Como dije en el capítulo anterior, me he estado llevando mi tiempo para estos capítulos, mil disculpas… las fechas y otras cosas han hecho que me venga atrasando, pero aquí vamos de vuelta; esto es Demasiado, mi hijo predilecto y espero que les guste.
Pansy me está haciendo batallar un poquito, pero nada que no se remedie con paciencia… espero que la historia les siga gustando y que por favor, no me dejen antes del final.
Saludos a todas, mil gracias.
Trémula
But something's coming over me to make me wonder
Tlac tlac tlac tlac tlac
La suela fina del zapato contra el concreto empapado, el agua chisporroteando por todos lados, a veces mojaba lo que había a su alrededor, otras veces mojaba sus pantorrillas y la sentía escurrir hasta que se le perdía por los calcetines empapados que le ceñían los tobillos; tuvo que sujetarse de la barandilla del edificio para poder dar la vuelta cerrada a que la carrera le condenaba, nada más poner el pie en el batiente de la entrada, la respiración pareció volverle al cuerpo con el ritmo de quien corre una maratón a contra reloj. El pórtico estaba oscuro y pudo con tranquilidad recargarse en la puerta cerrada y llevar sus manos a las rodillas, respirando y respirando, pensando y pensando; ¿le habría visto alguien?, esperaba que no, aun así sentía como si alguien lo supiera, como si alguien pudiera sospecharlo, pero se sacudió esas ideas a fuerza de volver a respirar.
Se volvió a la puerta y metió la llave en la cerradura, dar vuelta para abrir le tomó más tiempo del acostumbrado porque tenía las manos ateridas de esfuerzo, de frío y además mojadas; cuando logró abrir y entrar en la casa, sintió una tranquilidad que podría haberlo hecho desfallecer, paso a paso rumbo a su habitación y mientras se iba despojando de la ropa mojada, pensaba más y más en todo lo ocurrido. La túnica estaba empapada y dejaba rastros de lluvia por el suelo de madera, el saco tenía manchones borrosos en las mangas, ahí donde la túnica no había logrado resguardarle la manga, al quitárselo encontró los bordes de las mangas de su camisa rojizos.
Pansy.
Ojalá que la encontraran a tiempo, ojalá que alguien le ayudara… lo que le había dado a beber serviría apenas para mitigar el daño de todo lo que había pasado, y más valía que alguien la atendiera pronto y como debía ser; se sentó a la orilla de su cama y se dispuso a sacarse los zapatos y los calcetines, descalzo mirándose los dedos de los pies, arrugados por la humedad, se concentró en pensar y pensar en todo lo que había ocurrido, no se movió de ahí un centímetro y con el paso de las horas la camisa se le fue secando adherida al cuerpo, los pantalones perdieron peso y sus dedos recuperaron su forma natural.
Ojalá que los muertos no fueran muchos y que si lo eran hubiera valido la pena. Ojalá que Pansy estuviera bien, a salvo y protegida. Se levantó y miró el reloj, había estado ahí clavado más de un par de horas y el cuerpo se le había quedado empapado ya no en agua sino en dolencia; mientras se desnudaba por completo para entrar en la regadera, se convenció a sí mismo, que quizá la única razón por la que él había ido a dar a esa batalla era para estar ahí con Pansy y hacer la diferencia. Lo malo era que a veces Pansy no era precisamente la persona en la cual depositar esperanzas desesperadas o golpes de suerte.
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— ¿Qué sabemos? —La voz era imponente y agresiva, un gruñido en medio del alboroto que los rodeaba.
—Poco. —Tuvo que reconocer mientras seguía observando cómo sacaban más y más escombro.
—Esto es una afrenta… tan grande, Harry… —El Ministro ni siquiera podía decir lo que sentía, tenía el rostro pálido bajo la capa de polvo producto del derrumbe, tanto que parecía como si llevara encima una máscara densa y blanca, Potter por su lado, llevaba el cabello poblado de aquel talquillo en que se había transformado el polvo a su alrededor.
—Señor Ministro…
—¡Señor!
—Señor Ministro…
Los rodeaba la gente, entre aurores, trabajadores y demás empleados, había aún entre ellos y en el lugar algunos heridos que buscaban atención, todavía se escuchaba uno que otro conjuro o bien algún grito; Shacklebolt se volvió a mirar a Harry con los ojos fieros, como los de hacía muchos años, Potter le sostuvo la mirada.
—Quiero saberlo todo en dos horas, ¿entiendes?... necesito que se me informe de todo. —Exigió con un dedo acusador que casi tocaba la barbilla de su jefe de aurores, quien tragó saliva con violencia antes de poder contestar.
—No tenemos información concreta, señor Ministro. —El hombretón frente a él sacudió la cabeza con violencia, los dientes le rechinaron y Harry a su vez frunció el ceño.
—¡Me importa un carajo si la sacas de entre los escombros!... haz lo que tengas que hacer, Harry, ¡tienes detenidos, úsalos! —A grandes zancadas, Kingsley echó a andar hacia las voces a sus espaldas, eran miembros de El Profeta, El Quisquilloso y otros medios que intentaban cubrir la nota de lo ocurrido esa tarde; a Harry no le hizo gracia alguna tener que empezar a buscar satisfacer a los medios, cuando su verdadera preocupación debían ser otras muchas.
Sólo el correr de los días, permitiría saber más.
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¿Puede el viento evitar mover la hoja que pende del árbol?, no, no puede; así no podía evitar el acercarse a ella, era más fuerte que sí misma, en su cabeza pesaba la presencia de aquellos vendajes en su brazo, de aquella gasa que le ocultaba el costado de su cuello, pero igualmente le miraba, estaba sentada en aquella silla junto a la ventana, el sol pegaba de lado sobre su rostro vuelto a la mesa, la taza de té esperaba sobre su plato y aquella mano reposaba junto a las hojas que hacía varios minutos estaba observando; con las gafas puestas sobre la nariz, con el cabello suelto como le caía contra las mejillas, con la luz de la tarde cálida y suave sobre su rostro, Pansy Parkinson era otra, diferente, distinta. Hermione lo sentía en la boca del estómago, como si la tuviera dentro, anidada en un espacio indefinido entre alma y corazón, y verla ahí, como estaba, sólo lo avivaba.
Los diez pasos que la separaban le parecieron la distancia más larga jamás recorrida y al llegar hasta ella, la luz había empezado a hacerle notar cosas que no había visto antes: los cabellos oscuros de Pansy resplandecían como mojados, entre ellos como sombreado hecho por algún artista desconocido, resplandecían extraños intrusos azulados; Pansy no levantó la mirada, seguía leyendo concentrada y su mano fue a tomar la taza del té, a llevársela a la boca, le temblaba un poco el brazo con el peso de la pieza de porcelana y el té simuló las olas repentinamente, olas que fueron a estrellarse en su labio superior.
El sonido de Pansy al tragar el té casi la hizo detenerse, fue el trago adolorido de quien ha hablado demasiado, de a quien han sujetado por la garganta intentando desgarrarla desde fuera, al bajar la taza y dejarla de nuevo sobre el plato con un golpe casi tosco contra él la morena volvió el rostro a la castaña que miraba, aquellos ojos verdes como la hierba madura, como el césped al borde del otoño se clavaron en los suyos y atinó entonces a doblar las rodillas y acuclillarse frente a ella poniéndole las manos en el regazo, quería hablarle pero no le salían las palabras; viéndola así, analizando aquella cara sintió que se le venía un triste y desosegado llanto a los ojos, pero no quería llorar, porque Pansy le miraba con los ojos cansados y abrumados de dolor y en el fondo, un aire de profunda incomprensión.
Sin decir nada se preguntó si Pansy recordaría los días en que le había velado el sueño, si recordaría aquel encuentro interrumpido por Harry, si podría todavía tener en la mente el abrazo que se habían dado antes de entrar a aquella ratonera en que se había transformado el Ministerio; Pansy bajó la mano de la mesa y la puso sobre las de Hermione, estaba helada y aquello acabó por asustarla, siempre había estado helada, pero ahora le parecía otra cosa, un augurio ennegrecido y no pudo evitar llevar su mano hasta aquella mejilla y acariciarla, Pansy cerró los ojos y se sacudió suavemente, como el ave asustada que está tan débil que no puede moverse más.
—Debí quedarme contigo. —Murmuró sintiendo un nudo en la garganta, se sentía profundamente culpable y no sabía qué hacer al respecto, Pansy frunció el ceño y se humedeció los labios antes de hablar.
—Está bien, no estaba en tus manos cuidarme. —Era una voz metálica, agrietada la que venía de aquella boca, la mirada de Pansy se paseó por el lugar un instante y Hermione distinguió el derrame carmesí en su ojo izquierdo, como una araña de prominente panza que iba extendiendo sus largas patas hacia la pupila verde que resplandecía como si le inyectara el arácnido algún ardiente veneno, al ver aquello le pareció que todo lo demás se volvía visible, el aruñón en su nariz, el moretón junto a su oreja descendiendo como una franja azul punteada en rosado que se le despeñaba hacia el hombro y por la espalda; no supo si Pansy lo decía en serio, o si lo decía con sarcasmo y se sintió tan fuera de lugar, tan dolorida y triste que se echó a llorar.
La morena no entendió aquello y la sintió tensarse.
Hermione lloraba con las manos sobre aquellas rodillas y Roar se paseaba por la sala rumbo al baño, el llanto se le estaba haciendo largo y constipado, de esos que sacuden el cuerpo entero a hipidos lastimeros; Pansy no entendía por qué lloraba así, tenía en los labios una mueca de incomodidad y desagrado, de también sentirse fuera de lugar; cuando empezó su nariz a traicionarla tuvo que alzar la mirada y desviarla a un lado, donde Parkinson no la viera porque se sentía ridícula y apesadumbrada y jodidamente triste y sola y…
—Granger tonta. —La voz era casi la de siempre, y cuando volvió la cara enrojecida de llanto encontró que Pansy le tendía un pañuelo; el sanador había sido sincero: la maldición cruciatus es fuerte, pero son muchos los factores que hacen a alguien perder o no la razón producto de esa tortura, es la duración del ataque, las condiciones del mismo y la entereza de la víctima para recomponerse.
— ¿Me recuerdas, Pansy? —Preguntó con el llanto haciéndole temblar los labios, la interpelada le miró un instante con seriedad, Hermione se limpiaba la nariz con la punta del pañuelo, esperando.
— ¿Qué te hace pensar que podría olvidarme de la insufrible sabelotodo de Hermione Granger? —No se trataba de eso, no era eso lo que preguntaba, no se refería a si la conocía o sabía quién era, Hermione preguntaba otra cosa, preguntaba lo que había entre las dos ahora mismo, el hilo extraño que se había generado en los últimos días producto de las pociones, del juego, del no saber qué hacer y que sentía roto, que no lograba percibir como antes del ataque, como antes de las noches de descanso y recuperación; ¡esa no era la maldita puta pregunta!
—Las berenjenas, ¿las recuerdas? —Los ojos de Pansy clavados en ella parpadearon, no había emoción o rastro alguno de saber a qué se refería, el corazón se le estrujó; Pansy pareció darle vueltas al asunto, intentar comprender, pero la referencia era lejana.
—Para una dieta balanceada son extraordinarias. —Fue como si el pecho se le desinflara, como si el pobre llorara como ella quería llorar, tomó aire dejando escapar un lamento y se dejó caer de rodillas, tan pegada a las piernas de Pansy que con su pecho las rozaba, la morena frunció el ceño y echó el cuerpo atrás alzando la barbilla como le había hecho hacer una infinidad de veces con aquel uniforme negro, plata y verde.
—La mariposa, Pansy, ¿la recuerdas?... ¿las ancas de rana?... ¿recuerdas que te besé? —Pansy desorbitó los ojos con gesto cansado e hizo un atisbo de querer levantarse de su asiento sacudiendo las manos como para echarla lejos, Hermione no la dejó, llevó su mano de nuevo a aquel rostro y lo atrajo frente al suyo. —Pansy, por favor, deshazte de esta bruma, sé que el dolor no te deja pero por favor, sacúdete esta bruma, Pansy… vuelve.
Parkinson hizo amago de quitarse la mano de Hermione del rostro y la castaña se aferró con fuerza, de rodillas como estaba llevó su otra mano a la otra mejilla de la morena y tiró de ella; le besó sabiendo que la lastimaba, sabiendo que sujetarla así le hacía daño, pero estaba desesperada, Pansy se sacudió haciendo que la silla saltara hacia atrás, su cuerpo se estiró con violencia escapando lejos de Hermione que se quedó de rodillas con la cara llena de lágrimas, la taza sobre la mesa se volcó, el té manchó el mantel; Pansy estaba encorvada, doblada sobre su pecho con la mano contra el seno izquierdo presionando y con los dientes casi afilados, animalescos, fieros, mostrados a través de su boca deformada de sofoco, dolor y furia.
—Vete… largo de mi casa, Granger. —La voz era la de antes y aquel cuerpo delgado no se volvía a mirarla luego de darse vuelta e irse doblado unos pasos más allá, Hermione temblaba sentada en sus piernas mirándola, el té escurría de la mesa y caía gota a gota sobre el piso alfombrado.
—Pansy, escucha…
— ¡No entiendes que te largues! —El grito era desgarrado, sofocado, el cuerpo de Pansy llegando a la barra de la cocina se inclinó tanto que parecía rozar el suelo con el codo, Hermione quiso levantarse e ir a alcanzarla, pero las piernas no le respondieron, las sentía adheridas con cinta al suelo; Parkinson cayó de lado entre las sillas altas de la barra de su cocina, que se tambalearon y rebotaron unas con otras, y Hermione tuvo la impresión de que jamás se levantaría de ahí de nuevo, trató en vano de ponerse de pie para ir hasta ella, pero no pudo y la vio respirar agitado primero entre quejidos, luego sólo dejar de hacerlo.
— ¡NO! —Estaba sentada frente a su escritorio y los ojos le llovían.
Había tantos documentos enfrente suyo que con su sacudida algunos se deslizaron hacia el suelo, había dispuesto a su lado una silla y en ella había más carpetas, más rollos, más pendientes, sentía algo atorado en la garganta y se estiró hacia su taza de café para darle un sorbo; estaba helado y el regusto amargo le llenó la lengua con una presencia monstruosa, pero le dio otro trago. Miró su reloj de pulsera, eran cerca de las dos de la mañana y al pensarlo con detenimiento, se dio cuenta que era el quinto día, hacía cinco días del ataque, y hacía cinco días que no dormía; en compensación, Pansy no dejaba de dormir.
Convencida de que no iba a concentrarse ya, decidió ir a casa, no era mala hora para darse una ducha rápida y helada, tampoco para ver si Roar había comido ya algo, ese maldito gato era como su dueña, necio y empedernido que no había querido comer, como si supiera de su ama tendida en una cama de San Mungo sin hablar; mientras se ponía de pie e iba lentamente hacia la puerta se fijó en la mesa del rincón donde solía servir té para sus reuniones más discretas: una taza estaba volcada como si la hubieran dejado caer… igual que en su sueño.
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La habitación era deprimente, olía a ungüento alcanforado, a poción para el dolor y a mantas recién lavadas, había una luz apenas visible a aquella hora, así que no era difícil quedarse dormido; al entrar esperaba encontrarla sola, pero en lugar de eso vio en el sillón la figura inclinada y enorme de Millicent, aquello le hizo reír de lado y caminar con menos discreción pero sus pasos no despertaron ni a una ni a la otra. No quiso hacer por despertarlas realmente, así que se aproximó a la cama y observó a la enferma: había un sombreado verde-azul bajo sus ojos, como si la hubieran golpeado con el puño en cada cuenca, de la izquierda, descendía suavemente hasta la barbilla un aruñón que de puro milagro, no se había abierto y ahora era un borde grueso, tosco, alterado y granuloso, la boca, ligeramente abierta porque le habían puesto un poco de gasas entre los dientes para evitar que en las pesadillas o sacudidas de la fiebre se mordiera, parecía permanentemente deformada en una mueca de tristeza.
Una de las cejas casi había desaparecido por completo, y había una delgadez tremenda en todo aquel rostro, los pómulos resaltaban huesudos y densos, la barbilla se había cuadrado más y las muñecas, tendidas sobre la sábana a los costados del cuerpo, como si fuera un maniquí rígido y muerto, sobresalían como las extremidades de un cadáver; él se inclinó un poco junto a su rostro y deslizó los dedos por la mejilla, no hubo una sola reacción, hasta el vello delgado y transparente que cubría aquella piel suave y fría parecía haber muerto. Inclinado como estaba, se preguntó cuántas veces antes había mordido esa boca, cuántas la había sentido contra su cuerpo, abrirse, succionar, lamer… besar.
Con aquel pensamiento escuchó la puerta a su espalda abrirse y pasos, unos pasos primero decididos y luego detenerse, por el rabillo del ojo miró aquella figura en la puerta y bastaba ver la melena y el resplandor castaño para saber quién era; se sonrió y volvió a mirar el cuerpo en la cama, ahora inclinándose más hacia ella.
—No sé si pensar que es afortunada de que estés tan preocupada por su condición, Granger. —Murmuró procurando soplarle a aquella piel con suavidad, quizá intentaba en el fondo despertarla, otras veces ese gesto simple funcionaba pero ahora no ocurrió. —Porque tengo la impresión de que Potter y tú tienen una razón menos amable para estar velando por ella.
—Si vamos a intenciones poco amables con Pansy… —Se le vino una risa divertida, ¿Hermione Granger cuestionando sus intenciones con Pansy Parkinson?, eso era completamente nuevo. —Creo que es mejor si la dejas descansar, porque no se encuentra bien.
—Sigues siendo tan inteligente como siempre y ni siquiera lo había notado. —Sí, se excedía en mordacidad, sí quería humillarla y hacerla sentir mal, sí, lo deseaba; tenía que aferrarse a esa emoción para no reconocer que Pansy, ahora que sus ojos se habían adaptado a la luz del espacio en que estaba, lucía peor de lo que esperaba.
Pasó su nariz suavemente por aquella mejilla pero no hubo reacción, absolutamente ninguna y se le formó un extraño nudo en la garganta, sin poderlo evitar se tocó la marca del rostro donde ella antes le lastimara, había pensado que aquella agresión valía cualquier cosa que pudieran hacerle a la morena, se equivocaba; cuando le avisaron lo que pasaba en el Ministerio se alegró, cosas así siempre son emocionantes para los que sufren, ver al enemigo o al monstruo que nos lastima caer víctima de algo, siempre es grato. Cuando le llegaron los comentarios sobre el estado en que había quedado el edificio, la muerte de algunas personas de las que había oído y las heridas en otras tantas no pudo evitar sorprenderse, en la actualidad se necesitaba mucho valor para agredir así a alguien del Ministerio; mas saber que Pansy estaba interna por haber sido atacada con la maldición Cruciatus… eso lo sacó de ritmo y le obligó a ir a San Mungo a verla.
Había ido primero a casa de los Parkinson, pensando que tendrían a la morena ahí descansando, encontrar a la madre de Pansy ignorante de la situación y hablando mucho de la visita repentina que su hija había tenido que hacer al MACUSA por recomendación del mismo Ministro, lo hizo preocuparse; ahora ahí inclinado sobre ella, sintiendo aquella piel cotidianamente fría ligeramente más helada, se convenció de que las cosas eran peor de lo que esperaba y la risa de antes se le deformó en otra cosa.
—Es mejor si descansa. —El tono de Granger era muy similar a aquel con el que marcaba su territorio entorno a Potter y Weasley, peligrosamente parecido.
—¿A caso me ves jugando cartas con ella? —Millicent se removió en su sillón como para limpiarse el hilo de brillante y densa saliva que le descendía por la barbilla.
—Es mejor si está tranquila siempre. —Confirmado: Granger se había vuelto estúpida y repetía las cosas cinco veces a falta de saber qué más decir para echarlo. —Pero mañana pueden bien venir a visitarla en mejor horario Astoria y tú. —Bingo, no era signo de estupidez, era algo mejor, celos.
—Claro, vendremos juntos y vendré más tarde… no voy a dejarla sola. —Sonriendo se inclinó más y sin recato beso aquellos labios, la sensación fue espantosa, un espasmo como de animal asustado le llenó el pecho, pero no se atrevió a demostrarlo demasiado; la boca de Pansy sabía a abandono, a vacío, fue como besar un cadáver y sólo la visión del cuerpo echado al frente y enojado de Hermione le arrancó aquella media sonrisa que se le instaló en la boca. —Vamos, Pansy… volveré pronto.
Al salir de la habitación, Hermione Granger todavía tenía el ceño fruncido y los ojos incendiados, al pasar junto a ella le pareció notar que su mano sujetaba una varita imaginaria, se regodeó pensando que lo habría atacado de no tener suficiente compostura; pero al cerrar la puerta y alejarse de ella, pensó en aquel abandono de Pansy y sintió un profundo desconsuelo.
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Madre.
Charlie escribió esta mañana, parece que prolongará aún más su ausencia, por mi parte he sabido llevar las cosas con calma; no vas a creerlo, pero cocino bastante bien y por esta zona se consiguen excelentes salchichas, espero que con eso puedas sentirte más tranquila. Tendrás que disculparme la brevedad de la carta, pero más bien hay poco que contar, saber por ti que quienes amo están a salvo y que el ataque al Ministerio ha significado sí mucha pena y sí mucho dolor, pero también más acumulación de documentación que otra cosa, me da algo de consuelo.
Escribí a Harry como Ginny y tú me han solicitado, y sí, le he escrito en plan empleado arrepentido; no espero una respuesta positiva, mucho menos ser reintegrado a mi puesto, al menos quisiera una audiencia que permita mi retiro sin que éste sea una mancha en mi expediente. Ahora lo que menos deseo es ser una vergüenza para ustedes.
Saluda por favor a Ginny, es un gozo saberla recuperada del todo, pronto podré visitarles en casa, por ahora es mejor la distancia; por favor, no odien a Hermione. Por como veo las cosas y lo que está pasando, pueden ahorrarse algo de tiempo y tragos amargos si mejor me empiezan a odiar ahora a mí.
Ronald
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Estaba amaneciendo y ella permanecía sentada en una silla que había traído hasta el rincón, Millicent había empezado a roncar una hora antes más o menos, lo que había sesgado sus intenciones de dormitar un poco, permanecía en penumbra sin apartar más que en algunos momentos los ojos de aquella cama, quería ser la primera en notar algún movimiento, alguna reacción, pero nada; la realidad es que estaba muy preocupada por aquella siesta perpetua en que estaba sumergida la morena, horas y horas de dormir, la alimentaban por medio de pociones y papillas pero seguía sin despertar, incómoda no sabía si permanecer ahí o retirarse a brevedad y con discreción.
En el fondo no quería dejarla, no se sentía preparada, tenía el extraño presentimiento de que Pansy podía despertar y ella quería estar ahí, con ella, ser lo primero que le viera al abrir los ojos porque tenía demasiado tiempo sintiendo ese extraño hueco en el pecho, segura de que cuando despertara no iba a reconocerla, no iba a recordar nada, y le escocía la memoria de los días anteriores, más si era sólo suya y no tenía reflejo en la memoria de Pansy; se puso de pie más violentamente de lo que quería, echó a andar a la puerta y salió, el pasillo le pareció extrañamente frío, más hospital que nunca, blanquísimo y ruidoso en comparación con aquella habitación tibia. Andó apenas unos pasos, cuando se encontró con el Sanador que tenía el caso de Parkinson, este se quitó las gafas de inmediato y le miró.
—Señorita Granger, buenos días. —El hombre sonreía con nerviosismo y se enderezaba al verla, no era feo para nada, tenía una coqueta barba partida y unos ojos castaños brillantes, el cabello, ¡vaya el cabello!, parecía salido de una barbería en ese mismo instante y olía, porque sí que olía, a menta y cosas frescas; cada vez que se plantaba frente a aquel hombre, Hermione se sentía pequeña, no la imponía o dominaba, no, simplemente le hacía sentir diminuta, como si aquella personalidad pudiera seducirla. En otro tiempo lo habría hecho.
—Buenos días, ¿qué me puede decir de la paciente? —No se andaba con rodeos, la dentadura blanquísima que le sonreía ante la pregunta se inclinó suavemente y hubo un momento de espera antes de que la respuesta viniera a ella.
—La señorita Parkinson está pasando por una mala racha, señorita Granger, pedí su expediente y estoy algo intrigado… mi intención fue inicialmente hacer un sondeo de su estado médico, pero desconocía sus muchos otros problemas… —El hombre había empezado a manipular las hojas que tenía enrolladas en la mano izquierda, Hermione aguzó los ojos intentando ver aquellas notas, estaba muy interesada en lo que fuera que pudiera preocuparlo. —… la cantidad de pociones para los nervios y relajantes, así como levanta-ánimos, me tiene preocupado, generalmente nuestras víctimas conocidas de la maldición torturadora no presentaban antecedentes de este tipo.
—¿Levanta-ánimos? —Hermione extendió la mano hacia los documentos de Pansy, de primer momento el sanador los volvió a enrollar con un movimiento hábil y veloz, que la hizo fruncir el ceño, pero cuando se miraron en una clara revancha de poder, sanador y jefa, comprendieron cada uno su sitio en la escala jerárquica dentro de aquel pasillo.
Al tener los documentos en su mano, Hermione se sintió un poco insegura de irrumpir en la vida privada de Parkinson así nada más, pero luego recordó que aquella mujer ya le había deslizado las manos por la espalda antes o mordido la boca o… en fin, que la privacidad había quedado muy derribada entre ambas desde hacía buen rato; el expediente de Pansy era si no nutrido, por lo menos si considerable, las notas eran variadas, desde fracturas producto de algún entrenamiento, de una prueba del Ministerio o accidente en casa cuando niña, hasta las gripes y malestares estomacales propios de una persona normal; sin embargo, en el apartado de atención mágico-mental, Pansy tenía un expediente no extenso, pero interesante.
Según registros, las depresiones y ataques de ansiedad y pánico de Pansy habían comenzado alrededor de los 15-16 años, en la mayoría de los casos, se había tratado con las recomendaciones más básicas y plausibles del sanador responsable: descanso, relajación, lectura, vacaciones a sitios tranquilos que pudieran dar serenidad a la paciente y sólo en casos extremos, pociones para conciliar el sueño y sedar a la paciente; no obstante, luego la situación empeoraba, sobre los 18 años y luego a los 20, Pansy había presentado depresiones que habían amenazado su vida, en su haber aparecía certificado por sanador de turno una crisis que habían requerido de internamiento en al menos dos ocasiones, aquello no gustó nada a Hermione, que siempre había visto a una Pansy fuerte y desentendida de lo demás, nunca hubiera imaginado a una Parkinson así.
—La señorita Parkinson tiene antecedentes de desestabilidad emocional, aún desconocemos los efectos que esto pueda añadir a la maldición torturadora. —La cabeza de Hermione reaccionó a ese comentario como una cueva que con su eco repitiera constantemente desestabilidad emocional… desestabilidad emocional… desestabilidad…
—¿Cuál es el riesgo? —Preguntó con la boca seca y extrañamente rasposa.
—Bueno… ¿alguna vez le ha atacado un Dementor, señorita Granger? —Se volvió a mirarlo sin alcanzar a comprender la pregunta, pero asintió recordando aquella sensación de profundo desconsuelo y falta de felicidad… ese agujero negro que devora.
—Un Dementor desaparece la felicidad de las personas, la come, la absorbe como una esponja… la maldición torturadora no quita la felicidad, sustituye absolutamente todo por dolor, el dolor físico es intenso y llena la cabeza con una bruma, momentánea, claro… sólo dura mientras dura el ataque, pero sabemos que hay mentes más frágiles que otras. —Sintió algo muy similar a una jaqueca golpeándole las sienes con violencia.
—Pansy Parkinson no es una mente frágil. —Arremetió, más brusca y más seca de lo que hubiera deseado, el sanador la miró fijamente, ella seguía con los ojos clavados en la frase que mencionaba un intento de suicidio…
—A veces es difícil definir algo que no se ha vivido, señorita Granger. —Dio él como único argumento y Hermione tuvo que tragar salir, volverle las hojas y echar a andar lejos de él y esos expedientes.
—Yo he vivido la maldición cruciatus. —Y cuantos más pasos la separaban de aquellos papeles y de Pansy, mejor se sentía.
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El resultado de la investigación sobre la entrada de gente extraña al Ministerio no arrojaba datos esclarecedores, cada uno de los registros de aparición en el edificio parecía provenir de individuos autorizados para en ese momento, ese día, aparecerse en las instalaciones con libertad de acción; habían encontrado en un par de habitaciones aisladas los bolsos encantados para alojar las bestias mágicas empleadas en los ataques y habían logrado rastrear el origen de todas, sin llegar a obtener un nombre real, fidedigno o vinculado a alguna actividad de origen poco claro. Por más que buscaba y buscaba, no había una evidencia clara y las que parecían serlo, les llevaban por veredas de dudosa comprobación y aún más riesgosa acusación: miembros reconocidos del Ministerio parecían moverse cerca de los sitios atacados con demasiada frecuencia en días previos al altercado, como si prepararan el mismo, personajes de apellidos demasiado poderosos lucían fugazmente entre los documentos de la investigación, nombres lo suficientemente pesados como para ser condenados a la ligera.
No se podía proceder contra nadie sin correr el riesgo de desatar una locura legal en las oficinas del Ministerio y un linchamiento mediático de esos que hunden carreras y destruyen nexos colaborativos; simplemente estaban casi atados de manos y sus posibilidades se reducían a intentar dar con los perpetradores por otros medios, un grupo organizado así, de esa magnitud, sólo podía estar comunicándose por otros medios y tenía que averiguar cuáles. De primer momento, la técnica para identificar a los involucrados la sabría cualquiera: observación e infiltración; ya había mandado a sus hombres menos conocidos y a otros en poder de pociones multijugos, para que se filtraran cuidadosamente en zonas estratégicas del mundo mágico, su misión era muy simple: escuchar y observar.
Por lo pronto ahí estaba él, Harry Potter sentado en su oficina analizando cada dato y cada indicio y no tenía nada, podía perseguir figuras en el aire si quería, pero cuando les echara la mano encima no tendría nada de qué aferrarse. Necesitaba ayuda.
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—Me gustaría que abrieras los ojos, Pansy. —Con la toalla mojada, frotó nuevamente aquel blanquísimo resquicio abierto de par en par que era el pliegue contrario al codo, luego llevó la mano por encima de la piel del antebrazo, deslizó la tela por debajo de él y se fue directo a la axila que frotó una, dos, tres, cuatro veces; con lentitud y cuidado llevó la toalla al balde de agua caliente, la metió dentro y enjuagó, luego volvió a frotar donde ya había limpiado y se siguió por el hombro hacia el cuello, cuidando limpiar ahí donde había faltado.
No era un baño propiamente de esponja, tampoco perfecto porque aunque muy íntimas, Millicent jamás se atrevería a desnudar a Pansy, así que había zonas de su cuerpo que seguían sucias, al menos hasta que la enfermera de turno fuera y le diera ella misma un baño como se debía, mientras tanto, ella se ocupaba de las zonas visibles, porque le preocupaba que fuera la morena a despertar para encontrarse sudorosa y pegajosa.
—En la mañana vino Draco, muy de mañana, yo estaba dormida… no puedes culparme por eso, te he velado el sueño. —Murmuró como si Pansy le estuviera ya reprochando algo, enjuagó la toalla en el agua caliente y la exprimió, luego la dejó doblada sobre otra más grande y se volvió al rostro de su amiga. —Te traje algunas cremas, pensé que sería buena idea maquillarte un poco, pero no me he atrevido, no crees que sea muy hábil en estas cosas. —Se rió mientras tomaba algo de crema con la punta de su dedo de un envase blanco y pulcro, llevó aquella sustancia color perla hasta la mejilla derecha de Parkinson y casi como si temiera romperla empezó a deslizarla por el área hasta que la piel la absorbió como un sediento. —Se encontró aquí con Hermione, sospecho que algo empieza a deducir… qué suerte que puse ese hechizo para saber si alguien venía y qué hacía… sabes que siempre he sido muy paranoica con las estancias en hospital.
Volvió a repetir la operación para humectar la frente, la otra mejilla y la nariz de Pansy, cuando llegó el turno de su mentón, mientras deslizaba su índice y su pulgar por aquella forma pronunciada y veía las inmensas ojeras bajo los ojos de la que fuera su confidente de Colegio, le dio por recordar cosas amargas de años atrás.
—Hermione es muy bella y se preocupa por ti, se podría decir que corrió a Draco con sólo mirarlo feo. —Seguía deslizando sus dedos, como si la crema aún se sintiera fresca y mojada en la punta de ellos, entre ellos y la piel de aquella barbilla; no pudo evitarlo, fue más fuerte que ella, levantó un poco ese mentón con sus dedos y al hacerlo, la boca de Pansy se le ofreció seria e impávida.
La besó.
Sus labios posados sobre los de Parkinson le dieron algo de calor, un segundo, dos segundos, tres segundos, como una vez muchos años atrás producto de un contrabando de vodka en las habitaciones de Slytherin, entonces habían pasado cinco, seis y luego una risa nerviosa y un empujón de la morena que le hizo un morete en el pecho, a veces en las mañanas mientras se vestía y perfumaba creía todavía distinguir aquella mancha, aquel rastro de repudio; el empellón de Pansy de aquel entonces no se comparaba con lo doloroso de la frialdad de ahora, de esa estática y mortecina rigidez.
—Apuesto a que si ella te besara, despertarías de inmediato. —Sonrió tristemente. Muy tristemente.
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Millicent estaba sobre la cama, recostada al lado de Pansy acariciándole la frente, no fue sorpresa ese peso denso que le cayó en el estómago al verla ahí, pero sí la actitud despreocupada con que Bulstrode le miró y siguió en lo suyo, debía confesar que era una actitud muy extraña, pero también que todos actuamos extraño en situaciones extremas; aunque el aire de Bulstrode era evidentemente más el de una amiga consolando, porque su cuerpo estaba alejado del de Pansy y parecía más bien haberse recostado ahí con fines de descanso que de cercanía, lo cierto es que Hermione tuvo que mirar al piso mientras avanzaba hasta la cama, mientras la aludida Millicent se ponía al fin de pie y hacía con eso que lo que fuera que renegaba en su interior, se relajara de inmediato.
—¿Alguna respuesta? —Quiso saber mientras se paraba con las piernas contra el borde de la cama, Millicent se llevó la mano derecha al rostro e intentó despabilarse.
—Ninguno… sigo creyendo que podríamos llevárnosla de aquí… eres de origen muggle, deberías sugerirnos qué hacer. —Era un tono mezcla de desespero y furia, y Hermione sintió que se le adormecían las encías de apretar tanto los dientes conteniendo las ganas de contestarle como se merecía.
—He consultado médicos muggles, nadie sabe qué hacer… para esto no estamos preparados. —Confesó incómoda, confesó culpable de no poder hacer más, Millicent dio vuelta a la cama y se situó a espalda suya, casi podía escucharla con su andar pesado y respiración lenta, con su enorme tamaño y casi natural torpeza; se sintió en riesgo a su lado, como si pudiera causarle daño de un momento a otro, pero no dijo nada ni evidencio su nervio.
—Ningún maldito sanador sabe hacer más, han pasado seis días, su madre no me va a creer que sigue en el extranjero, no sin que se comunique al menos una vez… no podemos esconder esto un día más, Hermione. —La castaña miró la punta del pie izquierdo de Pansy insinuado bajo la manta que la cubría, no sabía por qué iba a decir aquello, pero lo haría; se despejó la garganta y comenzó casi tomando impulso para no parecer demasiado insegura o nerviosa con lo que tenía que decir, necesitaba explicaciones y nadie más que Millicent podría dárselas.
—Se ha sugerido que Pansy tenía problemas emocionales y mentales previos, que no le permiten ahora despertar… —Millicent dio un paso hacia ella y se le acercó obligándola a volverse, cortándole lo que iba a decir de un solo tajo.
—Nada tiene que ver todo eso con su estado actual. —Escapó de sus labios seguros y sus ojos tan molestos que las cejas sobre ellos se unían en una sola, como una línea oscura en el rostro de piel blanquecina.
—No es raro que en algunas personas, previas depresiones o malos ratos provoquen que ataques como el de la maldición cruciatus que implica tanto dolor, se vuelvan un lastre de oscuridad difícil de pasar. —Murmuraba de forma mecánica, repitiendo lo leído en un libro de sanación avanzada.
—Mucho cuidado con lo que estás sugiriendo, Granger. —El dedo grueso de Bulstrode fue a apuntarle a la cara con descaro, Hermione frunció el ceño mirándolo con claro desagrado, luego se volvió a mirar la silla en el fondo de la habitación.
—No soy yo quien lo sugiere… el sanador del caso me lo dijo, y no entiendo por qué no despierta, ¡tendría que haber despertado ya, Millicent! —La exasperación en su voz hizo a su acompañante dar un paso atrás y bajar el dedo acusador. —Tiene que haber una razón muy fuerte para que permanezca inconsciente, no puedo creer que simplemente se vaya a dejar vencer por esto, ella no es así.
—Y tampoco es como todos piensan, Hermione… esta cosa, esto que pasó ahí, no va a acabar con ella por mucho que un sanador idiota venga a decirlo, ¿entiendes? —Ambas se miraban fijo, la conversación había dado a la habitación una atmósfera pesada y rara, Hermione asintió, pero también añadió.
—¿Qué pasó, Millicent? —Los ojos de la mencionada se clavaron en ella con fuerza, Hermione tenía la cara gacha, con los ojos paseándose nerviosos por el suelo y el espacio entre las dos, las manos no dejaba de moverlas, retorciendo los dedos.
—¿De qué hablas? —La dejó y miró cómo se mordía el labio, cómo se mordía luego la mejilla y alzaba la mirada para contestarle.
—Pansy en el Colegio, era fuerte, muy diferente, incluso la de hace unos días, la que ha estado… —Titubeó, no quería decir los recientes acontecimientos, se mordió el labio. —… siempre me pareció indestructible, yo misma vi todos los comentarios hirientes, no importaba qué le dijeran, ella siempre se recomponía, y se sabía mantener infranqueable… la Pansy de su expediente, todo lo que ahí dice, las depresiones, las decaídas, los remedios para mejorar su ánimo… esa no es la que yo conocía. —Confesó sorprendida, Millicent comprendió entonces lo que pasaba, Hermione no entendía que Pansy fuera humana, sensible y desconocía muchas de las cosas que la morena había tenido que pasar.
—Tú conociste a la que estudiaba en tu mismo curso… no conociste a la de después de eso, para ustedes fue simple, Hermione, para ustedes fue tener alabanzas y apoyo, puertas abiertas en todos sitios, para nosotros no. —Se descubrió incluyéndose, quizá era egocéntrico, pero tenía que hacerlo, al fin y al cabo, era algo que habían vivido todos los verdes de su generación. —Hablas de la persona que ofreció entregar a Potter, la misma que igual que muchos abandonamos la batalla que volvió héroes a la mitad de nuestra generación, ¿sabes cuántas veces nos dijeron que habría sido mejor que nos hubieran matado esa noche?... ¿tienes idea lo que fue convivir con las personas buenas y justas luego de eso? —Aquel "buenas y justas" lo había dicho con un sobrado desprecio y Hermione entendió, pero no entendió.
—No justifica estas cosas… no explica todo esto. —Jamás entendería, la castaña no había pasado por aquello, así que no entendería. —Lo que vi en su expediente y que no quiera despertar… Pansy podría…
—Pansy no está loca, Hermione. —Los ojos le refulgían y Hermione pensó en Harry defendiéndola, no era lo que iba a decir, pero Millicent así lo interpretó; no supo qué hacer además de bajar un poco la mirada sintiéndose más culpable todavía, porque sus palabras no iban encaminadas a esa conclusión, pero si Bulstrode la había obtenido...
—Yo misma he pasado por esa tortura, lo sabes… y no tardé tanto en reponerme, ¿qué está atando a Pansy a ese sueño? —Preguntó con la mirada fija en Millicent que se la sostuvo relajándose de pronto, Hermione vio entonces el color de ojos de la Bulstrode y se sorprendió; con el correr de los años aquella mujer se había transformado de forma curiosa, no había perdido su enorme tamaño o su aire rudo, pero sí había ganado mucha femineidad y era algo interesante de ver.
—Pansy puede tener cualquier motivo para permanecer dormida si quiere, pero una cosa sí te digo, lo que no podemos permitir es que esté metida en ese sueño sin que le ayudemos a salir, sin que lo intentemos. —Sonaba en serio molesta y decidida y Hermione notaba cierta marcada contradicción en su argumento.
—Osea que puede quedarse ahí si quiere, pero tenemos que ayudarla a salir… ¿no notas cierta contradicción en lo que dices, Millicent? —Preguntó cambiando el peso de uno de sus pies al contrario y mirándola fijo, un cierto sonrojo le llenó las mejillas a su interlocutora y se obligó a no sonreír para no hacerla sentir peor, aunque cuando menos se percató se le escapó una sonrisa cansada y suave que curiosamente Millicent imitó, la tensión se había ido por completo, ahora les quedaba cierta agotada cordialidad que las dos dejaron al fin salir relajándose a la orilla de la cama.
Hubo entonces un espasmo en la manta sobre la cama.
—Una contradicción evidente… pero necesaria. —Era la voz de un ratón, suave y ligera, tan suave que casi no se hubiera oído de haber estado en otro tipo de habitación; al volverse ambas encontraron a una Pansy exangüe que les miraba con los ojos entrecerrados y llenos de vidrio, como si tuviera lágrimas a flor de párpado que se negaban a salir del todo.
—Despertaste. —Millicent dio dos pasos hacia ella rodeando la cama y tirándose de rodillas para sujetarle la mano, Pansy no quitaba sus ojos de Hermione que sintió como si una masa densa de temor subiera desde su estómago hasta anidar en su garganta.
—Con su volumen de voz… despertarían un sordo. —Parecía como si se le fuera a partir la garganta a media frase, quizá lo hiciera si se esforzaba más; Hermione sonrió dejando que un hilo de lágrimas se le escurriera desde los ojos, de pronto tenía muchas ganas de recostarse contra ella como Millicent lo había estado haciendo al llegar.
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Hacía mucho tiempo que el trabajo de oficina no le parecía tanto, tan rápido como se deshacía de uno pronto llegaba más, su tiempo libre era tan breve y transcurría tan rápido que creía ver las manecillas moverse a una velocidad inaudita; incluso los problemas para descifrar lo que había pasado parecían el triple de complicados porque ella tenía la mente enfocada en algo más y le costaba concentrarse diez veces más cuando se tomaba en cuenta que casi no había pegado el ojo en los últimos días. Millicent llevaría esa mañana a Pansy a su casa, tras dos días de observación y visita de muchas personas interesadas en su estado, otras más que nada impulsadas por la tendencia humana natural a saber, a enterarse; en muchas ocasiones había logrado escapar de la oficina para ir a verla, pero siempre se encontraba con que había demasiada gente en la misma habitación, a veces tanta que pasaba desapercibida, otras veces optaba por ni siquiera entrar, porque ya muchos le miraban con interés poco sano.
Al fin esa tarde Parkinson sería llevada a su casa y como ella misma había dicho por la noche "Al fin podré encerrarme y recuperar el control de mi vida", mirándola a ella por sobre los hombros de los curiosos y entre los rostros de los entrometidos; una piedra enorme y fría cayó en su estómago al ver aquellos ojos verdes clavarse en su rostro y ahora pensaba todavía menos si es que era posible. Estaba nerviosa, asustada. Tenía la imperiosa necesidad de ir a cuidarla, de hacer lo mismo que ella cuando estuvo convaleciente, pero no sabía cómo acercarse, tenía la sensación de entrometerse, si Pansy era llevada a casa de su madre como se había sugerido, no creía tener el valor de presentarse ahí para hacer sopas o tender camas; al menos no en casa de la madre de Pansy donde esta pudiera verle, donde pudiera hacerle víctima de todas esas cosas incómodas que le escuchaba relatar a Millicent.
Aquello la tenía con los nervios de punta.
La visita de Harry y su frustración por no saber nada de los responsables del ataque no hizo más que ponerla de malas, ahora no sólo estaba abrumada por el asunto de Pansy, ahora estaba molesta y furiosa por lo que había pasado; Pansy casi había perdido la vida, las Patil seguían en un proceso de recuperación por lo ocurrido y muchos otros habían perdido más que la tranquilidad, la vida. Las cosas no estaban bien y a veces sentía que la cabeza iba a reventarle, en los últimos días sobre todo estaba llena de desespero y frustración y no acababa de entender por qué simplemente su vida tranquila había dado la vuelta para convertirse en una vorágine de absurdos y confusión.
Agotada a extremos inesperados, aquella tarde que pensaba correr a casa de la madre de Pansy y hacer frente al asunto para poderla ver aunque fuera unos minutos a solas, acabó por decidirse a marchar a su casa, porque se sentía tan agotada que ir a ver a la morena en ese estado le hubiera dado vergüenza; en la puerta de su casa, todavía sin apenas abrir, se descalzó sintiendo las plantas de los pies como si hubiera caminado entre brasas ardientes, metió la llave en la cerradura y encendió la luz de la pequeña sala, el desorden no hizo más que aumentar la punzada en su espalda y aminorar sus ganas de huir rumbo a casa de Parkinson.
Mientras arrastraba sus pies hacia la habitación en que su cama, inmensa y terriblemente deliciosa la esperaba, distinguió un brillo curioso en el cuarto de invitados, generalmente oscuro, generalmente solo y vacío; la varita apareció en su mano casi con el parpadeo mismo, un acto reflejo de quien anda con los nervios a flor de piel producto de los recientes acontecimientos, paso a paso rumbo a la habitación, más y más se convencía de que aquello no podía ser bueno, entonces algo se iluminó en su cabeza esto, sea lo que sea, no puede ser de un enemigo… mis hechizos de protección, resguardo y secretismo no permitirían a cualquiera realizar un conjuro en casa… esto, lo que sea, es de alguien conocido a quien le he permitido la entrada a casa… a menos que…
Al abrir la puerta apoyando la mano contra ella y empujando con cuidado, mientras en la otra blandía en posición defensiva su varita, el brillo de dentro pareció titilar y deslumbrarla, por un momento se sintió a merced de cualquier cosa y sin pensarlo generó en torno suyo un escudo que pudiera resguardarla, cuando la luz pasó y ya que nada le atacó, abrió los ojos con fuerza y pudo analizar lo que había dentro; no era un objeto, tampoco una presencia, lo que tenía delante era una membrana, con la textura de las pompas de jabón que le separaba del fondo de la habitación, apenas dos pasos después de la puerta, la luz tenue de la sala impactaba en aquel muro acuoso y se reflejaba tornasolada, como con todos los tonos del arcoíris mientras se movía orgánicamente, como algo vivo y suave.
Se humedeció los labios aún con la varita en riste y se acercó más, al poner la mano sobre aquella superficie aterciopelada fue como tocar la capa superior de una piscina tibia al sol; el aire se detuvo un instante en sus pulmones cuando creyó escuchar algo más allá de la burbuja enorme frente a ella, pero no logró identificar qué era, volvió a rebuscar con sus ojos en aquella tersa tela de agua frente a ella pero no lograba distinguir sino sombras más allá, entre el color, la sombra y el arcoíris en movimiento. Entonces creyó escuchar algo nuevamente, como un siseo lejano, un llamado entrecortado, frunció el ceño y aguzó el oído y los ojos agotados, que quizá por eso mismo no le respondían como debía ser; el sonido no se repitió pero al acercar más su rostro pudo ver algo al fondo y su corazón dio una sacudida, no lo pensó, puso la mano de nueva cuenta en aquella superficie y empujó y al hacerlo, descubrió al fin lo que pasaba.
Era un portal.
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Lo estaba esperando hacía horas con tanta ansia que cuando ocurrió casi había perdido el encanto por su simplicidad, contras de idealizar un momento; se veía agotada, los ojos apagados pero sorprendidos y las mejillas pálidas, el cabello revuelto y cetrino, aun así se veía hermosa; comprendió perfecto que estaba sorprendida y muy agotada, así que a falta de fuerzas para hablar con claridad alzó la mano y le hizo una seña, para que viniera hasta su cama a recostarse a su lado. Por un instante, la castaña se detuvo como dudosa, como sin saber si sería real, miró a su alrededor para confirmar que estaban en el departamento de Pansy y entonces se aproximó a la cama, al hacerlo, la ojiverde alzó un poco la manta, hasta donde las fuerzas le permitieron y Hermione se metió a su lado, con la ropa puesta pero como si no.
—Llegas… uy tarde… —Murmuró mientras la sentía, por fin, contra su costado, la forma como su respiración cambió al hacer contacto la hizo sentir un alivio inmenso, como si al fin estuviera completa.
—Estoy muerta. —Contestó apoyando su cabeza contra su pecho, Pansy apenas podía moverse así que la dejó hacer mientras cerraba los ojos y suspiraba.
—Yo también. —Murmuró con un golpe de voz clara y nítida como siempre, Hermione pasó entonces su brazo por debajo de las mantas y rodeó su cintura, la apretó contra sí causándole un suave dolor que fue muy placentero.
Y se quedaron dormidas.
