Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Once

Cuando aquella tarde Bella abrió la puerta principal se encontró a Rose. La bruja rubia frunció el ceño y le tendió una bolsa de papel.

—Toma —dijo—. Aunque lo he hecho por ti, no por él.

Bella sonrió.

—Gracias, nena. —Le hizo señas a Rose para que entrara, llevándose el dedo índice a los labios—. Está durmiendo —susurró.

Rose miró alrededor mientras entraban a la sala de estar y luego giró la cabeza hacia Bella.

—No lleva camiseta —dijo con seriedad.

—Te lo dije —dijo Bella mientras guiaba a Rose por el pasillo hasta la cocina—. Se cayó en las aguas termales.

—¿Y no pudiste prestarle una de tus sudaderas XXL con capucha para que se tapara?

La verdad es que una de las grandes y cómodas sudaderas de Bella le habría quedado muy bien, pero cuando lo vio tumbado en el sofá con la toalla blanca anudada a la cadera y kilómetros de músculos a la vista, tuvo un momento de debilidad. Su piel se veía suave y solo tenía vello en la línea del vientre que asomaba por la toalla.

Intentó parecer inocente.

—Supongo que se me olvidó.

Rose resopló.

—Claro. La V sagrada no tuvo nada que ver en ello.

«La V sagrada» era el nombre que le habían dado a esa línea de músculos, puede que imaginaria, que un hombre tenía encima de la pelvis.

Solía verse en los anuncios de las revistas, pero nunca en la vida real…, hasta que se la vio a Edward. Los músculos estaban tan marcados que le dieron ganas de mordisquearlos.

—La V tuvo muy poco que ver —dijo Bella con candidez—. Los pectorales en cambio…

Rose le dio un manotazo en el brazo.

—Déjalo ya. Está aquí para robarte el alma, no para ponerte cachonda.

Bella puso una tetera a hervir mientras lidiaba con el nudo de decepción que se le había formado en el estómago. Sacó el té favorito de Rose: de naranja y jengibre.

—Si mi alma está en peligro, al menos déjame echarle una mirada lasciva.

—Tu alma no está en peligro —dijo Rose cuando Bella se sentó con ella a la mesa—. No vas a hacer ningún trato.

—Lo sé. Pero ¿entonces qué? ¿Simplemente se queda aquí el resto de mi vida? —La perspectiva no le sonaba tan horrible como debería—. Tiene un trabajo al que regresar. Amigos. Una vida.

Aunque no había mencionado a ningún amigo, tan solo a ese horrible mentor suyo. Aun así, no era justo esperar que se quedara con ella para siempre.

Rose levantó las cejas con incredulidad.

—¿En serio le darías tu alma para que él pueda salir con sus amigos de nuevo?

—No. Pero me siento fatal con toda esta situación.

Y así era realmente. Edward estaba atrapado aquí por su culpa. Había sido ella la que, accidentalmente, había pedido hacer un trato y ahora él vivía pisándole los talones y aguantando a Renné Swan, baños en aguas termales y serpientes que se le metían por los pantalones.

Y hablando de esa serpiente… ¡Vaya! Los calzoncillos se le habían pegado de forma indecente cuando salía del estanque y le habían proporcionado unas buenas vistas de lo que cargaba el demonio. Había mucho que manejar ahí, pero Bella estaba dispuesta a echarle ganas.

—No deberías sentirte mal. Es un imbécil.

Rose se hizo una coleta. Dado el impecable aspecto de su cabello y de su camiseta azul de deporte, aún no había ido al gimnasio, pero lo haría pronto para recibir su sesión personal de entrenamiento.

La tetera silbó.

—La verdad es que no —dijo Bella mientras servía dos tazas de té—. Es arisco y los dos empezaron con el pie izquierdo, pero es un tipo encantador.

Pensó en la forma en que había elogiado su magia y en la preocupación que había mostrado por cómo la trataba su familia. Cómo había entrado en pánico cuando ella se desmayó, dudando si aplicarle o no una reanimación cardiopulmonar. La forma en que había tocado tímidamente los pétalos de una flor en aquel claro, asombrándose cuando esta le devolvió la caricia.

Luego pensó en cómo la había detenido cuando intentó quitarle los pantalones y sus mejillas ardieron de vergüenza. No estaba segura de qué había estado pensando; en realidad, no había estado pensando, solo actuando por el impulso del calentón. Que la rechazara le hizo daño, pero también había algo tierno en ello. Él había querido que descansara.

—Tierra a Bella. Adelante, Bella.

Bella volvió a prestar atención. Se había quedado pensativa mientras removía el té, recordando lo cerca que habían estado sus dedos de descubrir todo lo relativo al pene del demonio. Llevó las tazas a la mesa.

—Lo siento. Me he distraído.

—¿Otra vez pensando en sus pectorales? —preguntó Rose en tono sarcástico.

—No.—Más bien en el bulto de sus jeans—. En fin, que no es tan malo. Y para nada es despiadado. Y ha sido muy amable con mi magia.

Rose se mostró comprensiva.

—Cariño, odio decirlo, pero tu familia ha sido tan grosera con tu magia que considerarías amable cualquier cosa que no fuera un insulto flagrante.

Bella ocultó un estremecimiento tras su taza.

—Duro pero cierto.

El té le escaldó la lengua cuando empezó a beberlo y lo escupió con un aullido.

Rose, en cambio, ya se estaba tomando el suyo. Nunca le había preocupado que el café o el té estuvieran demasiado calientes; algo que compartía con Edward, Puede que hasta disfrutara bebiendo lava.

—¿Crees que hay lava en el plano demoníaco? —preguntó Bella.

—¡Ardilla!

—Es una pregunta con sentido —protestó Bella—. Hay perros del Infierno, después de todo.

—¿Perros del Infierno? —preguntó Rose con incredulidad.

Bella puso los ojos en blanco.

—Lo sé. Por lo que parece, «infierno» significa «leal» en lengua demoníaca antigua.

—El Infierno no existe —se burló Rose cambiando su voz—. Excepto cuando yo, Edward el Despiadado, digo que existe. —Regresó a su voz normal—. ¿Así que te está dando clases de Introducción a los Demonios o qué?

Bella se encogió de hombros mientras removía su té. Podría intentar lanzar un hechizo para bajar la temperatura, pero conociendo su mala suerte, lo convertiría en lava de verdad porque había estado pensando en ella.

—Hablamos mucho. O, al menos, yo hablo mucho y él responde a todas mis preguntas.

—Debe de ser muy paciente —dijo Rose.

Bella le sacó la lengua.

—Idiota.

—Solo digo que hasta una Bola Ocho Mágica se tiraría por un barranco si tuviera que responder a todas tus preguntas.

—¿Y cómo llegaría al barranco? No tiene patas.

Rose la señaló.

—¿Lo ves? Más preguntas.

Bella se sentía más relajada de lo que había estado en los últimos días. Se sentía bien. Rose y ella solas, burlándose la una de la otra como siempre habían hecho. Se echó hacia atrás en la silla, sujetando la taza contra su pecho.

—¿Cómo has estado estos días? —preguntó—. Creo que mis problemas demoníacos están eclipsando todo lo demás.

—Como debe ser. —Rose dejó la taza y se inclinó hacia ella—. Para disgusto de mi madre pude adelantar la asamblea. Será mañana a las seis de la tarde.

—Va a ser muy incómodo.

Lilian y Rose se peleaban a menudo, pero rara vez en público.

—Me importa una mierda. Ella es la que prioriza la pedicura al bienestar de su comunidad. —Rose se dio un puñetazo en la palma abierta de forma amenazadora—. Espero que el contratista también esté allí para hacerle un proyecto urbanístico en la cara.

—Me gustaría verlo. —La conversación le recordó a Bella lo que había visto antes y se le revolvió el estómago—. Algo más está pasando en el bosque. Encontré una salamandra de fuego que estaba enferma.

Le explicó todo lo que había pasado, excepto el momento en que había estado tan distraída pensando en besar a Edward que no había oído los silbidos de advertencia del animal. Tenía la quemadura vendada, pero el dolor le recordaba lo tonta que había sido.

—Sané ese árbol —dijo Bella al final de su relato—, pero ¿y si hay más?

Rose tenía el ceño fruncido por la preocupación.

—No puedo creer que te haya hecho falta tanta magia para sanarlo. Eres como un reactor nuclear cuando se trata de la magia de las plantas.

—¿Verdad? —Bella se estremeció—. Y no sentí que fuera la podredumbre normal de un árbol, sino algún tipo de magia que no había visto antes.

—Me pregunto si habrá algún brujo entre el personal de las obras. ¿Puede que estén tratando de justificar la tala de árboles?

—Tal vez.

—La idea le provocó náuseas a Bella—. Aunque tendría que ser un brujo poderoso y Edward dijo que no sentía que la magia fuera humana.

—¿Y tú le crees? Los demonios son grandes mentirosos.

Rose se puso tensa y abrió los ojos como platos.

—Bella, ¿y si lo hizo Edward?

—¿Qué? —Ella descartó la posibilidad al instante—. Claro que no. Se preocupó cuando vio que necesitaba tanta magia para solucionarlo.

—Demonio —dijo Rose—. Mentiroso. ¿Qué estás olvidando en este concepto?

Dejando de lado la falsa historia de su madre, Edward no parecía ningún mentiroso. Los mentirosos experimentados eran sutiles y Edward era cualquier cosa menos eso.

—Simplemente no te cae bien —dijo Bella, dejando la taza sobre la mesa con tanta fuerza que el líquido se derramó por el borde.

—Claro que no me gusta. Está tratando de robarle el alma a mi amiga.

—No es robar…

—Discutir sobre semántica no mejora las cosas.—Rose alzó la voz—. Bella, te quiero, pero estás siendo muy cerrada con este tema. Toda su existencia gira en torno a los pactos de almas, ¿y esperas que piense que es un tipo sensible y honrado? —se burló—. ¡Venga ya! Si intentara engañarte para que me entregaras tu alma, lo primero que haría sería amenazar lo que más quieres. Has dejado claro cuánto adoras esos bosques.

Bella dio un paso atrás.

—No digas esas cosas.

—¿Por qué? ¿Porque podría significar que el demonio buenorro de tu sofá es en realidad tu enemigo? —Rose se metió los dedos entre el cabello, sin que le importara despeinarse la coleta—. Tu madre te ha lavado el cerebro para que aguantes cualquier cosa y ahora intentas convertir esta horrible situación en una especie de cuento de hadas…

—¡Basta! —Bella se levantó de su silla. Le escocían los ojos—. No puedes hablar así de mi familia.

Rose también se puso en pie.

—¿Debería dejar de decirte la verdad solo porque no te gusta oírla? Eso no es lo que hacen los amigos.

Bella no podía soportar la idea de que Edward destruyera el bosque a sus espaldas mientras era encantador delante de ella. ¿En qué convertiría eso el beso que casi se habían dado?

—No sabes de lo que estás hablando.

—¿Por qué es tan difícil creer que Edward el Despiadado está haciendo todo lo posible para llevarse tu alma? —exigió saber Rosalie.

A Bella empezaron a rodarle las lágrimas por las mejillas.

—Porque significaría que todo lo que me ha dicho es mentira.

La mirada frustrada de Rose le dijo a Bella que no comprendía nada.

—¿Y qué?

¿Cómo podía explicarle el dolor que le provocaba la idea de que cada halago, cada mirada persistente, cada momento de extraña camaradería era una simple actuación? ¿Que él la habría besado de buena gana y luego se habría apoderado de su magia sin ningún remordimiento?

—Nadie me ha valorado nunca —dijo Bella con amargura. Levantó una mano para cortar las objeciones de Rose—. Tú sí, pero eso no hace que el resto sea más llevadero.

—¿Crees que el demonio te valora?

Por extraño que pareciera, Bella había empezado a creer que sí.

—No lo sé —dijo de forma entrecortada.

La enfadada expresión de Rose se transformó en compasión.

—Cariño —rodeó la mesa para abrazar a Bella—, siento haberte disgustado. Eres una mujer muy valiosa. No necesitas que un demonio te lo diga.

—¿Bella? —Una voz suave llegó desde la puerta. Edward estaba allí parado con su toalla, el cabello negro despeinado alrededor de los cuernos y los ojos somnolientos por la siesta—. He oído llantos. ¿Estás bien?

Bella empezó a llorar con más fuerza. ¿Cómo podía alguien actuar tan bien? Dos siglos de experiencia, se recordó a sí misma. Él había vivido ocho veces más que ella.

Edward dio un paso adelante, pero se detuvo cuando Rose se giró para mirarlo y Bella se preguntó si su amiga tendría una expresión asesina.

—Ella está bien —espetó Rose—. Lo mejor que puedes hacer es dejarla en paz.

Él se estremeció. Aquellos ojos cansados y tristes volvieron a encontrarse con los de Bella.

—¿Es eso lo que quieres?

Bella asintió. Parecía que iba a ahogarla el nudo de su garganta.

—De acuerdo. —Se pasó una mano por el cabello, tirando de él como si quisiera arrancárselo—. Te dejaré en paz, pero si no estuvieras bien, ¿me lo dirías?

Bella volvió a asentir y puso su cara en el hombro de Rose. Se hizo un silencio en la cocina tan solo roto por los sollozos ahogados de Bella y los susurros tranquilizadores de Rose. Finalmente, recuperó el control de sí misma.

—Lo siento —dijo lloriqueando—. No sé por qué estoy tan sensible.

—Está pasando algo grande y aterrador. —Rose le dio a Bella un pañuelo para que pudiera sonarse la nariz—. Tu magia está en peligro, pero el tipo que la amenaza está bueno y es amable contigo. —Abrió la puerta mosquitera que daba al patio y le hizo un gesto a Bella para que la siguiera—. Vamos. Hora de la terapia vegetal.

Los árboles que rodeaban la propiedad de Bella se habían teñido de naranja y carmesí con la nueva estación. La luz del sol otoñal proyectaba sombras alargadas sobre la hierba amarronada y rebotaba en las paredes de cristal del invernadero. El mundo exterior agonizaba, pero era reconfortante saber que las plantas que había allí dentro crecerían pasara lo que pasase.

Eran la única constante en una vida que a veces sentía que no controlaba.

En cuanto Bella entró en el invernadero, se vio rodeada de curiosos zarcillos vegetales. Una rosa roja como la sangre le rozó la húmeda mejilla con sus pétalos y Bella sonrió a su pesar.

—Aunque comprendo lo que te pasa con el demonio. —Rose parecía preocupada. Miraba hacia la casa mientras acariciaba la enredadera de jade—. Es muy convincente.

Bella asintió.

—Comprendo lo que dices, pero cada vez que hablo con él parece tan auténtico…

—Además estás enamorada de él.

Bella dio un paso atrás ante la acusación.

—No lo estoy. —«Mentirosa, mentirosa, cara de osa».

Rose puso los ojos en blanco.

—Bella, es evidente. Le miras como si fuera un trozo de tarta de chocolate y gastas más energía defendiéndole que intentando averiguar cómo salir de este entuerto.

¡Mierda! Bella había dicho que iría a la biblioteca, ¿verdad?

—Investigaré más, te lo prometo. Pero mi madre nos abordó en el camino a casa, y luego Edward se enfadó, y pensé que el bosque sería bueno para él…

—Edward se enfadó —repitió Rose—. Estás priorizando sus necesidades. ¿Por qué iba a enfadarse?

—¿Además de por estar atrapado en la Tierra con una bruja incompetente? Me habló de su infancia de mierda.

Rose suspiró.

—Déjame adivinar. Crees que ese exterior grande y melancólico esconde un corazón roto, y que lo único que necesita es amor y comprensión.

Eso sonaba como una trampa.

—Tal vez.

Rose la cogió de la mano y la condujo al interior del invernadero. Se detuvo frente a un arbolito que tenía una enredadera enrollada en el tronco.

—Los hombres tóxicos tienen un truco muy astuto —dijo con la amargura de la experiencia—. Excusan su mal comportamiento contándote sus vulnerabilidades. Como es difícil que los hombres se sinceren, nos sentimos halagadas cuando lo hacen, y, como somos cuidadoras por naturaleza, deseamos ayudarles. Así que perdonamos su mal comportamiento porque es síntoma de sus problemas emocionales. —Señaló la enredadera—. Luego se enroscan en nosotras, clavando sus garras en nuestra corteza, y nos convencemos de que se hundirán sin nuestra ayuda. Y así, poco a poco, se apoderan de nuestra mente.

—Edward no es Royce—dijo Bella en voz baja. El horrible exnovio de Rose la había llevado a pensar lo peor de todos los hombres.

Rose frunció el ceño.

—Puede que no, pero ¿no son todos iguales? Cuando encuentran un punto débil, se agarran a él.

Bella cogió las manos de Rose.

—Él no me está menospreciando. Y no se está portando mal, excepto por ser un gruñón. Últimamente ni siquiera me ha presionado para que le entregue mi alma.

—Eso no significa que no vaya a hacerlo.

El miedo brillaba en los ojos azules de Rose. Sus cicatrices eran profundas y Bella sabía que el trauma estaba hablando por ella. Rose fingía que estaba demasiado implicada en el gimnasio y en el estudio de la brujería para salir con nadie, pero esa era una excusa que ocultaba la verdadera razón: tenía miedo.

—Te prometo —dijo Bella con un nudo en la garganta— que, si Edward empieza a tratarme mal, te lo diré.

Rose tragó saliva y asintió.

—Si lo hace, ¿podré darle una paliza?

Bella sonrió.

—Sí, podrás darle una paliza.

—Bien. —Rose suspiró con los hombros caídos—. Perdón por el discurso. Estoy en modo mamá osa.

—Es comprensible.

—Bella se restregó la sal de las lágrimas que aún tenía en las mejillas—. Mañana después del trabajo iré a la biblioteca. Si podemos revertir esto, todo irá bien. —Sacudió la cabeza—. Para serte sincera, ni siquiera estoy segura de que Edward siga queriendo mi alma.

Bella vio que Rose quería discutir, pero su amiga cerró la boca.

—Tal vez. —Fue todo lo que dijo.

Bella no le sacaría más a Rose. Llevaban años peleándose y reconciliándose. Y, aunque sus peleas podían ser tormentosas, siempre provenían del amor y se acababan rápidamente.

La luz que entraba por el cristal del invernadero había adquirido el intenso tono dorado del final de la tarde.

—¡Uf! —dijo Bella—. Tengo que prepararme para la cena del domingo. —Miró con nostalgia los preparativos de su arreglo floral para el Campeonato Floral del Noroeste del Pacífico, a los que preferiría dedicar su tiempo.

—¿Crees que podrías saltártela, teniendo en cuenta que tienes un nuevo «novio»? —Rose entrecomilló el término—. Seguro que te mereces algo de felicidad conyugal.

—Ojalá. —Bella hizo un mohín—. Pero mi madre soltaría un ejército de cangrejos en mi habitación o algo así.

—¿Tiene que ir Edward?

Bella aún no se lo había planteado. Pero sabía la respuesta.

—Desde luego. Mi madre me teletransportaría a esa cueva de guano de Planeta Tierra si no lo llevara a cenar.

Rose lanzó una sonrisa malévola.

—Siéntalo cerca de ella. Y asegúrate de que Renné sepa que le encanta que le hagan preguntas indiscretas.

Bella se rio entre dientes.

—Tranquila, Dr. Maligno. No hace falta ser un sádico.

Salieron juntas del invernadero y luego Rose se dirigió a la puerta lateral de madera. Se detuvo con la mano encima del pestillo.

—Te quiero, ¿de acuerdo?

Bella sonrió.

—Yo también te quiero. Ahora vete a destrozar una máquina de remo.

Rose le dijo adiós con la mano y se marchó.

Bella se desplomó en la puerta. Se sentía agotada emocionalmente y aún tenía una cena familiar de más de tres horas por delante.

Una cortina se movió y ella pudo ver a Edward espiándola. Él se retiró rápidamente y la cortina regresó a su sitio.

—Edward el Despiadado —murmuró. Sin embargo, la pregunta seguía en el aire; una siniestra posibilidad que no podía olvidar ahora que Rose había sacado el tema.

¿Y si Edward era un mentiroso?