InuYasha recordó un poco de aquellos veranos de su infancia, cuando tocaba ir de campamento escolar. Siempre habían en el mismo sitio, más de una escuela, y los maestros trataban de que en los dormitorios nunca coincidieran muchachos de la misma institución.

Dada una ocasión, le tocó compartir cuarto con varias niñas. Una de ellas era un poco solitaria y callada, se llamaba Kikyo. Era de un cabello negro, bien peinado y sano. Se notaba que no era el tipo de chica que descuidaba su imagen. En las noches de canciones junto a la fogata, permanecía apartada. Era algo tímida para iniciar conversaciones. InuYasha logró entablar una pequeña amistad con ella. Entonces descubrió la otra cara de la Kikyo callada.

Cada noche, cuando salía del baño, mientras las demás chicas de la cabaña hacían sus juegos, Kikyo se bajaba de lo alto de la litera, y se sentaba en el colchón de la cama de InuYasha. Entonces comenzaba a divertirse con su largo cabello plateado, y con sus orejas de perro. En contra de la voluntad del chico, lo usaba para practicar trenzas, colas de caballo, cebollas, odangos, y todo tipo de estilo que se le ocurriera.

Al principio, a InuYasha le resultaba molesto, pero luego comenzó a divertirse también. Aveces, Kikyo hacía peinados muy raros, que lo reventaban a carcajadas. Empezó a gustarle de más la sensación del peine pasando por su cabeza, era relajante.

Cuando los chicos de otras cabañas se enteraron, comenzaron a burlarse, y a llamarlo afeminado, pero sabía que no debía darle importancia. Con unos buenos puñetazos en las narices se solucionaba todo.

Ahora, todos estos recuerdos pasaban por la mente de un InuYasha adulto, y se los contaba a su alumno Shippo, para que entendiera que no tenía nada de malo jugar con las chicas.

– ¿Y qué pasó con Kikyo?

– No la ví nunca más. Aveces tengo curiosidad por saber dónde estará.

Shippo se quedó pensativo, y se cruzó de brazos.

– Maestro, ¿Por qué no hacemos nosotros un campamento para el verano?

– Porque el director Miroku no permite las actividades extraescolares.

– ¡Ah!, ¡Siempre tan aguafiestas!

– En realidad, es un tipo más divertido de los que crees, pero no le gusta soltar el dinero. – admitió InuYasha, con una risa.

Shippo se fue del despacho, y regresó al salón de clases. El del cabello plateado creyó que el tema había concluido allí, pero no. Luego de un par de horas, a mitad de una reunión del claustro, y cual miting presidencial, la oficina de Miroku se llenó de alumnos.

– ¿Qué es todo esto?

– Estimado, queridísimo, y respetado señor director Miroku Martínez, alias "El agujeros". – comenzó a decir Lin, la alumna con fama de tener la voz más tierna e irresistible. – Los estudiantes queremos hacer un campamento en el verano. Si usted nos lo permite, reuniremos nosotros mismos los fondos.

– ¿Y cómo piensan hacerlo?, ¿Van a vender sus tareas? – preguntó Miroku, con cierto aire juguetón.

– No es mala idea. – comentó Shippo. Kohaku le pegó un cocotazo.

– Queremos hacer una obra de teatro. – agregó Lin. – Con el dinero que reunamos de las entradas, vamos a financiar el campamento.

– Ah, ¿Y cómo piensan organizar esa obra?, Gratis no será.

– Nosotros y nuestros familiares nos encargaremos de todo. Hicimos votación en el aula, y la mayoría está de acuerdo.

InuYasha sintió algo de admiración al ver la disposición y la unidad de sus alumnos. Sin dudas, esas eran las cosas que había querido inculcarles desde primer año. El director dudó, pero el maestro intercedió a favor de los estudiantes. Le parecía que cuando los chicos mostraban tanto entusiasmo en una actividad sana, lo mejor era apoyarlos. Logró convencer a El agujeros de aprobar la obra. Todo el alumnado estalló de emoción, y el propio InuYasha se ofreció de coordinador del pequeño proyecto.

Tuvieron que aprovechar varias horas extra para planificar la organización de la obra. Durante los primeros días hubo mucha controversia en cuanto a la historia que sería interpretada y en cuanto a los actores. Finalmente llegaron a la conclusión de que harían una versión humorística de Peter Pan. Kohaku sería Peter y Lin sería Wendy.

Con ayuda de los familiares, fueron cubriendo algunos aspectos de la organización. Sango, la hermana mayor de Kohaku, proporcionó los disfraces. El padre de Kanna consiguió reservar el escenario. Kaede prometió traer a una hermana suya, estilista. Todo marchaba bien.

A medida que se acercaba la fecha destinada, había más locura en el ambiente escolar. Un día, antes del ensayo, InuYasha se pasó por el salón donde los estudiantes se estaban maquillando. Al entrar vió a una mujer que le resultó algo familiar. Estaba peinando a Kaede, llenándole el cabello de flores, y el rostro de maquillaje fantástico, para convertirla en Tinkerbell. La estudiante estaba emocionada por ver el resultado. InuYasha, algo curioso, se acercó más. Aquella mujer y él se miraron a los ojos.

– ¿Kikyo?

– ¿InuYasha? – preguntó ella.

Kaede se volteó un poco.

– Maestro, ¿Usted ya conocía a mi hermana?

Ambos se rieron, con algo de nerviosismo, y cierta sorpresa.

– Sí, nos conocimos de niños. – afirmó Kikyo. – Me impresiona que aún se acuerde de mí.

– Imposible no identificarte. Estás igual de hermosa. – respondió InuYasha, con un guiño. La mujer se rió.

– Tú sí cambiaste un poco, antes no eras tan galante. – mencionó, en un tono de broma.

Kaede los miró con una sonrisa pícara, sospechando que su maestro y su hermana tenían una pequeña historia. Tan sólo llevaban pocos segundos de interacción, pero ya los veía como una pareja muy "shippeable". Kikyo continuó arreglando el maquillaje de Kaede.

– Ahora soy estilista. – explicó la mujer. – Tus alumnos me llamaron para que ayudara con el maquillaje y los peinados.

InuYasha asintió con la cabeza, y la felicitó. Sin dudas, esa había sido su vocación desde niña. Antes de irse, el profesor le pidió un pequeño favor.

Se reencontraron más tarde en el despacho de El agujeros, cuando el mismo no estaba.

– Entonces, ¿Cómo quieres que te peine? – preguntó la mujer, manteniendo una sonrisa amable.

InuYasha se sentó en un asiento, y se limitó a pedirle que lo hiciera como ella quisiera.

Kikyo se acercó, y comenzó a pasar el cepillo por su cabello.

– Esto me trae mucha nostalgia. – agregó la estilista. – Recuerdo ese campamento a la perfección. Me encantaba jugar con tu pelo.

Luego de soltar una risa, hizo cierto comentario lleno de anhelo:

– Aveces me gustaría repetirlo.

InuYasha asintió con la cabeza, afirmando que pensaba lo mismo. Le habló a Kikyo de la idea de los alumnos de hacer un campamento con lo que reunieran de la obra.

– Tú vendrías, ¿Verdad?

– Ay, InuYasha, no soy alumna ni profesora. – contestó, mientras le hacía unas trenzas al maestro. – Pero no necesitamos un campamento para poder rememorar esos recuerdos.

Él tuvo cierta chispa de curiosidad, intentó voltearse para verla, pero recibió un manotazo en la oreja.

– No te muevas, o se me torcerá el peinado.

InuYasha asintió, aunque no perdió interés en las palabras que ella había dicho antes.

Luego de un rato, el maestro se vió con la cabeza llena de varias trenzas chinas. Sin dudas le quedaban horribles. Lo hacían ver algo calvo, lo que no favorecía a la apariencia de sus orejas de perro.

– Kikyo, no es por ofender, pero esto no pega conmigo.

Ella se rió. Le dejó en la mano, una nota con su dirección.

– Si quieres que te lo cambie, ve esta noche a mi casa. – le susurró al oído.

Se fue del despacho, y entonces el maestro comprendió a lo que ella se refería con "rememorar".