DISCLAIMER: Los personajes que aparecen no son de mi propiedad. Pertenecen a J.K. Rowling.


I threw myself to the wolves,

only to learn of the tenderness in their howl,

and the loyalty in their blood.

- Isra Al-Thibeh-


WILD LOVE


CAPÍTULO 1.


Corre, corre, corre.

Todas las células de mi cuerpo gritan que lo haga pero no me muevo ni un centímetro. Me quedo allí de pie observando como las bestias se mueven intranquilas al otro lado del bosque.

Un aullido rompe el silencio de la noche y mi corazón se para durante los segundos que dura.

—¿Estás segura que quieres hacer esto?—me pregunta Bill de nuevo.

Me aferro a la cadena de plata que cuelga de mi cuello y respiro hondo antes de mirarlo. Lleva el pelo rojo tan característicos de los Weasley atado sobre la nuca. Las cicatrices que recorren la parte izquierda de su cara parecen más rojas esta noche y por un momento me pregunto si tiene que ver con los efectos que la luna llena causa en él.

Sus ojos, normalmente azules, tienen un brillo plateado antinatural y cuando pone una manos sobre mi hombro observo el indicio de unas garras que asoman bajo sus uñas. Siempre me he preguntado como debe ser vivir en ese limbo eterno.

Nunca será completamente un lobo, pero tampoco volverá a ser un humano de nuevo.

—Necesito este trabajo, Bill.

Llevaba dos años trabajando en la oficina de Registro de Hombres Lobo y esta era la primera vez que mi jefe, Augustus Hopkins, me pedía que lo sustituyera en un trabajo tan importante. Vale, quizás la viruela de dragón tuviera algo que ver en su repentina decisión, pero prefería verlo como la oportunidad que necesitaba para impulsar mi carrera dentro del Departamento.

Servir cafés y encargarse de la parte administrativa de la oficina no estaba en mis planes cuando acepté el puesto de becaria. En ese entonces estaba realizando el curso de especialización sobre Criaturas Mágicas, y me pareció buena idea combinar ambas actividades para ganar experiencia laboral. A día de hoy lo único que había logrado era pagar un tercio del préstamo estudiantil, y aumentar la deuda que tenía con el casero porque el sueldo era tan precario que apenas me daba para pagar el alquiler a tiempo.

A diferencia de lo que muchos podían pensar, ayudar a ganar una guerra no te abría todas las puertas que querías en el Ministerio. Todavía existía hermetismo en ciertas áreas -incluso Harry había tenido dificultades para acceder al Departamento de Aurores-, y los peces gordos como el señor Hopkins se negaban a ceder un puesto así como así.

Por esa razón me había contentado con ser su sombra pensando que algún día, quizás, podría ocupar el puesto que tanto ansiaba. Pero lo único que había conseguido hasta el momento era sellar documentos, determinar que tipo de café podía servirle a Hopkins dependiendo del humor que tuviera ese día, hacer horas extras cuando las cosas se ponían tensas en la oficina y, mi favorita de todas, llevar a su hijo a cada uno de sus partidos de Quidditch porque él "no tenía tiempo".

El mismo día que redacté mi renuncia, decidida acabar de una vez por todas con esa situación, recibí la carta donde me pedía que lo sustituyera porque todos sus trabajadores tenían otros casos asignados.

Quería que yo me encargase de las primeras tomas de contacto con un nuevo clan de hombres lobos que se había asentado en las Highlands escocesas. Parte del trabajo de la oficina de Registro de Hombres Lobos era tener un control de la población de esta especie a nivel nacional. Saber donde vivían y cuántos eran. Cómo se relacionaban entre sí y fuera de la manada. Si eran más o menos civilizados...

Si habían mordido a humanos en algún momento de sus vidas. Esto último era algo en lo que el Ministerio ponía especial atención.

Pero para conseguir que lo hicieran primero tenías que iniciar las negociaciones. Los hombres lobos desconfiaban de todo el mundo, sobre todo del Ministerio, así que nuestro trabajo consistía en ganarnos su confianza. Hacer que cedieran todos esos datos de manera voluntaria para tener constancia de toda su especie de manera legal.

Eran pocas las veces que las negociaciones terminaban bien. Había perdido al cuenta de cuantas condolencias y coronas de flores mandaba el Departamento mensualmente porque alguno de sus empleados no regresaba tras visitar a una manda.

Podía haber dicho que no y entregar la renuncia. Olvidarme de todo esto y plantearme que, tal vez, había otras salidas laborales por descubrir. Pero otra parte de mí, una pequeña vocecita interior, me pedía a gritos que lo intentara. Quizás fuera la prueba de fuego definitiva, el salto de fe que me hacía falta para poder avanzar... O para estrellarme de una vez por todas con la realidad.

En la carta el señor Hopkins había adjuntado la información necesaria sobre la manada y el contacto -Bill Weasley, en cuestión- para realizar las negociaciones.

Así que aquí estaba, a punto de pasar los siguientes tres meses conviviendo con una manada de lobos en su hábitat natural.

Si cometía el mínimo error todo podría irse a la mierda. Los lobos eran bestias muy recelosas en cuanto a su intimidad y relaciones con otras especies. Se regían por un sinfín de reglas que nosotros, los humanos, ni siquiera conocemos. Todo lo que para nosotros significaba una conducta social normal, para ellos podía ser un desaire de magnitudes incalculables.

Y todo el mundo sabía que cuando un lobo se cabreaba... El desenlace, bueno, no era muy agradable.

—Hay muchas formas de hacer esto, Hermione.—responde Bill y eso hace que vuelva al presente de forma abrupta. — Un citación formal por parte del Ministerio...

—No. —Lo corto de inmediato.— Es una manada demasiado grande como para citarlos uno por uno. Llevaría un tiempo del que no disponemos ahora mismo.

El pobre llevaba las últimas horas intentando convencerme de que esto era mala idea. Soy consciente de que podría acabar muerta o infectada. Pero no había llegado hasta aquí, después de semanas de negociaciones hasta conseguir que la manada aceptara una primera reunión, para dar un paso atrás. Sé que podía hacerlo.

Voy a hacerlo.

Bill me conoce lo suficiente como para saber que ya no hay nada que hacer conmigo. La mano que todavía sigue sobre mi hombro me da un ligero apretón y a pesar de su disconformidad, se las apaña para dedicarme una sonrisa de afecto.

— Está bien —Bill deja escapar un suspiro de resignación— ¿Quieres que repasemos las reglas?

Asiento aunque me las sé de memoria. Evidentemente, Hopkins no me dejaba asistir a sus negociaciones, pero había leído los expedientes de cada una de ellas y conocía los protocolos como la palma de mi mano.

— Esta noche te presentarás ante el alfa delante de todos. Ya sabes que depende de él que te acepten definitivamente en la manada.—dice Bill y yo escucho atenta cada una de sus palabras.— Así que no hagas ningún ruido o movimiento que pueda considerarse amenazador, o de lo contrario...

No añade nada más pero sé lo que ese silencio implica. Bill continúa de todas formas.

— Si te acepta te imprimará con su olor para que el resto sepa que formas parte de la manada.

Arrugo la nariz al escuchar esta parte.

—No va a mearme encima, ¿verdad?—pregunto porque todavía sigo sin entender como funciona ese ritual en concreto.

—No somos perros, Hermione—Bill suelta una carcajada aunque juraría que ha sonado como un gruñido— No estoy muy seguro de como funciona para ellos porque los rituales son diferentes para cada clan. Pero pase lo que pase...

—No hablo. No respiro. Y no me muevo. —respondo.

Bill asiente y ambos nos estremecemos cuando un segundo aullido, está vez más fuerte y más cercano que el anterior, resuena a través de los árboles. De repente el bosque se queda sumido en un silencio terrorífico y mi corazón se acelera. Está cada vez más cerca.

—¿Qué pasa si no me acepta?—pregunto con un hilo de voz. Es lo único que no me he atrevido a preguntar durante todo este proceso.

— Tan solo tienes que asegurarte de tocar el translador lo más rápido posible. Te llevará a un lugar seguro.

Ha sido muy amable de su parte omitir que el alfa podría despedazarme viva si decidiera que soy una amenaza para él y el resto de su manada. Que bien.

Deslizo una mano sobre la chaqueta que llevo puesta y palpo el bolsillo por encima de la tela. Dentro hay un pequeño juguete en forma de pony que Bill le robó a su hija Cecily , y que transformó en un translador por si las cosas se ponían feas.

Este pony es mi salvoconducto, mi salvación.

— Estate atenta al lenguaje corporal. —me dice Bill y noto como se le acelera la voz. Ya es cerca de medianoche y se nos acaba el tiempo.— Cualquier indicio que veas de agresividad por su parte, coge el translador y sal de ahí sin dudarlo. ¿Queda claro?

Asiento porque ponerme a llorar a estas alturas no me dejaría en buen lugar.

— Si las cosas se ponen feas no podré intervenir pero estaré aquí todo el tiempo— añade señalando con la cabeza la vegetación que hay a nuestra espalda y después su mano abandona mi hombro.— Tendré la varita a punto en todo momento, te lo prometo.

Siento frío ante la ausencia del calor que desprende su piel antinatural y respiro profundo. Lleno mis pulmones con todo el aire que soy capaz, muy consciente de que quizás pueda ser la última vez. No me permito sentir arrepentimiento ni dudas. Solo dejo que el miedo me invada durante unos segundos. Es el único instinto que me permito el lujo de experimentar.

En su estado natural los lobos son capaces de oler las emociones. Y el miedo los hace sentir superiores. Es parte de la cadena alimenticia. Ellos son el depredador y yo la presa. Y mientras piensen que soy inofensiva, que les respeto lo suficiente como para sentir miedo, todo irá bien.

Creo.

Miro a Bill por última vez. Cada minuto que pasa expuesto a la luna llena hace mella en él. Sus ojos cada vez son más plateados que azules, sus rasgos más animales que humanos. Quiero darle las gracias por todo, por haber aceptado hacer esto por mí incluso cuando conocía las consecuencias.

—Bill...

Un tercer aullido me calla antes de poder añadir nada más.

Este es muy diferente a todos los demás. Cala profundo en cada uno de mis huesos y noto como Bill se tensa a mi lado. Un gruñido se escapada de entre sus labios y veo que se inclina hacia delante sobre su cintura como si para él fuera doloroso. Desvío la mirada hacia el final del claro, al otro extremo del bosque, y compruebo que los demás lobos han dejado de moverse. Ahora todos nos miran, un sinfín de ojos plateados clavados en nuestra dirección.

No me atrevo a mirar a Bill pero siento como roza el bolsillo de mi chaqueta con los nudillos para recordarme la ubicación del translador. Mi salvoconducto. Oigo como se aleja entre la vegetación y luego desaparece dejándome completamente sola.

En la oscuridad de la noche los ojos plateados parecen estrellas caídas del cielo. Son muchos, más de los que el informe inicial establecía así que guardo esa información en mi mente para anotarlo más adelante. El silencio es tan abrumador que solo soy capaz de oír el aleteo nervioso de mi corazón.

Estoy completamente rígida en medio del bosque mientras la suave brisa del verano me acaricia el rostro. No sé cuanto tiempo ha pasado pero la tensión acumulada hace que lleve el peso de mi cuerpo de una pierna a otra. Estoy empezando a dudar de si aparecerá alguien, de si esto no ha sido más que una treta para jugar con nosotros.

Si no es más que una trampa y yo me acabo de servir en bandeja.

Sutilmente empiezo a girar mi cuerpo hacia donde está escondido Bill, para comprobar si sigue ahí, y es entonces cuando veo algo moverse por el rabillo del ojo. Un destello blanco tan repentino que logra sobresaltarme. Poco a poco levanto la mirada hasta dar con la bestia más aterradora y hermosa que he visto en toda mi vida.

Tiene el pelaje blanco y sus dimensiones son más grandes que el resto de lobos de la manada. Su complexión es fuerte y está ligeramente agachado sobre las patas traseras. Sé reconocer su lenguaje corporal. Está en alerta. Me está observando y yo no puedo despegar la mirada de él aunque quisiera.

Unos ojos increíblemente azules me devuelven la mirada, y por unos segundos me quedo embobaba mirando el brillo tan característico que los envuelve. Pero estos ojos son diferentes... Menos antinaturales y más humanos de lo que esperaba. Caigo en la cuenta de que en realidad son de un color grisáceo peculiar. Una mezcla entre plateado y azul que hace que mi respiración se agite y la piel se me eriza por completo. Esos ojos...

De repente un gruñido escapa de lo más profundo de la garganta del lobo. Un aviso, una advertencia. Me doy cuenta demasiado tarde de que su postura ha cambiado totalmente. Ahora está completamente agazapado, las garras clavándose sobre la tierra húmeda y los colmillos brillando bajo la luna llena.

Sé que va a ocurrir, lo siento en cada hueso de mi cuerpo, pero antes de que pueda meter la mano en el bolsillo y tocar el translador, el alfa se lanza sobre mí.