Na: Me sorprende como esta historia ha subido de favoritos y seguidores. No le tenía fe y ahora varios han agregado esta historia a sus lecturas. En honor a eso quiero que ustedes también participen en esta historia y como me gusta interactuar con ustedes. Me encantaría que me dieran ideas de peleas o situaciones de esta historia. La idea que más me guste la usaré lógicamente. Pero quiero ver como funciona su imaginación con esta historia. Voy a comenzar a hacer dinámicas con ustedes. Esta es la primera.
Yamato estaba sentado en su habitación, sumido en la lectura de un antiguo manuscrito sobre estrategias militares otomanas. La luz suave del atardecer se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente sereno y acogedor. Cada página que pasaba lo transportaba a un mundo de tácticas y decisiones cruciales, un mundo en el que el liderazgo y la sabiduría eran esenciales.
Un golpe suave en la puerta lo sacó de su concentración. Antes de que pudiera responder, Taichi entró, su expresión un tanto seria.
—Sultán —dijo Taichi, haciendo una pequeña inclinación—. La sultana Rika quiere hablar con usted.
Yamato alzó la vista, su interés despertándose de inmediato. —¿Sabes por qué?
Taichi negó: —Dijo que era importante.
¿Importante?
Yamato cerró su libro.
—Está bien dile que entre —respondió, dejando el libro a un lado.
Taichi asintió y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él. En un momento, Yamato se sintió a la espera, sintiendo una mezcla de curiosidad y tensión por la visita de su hermana. No pasaron muchos segundos antes de que la puerta se abriera de nuevo.
Rika ingresó con una mirada decidida. Su presencia iluminó la habitación, un contraste con la calma anterior. Llevaba un vestido elegante que acentuaba su figura, y su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros.
—Hermano —saludó, con un tono que mezclaba afecto y seriedad.
—Rika.—dijo, dejando los papeles a un lado y sonriendo levemente— No esperaba verte tan pronto. ¿Qué te trae por aquí?
La pelirroja se acercó con una sonrisa tranquila y se inclinó ligeramente, como correspondía, antes de sentarse frente a él.
—Hermano, quería hablar contigo sobre algo importante —comenzó, con una calma estudiada, aunque su mente estaba trabajando rápidamente—. He estado pensando… como sabes, mi esposo partirá pronto contigo en la expedición a Egipto.
Yamato asintió, interesado en lo que venía a continuación.
—Sí, será un viaje largo. ¿Estás preocupada por eso? —preguntó, observándola con atención.
Rika negó suavemente con la cabeza.
La verdad es que, para ella era mejor que su esposo estuviera fuera, porque no le agradaba estar con él.
—No, no es eso. Confío en que todo irá bien durante la expedición.—Comentó la pelirroja—Lo que me preocupa es otra cosa. Mientras mi esposo esté fuera, nuestra provincia queda solitaria y hay algunas temas que me gustaría tratar, debido a eso, he decidido pasar un tiempo en nuestro castillo.
Yamato frunció ligeramente el ceño, sorprendido por la propuesta.
—¿Quieres ir a tu castillo mientras estamos fuera? —preguntó, intentando entender completamente la intención de su hermana.
—Sí, me gustaría ir a mi provincia por un tiempo corto.—respondió Rika, con una leve sonrisa—. Y quisiera llevar conmigo a Takeru.
El sultán alzó una ceja, genuinamente sorprendido por esta petición.
—¿Takeru? ¿Por qué? —preguntó, no tanto por desconfianza, sino por la inesperada solicitud.
Rika se inclinó un poco hacia adelante, sus ojos reflejando una mezcla de sinceridad y determinación.
—Hermano, tú sabes lo difícil que ha sido todo para Takeru últimamente. Ha estado atrapado en la rutina de la ciudad y creo que este tiempo fuera le haría bien. El palacio es… agotador en ciertas ocasiones, y creo que necesito un cambio de aires.
Sí, eso era verdad.
—Además, me gustaría pasar tiempo de calidad con él. Hace mucho que no tenemos esa oportunidad. Mientras tú estés fuera, creo que es el momento perfecto para que él también se tome un respiro, lejos de las miradas inquisitivas y las obligaciones que siempre lo persiguen aquí.
Yamato entrecerró los ojos, pensativo. Sabía que había algo más detrás de las palabras de su hermana, pero no podía negar la lógica de su argumento. Takeru, aunque leal y dedicado, a veces parecía llevar una carga más pesada de lo que correspondía. Quizás un tiempo fuera le serviría para recargar energías. Pero aún así, la sorpresa seguía presente.
—Es una solicitud inusual, Rika… —comenzó Yamato, midiendo sus palabras.
—Lo sé —lo interrumpió ella con suavidad—. Pero te aseguro que es por su bien. Solo quiero lo mejor para él, y sé que este tiempo juntos lo ayudará. La vida en la ciudad puede ser abrumadora para alguien como Takeru.
Yamato se quedó en silencio unos momentos, sopesando las palabras de Rika. Finalmente, suspiró y asintió lentamente.
—Está bien. Si crees que será lo mejor para él, te doy mi permiso para llevarlo contigo. Pero cuídalo bien.
Rika sonrió con alivio, aunque en su interior ya tenía su plan en marcha. Se inclinó agradecida ante Yamato.
—Gracias, hermano. No te arrepentirás de esta decisión. Me aseguraré de que Takeru esté bien cuidado… y lejos de los problemas que lo rodean aquí.
Yamato asintió, observando a su hermana mientras se retiraba de la habitación. Sabía que Rika siempre tenía motivos ocultos, pero en ese momento decidió no indagar más. A veces, era mejor dejar que las cosas siguieran su curso.
Lo que Yamato no sabía era que Rika, en silencio, ya había decidido apartar a Takeru de Hikari. Para ella, la mejor manera de proteger a su hermano menor era alejándolo de la tentación, y con él en su castillo, los rumores que comenzaban a surgir entre las paredes del palacio se desvanecerían con el tiempo.
Sora se encontraba en sus aposentos, con el rostro cubierto de lágrimas, su pecho agitado por el llanto. La desesperación que sentía era palpable, y sus sollozos resonaban en el silencioso cuarto. Miyako, su leal kalfa, intentaba en vano consolarla, inclinándose a su lado, con voz suave:
—Mi sultana… por favor, no llore más. Todo se resolverá, verá que el sultán reconsiderará su decisión.
Pero Sora no escuchaba, su corazón estaba destrozado. Los pensamientos sobre el mausoleo, ese honor que le habían prometido, la abrumaban.
Sora levantó la vista, su rostro empapado en lágrimas, y apenas logró musitar entre sollozos:
—No puedo… no puedo entender… ¿Por qué me hizo esto? ¿Por qué Yamato decidió darle el mausoleo a ella?
Natsuko, que se encontraba en lugar, observaba con pena a su nuera.
—Sora, intenta calmarte.
—Lo siento madre, pero es inevitable.
La oji-azul caminó con firmeza hacia ella, con la serenidad de alguien que ya lo había visto todo en la vida palaciega. Se sentó a su lado, y acarició suavemente el cabello de Sora mientras le respondía:
—Entiendo, en lo absoluto, sabía que esto te afectaría, querida. No esperaba menos. Después de todo, ese lugar te pertenecía… hasta que esa serpiente veneciana, Mimi, decidió cambiar las reglas del juego.
Sora se hundió aún más en el dolor, apretando sus manos con fuerza sobre su pecho, intentando controlar el llanto pero sin poder hacerlo.
—Estoy tan cansada, madre sultana… —confesó, con la voz rota—. No puedo más. Hice todo lo que se me pidió. Lo he apoyado, he sido leal… ¿Y me paga con esto?
Natsuko dejó que sus palabras flotaran en el aire unos instantes, observando el rostro lleno de angustia de Sora. Luego, con la misma calma, le susurró:
—Querida, debes calmarte. No es el fin de todo. Mimi puede haber ganado una batalla, pero aún no ha ganado la guerra. Te lo prometo, me encargaré de que esa mujer sepa cuál es su lugar.
Sora la miró, la tristeza seguía inundando su mirada, pero la chispa de esperanza que Natsuko le ofrecía era lo único a lo que podía aferrarse.
—Pero... ¿cómo lo haremos? —preguntó, su voz aún temblando.
Natsuko esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible, con la seguridad de alguien que estaba acostumbrada a manejar las intrigas del palacio:
—Deja eso en mis manos. Mimi puede haber conseguido el mausoleo, pero te aseguro que no lo conservará por mucho tiempo. He visto a muchas como ella caer, y Mimi no será la excepción. Ahora, tú descansa. No te preocupes más, que esto solo es el comienzo.
Sora asintió, aunque el dolor aún la envolvía. Al menos, en ese momento, supo que no estaba sola.
Taichi y Henry estaban caminando por los jardines del palacio, mientras los rayos del sol atravesaban las hojas de los árboles, creando sombras danzantes a su alrededor. La conversación que mantenían era formal, aunque impregnada de una familiaridad construida a lo largo de los años.
—El sultán Yamato ha pedido que lo acompañe en su próxima visita —dijo Taichi, mirando a Henry con una sonrisa—. Y, para ser sincero, también quiere que tú estés allí conmigo.
Henry se detuvo un momento, sorprendido por la mención. Su rostro permaneció sereno, pero no pudo evitar un atisbo de orgullo en su mirada. —Es un gran honor —respondió, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Agradezco mucho la confianza que el sultán ha depositado en mí.
Taichi sonrió, satisfecho con la respuesta. —Sabía que dirías eso —dijo con un tono más relajado—. Siempre has sido un servidor leal, Henry, y no solo conmigo.
—Es un halago, mi señor —respondió Henry humildemente, aunque la gratitud se percibía en su voz.
Taichi lo miró de reojo mientras caminaban, sabiendo que Henry ya estaba procesando los detalles del viaje. —Debes prepararte para ir —añadió Taichi—. No será un viaje sencillo, pero confío en que estarás listo.
Henry asintió, aunque su expresión cambió ligeramente, como si hubiera algo en su mente. —Por supuesto, haré lo posible para estar preparado —dijo—. Aunque primero necesito resolver algunos asuntos con el príncipe Takeru.
Las palabras captaron la atención de Taichi, que se giró un poco hacia él con curiosidad. —¿Es verdad lo que me informaron? —preguntó, su tono ahora más serio—. ¿Estás ayudando al príncipe Takeru con algunas labores?
Henry asintió, sin mostrar demasiada emoción al respecto, como si fuera algo rutinario. —Sí, mi señor. He estado asistiendo al príncipe Takeru con algunos encargos que requiere para sus deberes.
Taichi entrecerró los ojos, pensando en la naturaleza de esas tareas, pero también intrigado por otra cosa. —La verdad es que, cuando me enteré me tomó desprevenido, no esperaba que quisiera involucrarte en ese tipo de asuntos.
Él estaba centrado en asuntos de estado, no en tutorías a un príncipe renegado.
—Sí, tampoco lo esperaba, pero fue una solicitud que no pude negar.
—Es difícil decirle no a la sultana madre.— Él lo sabía.
Henry, sin embargo, mostró una leve sonrisa antes de negar con la cabeza. —No fue precisamente la madre sultana quien pidió mi ayuda.
Taichi levantó una ceja, sorprendido ante esa revelación. —¿No? —preguntó, curioso—. Entonces, ¿quién fue?
—Fue su hermana, mi señor —respondió Henry, su tono ahora más respetuoso, consciente de la sorpresa que estaba generando—. Hikari fue quien me pidió que ayudara al príncipe Takeru. Ella se encargó de gestionar todo, y la madre sultana simplemente aceptó su propuesta.
La sorpresa en el rostro de Taichi era evidente. Se detuvo un momento, mirando a Henry en silencio antes de hablar. —¿Hikari? —repitió, como si necesitara confirmarlo nuevamente.
Henry asintió, manteniendo su compostura. —Así es, mi señor. Fue Hikari quien orquestó todo. Parece que está más involucrada de lo que se podría pensar en los asuntos del príncipe Takeru.
Taichi se quedó pensativo por un momento, sus pensamientos dirigiéndose hacia su hermana. No esperaba que Hikari tuviera tal iniciativa, y ahora se preguntaba cuáles eran exactamente sus motivaciones.
Rika entró en la sala donde Takeru estaba sentado, hojeando distraídamente un libro. Su expresión era tranquila, pero había un brillo de emoción en sus ojos que Takeru notó de inmediato. Ella se acercó con pasos seguros, deteniéndose frente a él.
—Takeru.
El rubio alzó la mirada: —Hermana.—Habló—¿Qué haces aquí? No te esperaba.
—Vine a verte.—Respondió Rika—¿Estás ocupado?
—No...—Dejó su libro de lado—Dime ¿qué sucede?
—Tengo una sorpresa para ti.
—¿Sorpresa? —repitió, sin saber qué esperar.
—He decidido que te vendrás conmigo a Hungría —anunció Rika, dejando caer la noticia como si fuera algo natural.
¿Qué? ¿Ir a Hungría con ella? ¿A su palacio?
—¿Quieres que vaya contigo a tu palacio?
La pelirroja asintió con una sonrisa.
—Por dos meses.
—¿Dos meses?—Preguntó el rubio.
—Sí.—Respondió Rika.
¡Tanto tiempo! ¡Debía ser broma!
La sorpresa se reflejó claramente en el rostro de Takeru. —¿Qué? —preguntó, tratando de procesar lo que acababa de escuchar— ¿Por qué?
Rika lo miró con una mezcla de afecto y firmeza. —Creo que necesitas un cambio de aire.
—¿Cambio de aire?
La pelirroja asintió: —Has estado mucho tiempo centrado en tus labores de príncipe, entrenando, estudiando. Necesitas hacer algo diferente.—respondió suavemente—. Y además, quiero pasar más tiempo contigo.
Takeru, aún perplejo, intentó sonreír, pero su mente estaba trabajando a toda velocidad. La idea de irse con Rika a Hungría lo tomó por sorpresa, y lo último que quería en ese momento era alejarse de Hikari. Sin embargo, sabía que no podía expresar su descontento de manera abierta.
—Estoy… feliz por la invitación —murmuró, esforzándose por sonar entusiasta, aunque la duda aún vibraba en su voz.
Rika, sin embargo, no se dejaba engañar tan fácilmente. Frunció ligeramente el ceño, observando a su hermano con detenimiento. —No pareces muy convencido —dijo, sus ojos buscando algo más allá de las palabras que él intentaba pronunciar.
Takeru intentó recomponerse rápidamente. —No, en serio. Estoy feliz —repitió, tratando de que su voz sonara más firme.
Rika lo miró durante unos segundos más, como si estuviera analizando cada gesto, cada expresión en su rostro. Finalmente, ladeó la cabeza con una sonrisa enigmática. —¿Estás seguro? —preguntó, sin apartar los ojos de él.
Takeru, sintiendo la presión de su mirada, respondió de inmediato, aunque sabía que no podía ocultar completamente lo que sentía. —¿Por qué no lo estaría? —dijo, levantando la barbilla con un intento de confianza.
Rika se cruzó de brazos, su sonrisa desapareciendo gradualmente mientras lo miraba fijamente. —No sé... dímelo tú —dijo, su tono tan inquisitivo como gentil.
El silencio que siguió fue incómodo. Takeru sintió el peso de la verdad que no podía expresar. Rika lo conocía demasiado bien. Sabía exactamente lo que él estaba evitando decir, y Takeru lo sabía también. No podía disimular frente a ella.
Rika dio un paso hacia adelante, su voz volviéndose más suave, pero decidida. —Takeru, esto es lo mejor para ti —dijo, como si tratara de convencerlo, aunque en el fondo ambos sabían lo que realmente deseaba.
Takeru asintió lentamente, aún sin palabras. Sabía que no tenía elección, y aunque sus pensamientos seguían en Hikari, tendría que aceptar el destino que su hermana había decidido para él.
—¿Qué creías que estabas haciendo? —espetó Taichi molesto a su hermana.
Hikari lo intentó mirar con calma, aunque su corazón se acelera. —Solo estaba ayudando a Takeru.
—No es tu asunto —responde Taichi con firmeza, cruzando los brazos, claramente molesto.
La joven funció el ceño, tratando de mantener la compostura. —Takeru es importante para mí. No podía quedarme de brazos cruzados.
—Eso no justifica que te metas en asuntos que no te conciernen. —La voz de Taichi era más dura de lo que pretendía, pero no podía evitarlo. Sentía que Hikari se había expuesto a riesgos innecesarios.
Ella se levantó del lugar en que estaba, intentando hacerle frente—¿No entiendes? Takeru necesitaba ayuda, y yo pude ofrecérsela. No voy a quedarme quieta solo porque tú lo dices.
—¡Es precisamente por eso que no deberías involucrarte! —exclamó Taichi, sus ojos llenos de preocupación—. No sabes los peligros que conlleva todo esto. Takeru es un príncipe renegado. Todo lo que suceda con él debe escogerlo el sultán.
—Takeru es más que un príncipe para mí, Taichi —dijo Hikari, su voz suavizándose, pero sin perder la firmeza—. No lo puedo dejar a su suerte.
Taichi la miró fijamente, el conflicto interno visible en su rostro. Quería proteger a su hermana, pero al mismo tiempo, entendía la profunda conexión que ella tenía con Takeru. Aun así, no podía permitir que se involucrara más.
—Hikari, no debiste hacerlo, simplemente te colocaste en peligro —declaró Taichi, su voz cargada de seriedad—. Y no solo tú. Sin querer, colocaste a Henry en una situación difícil.
Hikari frunció el ceño, sorprendida por las palabras de su hermano. —¿Difícil? —preguntó, visiblemente desconcertada—. ¿A qué te refieres?
—¿Acaso no sabes? —musitó Taichi, clavando su mirada en ella—. El sultán está muy enojado por las acciones de Takeru. Ha tomado muchas atribuciones que no le corresponden —continuó, con un tono firme—. Al principio, el sultán pensó que todo venía de la sultana madre, pero hace poco se enteró de que Henry lo estaba ayudando. Y créeme, Hikari, ¡no tuvo buena reacción!
Hikari abrió los ojos con sorpresa. —¡No sabía que eso sucedió! —exclamó, su voz temblando ligeramente—. Henry solo quería ayudar, no fue su intención causar problemas.
—Eso no importa —le cortó Taichi con severidad—. El sultán ve la lealtad como algo absoluto, y Henry, aunque haya tenido buenas intenciones, se involucró en algo que lo coloca en una posición delicada ante Yamato. No se trata solo de buenas intenciones, Hikari. Hay políticas, reglas y tradiciones que siguen su curso.
Hikari se quedó en silencio, tratando de procesar las implicaciones de lo que Taichi le estaba diciendo. Sabía que había hecho lo correcto para Takeru, pero no había considerado las consecuencias para quienes la rodeaban.
—Lo siento —murmuró finalmente, su voz llena de arrepentimiento—. No quería que las cosas llegaran a esto.
Taichi suspiró, suavizando su postura un poco. —Solo quiero que seas consciente de las implicaciones, Hikari. Esto no es solo un asunto personal, es mucho más grande.—Habló— ¡Gracias al cielo la madre sultana intercedió por él! Y gracias a sus años de servicio Henry se salvó. Aunque pudo ser verdaderamente afectado.
Hikari bajó la mirada, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Nunca había considerado que sus acciones pudieran tener consecuencias tan graves para Henry.
—No quería meterlo en problemas... —murmuró, con los ojos llenos de arrepentimiento—. Solo pensé en Takeru y en lo que necesitaba.
—Lo sé —respondió Taichi, más calmado esta vez—, pero no debiste involucrar a Henry. Él ha sido un apoyo crucial para nuestra familia, Hikari. Fue de mucho valor para nuestros padres y para nosotros. Su lealtad no tiene precio, y ponerlo en una situación así... —hizo una pausa, buscando las palabras correctas— fue un riesgo innecesario.
Hikari asintió, comprendiendo el error que había cometido. Sabía que Henry siempre había estado ahí, ayudando a la familia y apoyando a sus padres, pero no pensó en las implicaciones cuando decidió pedirle ayuda.
—Tienes razón —dijo al fin—. No debí involucrarlo. Henry ha hecho tanto por nosotros... No era justo que lo pusiera en esa posición.
—¡Claro que no! Mucho menos por el príncipe Takeru.—Habló Taichi— Tú bien sabes que no quiero que te acerques a él. Porque ¡él no es para ti!
La castaña tragó saliva.
—¡Y jamás lo será!— Sentenció el mayor—Al contrario, un hombre como...—Pensó— Como Henry sería un esposo apropiado para ti, no Takeru.
Hikari alzó la mirada: —¿No pensarás en casarme con él?
—¿Por qué no?— Preguntó Taichi.
—¿Por qué no? —replicó Taichi, cruzando los brazos—. Es una buena opción... una de las tantas buenas opciones que tienes. —Hablaba con una frialdad calculada, como si estuviera evaluando un plan estratégico, en lugar de los sentimientos de su hermana.
Hikari no pudo evitar sentirse atrapada. La idea de casarse con Henry, aunque respetaba profundamente al hombre, no le generaba ni la mitad de los sentimientos que le provocaba Takeru. Pero sabía que cualquier intento de discutir con Taichi sería inútil, al menos por ahora.
—Hermano, sé que actué mal, pero ¡por favor! No me hagas esto. No estoy en edad de casarme —protestó Hikari, su voz temblando ligeramente, un rastro de súplica en su tono.
—Lo estás, Hikari —respondió Taichi, implacable, con una mirada severa—. Y bien sabes que, desde que surgieron esos rumores con Takeru, es mejor que encuentres un esposo adecuado. No quiero que sufras.
—No sufriré.
—Tú bien sabes que sí.—Declaró el castaño— Mientras estés enamorada de Takeru. Todo será sufrimiento para ti.
Hikari simplemente mantuvo la cabeza baja.
Aunque le dolía sabía que...Taichi tenía razón.
La habitación de Yamato estaba envuelta en una suave penumbra, con solo la luz de la luna filtrándose por las cortinas. La cama, un gran lecho decorado con lujosos cojines y sábanas de seda, ofrecía un ambiente cálido y acogedor. Después de una intensa y pasional noche, Yamato se recostó junto a Mimi, quien, con un ligero suspiro, se cubrió con una sábana, dejando solo su rostro al descubierto.
Yamato se volvió hacia ella, sus ojos llenos de ternura. Acercándose, la besó suavemente en los labios, un gesto que reflejaba el agotamiento y la satisfacción compartida. Sin embargo, el brillo de felicidad en los ojos de Mimi pronto se desvaneció, reemplazado por una sombra de tristeza.
—No puedo evitarlo —murmuró Mimi, su voz casi un susurro—. Estoy triste por tu viaje.
Yamato la miró, intentando comprender sus sentimientos. —Estarás bien, Mimi —respondió con suavidad—. Esto es solo temporal.
Ella lo miró fijamente, su expresión cargada de preocupación. —Pero... no quiero que estés con otra mujer.
Yamato frunció el ceño, sintiendo la tensión en el aire. —Es mi deber como sultán cumplir con mis labores.
—Pero eso no significa que debas estar con quien sea —se defendió Mimi, alzando la voz ligeramente, desafiando la lógica que él intentaba imponer—. Siempre puedes regresar a mí. No necesito que busques consuelo en otra parte.
Yamato suspiró, sintiéndose atrapado entre sus obligaciones y sus deseos. —Mimi, hay tradiciones y expectativas que debo cumplir. No puedo ignorarlas solo porque lo desees.
—Pero eres tú quien decide, Yamato —replicó ella, su voz firme pero vulnerable—. No te pido que rompas las reglas, solo que no te olvides de mí mientras estás en ese viaje.
Él se quedó en silencio, sopesando sus palabras. —Ansiaré regresar lo antes posible —finalmente dijo, intentando calmar la tormenta de emociones entre ellos.
Mimi lo miró, buscando en sus ojos la promesa de un amor inquebrantable. A pesar de la tristeza, no pudo evitar sonreír levemente al sentir la cercanía de su cuerpo.
—Ven aquí —le susurró, dejando la sábana a un lado. Yamato, sintiendo la conexión que siempre los había unido, se recostó sobre ella, incitándola a entregarse de nuevo al calor de su abrazo. Mimi, dejándose llevar por la pasión que aún latía entre ellos, cerró los ojos y se rindió a la intimidad que compartían.
~Dos días después~
Yamato se encontraba en el gran salón del palacio, un espacio magnífico con altos techos adornados y una decoración opulenta. El ambiente estaba cargado de una mezcla de tristeza y esperanza, mientras la familia se reunía para despedir al sultán antes de su viaje a Egipto. Cada miembro de la familia estaba presente, creando un círculo de apoyo alrededor del sultán.
Yamato se acercó a su madre, Natsuko, quien estaba de pie cerca de un elegante sofá tapizado en seda. Su rostro mostraba una mezcla de preocupación y orgullo. Al ver a su hijo, Natsuko extendió los brazos, y Yamato se inclinó para abrazarla.
—Hijo mío —dijo Natsuko, su voz temblando ligeramente—. Estoy orgullosa de ti y de la forma en que manejas el reino. Pero aún así, me preocupa mucho que te vayas a Egipto en estos tiempos.
—Madre, lo entiendo —respondió Yamato—. Pero es esencial que supervise personalmente la situación en Egipto. Confío en que todo estará bajo control mientras esté fuera.
Natsuko asintió, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.
—Cuida de ti mismo. No quiero que tomes riesgos innecesarios.
Yamato le dio una sonrisa reconfortante y un apretón de manos firme.
A continuación se despidió de su hermana.
—Te extrañaremos mucho —dijo Alice, su voz suave—. Espero que tu viaje sea seguro y que regreses pronto con buenas noticias.
Yamato asintió y le dedicó una sonrisa cálida.
Luego pasó a Sora, su concubina principal, quien estaba junto a Kiriha, su pequeño hijo. Sora miraba a Yamato con un profundo cariño y una tristeza contenida.
—Cuida de ti, Yamato —dijo Sora con un susurro—. No quiero que te pongas en peligro. Kiriha y yo te esperaremos con ansias.
Kiriha, sosteniendo un pequeño juguete en la mano, se acercó a su padre con ojos grandes y curiosos.
—¿Papá, cuándo vuelves? —preguntó el niño, con una mezcla de inocencia y preocupación.
Yamato se arrodilló para estar a la altura de su hijo, y le dio un abrazo cariñoso.
—Volveré tan pronto como pueda, Kiriha. Sé un buen niño y cuida de tu madre mientras estoy fuera, ¿de acuerdo?
El niño asintió con determinación.
Finalmente, volteo hacia Mimi, quien se encontraba al lado de Thomas e Izumi, que estaban en sus brazos. Thomas, a sus dos años, miraba a su padre con curiosidad, mientras que Izumi, aún un bebé de dos meses, estaba dormida en brazos de su madre.
Mimi se acercó a Yamato con una expresión seria pero amorosa.
—Te despediré, pero debes saber cuánto te echaremos de menos. Cuida de ti mismo y asegúrate de regresar a nosotros —dijo Mimi con una voz firme pero cargada de emociones.
Yamato acarició la cabeza de Thomas y besó la frente de Izumi suavemente.
—Prometo regresar a ustedes lo más pronto posible —dijo Yamato, su voz cargada de emoción—. Cuida a nuestros hijos, y mantente fuerte por ellos.
Mimi asintió y, con un último abrazo, permitió que Yamato tomara su lugar en la salida del palacio.
El ambiente en el salón era de una mezcla de tristeza y esperanza, mientras Yamato se preparaba para partir. Cada miembro de la familia había expresado su apoyo y sus sentimientos, creando un momento emotivo y lleno de significado antes de su viaje a Egipto.
Mimi caminaba con paso lento y elegante por uno de los largos pasillos del palacio. Aquel día, el aire parecía más denso de lo habitual, pero ella no le dio demasiada importancia, pensando que quizás solo era el cansancio acumulado. Mientras avanzaba, sus pensamientos estaban lejos, perdidos en las recientes discusiones con Yamato y el incierto futuro que pendía sobre ella como una sombra.
El eco de sus tacones resonaba en el mármol frío del suelo, y los sirvientes que cruzaban su camino se detenían para inclinarse en señal de respeto. Mimi los observaba de reojo, notando algunas miradas furtivas, pero prefirió ignorarlas. Llegar a sus aposentos era lo único en su mente. Necesitaba un momento para pensar, para estar a solas, y quizás encontrar una manera de reconciliarse con Yamato sin ceder por completo a sus demandas.
Al girar en la esquina, la puerta de sus aposentos apareció frente a ella, y una sensación de alivio la recorrió... pero algo estaba mal. Mimi frunció el ceño. Varias figuras se movían dentro de su habitación, y desde el umbral vio a varios sirvientes sacando sus pertenencias. Cajas llenas de su ropa, joyas y otros objetos personales salían de la estancia, siendo cargadas con rapidez y eficiencia.
Mimi se detuvo en seco, el corazón le dio un vuelco. La incredulidad la invadió, y un frío aterrador recorrió su espalda. ¿Qué estaba sucediendo?
—¡¿Qué es esto?!—exclamó, su voz resonando con autoridad y rabia contenida mientras avanzaba hacia la puerta.
Uno de los sirvientes, asustado por el tono de la sultana, dejó caer una de las cajas y rápidamente se inclinó ante ella.
—Mis disculpas, sultana...—balbuceó el hombre, sin atreverse a mirarla a los ojos—. Solo seguimos órdenes... Nos dijeron que...
—¿Órdenes?—replicó Mimi, su rostro se endureció, y el pánico mezclado con ira crecía en su interior—. ¿Quién les dio estas órdenes? ¡Deténganse de inmediato!
Otro sirviente, más experimentado y calmado, dio un paso adelante, inclinándose con respeto.
—¡Órdenes mías!
La sultana madre apareció frente a sus ojos.
Mimi la observó desconcertada.
—Sultana.—Bajó la mirada en señal de reverencia—Disculpe, pero ¿qué está ocurriendo aq?...
—Mimi, deja de hacer problemas.—comenzó Natsuko, su voz fría y autoritaria.
—Pero ellos...
—Ellos no están haciendo nada malo.—Declaró la oji-azul—Simplemente están guardando tus cosas.
—¿por qué?
—Porque te irás del palacio.
Mimi la miró con sorpresa y confusión, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo.
Natsuko cruzó los brazos y la miró con dureza.
—Por golpear a Sora. Esa conducta es inaceptable. Te irás del palacio.
Mimi sintió una oleada de indignación y frustración.
—¡Solo me defendí! —exclamó, su voz quebrándose— Ella me provocó. No podía simplemente quedarme quieta.
Natsuko negó con la cabeza, implacable.
—No importa cuáles fueran las circunstancias. Es una ofensa imperdonable golpear a la madre del futuro sultán. No hay excusas.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Mimi, deslizándose por sus mejillas. Se sentía atrapada, impotente ante la injusticia.
—Esto no es justo —sollozó—. Estás aprovechando que Yamato estará fuera para deshacerte de mí. Sabes que él no permitiría esto.
Natsuko mantuvo su mirada firme, sin mostrar compasión.
—Mis decisiones no dependen de la presencia o ausencia de Yamato. Se trata de mantener el orden y el respeto en el palacio. Ahora, vete.
Mimi, con el corazón roto, recogió sus pertenencias mientras las lágrimas seguían cayendo. Cada objeto que guardaba en su baúl parecía pesar una tonelada. Su mente estaba llena de recuerdos, de momentos felices con Yamato y sus hijos, ahora empañados por la crueldad de la situación.
—Nunca quise causarle problemas a nadie —dijo entre sollozos, esperando que Natsuko mostrara algún indicio de misericordia.
Pero Natsuko permaneció inmutable, observándola con una mirada que no dejaba lugar a la esperanza.
—El palacio tiene sus reglas, Mimi. Y todos deben cumplirlas.
Con esas palabras finales, Natsuko se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Mimi sola con su dolor y su desolación. Mimi sabía que tenía que ser fuerte, aunque el futuro se presentaba incierto y oscuro. Mientras terminaba de empacar, se prometió a sí misma que encontraría una manera de regresar, de recuperar su lugar junto a Yamato y demostrar que su amor y su valor eran más fuertes que cualquier intriga palaciega.
Mimi se dirigía con paso apresurado por los pasillos, su corazón latiendo con fuerza mientras trataba de mantener la compostura. La noticia de su exilio había llegado como un balde de agua fría, y sabía que la única persona que podía ayudarla en este momento era Gennai Aga, el jefe del harén, y Juri Kalfa, una de las pocas en las que confiaba.
Al llegar a las estancias de Gennai Aga, Mimi tomó una profunda respiración y tocó la puerta. La figura del hombre apareció tras ella, su semblante imperturbable.
—Gennai Aga, debo hablar contigo —dijo Mimi, su voz temblorosa pero firme.
El hombre la miró, su expresión dura como siempre, y asintió levemente.
—Adelante, sultana —respondió, haciéndose a un lado para dejarla entrar. Juri Kalfa ya estaba dentro, observando la escena con los brazos cruzados, su mirada seria.
—He venido a pedir tu ayuda —comenzó Mimi, intentando controlar el temblor de su voz—. He recibido una orden de exilio… pero necesito que intervengas. No puedes dejar que esto suceda. No puedo irme ahora, no en estas condiciones.
Gennai la miró en silencio, su rostro inquebrantable. Finalmente, suspiró.
—Sultana Mimi, lamento profundamente tu situación, pero esta es una orden directa de la sultana madre. No puedo hacer nada al respecto. Debemos obedecer.
El corazón de Mimi se hundió al escuchar esas palabras. Sabía que Gennai Aga era el hombre más poderoso dentro del harén, pero incluso él estaba atado por la autoridad de la sultana madre. La desesperación comenzó a apoderarse de ella.
—Por favor —suplicó Mimi, su voz quebrándose mientras se volvía hacia Juri Kalfa—. ¿No hay nada que puedas hacer? Juri, por favor…
Juri negó lentamente con la cabeza, su expresión triste pero firme.
—No, sultana. Es una orden que debemos acatar. Irás al palacio de Edirne, como se ha dispuesto.
El pánico comenzó a crecer en el pecho de Mimi. El palacio de Edirne significaba aislamiento, alejamiento de todo lo que conocía, y sobre todo, perder su posición en el corazón del sultán. Miró desesperadamente a ambos.
—¿No lo entienden? —susurró, su voz llena de angustia—. Si me exilian, no podré volver. Todo lo que he construido… todo lo que soy… desaparecerá. No puedo permitir que esto suceda.
—Lo siento, sultana —repitió Gennai, con una voz más suave pero inamovible—. Mi lealtad está con la sultana madre. Debo seguir sus órdenes, por mucho que me pese.
Mimi sintió cómo sus fuerzas la abandonaban, su cuerpo temblando ante la cruda realidad. La sultana Rika, su única aliada poderosa, estaba fuera, sin posibilidades de intervenir. No había nadie que pudiera ayudarla.
—Debes empezar a recoger tus cosas —dijo Juri Kalfa, su tono lleno de compasión—. Nos encargaremos de los preparativos para tu partida al amanecer.
Mimi asintió lentamente, la desesperación llenando cada rincón de su ser. No tenía más opciones. Las puertas del palacio se cerraban para ella, y lo único que podía hacer era resignarse a su destino.
Mientras caminaba hacia la salida, un pensamiento resonaba en su mente: Si la sultana Rika estuviera aquí, todo sería diferente. Pero ahora, estaba sola.
Mimi regresó a sus aposentos con el corazón pesado, cada paso resonando con el eco de su tristeza. La opulencia de su entorno, que antes la llenaba de orgullo, ahora solo le recordaba lo que estaba a punto de perder. Al abrir la puerta, una escena familiar la recibió: Airu y Yoshino estaban sentadas en el diván, cada una sosteniendo a uno de sus hijos en brazos. Izumi, con sus pequeños ojos curiosos, y Thomas, con su sonrisa inocente, irradiaban una felicidad que contrastaba con el dolor en el pecho de Mimi.
La imagen de sus pequeños, tan inocentes y hermosos, hizo que su corazón se apretara de dolor. A pesar de la tristeza que la envolvía, Mimi se acercó a ellos con una sonrisa forzada.
—Mis amores —susurró, agachándose para estar a su altura—. A pesar de lo que está pasando, ahora seremos tres contra el mundo, ¿verdad? Siempre estaremos juntos.
Airu y Yoshino sonrieron, disfrutando del momento, mientras Izumi reía, iluminando la habitación con su inocencia. Pero, justo cuando la calidez de ese instante comenzó a ahogar su tristeza, la puerta se abrió de nuevo, y Juri Kalfa entró, su rostro imperturbable.
—Sultana Mimi —dijo con formalidad—, debo informarte que el príncipe Thomas no irá contigo al exilio.
Mimi sintió como si un frío helado le recorriera el cuerpo, y su rostro se descompuso ante la noticia.
—¿Por qué? —preguntó, su voz temblando de incredulidad—. ¿Por qué no puede venir?
Juri Kalfa mantuvo su mirada firme, pero había un destello de compasión en sus ojos.
—Es obligación de los príncipes quedarse en el palacio del sultán —explicó, sus palabras como dagas en el corazón de Mimi—. Solo la sultana Izumi irá contigo.
La realidad de la situación la golpeó con fuerza, y Mimi sintió cómo las lágrimas brotaban de sus ojos, desbordándose sin control. Su mundo, que había estado construido sobre la esperanza y el amor, se desmoronaba a su alrededor.
—No, no… no puede ser —sollozó, extendiendo las manos hacia su hijo—. ¡Thomas! ¡Él tiene que estar conmigo!
Juri Kalfa continuó con un semblante serio.
—No tienes opción, Mimi. Debes aceptar esto —dijo suavemente, pero sin dejar lugar a la negociación.
Mimi se desmoronó, cayendo de rodillas en el suelo, mientras el dolor se apoderaba de ella. La desesperación la consumía, y su grito de angustia resonó en la habitación, llenando el aire de un sufrimiento que solo una madre podría comprender.
Las sirvientas, siguiendo la orden de la kalfa, comenzaron a quitarle a su hijo de los brazos. Mimi, entre lágrimas y gritos, luchó por mantenerlo cerca, pero la realidad era ineludible. Thomas, su pequeño, era arrancado de su lado, mientras su llanto se entremezclaba con el de su madre.
—¡No! —gritó Mimi, su voz desgarradora resonando en la estancia—. ¡No se lo lleven! ¡Por favor!
Pero, en medio de la lucha, la dolorosa verdad la abrumó: estaba sola en su desesperación. El mundo que había construido se desmoronaba, dejándola con solo la imagen de sus hijos, y ahora, la angustia de perder a uno de ellos. Mientras la puerta se cerraba tras las sirvientas, el grito de Mimi se convirtió en un lamento de una madre perdida, resonando en el vacío de su alma.
Takeru caminaba por los pasillos del palacio en la provincia de Hungría, sus ojos recorriendo con admiración los altos techos decorados con frescos, los detalles dorados que adornaban las molduras, y los inmensos ventanales que dejaban entrar la suave luz de la mañana. El lugar irradiaba una belleza que era imposible no admirar. Las cortinas de terciopelo rojo colgaban pesadas a los costados de las ventanas, y los suelos de mármol blanco y negro brillaban bajo sus pies. El palacio era un testimonio de la opulencia y el poder que su hermana Rika había ganado en su nuevo estatus.
Mientras Takeru avanzaba por los pasillos, su mirada se detuvo en un retrato de Rika colgado en una de las paredes. Su hermana había crecido en poder y elegancia desde que se instaló en ese lugar, convertida en una figura respetada y admirada en el reino. Sin embargo, aunque estaba orgulloso de ella, una sensación de vacío lo invadía.
El palacio era imponente y majestuoso, pero el corazón de Takeru estaba en otro lugar. La nostalgia lo golpeaba con fuerza cada vez que sus pensamientos volvían a Hikari. A pesar de la belleza que lo rodeaba, su mente estaba lejos, recordando los momentos que había compartido con Hikari, las sonrisas, las miradas cómplices, todo lo que habían vivido juntos antes de verse obligados a separarse. Una tristeza profunda lo invadía, pero sabía que no podía demostrarlo delante de Rika.
Rika nunca entendería su devoción por Hikari. Había sido clara al dejarle saber que no aprobaría su relación con ella. En su mundo, las decisiones políticas y familiares estaban por encima de los deseos personales, y cualquier conexión entre él y Hikari se consideraba un peligro para la estabilidad de su posición. Para Rika, su hermano debía cumplir con su deber, no dejarse llevar por el corazón.
Takeru suspiró, sintiendo el peso de la situación. Mientras observaba el jardín perfectamente cuidado a través de los ventanales, una parte de él deseaba poder escapar, poder estar libre de las obligaciones que lo ataban a este palacio y a su destino. Pero sabía que eso era imposible. Su deber con su familia y con el reino siempre lo mantendría lejos de Hikari.
A pesar de todo, su amor por ella no podía ser ignorado. Era como un fuego que ardía en su pecho, una llama que, aunque pequeña, nunca se apagaba. Mientras Rika continuaba siendo la dueña de este majestuoso palacio, él permanecía atrapado en un conflicto entre la lealtad hacia su familia y el amor que nunca podría olvidar.
Con otro suspiro, Takeru se enderezó y continuó su camino, sabiendo que, por ahora, debía esconder esos sentimientos, mantenerlos enterrados en lo más profundo de su corazón.
Mimi observó el imponente castillo de Edirne desde la ventana del carruaje, con el corazón apesadumbrado. El cielo gris y las nubes bajas parecían reflejar la tristeza que la embargaba. El castillo, aunque majestuoso y antiguo, era un recordatorio doloroso de su destino: el exilio. Edirne no sería su hogar, sino su prisión. Un lugar lejos de la corte, lejos de Yamato, y lo que más la desgarraba, lejos de su hijo Thomas.
A su lado, Izumi, su pequeña hija recién nacida, dormía pacíficamente en sus brazos, ajena al dolor que consumía a su madre. Mimi la acarició suavemente, sintiendo su calidez y escuchando su respiración rítmica. Era una bebé inocente, completamente dependiente de ella, y aunque Mimi la quería, no podía evitar sentir un vacío inmenso por la ausencia de Thomas.
Thomas, su dulce niño, tan lleno de vida y alegría... Mimi cerró los ojos por un momento, recordando su risa, su manera torpe pero encantadora de correr por los pasillos del palacio, y la manera en que sus pequeños brazos la rodeaban cada vez que la veía. ¿Cómo podría vivir sin él? El pensamiento la atormentaba. Estar lejos de su hijo era como perder una parte de su alma, una herida que no sabía cómo sanar.
Abrió los ojos de nuevo y fijó la mirada en el castillo, con su imponente estructura de piedra y sus torres que se alzaban contra el cielo gris. Era hermoso en su forma, pero frío. No era su hogar, no lo sería nunca. Edirne representaba su derrota, su caída desde lo más alto, desde ser la favorita de Yamato hasta ser una sombra, desterrada del corazón del imperio. ¿Cuánto tiempo más podría soportar esto? Mimi se preguntaba si alguna vez volvería a ser feliz, si alguna vez volvería a sentirse plena sin Thomas a su lado.
La bebé se removió ligeramente en sus brazos, haciendo que Mimi bajara la mirada. Aunque estaba destrozada, sabía que tenía que ser fuerte por Izumi. Esta pequeña criatura dependía completamente de ella. Mimi la acunó con ternura, sintiendo el peso de su responsabilidad como madre, pero también el dolor de haber sido apartada de uno de sus hijos.
"Prometo que algún día estaremos juntos de nuevo, Thomas", susurró suavemente, con lágrimas acumulándose en sus ojos. No sabía cómo, ni cuándo, pero en su corazón sabía que haría todo lo posible por recuperar lo que había perdido.
El carruaje continuó avanzando hacia el castillo, y con cada sacudida del camino empedrado, Mimi se sentía más y más atrapada en su nuevo destino. Sin embargo, mientras miraba a Izumi, se prometió a sí misma que no se dejaría vencer. Lucharía. Por ella, por Thomas e Izumi.
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados, mientras Yamato y sus hombres se sentaban en una pequeña meseta, disfrutando de un merecido descanso tras un largo día de viaje por Egipto. La conversación fluía entre risas y anécdotas, pero Taichi se sintió atraído a un rincón más tranquilo, donde se sentó junto a Daisuke.
—Debo felicitarte, Daisuke —comenzó Taichi, con una sonrisa genuina—. Has conseguido mucho en este tiempo.
El joven Motomiya estuvo mucho tiempo en la capital mientras Egipto estaba en manos de Joe, cuando Hikari y él (Taichi) llegaron a vivir a palacio esperaban encontrarlo, pero Yamato le informó que Daisuke estaría en Egipto un tiempo. Y fue de gran ayuda para destronar a Joe. Todos reconocían su influencia en Egipto y desde que le ofreció ese regalo del mausoleo a Yamato todos hablaban de lo buen servidor que era.
Daisuke sonrió—Gracias, Taichi. Pero todo esto se debe a tus consejos. No podría haberlo hecho sin tu ayuda.
Se sentía alagado por ese comentario.
Taichi asintió, pero en su interior sabía que Daisuke había puesto todo su esfuerzo y dedicación. Se lo merecía. Fue entonces cuando una pregunta cruzó su mente, y decidió plantearla.
—¿Y qué ha sido de tu vida personal? —preguntó, mirando a Daisuke con curiosidad.
Daisuke suspiró, y su expresión se tornó melancólica. —La verdad, no he tenido tiempo para eso. Desde la muerte de mis padres, me he centrado solo en el trabajo. Sobre todo luego que, decidí irme definitivamente a Egipto.
Taichi lo observó, dándose cuenta de cómo el chico que alguna vez fue alegre y lleno de sueños se había transformado en un hombre solitario, con un cargo importante pero sin compañía. No había duda de que había alcanzado una buena posición, pero esa soledad le pesaba.
—¿E Hikari? —preguntó Daisuke, alzando la mirada—. ¿Cómo ha estado?
—Está bien, ha sido difícil para ella adaptarse a nuestra nueva vida, pero está bien...—respondió Taichi, sintiendo una punzada en el corazón—. Pero, poco a poco, va mejorando y superando estar sin nuestros padres. Cada día es un pequeño paso.
Daisuke asintió con tristeza. —Es una pena que ambos se hayan quedado solos. Siempre supe cuánto valoraba Hikari a sus padres.
La conversación fluyó naturalmente hacia el recuerdo de la madre de Hikari, y Taichi no pudo evitar pensar en lo buena persona que había sido. Daisuke continuó, hablando de la amabilidad y la fortaleza que siempre había visto en ella.
—Hikari siempre ha sido una buena persona, muy generosa. Se merece ser feliz —mencionó Daisuke, su voz impregnada de sinceridad.
Taichi lo observó, sopesando sus palabras. En ese momento, una idea comenzó a formarse en su mente. Daisuke siempre mostró un interés especial por su hermana, una preocupación genuina por ella, siempre le enviaba presentes y cartas. Hikari también le tenía cariño. Quizás, no como a Takeru, siempre lo valoró.
Llevó una mano a su mentón...Tal vez y solo tal vez, Daisuke podía ser una buena opción para Hikari. Ambos habían pasado por pérdidas similares y, a pesar de sus tristezas, tenían el potencial de apoyarse mutuamente en sus caminos.
¿Y sí?
Mimi ingresó lentamente al palacio viejo, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo al cruzar sus puertas desgastadas. El palacio antiguo, ubicado en las afueras del imperio, era un eco de lo que alguna vez fue un esplendor majestuoso, pero ahora solo albergaba sombras de su antiguo lujo. Las paredes de piedra, ennegrecidas por el tiempo y el abandono, mostraban grietas que corrían como venas, revelando la fragilidad de la estructura.
Los pasillos, antaño llenos de vida y risas, estaban sumidos en un silencio inquietante. Los grandes tapices que colgaban de las paredes habían perdido su color vibrante, volviéndose opacos y raídos por los años. El polvo se acumulaba en los rincones, y las lámparas de aceite parpadeaban, proyectando una luz tenue que apenas lograba iluminar el vasto interior.
A lo largo de las columnas, se veían intrincadas tallas de batallas y celebraciones pasadas, un recordatorio de las glorias que el palacio alguna vez albergó. Ahora, esas imágenes se veían deslucidas, como si la historia misma se desvaneciera en el olvido.
El techo abovedado, aunque aún impresionante en altura, dejaba ver partes donde el yeso se había caído, revelando la madera podrida debajo. Las ventanas, cubiertas con pesadas cortinas polvorientas, apenas permitían el paso de la luz del sol, lo que acentuaba la atmósfera melancólica del lugar.
El palacio viejo donde Mimi había sido exiliada, aunque desgastado por el tiempo, aún conservaba vestigios de su antigua grandeza, manifestados en sus adornos y decoraciones que luchaban por mantenerse imponentes en medio del abandono.
Al caminar por los pasillos principales, Mimi podía ver los restos de lo que alguna vez fueron espléndidos mosaicos de azulejos, ahora fragmentados y descoloridos. Los patrones geométricos, típicos de la arquitectura imperial, cubrían partes de las paredes y el suelo, aunque muchas piezas faltaban o estaban cubiertas de polvo. Arcos ornamentados, tallados con intrincados detalles de flores y arabescos, aún se mantenían en pie, pero con el brillo apagado que alguna vez los hacía resplandecer.
Los candelabros colgaban pesadamente del techo alto. Algunos tenían brazos rotos o incompletos, pero sus cristales opacos todavía dejaban entrever que, en su día, habrían iluminado los pasillos con luz deslumbrante. Las cadenas de los candelabros chirriaban suavemente con la brisa, como si incluso ellas estuvieran cansadas de sostener el peso de una era ya olvidada.
En las paredes, espejos dorados con marcos de finas hojas de oro se inclinaban ligeramente, deformando los reflejos que proyectaban. El oro en los marcos estaba desgastado, mostrando manchas de bronce oxidado. A su alrededor, los tapices colgaban pesadamente, bordados con escenas de batallas, cazas y banquetes imperiales, aunque muchos de ellos estaban deshilachados, y los colores se habían apagado por la falta de cuidado y la exposición a la humedad.
El mobiliario, aunque reducido, todavía era imponente. Sofás y sillones de terciopelo rasgado y decolorado estaban colocados en los salones. Los bordes de madera oscura, tallados a mano con figuras de leones, pájaros y flores, mostraban un trabajo delicado pero carcomido por los años. Mesas de mármol, con patas doradas, permanecían en el centro de algunas habitaciones, cubiertas de polvo, mientras jarrones de porcelana agrietados sostenían flores marchitas que alguna vez decoraron el lugar con vida.
A pesar de ser un palacio, se sentía vacío, pero no frío. Evidentemente aun estaba cuidado un poco.
—Así que...—Musitó Mimi— Este es el viejo palacio.
Yoshino asintió.
—Aquí vivían los sultanes antiguamente. Antes que el bisabuelo de Yamato decidiera construir el palacio en Estambul.—Declaró.
Interesante dato
—No debe preocuparse, a pesar de todo, en este palacio hay buenos aposentos.—Musitó la pelirrosa— No pasará ni frío ni hambre...
Eso esperaba
Verdaderamente temía por su estadía en ese lugar.
Mimi observaba los corredores del palacio mientras caminaba junto a Yoshino. Aunque el lugar estaba desgastado por el tiempo, no se sentía inhóspito, y la ligera calidez del ambiente le ofrecía un leve consuelo.
—Así que... —musitó Mimi, intentando darle sentido al lugar— este es el viejo palacio.
Yoshino, siempre tranquila y mesurada, asintió. —Aquí vivían los sultanes antiguamente, antes de que el bisabuelo de Yamato decidiera construir el palacio en Estambul —declaró con una voz suave, pero segura.
Mimi arqueó una ceja, impresionada por ese dato. No podía evitar comparar la grandeza de Estambul con la decadencia de este lugar. Sin embargo, había algo en el aire, en los detalles ocultos entre los muros, que le recordaba la historia rica y la importancia del lugar.
—No debe preocuparse —añadió Yoshino—, a pesar de todo, en este palacio hay buenos aposentos. No pasará ni frío ni hambre.
Esa última frase fue más tranquilizadora que el recorrido mismo. Aunque las paredes y muebles eran testigos de épocas pasadas, lo que más preocupaba a Mimi no era la decadencia, sino su estadía en ese lugar tan ajeno. El miedo a lo desconocido, a quedar relegada en un palacio olvidado, la inquietaba profundamente.
—Eso espero... —murmuró Mimi, ajustándose el manto sobre sus hombros mientras avanzaban.
Mientras seguían caminando, el eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos. De repente, una figura emergió de una esquina, capturando la atención de Mimi y Yoshino. A pocos metros de distancia, vieron pasar a una mujer joven, de una elegancia notable. Su cabello negro intenso, largo y con suaves rizos, caía en cascada sobre su espalda. La diadema que llevaba hacía que su piel, sorprendentemente clara, resaltara aún más. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, profundos y brillantes, aunque las marcadas ojeras bajo ellos daban cuenta de un cansancio palpable.
La mujer al principio pareció no darles importancia, no obstante, al ver a Yoshino caminando junto a Mimi, se detuvo en seco, visiblemente sorprendida. Sus ojos se abrieron más, casi incrédulos, mientras avanzaba hacia ellas. Con una mezcla de asombro y reconocimiento en su voz, sus labios formaron una palabra que parecía cargar con años de recuerdos:
—¿Yoshino Kalfa?
Yoshino, quien hasta entonces había mantenido una actitud tranquila, levantó la mirada hacia Haruna. Sus ojos se encontraron, y durante un breve momento, pareció que el aire alrededor de ellas se detenía. Yoshino no solía mostrar emociones con facilidad, pero en esa fracción de segundo, Mimi pudo ver que había algo más profundo en esa relación de lo que aparentaba.
—Sul...di-digo, señorita Haruna —respondió Yoshino con una leve inclinación de cabeza, reconociendo a la mujer que tenía frente a ella.
Haruna se acercó más, sus ojos recorriendo el rostro de Yoshino como si estuviera buscando alguna señal de cambio en ella, algo que hubiera pasado desapercibido a lo largo de los años. La intensidad de la mirada de la mujer revelaba que tenían una historia compartida.
—No esperaba verte aquí...
—¿No le avisaron de nuestra llegada?—Preguntó Yoshino.
La pelinegra negó: —No.—Respondió— No me avisaron.
Su mirada profunda, se dirigió directamente hacia Mimi, examinándola de pies a cabeza con una expresión seria, casi impenetrable. Había algo calculador en la forma en que sus ojos recorrían cada detalle de su apariencia, como si tratara de descifrar cada faceta de su ser.
Mimi, aunque acostumbrada a ser observada, sintió una incomodidad momentánea bajo la intensidad de aquella mirada. Por alguna razón, el aire alrededor de esa mujer parecía cargado de una autoridad que no requería palabras para hacerse sentir.
—¿Quién es ella?— Preguntó la mujer.
—Ella es la sultana Mimi.— Respondió Yoshino.
—¿Sultana?— Cuestionó la mujer y con su mirada examinó a Mimi en silencio.
La Kalfa asintió: —Es madre del príncipe Thomas y la sultana Izumi.
La oji-miel no pudo evitar sentirse un tanto intimidada por aquella mujer.
—¿Madre de los hijos menores del sultán?— Musitó la mujer rió— Debí imaginarme que a Sora le llegaría competencia.
Mimi alzó una ceja sorprendida ante esta risa burlona.
—¿y por qué está aquí?— Preguntó la pelinegra— ¡Espera! No me respondas. Supongo que está aquí porque a Yamato le interesa ¿no?
Yoshino asintió.
Haruna dirigió su mirada a Mimi— Espero que tengas suerte y pronto salgas de este lugar.— Fue lo único que dijo antes de girar sobre sí—Adiós Yoshino.— Musitó antes de retomar su camino.
—¿Quién es ella?— Preguntó Mimi.
—Ella es Haruna Hatun.— Respondió Yoshino— Ella era la consorte principal del príncipe Kouji.— Bajó la mirada— En paz descanse.—Musitó con reverencia y luego levantó la cabeza— Haruna era sultana antes de que el sultán Yamato ascendiera al trono.
—¿Sultana?— Cuestionó la oji-miel sorprendida— ¿Eso quiere decir que le dio un príncipe a la dinastía?
—No uno.— Corrigió la kalfa— Tres.
—¿Tres príncipes?— Preguntó Mimi sorprendida.
—Y tres sultanas que todavía viven.
—¿Qué?— Mimi no pudo evitar sentirse sorprendida ante esto— ¿Tuvo seis hijos?
Yoshino asintió— Sorprendente ¿e?— Musitó.
La castaña dirigió su mirada hacia el lugar donde se había alejado la mujer— Bastante. Se ve muy joven.
La pelirrosa asintió: —Llegó joven al imperio. Fue presentada al príncipe Kouji y le dio hijos muy seguidos en edad.
"Hijos seguidos"
Mimi hizo una mueca— Pe-pero, si dio a luz a tres príncipes y el hermano de Yamato murió ¿eso significa qué?—Se detuvo, era demasiado difícil decirlo.
Yoshino bajó la mirada— Lamentablemente sí.— Respondió— El sultán Yamato mandó a ejecutar a los tres pequeños príncipes luego de la muerte del príncipe Kouji.
¿Qué?
—¿Los mandó a asesinar?
—Bu-bueno, no específicamente Yamato.—Declaró la pelirrosa— Fue el consejo, por ley otomana acabaron con los príncipes.
—Pe-pero ¿Yamato no los pudo proteger así como lo hizo con Takeru?
Yoshino negó: —La misericordia que el sultán mostró con su hermano fue única. Pero sus sobrinos no podían tener ese perdón. Lamentablemente la ley otomana es así. Si quería protegerse así mismo, a Takeru y a Kiriha. Debía acabar con los príncipes.
¡Qué horror!
Mimi sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Yoshino. Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero la crueldad de la situación la sobrepasaba. No podía imaginar el dolor que Haruna debía haber sentido al perder no solo al hombre que amaba, sino también a sus hijos, tan jóvenes y vulnerables.
—¿Y qué sucedió con sus hijas?— Preguntó Mimi.
—Ellas continúan vivas.— Contestó Yoshino— Las sultanas Ayse, Gerverhan y Esmahan. Viven en este palacio junto a ella y gracias a eso sobrevive, Yamato tiene la obligación de darles dinero a las sultanas, así como a sus demás sobrinas.
—¿Tiene más?
La kalfa asintió— Si.— Respondió— Los hombres de la dinastía otomana mueren, pero las mujeres son las delicadas flores que mantienen viva nuestra dinastía.
Mimi alzó una ceja sorprendida.
Esas eran las palabras que le había dicho la madre sultana el día en que Izumi nació.
—Esas pequeñas sultanas son las que mantienen económicamente a su madre, ya que ellas tienen la sangre de esta dinastía en sus venas y en un futuro el sultán Yamato debe organizar matrimonios para ellas, matrimonios que le brinden al imperio una alianza política, beneficio o ganancia.— Habló Yoshino.
Básicamente eran utilizadas como mercancía.
—¿Por qué Yamato nunca me habló de esto?— Preguntó Mimi— ¿Por qué nunca nadie me habló de esto?
—Porque hablar de esto significa traer recuerdos pasados.— Musitó Yoshino— De todas las muertes, creo que la muerte del príncipe Kouji fue la que más afectó al sultán Yamato, ya que a pesar de ser su mayor rival, era bastante unido a él, la rivalidad se dió por sus madres no se llevaban bien.
—¿Mayor rival?— Cuestionó la oji-miel— ¿Por qué dices que era su mayor rival?
—Porque así fue.— Respondió la mujer— El príncipe Kouji también era hijo favorito del sultán Hiroaki, logró muchas cosas a su corta edad, tenía en el apoyo de Takuya Bey, primo de Taichi Pashá, gran parte del consejo estaba de su lado. Dio una muy buena pelea y a eso se le sumaba que tenía un punto a favor al tener tres príncipes, mientras que el príncipe Yamato tenía solo a Kiriha.
Mimi sintió una mezcla de incredulidad y angustia al escuchar aquellas palabras. El peso de la historia oculta, del destino de las princesas y de la rivalidad entre Kouji y Yamato, cayó sobre ella con fuerza. No solo se trataba de alianzas políticas o de matrimonios forzados, sino de un entramado de poder y traiciones que nunca se le había revelado.
—Entonces...¿yo ahora también participo en este juego de poder? —preguntó Mimi en voz baja, sintiendo el peso de la realidad— ¿Y mis hijos tendrán que luchar por sobrevivir?
Yoshino, con su postura siempre imperturbable, la miró con compasión, pero sin vacilar.
—Es la realidad de nuestra dinastía, Mimi. Los hijos del sultán siempre serán piezas clave en el tablero político. Las sultanas, como Izumi, tienen un rol importante que cumplir en las futuras alianzas. Y aunque Yamato no te lo haya dicho directamente, él lo sabe bien. Todos lo sabemos.
Mimi apartó la mirada, su mente absorbía la información como un veneno lento. La idea de que sus hijos, especialmente Izumi, fuesen utilizados como piezas de un juego mayor le resultaba insoportable. Pero antes de que pudiera decir algo más, un sirviente interrumpió con una reverencia profunda.
—Sultana Mimi, sus nuevos aposentos están listos —anunció.
Mimi, aunque perturbada por la conversación, asintió brevemente antes de que Yoshino se acercara a ella con una leve inclinación de cabeza, indicando que ambas debían irse juntas. La formalidad era un manto bajo el cual se ocultaban sentimientos más complejos, y Mimi sabía que la madre sultana no hacía nada sin una razón.
—Vamos, sultana —dijo Yoshino, con un tono casi imperceptible de suavidad en su voz, algo que sorprendió a Mimi. No era común que la madre sultana mostrara esa clase de compasión, al menos no abiertamente.
Ambas caminaron por los largos pasillos del palacio, donde los ecos de los pasos de las sirvientas y el susurro de las telas de los vestidos resonaban entre las paredes. Los jardines exteriores apenas podían vislumbrarse desde los arcos, pero el silencio reinaba a su alrededor. Mimi, con la mirada fija al frente, sentía la presencia de Yoshino junto a ella, como una sombra, pero la distancia emocional entre ambas era innegable.
Cuando Mimi y Yoshino llegaron a los aposentos, Mimi se detuvo un momento para observar su nuevo entorno. No eran tan amplios ni lujosos como sus antiguos aposentos en el palacio principal, pero había algo en el lugar que lo hacía acogedor. Las paredes estaban decoradas con tapices de seda en tonos suaves, y los ventanales dejaban entrar una luz tenue que llenaba la habitación con una sensación de calma.
Mimi dio un paso al interior, notando los detalles. Los muebles eran elegantes, aunque más simples, y las cortinas se movían ligeramente con la brisa. Un delicado olor a incienso flotaba en el aire, mezclándose con el aroma de las flores frescas dispuestas en un jarrón en el centro de la mesa.
—No es tan imponente como tus aposentos anteriores, pero es un lugar adecuado para ti y para Izumi —comentó Yoshino, deteniéndose junto a Mimi. Su voz era serena, casi pragmática, pero había una leve nota de empatía escondida en sus palabras.
Mimi asintió lentamente, aún procesando todo lo que había aprendido. Sabía que este cambio no era solo una cuestión de espacio físico, sino un reflejo de la nueva etapa que enfrentaba.
Una vez que Yoshino se marchó, Mimi se permitió un momento de calma en sus nuevos aposentos. Sin embargo, los pensamientos de exilio y pérdida comenzaban a aplastarla como una sombra persistente. Recordaba su vida anterior, la risa de Thomas, sus juegos y los momentos de ternura compartidos. Esa calidez parecía un eco distante ahora, y un suspiro de pesar escapó de sus labios.
Desvió la mirada hacia la cuna donde su hija Izumi dormía plácidamente, y en ese instante, el mundo exterior se desvaneció. La pequeña sultana tenía una apariencia serena, con su cabello suave y oscuro que caía sobre su frente. Mimi sintió una oleada de amor y ternura al observarla, olvidando, aunque solo por un momento, las conversaciones sobre poder y alianzas.
Con cuidado, se acercó y levantó a Izumi en sus brazos, sintiendo el pequeño peso de su hija. Su corazón se llenó de una mezcla de alegría y tristeza.
—Oh, mi pequeña —susurró Mimi, acariciando la suave mejilla de Izumi—. Eres todo lo que tengo ahora.
Al sostener a Izumi contra su pecho, se dio cuenta de lo importante que era protegerla, no solo de las intrigas del palacio, sino de la soledad que la rodeaba.
Mimi sintió que una lágrima caía por su mejilla, pero se apresuró a secarla. No podía permitirse rendirse. Debía ser fuerte por Izumi y por Thomas, aunque su corazón se sentía desgarrado por la ausencia de su pequeño.
—Te prometo que haré todo lo posible para que estés bien —continuó Mimi, hablando en voz baja, como si la pequeña pudiera entender cada palabra—. No dejaré que este lugar te cambie, ni que el destino de nuestra familia te afecte de manera negativa.
Izumi, al escuchar la voz suave de su madre, comenzó a moverse, abriendo los ojos y sonriendo con inocencia. Mimi sintió una oleada de amor inundar su corazón, y por un momento, el peso del exilio se alivió.
—Eres mi razón —dijo, mientras las lágrimas seguían cayendo, pero ahora eran lágrimas de esperanza—. Siempre estaré aquí para ti, Izumi. Siempre.
Mientras la abrazaba con fuerza, Mimi supo que, aunque el camino por delante fuera incierto y lleno de desafíos, su amor por sus hijos sería su ancla. Al menos tenía a Izumi con ella, y haría lo que fuera necesario para protegerla, incluso en medio de la confusión que la rodeaba.
miyakoinoe25: ¡Que bueno que te haya gustado el capítulo! jajaja Mimi es jovencita pero no tanto llegó con 16 ahora está en los 19. Ha pasado tiempo. Dije características físicas, pero principalmente de carácter, existen muchas opciones. Habrá muchas peleas a futuro. Espero que te haya gustado este capítulo, ojalá sigas leyendo y comentando, te mando un abrazo a la distancia.
Adrit126: ¡Hola! Me alegra leerte también jsjs que bueno que te haya gustado el capítulo y la interacción entre los personajes Jajaj sin querer le estoy haciendo propaganda a la novela (Esta historia se parece un poco. Habrán algunos cambios) Con respecto a Kiriha, está un tanto difícil, es hijo de Sora. Pero intentaré que no. Espero que te haya gustado este capítulo, ojalá sigas leyendo y comentando, te mando un abrazo a la distancia.
mimato bombon kou chapter: ¡Me alegra saber que te gustó la reconciliación! ¡Uh! Ya veremos si vienen más bebés o no (Luego de las votaciones llegué a un promedio de hijos aprox) Aunque todavía están las votaciones abiertas jajaja Ya veremos si se viene embarazo múltiple o no jajaja Creo que una vez di la respuesta a esa pregunta jsjs Sobre los hijos solo diré que tengo planeado los hijos pero veo que las suposiciones están un tanto alejadas. Pero tranqui ¡les gustara saber quienes serán los hijos de Mimi! Lamentablemente Mimi no irá al viaje y Natsuko tiene el poder. Pero es parte de la trama. Espero que te haya gustado este capítulo, ojalá sigas leyendo y comentando, te mando un abrazo a la distancia.
Lili: ¡Que bien! Bienvenida.
