Aquí vamos otra vez…
Anotaciones:
Ya con las obscenidades dejadas de lado, procedemos al capítulo introductorio de Ranni, la que, independientemente de lo que decida más tarde, será la pareja principal del protagonista.
Disfruten.
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Pugna Divina
~~Introducción~~
Capítulo 2: Ranni, la Princesa Inmaculada
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Las llamas farfullaron con desgano en plena calma; constante, sin alteraciones. Obliteró la primera línea. Un hecho muy recurrente. La sucesión de letras manchada, innecesaria, se deshizo tal cual la ceniza joven es alejada de su nacimiento en el empuje inexorable del viento violento y rampante. Una luz. Una flamígera ilusión de azulado y amarillento fuego se vio y se desvaneció. Y todo a causa de sus errores. De su error. Errores que no volvería a repetir, errores que jamás la dejarían avanzar si es que los seguía cometiendo. Realizó los trazos nuevamente, y una magia pura circuló por sus miembros proveniente de ningún lado, debajo de su piel, casi como una segunda sangre, una segunda naturaleza vívida y recalcitrante. La pluma corrió, manchó el papel con la esperanza de, esta vez, no fracasar. Ella imaginó la figura de aquello a lo que siempre anhelaba. Su sangre cursó los arroyos de su corazón, la magia gélida de su luna la hizo sucumbir en su mar de sensaciones indecibles. Estaba tan cerca, a solo unos escasos instantes hasta que… fracasó. La magia del momento se escabulló y la tinta, que formaba una escritura antigua e inentendible, fue ahogada en un manchón de azul oscuro, frío; gélido y oscuro, tal como su luna.
Ranni suspiró exasperada cuando la práctica para su conjuro falló otra vez. Cuando en simple «papel» no fue capaz de iniciar el rito mágico. No solía usar estas parafernalias tan anticuadas, papel y tinta, pero, para lo que ella quería lograr, necesitaba impregnar un «algo» con su esencia para guiar a la sustancia, al alma. Y dejar marcas de su magia en conjuros antiquísimos resultó ser su única salida, por lo menos que ella supiese o conociese. Y ella era la hija de la reina de los Caria, por lo que si no sabía de algo era porque probablemente no valiese la pena. Sea como sea, de momento no funcionó y esto ya la estaba estresando. Hubiese preferido mil y unas veces realizar estos encantamientos con su cetro, con el cual poesía mucha más afinidad que con una mera e insipiente pluma. Pero, en fin; ella misma se propuso estos quebraderos de cabeza.
Dejó la pluma sobre el escritorio, de una madera oscura, y atiborrado de pilas de libros y pergaminos de eras y civilizaciones pasadas, y apoyó los codos sobre él. Sus manos acunaron su cabeza de cabellera rojiza, un fuego azul crepitaba en una chimenea a su costado. Por una ventana, entraba a hurtadillas la luz de la luna que nunca la dejaba sola; su solitaria compañera. A veces, depende de la habitación que usaba para sus investigaciones y prácticas y del momento del día, se escurría unas trazas de brillo del detestado áureo. Pero las magias reflectantes de la mansión impedían que esto sucediese a menudo. Aparentemente, según su madre, estos eran vanos y burdos intentos de la Voluntad Mayor de espiar a la única empírea fuera de su alcanza. Para espiarla a ella.
Y este comportamiento tan dictatorial de la Orden Dorada no se acrecentó de tales maneras hasta la llegada que aquel individuo. La deidad extranjera que puso patas arriba todo lo creído y preconcebido hasta ese entonces. Él violó las normas y fundamentó las mayores dudas en el poder de los áureos. Les provocó algo, un daño, irreparable. Las bases por las que se cimentó el orden hoy establecido, fueron burladas por un ser extraño del que nadie alguna vez antes había hablado o sugerido su existencia. Un enigma.
Y vaya enigma…
La pelirroja posó sus manos por debajo de su mentón y visualizó un cuadro en una las paredes. Encima de la chimenea de fuego casi extinto, una pintura de Rennala de la Luna Llena y una joven princesa Ranni la saludó. Su madre con una delgada línea sonriente en sus labios, y la hija con una mueca similar (aunque Ranni sabía perfectamente que esa sonrisa suya era impostada, pues a ella nunca le había agradado posar para los encuadres). Se encontró a sí misma rememorando aquellos tiempos con añoranza. Cuando su padre no los había abandonado. Cuando sus hermanos aún actuaban con algo de hermandad y tenían cierta dedicación por mostrar su aprecio por sus parientes. Cuando su madre era una las personas más fuertes y respetadas de las Tierras Intermedias, y no una destrozada mujer melancólica. Pero, por sobre todas las cosas, Ranni añoró aquellos tiempos cuando eran felices, realmente felices. Días que siempre consigo traían consigo una calidez reconfortante a su pecho, pero, a su vez, un duro golpe helado que le avisaba y le recordaba que aquello jamás volvería. Ranni nunca volvería a tener una familia unida, una familia normal. Una familia.
Lo bueno de la repentina aparición de aquel sujeto, el que puso en jaque a todos los gobernantes de las Tierras Intermedias y que antepuso la probabilidad del arribo de un novísimo orden, es que tras su ataque su madre recobró algún vestigio de sus sentidos arrebatados por el traidor de su padre. Recuperó un poco de ese liderazgo y fuerza, un tanto olvidados, que llevaron a Rennala a convertirse en la reina de los Caria y la reina de la luna llena. La situación lo ameritaba. Pues, si la Orden Dorada no hubiese contado con cada soldado dispuesto de estas tierras, entre ellos incluyendo a los magos de la Academia de Raya Lucaria, quizás su gran enemigo no se habría retirado o rendido.
Porque sí, la familia real cariana conocía la verdad. Los áureos no vencieron como tal, sino que finalizaron el combate en tablas porque la energía de la Bestia Dorada se agotó. O eso dijo la propia bestia. O eso es lo que Radahn dijo que oyó de pasada cuando los soldados se reagrupaban entre la confusión posterior a la batalla, justo cuando los muertos se realzaban de sus quemadas y rotas armaduras, de entre los escombros y la tierra acumulada y removida por el increíble repertorio de habilidades y ataques divinos de la Bestia Dorada.
Ah, sí, ese fue otro punto a tener en cuanto, el más importante de hecho. El ser que un día se presentó ante ellos y postró de rodillas a todo aquel que osaba desafiarlo, también era capaz de revivir a los muertos o de manipular sus almas para que regresaran a sus cuerpos reconstruidos en consecuencia de una explosión exuberante de su poder, en lo que es, básicamente, revivir a los muertos. Un acontecimiento sin precedentes el que un ente ajeno a las Tierras Intermedias consiga algo de tales magnitudes: manipular el ciclo de vida y muerte a voluntad, con poder puro.
Y aquello desestabilizó de sobremanera cualquier orden dado hasta dicho evento. Todo lo creído, lo pregonado por los seguidores del Árbol Áureo derrumbado con una sencillísima acción. Bueno, de sencillo, revivir a los muertos, en realidad no tenía mucho, prácticamente nada.
Escuchó un golpeteo en su puerta, la puerta de su habitación, lo que cortó las cavilaciones de Ranni, dejándolas para más tarde. Atendió a aquel golpe con unas breves palabras.
"Adelante." Dijo con neutralidad, a la vez que guardaba aquello en lo que estuvo trabajando desde el amanecer. Una sirvienta, una dama ataviada de túnicas blancas, entró al cuarto de la princesa lunar y, educadamente, le hizo saber que ya le habían preparado su baño vespertino; una cotidianeidad. Ella asintió débilmente. Quizá relajarse un poco y alejarse de todos estos pensamientos complicados, además del quebradero mental del conjuro que practicaba, no le vendría mal.
Una vez ordenado todo, partió a los baños de la mansión con paso tranquilo. Ningún apuro había. Llegó a la sala de paredes bruñidas y enladrilladas, con una gran tina de burbujeante espuma y agua caliente expulsando su vaho en mitad de ella, donde tres sirvientas de azuladas vestimentas realizaban los preparativos finales para el baño de la princesa, su princesa. Tenues velas iluminaron la sala. Aquí no entraba ninguna luz de fuera y ventanas no había (por obvias razones). Alfombras rojas con florituras en dorado cubrían tramos del suelo. Un candelabro platinado estaba por sobre la tina, también ofrendando su suave luz. Mesas a los costados donde se apoyaban las mudas de ropa, donde se dejaba la ropa sucia que posteriormente lavaban los sirvientes. Cetros y bastones antiguos, con piedras celestes refulgentes en sus puntas, a modo de exposición en las paredes formando una X. En realidad, estaban dispuestos allí para defensa personal (o eso creyó Ranni) en caso de emergencias.
Velozmente las sirvientas terminaron con la preparación. Dejaron una mesita al lado de la tina con una selección limitada de jabones y lociones, pues Ranni lo pedía así. Ranni las despidió a las sirvientas una vez no tuvieron más nada por acomodar o arreglar; prefería desvestirse y vestirse por sí misma, aunque siempre se ofrecieran a lo contrario sus siervas.
Se acercó a una de las cómodas para dejar sus joyas y alhajas y, de reojo, vio su figura en un espejo de cuerpo completo, con bordes de platino y piedrecitas refulgentes incrustadas. Ranni estaba ataviada con la clásica indumentaria de los magos de Raya Lucaria, o de la familia real de los Caria (aunque, en verdad, ambas indumentarias eran prácticamente idénticas): una túnica azul oscuro de fina seda con dos tiras de tela roja que recorrían su forma desde sus pies hasta sus hombros, donde una hombrera sostenida por un amuleto abrochado a su cuello yacía. El amuleto contenía una piedra roja, similar a un gran rubí plano, en un marco de oro semiinmaculado. Dos insignias doradas, que implicaban su importancia como miembro de la familia real cariana, colgaron de sus pechos. Tenía en sus muñecas brazales dorados con, al igual que su amuleto, piedras rojizas. Anillos de misma condecorada decoración. Por lo visto, a Ranni le gustaban las gemas rubíes enmarcadas en dorado.
Ella se quitó sus joyas, una a una, sosegadamente. En sus pertenencias había una minúscula llave, tan minúscula que parecía de juguete. De entre sus ropas, asimismo, sacó un talismán que su madre le obsequió de niña; en el cual una niña, una astrónoma, divisaba a las estrellas con pasional desenfreno y anhelo. Y sin joyas y sin metales en su cuerpo, todos retirados, comenzó a desprenderse de su ropa. Sus botas, sus finísimamente tejidos pantalones oscuros y su túnica. En un santiamén, quedó tal y como vino al mundo. Y enteramente desnuda, decidió que no vendría mal hacer una pequeña inspección cercana a su cuerpo. Se paró frente al espejo.
Piel blanca y tersa, comparable a una lisa capa lunar. Se contradecía con la melena roja que efusivamente pedía que posaran su vista en ella; dos cascadas de su cabello cayeron por delante de sus hombros. En la cuenca de sus ojos brillaron dos ámbares con intelectualismo profuso. Labios de un rojo profundo. Delicados y bellos rasgos faciales de una imperialmente hermosa princesa lunar. Sus miembros, brazos y piernas, eran delgados, pero no por ello enclenques o frágiles, todo lo contrario, ya que Ranni tenía fama de ser una fiera dama de la guerra, incluso en el combate cuerpo a cuerpo, sea con hechizos o no. Pechos modestos, nada muy exuberante y rimbombante; pezones de una tonalidad granate. Bajando más allá de su vientre plano y sin el menor rastro de cicatrices o marcas, se hallaba una mata de cabello carmesí recortada con prolijidad (ella misma lo hacía de vez en cuando). La carne sonrosada de su vulva se escondía allí, sin atisbo de cambio o pedido de satisfacción. Ranni era asexual, o eso creía ella tras décadas y décadas sin recibir un único indicio de sus órganos sexuales, y, por lo tanto, nunca nadie había logrado despertar el llamamiento del deseo sexual, mucho menos concebir un acto carnal con su persona. Y sí, por estas circunstancias, Ranni era virgen, inmaculada como los copos nevados en los picos prohibidos; la Princesa Inmaculada, le decían de hecho.
Viendo su esbelto y divino cuerpo, el más mínimo signo de una sonrisa orgullosa se pintó en la faz de la inmaculada princesa lunar. Veinte años astrales (cinco centenales) apenas se hicieron notar en su cuerpo de mujer joven. Hacía rato que su fisiología tuvo un parón en su envejecimiento, y seguía aparentando una adolescencia tardía.
Ranni dictaminó que era momento de detener su auto adulación, por lo que encaminó a la tina, aún humeante, y se deslizó dentro, sintiendo el calor plácido que le producía el agua caliente contra su nívea y sedosa piel. Metió una pierna con cuidado, luego otra, y luego se sostuvo de los bordes mientras se hundía con un deleite indescriptible en el cálido y espumoso líquido.
"Ah…" Un suspiro involuntario se escabulló de sus labios. Pero es que el gozo de un baño caliente, después de un atareado día de fracasos en su objetivo máximo, fueron demasiado para la princesa carmesí. Las ideas se le escurrieron tal cual lo hace la arena en un puño. Su mente en blanco, solo disfrutando del mar de sensaciones relajadoras y distractoras. Soltó otro suspiro, esta vez a voluntad suya. Ser hija de la realeza, de en tanto en tanto, no estaba del todo mal.
Radiante y contenta yació en el agua cálida, disfrutando cada segundo.
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Las velas profundizaron su fulgor. Una aparición se personó.
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Caminó por los pasillos levemente iluminados de la gran mansión de sus patrones. Ataviado con sus ropajes negros de preceptor, que consistían en una toga oscura, un sombrero de anchísima ala, y con dibujos representativos de los movimientos estelares; y con guantes y pantalones completamente negros. Él era un preceptor, su máscara de hierro daba fe de ello.
En su mano diestra cogía un cetro. Y, con andares victoriosos y ansiosos, Seluvis avanzó a lo que más ambiciones le despertaban. Un bello e indómito cuerpo de mujer, la mujer más codiciada de todas las Tierras Intermedias, al menos por él. Tenía un plan, y, si la cosa no fallaba, sería testigo de la deliciosa desnudez de su princesa.
Había mandado a las sirvientas a limpiar el comedor, diciéndoles que la última vez su trabajo no fue satisfactorio y que habría reprensiones si volvía a ocurrir; salieron despavoridas a cumplir con su encomienda. Blaidd, el semilobo y sombra que vigila a Ranni casi todo el rato, fue enviado a solucionar un supuesto problema con trols y maleantes en los caminos que llevan al gran Elevador de Dectus (una farsa, por supuesto). Y la madre de la niña, la reina Caria, se encontraba en Raya Lucaria, como ahora frecuentaba la gran mayoría de los días, comandando con flamantes fuerzas a los hechiceros y hechiceras de la academia, renovadas tras el ataque de aquel bicho dorado a la Orden Dorada. No había lugar al error. Hoy se saldría con la suya y con una imagen que no olvidaría jamás: la de su tierna princesa pelirroja remojada y desnuda.
Seluvis no fracasaría. Vería con sus propios ojos de perverso mago, a través de un simple hechizo de clarividencia, la desnudez, y quizás algo más, de la princesa inmaculada. Quién sabe si la hija de Rennala, que decía no obtener deseos carnales de ningún tipo, era en realidad una sucia y promiscua damisela lujuriosa. Quién sabe si en estas circunstancias ella aprovechaba para tocar su propio cuerpo con descaro. Acunando sus senos. Introduciendo un dedo.
Casi tropieza imaginándose a la pelirroja en una situación tan comprometida, viéndose obligado a extorsionarla con favores indecentes para que no le diga nada a nadie con tal de mantener su renombre y fama impolutos. Favores sexuales. De la princesa inmaculada, de una empírea. Tuvo que detener sus cavilaciones antes de comenzar a salivar, pues salivando y pensando en tales depravaciones podría generar el cauce de un río prominente dentro de la mansión de los Caria.
Llegó a la puerta que, detrás de ella, se encontraba el baño. Y en ese baño estaba su mayor recompensa. Sin muchos rodeos, empezó a conjurar su hechizo en susurros muy bajos, procurando que ella no lo oyera. Seluvis colocó, previo a que las doncellas le prepararan el aseo a la princesa, un pequeño objeto de transvisión (una pequeña pelota de cristal; un clásico) en el candelabro central de la sala, por lo que vería en todo su impudoroso esplendor la figura desnuda de la joven Ranni. Tan joven. Tan inocente y pura.
Trató de efectuar la conjura perversa, pero el objeto que permitiría su transvisión no le devolvía la señal y, por lo tanto, no podía ver. Giró varias veces su cetro, y sin embargo no surtía efecto. ¿Eran las protecciones mágicas de la mansión? No, justamente por ello vino a tan cercana distancia del objeto de transvisión, con el riesgo de ser descubierto, para que no saltara la alarma de actividad mágica y para que no hubiera interferencias. Otra cosa estaba interponiéndose, cortando la comunicación. Pensó que quizás la princesa se había percatado de su pequeño objeto espiador y que lo quitó, pero no tenía sentido; si se hubiese enterado, Seluvis ahora mismo sería alimento para un pulpo gigante, o incinerado al momento directamente.
¿Qué ocurría? ¿Qué estaba interfiriendo?
~~o~~
Dormitaba cuando un fuego extraño se encendió. Un calor engulló a la sala, y la sofocó con una pesadez que antes no la comprometía. Era imposible no darse cuenta. Todo entraba en contacto con el pesado calor que, no invitado, se sumió en el baño con ella. Pero no en la habitación, no en el plano somático de las cosas. En un sentido metafísico, ella percibió un ardor que, de la nada, subió la temperatura hasta obtener cierta incomodidad.
Removió sus hombros. Su cara expresó desagrado. Su cabello rojizo se le pegaba al cuerpo, mojado, como prendiéndose de la vida. Ranni frunció su ceño. Algo no encajaba. ¿Por qué este repentino calor, esta incómoda sensación? No era el agua calurosa que antes abrazaba su cuerpo con placidez. No. Era algo más.
Ofuscada, intentó localizar la señal de donde provenía el nuevo calor, para descifrar la naturaleza de aquello que la encendió a ella y a la habitación. Fue extraño, pues no aparentaba provenir de su entorno, sino más bien ser algo interior. Se preguntó si se había enfermado, pero ella nunca lo hacía. Se preguntó si esto era el resultado de sus prácticas paganas con hechizos de naturalezas desconocidas, pero, si fuera el caso, hace años que tendría que haberle pasado algo remotamente similar, y eso no pasó.
Continuaba con los ojos cerrados cuando, meditando, se encomendó la misión de hallar aquello que la acaloraba antes de que desapareciese. Una mano se deslizó semiconscientemente por su cuerpo. Fue a su pecho donde percibió un tenue asomo del caluroso abrasor, pero no era esa su fuente, no se concentraba en la zona el núcleo del calor. Aunque su corazón latía con rapidez.
Tanteando, su mano prosiguió las andanzas hasta su estómago, donde también ardió, y con mayor potencia que en su pecho; y tuvo que preguntarse si comió un alimento o bebió un brebaje sospechoso, una sustancia… venenosa, tal vez. Pero, devuelta, ella, una empírea, difícilmente se viera tan alertada y afectada por un mero veneno, no podía ser. Además, tendrían que saltarse decenas de líneas de defensa, guardias y encantamientos protectores, de la mansión real para siquiera acercarse a ella y a sus alimentos tan bien cuidados y preparados por los siervos.
Descartando a su vientre como el origen del calor, reinició su descenso hasta límites insospechados. Hasta senderos peligrosos, oscuros e inexplorados. Tan inexplorados que, alguien con el suficiente sentido común, ya se habría dado cuenta de lo que este calor significaba realmente. Pero Ranni no. Específicamente Ranni, era incapaz de consolidar la concepción de la proveniencia del calor. Una idea inconcebible. Hasta que se percató.
Sus ojos se abrieron entre una mezcla de pánico, horror y sorpresa. Reconoció de dónde provino la alteración. De adónde la llamó a actuar el clamoroso ardor. Justo en ese instante, cuando el miedo la inundó con impaciencia, escuchó algo, un sonido, que parecía una voz, proveniente de detrás de la puerta.
"Mierda…" Ranni percibió con sus sentidos agudizados el susurro de una maldición. Y la furia ciega de la empírea hirvió. Pero esta vez sin un ápice del otro calor. Uno de los bastones dispuestos en las paredes terminó en sus manos, de algún modo.
Seluvis, que del otro lado de la puerta conjurando se encontraba, repentinamente se vio disparado hacia atrás, con tal fuerza que pareciera que un par de centinelas agrestes le asestaron un golpe combinado con todas sus fuerzas, mandándolo contra una pared. La puerta del baño se fue con él en su peregrinaje a lo que probablemente sería su muerte. El humo se alzó en los pasillos reales de la mansión de los Caria.
Un grupo de sirvientas, asustadas, se acercó a ver que transcurría desde las plantas inferiores cuando advirtieron el sorprendente ruido; un grupo de caballeros carianos las acompañaron a los pisos superiores temiendo que alguien haya osado atacar a su princesa, en mitad de su baño vespertino cuanto menos. También saltaron las alarmas mágicas. Con espadas desenvainadas y escudos hacia el frente, los caballeros carianos avanzaron deprisa, alguno que otro poseía un bastón de hechicería en vez del armamento normal de un caballero; tras ellos, pegadas a sus espaldas, las siervas de la mansión los siguieron de forma apresurada.
Al llegar al sitio, la escena sorprendió a todos de manera ecuánime. No repararon en ningún intruso indeseado o al menos no uno ajeno a los Caria. Pues allí, tirado en suelo y sumido entre polvo y escombros, se hallaba el preceptor Seluvis, la princesa inmaculada, vestida rápidamente con un albornoz de pieles y aún con gotas cayendo por su cuerpo, encima de él con una cuchilla refulgente que despedía un vaho helado puesta a centímetros de su yugular, un bastón en su otra mano con el que conjuraba la cuchilla gélida. La cara de la joven luna era de un odio y repugnancia palpables, casi dignos de una bestia feroz y bellamente rabiosa. La cara de Seluvis no se podía ver, pero un genio no hacía falta ser para saber sobre el terror absoluto plasmado en su faz por tener a semejante dama tétrica amenazándole con asesinarle.
Un hálito humeante salió de las bocas ocultas tras cascos de los caballeros, jadeantes. Las doncellas y sirvientas temblaron del frío. En los pisos, en las paredes y en los techos se podían notar restos de escarcha formada hace instantes. Daba la impresión de que hubiese reventado una bomba helada. Gigante bomba helada.
"Lady Ranni…" Dijo uno de los caballeros más cercanos, confundido. Ranni o no estaba de humor (no lo estaba) o, por la mirada asesina de soslayo que le mandó al caballero, interpretó aquello como un cuestionamiento, a ella, una empírea, la Princesa Inmaculada. El solado calló, rectó en silencio y aguardó hasta que la princesa volviera a pedir su palabra o, en consecuencia por sus transgresiones, su cabeza en una pica. El resto siguió su ejemplo.
Volviendo al origen de su enojo, Ranni centró toda su atención en el preceptor golpeado y despistado; el choque contra la pared negra de la mansión fue bastante potente como para atontarlo un buen rato, o, tal vez, estaba fingiendo con la esperanza de escabullirse como una ratilla. No sería el caso. Y la gélida rabia de la princesa de la luna oscura se expresó en el idioma hablado, pero fue como oír las amenazas de un dios de las tinieblas.
"Espero que tengas una buena excusa, pedazo de basura pervertida." Dijo. La sangre circulante en las venas de Seluvis le dieron la sensación detención permanente, petrificada por la significancia de las palabras de su princesa. Aún tenía el cuchillo de magia refulgente a precisos instantes de hincarle en la garganta y acabar con su miserable vida.
~~o~~
Marcharon siete lunas desde el incidente. Siete lunas en las cuales Blaidd la escoltó en cada momento, en cada lugar. Se lo dijo a su madre, pidió explícitamente que colgaran a Seluvis por si las dudas, pues ninguna prueba de su supuesto agravio había (más que aquello que ella jamás admitiría que percibió). Ella sabía lo que él quiso perpetrar, y eso hizo que su rabia ardiera como un volcán explosivo en erupción, con magma incandescente surcando los cielos. Sin embargo, su madre le aseguró que, pese a que Seluvis supo ser un idiota salido, no constaba que él hubiese usado su magia en ese entonces. Le dijo que lo dejara pasar, que, en cualquier caso, ya no se volvería a repetir. Ranni apretó los puños y tuvo que aceptar la resolución de su madre. Seluvis seguía siendo un recurso, un recurso útil. Quizás por eso no le otorgó el castigo que Ranni justamente pretendía.
'Nadie debería de salirse con la suya espiando a la princesa de la realeza cariana.' Pensó con impiadoso orgullo. Rennala pensó que era un berrinche que tarde o temprano se le iría. Pero tardaría, como mínimo, cinco astrales en no acordarse de la sucia y pervertida rata fornicadora de Seluvis.
Ahora estaba en su torre, más allá de la mansión. Un lugar privado para ella sola. Bueno, realmente tan sola no, Blaidd descansaba abajo, aguardando en la puerta. Desde el lío del baño, juró no desprotegerla de nuevo. Y ahí se mantuvo, a su lado, todo el rato, exceptuando cuando ella le dijo que reservara las distancias.
Con cetro en la mano, y arrodillada en el suelo de su torre personal, Ranni ejerció antiguos hechizos en silencio y privacidad. El frío en la habitación cerrada, con las ventanas tapadas, rozaba lo absurdo; pero Ranni ni sintió un poco de molestia por las bajísimas temperaturas. Delante de ella, en un cuenco de plata, una mano azulada, quieta y sin indicio de que posea vida, tampoco que la haya poseído en tiempos pretéritos. Tonalidad de un azul claro, uñas blancas; hebras de un hilo grisáceo en la muñeca.
No era una mano real, no una que hubiese pertenecido a un ser vivo. No obstante, tampoco fue un juguete o la pieza de porcelana de una muñeca de gran tamaño; la carne estaba viva. Demasiado real para que sea falsa, muy ficticia para que sea orgánica. Un limbo. Entre vida y muerte. Vida real y vida no tan real. Muerte real y muerte no tan real. Ideal para Ranni.
Cuando iba comprobar la vida de la mano muerta, la interrumpieron.
Toc. Toc.
Tocaron a la puerta. Ranni tomó la mano en sus manos y se apuró a esconderla en dondequiera que sea. Al tacto era como un pedazo de hielo recién sacado de un lago congelado. Se le erizaron los pelos, pero no había por qué temer, nadie la descubriría. La encubrió en una tela y la guardó en un cofrecito, del tamaño idóneo para ocultar manos, en uno de sus armarios. La mano recubierta permanecería aquí hasta que volviera. La llavecita del cofre la escondió en las túnicas, siempre iba consigo.
Ranni fingió estar acomodando algo cuando ordenó que, sea quien sea, pasara adelante. La puerta se abrió, con un sonido chirriante de sus bisagras. Ella esperó que fuera Blaidd o cualquier otro súbdito. No esperó a su madre visitándola personalmente a su torre.
Cabello negro recogido y coronado por su alta corona que representa a la luna, ojos azules y profundos, altura un tanto superior a la de Ranni, largos ropajes de la Academia de Raya Lucaria, su cetro regio en sus manos, la cariana azul centelleaba. Se tensó, porque la propia figura alta y voluminosa de la reina Caria lograba eso con su simple presencia, aunque fuera su madre.
"¿Puedo pasar?" Le dijo su madre. Su aire cortés, inclusive hablando con su hija, nunca se desvanecía.
"Claro." Respondió Ranni. Se apoyó contra el mueble en el que antes guardó su mayor secreto. Disimuló con holgada practicidad la normalidad de una niña de la realeza cariana que nada malo tramaba ni nada malo estaba haciendo. Pero su madre tenía esa vista afilada que, hasta entrada cierta edad, no se dio cuenta de su existencia. Y la puso nerviosa. Un poco nerviosa.
La mujer mayor entró a lo que sería la guarida particular de su hija, su pequeña. Estanterías con decenas de libros y pergaminos, una mesa con su respectiva silla, ventanas ocultas tras azulados cortinajes. La madera era oscura. Las paredes límpidas, de piedra impecable y lisa, así como el suelo. Arriba del escritorio, una luna blanca como el centro de mediciones de una esfera armilar. Candelabros de pie sostenían velas a medio quemar. Piedras refulgían en decoraciones y en lo que, Rennala supuso, eran investigaciones y pruebas de estas mismas, pues colocadas de manera desordenada las hallaba por aquí y por allá, y su hija no solía avalar el desorden.
Una vez visualizado el entorno Rennala dirigió su vista a su hija. La niña que ella concibió había crecido. Aparte de lo físico, Rennala pudo discernir una madurez apabullante en sus ojos ambarinos. Agudizados a partir de los siglos de estudio y educación bajo el tutelaje de los más sabiondos magos de los Caria, y ella misma, su madre, Rennala de la Luna Llena, una reputada y poderosa maga que hacía rato que sostenía su título de reina. Aunque, en sus pretensiones, tenía intención de que alguna vez su única hija mujer la sucediera. Si es que los sucios y desleales áureos no planeaban tomarla como la sucesora de Márika, pues ya fue marcada desde su nacimiento como empírea y plausible pretendiente al trono.
"Bonito despacho." Determinó la reina Caria, mirando a su tierna niña con amable pasividad. Su hija no compartía el lujo.
"Gracias." Dijo la princesa lunar secamente, probablemente enfadada por su determinación con el tema de Seluvis. Lo que Rennala desconocía, es que la sequedad de su tono se debía más que nada a un nerviosismo intrínseco al sitio elegido para la reunión, una guarida donde solamente ella y sus fidelísimos sirvientes ostentaban permiso para entrar, que a una influencia por los eventos recientes.
"Veo que no estás muy habladora, ni amistosa, el día de hoy."
"No mucho." Contestó, de brazos cruzados, la pelirroja.
"¿Es acerca de Seluvis?" Ranni, que hasta el momento evitaba el contacto visual dirigiendo vistazos hacia la habitación que ya conocía de memoria, hizo el favor de devolverle la mirada. Los ojos hondamente azules le recriminaron con pena su apático comportamiento.
"Puede ser." Admitió la princesa pelirroja con reluctancia.
"Aun sabiendo que no hay pista que lleve a pensar que realmente te estaba espiando."
"Es un mago, además de un idiota pervertido, de alguna manera se las tuvo que ingeniar."
"Escucha, mi dulce niña." La cara Ranni sufrió un leve espasmo; se le olvidaba por momentos el meloso trato de su madre. "Te creo, y creo en tus percepciones. Pero, aunque quisiera castrar a Seluvis por su tentativa de lo que sea que haya querido hacer, nuestra situación no es la mejor. Él, para mi pesar y el tuyo, es útil a su causa; y en los tiempos que corren no estamos con la holgura de otros como para echar vino al río. Lo sabes, y lo entiendes. ¿O no, mi dulce princesa?"
"Lo entiendo, sí." Respondió Ranni, sabiendo a que se refería. Mal que les pesara, Seluvis servía para algunas cosas y, tras la invasión de la Bestia Dorada, lo importante era custodiar la mayoría de recursos posibles por si lo que sucedía en las Tierras intermedias se tornaba a peor, y en el menos óptimo de los casos, un enfrentamiento frontal de los Caria y su servidumbre contra una entidad imposible de vencer. Uno nunca podía estar seguro de si podía regresar y cuándo. Y mejor prevenir todo lo que se pueda anticipar, que reconstruir desde cero y curar o enterrar a los muertos. "Lo sé" Dijo por lo bajo. Desvió su punto de atención a una encrucijada entre baldosas.
"Ven." Le dijo su madre con sencillez. Le abrió los brazos para que se acercara. Reticente Ranni se resistió. Pero de reojo viendo la cara de su madre, no supo cómo aguantar. Ablandó su corazón. Era una niña de mamá, después de todo. Mimada y querida como ninguno de los otros hijos de la reina Caria fue.
Se fue acercando con lentitud, a paso muy desacelerado. Y, estando enfrente de su madre, ni un gramo lucha o demanda fue capaz de reclamar cuando la mujer morena la sumió en un afectuoso abrazo. Madre e hija se abrazaron. Cualquier discordancia que hubiere menguó, se esfumó. El amor profuso que se tenían tal poder esgrimía.
Abrazándola, Rennala hizo círculos en la espalda de su hija. "La situación es compleja. Ojalá lo entiendas y no estés enojada conmigo."
"No lo estoy." Hizo conocer la princesa.
"Lo sé, y sé que, en parte, es mentira. Eres mi bebé, después de todo. Conozco a la perfección cuando mientes y me ocultas la verdad. Pero me gustaría no reñirme contigo, mi pichoncito." Bisbiseó con ternura entretanto acunaba a su «bebé».
"Mamá…" Se quejó una Ranni avergonzada por la manera en que le hablaba su madre. Decenas de décadas y todavía la seguía envolviendo en sus brazos, y hablándole tiernamente, como a una niñita.
"Eres lo único que me queda, y lo más importante. ¿Qué hay de malo en expresar ese amor y cariño? Hay que disfrutarlo mientras uno lo tiene cerca a aquello que le otorga tales sensaciones. Hay que abrazarlo" Rennala presionó en su abrazo. Ranni dejó caer el silencio un momento.
"Tú también, mamá, eres lo único que tengo. Lo más importante." Dijo francamente la empírea. Le sorprendió el hecho de que su madre estuviese tan cariñosa y afectiva. No se quejaba, pero estos actos no concordaban con la normalidad de las últimas y frías épocas. Algo estaba sucediendo, o, quizás, estaba por suceder prontamente.
Y como respuesta a las dudas de la empírea más digna, su madre le habló, le soltó una verdad que resguardaba en sus mangas y quería soltarle desde que entró a su «guarida».
"Por cierto. Hay otra cosa que quería que supieras. Es una cosa de la que me he enterado recientemente, y quería decírtelo en persona. Ya que, tal vez, sea una buena noticia para ti." Ranni observó a su madre con curiosidad; quiso saber qué era lo que tenía para decirle y por qué la contentaría. Rennala dijo: "La reina Márika está embarazada."
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El fuego ululaba su canto ininteligible de crepitante jolgorio, consumiéndolo todo en su camino enclaustrado y delimitado. Luz lunar se filtraba por el cristal translúcido. Un delgado y holgado vestido de dormir, de una tela de blancura ósea, rodeó su cuerpo a la perfección. Perfecto, ideal. Miró por la ventana de la mansión al celestial ambiente que solía acompañar a los alrededores de las construcciones de los Caria. Su mejilla apoyada en su rodilla mientras desde el alféizar contaba estrellas, hablaba con su luna, la luna oscura; se inspiraba para venideros días mejores.
Indudablemente, con la noticia de la probable llegada de un nuevo empíreo que la reemplazara en la cadena sucesoria del Árbol Áureo, días mejores ascendían en saliente. En poniente entonaban alegres melodías de libertad.
La emocionó. Ranni se emocionó y se alivió como nunca antes. Ser liberada de aquel duro estigma que le fue entregado a tempranísima edad, el de ser una empírea, sin siquiera consciencia suya… Cuando finalmente lo comprendió, cuando cayó en la cuenta de que jamás podría alcanzar un mínimo de libre albedrío bajo la manipulación de los Dos Dedos, ahí tuvo que decidir, y dio por emprendida su contienda.
Pero, ahora, esta buena y nueva noticia, ¿en qué lugar la colocaba? ¿Por fin dejaría de estar bajo la vista recalcitrante de la Voluntad Mayor? ¿O pretenderían otorgarle otro puesto, otra función, en su tablero de maniáticos manipuladores? Ranni no lo sabía, y deseó que lo último no fuera.
Sin embargo, había una cosa que era factual: la reina Márika espera un hijo. Y tal vez un empíreo. Otro. Un reemplazo de su figura que la ensombrecería y tomaría su lugar como factible heredera, y Ranni encantada se lo entregaría, con flores y dulces de regalo, agraciada con su nacimiento y se disrupción del maldito destino predicho.
Sorprendentemente, una hija de la luna se encontró deseando con todas sus fuerzas que ningún mal le aconteciera a aquel futuro ultimogénito de la Casa Áurea. Con todo lo que ellos le provocaron a su vida. Con todo lo que él le provocó a su madre y a ella. Con todo el dolor.
Un chispazo. El fuego intercedió. La azul llamarada de su chimenea la llamó. Ranni cortó su marabunta de pensamientos amargantes a la brevedad, tomando aquel sonido como una señal. Eran horas de dormir. Y así lo haría.
Se levantó, se escurrió entre sus sábanas suaves y de olores agradables. Perfumadas con la limpieza. Sesudamente, discernió al fuego de la chimenea de su aposento mientras se proponía dormir. Las llamas ardían con fiera determinación, el ceniciento polvo dormía en sus bases, la yesca fue consumida muy al comienzo. Factores, procesos que seguían una condición para estar vivos, que despertaban y morían en ciertas condiciones. Los fuegos necesitan un motor que los motive, un combustible que les bendiga para destellar su verdadera potencia destructiva, aniquiladora, conquistadora. Avasallantes chispas de ambición que todo lo engullen. Pero, al final del camino, un nuevo mundo se yergue; otra cosa nace. Una nueva esperanza.
Ranni cerró finalmente los ojos y cayó sin oposición en los brazos de un profundo sueño. Y mirando a la llama azul de su habitación, con destellos de blanco espectral en sus ciernes, se durmió.
El calor en los aposentos aumentó. El fuego fulguró. Cambió de coloración.
Si hubiese visto más de cerca, o con la suficiente atención, o tal vez si no se quedaba dormida, quizá habría sido consciente de la figura de algo que la asechaba desde la misma chimenea, en su ardiente forma.
Una aparición. Una figura que a través del fuego sonreía pérfidamente, con aires zorrunos, hacia la indefensa princesa inmaculada sumida en un lánguido sueño. El fuego y la iluminación de la sala adquirieron un tono anaranjado muy especial por la presencia de aquel incógnito ser. Muy peligroso el fuego; muy ardiente.
Una monocromía azafranada conquistó el ambiente, asaltó la fuente de calor. Las llamas se quejaron, suscitadas por el demoníaco ser que las amaestraba con destreza perezosa. Les socavaba el control de sus fuerzas, pero a cambio les daba un poder irrechazable, increíble. Un combustible muy superior a la magia que mantenía encendido aquel fuego. Una suprema y primigenia esencia que ardía con destartalo, apasionada por lo vivido, por lo visto, por lo querido.
Pasado unos instantes, la figura no desapareció; al contrario, se irguió más amenazante, más poderosa. Los fuegos animados y excitados se separaron, se fracturaron en nueve trazos prominentes e insospechadamente uniformes, que oscilaban de un lado y, después, del otro. Tal como colas. Sus fauces no cambiaron un ápice, y ni aunque le dijeran que la misma muerte lo perseguía con un ejército de inmortales esa faz impermutable en la diversión se vería minada.
Un zorro demonio de nueve colas observó a la bella princesa durmiente.
…Continuará…
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Anotaciones Finales:
Ya estoy planeando los arcos/sagas/actos de esta ficción. Y, por lo tanto, esto pasa a ser un proyecto un poco más serio (hace un mes, al momento de publicarlo, no lo era tanto). Las ideas están surgiendo, la historia se está construyendo; a paso lento pero seguro.
Todavía me queda pasarme el juego base otra vez y el DLC por primera para estar al día con toda la información y Lore nuevos, y quizás por esta razón modifique lo ya escrito (porque estoy caminando en el aire al escribir estos primeros episodios) en el momento que crea dado. Aviso de antemano.
Un saludo, y espero que estén disfrutando de lo poco otorgado y escrito hasta ahora.
;)
