza, ¡nunca debimos darle una segunda oportunidad!

El estrés entonces hizo que el zorro desarrollara una idea descabellada, de modo que cerró sus labios con el fin de crear una burbuja en ellos y escupirla hacia su compañera, alejándola de él, asegurándose de separar sus colas de sus piernas, y logrando azotarla contra una pared y, antes de que pudiera caer, envió otras cuatro esferas más al muro para sostener sus manos y pies.

—¡¿Cómo puedes hablar así?! —respondió el zarco con las cejas tan abajo como podía—. No le has preguntado siquiera qué hizo, te preocupaba que fuera malo pero no te has dado el tiempo de conocerlo. Juzgándola de esa forma, ¡eres como un purista!

Las pompas reventaron y el silencio cobró el lugar. La chica se llevó las manos a la cara. El garzo, notando entonces el peso de sus palabras se aproximó a ella, quien al ver sus pies levantó el rostro, revelando lágrimas, tras lo que se levantó y corrió lejos con su antebrazo sobre sus ojos.

—Tengo que hablar con ella —dijo a sí mismo el raposo, volteando a ver a su amigo que se le acercó para comprobar su bienestar—, ¿podrías levantar todo esto?

Knuckles asintió en silencio y del mismo modo Miles agradeció, yendo entonces tras su compañera.

La alba luz de la luna bañaba el campo de entrenamiento, en cuya entrada se hallaba sentada Amy, con la cabeza sobre las rodillas. Ya no llorando, pero sí liberando algunos gemidos. Fue en aquel estado que su compañero la encontró, disminuyendo su ritmo para acercársele con lentitud.

—Amy —habló al fin—, yo… lamento lo que dije ahí dentro…

—No, tenías razón —repuso ella levantando su rostro—, En verdad me estaba comportando como un purista con Knuckles.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó el chico sentándose a su lado.

—Ay, estuve pensando sobre eso aquí —respondió—. Creo que se debe a que estuvo muy cerca de derrotar al maestro Celian. En el momento en que lo encontramos en la cancha, sentí mucho miedo porque creí que iba a quebrar su gema.

—¿Qué hay con eso? —interrogó nuevamente el raposo, tratando de ver los ojos verdes cubiertos por el pelo rosa—, todos nos exponemos a ese riesgo cuando combatimos a los puristas.

—Sí, pero —se detuvo la fémina girando su rostro para esconder sus pupilas a la par que su voz adquiría emoción—, ¡jamás nunca lo había visto en ese estado! ¡En serio pensé que podría perderlo!, ¡igual que perdí a mis padres!

Los ojos del vulpino se extendieron al escuchar aquello y observar el movimiento de la espinosa, en suma, contempló como nuevas lágrimas oscurecían su vestido.

—Yo era más joven de lo que tú eres ahora —contó la adolescente sin que el zorro tuviera que pedírselo—. Había invocado un martillo hace poco, lo que era prueba de mis habilidades extraordinarias, pero jamás había pensado en desarrollarlas ni mis padres pensaron que fuera necesario, pues vivíamos felices, inadvertidos de la maldad del mundo, hasta que el primer ataque de los puristas ocurrió.

El rubio se inclinó un poco para escuchar mejor, pues la de iris verdes había disminuido el volumen de su voz.

-Mientras otro par de erizos irrumpió en la casa, mis padres apenas habían alcanzado a esconderme en la cesta de ropa. Yo miraba a través de las prendas. Mis padres, pese a que nunca habían peleado en su vida, lucharon con garras y dientes, pero no eran rival para esos puristas, que podían invocar espadas y correr muy rápido —Amy se tomó un tiempo en que realizó un par de entrecortadas inhalaciones antes de seguir—. Al final, atravesaron a mi madre con una espada mientras que a mi padre le clavaron espinas en el estómago, se desintegraron, y cuando sus piedras cayeron, los puristas pusieron sus pies sobre ellas previo a darles el golpe final, y observé como el color de los guijarros desaparecía.

La emoción en el habla de la roedora se desvaneció, siendo reemplazado por una total falta de la misma.

—Fue entonces que grité, y los puristas se voltearon hacia la canasta traté de hundirme entre la ropa, pero ya me creía muerta cuando escuché más golpes, explosiones y una nueva voz —continuó—. Luego alguien apartó la ropa de mí, era el maestro Celian. Me dijo que todo estaría bien, que fuera fuerte. Me llevó sobre su espalda para mantenerme segura y vi como acaba con cuantos puristas podía hasta que todo terminó. Al igual que yo, muchos habían tenido pérdidas, sus pertenencias, sus hogares, sus amigos, sus familias.

La chica, que había tenido los ojos cerrados mientras contaba su relato, finalmente los abrió, uniendo sus manos.

—Desde entonces vivo aquí. Los días después del ataque me preguntaba qué debía hacer con mi vida ahora, por momentos se me ocurría seguir mi sueño de convertirme en modista, pero viendo el estado de mi pueblo, la respuesta era obvia —sus manos se hicieron puños entonces—, sabía que nadie me obligaría o me haría sentir mal por no hacerlo, sabía que podría salir herida o morir como mis padres, pero no podía quedarme de brazos cruzados cuando tenía la habilidad para proteger a la gente igual que el maestro Celian, así que le pedí que me entrenara. Él no quiso al principio, pero sabía que tarde o temprano aceptaría al ver mi destreza, sin embargo, eso no fue todo lo que hizo.

Los guantes de separaron de nuevo y su cabeza bajó.

—Él corrió a mi habitación las noches en que tenía pesadillas con la muerte de mis padres, me abrazó cuando lloraba por extrañarlos, me consoló en esos días en que sentía que había fallado por no haberlo hecho bien en el entrenamiento o durante un ataque, y pese a que él también sufría, me daba sus pequeñas sonrisas, se convirtió en un padre para mí —el ligero rastro de felicidad en los labios de la chica desapareció al volver a cerrarse sus ojos—, desde entonces decidí que quería hacer lo mismo por los demás, contagiar alegría pese a que hubiese pocas razones que justificaran tenerla, con el fin de que nadie tuviese que pasar una tristeza similar a la mía.

Las lágrimas corrieron por su rostro otra vez.

—Me convertí en quien soy gracias a Celian, y cuando lo vi tan malherido, experimenté un miedo que nunca había sentido, el miedo de perder a mi padre otra vez, de que volviera a sufrir esa tristeza, de no tener la fuerza para poder seguir sonriendo por los demás.

La chica sintió entonces un ligero empujón en su hombro, así que separó sus párpados para encontrar la mano de Tails sobre el inicio de su brazo y luego miró el rostro del zarco, quien con un gesto la invitó a poner su cabeza sobre su hombro.

—¡Lo siento, Tails!, no quería que me vieras así, pero ahora no puedo dejar de pensar en qué haré si pierdo al maestro Celian —contó la chica derramando sus lágrimas por la espalda del garzo.

—Está bien —se limitó a decir el menor—, está bien.

Amy liberó todo su dolor con gritos, gemidos y más lágrimas, mas la mano de su amigo tras su espalda lo disminuyó, en una manera en que el chico no podía imaginar.

Tras varios minutos, la respiración de la fémina redujo su velocidad y se separó del erizo.

—Gracias, Tails.

—De nada —contestó el chico antes de comentar en otra ocasión—, él tiene que saber.

—¿Ah? —inquirió la espinosa.

—El maestro Celian —aclaró el canino—, él tiene que saber la preocupación que te genera los riesgos que toma, y estoy seguro de que él no quiere que sufras, sobre todo no debido a él. Creo que, si lo supiese, lograrían llegar a un acuerdo que te permita sentirte algo mejor.

—No lo sé…—replicó la roedora—, él ya tiene mucho estrés organizando al pueblo, asegurándose de que los daños se reparen y manteniéndose alerta ante un próximo ataque.

—Todos podemos morir en cualquier momento —aseveró el blondo—, creo que no te gustaría verlo morir desconociendo su efecto sobre ti ni a él verte a morir sin saber cómo te sentías.

—Está bien —la chica dijo tras exhalar después de unos segundos.

El más joven fue el primero en levantarse y ofrecer una mano a su compañera, quien la tomó para ascender también e ir dentro de su hogar.

Los muchachos encontraron a su maestro y a Knuckles juntos, compartiendo una conversación en voz baja, la cual terminaron al verlos llegar.

—Amy, Miles —los nombró el profesor—, ¿cómo se encuentran esta noche?

Tails notó la reserva de su compañera, por lo que decidió tomar la palabra:

—A Amy le gustaría decirle algo, maestro.

—Adelante —instó con simpleza el instructor.

—Tú puedes —susurró el cánido, moviendo el brazo de su amiga hacia adelante.

La roedora entonces dio unos pasos hacia adelante y se enderezó exhalando, para por fin hablar.

—No…no me gusta el modo en que te arriesgas todo el tiempo.

—¿De qué hablas? —interrogó el mayor.

—Tú, tan solo nos llamas a Tails y a mí cuando ocurre un gran ataque, y he visto que muchas veces por querer hacer las cosas más rápido, llegas a descuidar tus movimientos.

—Es para procurar el bienestar de la mayoría —se excusó el más alto—, ¿entrenar conmigo ese aspecto te haría sentir mejor?

—¡No es solo eso! —exclamó la de pelaje rosa—, también noté como sueles cubrirme, incluso cuando puedo encargarme de mi contrincante yo sola, como aceptas recibir tantos golpes con tal de que no me desintegre o reciba unos cuantos rasguños.

—¿A qué quieres llegar? —cuestionó otra vez el pedagogo.

—¡A que nunca tomas en cuenta lo que los otros sienten por ti! —espetó la alumna—, ¡piensas que lo único por lo que todos se preocupan es por sus vidas!, pero también se preocupan por aquellos quienes los rodean, ¡que lo único por lo que debes preocuparte es por sus vidas siendo que también debes preocuparte por la tuya! Que lo único por lo que me preocupo es por mi vida y la de los pobladores excepto por la tuya, cuando yo me preocupo mucho por ti.

El silencio conquistó el espacio por unos segundos mientras unas pocas nuevas gotas descendían por el rostro de la aprendiz.

—Quiero que nos permitas encargarnos de los pequeños ataques de puristas, de supervisar las reparaciones, que dejes de preocuparte más de lo debido por mis rasguños, ¡y que empieces a preocuparte por ti!, ¡que empieces a descansar!, ¡que empieces a cuidar tu propia vida!

Los gemidos habían regresado nuevamente, mas pronto fueron callados por la sorpresa de la muchacha al notar los brazos a su alrededor.

—No puedo negar cuanto explotaba mis emociones cada día —contó el educador—, pero seguía agotándome todos los días, ignorando lo cerca que estoy de la muerte, porque pensé que eso mantendría seguros y felices a todos, pero si eso te hizo triste, eso significaba que estaba equivocado —los erizos mantuvieron sus brazos alrededor del otro por un tiempo hasta que el más alto volvió a hablar. Lo siento, Amy, creo que te protegí por demasiado tiempo. Acepto tus propuestas con orgullo y felicidad.

—¡Gracias, maestro! —respondió la chica con una sonrisa derramando ahora lágrimas de felicidad—. A decir verdad, creo que todo mi dolor se debía a que, no sé que haré si lo pierdo.

—Seguirás adelante —aseguró el de espinas color cobalto—, te has vuelto muy fuerte, ya sea que hayamos derrotado a los puristas o no entonces, sé que saldrás adelante en la forma especial en que solo tú lo harías.

Miles se permitió sonreír de nuevo al ver la escena que lo absorbió, provocando que su rehén lo sorprendiese otra vez.

—La gente aquí es muy parecida a la de mi aldea —le susurró al oído Knuckles con una mano sobre su hombro antes de comenzar a caminar hacia una ventana al final del pasillo.

—¿En serio? —preguntó el más bajo siguiéndolo.

—Sí, tienen creencias, tradiciones, deseos, forman familias, comunidades y lo más importante, se preocupan los unos por los otros —explicó posándose sobre el marco de la ventana mientras la luz de la luna los bañaba—. La verdad es que a la vez que eso me hace feliz me hace triste.

—¿Por qué? —quiso saber el zorro extrañado.

—Mi tribu alguna vez usó la esmeralda maestra para destruir y conquistar lugares como este. Honrábamos a Geo el equidna siguiendo la tradición de vivir de la naturaleza, como una parte más de ella, olvidando que todos los elementos de la naturaleza coexisten —reflexionó el pelirrojo—, siempre pensé que quería la esmeralda maestra porque así honraría a mi tribu, pero hoy, gracias a ti, me di cuenta de que en verdad quería a mi tribu devuelta.

La expresión del canino se tornó triste al ver al equidna bajar su cabeza y unir los párpados, mas se recompuso rápido.

—Ella no volverá, pero este pueblo me hace pensar que podría hacer parte de una nueva.

—Estoy seguro de que lo harás —afirmó el raposo.

—¿Cómo estás tan seguro? —dudó el de ojos morados—. A lo largo del día noté el daño que esos mobianos y yo provocamos, por lo que puede entender mejor la rabia de tu amiga. No sé cómo pude permitir que me engañaran haciéndome pensar que tu maestro es el erizo que buscaba.

—Te perdonarán y confiarán en ti tarde o temprano —lo esperanzó el vulpino—, viste como te trataron hoy, si fue así, imagina cuan poco te tomará para hacer parte de este sitio.

—Eso espero —expresó el espinoso—, me alegra no haber encontrado la esmeralda maestra, bien podría haber destruido lugares como este. Fue eso mismo lo que causó la extinción de los búhos y equidnas, hm —gimió al notar una dicotomía en su interior—, amo y extraño a mi tribu, pero me siento mal al pensar en las especies o formas de ser o pensar que también extinguimos. Nadie merece la extinción de su gente.

El colorado siguió mirando el cielo, ignorante del efecto de sus palabras sobre el canino, quien también miró el cielo, pero, a diferencia de él, faltándole una sonrisa en su rostro.

No lo había notado cuando lo escribí, pero ahora veo que utilicé bastante de la historia de Katara de para realizar el trasfondo de mi versión de Amy, pero aun así quedé muy contento con este capítulo porque no sabía que era capaz de componer escenas tan emocionales ni de hacer que mis protagonistas cometieran errores y tuvieran conflictos. Por supuesto, apenas alcanza los estándares de las historias de los autores profesionales, mas pienso que es un buen comienzo.

Como siempre, espero que les haya gustado tanto como a mí.