La noche envolvía el bosque con su manto silencioso, y la luna, brillante y solitaria en el cielo, parecía dirigir su luz más intensa hacia un joven que descansaba bajo un árbol. Su cabello dorado, despeinado y salvaje, relucía tenuemente bajo la suave iluminación. En su rostro, dos marcas en sus mejillas recordaban a los bigotes de un zorro, dando un aire casi místico a su apariencia.

La armadura que cubría su cuerpo era una contradicción por sí misma, un diseño plateado, estilizado y contundente que recordaba a los antiguos samuráis, pero en su complexión alta, musculosa pero no excesiva, y su rostro, se notaba una clara diferencia con lo que uno esperaría de un guerrero asiático. Parecía más un hombre del norte, con su piel clara y el cabello dorado y alborotado. Tal mezcla de rasgos y vestimenta desconcertaba a los observadores que lo vigilaban desde las sombras.

Aquellos seres, ocultos entre los árboles y la vegetación, se mantenían a la distancia, sin atreverse a acercarse. Sus ojos brillaban con tonalidades inusuales: verdes, miel, ámbar, colores tan variados como misteriosos. Estaban fascinados por el hombre que yacía profundamente dormido, pero no podían superar el miedo que les provocaba su presencia.

A pesar de su curiosidad, sabían que no era un ser común. Sin embargo, tampoco sentían en él la energía de un semidiós o alguna otra entidad celestial. Solo irradiaba algo... distinto, algo poderoso pero difícil de definir.

Un leve gruñido de molestia emanó del hombre, lo que hizo que los observadores retrocedieran de inmediato, ocultándose aún más en las sombras. Boruto, el joven que había caído en un sueño profundo, finalmente abrió los ojos.

Sus iris zafiro apagados y profundos destellaron con la luz de la luna mientras parpadeaba, adaptándose lentamente a la oscuridad a su alrededor. Al observar el entorno, por un instante, no pudo creer lo que veía. Pensó que se trataba de una ilusión. Sin embargo, aquella sensación familiar, la brisa suave, los olores de su tierra, lo aseguraron de que finalmente había vuelto.

El bosque, ahora en silencio salvo por el ocasional canto de aves nocturnas, lo rodeaba, proporcionándole una paz inquietante. Pero algo más se sentía en el aire. Sabía que no estaba solo, y aunque no percibía hostilidad, notaba las presencias de esos seres escondidos.

Sabía que lo miraban con recelo, como si fuera algo exótico, algo que no pertenecía del todo a ese lugar.

—¿Dónde estoy? —se preguntó en voz baja, su tono apenas un susurro en la noche. Giró la cabeza de un lado a otro, intentando ubicar de dónde provenían aquellas miradas, pero sin poder identificar con precisión sus fuentes.

Con una expresión que poco a poco dejó de ser rígida, el joven bajó la mirada hacia su mano izquierda, donde sostenía una vieja bandana. La observó con nostalgia. Los recuerdos se agolparon en su mente: batallas, sacrificios, la pérdida de todo aquello que alguna vez consideró hogar.

Su semblante relajado mostró un atisbo de tristeza, una que se desvaneció cuando la nostalgia fue reemplazada por una tranquila resolución. Llevó la bandana hacia su brazo izquierdo, donde un conjunto de kanjis estaba inscrito en un patrón de sellos. Al tocar el texto, una suave luz emanó de ellos, y la bandana desapareció, guardada en algún lugar seguro dentro de esa misteriosa marca.

El resplandor atrajo aún más la atención de los observadores, que ahora estaban aún más intrigados. La curiosidad vencía lentamente su miedo, y algunos comenzaron a moverse ligeramente entre los árboles, pero siempre con extrema cautela.

Sin embargo, cuando Boruto se levantó, extendiendo su cuerpo y sacudiéndose el sueño de encima, sus corazones volvieron a acelerarse.

Con pasos lentos, el joven comenzó a caminar en dirección hacia ellos. Por un momento, pensaron que les había descubierto, que los había visto. Pero cuando su mirada recorrió el bosque, esos ojos azules, fríos y distantes, parecieron atravesarlos, como si fueran insignificantes, como si no representaran ningún peligro real para él.

Para los seres ocultos, fue un golpe a su orgullo. No era que los despreciara, era simplemente el joven no los percibía como una amenaza.

Estaban allí, sí, pero su energía no irradiaba hostilidad, y Boruto tenía cosas más importantes en las que pensar.

Cuando él los miró directamente, con una mezcla de frialdad y curiosidad, los observadores sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos. Pero esa mirada fue efímera, sin más, dio media vuelta y continuó su camino.

Lo observaron mientras se alejaba, viendo cómo su capa negra ondeaba suavemente al ritmo del viento nocturno, hasta que su figura desapareció entre los árboles.

Los seres exhalaron colectivamente, aliviados de que no hubiera habido un enfrentamiento. Pero sabían que aquel extraño hombre no era alguien común.

Mientras paso un largo tiempo transitando los terrenos desconocidos del bosque, se encontró con un extraño sendero hecho de cementos, por lo que, pensó con lógica que si seguía el camino se encontraría con un pueblo, y así fue.

Boruto deslizó la carta de menú hacia la joven, señalando una imagen del ramen de miso de cerdo. Aunque las palabras escritas le eran completamente desconocidas, confiaba en que la imagen hablaría por él. La chica, al verlo señalar la foto, comprendió rápidamente su intención.

—¡Oh! Quieres el ramen de miso de cerdo —exclamó la chica, relajando un poco su expresión. Aunque todavía estaba desconcertada por la barrera del idioma, al menos ahora sabía lo que el joven quería ordenar. Asintió con la cabeza y, con una leve sonrisa, se dio la vuelta para comenzar a preparar el pedido.

Mientras esperaba, dejó que su mente vagara. El ambiente del lugar era inusualmente familiar, aunque no podía precisar por qué. El nombre "Ichiraku Ramen" lo había sacudido desde que lo vio, evocando recuerdos distantes de las historias que su padre, Naruto, solía contarle.

Ichiraku había sido el lugar favorito de su padre, un rincón del mundo donde, al menos por un rato, había podido dejar atrás sus preocupaciones. Boruto no había visitado ese Ichiraku tan a menudo como su padre, pero las pocas veces que lo había hecho, escuchaba con cariño las anécdotas de su padre sobre sus días de juventud.

Sin embargo, esto no era Konoha, ni siquiera estaba seguro de si era el mundo del cual él provenía.

Algo estaba fundamentalmente distinto.

No sentía el chakra de la gente a su alrededor; en cambio, lo que percibía era otra forma de energía que le resultaba extraña, como si la conexión con la naturaleza que había aprendido a utilizar se hubiera transformado en algo más abstracto, más difuso.

Este mundo, por más que compartiera ciertas similitudes, no era el mismo.

Mientras tanto, la joven detrás del mostrador trabajaba rápidamente, preparando el pedido de Boruto. Aún sentía cierta incomodidad por la barrera del idioma, pero la acción de señalar la foto había sido suficiente para salvar el malentendido inicial.

Ella lo observaba de reojo mientras cocinaba. Sus rasgos faciales y la presencia imponente que tenía no coincidían con la mayoría de los clientes que solían visitar el puesto.

Algo en él irradiaba una fuerza extraña, como si su aura lo apartara de lo ordinario. No parecía peligroso, pero sí peculiar.

Los demás clientes en el puesto también lo observaban con curiosidad. A pesar de que el joven ignoraba las miradas, los susurros no se hicieron esperar. Algunos hablaban entre ellos en voz baja, especulando sobre si el joven era una celebridad, un guerrero, o simplemente alguien que había viajado desde muy lejos.

Algunos lo consideraban un "cosplayer" por la katana que llevaba en la cintura, aunque otros parecían un poco más cautelosos al respecto, pensando que tal vez era alguien peligroso.

Finalmente, el aroma del ramen recién preparado llegó hasta Boruto. La chica colocó el tazón frente a él con una sonrisa algo forzada, aún lidiando con el desconcierto de su interacción anterior.

El joven hombre, hambriento, agradeció en su idioma nativo, aunque sabía que la chica no lo entendería, y levantó los palillos para comenzar a comer.

El primer bocado le trajo una ráfaga de nostalgia tan intensa que por un momento detuvo el movimiento de su mano.

A pesar de lo lejos que estaba de casa —o quizás, de lo perdido que se encontraba—, el sabor del ramen era inconfundible.

Recordó a su padre y las historias de su niñez, y aunque el pasado parecía cada vez más distante, este simple plato lo conectaba de alguna manera con las raíces de su hogar.

La gente seguía observándolo, pero Boruto decidió dejar de prestar atención. Estaba claro que no pertenecía a este lugar, pero eso no le importaba en ese momento. Tenía una tarea en mente: encontrar más información sobre dónde estaba y cómo regresar. Sin embargo, por ahora, lo único que importaba era disfrutar de aquel ramen, su primer descanso en lo que parecían ser días.

Conforme iba terminando su comida, la joven se acercó de nuevo, dudando si debía preguntarle algo más o simplemente dejarlo tranquilo. Finalmente, la curiosidad ganó.

—¿De dónde vienes? —preguntó en inglés, aunque sabía que probablemente no entendería. No obstante, la chica no esperaba una respuesta real; más bien, intentaba buscar alguna señal, algún gesto que le indicara algo sobre el enigmático joven frente a ella.

Boruto, sin entender las palabras, solo la miró con una ligera inclinación de cabeza, y luego señaló hacia el cielo, intentando transmitir que había venido de un lugar muy, muy lejano.

La chica parpadeó, sorprendida por la respuesta no verbal, pero comprendió la esencia de lo que él quería decir. Sonrió con simpatía y decidió no hacer más preguntas.

A lo lejos, el bullicio del pueblo continuaba, mientras la luna iluminaba cada rincón. Aunque Boruto estaba muy lejos de casa, en ese momento, con el estómago lleno y una extraña paz en su mente, pudo permitirse sentir que, de alguna manera, estaba un paso más cerca de su propósito, de descansar.