Capítulo 53

— No es que me moleste verte así, pero... ¿podrías taparte? —la voz de Emmett sonó ansiosa y un poco avergonzada.

Oculté una sonrisa y lo miré con una ceja alzada.

— No se ve nada que no sea apropiado —dije en su dirección.

Él se removió incómodo en el sofá de la sala del apartamento de Edward y se cruzó de brazos, sus ojos se entrecerraron y estoy segura de que reprimió un bufido.

— Si estás así vestida solo es por un motivo... y lo último en lo que quiero pensar es en ese motivo en concreto... ¿podrías... simplemente... ponerte al menos unos pantalones? —las palabras salieron de sus labios con dificultad y desvió la mirada en cuanto acabó de hablar.

Suspiré y miré hacia abajo para echarle un ultimo vistazo a mi atuendo, llevaba una camisa de Edward y uno de sus bóxer, nada de otro mundo. De acuerdo, podía entender que Emmett se sintiese un poco incómodo con eso, pero tampoco es como si llevase escrito en la frente "acabo de follar con tu hermano".

— Vuelvo en un minuto —murmuré poniéndome en pie y yendo hacia la habitación a cambiarme.

— Gracias —escuché que exhalaba y me contuve de rodar los ojos.

Regresé poco después vistiendo unos jeans y una de mis camisetas, Emmett seguía sentado y miraba una de las solicitudes para las universidades que tenía sobre la mesa de la sala, alzó la mirada en cuanto me escuchó entrar y su gesto se relajó.

— Lo siento... —suspiró y pasó una mano por su rostro— es solo que... necesito tiempo para hacerme a la idea.

— Lo entiendo... —a mi mente vinieron las palabras de Edward en el coche un par de semanas atrás, tenía razón al decir que su hermano todavía no estaba de acuerdo con lo nuestro, aunque parecía que estaba haciendo su mejor esfuerzo.

— ¿Vas a ir a Yale? —preguntó sacándome de mis pensamientos y moviendo en el aire una de las solicitudes.

Le miré durante unos segundos con el ceño fruncido y después negué débilmente con la cabeza.

— Solo voy a enviar la solicitud, pero no creo que me acepten. Edward insistió en que probase y eso es lo que voy a hacer, pero no tengo esperanzas.

— ¿A qué universidad irás entonces? —preguntó con verdadera curiosidad.

— Nueva York o Los Ángeles— contesté con indiferencia.

— ¿Universidad pública? Puedes aspirar a más y lo sabes...

Me molestó su tono condescendiente y fruncí el ceño.

— Hay universidades privadas también... —gruñí cruzándome de brazos.

Él no añadió nada más y nos quedamos unos segundos en completo silencio, uno incómodo y tirante, algo extraño cuando se trataba de Emmett, que siempre tenía una broma o algo que decir.

— Verás, Bells...

— Edward ha ido a trabajar y lo sabes... — mascullé recordando que cuando llegó unos minutos antes me preguntó por él antes de entrar sin invitación y sentarse en el sofá.

— De acuerdo... —suspiró pesadamente y se inclinó hacia delante uniendo su mirada a la mía—. Realmente quería hablar contigo...

— ¿Sobre qué? —fui consciente de que mi pregunta sonó cortante, sobre todo teniendo en cuenta que mis ojos se entrecerraron, pero nadie podría culparme, estaba harta de que todo el mundo se sintiese capacitado para darme consejos sobre como vivir mi propia vida, a ser posible lejos de Edward.

— Solo quería... verás... —balbuceó—. ¡Joder! —pasó una mano por su rostro de nuevo y me miró completamente consternado—. Espero que esta mierda valga la pena...

— ¿De qué hablas? —intentaba no reírme con todas mis fuerzas, pero era muy difícil no hacerlo al ver a un hombre tan grande con serias dificultades para expresarse, teniendo en cuenta que ese era su trabajo.

— Verás... he estado pensando y creo que tenías razón... así que lo siento.

Me quedé en blanco unos minutos y le miré fijamente sin llegar a entender... ¿de qué estaba hablando?

— No entiendo nada, Emm... —murmuré negando con la cabeza.

Él suspiró y se removió incómodo.

— Hablamos hace unos meses y tú me dijiste que estabas con Edward y yo me enfurecí con él y casi nos liamos a golpes y toda esa mierda —a medida que hablaba mi ceño se iba frunciendo más, recordaba la conversación conmigo, pero... ¿los golpes?

— ¿Cuándo fue eso exactamente? —pregunté con cautela.

— No recuerdo la fecha exacta —miró al techo y suspiró—, pero hablamos en mi despacho cuando ibas a contarle a Jasper no sé que mierda sobre los Black.

— Eso lo recuerdo, pero no sabía nada de que casi golpeas a Edward —mascullé.

— ¿No te lo contó? —negué con la cabeza y el bufó—. No fue nada realmente, Jasper nos separó y se enfadó más conmigo, no sé que fue lo que pensó que estaba pasando realmente, pero eso ayudó a que lo mío con Rose fuese más pecaminoso a sus ojos.

— Puedes estar tranquilo, Jasper ahora tiene olvidado el tema de Rose con toda la mierda que piensa sobre Edward... —hice un movimiento con la mano y él sonrió.

— Niña terca... ¡me estás confundiendo y me desvías del tema! —exclamó con una sonrisa—. Lo que quería decirte es que lo siento, me apresuré en sacar conclusiones y que tenías razón en decirme que Edward había cambiado, ahora con el tiempo puedo verlo, sobre todo en el modo en que está actuando con todo este lío de Jasper.

— Espera, espera, espera —me incliné hacia delante y me recoloqué mejor sobre el sofá—, ¿puedes repetirlo? Creo que... creo que no te he escuchado bien.

— No te regodees con mi miseria —gruñó haciendo que estallase en carcajadas.

— No te enfades... sabes que estoy bromeando —me puse en pie y avancé hasta dejarme caer a su lado e intentar abrazarlo, aunque mis brazos apenas podían rodearlo.

— Deja estas cursiladas para Edward... —masculló sin moverse ni un ápice y haciéndose el fuerte—. Bella... basta —insistió cuando continué abrazándolo pese a sus protestas—. Eres tan insistente... —farfulló mirando al techo antes de rodearme con uno de sus brazos y apretarme tan fuerte que casi no me dejaba respirar.

— Espero que Rose tenga un seguro de vida —murmuré alejándome de él unos segundos después—, si siempre la abrazas así cualquier día la rompes.

— Idiota... —espetó dándome un ligero empujón con el que casi me deja incrustada en el sofá.

— Mastodonte —le llamé de vuelta.

— No le digas a nadie que acabo de tener esta conversación contigo —dijo después de unos segundos de silencio—. Me voy —se puso en pie y me regaló una sonrisa—, Ethan quiere ir a ver a los patos a Montrose Harbor y no puedo dejar que mi niño se quede con las ganas.

— Emm... Ethan tiene apenas un año, no puede pedir nada más que agua o teta —murmuré—. Además... ¿qué mierda es Montrose Harbor?

— ¿Edward no te ha llevado allí todavía? —negué con la cabeza y él sonrió—. Él suele ser más de ciudad y allí es casi como el campo— explicó—. Hay barcos, un motón de patos y una playa... está al este de la ciudad, dile que un día te lleve, te encantará.

— Seguro... —murmuré— dale un beso a Rose y a Ethan de mi parte.

— Eso está hecho —sonrió marcando sus hoyuelos y no pude evitar hacerlo también—. Me voy... Ethan tiene que estar volviendo loca a Rose.

— Nos vemos Emm... —susurré sintiendo como cada una de las palabras que había pronunciado unos minutos antes calaban en mi pecho y me emocionaban.

— No le digas a Edward que he estado aquí... —me pidió frunciendo el ceño y haciendo desaparecer sus hoyuelos.

— ¿Por qué? —pregunté confundida.

Por un momento pude jurar que sus mejillas enrojecieron, pero podía haber sido producto de mi imaginación.

— Da igual... díselo si quieres, pero lo negaré todo —sonreí ante sus palabras y me acerqué para abrazarlo de nuevo. Me rodeó con sus brazos y enterré la nariz en su enorme pecho—. Creo que ya te lo he dicho, pero en ese momento no tenía tanto significado como ahora —no entendí sus palabras hasta que me abrazó más fuerte y besó mi coronilla—. Bienvenida a la familia... oficialmente.

Sin más que decir se alejó y se fue hacia la salida, dejándome hecha un amasijo de músculos, tembloroso y lleno de emociones que no sabía como canalizar. Me alegraba saber que ahora Emmett entendía nuestros motivos para estar juntos e incluso estaba de nuestro lado, era un gran paso adelante.

Suspiré intentando alejar de mí todo eso, necesitaba centrarme en mi próximo y último examen, por eso me había quedado en casa esa mañana y no había ido al instituto, necesitaba estudiar y aprobar geometría como diese lugar. Volví hacia la habitación y me tiré sobre la cama, donde tenía extendidos mi libro y un par de cuadernos, así como una manzana que comencé a mordisquear mientras intentaba que alguno de esa sucesión de números que había en mis apuntes cobrase sentido, era una mierda para las matemáticas.

Cuando estaba consiguiendo que un problema con ese complicado triángulo comenzase a tener un poco de sentido escuché un ruido en la puerta, mi ceño se frunció y me puse en pie dispuesta a ir a mirar, seguro que Emmett se había olvidado de decirme algo y regresaba. Avancé por el pasillo sin hacer ruido ya que iba descalza y al girar en la última esquina me encontré de frente con Edward asustándonos a ambos. Nos echamos a reír y no tardé en sentir sus brazos rodeándome mientras su pecho vibraba con sus carcajadas. Que diferente se sentían esos brazos a los Emmett, los de Edward me hacían estremecer, su olor me aturdía y hacía que mi cabeza diese vueltas, con Emmett solo sentí algo cálido en mi pecho y como se me encogía un poco el corazón mientras que su hermano era capaz de provocar un tsunami de emociones en mi interior.

— ¿Qué haces en casa a esta hora? —pregunté contra la piel de su cuello mientras me abrazaba y sentí como se estremecía contra mí.

— Cumplir una promesa —se alejó de mí lo suficiente para mirarme a los ojos y lentamente acercó su rostro al mío para besarme, comenzó lento y tranquilo para volverse desesperado poco a poco, hasta que se alejó de mí jadeando y dejando descansar su frente en la mía.

— Ponte guapa todo lo rápido que puedas, tenemos prisa —me instó dejando un beso más en mi frente y alejándose de mí de golpe.

Confundida, lo miré con los ojos entrecerrados preguntándole en silencio, estaba segura de que podría leer en mi mirada todas las preguntas que quería hacerle, pero me regaló una deslumbrante sonrisa solo alzando una de las comisuras de sus labios y mi corazón tartamudeó a la vez que mi entrepierna se humedecía un poco en contra de mi voluntad. Mi boca se secó y traté de eliminar el nudo de mi garganta carraspeando... todo eso provocado por una sola sonrisa, Edward era capaz de desestabilizarme por completo.

— ¿Guapa? —mi voz sonó baja y ronca, tal y como me sentía de excitada estaba agradecida de que no fuese un gruñido animal.

Edward rio y ese sonido hizo que la sangre hormiguease en mi dedos ante la necesidad de tocarlo, estúpido Cullen por ser tan atractivo.

— Tan solo ponte un vestido bonito, saldremos en unos minutos —dijo sin dejar de sonreír.

— ¿A dónde vamos?

Una mirada condescendiente me obligó a morder la mejilla para no maldecir porque sabía exactamente lo que me iba a decir y estaba segura de que él sabía lo que odiaba ese tipo de situaciones.

— Es una sorpresa —dijo con cautela y mis ojos se entrecerraron en su dirección—. Sé que las odias, pero es por una buena causa.

— Buena causa mis ovarios —mascullé pasando por delante de él para dirigirme a la habitación—, saldré en unos minutos.

Sin decirle nada más me encerré en la habitación dando un sonoro portazo y escuchando su risa sofocada al otro lado. Me enervaba que se tomase la libertad de darme sorpresas cuando sabía exactamente todo lo que me molestaba, pero insistía una y otra vez en lo mismo omitiendo información de a donde íbamos o lo que íbamos a hacer.

Abrí el armario con brusquedad y me quedé mirando la ropa colgada con disgusto, eché una mirada a la cama, donde mis apuntes seguían esparcidos sobre el colchón y suspiré pesadamente, no es que me apeteciese estudiar en ese momento pero tenía que hacerlo, mi graduación dependía de ese examen y necesitaba obtener una buena nota sí o sí.

— Bella —escuché su voz al otro lado de la puerta y gruñí como respuesta—. Deja de pensar y simplemente vístete, no nos esperarán durante todo el día.

Mascullé un par de improperios más y elegí un vestido al azar, me lo coloqué mientras varias palabras malsonantes salían de mis labios, todas en contra de Edward y su maldita manía de darme sorpresas. Una vez vestida me miré al espejo y observé el vestido unos segundos, estaba todavía sin estrenar y con la etiqueta colgando de un lateral, era de aquellos que Alice me obligó a comprar una de las ultimas veces que salimos de compras y ella se volvió completamente loca. Era gris oscuro, prácticamente plateado, hasta medio muslo, estrapless y un poco ceñido en el pecho y la cintura, no me gustaba especialmente pero ya lo tenía puesto y no pensaba cambiarme. Elegí unos zapatos morados y un bolso a juego antes de acomodar un poco las ondas de mi cabello y salí de la habitación encontrándome de frente a Edward, que me esperaba apoyado en la pared de enfrente a la puerta vestido con un esmoquin negro y camisa blanca.

— ¿A dónde vamos? —pregunté una vez más.

Edward rodó los ojos y negó con la cabeza, se acercó a mí y tomó una de mis manos entrelazando los dedos con la suya.

— ¿Estás lista? —asentí y sin más palabra nos encaminó hacia la salida del apartamento y después a su coche.

Me mantuve en silencio demostrándole que no estaba de acuerdo con sus métodos, podía llevarme al lugar que desease e iría encantada, siempre y cuando no se tratase de una sorpresa, estaba segura de que sabía eso pero no le importó, decidió darme otra sorpresa sabiendo cuanto lo odiaba.

— ¿Vas a hacerme la ley del silencio hasta que lleguemos? —preguntó con diversión y aunque no le estaba mirando podía jurar que tenía una sonrisa pintada en la cara.

— ¿Vas a decirme a donde vamos? —gruñí cruzándome de brazos y girando más mi rostro hacia la ventana para no verlo ni de reojo.

Volví a escuchar su risa sofocada y gruñí mirándolo con una amenaza, él aprovechó un semáforo en rojo para poner una mano tras mi cuello y atraerme hacia su rostro para besarme.

— Te amo —dijo simplemente, desestabilizándome una vez más y dejándome más confundida.

Mi ceño se frunció e hice un mohín.

— ¿A dónde vamos? —pregunté con voz lastimera.

— Terca... —dijo bajo su aliento antes de pisar el acelerador puesto que el semáforo se había puesto verde.

Volví mi cara hacia la ventana y le ignoré lo mejor que pude, aunque no podía evitar dedicarle alguna que otra mirada de soslayo para admirar lo bien que le sentaba el esmoquin... jodido Cullen que me atraía más de lo que podía confesar.

Condujo durante unos minutos hasta que nos detuvimos frente a uno de los juzgados, fruncí el ceño en su dirección cuando vi a Alice esperándonos a un lado con una enorme sonrisa y dando botes sobre sí misma como si estuviese ansiosa por algo.

— ¿Qué hacemos aquí? —pregunté con voz temblorosa.

Edward no contestó y tan solo sujetó una de mis manos y la llevó a sus labios para besar mis nudillos, me giré para ver su rostro y en ese momento me estaba regalando una mirada tan intensa que se me cortó la respiración.

— Nos esperan... —dijo en un susurro y bajó del coche dejándome completamente aturdida.

Mi puerta se abrió y la mano de Alice me obligó a salir comenzando a aplicar algún producto en mi rostro, todavía estaba un poco atontada por la reacción de Edward y me dejé hacer sin protestas.

— Me gusta este vestido —escuché que Alice decía en algún punto a mi lado, pero yo tan solo podía prestar atención a Edward que en ese momento estaba hablando con Tanya...

¿Tanya?

¿Qué mierda hacía Tanya aquí?

Mi ceño se frunció y Alice a mi lado le dio un tirón a mi cabello, me incliné en su dirección y comenzó a acomodar mis rizos en una extraña trenza en mi nuca, dejando algún mechón suelto sobre mis mejillas. Minutos después escuché como Alice exclamaba algo a lo que no presté atención, pero Edward y Tanya miraron en nuestra dirección sonriendo ampliamente para luego avanzar haca donde nos encontrábamos.

— Preciosa —susurró Edward justo antes de dejar un beso cerca de mi oído haciendo que me estremeciese.

— ¿Qué hacemos aquí? —pregunté con un hilo de voz.

Edward sonrió y se colocó frente a mí, sonriendo y mordiéndose el labio inferior con picardía... y no sabía si tenía más ganas de golpearlo o de comérmelo a besos.

— Te hice una promesa y voy a cumplirla —dejó un beso en mi frente y se alejó para mirarme a los ojos—. Querías una boda sencilla y nosotros solos, aquí estamos... sin un sacerdote, sin nuestra familia, vestidos formalmente y con los dos testigos.

Un presión en mi pecho apenas me dejaba respirar y mis ojos buscaron los suyos esperando encontrar en ellos alguna señal de que aquello no era una broma, pero tan solo pude ver todo el amor que me prometía y un poquito de ansiedad... quizás eso último era por miedo a mi reacción.

Intenté respirar con profundidad, llenar mis pulmones de aire y expulsarlo lentamente, Edward había puesto mucho esfuerzo en eso, lo había planeado y todo estaba preparado ya, estaría muy feo de mi parte si entraba en cólera y le mordía un ojo. Así que intenté tranquilizarme y pensar fríamente, había aceptado casarme con él, lo había hecho y tenía que afrontar las consecuencias de mi decisión... que tampoco es como si fuese algo que cambiaría nuestra vidas por completo, solo sería una firma en un papel que me haría ser la señora Cullen...

La señora Cullen...

Isabella Cullen...

Bella Cullen...

¡Oh!

El color abandonó mi rostro y de repente sentí vértigo... ¿podría yo ser la señora Cullen?

¿Yo... una señora?

"Respira..." me dije a mí misma, "lo prometiste, tienes que hacerlo".

Volví a mirar a Edward a los ojos e intenté sonreír.

— ¿Tenían que ser Alice y Tanya los testigos? —pregunté en un murmullo.

Edward suspiró aliviado y sonrió.

— Vamos... —me instó guiñándome un ojo.

Recodaba haber estado en ese edificio cuando fue el juicio con los Black, habíamos girado hacia la izquierda en cuanto cruzamos la puerta y nos habíamos adentrado por un pasillo sin fin lleno de puertas y con algunos agentes de policía. En esta ocasión giramos hacia la derecha y nos adentramos en la tercera puerta que encontramos, era como una sala de espera, pero mi mente estaba tan colapsada en ese momento que no era consciente más que de la mano de Edward sujetando la mía mientras Tanya y Alice parloteaban entre ellas algo que para mí carecía de sentido.

Todo ocurrió demasiado deprisa, mi mente no fue capaz de procesar más que algunas imagines dispersas; Edward y yo avanzando por un pasillo entre varias filas de sillas vacías, un juez de paz frente a nosotros diciendo mi nombre y el suyo, algo frío deslizándose por mi dedo, el flash de una cámara de fotos deslumbrándome, Edward secando una lágrima en mi mejilla y, finalmente, sus labios unidos a los míos sellando lo que fuese que estábamos haciendo allí, nada importaba mientras me besaba.

Desperté de mi ensoñación un par de horas después, cuando regresamos al apartamento y entré en él todavía un poco aturdida, me dejé caer en el sofá y apoyé los codos en mis rodillas y mi rostro sobre las manos tomando una fuerte inspiración que llenó por completo mis pulmones. Sentí una de las manos de Edward deslizándose por mi espalda, acariciando la piel que mi vestido dejaba descubierta e intentando tranquilizarme.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó en un susurro.

Exhalé con fuerza y lo miré de reojo.

— Sí, tan solo... —lo pensé unos segundos y suspiré— tan solo estoy un poco abrumada. No vuelvas a hacerme algo parecido nunca más en tu vida —lo amenacé con voz dura.

Él estalló en carcajadas y besó mi hombro desnudo haciéndome estremecer.

— No pretendo volver a casarme, así que puedes estar segura de que no volverá a pasar —aseguró sonriendo.

— Mejor... otro día como este y no lo cuento —rodé los ojos y sonreí.

Le miré unos segundos y mordí mi labio inferior mientras lo hacía, Edward se había soltado la pajarita y los primeros botones de su camisa, se había quitado los gemelos para guardarlos en el bolsillo y su cabello estaba tan revuelto como de costumbre. Pasó una de sus manos por esas hebras color cobre que siempre parecían tener voluntad propia y mi mirada se quedó calvada en ese punto, en aquel dedo y en aquella alianza dorada que ahora lo adornaba. Como acto reflejo mis dedos comenzaron a acariciar la que también estaba en el mío y la realidad de lo ocurrido me cayó encima...

Estaba casada...

Casada con Edward...

Tragué en seco y mi mirada se volvió bruscamente de Edward a la ventana abierta, por la que entraba una ligera brisa primaveral que hacía ondear las cortinas.

Mierda...

¿Qué pasaría ahora?

¿Qué esperaba Edward de mí a partir de ese momento?

Ante la última pregunta bufé mentalmente y me apresuré en convencerme que lo ocurrido esa mañana no cambiaría nada, todo sería igual que hasta ese momento y nosotros nos amaríamos del mismo modo que siempre o todavía más, todo continuaría igual.

Volví a sentir su mano en mi espalda y un beso en mi sien.

— ¿Qué ocurre? —susurró cerca de mi mejilla y me besó.

— Soy tu esposa... —murmuré con voz temblorosa.

Le sentí sonreír contra mi piel y volvió a besarme en la mejilla, pero más cerca de mis labios.

— Lo eres... —susurró de nuevo y otro beso mucho más cerca de mis labios casi me desconcentró.

— ¿Eso no cambiará nada? —mi voz sonó tan temblorosa que incluso yo me sorprendí.

— Absolutamente nada —sentenció con voz suave y deslizando sus manos por mi cintura para atraerme hacia él—, simplemente eres un poquito más mía.

—Yo no... —hizo una pinza en mis labios para silenciarme y lo miré mal.

— Eres un poquito mía aunque lo niegues —aseveró entrecerrando los ojos—. Eres mi esposa y la de nadie más... solo mía.

Reí y negué con la cabeza haciendo que soltase mis labios.

— ¿También eres un poquito mío entonces?

— Absolutamente —aseguró—. Puedes hacer conmigo lo que quieras, soy completamente tuyo.

— ¿Todo? —pregunté alzando una ceja y mordiendo mi labio.

— Todo... —dicho esto se acercó lo suficiente para que pudiese sentir su aliento contra mis labios y de un movimiento rápido me acerqué a su rostro y lo besé, enrollando mis brazos en su cuello y atrayéndolo más hacia mí. No tardó en devolverme el beso y tirar de mí hasta que me senté a horcajadas en su regazo.

— ¿Sabes una cosa? —preguntó entre jadeos después de varios minutos de besos.

— ¿Qué? —contesté en el mismo estado.

— En teoría esta es nuestra luna de miel.

— ¿Y qué ocurre con eso? —pregunté confundida.

No contestó, tan solo elevó y bajó las cejas sugestivamente un par de veces antes de echarse a reír. Mis mejillas enrojecieron y él rio más fuerte abrazándome y poniéndose en pie conmigo enredada en sus caderas.

— ¿A dónde me llevas? —pregunté al ver que avanzaba por el pasillo.

— A nuestra habitación, tenemos que consumar este matrimonio antes de que me vuelva loco —masculló contra mi cuello.

— Hemos consumado hace mucho... creo que somos expertos en el tema —reí.

— ¿Seguro? —preguntó deteniéndose en la puerta de nuestra habitación y asentí sin poder dejar de reír—. Entonces refrescaremos la memoria para que no se nos olvide...

Lo siguiente que sentí fue el colchón bajo mi espalda y el sonido de mi libro y mis apuntes cayendo al suelo.

— Estaba estudiando —rezongué infantilmente.

— Yo tengo que estudiarte a ti... hace mucho que no te veo desnuda y necesito saber si hay algún cambio.

— ¡Edward! —chillé cuando sus manos se colaron bajo mi vestido y comenzó a bajar mis braguitas.

— No me replique señora Cullen, o tendré que ponerme serio con usted —dijo con seriedad fingida.

Intenté reír, pero sus labios sobre los míos lo impidieron y tuve que responder al beso antes de morir por la ausencia de aire, pero cuando más lo estaba disfrutando, él se alejó de mí y deslizó la cremallera lateral del vestido sin dejar de mirarme a los ojos, como si me estuviese pidiendo permiso, me contuve de rodar los ojos y él sonrió de lado haciendo que mi corazón se saltase un latido.

Deslizó el vestido por mi cuerpo llevándose también los zapatos y al mirarme de nuevo gruñó mostrando un poco sus dientes.

— Siempre que te pones un vestido vas sin sostén... ¿pretendes matarme? —preguntó con voz ahogada dejando que sus manos acariciasen mi cintura con lentitud.

— Se... se... se veían los tirantes.. —balbuceé torpemente.

— Te compraré un camión de vestidos si prometes que nunca vuelves a utilizar sostén —masculló inclinándose hacia delante y dejando un beso húmedo sobre mi ombligo.

No pude evitar reír y pasar mis dedos por su cabello, pero entonces de me di cuenta de que él todavía tenía mucha ropa mientras yo estaba completamente desnuda. Comencé a batallar con los botones de su camisa a la vez que sus besos ascendían de mi vientre a mi cuello, cuando llegó a mis labios la deslicé por sus hombros y él se la quitó en un movimiento fluido. Volvió a besarme y apresó mi labio inferior entre sus dientes haciéndome jadear.

— Mía... —gruñó mirándome intensamente a los ojos.

No pude contestar nada a eso, dentro de mi vientre empezó a encenderse un fuego abrasador y casi podía sentir como todas mis células se ponían alerta esperando cada una de sus caricias.

Con desesperación, busqué la hebilla de su cinturón y la solté todo lo rápido que mis dedos lo permitieron, Edward parecía que quería ir despacio, sus besos en mi piel eran dulces, lentos y cargados de sensualidad, pero mis hormonas estaban completamente revolucionadas y no atendían a razones, ni todo el amor que sentía, ni sabiendo que esa sería nuestra primera vez como un matrimonio real podían estarse quietas y tan solo querían que se introdujese dentro de mí de una vez. Cuando por fin conseguí librarme del pantalón, metí la mano bajo la cintura de su bóxer y apresé su erección con decisión.

— ¡Bella! —exhaló contra uno de mis pechos—. Despacio o esto durará muy poco.

Como respuesta lo único que puede hacer fue deslizar mi mano a todo lo largo de su miembro deteniéndome en la punta y apretando ligeramente a la altura de su glande. Edward gruñó y sujetó uno de mis muslos pasando mi pierna sobre su hombro, me miró directamente a los ojos y sin decir ni una sola palabra me penetró de un solo evite. Jadeé sujetándome de sus hombros y clavando mis uñas en su piel.

— ¡Edward! —mascullé con los dientes apretados.

Sin dejar de mirarme a los ojos comenzó a envestir en mí, una de sus manos se sujetaba al cabecero de la cama y la otra asía con fuerza mi muslo completamente pegado a su pecho. Cada vez que se impulsaba hacia delante un sonido ronco y ahogado salía de su garganta y algunos mechones de su cabello se balanceaban en su frente. Aquel fuego en mi vientre se intensificó y comenzó a esparcirse a lo largo de mi cuerpo, mi piel se cubrió de una ligera capa de sudor y cada vez que Edward casi salía de mi interior y después se enterraba de golpe una sensación de hormigueo recorría mis muslos y se centraba en una punzada de deseo en mi clítoris.

Jadeé de nuevo cuando la mano que sujetaba mi muslo se deslizó y abarcó mi sexo, pellizcándome y haciendo que todo a mi alrededor comenzase a dar vueltas. Cerré mis ojos y mis uñas se enterraron más en su piel, sentí como si algo en mi interior explotase y toda la onda expansiva me hiciese romper en pedazos convulsionando bajo su cuerpo.

Sentí como Edward también jadeaba, como su mano liberaba mi muslo y su pecho caía sobre el mío descansando su peso en mí. Apenas podía respirar y mucho menos moverme, tan solo me dejé allí, inmóvil e intentando recordar el modo de hacer que mis pulmones se llenasen de oxigeno para continuar con vida.

— ¿Te encuentras... bien? —preguntó con voz entrecortada.

— Ajam... —fue lo único que pude contestar.

Le escuché reír y besó mi cuello antes de llegar a mis labios y dejar sobre ellos un dulce beso.

— Ha sido tu culpa, me provocas y no puedo evitarlo... —se regodeó muy seguro de sí mismo.

— De acuerdo... te perdono —dije sin aliento—, haz que vuelva a correrme así y te perdono.

Volvió a reír y unió mis labios a los suyos una vez más.

— Te amo... señora Cullen —susurró.

Intenté evitarlo, pero un gruñido salió de mis labios sin poder evitarlo.

— Eres la señora Cullen te guste o no —se burló haciéndose a un lado y casi comienzo a lloriquear cuando sentí como salía de mí.

— Todavía utilizaré mi apellido en el instituto... y en la universidad... soy una Cullen pero...

— Lo entiendo... y estoy de acuerdo.

Sonreí en su dirección y pasé un brazo por su pecho acariciando el fino vello que lo cubría.

— Te amo... —también sonrió y arrugó un poco la nariz antes de besarme y continuar con nuestra luna de miel, pero esta vez sin prisas y disfrutando de cada segundo.