Pareja: Remus y Lucius

Tropo: jefe/empleado


— Lupin, ¿puedes venir a mi despacho un momento?

Remus levantó los ojos del ejercicio que corregía.

— ¿Ocurre algo?

— Tengo un par de dudas acerca de tu trabajo.

El maestro levantó una ceja y dejó la pluma con cuidado sobre el escritorio.

— ¿Tienes alguna queja?

— En mi despacho, por favor.

La mirada de Lucius era fría, helada, como siempre. Trabajar para él no era idea de ninguno de los dos, sino una imposición de Narcissa: Draco necesitaba un profesor particular y ese era el único en el que ella confiaba. Ambos sabían que detrás de eso estaba Sirius, claro, siempre mirando por su amigo, pero igualmente Lucius no contradecía a su ex esposa, por algún motivo le tenía un respeto que seguramente no tenía a nadie más. Y Remus no podía permitirse rechazar la generosa oferta, aunque supusiera tratar con Malfoy.

Por otra parte, el niño no tenía la culpa de que su padre fuera tan rígido. Estaba convencido de que la otra razón de su madre para elegirle era que tenía una forma de ser completamente opuesta a la de Lucius y era capaz de conectar emocionalmente con Draco, de hecho el niño parecía muy contento con él, en el mes y medio que llevaba dándole clases su actitud tímida y hosca del inicio había dado paso a una mucho más abierta y risueña.

— De acuerdo.

Se levantó despacio y tomó su bastón, siguiendo el paso de su jefe hacia su despacho.

— Tú dirás.

Lucius se sentó frente a él.

— El cumpleaños de Draco se acerca y necesito tu ayuda.

— ¿Perdona? —Alzó las cejas sorprendido.

— Es algo de lo que habitualmente se ocupaba Narcissa, pero ella sigue en Italia y no es seguro que vaya a llegar a tiempo.

— ¿Y se supone que yo tengo conocimientos para organizar el cumpleaños de un niño sangrepura de siete años?

— Al menos contigo habla.

— Malfoy… ¿si tu hijo no habla contigo no crees que es más importante arreglar eso que organizarle un gran cumpleaños?

— No te pago para opinar sobre mi paternidad —contestó con sequedad Lucius.

— Tampoco para organizar cumpleaños infantiles. Y ahora —Se puso de pie con cuidado— tengo que acabar de corregir esos ejercicios.

— Por favor, Remus.

Escuchar a Lucius Malfoy pedir las cosas de esas manera era tan desacostumbrado que hizo que se girara hacia él cuando ya alcanzaba la puerta.

— No es tan difícil: una tarta, sus amigos. Hace buen tiempo para que sea en el jardín.

— ¿Y el regalo?

Remus volvió a dar un par de pasos dentro del despacho.

— Pasa una tarde con él, proponle comprarlo juntos. Conoce a tu hijo, Lucius, es un niño estupendo.

— ¿A dónde lo llevo?

— ¿Por qué te pone tan nervioso esto? —preguntó Remus, inclinando un poco la cabeza hacia un lado.

Lucius pareció humano por una vez. Se puso de pie, claramente incómodo, y se paseó por el despacho hasta que fue capaz de expresarse con palabras.

— Creo que Draco me teme. Cuando me dejó, Narcissa me dijo que me estaba convirtiendo en mi padre.

— Entiendo. —Remus había visto al temible patriarca Malfoy un par de veces en la casa y hasta los elfos le evitaban, su nieto se encogía delante de él como si quisiera desaparecer— ¿Quieres un par de trucos?

— Creo que eso es lo que te estoy pidiendo desde el principio.

— Háblale poniéndote a su altura, impones y más desde la perspectiva de un niño. Agáchate, eso no te matará. Toma una rutina con él en casa, despertarle, hacer las comidas juntos. Acostarle por la noche, hablar con él de lo que hace durante el día. Los niños necesitan sentirse vistos y escuchados y seguramente Narcissa haga todas esas cosas. Y no se trata de comprarle todo lo que pida, porque es un niño y si vais a Diagon y se siente cómodo te pedirá algo en cada tienda.

— ¿Entonces?

— Se trata de que él elija algo que haga mucho tiempo que desea. No es un niño caprichoso y malcriado, se nota que Narcissa no le atiborra a cosas al azar. Puede que lo que quiera sea algo pequeño y te sorprenda.

— Gracias.

Remus respondió con una inclinación de cabeza y Lucius lo siguió con la mirada mientras salía del despacho, reflexivo.


— Buenos días, Draco —saludó cuando lo vio entrar en la biblioteca.

— Buenos días, Remus.

El niño le sorprendió poniéndose junto a él y besándole la mejilla con familiaridad antes de subirse a su silla.

— Pareces muy contento.

— Ayer fui con padre a Diagon y merendamos.

— ¿Lo pasaste bien?

Draco asintió vigorosamente con la cabeza, las manitas jugando con uno de los libros cerrados sobre la mesa.

— Comimos tortitas y vimos muchos libros enFlourish. Padre dijo que me compraría mi regalo de cumpleaños.

— Es estupendo. ¿Puedo saber qué elegiste?

— El libro que quería no está, porque padre dice que es muggle, pero compramos dos libros que vamos a leer juntos.

No hacía falta preguntar mucho para darse cuenta de que la salida padre-hijo había salido bien, Draco sonreía cada vez que nombraba a su padre y parecía con ganas de contar cada detalle de la tarde anterior.

— Hagamos una cosa. ¿Qué tal si en la clase de hoy escribimos una carta? estoy seguro de que a tu madre le gustará saber todos los detalles y así practicamos la caligrafía y demás.

Obediente, Draco tomó pergamino y pluma.

— Vamos a recordar. ¿Cuáles son las partes de una carta?

— Hay que poner la fecha lo primero.

— Muy bien.

Desde la puerta de la biblioteca, Lucius los observaba a los dos en silencio. Siguiendo los consejos del tutor de su hijo había descubierto que su tema preferido de conversación era el mismo Remus. Draco parecía amar el conocimiento y su profesor era un hombre dispuesto a repartirlo a manos llenas, por eso las clases las daban en la biblioteca.

Tras varios días siguiendo la rutina de hacer las cenas con el niño y acompañarlo a prepararse para la cama, había descubierto que realmente Draco no quería cosas materiales, quería, tal y como Remus le había asegurado, su tiempo y su atención. De hecho, cuando le había propuesto pasar una tarde juntos para elegir un regalo, la respuesta había sido, tremendamente sabia e impropia de un niño de siete años, que el regalo que quería era merendar con él e ir a ver libros juntos.

Estaba trabajando en su despacho cuando Remus golpeó con los nudillos la puerta.

— ¿Tienes un momento?

Asintió. El joven maestro cojeó hasta él y le tendió un rollo de pergamino.

— Draco ha escrito una carta a su madre, contándole su tarde contigo. Está muy contento, lo hiciste bien.

— Gracias. Yo también lo disfruté. ¿Te sientas un momento? iba a pedir el té.

Remus miró el reloj un momento y Lucius se deleitó en el gesto y en su perfil. Entendía que su hijo lo adorara de esa manera, el profesor despedía paz y bondad.

— Tengo unos minutos aún.

— Si te estoy entreteniendo…

— Hoy hay luna llena. Necesito prepararme.

Lo dijo sin tapujos, mirándole de frente, lo que le impidió sentir ningún tipo de pena; al contrario, admiró su valentía.

— ¿Te tomarás mañana el día libre?

— Draco me ha pedido que venga a su fiesta.

— No es necesario si te encuentras mal, seguro que lo entenderá.

El profesor lo miró, serio, estrechando un poco los ojos.

— ¿No quieres que venga? entiendo que no pinto nada entre los elegantes padres de sus amigos.

— Remus… ¿Sabes lo importante que eres para Draco? por supuesto que eres bienvenido, pero si te encuentras mal, sufrirás tú y sufrirá él por verte mal.

En la cara llena de cicatrices apareció una sonrisa que Lucius sintió en forma de calor agradable.

— ¿Qué?

— Le estás cogiendo rápido el tranquillo a esto de ser un buen padre, Lucius.

Se sonrojó. El formidable hombre de negocios, el frío sangrepura, se sonrojó hasta el pelo por las palabras y por el tono cálido y cercano. Su nombre en los labios del maestro sonaba de una manera…

— Gracias por tu ayuda.

— Lo que sea por Draco.

— Mañana también vendrán a la fiesta Severus y Black, por si eso te hace sentir más cómodo.

— Intentaré venir.

— Solo si te sientes bien.

— Te doy mi palabra. ¿Puedo preguntar cual es el libro muggle que Draco pidió?

Lucius asintió y sacó un trozo de pergamino en el que el niño lo había escrito.

— "El Hobbit".

— Dice que leyó contigo en clase y le gustó y quiere tenerlo. Intentaré conseguirlo mañana por la mañana.

— ¿Vas a ir a una librería muggle? ¿Tú?

— Te pediría que me acompañaras, pero…

— Sí, es una mala mañana para eso. ¿Me permites aconsejarte una librería donde lo tendrán seguro?

— Te lo agradecería.

— Está cerca del ministerio —le explicó mientras escribía— puedes usar los puntos de aparición autorizados, será rápido.

Le entregó el trozo de pergamino.

— Te veré mañana.

— Espero que sí.

Y lo contempló salir de su despacho de nuevo con su paso desigual.


La fiesta estaba en todo su apogeo. En un lateral, a salvo de niños que corrían y gritaban, Lucius vigilaba acompañado de su mejor amigo.

— Es la primera vez que te veo en una reunión social sin túnica.

La observación era acertada. Se había percatado de que Draco se sentía más cómodo con él con ropa muggle, seguramente porque Remus nunca llevaba túnicas tampoco. O porque imponía menos vestido con camisa y pantalón de vestir.

— Es más cómodo para moverse entre niños.

— Parece que has conseguido arreglarte bastante bien sin Narcissa.

— Seguí tu consejo.

— ¿Preguntar a Lupin?

— Sí.

— Ya veo.

— ¿Qué ves? —cuestionó Lucius, alzando una ceja ante su tono levemente guasón.

— Nada, nada.

— Vamos, Severus, te mueres por un comentario sarcástico, no te reprimas, puedo soportarlo.

Su amigo rio, algo poco habitual en él que sacó una sonrisa ladeada al propio Lucius.

— Ellos tienen ese efecto.

— ¿A qué te refieres?

Siguió la mirada de Severus hacia los niños que alborotaban alrededor de Sirius Black, que reía a carcajadas por algo que le decía una de las amigas de Draco en ese momento.

— Ablandan.

— Creía que a ti lo que te estaba ablandando era criar a Harry.

Una sonrisa sincera apareció en el rostro de su amigo al nombrar al ahijado de su pareja, que jugaba entre las demás fieras.

— Es la paternidad, y es un poco también cómo la ejercen ellos —admitió.

— Remus es bueno para Draco. Os agradezco que insistierais.

— ¿Dónde está, por cierto? —preguntó Severus, buscando a su alrededor con extrañeza.

— Ayer hubo luna llena.

— Oh. ¿Por eso no paras de mirar hacia la casa?

Por segunda vez en su vida adulta, Lucius se sonrojó.

— Oye, ¿qué ha sido eso?

— No sé de qué me hablas. Voy a ver qué pasa con la tarta, discúlpame.

Entró a la casa con paso vivo y ya se dirigía a la cocina a reñir a los elfos cuando lo vio, saliendo de ese mismo sitio.

— Has venido.

— Dije que lo haría.

— ¿Cómo estás?

— Vivo. Es algo que agradezco cada mañana después de…

— Entiendo. Gracias por el esfuerzo.

— Draco lo merece. ¿Conseguiste el libro?

— Sí.

El silencio entre los dos se volvió denso mientras se sostenían las miradas. A pesar de la fatiga y del tono levemente gris, Remus se sostenía con firmeza apoyado en su bastón, con la barbilla alta y un gesto determinado.

— Salgamos pues a soplar las velas con Draco.

Pero ninguno de los dos se movió. Es más, Lucius se acercó hasta quedar a un paso de él. Podía apreciar las ojeras y los ojos algo inflamados, pero igualmente el brillo en los iris de Remus le atraía.

— Remus… —murmuró, porque no había otra palabra que sirviera en ese momento en su vasto vocabulario.

— Dime, Lucius —respondió en el mismo tono.

— Quiero besarte. Creo que quiero besarte desde que te vi la primera vez inclinado sobre un libro con mi hijo.

— ¿Por qué?

— La pregunta correcta sería ¿Por qué no? y no se me ocurre ninguna razón para no querer hacerlo. Salvo que tú no quieras y en ese caso retrocederé y saldré ahí fuera a soplar velas con Draco.

— ¿Qué pasaría si dijera que no?

— Mi ego sufriría.

— ¿Y mi trabajo?

— ¿Crees que yo te chantajearía de esa manera? —preguntó ofendido, dando un paso atrás.

— La verdad es que no. La verdad es que… no me importaría que me besaras.

— ¿No te importaría? no suena muy alentador.

— ¿Prefieres que diga que he pensado en eso desde que me llamaste a tu despacho para pedir ayuda para ser un buen padre?

— Si verme suplicar es lo que te agrada, puedo hacerlo. Remus, por favor, ¿podría besarte?

— Podrías, Lucius. Pero no es una buena idea en este preciso momento porque tu hijo está ahí mismo.

Lucius se dio la vuelta violentamente y descubrió a Draco mirándolos a los dos, confuso.

— ¿Os ibais a pelear? —preguntó el niño, preocupado, malinterpretando la cercanía y la tensión en su lenguaje corporal.

— No, Dragón, claro que no —respondió Lucius, cogiéndolo en brazos y aupándolo para besar su mejilla.

— ¿Entonces qué hacéis aquí? los elfos han sacado la tarta y las velas se están derritiendo.

— Discúlpanos, Draco. Vamos a por esas velas.

Y salieron al jardín los tres, con Draco fuertemente abrazado al cuello de su padre, indiferente a si era demasiado mayor para ir en brazos de Lucius, porque era mucho más importante que su papá estaba allí y lo había llamado Dragón, como hacía mami. Y que Remus también estaba, aunque parecía cansado y necesitara su bastón un poco más. Harry tenía razón, la familia no siempre son un papá y una mamá, pensó mientras su padre le dejaba en el suelo para que soplara las velas de su gran tarta. También era la gente a la que elegías querer.