Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Ocho
Con más de cuarenta mortales mirándole fijamente como si fuera un animal de zoológico, Edward se regañó a sí mismo por sus malas decisiones. Mentir sobre su relación no le había parecido nada grave al principio (cuando dejaron que la molesta madre de Bella y su molesta amiga Alice pensaran que estaban saliendo), pero se les había ido de las manos.
—¡Por Edward! —gritó Renné mientras alzaba su copa.
La fiesta se animó. Parecía que Bella quería que se la tragara la tierra y él sentía lo mismo. El jardín de Bella se había transformado por completo.
Los invitados estaban reunidos alrededor de unas mesas redondas con manteles plateados y los camareros se movían entre la multitud con bandejas de champán y aperitivos. Se había colocado una mesa con una fuente de chocolate frente a la ventana del salón. Pájaros y mariposas fantásticos revoloteaban por encima, dejando tras de sí estelas centelleantes de magia. Bella agarró una copa de champán y se bebió la mitad de un trago mientras los invitados se reunían con ellos.
—¡Felicidades! —dijo un hombre corpulento con rostro rubicundo mientras le daba a Edward un manotazo en el hombro—. No todos los hombres pueden salir con una Swan.
Edward gruñó en respuesta.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó una bruja, y el cerebro de Edward se detuvo. ¡Por Lucifer! ¿Qué respuesta iba a darle?
—Bumbelina —respondió Bella, pensando más rápido que él— Hicimos un match.
Edward no tenía ni idea de lo que estaba hablando.
—¿Bumbelina? —le preguntó en voz baja cuando la bruja se hubo marchado, aunque ella no pudo responder porque alguien más se acercó a saludarlos.
Edward conoció a una concejala, un policía, varios miembros del club de duelos mágicos de Renné y muchas más personas, hasta que las caras y los nombres se mezclaron. La forma en que los invitados adulaban a Renné mientras elogiaban a Edward y Bella le provocó una mueca de incredulidad. Era evidente que Renné Swan era una figura influyente en Forks, pero no comprendía por qué la gente la encontraba tan encantadora.
Por suerte, Renné acabó alejándose y casi todos los presentes se movieron con ella, como esos pececillos que se pegan a los tiburones.
Bella lanzó un suspiro.
—Mi madre se ha superado a sí misma.
—¿Es habitual este tipo de eventos? —preguntó Edward.
Bella vació su copa y la dejó en el suelo.
—Todo lo fastuoso es habitual a su alrededor, sobre todo si yo lo encuentro vergonzoso.
Dirigió una mirada ceñuda al grupo de elegantes mujeres con las que Reneé se había reunido.
—Debería tener en cuenta tus sentimientos.
Bella soltó una sonora carcajada.
—¿Renné Swan pensando en los sentimientos de otras personas? ¡Qué gracioso!
Ahora sería el momento ideal para hurgar en sus inseguridades y convertirla en alguien más vulnerable, pero a Edward no le gustaba la amargura que veía en los ojos de Bella.
Podía escuchar la voz burlona de Astaroth en su cabeza: «¿Te estás ablandando?».
No era ningún blando. Tan solo esperaba el momento adecuado.
—¡Oh, no! —Bella le agarró del antebrazo—. Mi madre viene con Lilian Hale.
Él miró a donde sus pequeños dedos presionaban su piel. Era difícil pensar con claridad cuando ella lo tocaba.
—¿Hale?
—La madre de Rose. Es la versión reina del hielo de mi madre.
Edward hizo un mohín.
—No creo que pueda con dos como tu madre.
—Entonces prepárate.
Edward plantó las botas en la hierba como un soldado que se va a enfrentar a un enemigo que se aproxima. Cuando Bella agarró una segunda copa de champán del camarero que pasaba por delante, él hizo lo mismo. Bella enarcó las cejas y él levantó la copa en respuesta.
—Cuando vayas a la Tierra, haz como…—murmuró antes de beber un sorbo. El líquido estalló en su boca como una cacofonía de dulzor ácido que amenazaba con desbordar sus papilas gustativas. Lo envolvieron los colores, los sonidos y los sabores del mundo de los mortales.
—¡Aquí estamos! —Renné se dirigía tambaleante hacia ellos mientras sus tacones agujereaban la hierba. Iba del brazo de una mujer alta de mediana edad vestida con un traje de chaqueta azul y el cabello rubio recogido en un moño. Las perlas del cuello y de las orejas eran el accesorio perfecto para su expresión altiva—. Este es Edward, el novio de Bella —dijo Renné—. Recuérdamelo, querida Lilian, ¿está saliendo con alguien Rosalie?
—De momento no —dijo Lilian con voz gutural, arqueando una ceja perfecta—. Está demasiado ocupada dominando la brujería.
Renné dejó escapar una risita histérica.
—Bueno, espero que no se lo tome con demasiada calma. Sé que siempre ha sido… testaruda… pero la juventud y la belleza son efímeras.
Lilian miró a Renné de arriba abajo.
—Así es. —Hizo un mohín y le ofreció una mano a Edward, mostrando una sonrisa lo bastante grande para sacarle un ojo a alguien—. Lilian Hale, alcaldesa de Forks.
—Solo porque no me presenté a las elecciones —murmuró Renné.
Podía ver el parecido con Rosalie en la estatura de Lilian, su cabello rubio y su cara ovalada, pero eso era todo. Sus ojos eran grises y fríos, a diferencia de los cálidos ojos azules de Rosalie, y no se imaginaba a esta mujer levantando pesas o teniendo una pelea de bar con un demonio.
Era evidente que estaba esperando a que él le besara el dorso de la mano, pero Edward no quería acercarse tanto. En vez de eso, le agarró la punta de los dedos y se estremeció, por lo que le soltó la mano al instante.
Lilian parecía desconcertada, pero se recuperó rápidamente.
—Entonces, dinos, ¿cómo se las ha apañado nuestra pequeña Bella para conquistarte?
Su educado tono de incredulidad le puso a Edward los pelos de punta.
Miró a Bella como diciendo: «¿Qué le pasa a esta gente?». Ella se encogió de hombros y esbozó una pequeña sonrisa. Él volvió a centrarse en Lilian.
—Nos conocimos en Bum…—¡Mierda! ¿Cómo se llamaba la cosa de la que Bella había estado hablando antes?
—Bumbelina. —Ella intervino por suerte.
—Sí, Bumbelina. —Asintió—. Hicimos un match.—Significara lo que significase.
—¿Es una de esas aplicaciones de citas? —preguntó Lilian con evidente desagrado—. En mis tiempos, conocíamos a la gente en persona antes de acordar una cita.
—Tus tiempos fueron hace mucho, querida —dijo Renné de forma envenenada—. Me alegra que Bella esté usando todas las herramientas a su disposición para encontrar el amor.
Bella dejó escapar un grito.
—Es… mmm… un poco pronto para esa palabra, mamá.
Edward podía imaginar un montón de palabras que describían lo que Bella sentía por él. «Desprecio» encabezaba la lista, seguido de cerca por él. «molestia». Dado que los demonios solían ser temidos y odiados, eso no debería haberle molestado tanto como lo hizo.
Renné frunció el ceño.
—¿Por qué? Tu padre y yo supimos que estábamos enamorados la primera vez que tuvimos sexo y todos los objetos de la habitación levitaron. Eso fue tres horas después de conocernos en el Concurso Nacional de Hechiceros. Yo acababa de ganar el trofeo y…
—Sí, todos conocemos esa historia —intervino Lilian—. Aunque algunos podrían decir que es de mal gusto hablar de la vida sexual en público.
—Hablas como alguien que no tiene vida sexual. —Renné se alborotó el rizado cabello y sonrió a Lilian—. ¿Cómo está el querido Bertrand estos días? Se está haciendo mayor, pero he oído que hay un médico muy agradable en el pueblo que está especializado en todos los problemas relacionados con la edad.
Lilian le lanzó una sonrisa mordaz.
—A veces me pregunto cómo pudimos hacernos tan buenas amigas, Renné.
—¡Oh, querida! —dijo Renné, enlazando su brazo con el de Lilian—. Esto es lo que hacen las mejores amigas. Nos burlamos porque nos importamos.
Edward y Bella compartieron una mirada escéptica. Si estas dos eran mejores amigas, él era un hada del aire. Ella puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
Bebió otro sorbo de champán, casi con una mueca de dolor por el intenso sabor. Era uno de esos momentos en los que todo le parecía demasiado intenso: la bebida en la boca, el sol en la piel, el parloteo de aquellas odiosas mortales. ¿Cómo podían soportar que las sensaciones los abrumaran durante todo el tiempo? El sudor le recorrió la espalda y se revolvió incómodo.
—Entonces —dijo Lilian—, ¿a qué te dedicas, Edward?
Él se quedó inmóvil, con la copa a medio camino de sus labios.
—¿Perdón?
—¿Cuál es tu trabajo?
¡Mierda! Su mente daba vueltas mientras intentaba pensar en algo que fuera posible pero difícil de comprobar. Claro, podría haberles dicho que era un demonio que se ganaba la vida apoderándose de almas, pero los ojos desorbitados de Bella le suplicaban que no lo hiciera y él quería conservar los avances que había hecho con ella. Después de todo, el desprecio era mejor que el odio.
—Yo…—Se aclaró la garganta, deseando que el zumbido de su cabeza desapareciera para poder volver a ser él mismo, frío y calculador—. Yo…
—¡Es historiador! —exclamó Bella. Le agarró el brazo con la mano y le presionó el bíceps con los dedos. De forma extraña, eso provocó que Edward se sintiera más seguro en medio de aquel ruido y color—. Edward es muy inteligente.
—Un historiador. —Los ojos de Lilian se clavaron en su pecho—. No recuerdo haber visto nunca a un historiador tan… en forma físicamente.
La mirada era demasiado cortés para considerarse lasciva, pero aun así Edward se sintió incómodo.
—A veces hago ejercicio.
Hacía ejercicio con más frecuencia que «a veces», la verdad sea dicha. La vida podía ser muy aburrida entre trato y trato, y ahora que su alma le insuflaba sentimientos que no deseaba, se había estado empleando a fondo para mantenerlos a raya.
—¿Eres profesor? —preguntó Lilian. Las dos brujas lo miraban como leonas acechando a una gacela, y advirtió que ese trabajo le daría prestigio a ojos de ellas. Había conocido a muchos mortales así: ricos, privilegiados y muy educados, que veían en esos rasgos lo que separaba a la élite de la chusma. Le recordaban a una famosa actriz bruja con la que había hecho un trato, llevándose su alma a cambio de la admisión de su hija en una de las diez mejores universidades.
—Sí —dijo—. Estoy de año sabático.
—¿Dónde enseñas? —Los ojos de Renné brillaban de emoción—. Bella siempre ha necesitado un poco de disciplina académica.
—Se pasó la lengua por los labios, mirándolo de arriba abajo—. Y tú pareces muy bueno aplicando disciplina.
Él se atragantó con su champán.
—Enseña en Nueva Zelanda —dijo Bella, ignorando la insinuación de alguna manera. Años de práctica, supuso—. En la Escuela de Brujería de las Antípodas.
Edward reprimió un bufido. ¿De dónde había sacado eso?
—¡Oh! —Lilian levantó las cejas—. Nunca había oído hablar de esa institución. No debe de ser muy prestigiosa.
—Al contrario —replicó Edward—. Es tan prestigiosa que su existencia se mantiene en secreto. Nuestro proceso de selección es tan riguroso que los estudiantes tienen que ser invitados para solicitar su ingreso.
Las mentiras fluían con más facilidad ahora que había encontrado un punto de apoyo. Miró a Bella, que se estaba esforzando por no sonreír.
Asomaba un hoyuelo en su mejilla y él sintió el extraño impulso de acercarle los labios, como si pudiera saborear su alegría.
Se regañó a sí mismo. ¿Por qué tenía ese tipo de pensamientos con el objetivo de su trato? Esto solo podía acabar de una manera y, cuando lo hiciera, todas las buenas sensaciones que Bella le despertaba desaparecerían.
La idea le produjo náuseas.
Renné volvió a hablar y él aterrizó de nuevo en la conversación.
—No puede ser tan exclusiva. ¿Por qué no me admitiste a mí? ¿O a Bella? ¿O a cualquiera de nuestros antepasados? Los Swan son la dinastía mágica más importante. ¡Podemos rastrear nuestros orígenes hasta Stonehenge!
—Estoy segura de que la genealogía no funciona así —murmuró Bella.
—O los Hale —dijo Lilian, con la misma cara de disgusto—. También somos la principal dinastía mágica.
—Estoy seguro de que la palabra «principal» tampoco funciona así —susurró Edward a Bella. Ella soltó una risita y se tapó la boca con una mano. Sintió una oleada de placer ante la respuesta, como si el pecho se le hubiera hinchado al doble de su tamaño.
—Al menos Aro debería haber oído hablar de esa escuela. —Renné le saludó con la mano—. ¡Ven aquí, querido Aro!
El pequeño hechicero de aspecto centenario, que estaba al otro lado del jardín, se echó para atrás visiblemente. Empezó a dirigirse rápidamente hacia la acera, pero no podía moverse muy deprisa y Renné no tardó en alcanzarlo y traerlo de vuelta. Colocó al hechicero frente a Edward.
—Aro es mi tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tatara…
—Por favor, para —dijo Aro.
—… incordio —concluyó Renné. Los dos se miraron fijamente—. En fin, ha estado por todas partes, aunque no creo que en el sentido metafórico dado… todo esto. —Señaló la larga barba del hechicero, sus ropajes de terciopelo y su espalda encorvada—. Pero seguro que conoce la Escuela de Brujería de las Antípodas.
—¿El qué? —Aro se llevó una mano a la oreja.
—La Escuela de Brujería de las Antípodas —repitió Renné levantando la voz—. Parece ser que es una de las escuelas de magia más elitistas del mundo y Edward es profesor allí. Aunque tengo mis dudas. ¿Por qué no habrían admitido a los Swan si es una escuela tan prestigiosa?
Aro miró a Edward, luego a Renné y de nuevo a Edward. Sus ojos se entrecerraron bajo aquellas espesas cejas y luego regresaron a Renné.
—Sí —dijo con voz temblorosa—. He oído hablar de esa escuela. Yo mismo recibí una invitación en su día. Pero, ya sabes, las zonas horarias, sobre todo cuando teníamos que viajar en un barco vikingo…
Bella tosió en su puño.
Renné parecía desconcertada.
—Pero si a ti te invitaron, ¿por qué a mí no?
Aro se encogió de hombros.
—Si tienes que preguntar, ya sabes la respuesta.
Bella tenía las mejillas sonrosadas y mostraba sus dos cautivadores hoyuelos. Cuando miró a Edward, sus ojos estaban rebosantes de alegría.
La sonrisa de Bella le provocaba algo extraño por dentro. Sentía un calorcillo y las comisuras de sus labios querían levantarse para mostrar su estado interior. Era como si estuviera en una montaña rusa, con emociones nuevas e inestables que iban desde la culpa (que le empujaba a dejar las sombras e ir hacia la luz) hasta el deseo de encerrarse en un lugar oscuro y silencioso y no salir de allí jamás.
No era de extrañar que los seres humanos hicieran tratos tan irracionales.
Sus almas parecían caleidoscopios de sentimientos e impulsos que cambiaban al menor estímulo.
—Bella aún podría conseguir una invitación. —Renné dirigió una mirada suplicante a Edward—. Tan solo es una flor tardía. Tal vez sea esto lo que necesita para cumplir su destino.
—No dejas de hablar de ese destino —dijo Lilian—. ¿Seguro que no tuviste una alucinación por las drogas?
Renné jadeó con indignación.
—Te haré saber que estaba muy sobria cuando las estrellas, la tierra y el viento anunciaron la profecía. Estaba en mi trigésima sexta hora de parto (bendita seas, Bella, pero tenías un cabezón) y el médico estaba a punto de abrirme en canal cuando le supliqué a las estrellas que me dieran una señal para acabar con aquello.
Bella hizo una mueca de dolor.
—¿Tienes que volver a contar esta historia? Mi cumpleaños no es hasta dentro de siete meses.
—¿Cuenta esto en tu cumpleaños? —le preguntó Edward, horrorizado.
—Todos los años —respondió Bella con tristeza.
La gente escuchaba a su alrededor. Sus expresiones eran una mezcla de aburrimiento y adulación, dependiendo de lo que tuvieran que ganar.
—Se lo suplicaste a las estrellas porque estabas dando a luz afuera como un animal —dijo Lilian.
Renné resopló.
—Prefiero un parto natural al aire libre a una cesárea. Estoy convencida de que la experiencia estrechó el vínculo entre Bella y yo.
Los dedos de Bella apretaron el bíceps de Edward.
—Yo no lo creo —murmuró.
Renné respiró hondo y Edward sintió una punzada de miedo cuando presintió que llegaba un monólogo.
—Supongo que podría haber ido al hospital —dijo—, pero quería que los primeros momentos de Bella estuvieran conectados con la magia, y es difícil acceder a ella mientras hay unas máquinas pitando y un médico metido hasta el codo en tu vagina.
—Por favor, deja de hablar de tu vagina —dijo Bella.
Renné la miró con cariño.
—Querida, no sé cómo te has vuelto tan mojigata. Aquí todos somos adultos y al menos la mitad tenemos vaginas. Es lo mismo que hablar de un codo.
—¿De verdad? —preguntó Lilian con escepticismo.
Edward se inclinó para susurrarle a Bella al oído.
—Si me das tu alma, te aseguro que nunca más hablará de su vagina.
Ella puso los ojos en blanco.
—Me preguntaba cuándo volverías a ofrecerme un trato ridículo. —Luego suspiró—. Aunque este es tentador.
—Fue un parto en el agua a cielo abierto —dijo Renné, ignorando la evidente angustia de su hija—. Tenía a tres doulas brujas a mi lado y un cirujano por allí cerca (por insistencia de Charlie…; ya saben cómo se preocupa), y habíamos lanzado un hechizo para que todo saliera bien. Las doulas formaron una estrella de cinco puntas alrededor de la bañera y me ungieron la vagina tres veces con sangre de cordero. Luego me comí el corazón del animal.
Edward hizo un mohín.
—Aún no es tarde —le susurró a Bella—. La oferta sigue en pie.
—Lo siento, no puedo oírte —dijo—. Me estoy disociando de mi cuerpo.
—Eran las tres de la madrugada cuando por fin empezó a salir. —Renné sacudió la cabeza—. Bella, querida, ¿sabías que me tuvieron que dar diez puntos? Me destrozaste. No pude orinar bien durante una década.
—Sí —balbuceó Bella—. Ya me has contado muchas veces cómo te destrocé el cuerpo.
—Bueno, creo que es justo que los niños sepan cómo sufrieron sus madres por ellos. —Parpadeó un par de veces, mirando a su alrededor—. ¿Adónde ha ido Aro? Sabe que no debe irse cuando estoy contando una anécdota.
Edward tampoco había advertido que el diminuto hechicero ya se había marchado. Tal vez debería encontrarlo y pedirle consejo sobre cómo había que desaparecer.
—Estoy seguro de que ha sido una emergencia —dijo con encanto demoníaco a pesar de su incomodidad. Tenía la sensación de que contradecir a Renné solo alargaría las cosas—. Tus historias son tan fascinantes…
—Edward es muy diplomático. —Lilian hizo una señal al camarero y se tomó su tiempo para examinar con detenimiento el champán—. Aunque algunos —dijo, escogiendo una copa de la bandeja— preferirían decir «mentiroso».
Renné resopló.
—¡Oh, por favor! ¿Sabías que fui campeona de oratoria y debate en el instituto?
—Sí —dijeron al unísono Lilian y Bella, que también bebieron al unísono.
—Yo solo hablaba y hablaba, y mis oponentes no podían decir ni una sola palabra.—Sonrió—. En fin, aquella fatídica noche, la cabeza de Bella empezó a salir de entre mis muslos ensangrentados. Mientras la agonía me desgarraba, invoqué mi magia. «¡He aquí una nueva Swan!», grité a las estrellas. «Denme una señal sobre su futuro». Y, de repente, el cielo se iluminó con un torrente de estrellas fugaces, el viento se arremolinó en una poderosa ráfaga y la tierra misma tembló. Y una palabra resonó en mi cabeza: «poder».
Se produjeron unos instantes de silencio y luego los invitados de aspecto más sumiso empezaron a aplaudir.
—Increíble —dijo una bruja—. ¡Las mismísimas estrellas!
Edward sopesó la historia. Podía ser mentira, pero Renné tenía la convicción de un fanático sobre el destino de Bella, y eso tenía que venir de alguna parte. Había oído hablar de otras brujas y hechiceros que habían nacido tras un augurio, así que ¿por qué no Bella?
—Y entonces saltó por los aires —dijo Renné, destrozando el momento—. Me desgarró de proa a popa. ¡Deberíais haber visto a la cosita gorda y ensangrentada lloriqueando como si quisiera volver a meterse dentro! —Sonrió—. Siempre ha sido una niña de mamá.
Bella miraba fijamente su copa de champán como si contuviera todas las respuestas a los misterios del universo.
—No estoy aquí —susurró—. Esto es solo una pesadilla y me despertaré en cualquier momento.
Él le cogió la mano libre y se la apretó. Ella levantó la cabeza y lo miró sorprendida.
—Sweetheart—le dijo—, ¿no me prometiste que me enseñarías tu jardín?
Ella frunció el ceño y luego abrió los ojos como platos.
—¡Ay, sí! Gracias por acordarte, encanto.
—Le apretó la mano mientras miraba a Renné —. Edward está muy interesado en mis lirios de fuego. Creo que tengo posibilidades de ganar el premio al Mejor Arreglo Floral en el Campeonato Floral del Noroeste del Pacífico de este año.
—Tú y tus plantas…—Renné miró sus manos entrelazadas y su expresión se relajó—. Muy bien, tortolitos. Vayan a retozar al jardín.
—Estaban a medio camino de la casa cuando Renné les gritó: —¡Y no utilicen protección!
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Bella se dejó caer en el suelo. Se rodeó las piernas con los brazos y metió la cara entre las rodillas.
—¡Qué vergüenza! Cada vez que pienso que no puede humillarme más, consigue superarse a sí misma.
Edward se sentó en el suelo a su lado. La casa estaba muy fresca y tranquila, y sus músculos se relajaron sabiendo que la fiesta estaba fuera.
—¿Por qué se lo permites?
Ella levantó la cabeza y lo fulminó con la mirada.
—¿Crees que simplemente debería sonreír y fingir que no me siento humillada?
—No —dijo—. ¿Por qué no le dices que pare?
Bella gimió.
—Ya lo he hecho. Y no ha servido de nada.
Había una solución muy sencilla.
—Entonces no la veas más.
—Es mi madre —dijo Bella—. No puedo hacer eso.
—¿Por qué no, si te hace sentir tan mal?
Bella apoyó la cabeza en la puerta.
—Imagino que los demonios no saben qué es la familia.
Él se burló.
—¿Crees que yo emergí simplemente de una sima de fuego? Claro que los demonios tienen familia.
—¿En serio? —preguntó ella, animándose—. ¿Cómo es la tuya?
¡Mierda! Edward no debería haber sacado el tema: conocía la afición de Bella por las preguntas. Se quedó mirando el recibidor de la casa, el camino de alfombras con los colores del arcoíris y los cuadros de flores enmarcados en la pared. ¿Cómo podía explicar su educación a alguien tan joven y llena de optimismo?
—Ya no tengo familia —dijo finalmente.
—¡Oh! Lo siento mucho. —Ella colocó una mano en su brazo y él se estremeció con el contacto—. ¿Eres huérfano?
Él sacudió la cabeza.
—No, tengo una madre en alguna parte. Solo que no sé si la reconocería, o si ella me reconocería a mí.
Se produjo una larga pausa. Él se quedó mirando al frente, aunque su visión periférica le decía que Bella lo estaba observando.
—Ahora no puedes dejarme así —dijo ella—. Vamos, ya has echado un vistazo a mi jodida dinámica familiar.
Él se revolvió incómodo.
—Nuestra supervivencia como especie depende de las almas, así que ser negociador es un puesto muy prestigioso. Muy pocos demonios pueden llevar a cabo esta tarea. Se necesita un talento innato para hacer cosas que a otros les resultarían imposibles. Encontrar niños demonio que tengan esta capacidad es muy complicado.
—¿Hay niños que se apoderan de almas?
Él nunca había cuestionado esa práctica, pero la expresión horrorizada de Bella le hizo comprender que otras personas podían tener otra opinión sobre el tema.
—No lo hacen cuando son niños —explicó, necesitando que ella comprendiera la enorme responsabilidad de lo que hacía—, pero hay que prepararlos para que lo hagan más adelante. La magia tiene matices. Y hace falta cierta personalidad para hacer tratos sin inmutarse. Tienes que ser frío y calculador.
«Sé como el hielo», le había dicho Astaroth más de una vez. «Así nada podrá afectarte».
—¿Así que tu familia te enseñó a hacerlo?
—Mi padre era negociador —dijo Edward, respondiendo de forma indirecta—. Uno con mucho éxito. Lo único que recuerdo de él es que siempre me insistía en la importancia de lo que hacía. —A decir verdad, había poco que sacar de aquellos retazos de memoria. Ya no podía asociar ninguna voz con su padre, ningún rostro, tan solo una imagen borrosa—. Murió en 1793, cuando yo era pequeño.
—Eso es horrible —dijo Bella con angustia—. Pensé que los demonios eran inmortales.
—La decapitación acaba con nosotros —dijo Edward—. Él no había estado en el plano mortal desde hacía años y sabía que había cierto malestar, así que se tomó unas vacaciones en Francia para ponerse al día.
—¿En 1793? —Bella hizo un mohín—. Mala época.
—Desde luego. Sobre todo, porque su estrategia con los mortales implicaba parecer rico y sofisticado. Esas vacaciones fueron muy cortas, por así decirlo. Fue una forma humillante de morir para un demonio.
—Lo siento mucho.
—Las yemas de los dedos de Bella volvieron a rozar su brazo—. Aunque no entiendo por qué fue tan humillante.
Él lanzó una carcajada carente de humor.
—¿Te pasas siglos siendo el héroe de tu comunidad y los mortales acaban cortándote la cabeza porque escogiste el destino turístico equivocado? Si mi padre hubiera muerto apoderándose de un alma, al menos lo habría hecho con honor.
Astaroth le recordaba esto con frecuencia. Edward tenía el peso del legado de su padre sobre sus hombros, pero también tenía que superar su vergüenza.
—No me gusta esa forma de pensar —dijo Bella con seriedad.
—Entonces serías un demonio horrible —dijo Edward—. El honor es uno de nuestros valores más importantes.
Los negociadores llevaban sobre sus hombros la carga de la supervivencia de su especie. Faltar a ese deber era ganarse la vergüenza.
Ella resopló.
—¡Oh! Ya sé que sería un demonio horrible.
—Esperó unos instantes y le dio un codazo—. ¿Qué pasó con tu madre?
—El alto consejo ya me había echado el ojo por culpa de mi padre —dijo Edward. Sentía la garganta cerrada, como si su cuerpo no quisiera que las palabras salieran de su boca. Nunca había sido un recuerdo agradable, ni siquiera antes de que el alma acabara con su autocontrol. Ahora no podía evitar detenerse en los recuerdos que conservaba de aquella vida. Los cuernos color caoba y el cabello negro de su madre. El calor de su cama frente al fuego de la chimenea. La sensación de pertenecer a un lugar—. A los negociadores se les instruye desde que son niños y ese parecía un buen momento para enviarme lejos. De todos modos, mi familia estaba pasando por muchos cambios.
—¿Ella te envió fuera? —Bella parecía consternada—. ¿Cuántos años tenías?
—Seis. —La verdad es que no sabía si su madre lo había enviado fuera de buena gana o por sentido del deber. Un día estaba llorando en su cálida guarida familiar subterránea, echando de menos a su padre, y al siguiente lo habían llevado a un frío castillo de piedra a las afueras del pueblo. No había cómodas almohadas en su nuevo dormitorio, ni fuego en la chimenea, y tras el primer día Edward había aprendido a no volver a llorar—. Tuve suerte. El demonio que me instruyó pertenecía al alto consejo, formado por los nueve demonios más poderosos. Astaroth me enseñó a ser un hombre.
Ella se estremeció.
—Creo que ya he oído ese nombre antes.
—Lo más probable es que sí. —Astaroth había sido famoso durante siglos antes de que Edward naciera—. Me enseñó a manifestar mis deseos más descabellados. Me lo enseñó todo sobre negociación y manipulación. Soy el demonio que soy gracias a él.
Y Astaroth había apostado a que Edward cerraría este trato. Aquel pensamiento provocó que su humor cayera en picado. ¿No se había prometido a sí mismo que hoy sería más despiadado? Pero estaba cansado y abrumado por los constantes estímulos del plano mortal, y no podría hacer un buen trato. «Pronto», volvió a prometerse. Tan pronto como consiguiera doblegar a su caprichosa alma.
Bella se movió y cruzó las piernas. Su vestido de verano se enredó en su regazo y Edward se distrajo con la vista de sus deliciosos muslos.
—Parece que tuviste una niñez difícil —dijo ella.
Él apartó la mirada de sus piernas.
—La sociedad demoníaca es diferente de la humana. Era un deber y un honor.
—¿Y tu madre? —preguntó en voz baja.
—No lo sé. —Tragó a través del nudo que tenía en la garganta—. Nunca más la volví a ver.
Se hizo un silencio tan solo roto por el tic-tac del reloj de pared. Este tenía una esfera curiosa: mitad sol, mitad luna, con ambos lados sonrientes mientras las manecillas giraban sin cesar, contando el tiempo que a los seres humanos les faltaba y a Edward le sobraba. Al lado del reloj había un mueble lleno de extrañas figuritas y delicados jarrones, ninguno de los cuales parecía tener una función práctica.
La vida de Bella estaba repleta de cosas. En su propia guarida, en el plano demoníaco, él solo tenía libros y aparatos de gimnasia. Observando el desorden de Bella, se preguntó por primera vez con qué objetos podría decorar su propia casa. ¿Qué tenía tanta importancia para él que pudiera tenerlo alrededor cada día?
En más de doscientos años, había acumulado menos que este ser humano en veintiocho. Había algo deprimente en ello.
—Es una historia triste —dijo Bella. Cuando la miró, sus ojos rebosaban compasión—. Nunca llegaste a tener una familia. Nunca llegaste a ser un niño.
—No puedo echar de menos lo que no conozco —dijo—. Y tengo más de lo que muchos otros podrían soñar. Prestigio, honor, un propósito… Me enorgullece poder ayudar a mi pueblo.
Los dedos de Bella se entrelazaron con los suyos y él bajó la mirada con sorpresa.
Hace un día lo odiaba y ahora lo cogía de la mano.
Puede que aún lo odiara, pero era una buena persona, y eso era lo que hacían las buenas personas: ofrecían consuelo incluso a sus enemigos. El orgullo de Edward le exigía rechazar su compasión, pero no podía soltarle la mano.
—¿Quieres salir de aquí? —Su pulgar le rozó los nudillos—. Puedo enseñarte el bosque. Aunque antes quisiera ducharme.
Era todo un sinsentido, pero la idea de estar fuera lo atraía. Sentía el pecho henchido y el murmullo de las voces que había tras la puerta le taladraba el cerebro. Acercarse a Bella sería un arma de doble filo: podría averiguar qué quería ella más que su magia, pero también corría el riesgo de encariñarse demasiado. Era un riesgo que nunca había tenido que plantearse.
Un día más no haría daño a nadie, ¿verdad?
Él asintió.
—Me encantaría.
NOTA:
Les traigo estos dos capitulos, espero poder subirles más capitulos en la tarde. Como siempre intentare actualizar toda la semana con excepcion de Sabado y Domingo.
Nos leemos después.
