Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Nueve

Bella se sintió mejor cuando se hubo duchado y cambiado de ropa. Esa era la clave de la vida para la Swan fracasada: la capacidad de quitarse las cosas negativas de encima. Su madre nunca dejaría de avergonzarla y la semilla de la ansiedad que había plantada en el pecho de Bella había estado ahí desde siempre, así que sabía cómo vivir con ello. Algún día, Bella dominaría su magia y su madre la apoyaría económicamente con su posgrado. Pero con el nudo que sentía en el estómago, ese día no sería hoy.

Además, prefería enseñarle a Edward el bosque.

El aire era fresco, así que se puso una sudadera desabrochada con capucha encima del vestido y unos calcetines de lana gruesa bajo las botas de montaña. Llevó a Edward al patio trasero, donde se tomó un tiempo para susurrar a sus plantas. Luego saltaron la valla y se escabulleron por el patio lateral del vecino para llegar a la siguiente calle.

—¿Vendrá tu madre a buscarte? —preguntó Edward.

Bella hizo un mohín.

—No cuando tiene que ocuparse de su red de contactos en mi jardín. —Suspiró—. ¡Pobre césped! Tendré que hacer un poco de magia con él en cuanto se hayan ido.

Al menos los tacones de su madre airearían gratis el césped y, de todos modos, la hierba ya se estaba poniendo amarilla con la llegada del otoño.

Él gruñó en respuesta. Bella lo observó mientras caminaban, recomponiendo la imagen que se había hecho de él. Parecía grande y peligroso, con su bíceps tatuado y su ceño siempre fruncido, aunque el sombrero del salvaje Oeste le quitaba un poco de glamur. La camiseta arrugada y los vaqueros manchados de hierba tampoco ayudaban mucho.

—Te conseguiremos más ropa —dijo—. Caray, también debería haberte ofrecido una ducha. Y un cepillo de dientes. ¿Los demonios se lavan los dientes?

—No, preferimos dejar que la sangre y la saliva goteen de nuestros colmillos. —Cuando ella le dirigió una mirada incrédula, él resopló—. Sí, nos lavamos los dientes.

Su sarcasmo era algo que ella no había esperado cuando se materializó en su cocina. Edward era un cínico, pero uno divertido. También era alguien herido.

No podía creerse la historia que le había contado. Perdió a su padre cuando era pequeño y luego lo separaron de su madre para estudiar el arte de robar almas… «Tienes que ser frío y calculador», le habían dicho. ¿De verdad Astaroth le había dado ese consejo a un niño de seis años? Con un apodo como «el Despiadado», tenía la sensación de que le habían enseñado eso y cosas peores a lo largo de los años.

Lo extraño era que no se comportaba así con ella. Hacía bromas todo el tiempo y no había intentado negociar más con su alma. Más que despiadado, parecía perplejo. Era evidente que él tampoco sabía qué hacer en esta situación.

—Estás mirándome fijamente —dijo él.

—Sí —admitió ella.

Era difícil negarlo.

—¿Por qué lo haces?

—¿Por qué no? —Cuando él la miró desconcertado, ella decidió tomarle el pelo—. ¿No te gusta mi vestido?

Ella dio una vuelta y la tela azul con dibujos de margaritas se desplegó a su alrededor. Era uno de sus vestidos más bonitos, con un escote en forma de corazón que mostraba lo suficiente para que resultara inapropiado para el trabajo.

Los ojos de Edward recorrieron su cuerpo de arriba abajo, posándose demasiado tiempo en su escote. Luego apartó la mirada y se aclaró la garganta.

—Es un vestido bonito. Me gustan esas…flores.

—Margaritas. Cultivo una rara variedad púrpura en mi invernadero.

—Mmm…—dijo él como respuesta.

Se dirigían a las afueras del vecindario, donde empezaba la ladera que conducía a las fuentes termales de Forks. Este camino acababa en una hilera de árboles con un sendero de tierra que se adentraba en el bosque. Estaba impaciente por sacar a Edward del pueblo y caminar por la naturaleza. Era allí a donde iba cuando estaba triste y, aunque a ella misma le vendría bien un poco de consuelo, esperaba que la magia del bosque lo ayudara a él también.

Por qué quería calmar a su invitado demoníaco era una pregunta que volvería a plantearse más adelante.

En cuanto pasaron bajo el dosel otoñal del bosque, Bella respiró aliviada. Aquí el aire era más fresco y vibraba con la magia. Los árboles se inclinaron hacia ella para saludarla y una enredadera se soltó para meterse entre su cabello mojado. Ella se rio mientras la sacaba de sus rizos.

—Si te quedas ahí enredada, nos quedaremos atrapadas aquí para siempre.

Edward la miraba con extrañeza.

—Crees de verdad que actúan por propia voluntad.

A ella le molestó la insinuación de que las estaba obligando a hacer algo.

—Les gusto —dijo a la defensiva.

—Mmm…—dijo él de nuevo, dándose la vuelta para seguir caminando por el sendero.

Decidida a mostrarle lo que ocurría cuando ella hacía que una planta la obedeciera, susurró Ascensren ta worta en voz baja. El lenguaje de la magia era mucho más fácil de recordar cuando había plantas de por medio.

Una raíz se levantó del suelo frente a Edward. Este tropezó y se libró de caer de bruces porque se apoyó con una mano en el tronco de un árbol. Giró la cabeza para mirarla.

—¿Eso era necesario?

—No sé de qué estás hablando. —Se mordió la mejilla para no reírse mientras lo alcanzaba.

En el bosque había una combinación de árboles de hoja perenne y caduca, como cicuta occidental, pino ponderoso, aliso rojo, abeto de Douglas, arces de hoja grande y muchos más. Flores raras, helechos y enredaderas trepadoras se entrelazaban en los árboles, alimentados por los minerales de las aguas termales y la magia de la tierra.

A Bella le encantaba la vida de las plantas, pero sabía apreciar la belleza de la estación moribunda. Como el ave fénix, estas plantas resucitarían en primavera. El crujido de las hojas naranjas y amarillas bajo sus pies, el frescor del aire y el intenso aroma de la podredumbre se mezclaban en un hermoso brebaje otoñal, y Bella suspiró de felicidad. Pasó por debajo de una rama baja, abandonó el sendero y condujo a Edward hacia la maleza. Este camino de ciervos estaba tan bien escondido que nadie más que Bella (y los ciervos y algunos peritios) parecía utilizarlo, y llevaba a uno de sus lugares favoritos del bosque.

Edward se abrió paso entre los arbustos con torpeza, luego farfulló una maldición y le dio un manotazo a una enredadera que le enganchó el sombrero.

—¡Dame eso! —exclamó mientras le arrebataba el sombrero.

—No he sido yo. —Las plantas siempre cobraban vida propia a su alrededor—. Sé amable con las plantas y ellas lo serán contigo.

Él refunfuñó, se quitó el sombrero y se lo puso bajo el brazo. Bella miró sus cuernos y se preguntó para qué servirían. Se veían bonitos a la luz del sol, tan negros, suaves y relucientes.

—¿Por qué tienes cuernos?

—¿Por qué tienes tantas preguntas? —replicó. Levantó una mano y rozó un cuerno con la punta del dedo—. En el plano demoníaco hay una bestia nocturna que ataca por la espalda. Es nuestro único depredador natural, así que desarrollamos los cuernos para defendernos. Si te agarra, tú echas la cabeza hacia atrás y se los clavas. Hay una proteína en la capa exterior que es tóxica para ellos, así que los ahuyenta.

—¡Oh! —Bella apartó una rama con delicadeza y le pidió que, por favor, no le diera a Edward en la cara. Utilizaba el lenguaje de la magia con las plantas muy pocas veces. Una petición educada o una chispa de magia saliendo de sus dedos solía ser suficiente. La rama obedeció de mala gana y dejó pasar al demonio—. No esperaba una respuesta tan científica.

—¿Acaso crees que los demonios viven en la Edad Media?

Cuando tropezó con otra rama, una hoja vertió rocío en su cabello y él farfulló una maldición antes de ponerse el sombrero.

La verdad es que ella no lo había pensado, pero ahora que él lo mencionaba…

—Supongo que me imaginaba algo poco sofisticado. Tribunales religiosos, rituales antiguos y todo eso.

—No tenemos el nivel tecnológico de la Tierra, pero tampoco lo necesitamos. Nuestras vidas son sencillas y siempre podemos conseguir ciertas cosas en el mundo de los seres humanos.

—¿Tienen refrigeradores? —preguntó Bella—. ¿O microondas?

—En general, no. Los demonios solo necesitan comer de vez en cuando, así que casi siempre es comida para llevar. —Cuando ella le miró sin comprender, él se explicó—: Vamos a la Tierra y pedimos algo allí.

Ella se rio.

—¿No te haces tu propia comida?

—¿Qué sentido tiene cuando no necesitas comer todos los días?

Eso no sonaba nada bien.

—Cenaste anoche. Y te pillé engullendo mis cereales después de salir de la ducha.

Él parecía avergonzado.

—Yo… necesito más calorías que la mayoría de los demonios. Apoderarse de almas es una tarea agotadora.

—Pero no te has llevado la mía.

Él miró hacia los árboles con los ojos entrecerrados.

—¿Qué clase de pájaro es ese?

Ella tomó nota de cómo había evitado el tema para analizarlo más adelante. Era otra cosa que no encajaba con lo que Edward le había dicho que debía ser un demonio.

Levantó la vista y se quedó boquiabierta cuando vio un gran pájaro rojo con cola dorada que estaba posado en lo alto de un abeto de Douglas.

—¡Oh, un ave fénix! Me alegro de que hayamos visto uno. Son pájaros poco comunes que se inmolan para pasar el invierno, así que puede que sea el último que veamos este año.

—No parece una forma muy divertida de pasar el invierno —dijo Edward.

Ella se encogió de hombros.

—Si yo pudiera inmolarme y regenerarme unos meses después con un aspecto más joven, ¿por qué no? Además, sería una forma excelente de librarme de las cenas de mi madre. «Lo siento, mamá, pero seré un montón de cenizas durante los próximos tres meses». —Luego gimió—. ¡Maldición! Hoy es domingo, ¿no? Eso significa cena familiar. —El acontecimiento que menos le gustaba a Bella de toda la semana. Sintió una opresión en el pecho y se lo frotó para aliviar la mala sensación.

Una roca que le llegaba hasta la cintura bloqueaba el camino. Bella se dispuso a trepar, pero soltó un grito cuando las manos de Edward la agarraron por la cintura. Luego la levantó, la colocó encima de la roca y trepó él mismo.

—Gracias —dijo ella mientras pegaba un brinco al otro lado. Todavía podía sentir el calor donde sus dedos la habían sujetado.

¿Por qué estaba siendo tan amable con ella? ¿Era una forma extraña de intentar meterse en su cabeza?

—¿Por qué no te saltas la cena? —preguntó Edward, como si su muestra de cortesía (y fuerza) no hubiera tenido importancia—. Si es grosera y la odias, no estás obligada a ir.

—Si no aparezco, teletransportará algo horrible a mi casa.

Una vez fueron unas tarjetas de invitación, lo que no habría estado tan mal si su madre no hubiera pasado de enviar una cada vez a cinco mil de una sola vez. La casa de Bella se desbordó con invitaciones de todo tipo hasta que finalmente cedió. Creyó que eso había sido malo…, hasta que la siguiente vez que había intentado saltarse la cena un tejón melero apareció en su sala de estar.

—Alguien tiene que controlarla —murmuró Edward—. ¿Por qué no ha intervenido tu padre?

Bella se rio ante la ridícula idea.

—Mi padre aprendió hace mucho tiempo a callarse y dejar que ella se salga con la suya. La quiere, pero solo es un Swan por matrimonio, así que ella tiene la última palabra.

—¿Los matrimonios son así ahora en el reino humano? Cuando vine por primera vez en el siglo XIX, eran los hombres quienes tenían la última palabra.

¡Gracias a Hécate ya no estábamos en 1800!

—Creo que las opiniones de ambas partes son válidas y deben tenerse en cuenta —afirmó Bella.

El sendero ganaba altura y el follaje se hacía más espeso. Durante el verano, este sendero estaría bordeado por una vegetación exuberante, con rosas silvestres de color azul y del tamaño de un plato, pero con el otoño en marcha, los árboles se habían vuelto tan flamígeros como las plumas del ave fénix. Las hojas caían revoloteando y algunas cambiaban su trayectoria para adornar los hombros y el cabello de Bella.

Las plantas siempre la habían querido, pensara lo que pensase Edward. Uno de sus primeros recuerdos era de los pensamientos del jardín de su padre volviéndose hacia ella al pasar. Siempre regresaba de jugar con hojitas y hierbas metidas entre el cabello y pegadas a la piel, para consternación de sus padres. No es que Bella estuviera tan asilvestrada; simplemente a las plantas les gustaba estar cerca de ella.

El camino parecía acabar en un espeso matorral.

—¡Ya hemos llegado! —anunció Bella. Alargó la mano hacia el matorral para insuflarle un poco de magia mientras susurraba Aviosen a malei. Los arbustos se abrieron y los dejaron pasar.

Más allá encontraron un pequeño oasis. Un manantial de aguas termales burbujeaba en medio de un claro y sus bordes anaranjados por los minerales contrastaban con sus aguas turbias de color turquesa. El vapor se elevaba en el aire más frío. Las flores de ese claro florecían todo el año, nutridas por la magia y los manantiales, y un caleidoscopio de colores rodeaba el estanque.

Edward se quedó con la boca abierta.

—¿Y bien? —preguntó Bella.

—Es… bonito —dijo finalmente.

—Es más que bonito. —Bella le dio un pequeño empujón con el hombro—. Vamos, dime que no es una de las cosas más bellas que has visto nunca.

Él alargó una mano para tocar una flor de color púrpura oscuro. Deseosa de recompensarlo por su delicadeza, Bella envió un poco de magia a la planta para animarla a que acariciara la mano de Edward. Su nuez de Adán subió y bajó cuando los pétalos le rozaron la piel.

—No soy demasiado efusivo —dijo—. Pero sí, es precioso.

¿Tenía más de dos siglos y no podía emocionarse por nada? A Bella se le partió el corazón. ¿Cómo sería pasarse toda la vida negando la belleza y reprimiendo los sentimientos? Ella se habría marchitado en menos de un año en el plano demoníaco.

Pero tal vez no todo el plano demoníaco era así. Tal vez solo era la forma como lo habían educado a él.

—Vamos —dijo Bella, agachándose para quitarse las botas de montaña y luego los calcetines de lana. Sentía la hierba suave bajo sus pies, pues la magia y el calor la mantenían exuberante incluso en pleno invierno—. Mete los pies en el agua.

Cuando volvió a levantarse, juraría que lo había sorprendido mirándole el culo. Él apartó rápidamente la mirada y Bella ocultó una sonrisa mientras se acercaba al borde del estanque. Se sentó en la roca impregnada de minerales y sumergió los dedos de los pies, gimiendo de dolor y placer ante el contacto del agua caliente con sus pies fríos. Edward se detuvo a su lado, con las botas aún atadas, mientras miraba cómo introducía ella lentamente los pies en el agua.

—¡Oh, vamos! —Dio una palmada en la roca que tenía al lado—. Tu dignidad de demonio sobrevivirá si te quitas los zapatos.

Él refunfuñó y se agachó para desabrocharse los cordones. Dobló con cuidado los calcetines negros, los colocó junto con el sombrero en el suelo y se arremangó los bajos de los oscuros vaqueros, dejando al descubierto las pantorrillas. Bajó torpemente hasta la roca y luego metió en el agua parte de ellas.

—¡Oh! —dijo Bella—. ¿Ni siquiera vas a llegar a ese punto?

Ella todavía estaba aclimatando sus tobillos, pero el calor ya estaba haciendo maravillas con la tensión que había traído de la fiesta.

—¡Demonios! —dijo a modo de respuesta—. Esto está caliente.

«Apuesto a que sí», pensó, observando sus musculosas pantorrillas y cómo se le ceñían los vaqueros a los muslos. Ella era una chica con curvas, pero se sentía poca cosa a su lado.

—¿Todos los demonios son grandes? —soltó.

—¿En qué contexto? —preguntó él tras una incómoda pausa.

A Bella se le sonrosaron las mejillas. ¡Por Hécate! No lo había dicho con esa intención, pero ahora era demasiado tarde. Su cerebro había empezado a desvariar y se preguntaba cómo serían de grandes los penes de los demonios. ¿Tendrían púas? Una vez lo había leído en una novela romántica. También en alguna ficción de fans. ¿Y si los demonios ataban a sus parejas? ¿Daban mordiscos durante el sexo? ¿Cómo entraban en juego los cuernos?

Su mente estaba tan ocupada persiguiéndose a sí misma en círculos que, hasta que él se aclaró la garganta, no advirtió que se le había quedado mirando la entrepierna. Parpadeó un par de veces y, vale, sí, aquello era un bulto sin duda y… ¿estaba creciendo?

—Grande —soltó—. Tú. Alto, quiero decir. Y como… ancho. —Le señaló los hombros—. Podrías jugar en la NFL. —La asaltó otro pensamiento—: ¿Tienen una NFL de demonios?

Él abrió y cerró la boca varias veces.

—Tu proceso de pensamiento…—dijo, sacudiendo la cabeza.

—¿Qué pasa? —Sabía que era propensa a dejar volar su imaginación y a salirse por la tangente, pero ¿qué más podía hacer cuando había tantas cosas interesantes en las que pensar? Como en su pene, por ejemplo.

—Es como ver a un perro del Infierno intentando decidir a cuál de los ocho tipos de presa va a matar —dijo—. Da tumbos por todas partes.

—¿Perro del Infierno? —preguntó ella—. ¿No debería ser «perro del plano demoníaco»?

Él suspiró.

—La palabra «infierno» existía en lengua demoníaca antigua mucho antes de que los seres humanos se apropiaran de ella. Significa «leal».

—¿Qué aspecto tienen?

—Tres cabezas, ojos rojos y colmillos afilados.—Se encogió de hombros—. Son una mascota doméstica habitual.

Ella quería preguntarle ahora sobre la lengua demoníaca antigua y las mascotas demoníacas, pero él aún no había respondido a sus preguntas anteriores y acabaría perdiéndose.

—¿Así que todos son grandes? ¿Y los deportes?

—Nada de NFL —dijo él, echando la cabeza hacia atrás para mirar al cielo—. Tenemos muchos deportes. Algunos los reconocerías, pero la mayoría no. Y sí, los demonios tienden a ser más grandes que los seres humanos, pero también depende.

—¿Tú eres el más grande?

La miró de reojo y sonrió con satisfacción.

—Depende de lo que preguntes.

Demonio astuto. Primero bromas y luego insinuaciones… ¿Qué sería lo siguiente? Tenía muchas ganas de preguntarle si los penes de los demonios tenían púas, pero preguntar a la gente por sus genitales no era de buena educación. Para distraerse, metió el resto de las pantorrillas en el agua, soltando un gemido de placer cuando el agua caliente entró en contacto con su piel. Después de unos dolorosos segundos, se aclimató y el calor empezó a ser agradable. Soltó una risita cuando un pez curioso le mordisqueó los dedos de los pies.

Edward se sacudió, salpicando agua por todas partes.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, mirando fijamente al agua turquesa.

—¿Un mordisqueo en los dedos? —dijo. Cuando él asintió, ella se lo explicó.

—Hay peces que viven en estas aguas y se comen la piel muerta. Es mejor que una pedicura.

Él hizo un mohín.

—¡Qué asco! —Sin embargo, no sacó los pies—. Nosotros tenemos peces de agua caliente en el plano demoníaco, pero no sabía que los seres humanos también los tuvieran.

—Este es uno de los pocos lugares del mundo donde se pueden encontrar. La mayoría de las aguas termales son demasiado hostiles para la vida. Pero aquí hay magia por todas partes, desde los árboles hasta el agua y los peces. —Miró a su alrededor, tratando de ver otras criaturas. Un petirrojo se acicalaba en una rama cercana y una mariposa azul revoloteaba alrededor de una flor—. Espero que veamos una salamandra de fuego —dijo—. Son aún más raras que el ave fénix.

—Ya veo por qué te gusta tanto esto —dijo—. Es llamativo, pero no abrumador. Es muy tranquilo.

—Por ahora. —Torció la boca—. Cuando construyan el resort y el spa, todo se echará a perder.

Edward frunció el ceño.

—¿Van a construirlo aquí?

—No aquí exactamente —dijo Bella, removiendo el agua con los pies—. Hay un grupo de estanques interconectados más arriba en la ladera. Van a allanar el terreno de alrededor, talar los árboles y revestir los estanques con baldosas. Se acabaron los peces y las salamandras de fuego.

El proyecto urbanístico la había tenido en vela muchas noches. Forks siempre había sido un oasis, un lugar donde la magia prosperaba y las brujas se mezclaban en armonía con seres humanos corrientes y criaturas fantásticas. Todo estaba en equilibrio, desde la gente hasta el entorno, y ella se sentía agradecida de vivir en un lugar donde los rascacielos de hormigón de las grandes ciudades aún no se habían colado.

Pero entonces Lilian Hale fue elegida alcaldesa y sus ambiciones de convertir Forks en un destino turístico no se hicieron evidentes hasta que ya fue demasiado tarde. La comunidad mágica debería haberse levantado en protesta, pero los Swan y los Hale eran los pilares de la comunidad, y unas brujas ricas como Lilian y Renné eran demasiado egocéntricas para reconocer el daño que el capitalismo salvaje haría a este paraíso. Las brujas más pobres y menos prestigiosas no tenían la influencia necesaria para enfrentarse a ellas.

Bella deseaba que su madre y Lilian pudieran sentir la tierra como lo hacía ella. Sin embargo, como muchas otras brujas, tenían un poder ostentoso y no estaban conectadas con la naturaleza. La red de magia que había bajo Forks era densa pero delicada, y Bella sabía que, si se intervenía en el paisaje, empezaría a deshacerse rápidamente.

—Ahora comprendo por qué hicieron la protesta —dijo Edward—. Los lugares que tienen tanta magia son excepcionales. —Olfateó un par de veces—. Prácticamente se puede oler en el aire.

—¿Puedes oler la magia?

—Puedo sentirla. Y verla cuando despliego mis sentidos demoníacos. La magia humana es como una luz dorada. —Le recorrió el rostro con la mirada—. Por eso sé que eres poderosa. Tu alma es más brillante que el oro más puro.

Ella hizo un mohín.

—Poderosa, pero incapaz de utilizar mi magia.

—La utilizaste hoy —dijo—. Cuando me hiciste tropezar. Y después, cuando hiciste que el matorral nos dejara pasar. —Frunció el ceño—. Y puede que otras veces, aunque no te oí pronunciar ningún conjuro.

—No siempre tengo que hacerlo. Tan solo cuando quiero un resultado concreto. La mayoría de las veces simplemente alimento a las plantas con magia y les hago una petición con amabilidad.

—Es poco frecuente que una bruja use su magia sin pronunciar palabras mágicas. ¿Sabe tu familia que puedes hacer algo así?

—No lo sé —admitió Bella—. Nunca han pensado mucho en la magia de jardín, así que no hacen muchas preguntas al respecto. Pero yo ya trabajaba con plantas antes de aprender el lenguaje de la magia, así que tal vez… En fin, mi madre puede teletransportar cosas sin pronunciar palabras mágicas, así que no es nada especial.

Él la observaba atentamente.

—Es una magia especial. Y creo que llamarla «magia de jardín» es muy limitante. Estás en sintonía con toda la naturaleza.

Que alguien alabara su magia por una vez era una sensación embriagadora y Bella se retorció de placer.

—Dices cosas muy bonitas.

Él resopló.

—Es la verdad.

Ella se dio la vuelta y se apoyó en la roca con una mano. Con la otra le acarició la mejilla. Su piel estaba tan caliente como si tuviera fiebre.

—Edward—dijo con seriedad—, puede que estés aquí para robarme el alma, pero aparte de mis amigas, has sido más amable conmigo en un solo día de lo que nadie lo ha sido en años.

—No es un robo —refunfuñó—, sino un intercambio. —Él giró la cabeza, le sujetó la mano con más fuerza y Bella jadeó cuando sus labios le rozaron la piel.

—Cállate y deja que te dé las gracias —dijo ella sin aliento.

La energía aumentaba entre ellos, pero no era el cosquilleo de la magia,sino algo más elemental. Ella se le había acercado sin darse cuenta y la piel se le puso de gallina cuando su aliento le rozó los labios. Tenía los ojos muy abiertos, con los iris dorados casi engullidos por las negras pupilas. Le puso una mano en la cintura y Bella se estremeció.

La atracción era mutua y ella lo sabía tan bien como que su magia se enredaba en las raíces de las plantas.

—No deberías dar las gracias a la gente por decir la verdad —carraspeó él. Su pecho subía y bajaba con rapidez. Sus ojos bajaron hasta sus labios y volvieron a subir.

Bella escuchaba dos voces en su cabeza. Una era la de Rosalie, que le gritaba: «¡Pero ¿qué coño estás haciendo?!». La otra la animaba: «Acércate. Besa al demonio. Averigua por ti misma lo grande que la tiene».

Se pasó la lengua por los labios y se acercó…

Un pequeño pero intenso rugido fue la única advertencia. Se movió rápidamente hacia un lado y evitó que la ráfaga de fuego que le rozó el brazo fuera a parar a su espalda.

—¡Joder! —gritó, poniéndose en pie de un brinco.

Edward se levantó tan rápido que casi se cayó al estanque. La colocó detrás de él de un empujón para protegerla del peligro.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Qué hay aquí?

—Mira hacia abajo —respondió ella mientras se tocaba la quemadura del brazo.

—¿Qué es eso? —preguntó Edward.

Ella miró a su alrededor para encontrar al atacante. A unos metros de Edward había una salamandra naranja del tamaño de un gato doméstico con las patas bien abiertas, en posición de ataque. Movió la cola y volvió a rugir.

Una ráfaga de fuego salió disparada de su boca y fue a parar cerca de los pies descalzos de Edward.

—¡Oh, no! —exclamó Bella. Intentó tirarlo hacia atrás, pero él permaneció en su sitio—. ¿Estás bien? —Una ráfaga directa como esa la habría dejado calcinada, pero él ni siquiera se había inmutado.

—Demonio —dijo en tono seco. Miró a la salamandra como si estuviera a punto de arrancarle las entrañas—. Supongo que esta es la famosa salamandra de fuego. ¿Se manifestaban para salvarla?

—Están en peligro de extinción. —Bella volvió a tirar de su brazo y notó lo duro que estaba su bíceps—. Y no ha sido culpa suya. Estamos en su territorio y debió de soltar unos cuantos silbidos de advertencia cuando salió del estanque, pero yo no los oí.—Porque había estado distraída con el pene del demonio, el pecho del demonio y la boca del demonio.

Él giró la cabeza para mirarla.

—Estoy tentado de pisotear esta cosa por haberte quemado, pero creo que eso no te gustaría.

—¡No la pises! —En su interior, sin embargo, sintió un extraño estremecimiento ante la idea de que él matara algo por haberle hecho daño.

La voz de Rose volvía a advertirla en su cabeza, pero Bella la ignoró y le pasó el otro brazo por la cintura, mordiéndose el labio cuando se topó con sus duros abdominales. ¡Por Hécate! No debería estar haciendo esto con un demonio que quería apoderarse de su alma, pero Bella nunca controlaba bien sus impulsos y, además, hacía años que no echaba un polvo—. Tenemos que retirarnos poco a poco —dijo—. Si te das la vuelta y empiezas a correr, te perseguirá.

—Eso es ridículo —murmuró Edward, pero retrocedió y Bella se movió con él. Parecía un extraño baile, ya que ella se mantenía pegada a su espalda, pero no quería dejar de tocar ni su bíceps ni sus abdominales. La salamandra los observaba indignada con sus ojos negros y redondos mientras se alejaban.

Bella se detuvo de repente.

—¡Ay! —exclamó cuando Edward le pisó los dedos de los pies.

—Lo siento. —Luego frunció el ceño y, como si hubiera recordado que debía ser gruñón e intimidante, giró la cabeza para mirarla y dijo—: Si no quieres que te pise, no te pares donde no pueda verte.

Bella lo rodeó para acercarse a la salamandra. Se sacudió la mano de Edward cuando este la colocó en su hombro para detenerla.

—Algo va mal —dijo. Le dolía la quemadura del brazo, pero ignoró el dolor.

Los ojos de la salamandra estaban cubiertos por una fina película y el moteado rojo de su piel era ahora de un apagado color marrón. Volvió a abrir la boca, pero esta vez el rugido fue un resoplido y solo salió una pequeña llama. De su boca empezó a brotar sangre de color rojo oscuro.

—Está enferma —dijo Bella, sintiéndose mareada. Nunca había visto un animal enfermo en este bosque. Todas las vidas tenían su tiempo, pero las criaturas no morían aquí de enfermedad, sino de vejez.

—¿Y? —preguntó Edward—. Bella, apártate o volverá a quemarte.

Ella lo ignoró, agachándose para examinar al animal más de cerca.

—Aquí no se enferma nada.

Cerró los ojos para abrir sus sentidos al bosque. Las hojas crujían, los árboles se mecían con el viento y el rico tapiz de la vida era tan denso y salvaje como siempre. Pero entonces su mente tropezó con una parcela de tierra en la que sintió que algo iba… mal. En vez de verde y rica, la sentía siniestra y vacía.

Se levantó y echó a correr, sin molestarse en ponerse las botas. Sanar a un animal era una magia compleja que aún no había aprendido, así que no podía hacer nada por la salamandra, pero quizá sí por el bosque.

Edward le gritó, pero ella lo ignoró y se adentró en los arbustos. Estos se separaron para dejarla pasar y oyó a Edward maldecir cuando se cerraron tras ella. Él la siguió de todos modos (los chasquidos y la vibrante indignación de las plantas la informaron de ello), pero Bella no pudo detenerse. Tenía que averiguar qué le pasaba a su bosque. Sus pies descalzos se daban contra las raíces y las hojas caídas mientras buscaba acercarse a la sensación de enfermedad y vacío.

Encontró el origen de la oscuridad: un gigantesco abeto de Douglas. Tenía el tronco negro, podrido y con una hendidura en la corteza de un palmo más ancha y alta que Bella. La hierba que había cerca de sus raíces también era negra y la oscuridad se ramificaba por el suelo circundante siguiendo la distribución de las raíces.

Bella se arrodilló y colocó la mano en una oscura hendidura que había en la hierba. La raíz supuraba bajo tierra. Alimentó con magia la raíz enferma… y no pasó nada.

Bella cerró los ojos y se concentró.

Cicararek en arboreum. Cura el bosque.

Sentía que la putrefacción se retiraba a medida que el lenguaje de la magia daba forma al hechizo. Pero no lo suficiente. Lo repitió una y otra vez. Las raíces se fueron sanando, pero algo asqueroso seguía anidando en el tronco.

Edward la alcanzó finalmente, jadeando y con varias hojas pegadas en el sombrero.

—Bella, ¿qué demonios estás haciendo?

Ella lo ignoró y apoyó la mano en el tronco.

Cicararek en arboreum.

La podredumbre volvió a encogerse. Se sintió mareada de repente y se quedó paralizada.

—El bosque está enfermo —dijo. Veía las zonas afectadas frente a sus ojos—. Y mi magia solo puede solucionar una mínima parte.

Edward se agachó a su lado.

—¿Eso no es normal?

—No, no lo es —espetó Bella—. Puedo sanar cualquier planta. —Le dolía la cabeza y tenía ganas de desmayarse y vomitar a la vez. La podredumbre no había desaparecido, pero no estaba segura de poder lanzar otro hechizo—. Mi magia debería haberlo solucionado.

Los ojos de Edward recorrieron de arriba abajo el tronco del árbol. Metió un dedo en el suelo y olfateó el aire.

—No siento la magia de ninguna bruja.

—No puede ser natural. —Bella rodeó el tronco con los brazos, sin importarle que se estuviera ensuciando su vestido más bonito—. ¡Cicararek en arboreum! —gritó el conjuro imaginando que la magia salía por su piel y se filtraba en el árbol. Puso todo su amor por la naturaleza en el hechizo, deseando desesperadamente que fuera suficiente.

La podredumbre negra desapareció, pero las zonas oscuras que tenía frente a sus ojos se extendieron. Y luego ya no hubo nada.