Hola:

Tema del día 11. Esto sí me quedó más explícito.

Gracias por leer, comentar y seguir.


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. La historia es de mi autoría personal, la cual solamente escribí por diversión.


Día 11: Garganta profunda/Deepthroat

Acto de felación.

[Minos x Anna]

Inframundo, Ptolomea.

Anna llegó a los aposentos del juez Minos, deteniéndose en las puertas de entrada. No estaba de humor para atender a su señor, porque hoy le había tocado asear las estancias principales de la Corte del Silencio. Pero tampoco podía negarse a su llamado, pues debía atender sus caprichos, incluso si estaba cansada.

Abrió las puertas de par en par, e ingresó a la habitación, encontrándolo recostado en un mullido diván. Descansaba en una posición relajada, casi posando para un escultor, ya que permanecía desnudo, disfrutando de un racimo de cerezas.

Es tan descarado— pensó Anna, mientras cerraba las puertas detrás de ella.

—Mujer, no me gusta que me hagan esperar— reprochó el juez.

—Lo lamento señor— hizo una leve inclinación de rostro.

El juez hizo un ademán con la mano, llamándola. La monja se encaminó al diván, tomando aire y soltándolo con resignación. Tal vez debería pensar en algo para distraerlo y no tener que fornicar hoy con él.

—Dime Anna, ¿Qué harás hoy para complacerme? — le sonrió con malicia.

La monja lo observó serena, a la vez que recorría su cuerpo con la mirada. Minos poseía una fisionomía espectacular que merecía ser tocada una y otra vez, ya fuese con las manos, o con los labios.

Labios.

Eso le dio una idea, la cual se reafirmó cuando llegó hasta su vientre y contempló su relajada virilidad.

—Permítame mostrarle mis habilidades con la lengua— se detuvo frente al diván, arrodillándose después.

Minos amplió todavía más su sonrisa, sentándose con lentitud, para permitirle a la mujer realizar tan deliciosa sugerencia.

—Bien, veamos si puedes saciarme sólo con eso— acercó una de las cerezas a su boca.

Anna recibió la fruta sin remilgos, tomándola entre sus labios, devorándola con sensual lentitud, para luego, relamerse de forma provocativa.

No perdió el tiempo, así que posó las manos sobre los muslos del juez y los recorrió con suavidad hasta llegar a su vientre. Comenzó a tocar con lentitud la base del miembro, a la vez que le otorgaba cuidadosas caricias. La carne no demoró en reaccionar, hinchándose al ritmo del toque femenino. Provocando en el juez una placentera sensación y una obscena mueca.

La mujer acarició con precisión aquella virilidad, logrando cada vez más dureza. Sonrió un poco cuando empezó a notar la humedad seminal emergiendo de la punta de su corona. Entonces lo escuchó gruñir con los dientes apretados, por lo que decidió que ya era el momento adecuado. Se acercó despacio, enseñando la lengua de forma juguetona, para que Minos pudiera ver a detalle lo que hacía. Con la punta tentó su sensible carne, lamiendo el líquido traslúcido con un deleite inquietante.

El juez no pudo evitar jadear con fuerza, pues la suavidad del órgano lingual le provocó una grata sacudida. Las sensaciones aumentaron cuando la mujer envolvió su glande con la boca y comenzó a chupar con morbosa lentitud. El calor y la humedad se volvió el estímulo final para que su falo se endureciera por completo.

Anna pudo notarlo, la firmeza de su carne, la textura de su piel y el palpitar de sus venas. Demasiado excitante, demasiado morboso, encantadoramente perverso. Para que negarlo, ella también podía disfrutar de esto. Es decir, tener al juez principal en una situación tan vulnerable como esta, no cualquiera podía presumirlo. La monja lo aprovecharía al máximo para dejarlo saciado.

Retiró su boca y se enfocó en lamer su tallo, de arriba hacia abajo y de regreso, entremezclando su saliva con el fluido seminal. Los jadeos del juez se tornaron roncos y entrecortados. Su pecho se movía al ritmo de su cada vez más agitada respiración. Su cuerpo se tensó, resaltando el trazo de sus músculos, y finalmente, su atractivo rostro se deformó en un rictus de obsceno placer.

Lamer y escurrir.

Masajear y chupar.

La mujer distribuyó muy bien sus acciones. Con los labios y la boca estimulaba la parte superior del miembro. Con las manos acariciaba el resto de su tallo y el pesado saco seminal. Con esto, el juez no tardaría demasiado en culminar. Pero, para asegurarse, decidió emplear un truco extra.

Se aproximó un poco más, y sin dejar de sostenerlo, abrió la boca lo más que pudo, para luego, sin pudor alguno, introducirse la mayor parte de aquel hinchado miembro.

La acción casi le provocó el reflejo de vómito, pero se contuvo lo suficiente para enfocarse en succionar con avidez. Se mantuvo firme, deslizando los labios y la lengua, generando sonidos húmedos y lascivos. Los hilillos de saliva escurrieron por las comisuras de su boca, el sabor de su esencia se mezcló con su aliento, y el latido de su dureza le confirmó que se aproximaba su estallido final.

El clamor de Minos fue en aumento, escuchándose como el sonido gutural de un animal en celo. El juez debía reconocer que Anna tenía la garganta profunda, ya que lograba tragar buena parte de su virilidad. De pronto, un espasmo inició el crecimiento en su vientre. El orgasmo estaba llegando, y se lo dejó saber a su linda marioneta colocando una de sus manos sobre su cabeza.

La monja supo que no podría apartarse cuando Minos terminara. Pero, en vez de molestarse, continuó con la felación, dispuesta a dejarlo seco. Con las manos siguió acariciando sus testículos, lo suficiente para que el clímax explotara con mayor fuerza. Lo sintió estremecerse por completo cuando el placer se extendió por su cuerpo, acompañado por un rugido gutural y la descarga de su espeso semen.

Claramente lo sintió derramarse contra su garganta, tragando con algo de dificultad su abundante semilla. La sierva se mantuvo firme, tolerando aquella perversa situación. Después de todo, había logrado su objetivo.

Un par de segundos después, el juez Grifo se dejó caer contra el respaldo del diván, cuando el éxtasis ya menguaba. Con lentitud, y algo de cansancio, Anna se apartó, masajeando todavía su palpitante carne, contemplando con morbo los restos del níveo esperma.

Minos se quedó perdido en su relajación, con los ojos cerrados y la percepción disminuida. Ni siquiera se dio cuenta cuando ella se alejó por completo.

La monja abandonó los aposentos en silencio, con una sonrisa divertida y el ego en alto.


Gracias por leer.

11/Octubre/2024