Gracias a mi cómplice Li por su lectura previa. Los errores siguen siendo míos.


Disclaimer:la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 35

La mirada de Edward se confundía entre sorpresa e incredulidad.

Posiblemente su cabeza estaría meditando lo que ha escuchado, lo que me doy cuenta es que parece perdido entre sus pensamientos.

No puedo juzgar su reacción porque fue exactamente lo que viví al enterarme.

Carraspee, intentando que se conectara a nuestra conversación.

― No quiero obligarte a nada ―masculle.

Si Edward no deseaba estar en la vida de nuestro bebé yo sería capaz de comprender, de aceptar, pero al menos necesitaba que fuera honesto con respecto al miedo que tenía por la paternidad.

Pasó instintivamente las manos por sus hebras cobrizas, se relamió los labios al mismo tiempo conforme iba acercándose a la camilla, inclinando la mitad de su cuerpo sobre mí.

― Isabella, ¿estás completamente segura? Perdóname si estoy confundido, lo último que sabía es que usabas el método intrauterino y bueno…

― También yo lo sabía. De hecho debo aclararlo con mi ginecólogo porque tengo muchas dudas ―exhalé mientras pasaba una y otra vez mis manos por mi vientre―. Lo que sé es que estoy gestando un bebé dentro de mí.

Su mano derecha palpó mi vientre. Tenía una amplia sonrisa en sus labios aunque su mirada aún parecía perdida.

― Tendrás un hijo mío ―susurró.

Mis ojos se aguaron al escuchar su voz emocionada.

― Perdóname… sé que no lo esperabas así…

Silenció mis labios con los suyos. En un beso tierno, lento y suave que más que nada parecía un pacto silencioso entre los dos.

― Isabella, no me pidas perdón ―dijo, al tiempo que repartía besos en mi cara― al contrario, soy yo quien debo agradecer que me hayas elegido a mí como el padre de tus hijos.

Se alejó para ver mi rostro, exactamente mis ojos.

― ¿Por qué querrás más hijos, cierto?

Negué.

― Sé que estás tan confundido como yo. No tienes porqué negarlo y anunciarte feliz, aún cuando estás aterrado, por favor, quiero tu sinceridad.

Exhaló ruidosamente.

― ¿Por qué le tienes tanto miedo a la paternidad? Dímelo.

Centró sus ojos en mí, luego de dejar un corto beso en la punta de mi nariz.

― No soy el mejor, Isabella. Tengo un carácter de mierda que casualmente, eres la única que me doblega e impone su voluntad sobre mí. Solo tú ―su índice aplastó mi nariz en una caricia juguetona―. Acepto que no estaba en mis planes, pero eso no significa que no lo quiera, es un bebé… nuestro bebé.

Era notable que Edward estaba hablando desde la conmoción y sorpresa.

Entrelace mis dedos con los suyos y sentí el frío de su piel y el sutil temblor de sus manos.

― Oye, puedo darte un par de días para meditarlo. No es necesario que ahora tomes decisiones, entiendo que estés asustado, Edward.

Sacudió la cabeza. Las suaves hebras cobrizas cayeron sobre su frente cubriendo un poco sus hermosos ojos verdes.

― Dirás que soy un pendejo, cobarde.

― No tengo porqué decir nada. No todos estamos preparados para afrontar la paternidad, tal vez con las mujeres es distinto, no en todos los casos por supuesto. Yo al principio me sentí extraña, me sigo sintiendo ―aclaré― me cuesta recordar que hay un bebé dentro mí, que estoy gestando vida.

Hundí ligeramente mis hombros.

― Con esto quiero decirte que no es necesario que hoy me digas nada ―continué― no quiero que el día de mañana te sientas comprometido o abrumado por aceptar una paternidad a la que no estás preparado.

― ¿Crees que te vas a deshacer de mí? ―el humor en su voz me hizo sonrojar.

Deslizó sus largos dedos en los mechones que caían por mis hombros.

― Ser padre no es cualquier cosa, amor. Habla de una gran responsabilidad y compromiso, tendremos a una personita que dependerá totalmente de nosotros dos. Ambos debemos estar listos para enfrentar un nuevo reto, nuestra vida cambiará totalmente y debemos estar prevenidos.

― ¿Es a lo que tienes miedo? ―pregunté sin dejar de observar su rostro.

― No es miedo. Probablemente es incertidumbre, no negaré que no me siento preparado, quizá nadie nunca lo está, solo pretendo ser lo mejor para él o ella y por supuesto para ti. Me esforzaré, Isabella. Daré lo mejor de mí para lograrlo, lo prometo.

Y lo entendía. Porque era exactamente cómo me sentía, estaba experimentando una confusión extraña con mis emociones, había una variedad de sentimientos ahora mismo que no tenía idea de cómo canalizar cada emoción.

Consideraba que era normal.

― Entonces, ¿te quedarás?

Edward me dio una sonrisa extensa y llena de felicidad. Inclinó su rostro y empezó a rozar su nariz con la mía, haciéndome sentir un suave cosquilleo que expandía calor a mi pecho.

No lo resistí y dejé que mis dedos se enterraran en esas hebras suaves que poseía su cabeza.

― Te amo, Isabella. Y estaré contigo todo el tiempo que quieras, toda la vida si es posible, no te dejaré… tú y mi bebé ahora son lo más importante que tengo, lo único valioso.

― No me dejes nunca ―sollocé.

― ¿Me perdonas? ―acunó mis mejillas entre sus manos.

Suspiré ruidosamente y entre bostezos.

― Te amo, Edward ―exhalé con todo mi amor. Eran mis sentimientos a flor de piel y más profundos― y entiendo que no has querido hacerme daño, lo puedo intuir en tu mirada.

― Nunca, Isabella. Te juro que nunca he pensado en hacerte mal.

― Ahora tengo mucho sueño ―comenté― ¿te puedes quedar conmigo?

Su dulce sonrisa lo dijo todo, entrelazó nuestros dedos y dijo:

― Seré tu esclavo.

Quería ponerme a conversar; contarle todo lo sucedido con Charlie, sin embargo el cansancio y el leve dolor de cabeza me empezaba a cobrar factura hasta que me perdí entre mis pensamientos…

.

Desperté algo contrariada y más cansada d e lo normal, escuchaba a lo lejos unas voces desconocidas hablando con Edward.

― Tendrá que acompañarnos, señor Cullen.

Abrí los ojos. Pestañeé varias veces acostumbrándome a la luz de la habitación, miré desorientada a mi alrededor, seguía en la habitación del hospital y la sonda intravenosa seguía conectada a mi piel.

― Edward… ―pronuncié con voz rasposa.

Él volteó hacia mí desde donde estaba. Me sonrió tiernamente y viéndome con una mirada que decía que no me preocupara. Lo cual no surgió efecto porque me alarmó más… me empecé a poner inquieta y me removí hasta quedar sentada en la cama.

Era un hombre de traje con el que hablaba y otro lo acompañaba, empecé a suponer que serían detectives porque logré divisar la placa que traía incrustada uno de ellos en su saco, cerca de su pecho.

Edward mantenía sus manos en los bolsillos del pantalón negro y hablaba de forma más baja, por su compostura sabía que estaba mostrando ese temple de hierro que jamás lo hacía titubear.

Intenté agudizar mi oído para poder escuchar.

― ¿Puedo ir otro día? ―Edward preguntó―. Mi esposa está en recuperación y no quiero dejarla sola.

Uno de los hombres sacudió la cabeza, no aceptando la propuesta de Edward.

Él de nuevo volteó hacia mí, pero ahora caminó a la camilla.

― Amor… ―trató de sonar casual, la punta de sus dedos se deslizaron por mi mandíbula en un toque tierno― ¿cómo te sientes?

Estreché los ojos.

― Señor Cullen ―el hombre vociferó impaciente.

― ¿Qué está pasando? ―quise saber.

― Por protocolo tengo que acompañarlos, están pidiendo mi presencia en el proceso que está enfrentando tu padre ―me explicó― regreso pronto, Isabella.

Fijé mis ojos en los suyos. Podía apreciar la incertidumbre en los ojos verdes, mientras me sonreía con tranquilidad.

Me aclaré la garganta.

― Está bien, ve y vuelve pronto, por favor.

Algo no estaba bien. Él no podía mentir por mucho que tratara de ocultarlo y yo necesitaba saber qué pasaba.


Edward no puede dejar a Bella, aunque siguen los dos un poco nerviosos por la noticia, sabemos que jamás la dejaría sola. Nos leemos muy pronto con el siguiente capítulo.

Gracias totales por leer 🌹