Una figura oscura permanecía inmóvil, suspendida en el aire más allá de las nubes, donde los vientos no soplaban y el tiempo parecía detenerse. Desde esa altura, su visión era clara, como si cada rincón de la tierra estuviera expuesto ante sus ojos. Observaba con una paciencia infinita cómo los humanos, tanto jóvenes como ancianos, transitaban por el sendero de la vida, cada uno con sus sueños, sus luchas y sus inevitables fracasos.

Los ancianos, que habían vivido lo suficiente para ver el ciclo completo de la vida, compartían sus lecciones con los más jóvenes. Les advertían sobre las trampas que habían caído, los caminos que no debían seguir y las decisiones que, en retrospectiva, hubieran deseado no tomar. Algunos jóvenes escuchaban con atención, como si las palabras cargadas de sabiduría pudieran ahorrarles años de sufrimiento. Sin embargo, la figura oscura sabía que la mayoría no lo haría. Los jóvenes, ansiosos por experimentar el mundo por sí mismos, rara vez entendían que muchas de las advertencias se basaban en experiencias dolorosamente reales.

—Es el ciclo de siempre, — pensó la figura. —La juventud siempre buscará aprender por sí misma, y en su búsqueda de libertad e independencia, caerán en los mismos errores. Así ha sido desde que comenzó el tiempo.

El ser oscuro no estaba hecho de carne ni hueso, ni tenía un rostro que pudiera reconocerse. Era una sombra con forma apenas perceptible, un testigo eterno de la vida mortal. Conocía las consecuencias de las decisiones humanas como si fueran grabadas en su esencia misma, y sabía que, sin importar los consejos de los sabios, el sufrimiento era inevitable. No por malicia del destino, sino porque los humanos, por naturaleza, eran impulsivos, curiosos y, a veces, obstinados. La sombra no juzgaba, solo observaba.

Desde su punto elevado, pudo notar cómo las almas jóvenes brillaban con una luz especial, una energía vibrante que les hacía únicos. Pero, bajo esa luz, también percibía la oscuridad que acechaba a cada paso: las consecuencias de sus decisiones imprudentes, la sombra de las tentaciones, los errores que aún no sabían que cometerían. No era una oscuridad tangible, pero estaba ahí, esperando, al acecho. Solo cuando era demasiado tarde, los jóvenes la veían claramente. Y entonces, algunos de ellos se convertían en los ancianos que pasarían su sabiduría a la siguiente generación, iniciando el ciclo de nuevo.

La figura se preguntaba si alguna vez ese ciclo cambiaría. ¿Acaso un día los jóvenes prestarían atención desde el principio? ¿Podría existir una generación que rompiera el patrón, que escuchara los consejos de los mayores y evitara los mismos errores?

—Lo dudo—murmuró la sombra, como si respondiera a su propia pregunta.

Después de todo, el crecimiento humano parecía depender del dolor y la experiencia. Sin error, no había aprendizaje; sin oscuridad, no habría luz. La humanidad estaba condenada —o quizás bendecida— a aprender a través del sufrimiento, por mucho que los ancianos intentaran proteger a sus descendientes. Y en ese ciclo de prueba y error, la vida continuaba.

La figura oscura continuó observando, paciente e imperturbable. No tenía prisa, el tiempo era un concepto inexistente para él.

Y así, en lo alto del mundo, donde nadie podía verla, seguiría siendo testigo de la interminable danza de la humanidad entre la luz y la oscuridad.

Por el otro lado, bajo el manto oscuro de la noche, Boruto avanzaba entre la carretera y los bosques que la flanqueaban. El asfalto, una superficie desconocida para él, reflejaba las luces tenues de los pocos vehículos que pasaban de vez en cuando. Al principio, los había confundido con trenes más pequeños, pero pronto comprendió que esos extraños "carros" no tenían rieles. Más adelante, cuando había visto un tren real en el pueblo, sus pensamientos de asombro se desvanecieron. Este mundo era diferente, aunque no tan ajeno como lo había temido en un principio.

El frío del anochecer empezaba a apoderarse del ambiente, el aire refrescante soplaba suavemente entre los árboles. Había pasado días caminando, siguiendo caminos al azar, sin un objetivo claro más que sobrevivir y buscar respuestas.

A veces, encontraba pequeños pueblos o asentamientos, pero la sensación de desconexión con el mundo que lo rodeaba solo crecía con el paso del tiempo.

Las personas lo miraban con extrañeza, no solo por su aspecto, sino también por la katana en su cintura y la armadura que llevaba. A medida que el tiempo avanzaba, había aprendido a ignorar esas miradas.

Los días que llevaba caminando habían sido largos, a menudo repetitivos. No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que dejó el pueblo donde comió ramen, pero su mente calculaba que había sido alrededor de una semana y media. A pesar de no conocer este nuevo mundo, mantenía la calma. Estaba acostumbrado a la incertidumbre y a la soledad.

Pero la falta de chakra seguía perturbándole, más que cualquier otra cosa. Sentía algo diferente en el aire, una energía que no lograba identificar, pero no la vitalidad del chakra a la que estaba tan acostumbrado.

La oscuridad comenzó a apoderarse del cielo mientras el sol desaparecía lentamente detrás del horizonte. Boruto siguió caminando, sin detenerse, como si el propio azar lo dirigiera.

Los árboles altos a ambos lados de la carretera parecían extenderse interminablemente, y el silencio, roto solo por el suave crujido de las hojas bajo sus pies, le permitía pensar en todo lo que había perdido. Familia, amigos, su hogar...

Mientras la noche finalmente tomaba el control, las estrellas emergieron una a una en el cielo, iluminando suavemente el paisaje con su brillo lejano.

Boruto las observó por un momento, dejando que el viento frío le acariciara el rostro. A lo lejos, pudo oír el suave murmullo de un río o tal vez de un arroyo que corría entre las rocas. Su cuerpo, entrenado para la resistencia, no mostraba signos de cansancio, pero sabía que, eventualmente, necesitaría descansar.

Decidió continuar, adentrándose más en el bosque cercano, alejándose del camino principal y de los ruidos artificiales del mundo moderno. La naturaleza, al menos, le brindaba un poco de paz, algo de lo que aferrarse en este extraño lugar. Los árboles altos y frondosos lo envolvieron como un manto protector mientras el cielo nocturno brillaba sobre él.

La oscuridad de la noche envolvía el bosque, mientras las estrellas titilaban suavemente en el cielo, como si quisieran iluminar el solitario camino de joven. La brisa nocturna acariciaba su rostro, sumergiéndolo en una paz profunda. Sus pasos resonaban entre los árboles cuando, de repente, la quietud fue rota por un grito desgarrador que resonó en la distancia. El eco lejano de un rugido monstruoso le siguió.

Sin dudarlo, aceleró su paso, sus sentidos alertas a la dirección del peligro. A medida que corría, el cielo, que hasta hacía unos minutos era claro y estrellado, se llenó de oscuras nubes de tormenta. El viento comenzó a arremeter contra los árboles, y las primeras gotas de lluvia cayeron con fuerza, cada una como un látigo castigador sobre la tierra. Era como si el mismo cielo hubiera enloquecido, desencadenando su furia en cada rincón del mundo.

Entre la creciente tempestad, se detuvo frente a lo que parecía un vehículo volcado y envuelto en llamas. Las chispas saltaban al aire, mezclándose con las ráfagas de lluvia, y el fuego rugía, voraz, consumiendo lo que quedaba del extraño objeto. Pero eso no era lo que había llamado su atención.

Otro rugido, más poderoso y cercano, llenó el aire.

Corrió hacia el origen del sonido. Sus pies apenas tocaban el suelo, avanzaba como una sombra rápida en la oscuridad. Cuando llegó a un claro, lo primero que vio fue a una mujer, desesperada, con lágrimas en los ojos. Estaba gritando por su hijo, que permanecía paralizado de miedo frente a una bestia enorme.

De pronto, sin advertencia, el cuerpo de la mujer comenzó a desintegrarse, como si el mismo viento la desmoronara en diminutas partículas de polvo dorado. Su grito de angustia se cortó de golpe, dejando atrás el eco vacío de su desaparición.

Los ojos de Boruto se estrecharon. La transformación fue instantánea. Las escleróticas de sus ojos se oscurecieron, volviéndose tan negras como el cielo tormentoso sobre ellos, mientras sus iris zafiros brillaban con un fulgor azul casi fantasmal, emitiendo una luz que rompía la negrura de la noche.

Frente al joven paralizado, la criatura rugía de nuevo. Era una abominación humanoide con la cabeza de un toro, enorme y cubierto de músculos abultados que destellaban bajo los relámpagos. Sus ojos, inyectados en sangre, estaban fijos en el chico, mientras su respiración pesada resonaba como un trueno. Cada músculo de su cuerpo tensado, listo para lanzarse contra el muchacho indefenso.

No iba a permitirlo.

En un movimiento silencioso, apareció entre la bestia y el chico, su figura apenas visible bajo la cortina de lluvia. Sin pronunciar una sola palabra, empujó al niño fuera del camino, lanzándolo a un lado con la precisión y suavidad suficientes para evitarle daño. Un segundo después, el minotauro ya estaba sobre él, su embestida cargada de una fuerza brutal.

Cruzó los brazos frente a su cuerpo, recibiendo el impacto de lleno. La fuerza de la colisión lo hizo retroceder unos pasos, dejando una ligera marca en el barro bajo sus pies. Pero su rostro no mostró el más mínimo signo de preocupación. Había enfrentado seres de poder mucho más devastador. Este monstruo no era rival.

Con un movimiento fluido, desenvainó su katana, la hoja reluciendo brevemente bajo la luz de un relámpago. El aire a su alrededor pareció congelarse por un instante. Y luego, con una velocidad inhumana, Boruto se impulsó hacia adelante.

El corte fue limpio. Un solo movimiento diagonal que atravesó el cuerpo del minotauro desde su hombro izquierdo hasta su flanco derecho. Aterrizó detrás de la criatura, sin volverse para mirar.

El rugido del minotauro resonaba en el aire cargado de furia y desesperación. A su alrededor, el viento azotaba con fuerza, como si la propia naturaleza estuviese colérica, acompañada por la tormenta que caía con rabia sobre la escena.

Sin embargo, él permanecía inmóvil por un breve instante, con su espada aún desenfundada y goteando la sangre negra de la criatura que acababa de partir en dos. Los rayos cruzaban el cielo, iluminando su figura en medio de la oscuridad, con sus ojos brillando en la penumbra como dos faros de un azul sobrenatural.

La criatura, que en un principio no entendió lo que había sucedido, intentó moverse, pero su cuerpo ya no respondía. El corte de la katana había sido tan rápido y limpio que la bestia apenas lo había sentido.

Fue solo cuando cayó al suelo, partido en diagonal, que el minotauro entendió su destino. Con un último rugido de frustración y dolor, su vida se desvaneció, y su cuerpo comenzó a disolverse en polvo dorado, al igual que la mujer antes que él.

Boruto bajó lentamente su espada, observando el polvo dorado desaparecer en el viento, dejando el terreno vacío y en calma. Su respiración era tranquila, no había sudor en su frente ni señales de fatiga, solo la mirada serena de alguien que había enfrentado desafíos mucho mayores.

El chico, quien había estado paralizado por el shock, seguía en el suelo, temblando y con los ojos abiertos de par en par, mirando el lugar donde su madre había estado momentos antes. Lágrimas rodaban por su rostro, mezclándose con la lluvia que caía con furia.

—Mamá... —murmuró el chico, incapaz de apartar la mirada del polvo que se desvanecía en el viento. Estaba claro que no podía asimilar lo que había ocurrido, y el horror y la tristeza lo dominaban.

Boruto, sin decir una palabra al principio, caminó hacia él, envainando su katana. El sonido metálico de la hoja al entrar en la funda resonó brevemente, pero era eclipsado por la tormenta que no cesaba.

Se agachó junto al chico, mirándolo con una mezcla de empatía y gravedad en sus ojos todavía extraños, aunque el fulgor sobrenatural de ellos comenzaba a desvanecerse poco a poco.

—Lo siento —dijo finalmente, su voz baja, apenas audible en medio de la lluvia y el viento—. No pude salvarla.

El chico no respondió, perdido en su dolor. Él entendía esa sensación, esa impotencia al ver desaparecer a alguien cercano. Se quedó junto a él unos momentos más, esperando a que la tormenta en el alma del niño se calmara, al menos un poco. Finalmente, el joven shinobi puso una mano firme pero gentil en el hombro del chico.

—Tienes que levantarte —le dijo, con una calma que contrastaba con la furia del entorno—. No puedes quedarte aquí.

El chico lo miró, su expresión aún perdida en el sufrimiento, pero había algo en la presencia de su salvador, algo que lo impulsaba a seguir, a no quedarse inmóvil en medio de la tragedia. Aunque temblaba y sus piernas parecían demasiado débiles para sostenerlo, Boruto lo ayudó a ponerse en pie.

—Vamos —añadió, señalando hacia el bosque—. Creo que eso es un refugio.

El niño asintió, sus lágrimas aún presentes pero la desesperación había dado paso a la aceptación. Boruto lo guió lejos de la escena, alejándose del lugar donde el minotauro había caído y donde el polvo dorado seguía siendo arrastrado por el viento.

—Espera, —dijo el chico—falta mi amigo, Grover.

Se detuvo en seco al escuchar la voz temblorosa del chico. El nombre "Grover" resonó en el aire mientras la lluvia continuaba azotando el suelo con fuerza. Giró sobre sus talones, mirando al joven.

El chico estaba aferrando su brazo, aún temblando, pero esta vez no era por el miedo sino por la desesperación de recordar que no estaba solo.

—¿Tu amigo? —preguntó Boruto, entrecerrando los ojos mientras intentaba captar alguna presencia o rastro más allá de las gotas que caían pesadas sobre ellos.

El chico asintió con rapidez, su mirada ahora llena de una nueva angustia. El dolor de perder a su madre aún estaba allí, pero la preocupación por su amigo lo había hecho reaccionar.

—Sí, él estaba conmigo… antes de que todo esto sucediera. Se fue corriendo hacia el bosque cuando… cuando apareció esa cosa —dijo el chico, con la voz quebrada—. Tengo que encontrarlo, por favor, no lo dejes solo.

Boruto miró hacia la oscuridad que envolvía el bosque. Las sombras se movían, inquietas bajo el manto de la tormenta, y si algo había aprendido a lo largo de su vida es que esos lugares no perdonaban la imprudencia.

Sabía que cada segundo era valioso; el tiempo no estaba a su favor. Sin embargo, también entendía que dejar al chico solo no era una opción.

—¿Hacia dónde fue? —preguntó de nuevo, intentando mantener la calma mientras su mente ya calculaba las posibilidades.

—Hacia el este… hacia el río —respondió el chico, señalando con la mano temblorosa hacia el borde del bosque. Su voz era apenas un susurro—. Por favor… tenemos que encontrarlo.

asintió una vez, con frialdad. La tormenta no iba a detenerlo, y no dejaría a nadie atrás.

—Escucha, mantente cerca de mí. No te separes, ¿entendido? —le advirtió Boruto, con una mirada seria, aunque no severa.

El chico asintió rápidamente, aún temblando, pero con determinación en su rostro.

Sin perder más tiempo, comenzó a avanzar hacia la dirección que el chico había señalado, guiando al joven a través de la oscuridad y la lluvia. Sus sentidos estaban alertas, buscando cualquier señal del amigo desaparecido.

Mientras corrían, podía sentir el flujo de energía en su interior, una sensación diferente de chakra, pero similar, que había comenzado a percibir en este nuevo mundo. Tenía que actuar rápido. Si la bestia había estado cerca, quién sabía qué más podría acechar en esos oscuros árboles.

—Grover… —murmuró el chico mientras lo seguía de cerca—. ¡Por favor, que esté bien!

Los árboles parecían más densos cuanto más se adentraban en el bosque, las sombras cada vez más profundas. La luna apenas lograba atravesar las nubes negras que dominaban el cielo. Boruto agudizó sus sentidos y finalmente, después de unos minutos de carrera, escuchó algo.

Un crujido.

Era un sonido extraño, como ramas partiéndose, pero también algo más: una respiración pesada. Boruto alzó una mano para indicar al chico que se detuviera.

—Quédatelo aquí —le dijo en un susurro.

El chico se quedó quieto, aferrando su chaqueta mientras Boruto avanzaba con sigilo hacia el origen del sonido.

A medida que se acercaba, finalmente lo vio: una figura delgada y temblorosa, atrapada entre los árboles. Un joven con cabellos rizados, rasgos delgados y gafas redondeadas, agazapado detrás de un tronco. Su respiración era errática, y sus ojos estaban muy abiertos, llenos de pánico. Pero lo más sorprendente era lo que estaba a su lado.

Un ser extraño, de aspecto humanoide pero pequeño y retorcido, con ojos brillantes, estaba rondando cerca de Grover. Sus garras afiladas parecían listas para atacar, emitiendo un gruñido bajo mientras olfateaba el aire.

Boruto no necesitó más tiempo para actuar. Con un movimiento rápido, se lanzó hacia la criatura, su katana desenvainada de nuevo en un abrir y cerrar de ojos. La hoja brilló bajo la tenue luz de las estrellas mientras cortaba el aire.

El ser chilló cuando lo alcanzó, derribándolo con un corte limpio.

El cuerpo del monstruo se desplomó al suelo, deshaciéndose en polvo, al igual que el minotauro antes que él.

Grover, quien había estado paralizado por el miedo, finalmente dejó escapar un jadeo cuando se dio cuenta de lo que había sucedido.

—¿Tú… tú me salvaste? —murmuró, sus ojos todavía llenos de incredulidad mientras miraba al joven con la boca abierta.

el shinobi asintió, guardando de nuevo su katana en la funda.

—Estás a salvo ahora —respondió con firmeza—. Tu amigo está preocupado por ti. Vamos, salgamos de aquí antes de que aparezca algo más.

Grover asintió, aún tembloroso, pero siguió a Boruto de vuelta al claro donde el chico estaba esperando, visiblemente aliviado cuando vio a su amigo.

—¡Grover! —gritó el chico, corriendo hacia él y abrazándolo con fuerza—. Pensé que te había perdido.

—Yo también… El minotauro no estaba solo —respondió Grover, con lágrimas en los ojos—. Gracias… gracias por salvarme.

Boruto los miró brevemente, pero no se permitió relajarse del todo. El peligro en este mundo nuevo aún acechaba, y tenía que mantenerse alerta. No iba a permitir que ningún otro inocente cayera si podía evitarlo.

—Tenemos que seguir moviéndonos —dijo finalmente—. La tormenta no se detendrá, y no sabemos cuántas otras criaturas como esa pueden estar rondando por aquí.

—Espera—dijo Grover, y procedió mirar al chico, a quien debía de proteger de los monstruos, pero había fallado por su cobardía al no enfrentar al monstruo que lo alejo del chico—Percy, seguramente nos escucharon, debemos ir al lugar que tu madre quería enviarte. El campamento.

el rubio se tensó cuando presintió unas presencias acercándose, su katana brillando bajo la luz de las estrellas mientras mantenía una distancia segura entre él y los recién llegados. Grover, con las manos temblorosas, sostenía al inconsciente Percy, mirando de reojo al rubio, preocupado por lo que estaba a punto de suceder.

El crujido de ramas rompió el tenso silencio cuando una figura apareció a la carrera desde el bosque. Su cabello rubio y rizado rebotaba a medida que avanzaba, los ojos fijos en Percy. La expresión en su rostro estaba cargada de una mezcla de sorpresa y urgencia.

—¡Él es! ¡Él debe ser...! —comenzó la joven, frenando en seco cuando el filo de la katana destelló ante ella, cortando el aire a apenas unos centímetros de distancia.

—Aléjate —gruñó Boruto, su voz firme, aunque su postura denotaba que estaba listo para cualquier acción rápida.

La joven se detuvo en seco, levantando las manos como señal de paz, pero sus ojos seguían fijos en Percy con una extraña mezcla de reconocimiento y preocupación. Dio un paso atrás, su respiración agitada, claramente frustrada por la barrera que tenía en frente.

Antes de que pudiera decir algo más, una nueva voz emergió desde las sombras del bosque.

—Annabeth, silencio —ordenó, con un tono firme pero calmado, un hombre de aspecto barbudo que se adelantó, imponiendo una presencia serena entre los árboles.

Boruto no apartó la vista del hombre, pero tampoco bajó su guardia. El recién llegado tenía la mirada serena y una mano levantada en señal de tregua.

Annabeth, quien aún no había apartado sus ojos de Percy, apretó los labios y dio un paso atrás, dejando que el hombre barbudo tomara la palabra.

—No venimos a hacerles daño —dijo el hombre con voz profunda, mirando primero a a este particular joven adulto y luego a Grover—. Solo queremos llevarlos a un lugar seguro.

Boruto, sin bajar la katana, intercambió una mirada rápida con Grover, quien asintió débilmente. Un largo suspiro salió del joven, sin ninguna otra opción que confiar en Grover, por supuesto que sentía que estas personas tenían buenas intenciones, pero sus sentidos aun podían ser engañados.

Observó al hombre con cuidado, los músculos de su cuerpo aún en tensión. Pero tras un momento de deliberación, finalmente relajó la postura, deslizando su katana de vuelta a la vaina con un movimiento fluido y elegante.

—Bien... confiaré en tu palabra —respondió Boruto, su acento marcado, luchando con cada palabra en inglés—. Perdonad... si mi inglés no es... perfecto. Hace solo unos días... estoy aprendiendo.

El hombre, sin perder la compostura, asintió lentamente, su expresión tranquila y su mirada serena. Había algo en él que irradiaba paciencia, como si estuviera acostumbrado a lidiar con situaciones tensas y extranjeras.

—Soy Quirón —se presentó el hombre, con una leve inclinación de cabeza, su voz profunda pero calmada, casi paternal—. Un gusto conocerte.

Los ojos de Boruto lo estudiaron con atención, notando cómo, a pesar de su porte sereno, había una fuerza contenida, una autoridad suave pero inquebrantable. Aún sin entender del todo quién era, sintió que podía confiar en él... al menos por ahora.

Quirón le dedicó una pequeña sonrisa, cálida y llena de comprensión.

—No te preocupes por el idioma. Lo hablas lo suficientemente bien —dijo con esa calma que parecía aliviar incluso a Grover, quien se mantenía cerca—. Ahora, por favor, síganme. Vamos al campamento de verano. Será más seguro allí

Quirón no dijo nada más. Boruto, aunque aún desconfiado, permitió que el hombre barbudo liderara el camino. Sus pasos eran silenciosos pero calculados, como si cada movimiento estuviera preparado para una posible amenaza. A medida que ascendían por la colina, la lluvia se volvía más persistente, cayendo en gruesas gotas que golpeaban la tierra con furia. El aire estaba cargado de humedad y una sensación de antigüedad, como si la misma naturaleza guardara secretos ocultos en cada rama.

Finalmente, al llegar a la cima, se detuvo y alzó la vista. Frente a él, el paisaje se desplegaba como un cuadro casi surrealista. Un vasto valle se extendía ante sus ojos, sus campos cubiertos por una fina neblina que bailaba en el aire como espectros silenciosos. A lo lejos, las luces cálidas de una granja se encendían a través de la tormenta, sus destellos amarillos brillando entre la lluvia, como un faro en medio de la oscuridad. Parecía un lugar tranquilo.

Algo más llamó su atención. Al borde de la colina, un árbol imponente se erguía solitario, con una presencia que parecía dominar todo lo que lo rodeaba. Era un pino, alto y majestuoso, con sus ramas extendidas como si ofreciera protección a la tierra misma. A medida que la brisa lo golpeaba, sus agujas susurraban viejos secretos. Pero no era solo un árbol. Había algo más, algo... que no podía identificar, hasta que comprendiese como funcionaba este mundo.

A sus pies, una enorme puerta de bronce estaba incrustada en la ladera. Estaba forjada con grabados intricados y runas que parecían brillar bajo la luz del relámpago. Era una entrada, pero no cualquier entrada. Estaba claramente destinada a proteger algo valioso o peligroso.

Cuando Boruto vio a Quirón, Grover y la niña rubia atravesar la barrera, algo casi imperceptible, como una ligera vibración en el aire, pareció identificarlos y dejarles paso sin resistencia. Otros niños, algunos con ropas desgastadas y otros armados con espadas y escudos, también cruzaban esa barrera sin problemas. Boruto, con Percy aún inconsciente sobre sus brazos, fue el último en acercarse a la puerta.

Suspiró.

—Bueno, qué más da— murmuró el Uzumaki, ya cansado y más que acostumbrado a lidiar con situaciones inusuales. Avanzó lentamente hacia la barrera, pero al intentar cruzar, algo extraño sucedió.

Percy pasó sin problemas, pero él... no.

La barrera, que parecía inmaterial a simple vista, lo detuvo con fuerza, como si fuera una pared invisible. La energía alrededor del escudo vibró ligeramente, reconociéndolo como una amenaza.

Frunció el ceño. Era raro, no estaba acostumbrado a ser rechazado por un simple campo de energía. Observó por un momento, analizando la composición de la barrera.

A pesar de su apariencia ligera, parecía tener esa energía viva que no reconocía del todo, distinta al chakra con el que estaba familiarizado. Aún así, no se rindió fácilmente.

Inhalando profundamente, comenzó a moldear su chakra, ajustando su flujo para que coincidiera con la energía que sentía en el ambiente. Era como un eco distante, pero con un toque de naturaleza viva, casi como si la misma tierra respirara a través de esa barrera. Añadió sutilmente su chakra de la naturaleza al flujo, adaptándose a esa vibración única.

Con un paso firme, lo intentó de nuevo. Esta vez, la barrera no lo detuvo. Sintió cómo su energía resonaba con la del lugar y, lentamente, fue aceptado. Al cruzar, ajustó a Percy de nuevo en sus brazos, quien, por fortuna, no despertó de forma abrupta por el golpe anterior.

—Quizás la situación fue demasiado estresante para él— murmuró nuevamente Boruto, casi para sí mismo, mientras observaba el rostro relajado de Percy.

Al levantar la vista, se encontró con la mirada asombrada de la niña rubia, Annabeth, quien parecía incapaz de ocultar su fascinación. A unos metros, Quirón lo observaba en silencio, con una pequeña sonrisa en sus labios, como si hubiera esperado que lograra superar la barrera. Boruto, sin decir una palabra, solo asintió en su dirección, sabiendo que no entendía que carajo sucedía.