Autor Original: Zeplerfer

ID: 3863429

Nota de la autora: Hay algunas referencias a la novela, pero no grandes spoilers.

Resumen: Esta historia va de cómo la Princesa Arthur se hizo amigo de un dragón, se enamoró de un caballero y evitó casarse con su prometido, el príncipe Francis. Incluye hechizos mágicos, galletas de la fortuna y ranas que hablan.

Parejas: USUK (principal), LietPol (secundaria), y unas pocas parejas menos que dejaré sin decir para evitar spoilers.

Valoración: seguramente será K+ toda la historia. Involucra un lengua ligero, unos pocos besos, y algunas insinuaciones para leerlas entre líneas.

Fuente del material: la premisa de la trama básica está tomado de "Dealing with Dragons" pero no necesitáis saber nada acerca de esa historia para entender esta.

"No te entrometas en asuntos de princesas, porque son sutiles y rápidas de enfadar"

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Capitulo 1: La Princesa Huida

En el cual dos países firman un tratado para un matrimonio, Arthur consigue un prometido y un título, y Kiku recibe una entregar de algo más que té.

En un caluroso día de primavera, los Reinos de Gallia y Albion acordaron dejar de lado siglos de animosidad en favor de una nueva alianza. Como muestra de su compromiso de paz, la realeza de cada ciudad firmó un tratado, comprometiéndose a que un Príncipe Galo se casaría con una Princesa de Alban. La Reina de Alban estaba embarazada de su primer hijo y esperaba ser bendecida con una niña. En su lugar, dio a luz a un hijo (Scott)…

… después a otro hijo (James)…

… después a otro hijo (Dylan)…

… después a otro hijo (Arthur).

Por casi catorce años, después de firmar el tratato, el Rey y la Reina de Albion intentaron incrementar desesperadamente las medidas que tomaron para asegurar el nacimiento de una niña (té de rosas por la tarde, sabanas de color rosa en la cama, e incluso un ritual pagano de fertilidad), pero nada de eso tuvo éxito. Sus cuatro hijos solo tenían seis años de diferencia, pero mientras más y más años pasaban, la pareja real temía que nunca tendrían otro hijo después de Arthur. Cuando toda esperanza estaba perdida, la reina finalmente dio a luz a su quinto hijo.

Le llamaron Peter.

En este punto, la pareja real releyó el tratado de paz y se dio cuenta de que nada decía específicamente que la Princesa de Alban tuviese que ser una niña. Eligieron al hijo más bonito y le dieron una tiara, clases de costura y un nuevo título.

A pesar de las burlas de sus hermanos, la Princesa Arthur aprendió a disfrutar de las artes femeninas (bordar, cocinar, bailar y jardinería). Pero nunca aprendió a amar a su prometido, el estirado, desagradable y repugnante Príncipe Galo Francis. Los chicos pasaban el verano juntos, turnándose entre los reinos cada año. Disfrutando de la nueva prosperidad cosechada por la alianza de sus países, los padres de ambas realezas esperaban que el amor floreciese con el tiempo, pero incluso si no lo hiciesen, ambos dejarían saber a los chicos que era lo que se esperaba para que cumpliesen con su deber.

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En un cálido día de primavera, la Princesa Arthur se sentó junto a la ventana a leer su libro favorito e intentar distraerse del ruido y la conmoción mientras los sirvientes movían las cajas que cubrían cada metro de su habitación. Libros, ropas y casi todas las pertenencias personales llenaban numerosas cajas. Arthur las observó con ecuanimidad mientras los sirvientes retiraban todos sus toques personales de la habitación. Muy pronto, ya no sería su habitación por más tiempo.

La madre de Arthur dirigió el embalaje y la carga con ojo atento, asegurándose de que ningún objeto fuese dejado atrás. Llamó a un descanso, dandole a los agradecidos sirvientes unos pocos minutos para conseguir algo de beber. Durante el período de calma, la Reina tuvo la oportunidad de sentarse al lado de su segundo hijo más joven, dedicándole una sonrisa afectuosa. Arthur siempre había sido su hijo más cercano.

"¿Cómo estás, cariño?" preguntó suavemente.

Arthur se encogió de hombros "Estoy bien"

Le apretó los hombros en un ligero abrazo "Tu padre estará tan orgulloso de ti. Sé que puede dar miedo mudarte a un nuevo país, pero estoy segura que serás muy feliz. Y habrá un montón de ocasiones para visitarte"

"Por supuesto, mamá"

"Me alegra que te lo estés tomando tan bien. Estaba un poco preocupada…"

"¿De que fuese a hacer un berrinche?" Arthur rodó los ojos "Mamá, tengo casi veintiuno"

Ambos alzaron la mirada cuando Pedro se precipitó a la habitación, golpeándose contra unas pocas cajas. El casi adolescente examinó la habitación con una amplia sonrisa y ojos brillantes.

"Hey, Artie, ¿por qué estás todavía aquí? Esta es mi habitación ahora"

"Todavía no, mocoso" Arthur frunció el ceño. Peter había sido un niño adorable una vez, al menos antes de entender la posición de Arthur como princesa, pero ahora era como una plaga constante.

"¡Peter! Recoge esas cajas ahora mismo y bájalas al carro" ordenó la Reina, regañando a su hijo más pequeño. Se quejó pero hizo lo que se le dijo.

Arthur palmeó la mano de su madre "Estará bien. No tienes que preocuparte, lo tengo planeado"

Ella sonrió y se relajó "Bien, volveré a empaquetar" se puso en pie, sosteniendo cuidadosamente su larga falda mientras se dirigía a los sirvientes a retirar las últimas cajas.

Arthur volvió a su libro y sonrió para sí mismo. Sabía por qué su madre estaba preocupada – los primeros pocos años después de obtener su nuevo título, Arthur había montado un escándalo cada vez que tenía que empaquetar para ir a Gallia durante el verano. Ahora que era el momento de la boda, sería una mudanza permanente. Todos esperaban que estuviese tremendamente molesto, pero Arthur había estado diciendo la verdad, tenía un plan. Solo olvidó mencionar que casarse con Francis no era parte de su plan.

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Arthur observó los campos despejados pasar. Las hermosas colinas llenas de ovejas blancas. La exuberante hierba y el follaje se mantenían verdes por la contante y suave lluvia. Los pequeños pueblos rústicos salpicaban el paisaje. Intentó guardar todo en su memoria, sin saber cuándo lo vería de nuevo.

Después de dos días de viaje, mientras se acercaban a la región montañosa que separaba Albion de Gaul, los sirvientes y guardias se relajaron, asumiendo de Arthur finalmente se había resignado a su destino. No podían estar más equivocados.

Usando la capacidad de moverse cuidadosamente y en silencio, afinada durante años de baile y clases de equilibrio, Arthur salió de la posada mientras sus guardaespaldas estaban distraídos con la cerveza y la cena. Llevaba su tiara y una pequeña bolsa con sus posesiones favoritas – las que había escondido antes de que su madre empezara a empaquetar. Bajo el amparo de la oscuridad, se acercó a una tienda de té y echó el cerrojo de la puerta donde estaba guardado el carro.

Arthur encontró las cajas marcadas como "Kiku" ya cargadas en el carro y se deslizó en una que olía a pólvora verde, encontrando un modo de descansar cómodamente entre las hojas de té sueltas.

La caja iba a ser entregada al dragón Kiku y Arthur intentaba ir con él.

Los dragones eran criaturas muy honorables, pero tenían una reputación por secuestrar princesas. Era un asunto de estatus y prestigio el mantener cautiva a una princesa para hacerla cocinar y limpiar. Después de un poco de investigación ilícita de los registros de impuestos del reino, Arthur descubrió una casa de té que hacía envíos semanales de hojas de té al dragón Kiku. A Arthur le gustaba la idea de un dragón lo suficientemente civilizado como para disfrutar de un té y esconderse en la caja le ahorraría los problemas de caminar para encontrar al dragón por su cuenta. Las princesas que voluntariamente servían a dragones eran desconocidas, así que Arthur necesitaría convencer al dragón de que era una buena idea.

Todavía planeando lo que diría, Arthur se quedó dormido sobre las bolsas que olían como a su hogar.

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Más tarde, al día siguiente y después de un viaje muy accidentado, Arthur no podía esperar a escapar de la caja y estirar sus extremidades. Esperó el tiempo suficiente hasta que el carro se fuese y se asomó. Esperó una cueva de dragón – en su lugar vio árboles. Arthur salió de la caja y miró a su alrededor con confusión. ¿Dónde estaba? ¿Y por qué el envío de la caja de té era en mitad del bosque?

Antes de que Arthur pudiese empezar a preocuparse, escuchó una educada tos tras él. Arthur se dio la vuelta y se encontró mirando cara a cara con un dragón. Sus escamas brillaban con un color tan negro como el ébano, ojos marrones y llenos de inteligencia. El dragón inclinó la cabeza con curiosidad.

Arthur respiró hondo "Ah, ¿eres el dragón, Kiku?"

El dragón asintió.

"Soy la Princesa Arthur y me gustaría trabajar para usted" dijo Arthur apresurado, sosteniendo su tiara como prueba de su lealtad y estatus como princesa "Puedo limpiar, cocinar y hacer tazas de té. Entonces, ¿qué dices?"

"¿Quieres ser…voluntario?" preguntó Kiku cuidadosamente.

"Sí. Larga historia"

"Mmm" replicó el dragón "Necesitaré probar su comida primero, Arthur-hime"

La cueva de Kiku estaba situada al lado de un estrecho saliente en lo alto de un acantilado. Voló a la parte superior llevando las cajas de té en sus garras. Le ofreció a Arthur montar dentro de una caja, pero la princesa decidió subir por las estrechas escaleras talladas en la pared del acantilado. No estaba dispuesto a confiar su vida a las garras de un dragón.

Después de su ascensión, Arthur entró a la cocina del dragón, determinado a hacer unos scones tan deliciosos que Kiku estaría de acuerdo al momento con su plan. La cocina cubría solamente las necesidades básicas, pero es evidente que había sido diseñado para manos humanas. Arthur se preguntaba cuántas princesas habría mantenido el dragón cautivadas durante su vida.

Siguiendo la receta de su madre, Arthur sacó rápidamente un grupo de scones.

El dragón masticó uno de ellos mientras Arthur le observaba ansiosamente.

"Mmm" murmuró el dragón con apreciación "Esas son las mejores brochetas de carbón que he comido en mucho tiempo, Arthur-hime"

Arthur abrió la boca para corregir al dragón, y entonces lo pensó mejor "¿Eso es que puedo servirle como su princesa?" preguntó.

"Ya veremos"

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Después de una semana de cocinar, limpiar y hacer el té, Arthur se dio cuenta de que el 'ya veremos' era lo más cercano que estaría de que Kiku dijese un 'sí'. Se relajó y desempaquetó sus pocas pertenencias en la cómoda habitación de invitados, mirando hacia su nueva vida libre de lujos y de Francis.