La gran mesa del comedor estaba colmada, un banquete digno de la familia imperial desplegado ante ellos. Todos los rostros de la familia de Yamato se encontraban presentes, mostrando una mezcla de curiosidad y anticipación mientras las charlas se entrelazaban con murmullos y miradas significativas. Al centro, Yamato observaba a sus invitados, notando cada expresión y reacción mientras degustaban los exquisitos platillos que se habían servido.

A su derecha estaba Mimi, su concubina principal, sosteniendo a Izumi en su regazo, quien jugueteaba con una pequeña cuchara. A su lado, Thomas mordisqueaba un pedazo de fruta bajo la atenta mirada de su madre. Sora, en la otra esquina, mantenía vigilado a Kiriha, quien observaba a los demás con aire curioso, tratando de entender el motivo de la reunión.

Taichi, sentado más al fondo, intercambiaba miradas con su hermana Hikari, ambos igualmente intrigados. Más cerca de la cabecera, Natsuko, la madre de Yamato, conversaba suavemente con Alice y Rika, quienes estaban acompañadas de sus respectivos esposos. El ambiente tenía un toque formal, pero también familiar; todos disfrutaban de la comida, pero la tensión era evidente, y una pregunta no dicha llenaba el aire.

Sobre la mesa, se extendía un festín de platillos exquisitos. Había una selección de kebabs de cordero dorados y aromatizados con hierbas frescas y especias que impregnaban el aire con un sutil aroma ahumado; bandejas de arroz esponjoso con almendras y pasas, acompañadas de delicadas porciones de pescado sazonado con una mezcla de azafrán y limón; y una serie de ensaladas de granos, nueces y frutas exóticas, cuidadosamente dispuestas para complementar el banquete. Todo parecía cuidadosamente preparado para impresionar, pero no todos en la mesa parecían completamente cautivados por la comida.

Sora, ubicada al otro extremo de la mesa, miraba con desagrado a Mimi, esforzándose en disimular la incomodidad de compartir espacio con ella. Para Sora, la presencia de Mimi en la mesa siempre era un recordatorio de la rivalidad que ambas compartían, una que ni siquiera las finas delicias del banquete lograban atenuar. Mimi, por su parte, devolvía la mirada con frialdad; su desagrado por Sora era mutuo, y cada bocado que tomaba era una forma de demostrar que ella, como concubina principal, no pensaba ceder ni un poco.

Mientras tanto, Takeru y Hikari, sentados cada uno a cierta distancia, intercambiaban miradas furtivas desde sus lugares. Intentaban disimular, pero la tensión y los deseos de estar uno junto al otro eran evidentes en sus ojos. Sus miradas hablaban más que cualquier palabra, transmitiendo una mezcla de añoranza y cautela, conscientes de que la reunión familiar no les brindaba la privacidad que deseaban.

Al otro lado de la mesa, Taichi y Rika observaban a sus respectivos hermanos con una mezcla de resignación e incomodidad. Ambos se percataban de los intentos de Takeru e Hikari de disimular sus sentimientos, y el ambiente tenso entre ellos no hacía más que agudizar la incomodidad. Rika, como media hermana de Takeru, era especialmente perspicaz a la hora de detectar sus emociones, y Taichi, siendo hermano de Hikari, no podía ignorar lo obvio. Sin embargo, ambos optaban por guardar silencio, esforzándose en no llamar la atención mientras la reunión se desarrollaba.

La atmósfera, aunque formal, estaba cargada de emociones y tensiones no resueltas, y cada detalle de la comida parecía amplificar los sentimientos de rivalidad, deseo y desaprobación que pululaban alrededor de la mesa.

Finalmente, tras unos momentos de silencio en la mesa, fue Natsuko quien habló.

—¿Te gustó la comida, hijo?

Yamato asintió.

—Le pedí al cocinero que cocinara un buen banquete, así como me pediste.—Comentó la mujer— Espero haber cumplido tus expectativas.

—Está deliciosa la comida, madre.—Respondió el rubio con seriedad.

Nuevamente el silencio se hizo presente, cada quien al pendiente de lo suyo. Hasta que Natsuko finalmente se atrevió a preguntar, rompiendo la expectativa general.

—Hijo —comenzó, dirigiendo su mirada hacia Yamato—. Todos hemos recibido tu invitación y estamos aquí, pero debo confesar que estamos un poco… expectantes. ¿A qué se debe esta reunión tan… especial?

Yamato esbozó una pequeña sonrisa, dejando a un lado su copa antes de responder.

—Sé que todos están intrigados —dijo, mirándolos uno a uno—, y con razón. He convocado esta reunión porque quiero que toda la familia esté al tanto de ciertos asuntos.

¿Asuntos? Todos observaron intrigados al sultán.

Las palabras de Yamato parecieron aumentar la atención de los presentes, y una ligera incomodidad se hizo palpable entre ellos.

Yamato se aclaró la garganta, dejando que la mirada de cada uno de sus familiares descansara sobre él. Se enderezó y sostuvo el pergamino frente a sí, su expresión solemne y su tono grave, reflejando el peso de las palabras que iba a pronunciar.

—Familia, —comenzó, dirigiendo una breve mirada a cada rostro alrededor de la mesa—. quiero que todos sean testigos de lo que vendrá a continuación.—Declaró— Creo que es tiempo de dar un paso importante para nuestro futuro. Somos la dinastía Otomana, y, como tal, debemos aprender no solo a preservar nuestro legado, sino también a fortalecerlo. Durante mucho tiempo, nuestras decisiones han sido duras, nuestros caminos, llenos de sacrificios. Pero hemos llegado hasta aquí con honor y perseverancia, y cada uno de ustedes es prueba de ello.

Hizo una pausa, su mirada deteniéndose en Takeru y luego en Taichi, recordando la historia que les unía, sus luchas, y también sus pérdidas.

—Sé que nuestro pasado está marcado por sombras y decisiones difíciles —continuó, su voz profunda y cargada de un tono casi confesional—. Como muchos de ustedes saben, hace tiempo tuve que seguir la ley otomana para ascender al trono.—Esta alusión todos la entendieron. Se refería al fratricidio—Fue un acto que no fue tomado a la ligera, pues implicaba el fin de la vida de mis hermanos, hombres con quien compartí infancia y sangre. Sin embargo, el propósito de cumplir esa ley fue: asegurar la estabilidad de nuestro reino y evitar divisiones que podrían amenazar a nuestra dinastía.

Al mencionar a sus hermanos, algunos rostros se tensaron. Era un tema que rara vez tocaban, y cada palabra reabrió una herida que, aunque antigua, nunca se había cerrado del todo. Yamato continuó, su tono endureciéndose con una determinación inquebrantable.

—Sin embargo, hoy miro hacia adelante y quiero que ustedes también lo hagan. No estamos aquí para revivir las heridas del pasado, sino para encontrar un propósito que nos una en lugar de dividirnos. Tenemos la responsabilidad de hacer que nuestra dinastía florezca, que su presencia y su poder crezcan y se afiancen para las generaciones que vendrán. Y para ello, debemos fortalecer nuestros lazos y buscar alianzas dentro de nuestra propia sangre, que nos den la estabilidad y la legitimidad que esta corte necesita.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo antes de proseguir.

—Es por eso que he tomado la decisión de unir nuestra familia con una nueva alianza, una que será la base de un futuro más fuerte para todos nosotros.

Todos se sentían completamente expectantes e intrigados por esta declaración.

Yamato se detuvo unos segundos y nuevamente aclaró su garganta para continuar hablar: —Familia...—Habló—Quiero anunciar el compromiso de Taichi Pashá y la sultana Esmahan, hija del príncipe Kouji.

¿Qué? Todos intercambiaron miradas sorprendidos ante esto. Alice y Daigo se observaron completamente alarmados ante esta declaración. Natsuko prácticamente se quedó estática, no por la noticia en sí, sino ante la acción de Yamato, quien, prácticamente ¡Ignoró su opinión!

Rika sonrió orgullosa al escuchar la decisión de su hermano. Finalmente, logró lo que quería. Hikari, por su lado, también sonrió, Taichi era un buen hermano con ella, atento, bondadoso y siempre estaba cuando ella lo necesitaba sobre todo luego de perder a sus padres, no obstante, se pospuso mucho por esto y ¡ya era hora que su hermano formara su familia! Además, sabía que este matrimonio ayudaría a su hermano a subir de rango, convirtiéndose en yerno de la dinastía.

Otra persona que sonreía era Mimi orgullosa, al parecer Yamato siguió su consejo, eso era algo bueno. Al casar a Esmahan con Taichi, él tendría que verse obligado a seguir sus decisiones y estaba segura que la sultana, influenciada por Haruna, la apoyaría a ella y sus príncipes.

Todo lo contrario, Sora, se sintió de muerte ante esa declaración.

¿Matrimonio? ¡No, eso no era posible! ¡Taichi no podía casarse con ella! ¡Claro que no!

Pasó su mirada por el castaño, no parecía estar mintiendo.

—Veo que cambio de opinión hermano sultán.—Comentó Rika.

Yamato asintió— Tenías razón al decir que, no importa el pasado, ni la cuales fueron las decisiones que tomó su padre. Ellas son hijas de Kouji, nuestro hermano, y no puedo ser desleal con ellas.

—Me alegra escuchar eso.—Musitó la pelirroja.

El rubio dirigió su mirada a su amigo—¿Qué te parece la noticia?

Taichi bajó la cabeza en señal de reverencia: —Es un honor.

Yamato sonrió ante esto.

—¡Felicidades hermanito!— Exclamó Hikari abrazando al castaño.

—Gracias hermana.

Yamato observó a Natsuko que todavía estaba en shock: —Madre ¿no dirás nada?

La mujer parpadeó, recobrando la compostura al escuchar la voz de su hijo dirigiéndose a ella. Aún sin comprender del todo cómo había llegado a aquella decisión sin consultarle, respiró hondo y esbozó una leve sonrisa forzada, disimulando su desconcierto.

—Yamato... —empezó, enderezándose en su asiento—. Si esta es la decisión que has tomado, confío en que es lo mejor para la dinastía.

Yamato inclinó la cabeza en señal de respeto hacia su madre, captando que, aunque su aceptación fuera diplomática, la decisión todavía le causaba incomodidad. Aun así, parecía estar dispuesta a respaldarlo, aunque en su mirada se percibía una mezcla de orgullo y resignación.

—Dis-disculpe hermano sultán...—Alice habló nerviosa— Es buena noticia, pero...¿cómo decidió esto?

—Hace un tiempo lo venía pensando.—Respondió el sultán— Quiero que Taichi sea parte de esta dinastía, ya que, como ustedes saben, es de mis fieles súbditos.—Comentó—Y como Esmahan es una sultana, es su obligación formar alianza. ¿Y que mejor que esta?

—Pero ella es hija de un príncipe que perdió.—Musitó la rubia y Yamato la observó extrañado— Di-digo...—Aclaro su garganta—Quizás, no sea tan respetada.

—Claro que sí.—Respondió Yamato— Ella es una sultana y parte de esta dinastía.—Comentó—Además, Mimi me comentó que las sultanas fueron de mucha ayuda en su estadía en el palacio de lágrimas.

—¿Mimi?—Musitó Alice sorprendida.

El sultán asintió— Al parecer se conocieron cuando ella estuvo ahí y comentó acerca de nuestras sobrinas.—Comentó— Y finalmente me convenció de aceptar el compromiso de Taichi con Esmahan.

¿Lo convenció?

—Esmahan es una sultana y merece ser tratada como tal.

Alice dirigió una mirada molesta hacia Mimi. ¿Quién rayos se creía ella para involucrarse en este asunto tan frágil?

Rika, por su parte, se alegró al escuchar aquello.

—Estoy muy feliz por su decisión, mi sultán.—Musitó la oji-miel haciendo una reverencia— Esmahan es una buena sultana y será de gran ayuda para su esposo. ¿Cuando será la boda?

—En la próxima Luna.—Respondió Yamato.

En otras palabras, el próximo mes.

¿Tan pronto? Pensó Sora.

—¡Perfecto!— Exclamó la pelirroja hermana del sultán— Si me permite, me encargaré de los preparativos que conlleva a mi sobrina, mi sultán.

Yamato sonrió—Claro que puedes Rika.

La sultana correspondió a la sonrisa.

—Espero que este matrimonio sea feliz, Taichi Pashá.— Takeru le habló al castaño.

El guarda espalda real observó seriamente al rubio y asintió: —Muchas gracias por su buen deseo, príncipe.


—¿En qué estabas pensando, Yamato? — Natsuko le reclamó a su hijo cuando finalmente estuvieron solos—. ¿Cómo te atreves a tomar una decisión de este calibre sin siquiera consultarme?

Yamato respiró hondo, cruzando sus brazos también, firme y sin intención de retroceder.

—Madre, soy el sultán. Tomo decisiones que creo necesarias para el futuro de esta dinastía —dijo, su tono mesurado, aunque cargado de determinación—. No necesito la aprobación de todos para saber que esta es la mejor elección para nuestra familia.

Natsuko lo miró incrédula, su ceño fruncido, reflejando la frustración que sentía.

—¿Es realmente así? ¿Crees que sabes lo mejor para esta familia sin escuchar a quienes te criaron y conocen la historia que nos trajo hasta aquí? Esmahan es la hija de Kouji, tu hermano... el hermano que... —Natsuko hizo una pausa, las palabras atrapadas en su garganta—. No puedes ignorar el pasado de esa forma. No después de lo que pasó.

Yamato sostuvo la mirada de su madre, comprendiendo la profundidad de sus palabras, pero sin dejarse influir por la culpa o la nostalgia.

—Precisamente por eso, madre. Porque el pasado ya es inalterable, pero el futuro aún podemos moldearlo. Si queremos que nuestra dinastía prospere, debemos dejar de aferrarnos a las rencillas y los dolores de antaño —replicó, con un tono más suave pero no menos seguro—. Mimi me hizo ver que este matrimonio es una oportunidad para fortalecer nuestra posición, para forjar nuevas alianzas y, en el proceso, también para hacer las paces con lo que sucedió.

—¿Mimi?— Musitó la mujer—Ella apenas sabe de este imperio.

—Sabe algo...—Comentó Yamato— Conoció a Haruna y sus hijas, y...

—¡Se dejó manipular!

—No es eso madre.—Respondió el rubio.

La madre sultana movió su cabeza: —Es que, verdaderamente no logro entenderlo.—Comentó—¿Prefieres hacerle caso a ella antes que a mi?

—No es eso.—Respondió Yamato— Simplemente quiero asegurar nuestro futuro y esta alianza es lo mejor.

Natsuko se quedó en silencio unos segundos, observando a su hijo y tratando de ver en él algo del niño que había sido, antes de que el peso de la corona lo endureciera. Finalmente, sacudió la cabeza.

—Sigues sin entenderlo... —murmuró, exhalando con resignación—. El poder no lo es todo, Yamato. Te lo he enseñado desde que eras pequeño. La lealtad de la familia, el respeto... esos son los verdaderos cimientos de una dinastía duradera.

—Y no los estoy olvidando —le aseguró Yamato, acercándose un paso hacia ella—. Todo lo que hago es precisamente para honrar eso, para asegurar que el futuro de nuestra familia esté seguro, con aliados leales y con lazos que nos fortalezcan en lugar de debilitarnos. Esmahan y Taichi traerán estabilidad y unión, no solo para esta generación, sino para las que vendrán.

Natsuko lo observó, y aunque había una parte de ella que entendía sus razones, otra parte aún no podía evitar sentir la traición de que su hijo tomara una decisión tan significativa sin contar con su consejo. Finalmente, bajó la mirada, en un gesto de rendición.

—Espero que no te equivoques, Yamato —dijo en voz baja, dejando entrever un atisbo de tristeza en su expresión—. Porque si esta decisión resulta en ruina para alguno de nosotros, no será algo fácil de reparar.

Yamato asintió, aceptando el peso de las palabras de su madre.

—Confía en mí, madre. No les fallaré —respondió con firmeza.


Hikari caminaba al lado de su hermano Taichi, con una sonrisa radiante iluminando su rostro mientras avanzaban por los pasillos que conducían a sus aposentos. El anuncio del compromiso de Taichi con Esmahan había traído consigo una ola de alegría que parecía contagiar a todos a su alrededor, pero, para Hikari, aquella noticia significaba algo aún más profundo. Su hermano, su querido Taichi, finalmente daría un paso importante en su vida, y ella no podría estar más orgullosa.

—¡No puedo creerlo, hermano! —exclamó Hikari, con los ojos brillando—. ¡Por fin te casarás! Y con Esmahan... Una sultana.

Taichi sonrió, aunque en su rostro había una mezcla de calma y una emoción contenida que solo Hikari parecía percibir en profundidad. Con su carácter reservado, Taichi no mostraba fácilmente sus sentimientos, pero Hikari, con esa sensibilidad propia de una hermana, podía notar que la noticia también lo había emocionado.

—Es un honor que el sultán me haya elegido para esta alianza, Hikari —respondió él, mientras avanzaban—. Esmahan es noble, y su inteligencia es innegable. Hará una buena esposa.

Hikari lo miró con cariño, dándose cuenta de que, aunque sus palabras eran serias, había una calidez en su tono que no había escuchado antes. Taichi, que siempre había sido tan firme y estoico, parecía ahora dispuesto a abrirse, al menos con ella.

—Estoy tan feliz por ti, Taichi —le dijo, abrazándolo de lado mientras caminaban—. Me alegra tanto saber que tendrás alguien a tu lado, alguien con quien compartir cada día.

Taichi miró a su hermana y le dio una pequeña sonrisa, una de esas sonrisas reservadas que Hikari siempre había atesorado. Ella era una de las pocas personas con quien él podía bajar la guardia.

—No será un camino fácil —admitió Taichi, reflexionando sobre la responsabilidad que implicaba casarse con una mujer de linaje noble—. Pero quiero hacerlo bien, por Esmahan, por nuestra familia y, claro, por Yamato.

—Lo harás bien, Taichi. Siempre lo haces. —Hikari apretó su brazo, con una convicción inquebrantable—. Eres fuerte, honesto y justo. Esmahan estará segura contigo.

Taichi se detuvo un momento y miró a Hikari, agradecido por su fe inquebrantable en él. Le daba tranquilidad saber que tenía a su hermana de su lado en un momento tan decisivo de su vida.

—Y tú... ¿qué piensas de Esmahan? —preguntó Taichi, alzando una ceja mientras miraba a Hikari con una curiosidad que no podía ocultar.

Hikari soltó una pequeña risa.

—Me gusta mucho. Todos comentan lo buena persona que es, y sé que contigo será aún mejor. —Hizo una pausa, con una expresión traviesa.

Taichi sacudió la cabeza, pero no pudo evitar sonreír al ver la alegría de su hermana.

—Me alegra que la apruebes, Hikari. Eso significa mucho para mí. —Suspiró, con la vista en los jardines a través de las ventanas—. Solo quiero que este compromiso traiga paz y unión. Es lo que todos necesitamos.

Hikari asintió, comprendiendo las implicaciones profundas de su unión con Esmahan. Sabía que el matrimonio de Taichi no solo era una celebración, sino un paso importante para fortalecer la estabilidad del reino, algo que su hermano valoraba sobre todas las cosas.

Finalmente, llegaron a los aposentos de Taichi, y Hikari lo miró con una mezcla de alegría y orgullo. Su hermano estaba listo para un nuevo capítulo en su vida, y ella sabía que él estaba destinado a ser un buen yerno de la dinastía. Con la sonrisa aún en su rostro, Hikari se acercó y lo abrazó con fuerza, como si quisiera transmitirle todo el amor y apoyo que sentía por él.

—Y, hablando de compromisos...—Taichi hizo una pausa— ...creo que debemos hablar sobre el tuyo.

La sonrisa de Hikari desapareció al instante, su rostro mostró una mezcla de sorpresa y disgusto.

—¿Mi compromiso? Taichi, pensé que habíamos hablado de esto. No estoy lista para eso, y no quiero que decidan por mí.

—Hikari, entiéndelo. No es solo una decisión personal, sino también un asunto de alianzas. Eres parte de esta familia, y las alianzas son importantes para todos nosotros —intentó explicarle, manteniendo la calma.

—¿Así como fue importante para ti? —replicó Hikari, su voz subiendo un poco de tono—. Esto es diferente. No estoy en contra de los compromisos, pero quiero poder decidir con quién y cuándo. No quiero que me presionen.

Taichi suspiró, intentando contener su frustración.

—Lo entiendo, Hikari, pero el tiempo avanza. No puedes evitar este tema por siempre.

La sonrisa de Taichi se desvaneció al ver la reacción de Hikari, pero decidió mantenerse firme. Había esperado que este tema tarde o temprano generara incomodidad, pero su hermana debía comprender la importancia de lo que le proponía.

—Hikari, escúchame bien —dijo, con un tono firme y directo—. Ya tienes la edad para casarte. Es un momento que no podemos seguir posponiendo; el compromiso es parte de tu deber, tanto como lo es para mí.

Hikari lo miró con una mezcla de desconcierto y molestia.

—¿Mi deber? —replicó con incredulidad—. Hermano, ¿realmente crees que forzarme a esto es lo mejor? No estoy lista, Taichi. No quiero ser obligada a vivir una vida que no deseo. Además… —hizo una pausa, su voz temblando ligeramente— nada ocurre entre Takeru y yo. No sé por qué insistes tanto en esto.

Taichi apretó los labios, su mirada se tornó severa.

—¡No mientas, Hikari! —exclamó—. No puedes engañarme. Sé que has estado cerca de él, y eso es precisamente lo que quiero evitar. No puedes continuar con alguien que no será aceptado para ti. ¡Y no voy a permitir que te pongas en riesgo por una necedad!

Hikari bajó la mirada, sintiéndose atrapada.

—Te juro que no ocurre nada entre nosotros… —mintió, intentando calmarlo—. Solo somos amigos, Taichi. De verdad, no hay nada de qué preocuparse.

Pero Taichi la miró con una mezcla de frustración y desaprobación.

—Como sea, Hikari. Esto no es una opción. No puedes seguir retrasando lo inevitable. Tienes que entender que debes obedecerme. Como tu hermano mayor, sé lo que es mejor para ti, y no te permitiré desobedecer.

El tono autoritario de Taichi hizo que el corazón de Hikari latiera con fuerza. Sabía que Taichi no cedería fácilmente, pero la idea de ser comprometida en contra de su voluntad le resultaba insoportable. Sin pensarlo dos veces, se arrodilló frente a él, en un gesto de súplica.

—Por favor, hermano —dijo, con la voz entrecortada por la desesperación—. No me obligues a esto. Dame más tiempo. Te prometo que no haré nada indebido, solo… solo necesito tiempo. No estoy lista para una vida como esa.

Taichi la miró, desconcertado al verla en esa postura. Aunque la escena le conmovió, intentó endurecer su expresión.

—Hikari… no quiero verte así, pero esto es lo mejor para ti. No entiendes las implicaciones. Un compromiso fortalecerá nuestra posición y te brindará estabilidad. No te voy a dejar seguir este camino sin rumbo. No puedo permitirlo.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Hikari, sus manos temblaban mientras lo miraba fijamente, rogando por alguna señal de compasión.

—Por favor, Taichi —insistió—. No me quites mi libertad tan pronto. Solo te pido un poco más de tiempo. No me hagas esto ahora.

Hubo un momento de silencio entre ambos, una pausa tensa llena de sentimientos encontrados. Taichi desvió la mirada por un instante, claramente afectado, pero también firme en su decisión.

—Hikari… lo lamento. Esto no es algo que esté en tus manos decidir. No puedo permitir que desperdicies tu vida en algo que solo traerá más problemas.


Mimi miraba a Yamato mientras estaban en sus aposentos. No podía ocultar la sonrisa de satisfacción que se dibujaba en su rostro. Tras un momento, decidió hablar, rompiendo el suave silencio entre ambos.

—Estoy muy feliz por la noticia del compromiso de Taichi y Esmahan, Yamato —comentó Mimi con una calidez en sus ojos—. La decisión que tomaste no solo traerá estabilidad a la familia, sino que también fortalecerá nuestros lazos en la corte. Es un gran acierto.

Yamato asintió, correspondiendo a la sonrisa de Mimi, aunque de una forma más moderada. Se le veía tranquilo, y en el brillo de sus ojos se reflejaba un alivio genuino.

—Es una decisión que llevaba tiempo considerando —admitió él—. Es cierto que el pasado fue turbulento, pero creo que ha llegado el momento de mirar hacia adelante y construir un futuro sólido para la dinastía. Este compromiso es solo el comienzo.

Mimi inclinó ligeramente la cabeza, observándolo con admiración.

—Estoy segura de que será así. Esmahan merece tener una vida de sultana, y Taichi es un hombre noble, alguien en quien puede confiar. Además, una unión así nos beneficiará a todos. Me enorgullece ver que has tomado en cuenta lo que te mencioné.

—Me motivó bastante tu consejo, Mimi —respondió Yamato con una pequeña sonrisa—. Cada vez entiendes mejor como funcionan las reglas. Eres observadora, no solo velas por nuestros hijos, sino también por la prosperidad de todos.

Mimi entrelazó sus manos y, con dulzura, le dirigió una mirada sincera.

—Es lo menos que puedo hacer. Lo hago por ti, por mis hijos... y también porque quiero ver nuestra familia florecer en paz. Estoy convencida de que decisiones como esta nos acercan más a esa meta.

Yamato le tomó la mano con suavidad, reconociendo en su mirada el mismo deseo de prosperidad que él también albergaba.

—Estoy seguro de que estamos en el camino correcto. Hoy es el compromiso de Taichi y Esmahan, y en el futuro… —Se interrumpió por un momento, su mente imaginando las posibilidades—, veremos más uniones que fortalezcan nuestra dinastía.

Mimi miró a Yamato con curiosidad, inclinándose hacia él, y luego de unos segundos de silencio decidió expresar lo que tenía en mente.

—Yamato, hay algo que siempre he querido preguntarte —comenzó, con tono reflexivo—. ¿Por qué los sultanes no se casan? ¿Por qué, en lugar de tener esposas, solo tienen concubinas?

Yamato se sorprendió un poco ante la pregunta de Mimi, pero enseguida esbozó una sonrisa, como si ya hubiera anticipado en algún momento que ella quisiera entender la tradición.

—Es una antigua costumbre en nuestra familia y en muchas otras dinastías —respondió, tomando un sorbo de vino antes de continuar—. Los sultanes no se casan oficialmente porque eso les permite evitar que una sola familia tenga demasiado poder. Si hubiera una esposa oficial, sería natural que esa familia, la de la esposa, intentara ejercer influencia sobre el trono.

Mimi asintió, escuchando con atención, pero sus ojos reflejaban todavía una chispa de duda.

—Entiendo. Pero ¿no es extraño? Digo, en otras dinastías, siempre tienen a sus reyes. Tanto al rey como a la reina.

—Esta dinastía es diferente, piensa que al no tener una esposa oficial, puedo equilibrar las alianzas de una manera diferente —explicó— Si tuviera una esposa probablemente tendría más poder que las demás concubinas y eso desencadenaría más problemas entre mis posibles herederos.

Más poder...Eso era lo que ella quería.

Mimi meditó sus palabras y luego le dirigió una sonrisa.

—Entonces, es una cuestión de poder y equilibrio. Es una manera de mantener el control y la estabilidad en el reino, ¿verdad?

—Exactamente —afirmó Yamato, apretando ligeramente su mano—. Es una de las tantas maneras de asegurar que las decisiones del sultán se mantengan imparciales y que su lealtad siempre esté con el reino, sin el peso de una única alianza familiar.

—¿Sabes? Yo siempre soñé con casarme, pero...—Suspiró— Creo que no será posible.

El rubio hizo una mueca ante esto, entendía que, desde donde ella venía traía otras costumbres.

—Lo lamento mucho, Mimi. —repitió, apretando su mano suavemente—. Sé que en tus tierras el matrimonio es símbolo de algo… diferente. Aquí, lo que tenemos puede parecer menos, pero para mí, tú eres mucho más que cualquier título formal.

Mimi lo observó, sus ojos reflejando una mezcla de comprensión y resignación, aunque en su pecho el deseo de un lazo más sólido seguía ardiendo.

—Entiendo —respondió, buscando sonreír con serenidad—. Solo… es que a veces me pregunto cómo habría sido una vida diferente.

Yamato asintió, sintiendo un destello de empatía. Consciente de que su realidad implicaba adaptarse a una vida llena de compromisos y reglas antiguas, admiraba la forma en que Mimi se esforzaba por encontrar su lugar junto a él. La miró con ternura.

—Para nosotros significa amor eterno.— Declaró Mimi—Y que la mujer siempre será de su esposo y él de ella.

—Tú siempre serás mía Mimi.—Musitó Yamato.

—Pero usted, no solo será mío, mi sultán.—Habló la castaña— También tiene otras concubinas.

Yamato le sostuvo la mirada, sus ojos reflejando una profunda sinceridad. Lentamente, acercó su mano al rostro de Mimi y acarició su mejilla con suavidad.

—Es cierto, Mimi. —admitió en un susurro, como si las palabras llevaran el peso de todas las complejidades de su vida—. Pero aunque haya otras, ninguna ocupa el lugar que tienes tú en mi corazón. No es solo una diferencia de títulos o posiciones. Eres única para mí.

Mimi lo miró, sin disimular la tristeza en su mirada. Aunque ella entendía las costumbres y los deberes del sultán, su corazón anhelaba un amor exclusivo, una conexión solo de dos.

Yamato, notando su dilema interno, se inclinó un poco más cerca de ella. Su voz era apenas un susurro, pero la calidez de su tono dejaba claro que no estaba pronunciando una promesa cualquiera.

—Aunque no podamos tener esa unión que soñaste, eso no significa que mi amor por ti sea menos profundo. Siempre serás la que llevo en mis pensamientos, en mis decisiones… en cada respiro, Mimi. —Y, sin darle tiempo a responder, se acercó más, sellando sus palabras con un beso.

El beso fue lento, tierno y cargado de emociones, como si con ese acto intentara borrar cualquier duda en el corazón de ella. Mimi cerró los ojos, dejándose llevar por la intensidad del momento, y en ese instante, la incomodidad y los celos parecieron desvanecerse.

Mimi, con el corazón acelerado y la mirada llena de deseo, tomó el rostro de Yamato entre sus manos, mirándolo intensamente.

—Prométeme que siempre estaremos juntos —susurró, su voz entrecortada—. Que siempre seré la primera en tu corazón.

Yamato asintió con una sonrisa suave y llena de convicción, colocando una mano sobre la suya y otra en su espalda para acercarla aún más.

—Te lo prometo, Mimi —murmuró, su voz profunda y sincera—. Siempre serás la primera, la única que ocupa este lugar en mi vida.

Sus palabras fueron el preludio de un beso apasionado que selló su promesa. Poco a poco, el peso de sus cuerpos los fue llevando hacia el sofá detrás de ellos, en donde finalmente se dejaron caer juntos, sumergidos en la pasión de su amor y la intensidad del momento. Entre susurros y caricias, se abandonaron el uno al otro, sin dejar espacio para dudas, solo para la unión y el deseo que ambos compartían.

Yamato cerró la puerta de sus aposentos detrás de él y de su madre. Apenas lo hizo, Natsuko se giró hacia él, su expresión era una mezcla de frustración y desilusión.


En el gran comedor de la residencia, el silencio entre Taichi e Hikari era casi palpable mientras desayunaban. Taichi intentaba concentrarse en su plato, pero de reojo no dejaba de observar a su hermana. Ella apenas comía, y la rigidez en sus gestos delataba su enojo. Taichi suspiró, cansado de aquella tensión, y decidió romper el silencio.

—Hikari, ya hemos hablado de esto —comenzó, con un tono más calmado de lo que sentía en realidad—. Sabes que esta decisión no es solo por mí; es por nuestra familia y nuestra posición.

Hikari dejó de revolver su taza de té y lo miró con el ceño fruncido.

—¿Y qué pasa con lo que yo quiero, Taichi? —replicó, con voz cortante—. No es justo que decidas mi vida como si no tuviera voz en esto. ¡No soy una niña!

Taichi apretó la mandíbula, intentando mantener la compostura, aunque las palabras de Hikari le dolían profundamente.

—No quiero controlarte, Hikari. Simplemente quiero asegurarte un buen futuro, uno digno de ti —respondió, mirándola con sinceridad—. Pero me duele verte tan enojada por algo que, créeme, hago con las mejores intenciones.

Hikari se cruzó de brazos, sin mostrar signos de ceder. —Tus "mejores intenciones" no me importan si eso significa comprometerme con alguien a quien ni siquiera amo. Yo no elegí esto, Taichi.

Él bajó la mirada, decepcionado y algo herido por las palabras de su hermana. El ambiente seguía siendo tenso cuando, de repente, alguien entró en el comedor.

Era Ryo Bey, uno de los mensajeros de confianza de Taichi. Su presencia interrumpió la conversación justo en el momento en que parecía llegar a un punto crítico. Con respeto, Ryo hizo una reverencia y se dirigió a Taichi.

—Taichi Pashá —anunció con voz firme—, ha llegado una carta desde Crimea.

Taichi, intentando desviar su atención del tenso intercambio con Hikari, asintió y extendió la mano para recibir la carta.

—¿De Crimea?

Ryo asintió: —Al parecer es urgente.

Taichi alzó una ceja sin entender.

Taichi desenrolló la carta con cuidado y comenzó a leer en silencio. Su rostro, que momentos antes reflejaba la tensión y la decepción por la discusión con Hikari, se transformó al avanzar con la lectura. Una profunda preocupación ensombreció su mirada, sus labios apretados en una línea tensa.

Hikari notó el cambio y, olvidando momentáneamente su enojo, le preguntó con un tono de sincera inquietud:

—Taichi… ¿qué sucedió? ¿Es algo grave?

Él tardó unos segundos en responder, como si intentara procesar la noticia.

—Es nuestra tía —respondió finalmente, sin apartar los ojos de la carta—. Nuestra tía está muy enferma. Solicita nuestra presencia.


En el amplio salón del harén, las concubinas y sirvientas se encontraban reunidas en torno a Mimi, quien, con su usual gracia y elegancia, sonreía mientras charlaba con algunas de ellas. Sin embargo, el ambiente cambió bruscamente cuando la voz de Natsuko resonó por el recinto. La madre de Yamato entró con paso firme y una expresión dura en el rostro, sus ojos fijos en Mimi, que percibió la frialdad en su mirada.

Las conversaciones cesaron de inmediato, y todas las miradas se dirigieron a Natsuko mientras ella se acercaba, claramente molesta.

—Mimi —comenzó Natsuko con una voz afilada—, ¿crees que tus encantos te dan el derecho de interferir en asuntos que no te competen?

Mimi, sorprendida por el tono de Natsuko, se enderezó y abrió la boca para responder, pero apenas pudo decir una palabra cuando Natsuko alzó la mano, silenciándola.

—¡Silencio! —ordenó con desdén—. No quiero escuchar ni una sola excusa de tus labios insolentes. —Natsuko dirigió una mirada glacial hacia el resto del harén, asegurándose de que todas fueran testigos de la reprimenda.

—Yo… solo pretendía ayudar a Taichi y a Yamato a resolver este asunto de forma más conveniente —dijo Mimi, con voz queda, tratando de mantener la compostura, aunque el orgullo herido se reflejaba en su mirada.

Natsuko soltó una risa sarcástica. —¿Conveniente? —repitió, burlona—. Qué conveniente es que tú, una simple concubina, pienses que tienes el derecho de opinar sobre los compromisos de mi hijo y de Taichi. ¿Desde cuándo tienes tal arrogancia, Mimi? ¿Crees que por haber dado hijos al sultán tienes el privilegio de actuar como si fueras su igual?

Mimi sintió cómo sus mejillas ardían bajo la humillación, y aunque deseaba responder y defenderse, sabía que cualquier intento de hablar solo empeoraría la situación. Observó de reojo a las otras mujeres del harén, quienes la miraban con una mezcla de compasión y morbo, sabiendo que Natsuko rara vez se contenía en este tipo de situaciones.

—Tienes una lengua demasiado suelta, y un comportamiento imprudente que me resulta repugnante —continuó Natsuko, su tono lleno de desprecio—. No eres más que una intrusa en esta familia. No eres más que la madre de unos hijos del sultán. Así que no te atrevas a entrometerte en decisiones de verdadera importancia, o en relaciones que no son de tu incumbencia.

Mimi intentó de nuevo decir algo, buscando la manera de calmar a Natsuko y salvar su dignidad, pero la severa mirada de esta la detuvo una vez más.

—¡Te he dicho que calles! —exclamó Natsuko, su voz resonando con autoridad—. No tienes derecho a abrir la boca cuando yo estoy hablando. ¡Qué falta de respeto y de humildad! ¿Quién te has creído que eres, Mimi? ¿La sultana? —Natsuko se cruzó de brazos y dejó escapar una sonrisa amarga—. Porque si eso es lo que piensas, déjame recordarte que jamás serás más que una de las muchas mujeres del sultán, nada más. No eres ni serás nunca una verdadera esposa, mucho menos una consejera.

La humillación en el rostro de Mimi era evidente, y aunque intentaba mantener la calma, la herida en su orgullo era profunda. Las palabras de Natsuko la destrozaban, y el que fuera frente a todas las mujeres del harén hacía que la vergüenza fuera aún más insoportable.

—Y si alguna vez vuelves a meterte en los asuntos de esta familia, haré que te arrepientas de ello —sentenció Natsuko, sus ojos brillando con frialdad—. Si vuelves a acercarte a Taichi, o a sugerir algo tan insensato como el compromiso con Esmahan, te aseguro que pagarás por tu osadía.

Natsuko hizo una pausa y dirigió una última mirada de advertencia hacia Mimi, que apenas podía contener las lágrimas de rabia y humillación.

—Espero que esta lección te sirva de algo —finalizó Natsuko, antes de volverse hacia las demás mujeres—. Que todas lo tengan claro: en este lugar, nadie tiene el derecho de actuar como si fuera más que su posición. Que el ejemplo de Mimi les sirva de advertencia.

Con esas palabras, Natsuko se marchó, dejando a Mimi allí, en medio de las miradas del harén, tratando de recomponerse y de contener las lágrimas que amenazaban con traicionar su orgullo herido.


~Una semana después~


El harem se encontraba en bastante calma y silencio, todas las esclavas y kalfas se encontraban en dos filas y la sultana Rika se encontraba de pies frente a todas, esperando con ansias la llegada de su estimada sobrina Esmahan.

Generalmente no se les daba mucha importancia a las sultanas hija de príncipes muertos en el fratricidio, sin embargo, ella, Rika, no haría menos a su sangre. Después de todo, le prometió a su hermano que ayudaría a sus sobrinas, pasase lo que pasase. Y ella, como buena sultana, siempre respetaría a todos los frutos que la dinastía traía, fuesen sultanas o príncipes, reconocidos o no.

Ella siempre protegería su dinastía.

Las sirvientas se habían reunido para recibirla, y las miradas curiosas la siguieron mientras avanzaba con una mezcla de nerviosismo y emoción.

—¡Atención!— Exclamó un aga y todos hicieron reverencia.

En la puerta apareció una joven de cabello rubio cenizo, ojos azules y piel pálida, bastante alta y bella ante los ojos de todo.

La joven Esmahan, con una sonrisa contenida, apenas lograba ocultar su ansiedad. No había estado antes en este lugar, y sabía que esta visita significaba que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

En cuanto Esmahan cruzó la entrada principal, Rika, se adelantó para recibirla. La sultana, con su porte elegante y su expresión radiante, extendió los brazos y abrazó cálidamente a su sobrina, casi como si intentara envolverla en un manto de bienvenida y protección.

—¡Esmahan, querida! Qué alegría verte aquí —exclamó Rika con una sonrisa, sujetándola de los hombros para observarla de cerca—. Has crecido tanto, y estás hermosa, como siempre.

Esmahan sonrió, visiblemente aliviada de ver a una cara conocida en un ambiente que todavía le resultaba extraño.

—Sultana Rika, me alegra tanto verte —respondió con respeto, mientras le hacía una reverencia—. He pensado en este momento durante días; todo esto es... más de lo que imaginaba.

Rika asintió comprensivamente, percibiendo el nerviosismo de su sobrina. Sabía que los preparativos para el compromiso y la boda con Taichi Pashá no solo serían exhaustivos, sino también abrumadores para alguien tan joven como Esmahan. Pero también sabía que su sobrina tenía una fortaleza oculta que, en su momento, la haría destacar en su nuevo rol.

—Es natural que te sientas así, querida. Pero recuerda que este siempre será tu hogar, y aquí siempre contarás conmigo —le aseguró Rika, dándole un suave apretón en las manos—. Y, además, tu boda será un evento espléndido, digno de una princesa como tú.

Esmahan asintió con una mezcla de alegría y nervios. Aunque sentía una presión silenciosa, la presencia de Rika la reconfortaba. Desde pequeña había admirado la fortaleza y el respeto que su tía inspiraba, y saber que la tendría a su lado durante esta transición le brindaba tranquilidad.

—Gracias, sultana. Saber que estarás conmigo me hace sentir feliz.—dijo, intentando esconder el leve temblor en su voz.

Rika la llevó de la mano mientras caminaban juntas por los pasillos del harén, explicándole algunos detalles y presentándole a varias de las damas que la asistirían. Las conversaciones giraban en torno a los preparativos de la boda, y Esmahan escuchaba atentamente, queriendo asegurarse de que cada detalle fuera perfecto.

—Muy pronto comenzaremos con las pruebas de tus trajes y las decoraciones —dijo Rika con una sonrisa—. Todo el palacio estará listo para celebrar tu unión con Taichi Pashá. Sé que te espera una vida próspera a su lado.

Esmahan asintió, aún sintiendo los nervios, pero ahora también una emoción creciente. Sabía que su matrimonio fortalecería los lazos entre sus familias, y mientras caminaba junto a Rika, sentía que, quizás, estaba lista para afrontar esta nueva etapa.


En los aposentos de Taichi, el ambiente estaba teñido de una mezcla de tensión y tristeza. Hikari y Taichi se encontraban uno frente al otro, con expresiones solemnes. La noticia sobre la grave enfermedad de su tía, la esposa del Khan de Crimea, había sido un golpe para ambos, pero especialmente para Hikari. Recordaba con cariño la relación cercana que había compartido con su tía, quien siempre había sido una figura de apoyo y consuelo en su vida. La posibilidad de perderla llenaba su corazón de tristeza.

Hikari miraba al suelo, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar.

—Es tan injusto… —susurró, con voz temblorosa—. Mi tía siempre ha sido una persona bondadosa y fuerte. No puedo creer que esté pasando por esto, tan sola. —Sus ojos se alzaron hacia su hermano—. Taichi, ella no tiene a nadie más. Si yo no voy a cuidarla… —Se detuvo, luchando por controlar su voz—. ¿Quién estará con ella en sus últimos momentos?

Taichi observaba la angustia en el rostro de su hermana, sintiendo una punzada de empatía. Recordaba también los buenos momentos con su tía y sabía lo mucho que ella significaba para Hikari. Aun así, una parte de él no podía dejar de cuestionarse si este súbito deseo de Hikari por ir a Crimea tenía otro motivo, uno que ella intentaba disimular bajo la preocupación por su tía.

—¿Estás segura de que es por eso? —preguntó Taichi, intentando mantener la calma—. ¿No será que quieres usar esta situación como una excusa para evitar el compromiso que he decidido para ti?

Hikari apretó los labios, sin responder de inmediato. En su corazón, reconocía que la pregunta de Taichi tenía algo de verdad. Ir a Crimea sería una manera de escapar de las expectativas que él había impuesto sobre ella. No quería comprometerse con alguien a quien no amaba, alguien que simplemente representaba una alianza política. Sin embargo, también sabía que sus sentimientos hacia su tía eran sinceros. La preocupación por ella y el dolor de perderla eran reales.

Finalmente, levantó la mirada hacia su hermano y habló con una voz que reflejaba tanto honestidad como resolución.

—Sí, Taichi… en parte, es cierto que no quiero el compromiso. Pero eso no cambia el hecho de que nuestra tía está sola y enferma, y como su sobrina, siento que es mi deber cuidarla. Quiero estar a su lado y hacerle sentir que tiene familia, que no está sola en esto. Es lo que cualquier persona de honor haría.

Taichi la observó, procesando sus palabras con el ceño fruncido. Sabía lo firme y determinada que era su hermana cuando se trataba de sus ideales y responsabilidades, y por un momento, el recuerdo de su propia relación con su tía le hizo sentir una empatía profunda por Hikari. Aunque la sospecha seguía en su mente, entendía que el lazo entre Hikari y su tía no era algo que pudiera ignorar fácilmente.

—Lo entiendo, Hikari —dijo, finalmente cediendo un poco—. Reconozco que tienes razón al preocuparte por ella. —Suspiró y continuó—. Sin embargo, sabes que te he estado buscando un futuro seguro y digno. No quiero que confundas tus deberes familiares con una oportunidad de escaparte de la responsabilidad que te corresponde.

Hikari suspiró y tomó una gran bocanada de aire, intentando encontrar las palabras adecuadas para que su hermano comprendiera sus sentimientos. —Taichi, no es solo eso… La idea de casarme con alguien que no amo, alguien que no conozco, simplemente porque es lo que esperas de mí, me parece insoportable. ¿Acaso nuestro honor no significa también cuidar de aquellos que realmente amamos? ¿Y si no es ahora, cuándo volveré a ver a mi tía?

Taichi bajó la mirada, tratando de procesar lo que ella decía. Las palabras de Hikari le hicieron reflexionar. Por un lado, no quería que su hermana escapara de las responsabilidades que él consideraba importantes. Pero, por otro lado, sabía que la distancia podría traerle algo de paz y le permitiría ganar tiempo para revaluar sus propios planes para ella. Además, estando en Crimea, Hikari estaría lejos de Takeru, y eso, en su mente, era algo positivo. Esa cercanía entre su hermana y Takeru siempre lo había inquietado, y, mientras Hikari estuviera lejos, la relación entre ambos se enfriaría naturalmente.

Finalmente, con un suspiro profundo, miró a su hermana a los ojos, aceptando su decisión.

—Muy bien, Hikari. Si es tu voluntad, te permitiré ir a Crimea y cuidar de nuestra tía. Pero quiero que recuerdes que esto no cambia nada sobre tus compromisos con nuestra familia. —Su tono era firme, pero en su mirada había un toque de empatía—. Espero que entiendas la responsabilidad que estás asumiendo y el sacrificio que esto implica.

Hikari asintió con seriedad, agradecida por la concesión de su hermano. —Lo entiendo, Taichi. Gracias. Prometo que cumpliré con mi deber tanto como sobrina como miembro de esta familia. Haré lo mejor que pueda para cuidar de ella y mantener nuestro honor intacto.

Taichi la observó con una mezcla de orgullo y resignación. Sabía que su hermana estaba decidida, y aunque sentía cierta reticencia, reconocía la nobleza en su decisión. Por fin, extendió una mano y la apoyó en el hombro de Hikari, asintiendo con un gesto que le daba su bendición para el viaje.

—Que seas fuerte, Hikari. Y recuerda: aunque te alejes, siempre tendrás un lugar aquí y una familia que te espera.


En el salón del harem, varias concubinas y sirvientas se afanaban en los preparativos de la boda de Esmahan, Mimi revisaba cada detalle con delicadeza el vestido que se ajustaba a la joven, asegurándose de que todo estuviera perfecto para la ocasión. Su presencia transmitía calma, y su sonrisa, aunque suave, inspiraba respeto en quienes la observaban trabajar con tanto empeño.

Sin embargo, la calma se quebró de golpe cuando Alice, la media hermana de Yamato y Rika, entró al salón.

—Pero ¿qué es esto?— Preguntó—¿Por qué hay tanto alboroto en este harem?

—La sultana Rika con ayuda de la sultana Mimi están ayudando a la sultana Esmahan en su matrimonio.—Respondió Miyako.

¿Qué? Alice hizo una mueca ante esto.

La rubia caminó entre las personas y observó todo el lugar.

—¿Qué opinas del vestido Esmahan?— Mimi le preguntó a la joven.

—Bien...—Respondió la oji-azul— Aunque es un poco ajustado.

—Tranquila...—Contestó la castaña— Le diremos a las costureras que lo mejoren para ti.

Alice, que había estado observando la escena con el ceño fruncido, dio un paso adelante para interrumpir, visiblemente molesta por la atención que Mimi le prestaba a Esmahan. Pero en su movimiento apresurado, tropezó levemente con uno de los cojines dispuestos en el suelo, perdiendo momentáneamente el equilibrio. Mimi se apresuró a acercarse a ella, extendiendo una mano con preocupación.

—¡Sultana!—Suavemente la sujeto—¿Se encuentra bien?

—¿Bien?— Preguntó Alice—¿Qué es este desorden?

—Perdone, sultana, por el desorden —dijo Mimi con un tono respetuoso—. Estamos un poco ocupadas con los preparativos de la boda.

Alice se enderezó de inmediato, apartando la mano de Mimi con un gesto desdeñoso.

—Si me doy cuenta.—Respondió con irritación—¿Es que todo el harén está enfocado en este asunto?

Mimi, manteniendo la calma y la cortesía, asintió.

—Es un evento importante, sultana. Queremos que todo esté perfecto para la boda de la sultana Esmahan.

Alice entrecerró los ojos, dejando entrever una chispa de desprecio. Su voz se volvió cortante y fría.

—¿Importante?— Lanzó una carcajada— Si fuese importante tú no estarías trabajando en ello...—Musitó con tono frío y desafiante, atrayendo la atención de todos en el salón. Mimi levantó la vista, sorprendida por el tono de Alice, pero mantuvo la calma.

—Estoy ayudando con los preparativos de la boda de Esmahan, mi sultana —respondió Mimi respetuosamente, inclinando la cabeza levemente.

Alice dejó escapar una risa seca y despectiva, alzando la voz para asegurarse de que todos escucharan su humillación.

—¿Ayudando? —repitió con sarcasmo—. Esos no son asuntos que te correspondan, Mimi. No olvides que, por más que ostentes el título de sultana dándole hijos a Yamato, no dejas de ser una esclava en esta casa. No tienes derecho a entrometerte en los asuntos de una boda real.

La humillación era evidente, y Mimi, aunque visiblemente afectada, mantuvo la cabeza en alto, sin responder. Las miradas de las concubinas y sirvientas presentes iban de Alice a Mimi, expectantes y tensas, pues sabían que en el harén cada palabra mal dicha podía tener consecuencias.

Sin embargo, no se percató que justo Rika iba ingresando al lugar y escuchó sus palabras.

—Al menos ella hace algo...—Musitó.

Alice al escuchar la voz de Rika sintió un poco de miedo, sin embargo, volteo hacia ella.

—Como sultana y tía de la novia, ¿no es acaso tu responsabilidad tomar la iniciativa en estos preparativos? —dijo Rika, su tono suave pero cargado de reproche. Alice frunció el ceño, sin esperar la intervención de su hermana—. Mucho más triste es ver que, mientras Mimi está ofreciendo su ayuda para la boda de tu sobrina, tú, como sultana y parte de la familia, no estés haciendo nada por contribuir.

Las palabras de Rika cayeron como una sentencia en el salón, y Alice se quedó en silencio, boquiabierta y furiosa. El ambiente se volvió denso, con las sirvientas y concubinas murmurando y mirándose entre sí, sorprendidas de ver a Alice siendo reprendida en público.

Rika continuó, manteniendo su mirada firme sobre Alice.

—La Bas Kadin tiene todo el derecho de colaborar en los preparativos si así lo desea. Eso demuestra dedicación y lealtad a nuestra familia. Deberías estar agradeciendo y no desestimando.

Alice, avergonzada y furiosa, apretó los puños, incapaz de replicar sin exponerse aún más al ridículo.

—Yo solo decía...—Comentó—Después de todo, no creo que a la sultana madre le guste este suceso.

—Eso es tema de nosotros, tú no tienes nada que hacer.—Declaró la pelirroja seriamente.

Alice apretó más los puños y con una última mirada airada hacia Rika, giró sobre sus talones y abandonó el salón, dejando un silencio pesado en el aire.

Mimi, aún visiblemente afectada, se inclinó en un gesto de agradecimiento hacia Rika.

—Gracias, mi sultana —murmuró con voz queda.

Rika asintió, dándole un leve toque en el hombro para indicarle que continuara con los preparativos.

—No me agradezcas. No lo hice por ti.

Quería ver a Alice arder en el infierno.

—Los años pasan y la sultana Alice sigue siendo tan insoportable como decía mi padre.—Murmuró Esmahan rodando los ojos.

—¡Oh, querida!— Exclamó Rika—Esa chica es igual o peor que su madre.

La atmósfera en el salón se suavizó, y Mimi continuó con su agradable ayuda a Esmahan, sabiendo que tenía el respaldo de Rika y que, aunque algunos en el harén la vieran con recelo, de a poco se ganaba la confianza de algunas personas.


El salón privado de la madre sultana, Natsuko, estaba bañado en la suave luz del atardecer, que se filtraba a través de las cortinas de seda. Sora, la segunda concubina del sultán Yamato, entró con pasos decididos, una expresión de ligera molestia en su rostro. Después de hacer una respetuosa reverencia, se dirigió a Natsuko, quien estaba tranquilamente bebiendo té, sus ojos azul profundo revelaban un brillo de serenidad que solo lograba intimidar aún más a los que la rodeaban.

—Madre sultana —comenzó Sora, sentándose con elegancia frente a ella—, vengo a informarle sobre los preparativos en el harén para el matrimonio de Esmahan y Taichi.

Natsuko asintió, sin inmutarse y sin apartar la vista de su taza. Parecía estar esperando a que Sora continuara, con un aire de paciencia casi calculado.

—Todo el harén está involucrado en este asunto —continuó Sora, entrelazando las manos en su regazo—. Las sirvientas están ocupadas decorando, las costureras ajustando los vestidos… parece que nadie tiene en mente otra cosa que no sea este matrimonio.

Natsuko finalmente alzó la mirada, su expresión imperturbable, pero un destello de curiosidad brillaba en sus ojos.

—Entiendo —dijo, con un tono neutro—. Imagino que, para muchos, esta unión es motivo de interés.

Sora hizo una pausa, su ceño se frunció levemente.

—Madre sultana… —dijo, eligiendo sus palabras con cautela—, Mimi está ayudando activamente en los preparativos. Como bas kadin, está tomando decisiones en torno a los arreglos y la celebración. ¿Es algo que usted aprueba?

Natsuko soltó una leve risa, un sonido suave y casi despectivo, mientras dejaba la taza de té sobre la mesa.

—¿Que si lo apruebo? —respondió, alzando una ceja—. Sora, sinceramente me da lo mismo. No es asunto de mi interés. Al contrario, prefiero que otros se encarguen de esta boda. Mientras más personas estén enfocadas en esos preparativos, menos obligaciones tendré yo misma en torno a un evento que considero… prescindible.

La expresión de Sora se tensó al escuchar esto. A pesar de la neutralidad de Natsuko, la falta de control de la madre sultana sobre este matrimonio parecía incomodarla profundamente. Suspiró, mirando a Natsuko con una mezcla de incomprensión y frustración.

—Madre sultana, ¿no está preocupada? —insistió Sora, intentando medir la reacción de Natsuko.

Natsuko la miró en silencio durante unos instantes, sus ojos penetrantes escrutando el rostro de Sora. Finalmente, inclinó ligeramente la cabeza, su expresión cambió a una mezcla de enojo contenido y desdén.

—Preocupada, no. Pero sí estoy enojada y dolida —respondió en voz baja, casi como un susurro—. No por el matrimonio en sí, o por el hecho de que Taichi se convierta en mi yerno. Al contrario, siempre he creído que Taichi merece una posición de mayor respeto. Este compromiso podría elevarlo a una posición digna de su habilidad y lealtad, lo cual en sí no es motivo de disgusto para mí.

Sora frunció el ceño, desconcertada. No esperaba que Natsuko tuviera tan buena opinión de Taichi, y mucho menos que considerara este matrimonio favorable para él. Sin embargo, la madre sultana continuó, y su tono se volvió más áspero, revelando una pizca de resentimiento.

—Lo que verdaderamente me molesta, Sora —prosiguió Natsuko, su mirada fija y llena de orgullo herido—, es que mi propio hijo, el sultán, haya decidido comprometer a Taichi sin siquiera considerar mi opinión. Saber que mi consejo, mis advertencias, fueron ignorados por él... eso es lo que realmente me irrita.

Sora bajó la vista, comprendiendo de inmediato el origen del desagrado de Natsuko. La madre sultana siempre había ejercido una poderosa influencia en Yamato, y saber que él la había excluido de una decisión tan importante era, sin duda, una afrenta a su autoridad y al respeto que esperaba de él.

—Entiendo su frustración —dijo Sora en un tono conciliador—. Estoy segura de que el sultán valorará su sabiduría en otras decisiones futuras… después de todo, siempre ha confiado en usted.

Pero Natsuko negó con la cabeza, esbozando una sonrisa amarga.

—Quizás, Sora. Pero esta decisión en particular, y la manera en que la tomó, me ha dejado un sabor amargo —admitió, sus ojos fijos en algún punto del salón, perdida en sus pensamientos—. Si esto es un presagio de cómo actuará en adelante… entonces, me temo que hay cosas que he subestimado en mi propio hijo.

—No diga eso, yo estoy segura que, Yamato en algún momento recapacitará y se dará cuenta de lo que está haciendo.—Declaró Sora.

—Eso espero.


En el jardín de palacio, Takeru caminaba despreocupadamente cuando se cruzó con Rika, quien lo miró seriamente, como siempre lo hacia. Sin esperar que él se detuviera, ella se adelantó y lo llamó con un tono que denotaba una satisfacción apenas disimulada.

—Takeru —dijo, su voz cargada de ironía—. Supongo que ya te enteraste, ¿verdad?

Takeru la miró con curiosidad, sin saber a qué se refería. La expresión en el rostro de Rika le dio una ligera señal de alerta, aunque intentó mantener la calma.

—¿Enterarme de qué, Rika? —preguntó, tratando de ocultar su nerviosismo.

Rika fingió sorpresa, como si fuera obvio que Takeru debería haber sabido la noticia, y luego dejó escapar una risa suave y burlona.

—Oh, claro. ¿Cómo ibas a saberlo? Hikari estará lejos de palacio por un tiempo. Ha decidido quedarse en Crimea para cuidar de su tía. Parece que la enfermedad de la sultana le ha afectado profundamente, y ha querido hacer su parte como sobrina —anunció con aire triunfal, observando la reacción de Takeru con deleite.

El rostro de Takeru se ensombreció ligeramente, y no pudo evitar sentir un pinchazo de dolor en el pecho. Su mirada se desvió un instante hacia el suelo, como si intentara asimilar lo que acababa de escuchar. Aunque intentaba mantener la compostura, Rika no dejó de notar el brillo de tristeza en sus ojos.

—¿Estará mucho tiempo? —preguntó Takeru, con voz apenas audible.

Rika sonrió, disfrutando de la decepción de Takeru.

—Es difícil decirlo. Hikari parece muy decidida, y no se espera que regrese pronto. Después de todo, la situación en Crimea podría prolongarse —añadió, regodeándose al ver el impacto que sus palabras tenían en él.

Takeru intentó disimular su malestar, pero Rika podía notar el esfuerzo que le costaba aparentar indiferencia. Las emociones eran evidentes en su semblante, y el hecho de que Hikari estuviera lejos le pesaba más de lo que quería admitir.

—Qué bien por ella, entonces —murmuró, intentando sonar despreocupado.

Rika sonrió ampliamente, cruzando los brazos con aire de victoria.

—Claro, es lo mejor. Así ella estará ocupada y tranquila en Crimea… y tú podrás concentrarte en tus propias responsabilidades aquí, sin distracciones. ¿No crees que es ideal? —dijo, en un tono que no dejaba dudas de que disfrutaba de aquella separación.

Takeru asintió sin mirarla, sintiéndose frustrado e incapaz de responder. Sabía que Rika tenía razón en una cosa: la distancia con Hikari era conveniente para todos… excepto para él.

—Sí, supongo que es lo mejor —contestó finalmente, aunque sus palabras estaban llenas de resignación.


Sora estaba en su aposento, la luz tenue de la tarde iluminaba el cuarto, dándole un aire de serenidad que rara vez encontraba en su corazón desde hacía mucho tiempo. Se encontraba en silencio, ocupada en sus pensamientos, cuando escuchó unos pasos firmes aproximándose. Alzó la vista con una mezcla de sorpresa y expectativa al ver la figura del sultán Yamato entrando en su habitación. Había pasado tanto tiempo desde que él la visitara que por un instante pensó que estaba soñando.

—Yamato… —susurró ella, con una leve sonrisa que escondía una esperanza resurgente.

Sin embargo, el rostro del sultán era serio, casi impasible. No parecía haber venido por ella. La esperanza de Sora se desvaneció al escuchar sus primeras palabras.

—No vine a verte a ti, Sora —dijo con frialdad—. He venido a ver a Kiriha.

Las palabras se hundieron en el pecho de Sora, que sintió como si el aire abandonara su cuerpo de golpe. Trató de disimular la decepción, bajando ligeramente la mirada, y forzó una sonrisa mientras asentía. Sabía que algo había cambiado en él desde el fatídico día en que, en un momento de desesperación, había empujado a Mimi por las escaleras, causando que perdiera a su hijo. Desde entonces, la distancia entre ellos se había vuelto tan amplia que Sora apenas sentía la calidez de la mirada de Yamato.

—Por supuesto… él estará muy contento de verte —respondió Sora, con una voz tan suave que apenas fue un murmullo.

Como si hubiera escuchado a su madre, Kiriha apareció desde una esquina del aposento, sus ojos llenos de entusiasmo al ver a su padre.

—¡Padre! —exclamó el pequeño mientras corría hacia Yamato, con una sonrisa radiante en su rostro.

Yamato abrió los brazos y recibió a Kiriha con una sonrisa genuina, algo que hacía mucho tiempo Sora no veía en él. Abrazó al niño, levantándolo en el aire mientras Kiriha reía, disfrutando de la atención de su padre. Yamato le dedicó una mirada cálida, y Sora, observando aquella escena, sintió cómo su corazón se llenaba de tristeza y soledad.

—He venido a verte para que demos un paseo juntos, Kiriha —dijo Yamato, mirando al pequeño con ternura—. Hay un lugar especial que quiero mostrarte.

El rostro de Kiriha se iluminó aún más, y Sora, deseando ser parte de ese momento de unión, se atrevió a preguntar:

—¿Podría… podría acompañarlos? —inquirió, con un deje de esperanza en su voz.

Yamato se volvió hacia ella, su mirada se tornó seria y fría. Sus ojos, que momentos antes brillaban para su hijo, ahora parecían más distantes y calculadores.

—No, Sora —respondió con firmeza—. Este momento es solo entre Kiriha y yo.

Sora sintió una punzada de dolor al escuchar la respuesta. El rechazo fue como una herida abierta que Yamato, sin saberlo, acababa de tocar. No pudo evitar recordar cómo todo había cambiado después del incidente con Mimi. Antes, ella era quien caminaba junto a Yamato, quien compartía esos momentos en familia. Ahora, él la veía como alguien lejana, casi como si fuera una extraña.

Tragando el nudo en su garganta, Sora asintió con una sonrisa forzada, haciendo todo lo posible por aparentar tranquilidad.

—Entiendo… —dijo, esforzándose en que su voz no temblara—. Disfruten el paseo.

Kiriha, sin notar la tensión entre sus padres, se giró hacia ella con una sonrisa alegre y agitó su mano.

—¡Nos vemos, madre! —exclamó antes de aferrarse de nuevo al brazo de su padre.

Yamato y Kiriha salieron juntos del aposento, dejando a Sora en la penumbra de su soledad. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Sora dejó caer sus hombros y exhaló profundamente, dejando escapar las lágrimas que había estado conteniendo. En ese momento comprendió que la distancia entre ella y Yamato era una barrera difícil de romper.

La voz de su hijo aún resonaba en sus pensamientos, y aunque estaba feliz de que Kiriha tuviera el amor de su padre, el dolor de la indiferencia de Yamato hacia ella era casi insoportable. Cada día era una prueba de su fortaleza, y en ese instante, se preguntó si alguna vez podría reparar lo que había destruido con sus propias manos.


Así fue como el tiempo transcurrió lentamente mientras los preparativos para la boda de Esmahan y Taichi se llevaban a cabo en palacio. El bullicio en los pasillos, las visitas de sastres y decoradores, y los murmullos de las damas del harén llenaban cada rincón. La noticia de la unión entre Esmahan y Taichi era recibida con entusiasmo, y el sultán Yamato aseguraba que todos los detalles se cumplieran al pie de la letra.

Mientras tanto, la distancia entre Hikari y Takeru se volvió más evidente. Desde que Hikari se marchó a Crimea, el vacío que dejó en palacio fue notable. Para Takeru, los días parecían estirarse sin fin, llenos de una monotonía pesada. Intentaba sumergirse en sus deberes, cumplir sus obligaciones y mantener el semblante de indiferencia, pero quienes lo conocían bien podían notar en su mirada la falta de brillo y el desasosiego que lo consumía en silencio.

La separación había dejado una huella en ambos, aunque cada uno la sobrellevaba a su manera. Para Hikari, en Crimea, estar lejos de palacio y de Takeru representaba una mezcla de alivio y añoranza. Por un lado, estaba contenta de poder enfocarse en cuidar de su tía sin la presión de compromisos forzados. Sin embargo, no podía evitar que, en las noches solitarias, su mente vagara hacia Takeru, preguntándose qué estaría haciendo, cómo estaría, si acaso él también la echaba de menos.

Mientras los días se convertían en semanas, Hikari comenzaba a sentir en carne propia el peso de la distancia. Su corazón se debatía entre su deseo de permanecer en Crimea y el sentimiento que intentaba reprimir hacia Takeru. El tiempo lejos le había dado la oportunidad de reflexionar, de comprender mejor la confusión de emociones que la envolvía.

Por su parte, Takeru se encontraba cada vez más inquieto. No era fácil para él ignorar la ausencia de Hikari, aunque se esforzaba en aparentar que todo estaba bien. Las palabras de Rika aún resonaban en su mente, recordándole constantemente que Hikari no volvería pronto. Y aunque intentaba convencerse de que la distancia era lo mejor, una parte de él anhelaba con desesperación que ella regresara.

El silencio de sus encuentros no planeados, las miradas furtivas y las palabras no dichas se acumulaban en su memoria, creando un vacío en su día a día. Incluso el tiempo parecía transcurrir de forma extraña, como si cada momento en el que no veía a Hikari se alargara y perdiera color.

Y así, mientras el palacio se sumía en los detalles para la boda de Esmahan y Taichi, Hikari y Takeru continuaban separados, cada uno lidiando en soledad con la ausencia del otro. La distancia entre ellos se sentía cada vez más profunda, como si el tiempo mismo estuviera conspirando para alejarlos. Sin embargo, ambos sabían que aquella separación no era más que una pausa, un respiro necesario antes de enfrentar los sentimientos que habían intentado ocultar por tanto tiempo.


Takeru estaba frente al espejo, ajustando los últimos detalles de su atuendo para la boda de Taichi y Esmahan. Su rostro reflejaba una emoción genuina, casi infantil, como si cada parte de la celebración fuese una oportunidad para acercarse a Hikari. Después de tanto tiempo separados, la posibilidad de verla lo llenaba de una mezcla de nervios y alegría. Se miró una última vez, enderezando su postura, y sonrió, imaginando cómo sería encontrarse de nuevo con ella en un evento tan especial.

Sin embargo, su entusiasmo se interrumpió al oír el sonido de la puerta al abrirse. Rika entró en la habitación con paso firme y un semblante serio, haciendo que Takeru frunciera levemente el ceño al verla. Sabía que su hermana rara vez venía solo a saludar; si estaba allí, era por algo importante.

—¿Qué sucede, Rika? —preguntó, mientras guardaba su sonrisa, esperando que la conversación no fuera tan sombría como el semblante de su hermana.

Rika cerró la puerta tras de sí y cruzó los brazos, observándolo con una expresión crítica, como si estuviera evaluando cada detalle de su actitud.

—He venido para recordarte que esta es una celebración importante —dijo con tono serio—. No es el lugar para hacer una escena o para mostrar emociones fuera de lugar. Así que te comportarás.

Takeru la miró con cierta confusión, aunque comprendía hacia dónde iba su advertencia.

—¿A qué te refieres exactamente? —preguntó, alzando una ceja, intentando disimular su incomodidad.

Rika suspiró y se acercó a él, poniéndose a la altura de sus ojos, con una expresión que revelaba paciencia mezclada con severidad.

—Sabes exactamente a qué me refiero, Takeru. Hikari estará aquí, y esta boda no es el lugar para que intentes... algo. Ya sabes que su compromiso con otro es definitivo, y la última cosa que necesitamos es que todo el harem esté hablando sobre un escándalo entre ustedes dos.

Takeru apretó los labios, irritado por la insinuación. Aunque sus sentimientos por Hikari eran claros, no creía que Rika entendiera realmente lo que significaba verla después de tanto tiempo.

—No pienso hacer un escándalo, Rika —replicó con voz firme—. Solo quiero verla y... hablar con ella, nada más.

Rika negó con la cabeza, claramente poco convencida.

—Takeru, sé lo que sientes, y no estoy aquí para juzgarte, pero tienes que entender que este no es el momento ni el lugar. Hikari no es una mujer para ti, y tú debes aceptar eso. Si realmente la aprecias, lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejado.

Takeru miró hacia un lado, evitando los ojos de su hermana. Cada palabra que ella decía parecía clavarle una espina en el pecho. Sabía que Rika tenía razón, pero el deseo de hablar con Hikari, de entender lo que ella sentía, era demasiado fuerte como para ignorarlo tan fácilmente.

—No te pido que lo entiendas, Rika —murmuró con un tono resignado—. Solo... déjame intentar tener una conversación. No haré nada más, te lo prometo.

—¡Te digo que no!— Exclamó la pelirroja—Y agradece que, a pesar de todo, he intentado mantenerme callada con esto. Porque si nuestro hermano se llegase a enterar de esto ¡Estarías muerto!

Literalmente Takeru tragó saliva nervioso ante esto. Su miedo siempre fue la muerte, después de todo, siempre esa fue la ley...él como hermano del sultán debía morir.


Taichi ajustaba los últimos detalles de su atuendo mientras salía de sus aposentos, su semblante era sereno pero su mente estaba ocupada con la idea de la celebración que esta apunto de realizarse. Finalmente, el día de su boda había llegado. Se dirigía hacia el salón con paso firme, decidido a dejar atrás cualquier distracción, centrado en lo que el día significaba para él y su futuro.

Mientras avanzaba por uno de los largos pasillos, se detuvo al notar una figura familiar esperándolo en su camino. Era Sora, quien lo observaba con una mezcla de frialdad y seriedad. Taichi intentó pasar de largo, ignorando la tensión que sentía al verla, pero Sora no se movió; en lugar de eso, dio un paso hacia él, obstruyendo su camino.

—¿No piensas hacer una reverencia? —le preguntó con voz fría, cruzando los brazos y mirándolo directamente a los ojos.

Taichi la miró en silencio, sus facciones endurecidas por el desagrado que sentía al verse forzado a este encuentro. Habían pasado tantos años desde que su relación, en otro tiempo cálida y llena de promesas, se había quebrado. Ahora solo quedaba una mezcla de orgullo y resentimiento.

—Estoy apurado, Sora —respondió él, con un tono distante y serio—. No tengo tiempo para formalidades innecesarias.

La respuesta de Taichi pareció irritarla. Sora frunció el ceño y mantuvo su mirada fija en él, mostrando una autoridad que recordaba a quien era ella en el harem. No estaba dispuesta a dejarlo ir sin más.

—¿Desde cuándo alguien como tú se da el lujo de ignorar las normas del palacio? —le reprochó con dureza—. No porque estés a punto de casarte con una sultana pienses que puedes tratarme como a cualquier otra persona. Sigue siendo tu deber mostrar respeto.

Taichi soltó una risa sarcástica, una sonrisa amarga apareció en su rostro mientras la miraba.

—¿Respeto? —repitió con desdén—. Sora, no tengo ninguna intención de faltarte al respeto, pero tampoco tengo por qué detenerme a darte una reverencia en cada esquina.

—Ya se te subió el ego ¿e?— Comentó.

Sora lo miró con una mezcla de desprecio y curiosidad; su rostro reflejaba una emoción que oscilaba entre el orgullo y una herida del pasado que aún no había sanado.

—Con un poco de poder ya crees que me puedes desafiar.

Taichi rodó los ojos. Verdaderamente no tenía ganas de discutir con ella.

—¿Sabes? Por más que te cases con una sultana y te conviertas en parte de esta dinastía, jamás serás mejor que Yamato —declaró con frialdad—. Siempre serás solo un subordinado, alguien que le sirve, no importa cuán alto creas haber llegado. Yamato es el sultán y siempre estará por encima de ti.

Las palabras de Sora lo hicieron tensarse; sin embargo, Taichi mantuvo su expresión tranquila y despreció la provocación en sus ojos. Respiró profundamente y la miró con una calma que era casi cruel, como si sus palabras no tuvieran ningún efecto sobre él.

—No busco ser mejor que Yamato —replicó, con un tono peligroso pero contenido—. Para tu fortuna, tengo algo mucho más satisfactorio que eso: el privilegio de ver cómo, poco a poco, Yamato te ha dejado sola. Y no puedo evitar pensar en cómo tú misma regresarás a la miseria de la cual saliste, Sora.

La expresión de Sora cambió, endureciéndose al escuchar sus palabras, que no solo contenían el veneno de sus resentimientos, sino una frialdad calculada. Aquel recuerdo de su relación pasada se desvanecía completamente al ver en lo que ambos se habían convertido.

—¿Crees que eso me importa? —respondió ella, disimulando la tristeza que intentaba ocultar tras una máscara de orgullo—. Si me crees vulnerable, estás muy equivocado. No importa cuánto insistas en esos recuerdos del pasado, Taichi, tú solo eres alguien que intentó alcanzarme y fracasó.

Taichi la observó, estudiando cada cambio en su expresión, cada palabra cargada de resentimiento y rencor.

Una carcajada salió de sus labios.

—Y tú eres alguien que está intentando alcanzar al sultán, pero bien sabes que, tu tiempo ha acabado.—Declaró— Tu vientre está seco, te estás colocando vieja y cada vez tu carácter empeora, como dije ¡volverás a la miseria de la cual saliste! Pero ¿sabes?, quédate con tus recuerdos y tu orgullo, Sora —dijo finalmente, dejando que sus palabras cayeran como una sentencia—. A mí, eso ya no me importa.

Sin otra palabra, Taichi volvió a dirigirse hacia el harem. Sora lo observó alejarse, notando que la frialdad en su rostro parecía haberse vuelto más intensa, como si cada palabra hubiera marcado una grieta en un pasado que, ahora, era irrecuperable.


La celebración estaba preparada con toda la pompa y el esplendor característicos de la dinastía. El gran salón del palacio brillaba bajo la luz de los candelabros y las antorchas, llenando el aire de una calidez dorada y ceremoniosa. La boda otomana de Taichi Yagami Pashá y la sultana Esmahan, nieta del sultán Hiroaki, había reunido a todo el harem y unos invitados del reino de Crimea.

Sin embargo, esto era para la fiesta. Porque, como toda matrimonio otomana, el matrimonio se realizaría oficialmente en otro lado.

El maestro de ceremonia observó a los representantes de Taichi y Esmahan. Taichi escogió a un amigo de confianza, Ryo Bey, para ser su representante y el sultán Yamato escogió a Yamaki Pashá para representar a Esmehan.

—Hoy nos reunimos para ser testigos de esta sagrada unión entre Taichi Yagami Pashá y la sultana Esmahan, nieta del honorable sultán Hiroaki —proclamó, dirigiendo una reverencia a ambos—. Este matrimonio será símbolo de respeto, fortaleza y lealtad entre ambos y, a su vez, una alianza para la prosperidad de sus linajes.

El oficial se volvió hacia el representante de Taichi.

—Pregunto en nombre de Taichi Yagami Pashá, ¿acepta este matrimonio y promete honrar y cuidar a la sultana Esmahan con lealtad y respeto?

El representante de Taichi miró al oficial y asintió con una firmeza que reflejaba el compromiso de su amo.

—En nombre de Taichi Yagami Pashá, acepto —respondió con voz solemne y clara, que resonó entre las paredes del salón.

El oficial volvió su atención hacia el representante de Esmahan.

—Y ahora pregunto en nombre de la sultana Esmahan, nieta del honorable sultán Hiroaki, ¿acepta este matrimonio y promete ser una esposa digna de Taichi Yagami Pashá, manteniendo siempre el respeto y la devoción hacia él?

El representante de Esmahan asintió antes de responder, levantando la barbilla con orgullo.

—En nombre de la sultana Esmahan, acepto —declaró con la misma firmeza y respeto, reafirmando la disposición de Esmahan a cumplir su parte en este nuevo vínculo.

Las palabras resonaron en el ambiente, y el oficial extendió ambas manos hacia los representantes, formalizando el lazo que acababa de ser sellado.

—Que este matrimonio sea bendecido por la dinastía y la prosperidad del palacio —proclamó—. A partir de este momento, Taichi Yagami Pashá y la sultana Esmahan son uno solo ante la corte, la dinastía y los ojos de todos los presentes.


La gran sala del palacio estaba decorada con sutil elegancia, con cortinas de seda roja y dorada que colgaban de los altos techos, y lámparas de cristal que iluminaban el lugar con una suave luz. La música suave y alegre resonaba en el aire, acompañada por el murmullo de risas y conversaciones animadas.

Esmahan, luciendo radiante en su elaborado vestido rojo, se movía entre los invitados con gracia. El color de su atuendo simbolizaba tanto la alegría de la celebración como la fuerza que le confería su nueva posición como esposa de Taichi. Al mirar a su alrededor, notó los rostros sonrientes de aquellos que la felicitaban, aunque su corazón sabía que esta unión no era más que una estrategia política.

Mimi se acercó con una cálida sonrisa, su mirada llena de orgullo.

—¡Esmahan! —exclamó, abrazándola con cariño—. Felicidades, querida. Este es un día para celebrar, y estás deslumbrante.

—Gracias, sultana Mimi —respondió Esmahan, sintiendo el amor de su tía, a pesar de la complejidad de la situación.

Rika se unió a ellas, sonriendo con sinceridad.

—No puedo creer lo rápido que has crecido, Esmahan. ¡Felicitaciones! —dijo, abrazando a su sobrina con calidez— Espero que este matrimonio te traiga el bienestar que mereces.

Esmahan asintió, un ligero rubor en sus mejillas.

—Lo aprecio, sultana Rika. Haré todo lo posible para cumplir con mis deberes.

Rika acarició su mejilla: —¿Sabes? Si tu padre estuviera aquí ¡Estaría orgulloso!

Esmahan sonrió conmovida ante este comentario.

Mientras tanto, en otra parte de la sala, Taichi recibía las felicitaciones de varios hombres influyentes del imperio, quienes le ofrecían su apoyo en su nuevo rol como esposo de la sultana. La presión de la política pesaba sobre él, pero él sonreía y asentía, consciente de que esta unión le otorgaba un poder significativo.

—¡Bien hecho, Taichi! —exclamó uno de los hombres—. Este matrimonio fortalecerá tu posición en la corte.

—Sí, es una jugada inteligente —añadió otro, palmeándole la espalda—. Ahora tendrás más aliados en el palacio.

Taichi sonrió, aunque, inevitablemente se sentía extraño por esta situación. Ahora estaba casado. Sí ¡casado!

Sin embargo, Sora se encontraba en un rincón, observando la celebración con una expresión de desdén. Sus ojos, fríos y calculadores, no podían ocultar su descontento por esta unión. Para ella, la situación representaba una pérdida de poder y una amenaza a su propia influencia.

—Es una celebración ridícula —murmuró para sí misma, cruzando los brazos—. Esta unión no es más que un mero juego de poder, y Esmahan no es más que una pieza en el tablero.

La música y las risas continuaron, mientras la celebración avanzaba, pero en el fondo, cada uno de los presentes era consciente de que, a pesar de las sonrisas y los aplausos, las verdaderas motivaciones de este matrimonio eran más profundas y complejas de lo que parecía. La noche era joven, pero el futuro del imperio estaba en juego, y cada uno debía navegar con cuidado entre las corrientes de la política y las relaciones personales.

—¡Atención! El sultán está aquí.

La música se detuvo abruptamente, y una murmullo de anticipación recorrió la sala al escuchar el anuncio. Los invitados, algunos todavía con copas en la mano, se dieron la vuelta hacia la entrada principal. La atmósfera cambió, y una reverencia palpable se instaló entre los presentes.

Yamato apareció en el umbral, su porte imponente y su mirada serena capturando la atención de todos. Vestía un elegante traje que combinaba tonalidades de oro y azul profundo, simbolizando su posición y autoridad en el imperio. Al entrar, una mezcla de respeto y nerviosismo llenó el aire, ya que su presencia era tanto un honor como un recordatorio del poder que sostenía.

Esmahan sintió una punzada de nerviosismo en su estómago al verlo, recordando que, a pesar de la celebración, su matrimonio con Taichi había sido decidido bajo la supervisión del sultán. Se enderezó, intentando reflejar la dignidad de su nuevo estatus.

Yamato se dirigió hacia la mesa principal, Taichi y Esmahan se acercaron. La multitud se separó para permitirle pasar, y una vez que llegó, se detuvo frente a la pareja.

—Felicitaciones, Taichi, Esmahan —dijo Yamato, su voz resonando con autoridad, pero también con un tono cálido—. Espero que su unión traiga prosperidad y paz a nuestro imperio.

—Gracias, Sultán —respondió Taichi, inclinándose ligeramente en señal de respeto. A su lado, Esmahan sonrió, aunque una sombra de incertidumbre cruzó su rostro.

—Estoy seguro de que harán un excelente trabajo en sus roles —continuó Yamato, dirigiéndose a los dos—. Las decisiones que toman ahora influirán en el futuro de nuestro pueblo.

Algunas miradas se cruzaron entre los asistentes, y el murmullo volvió a reanudarse, lleno de especulaciones y comentarios sobre la dinámica entre el sultán y su nuevo visir.

Sora, que había estado observando desde lejos, frunció el ceño al ver la cercanía entre Yamato y Taichi. En su interior, una sensación de desasosiego comenzó a crecer. ¿Qué significaba realmente esta unión para el equilibrio del poder en el palacio?

Yamato se dirigió a la mesa donde se servían los manjares, y la celebración continuó, aunque con un aire de tensión bajo la superficie. La fiesta había comenzado con alegría, pero todos eran conscientes de que, en el fondo, esta unión política traía consigo una serie de desafíos y oportunidades que aún estaban por descubrirse.


Hikari estaba sentada junto a una ventana en sus aposentos, contemplando el jardín iluminado por la tenue luz de la luna. La celebración de la boda de Taichi y Esmahan había terminado hace un rato, y aunque la música aún resonaba en el fondo, el bullicio se había disipado en el palacio. A lo largo de toda la fiesta, Hikari había intentado encontrar un momento a solas con Takeru, pero había sido imposible; él estaba constantemente acompañado por Catherine, lo que hacía cada intento de acercarse aún más difícil. Su corazón se sentía pesado, una mezcla de confusión y celos que le costaba disimular.

La puerta de sus aposentos se abrió suavemente, y Hikari se volvió, sorprendida ante esto, se suponía que Taichi no dormiría aquí, entonces ¿quién era? Grande fue su sorpresa al ver a Takeru entrando. Cerró la puerta con cuidado, y durante un instante se quedaron en silencio, observándose como si fuera la primera vez en mucho tiempo que realmente podían mirarse sin interrupciones.

—¿Takeru?

—Hikari.—Respondió el rubio.

—¿Qué haces aquí?

—Sh.—Musitó Takeru y se acercó a ella—Vengo a verte.

¿A verla? ¡Oh, no! Esto les traería problemas.

—No pudimos hablar en toda la fiesta… —murmuró el rubio—Cada vez que intentaba acercarme, tú te alejabas.

—Lo noté, creí que no era apropiado que hablásemos...—respondió la castaña—Y, como estabas ocupado, con esa chica...—Suspiró sin ocultar la ligera amargura en su tono. Sus ojos se fijaron en él, pero había una tristeza en su mirada—. Supuse que no querías verme.

—¿Esa chica?

Hikari asintió: —Por Catherine.—Declaró— Vi que no te dejaba ni a sol ni a sombra.

Takeru suspiró, sabiendo a quién se refería. Catherine había estado a su lado durante toda la celebración, y aunque él había intentado ser amable, su presencia constante se había vuelto sofocante. Pero no podía negar que parte de él había aceptado esa situación como una barrera para evitar acercarse a Hikari en público.

—No es lo que parece, Hikari —dijo él, acercándose un poco más. Su tono era bajo, casi en un susurro, como si temiera que alguien los escuchara incluso allí, en la intimidad de sus aposentos—. Catherine… ella es solo mi sirvienta, por ende, me sirve en todo tiempo. No significa nada para mí.

Hikari desvió la mirada, luchando por mantener la compostura. Se había dicho muchas veces que no debía sentirse afectada, pero el dolor era inevitable. La tensión acumulada desde hacía tanto tiempo, el silencio y los momentos a medias la estaban desgastando.

—Es difícil no sentirlo, Takeru —admitió, con una voz temblorosa—. Verte con ella todo el tiempo, mientras yo tengo que fingir que no me afecta. Y luego está… todo esto, todas las miradas, las expectativas. A veces siento que soy solo una sombra.

Takeru dio otro paso adelante, tan cerca que casi podía sentir el calor de su presencia. Su mirada se tornó suave, y con delicadeza alzó una mano para rozar la de ella. Hikari contuvo la respiración, su corazón latiendo con fuerza mientras su mente le decía que era peligroso, que ambos estaban jugando con fuego.

—No eres una sombra para mí, Hikari —susurró, mirándola con intensidad—. Nunca lo fuiste. No importa cuántas veces tenga que verte desde lejos, cuánto tiempo deba esperar… tú eres la única persona que realmente me importa en este lugar.

Las palabras de Takeru hicieron que una mezcla de alegría y dolor se arremolinaran en su pecho. Todo lo que deseaba era creerle, rendirse a esa conexión que siempre los había unido. Pero sabía que estaban rodeados de un entorno hostil, que esa relación estaba prohibida en más de un sentido.

—Aunque ya no estés aquí.—Musitó el rubio.

Hikari hizo una mueca: —Disculpa, pero no tuve opción.—Declaró— Taichi me quería comprometer.

—¿Comprometer?—Preguntó Takeru sorprendido.

La castaña asintió— Vio pretendientes para casarse conmigo.—Explicó— Y yo, no tuve opción, mi tía está enfermedad y no tiene hijos o un esposo, alguien debe cuidarla y tomé eso como salida.

Takeru repasó esto en su cabeza La idea de ver a Hikari con otro ¡Era horrible!

—No puedes dejar que Taichi te case.

—Me gustaría evitarlo, pero dudo que esto dure mucho, mi tía está muy mal y algún minuto tendré que regresar aquí.—Declaró la castaña— Dudo que él permita que vuelva a vivir tan cerca de ti sin hacer algo al respecto.

—Taichi está actuando igual a Rika ¿sabes? Ella también está empañada en mantenerme lejos de ti.—Declaró Takeru—Por eso, me presentó a Catherine, y me mantuvo tanto tiempo en Hungría.

¡Vaya! Al parecer todo estaba contra a ellos.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó ella, bajando la mirada mientras sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas—. ¿Seguimos fingiendo que no nos importamos? ¿O aceptamos que solo estamos prolongando lo inevitable?

Takeru suspiró y, con una suave caricia, levantó el mentón de Hikari para que lo mirara.

—Lo único que sé es que no puedo renunciar a ti, Hikari —confesó—. Aun cuando todos esperen que siga un camino que no deseo, mientras tú estás aquí, sé que hay algo verdadero. Algo que vale la pena, aunque sea difícil.

La vulnerabilidad en sus ojos la conmovió profundamente. A pesar de todas las barreras y obstáculos, ambos seguían encontrando la manera de acercarse, de aferrarse a la esperanza de que algún día todo podría cambiar.

—Yo tampoco quiero renunciar a ti, Takeru —dijo Hikari finalmente, con voz temblorosa—. Pero temo lo que puede pasar si nos descubren. Temo lo que eso significará para ti y para mí.

Él la observó por un momento, sus ojos reflejando la misma mezcla de amor y desesperación. Sin decir una palabra más, la envolvió en sus brazos, sosteniéndola como si en ese abrazo pudiera resguardar todos los sentimientos que no podían expresarse públicamente.

—No dejaré que te pase nada, Hikari. Te protegeré, siempre —prometió en un susurro contra su cabello, mientras ella se aferraba a él, dejando que todas las emociones reprimidas se desbordaran en aquel abrazo clandestino.

Después de unos minutos en silencio, ambos se separaron, sabiendo que ese momento debía terminar, pero sus miradas reflejaban la promesa silenciosa de que, sin importar lo que ocurriera, siempre encontrarían la manera de volver a estar juntos, aunque fuera en la quietud de la noche, en un rincón escondido de sus corazones.


~Cinco meses después~


Mimi acarició suavemente el vientre de la joven sultana Esmahan, quien a pesar de lo delgada que era, lograba sostener a su bebé de cuatro meses que llevaba en su vientre.

—¡Vaya! Tu vientre poco a poco va creciendo.—Comentó.

—¿Quién lo diría?— Musitó Rika— Hace poco tiempo estábamos celebrando tu boda y ahora esperas a tu primer bebé.

Esmahan sonrió.

—Estoy muy feliz.—Comentó— Ustedes saben que, amo a los niños.

Y siempre quiso forma la familia que, la ley del fratricidio le quitó.

—¿Qué crees que sea?—Preguntó Mimi.

—Me gustaría que fuera niño.—Respondió la joven sultana.

—Y es probable que lo sea...—Habló Takeru.

Mimi observó a la sultana sorprendida: —¿A sí?

Takeru asintió— La familia Yagami siempre se ha destacado, por generaciones, en que su primer hijo es hombre.

Rika asintió: —Exacto.

La oji-miel alzó la mirada sorprendida— No tenía idea.

—Así que prontamente tendremos un Şehzade entre nosotros.—Comentó Rika.

Takeru pasó su mirada por Esmahan y se sintió bastante triste por Hikari, ella estaría feliz aquí junto a su familia, celebrando la llegada de su sobrino. Pero Taichi la envió a Crimea junto a sus parientes para que no estuviese cerca de él.

—Bueno, entonces ¡salud! por el nuevo bebé que se viene a esta familia.—Declaró Rika.

Todos asintieron felices y alzaron sus copas.

—Salud.

Fue así como, todos se dispusieron a tomar, luego de esto Mimi se dispuso a beber, sin embargo, apenas lo acercó a su nariz sintió un aroma horrible.

—¡Iugh!—Musitó alejando esa cosa.

Airu notó esto y se acercó: —Sultana...—La llamó— ¿Qué ocurre?

La castaña hizo una mueca— No sé.—Comentó—Sentí un mal olor.

—¿Mal olor?— La kalfa tomó la copa— No noto algo extraño, es un zumo de naranja. Su favorito.

—S-sí...pero...tiene un aroma extraño.

Airu negó.

Mimi movió la cabeza— ¿Segura?

La kalfa asintió.

La castaña hizo una mueca y movió la cabeza.


+Para aquellos que, no lo saben. Las bodas otomanas eran de esta forma: La novia y el novio tenían un representante cada uno, quienes iban en este caso donde el maestro de ceremonia, sacerdote o lo que fuese y ellos representaban al novio y la novia en el matrimonio. No es como ahora que directamente es el maestro de ceremonia y los novios.

Adrit126: Hola. Sí, Rika buscó como "alianza" en realidad, no es alianza en sí. Rika simplemente sacó provecho de la situación. Y ahora le devolvió a Mimi esta cuenta. Nada más. Taichi sabe, tiene la cara de pavo, pero no lo es. Rika supo muy bien donde ir porque siempre sabe que las concubinas "de turno" logran convencer a los sultanes o príncipes, es bueno, pero recordemos siempre que Rika prioriza la dinastía en sí o sus objetivos. No es por cariño a Rika o algo así. A Rika le beneficia que Taichi esté con Esmahan, porque 1) Rika domina a Esmahan y si necesita algo solo bastará hacer eso. 2) Sabe que Taichi no le agrada Sora y a Rika tampoco. Así que sabe como fastidiar. 3) Rika le hizo una promesa a su hermano (padre de Esmahan) sobre los matrimonios de sus hijas. Taichi es quien tiene el mejor puesto y casar a Esmahan con él le devolverá el puesto que se le fue arrebatado. Rika es de esas sultanas que le importa la dinastía (sobrino y sobrinas) Espero que te haya gustado este capítulo. Ojalá sigas leyendo y comentando. Te mando un abrazo a la distancia.

KeruTakaishi: ¡Hola! Acertaste, esto terminó un punto a favor, pero también en contra porque Alice la odia ahora por "entrometida" Créeme es un pequeño paso, pero lo es, de a poco Mimi se gana ayuda. Aunque vienen los momentos oscuros. Sí, el plan de Rika va bien, tiene todo controlado por el momento y está destruyendo un poco su relación. Catherine está logrando que Hikari esté celosa y esto será un problema para ellos. Lamentablemente su historia es complicada, pero ya veremos lo que sucederá, no daré spoiler pero ¡atentos! Lo único que diré es que Takeru dará la pelea y...bueno el final ya lo veremos. Espero que te haya gustado este capítulo. Ojalá sigas leyendo y comentando. Te mando un abrazo a la distancia.