Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Diez
Edward vio con horror cómo Bella se desplomaba en el suelo. Aunque el tronco parecía sano, la cara de Bella estaba pálida.
La cogió en brazos y la acunó en su regazo.
—Despierta —le dijo, apartándole los rizos enmarañados de la cara. Sus pecas resaltaban en la piel y su palidez cérea le provocó una sacudida de miedo. ¿Estaba enferma? Los seres humanos eran tan frágiles… Sus vidas eran delicadas como una tela de araña. ¿Y si había muerto?
Si ella moría, Edward se liberaría del pacto de almas, pero no quería ser libre. No solo porque no quisiera fallarle a Astaroth, sino porque aún no estaba listo para despedirse de Bella.
Ese pensamiento le resultó casi tan aterrador como la idea de que ella muriera. Se sentía como si se hubiera metido en unas arenas movedizas y, por mucho que lo evitara, se hundiera cada vez más.
—Vamos —dijo, acariciándole la mejilla. Al menos aún respiraba. La movió hasta que pudo pegar la oreja a su pecho. Su corazón latía a un ritmo regular. Era una buena señal.
¿Cómo se trataba a los seres humanos enfermos? Los demonios sufrían enfermedades leves, pero nunca nada realmente serio, y aunque Edward había tenido diferentes tipos de encuentros con los seres humanos, nunca habían ido más allá de establecer los pormenores de un trato. Él sabía que las sanguijuelas ya no se utilizaban en medicina. ¿Tendría que ponerle una compresa fría en la frente? Estaban en una fuente termal; ¿tal vez una compresa caliente?
La levantó en brazos y sintió un escalofrío de placer a pesar del miedo.
Ella era suave y curvilínea, y él se sintió fuerte mientras la llevaba de vuelta a la fuente termal. Ella era vulnerable, pero él la protegería.
Las plantas se separaron a su paso, aunque una espinosa enredadera le arañó el hombro, como si lo castigara por haber cruzado la espesura mientras perseguía a Bella. El comportamiento de las plantas era extraño.
Bella estaba inconsciente, así que no podía estar haciendo magia con ellas, pero actuaban como si así fuera.
Afortunadamente, la salamandra de fuego ya se había ido para cuando tumbó a Bella en el borde del estanque y colocó su cabeza sobre una mata de hierba. Se quitó la camiseta, mojó la tela en agua caliente y se la puso en la frente. Luego la miró desconcertado.
¿Y ahora qué?
La única técnica de la medicina humana actual que también conocía era la reanimación cardiopulmonar, pero no tenía ni idea de si podía aplicarla en esta situación ni cómo hacerla exactamente. Vacilante, colocó una mano en el centro del pecho de Bella y le aplicó una ligera presión. Se sintió incómodo, como si la estuviera manoseando mientras estaba inconsciente, así que retiró la mano. Creía recordar que presionar en el pecho se hacía cuando los latidos cardíacos eran débiles, así que probablemente no lo necesitara.
Su respiración parecía superficial, así que se inclinó hacia ella. No pudo evitar sentirse como un baboso mientras miraba sus rosados labios. Estaban un poco separados y podía sentir su suave aliento.
No la besaría, se dijo a sí mismo. Tan solo soplaría aire dentro de sus pulmones para que se recuperara. No sabía si eso la ayudaría, pero había visto un episodio de Anatomía de Grey mientras pasaba la noche en un hotel para seres humanos y uno de los médicos había hecho eso.
Abrió la boca y bajó la cabeza.
Sus pestañas se movieron cuando él estaba a pocos centímetros. Luego parpadeó y lanzó un murmullo de sorpresa.
Edward se echó hacia atrás, aterrizando de culo en el borde rocoso de la fuente termal, pero llevaba demasiado ímpetu y se cayó al estanque.
Cometió el error de aspirar agua con el sobresalto. Sus pies chocaron luego con la roca y se levantó tosiendo cuando su cabeza salió por fin a la superficie.
Bella ya estaba sentada y lo miraba con los ojos como platos.
—¿Estás bien?
Él estaba demasiado ocupado tosiendo para responder. ¡Joder, eso quemaba!
Se acercó a él y le tendió una mano.
—¿Te estás ahogando con un pez? ¿Necesitas el Heimlich?
No estaba seguro de lo que era el Heimlich, pero lo más probable es que no lo quisiera. Sacudió la cabeza.
—He aspirado agua —jadeó entre golpes de tos. Esta acabó desapareciendo, pero le siguió doliendo la garganta y el pecho. Se secó los ojos y se apartó el cabello mojado de la frente—. ¿Tú estás bien? —le preguntó, vadeando hacia el borde del estanque.
Bella se quedó sentada con perplejidad.
—Creo que sí. ¿Qué ha pasado? Todo lo que recuerdo es que estaba intentando sanar el árbol.
—Te desmayaste.
—Edward volvió a toser—. No sabía qué hacer, así que te traje aquí y te puse una compresa caliente en la frente.
—Eso ha sido muy amable de tu parte —dijo ella, aunque lo estaba mirando con desconfianza—. ¿Por qué estás sin camiseta? ¿Y por qué estabas a cinco centímetros de mi cara cuando me desperté?
Él hizo una mueca de dolor.
—Pensé… ¿Y si le hago una reanimación cardiopulmonar? También utilicé la camiseta como compresa.
La camiseta era ahora un húmedo revoltijo tirado sobre la hierba. Ella levantó las cejas.
—¿Intentaste hacerme una reanimación cardiopulmonar? ¿Y me lo he perdido?
—No es que saliera bien —dijo—. Pero no sabía qué hacer. Estaba dándole vueltas cuando te despertaste.
Algo se deslizó por la pernera de sus vaqueros, soltó un grito y salió corriendo del estanque. Se abrió los pantalones sin pensar, se los bajó por los muslos y los sacudió. Una pequeña serpiente blanca cayó de nuevo al agua con un ¡plof!
—¿Qué ha sido eso?
Sin embargo, cuando se dio la vuelta, Bella ya no estaba mirando al estanque ni a la serpiente. Sus ojos, abiertos como platos, le recorrieron del pecho a la entrepierna.
Edward se miró a sí mismo. ¡Vaya! Lo único que llevaba puesto era un par de calzoncillos negros y, con lo mojados que estaban, dejaban poco a la imaginación. Se dio la vuelta para no incomodarla.
—Lo siento —balbuceó—. Había una serpiente en mis pantalones.
—Ya lo creo —murmuró ella.
La situación resultaba vergonzosa. Contra todo pronóstico, su miembro parecía interesado en todo lo que estaba pasando. Se llevó las manos a la entrepierna y le dio la espalda. Si volvía a concentrarse en la serpiente, quizá su erección comprendería que este no era el momento más adecuado.
—¿Qué tipo de serpiente era? —preguntó—. Era blanca y medía unos diez centímetros.
—Una serpiente albina de las aguas termales. No son venenosas, pero tienden a ser cariñosas.
Él hizo un mohín. Esa serpiente había querido acariciarle los testículos, teniendo en cuenta lo rápido que se había movido.
—No es un rasgo que valore en una serpiente.
Ella se rio.
—¡Oh! Las serpientes son adorables. Deberías hacerles arrumacos más a menudo.
Él sacudió la cabeza.
—No, gracias.
Por suerte, su erección había empezado a bajar, así que se dio la vuelta (aún con una mano en la entrepierna) y recogió los vaqueros de la hierba.
Tuvo dificultades para ponérselos e hizo una mueca de disgusto cuando la tela húmeda se le pegó a la piel.
Cuando acabó, vio que Bella seguía mirándolo atentamente. Frunció el ceño.
—¿Qué, disfrutando del espectáculo?
Bella desvió la mirada.
—Perdón, me he distraído. —Parecía que ya estaba bien, con el color de vuelta a sus mejillas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Edward, pasándose la camiseta por la cabeza. Bella dejó escapar un murmullo de tristeza mientras él se tapaba—. Estabas sanando el árbol y luego perdiste la conciencia.
—Le di demasiada fuerza al hechizo. —Sacudió la cabeza—. Nunca me había pasado.
—Sea lo que sea esa podredumbre, debe de ser algo fuerte. —No parecía natural, pero tampoco había sentido la magia. Por otra parte, la única magia que podía sentir era la humana (incluso la magia demoníaca era imperceptible para los otros demonios), así que tal vez otra criatura sobrenatural había sido la responsable. Ayudó a Bella a levantarse—.¿Puedes andar?
Ella puso los ojos en blanco.
—No estoy tan débil.
Pero lo estaba. Una infección, un golpe en la cabeza o una genética poco afortunada podrían matarla fácilmente. Por otro lado, una persona sana podía morir en solo un instante a causa de un aneurisma. Todas las especies caminaban al filo de la navaja, pero los seres humanos no tenían ni idea de lo delicadas que eran sus vidas.
Eso le enfadó, aunque no supo explicarse por qué.
—Vamos a casa —dijo—. Deberías descansar.
—Me encuentro bien —replicó ella, pero se balanceó al dar un paso hacia los árboles. Él la agarró del codo y la sostuvo.
—A la cama —ordenó—. Ahora.
Ella se estremeció.
—Sí, señor.
A Edward le gustó demasiado esa respuesta.
—Por fin algo de respeto —murmuró.
A ella le salieron los hoyuelos.
—No esperes que continúe haciéndolo.
Por extraño que pareciera, a Edward no le importó.
Regresaron caminando por el bosque, más despacio que antes. Edward aún sujetaba el codo de Bella por si volvía a caerse. La ropa mojada le rozaba la piel, que se enfrió rápidamente, y sus pasos se volvieron torpes. Bella lo advirtió.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió entre dientes—. Los demonios no están hechos para el frío, eso es todo.
—¡Oh, no! —Parecía afligida—. Te darás una ducha caliente en cuanto lleguemos a casa.
Esa frase provocó que se le encogiera el estómago. «En cuanto lleguemos a casa». Edward nunca había formado parte de un «nosotros».
Para cuando llegaron de nuevo a su calle, Edward ya estaba temblando con todo su cuerpo, mientras que Bella se tambaleaba. Se aferraron el uno al brazo del otro, como si regresaran borrachos a casa. Por suerte, la fiesta se había acabado, así que pudieron entrar por la puerta principal.
—A la cama —ordenó él.
—A la ducha —dijo ella con la misma firmeza, y lo arrastró hasta el cuarto de baño con una fuerza sorprendente. Observó cómo giraba el selector y mantenía una mano bajo el chorro de agua. Luego giró la cabeza para mirarlo y dijo—: Supongo que no te importa que esté hirviendo.
Él sacudió la cabeza; los dientes le castañeteaban demasiado para contestar.
Ella giró todo el dial y cambió el chorro a la posición de ducha. Él pensó que entonces se iría, pero en vez de eso, agarró el bajo de su camiseta mojada.
—Esto fuera.
¿Quería desnudarle? La polla de Edward habría mostrado su interés si no la tuviera como un carámbano de hielo. Dejó que le subiera la tela y le levantara los brazos para poder sacársela por la cabeza.
Cuando ella acabó de sacársela ambos respiraban con dificultad. A Edward se le puso la piel de gallina. Bella se pasó la lengua por los labios y llevó una mano al botón de sus vaqueros.
En su mente saltaron todas las alarmas. Aquí estaba pasando algo que iba más allá de un pacto con el demonio o una falsa relación, pero su mente estaba demasiado confusa para encontrarle sentido. Él se estaba congelando, ella estaba enferma y uno de los dos tenía que mantener la cabeza fría. Por desgracia, parecía que tenía que ser él.
Agarró la muñeca de Bella con una mano.
—Ve a descansar —le dijo, con más delicadeza que antes.
Bella se quedó abatida.
—Bien —dijo, dándole la espalda—. Intenta no ahogarte.
Cuando se fue, Edward se dio la ducha más larga de toda su vida. La primera mitad se la pasó subiendo su temperatura corporal mientras se regañaba a sí mismo por sus muchos fracasos. No estaba cerca de cerrar el trato y, lo que era peor, se estaba acercando demasiado al objetivo del mismo; tanto que se preguntó qué habría pasado si hubiera dejado que Bella le desabrochara los pantalones.
Ese pensamiento inspiró la segunda mitad de la ducha. Cuando su miembro hubo recuperado la temperatura adecuada, no hubo forma de razonar con él. Finalmente tuvo que hacer algo al respecto, y apoyándose en las baldosas de la pared, se entregó a sus lascivas fantasías. Se imaginó a Bella desnuda bajo el chorro, con el agua cayéndole por sus generosas curvas. A Bella de rodillas, mirándolo con sus grandes ojos color chocolate.
A su boca entre los muslos de Bella, mientras ella gemía y se retorcía.
Nunca había sido demasiado sexual, aunque Astaroth le había animado a adquirir experiencia por si necesitaba utilizar la seducción para llegar a un acuerdo. Pero a Edward nunca le había gustado la idea de tener sexo con quienes pretendía quitarles el alma, así que todas sus aventuras habían sido con otros demonios, y nunca había habido mucho más en esos encuentros que placer mutuo. Al final, perdió el interés, y hacía ya décadas que no tenía pareja.
Ahora, en cambio, sentía esos impulsos más fuertes que nunca. Le quemaban por dentro y le hacían jadear y arquear las caderas. ¿Cuánto de eso era culpa del alma y cuánto de Bella? Bella con sus grandes y bonitos ojos, sus hoyuelos y su cuerpo de jodida obra maestra. Bella con su risa cantarina, que primero se burlaba de él y luego le cogía de la mano.
El clímax llegó con fuerza y rapidez, y él ahogó un grito con la mano libre.
Cuando acabó sintió un hormigueo de endorfinas por todo el cuerpo, pero lo invadieron la culpa y la vergüenza. Estaba fantaseando con la mujer a la que iba a convertir en una cáscara sin emociones ni magia. Era un demonio tan patético que había empezado a sentir algo por una mortal. Astaroth se avergonzaría de él si se enterara. No, más que avergonzarse, se sentiría indignado y asqueado.
Mientras Edward limpiaba la pared de la ducha, también sintió asco de sí mismo. ¿Qué estaba haciendo? Esto solo podía acabar de una manera. Era una debilidad puntual, se dijo a sí mismo. Una sola paja para desahogarse.
Después de salir de la ducha, volvería a su antiguo yo y estaría listo para maquinar de nuevo.
Aún tenía toda la ropa mojada tirada en el suelo, así que la lanzó al cesto de la ropa sucia, se rodeó la cintura con una toalla y salió del cuarto de baño.
La puerta de la habitación de Bella estaba abierta. Dudó si entrar, preguntándose si estaría enfadada con él. Luego se regañó a sí mismo. ¿Y qué si lo estaba? Era Edward el Despiadado, ¡por el amor de Lucifer! La gente siempre estaba enfadada con él.
Sin embargo, debería asegurarse de que ella no se desmayara de nuevo.
Después de todo, necesitaba que estuviera consciente para negociar con su alma.
Asomó la cabeza por la puerta. Bella estaba acurrucada en la cama con las sábanas subidas hasta la barbilla. Tenía las mejillas sonrosadas y respiraba de forma regular. Dormía. Tenía el cabello desparramado por toda la almohada, con hojas y ramitas aún entrelazadas en sus rizos castaños. A Edward se le encogió el corazón y sintió calor por todo el pecho. Retrocedió rápidamente y se apresuró a bajar al pasillo, poniendo toda la distancia que pudo entre él y la mujer dormida.
—Frío y calculador —murmuró para sí mismo—. Sé despiadado. —Pero el calor persistía, su estómago se había unido a la conspiración y de pronto comprendió por qué los seres humanos decían que sentían mariposas. Todo su cuerpo era un derroche de sensaciones, y su corazón y su cabeza estaban llenos de una extraña y vertiginosa desesperación.
—¡Joder! —dijo, desplomándose en el sofá. Estaba metido en un buen lío.
