Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Doce
Edward frunció el ceño ante el espejo.
—No.
Ya tenía suficiente con estar atrapado en la Tierra, suspirando patéticamente por la bruja a la que debería estar aterrorizando o manipulando para cerrar un pacto de almas. Ya tenía suficiente con que ella lo hubiera rechazado cuando estaba tan nerviosa y necesitaba ayuda. Pero ¿esto? Esto era humillante.
—Sí —dijo Bella—. Es la única opción.
Ella estaba detrás de él y en el espejo podía ver reflejado uno de sus hoyuelos, que asomaba por encima de la mano que se había llevado a la boca. Se estaba riendo de él.
Por un buen motivo.
La camisa también parecía mirarlo fijamente desde el espejo; una auténtica monstruosidad con un estampado de loros y palmeras diminutos.
De algún modo, era demasiado grande para su ancho tronco y le quedaba suelta en la cintura. Edward se preguntó cuántas tiendas de segunda mano habría visitado Rosalie en busca del atuendo perfecto para humillarlo.
—Lo ha hecho a propósito —dijo en tono acusatorio.
Bella finalmente rompió a reír.
—Desde luego.
Aquel grupo de gente no tendría ninguna compasión con él. Al menos los calzoncillos le quedaban bien, aunque le sobraba el estampado de corazones. Los calcetines también eran algo… peculiares, pero al menos los jeans eran lo bastante largo para tapar el estampado de gatitos. Los jeans tenían la misma talla que usaba cuando llegó y se preguntó si Bella habría estado mirando las etiquetas mientras él dormía. Su propia ropa estaba en la lavadora, dando vueltas en el biombo, demasiado despacio para su gusto.
—Podemos esperar a que acabe la lavadora —dijo.
—¿Y volver a llevar la ropa mojada? —Bella negó con la cabeza—. No voy a dejar que mi demonio se congele.
Él frunció el ceño con más fuerza cuando sintió que el corazón le daba un brinco. Mi demonio. Si hubiera sido su demonio, le habría dejado consolarla cuando estaba llorando. Habría destruido lo que le provocaba aquel dolor.
—Parece como si quisieras tirar esa camisa a un volcán —dijo Bella—. No es para tanto. —Ante su tormentosa mirada, aclaró—: Bueno, tal vez sí lo sea, pero es solo una noche.
—Una noche con tu familia.
—¿Y? Ya has visto cómo se viste Aro.
Y era verdad, esa camisa no era tan horrible como sus orejas de conejo, pero no tenía nada que ver con eso.
—Se trata de la primera impresión. Cualquier novio tuyo debería tener buen aspecto cuando conociera a tu familia. Incluso un novio falso.
Ella lo miró como si hubiera descubierto una nueva especie de planta.
—Edward, eso es muy tierno.
—No es tierno —refunfuñó él, pasándose un peine por el cabello—. Es honorable.
—Hizo una mueca de dolor cuando tiró con tanta fuerza de un mechón que le dio a uno de los cuernos con el peine.
—Ustedes los demonios y su honor. Yo juraría que son klingons, como los de Star Trek.
—¿Qué es un klingon?
—No importa. —Cuando intentaba pasarse el peine por los enredos del cabello, Bella se lo quitó de la mano—. Si te peinas así te estropearás el pelo.
—Volverá a crecer.
—Sí, pero es tan bonito…—Pasó los dedos por sus ondulados mechones—. Sería una pena estropearlo.
Él se quedó un instante en silencio, al ver que cualquier parte suya podría considerarse «bonita». Bella aprovechó la oportunidad para empezar a pasarle el peine por el cabello, empezando por las puntas. Él se encorvó para facilitarle la tarea. Tal vez debería haber rechazado la ayuda, pero nunca le habían cepillado el cabello (o no que él recordara) y era muy agradable.
Observó en el espejo que ella trabajaba metódicamente. Tenía el ceño fruncido, como si quisiera hacerlo a la perfección. Rara vez tenía la oportunidad de mirarla sin interrupciones, así que aprovechó la ocasión y dejó que sus ojos la recorrieran. Era tan hermosa, con su cara en forma de corazón y sus ojos cafés de ensueño. Llevaba el cabello trenzado, pero algunos rizos se habían escapado y le tapaban la frente, y en la trenza había puesto una flor roja. Tenía un aspecto bello y delicado, y él se preguntó a qué sabría su piel salpicada de pecas. A rosas y vainilla, quizá. A sol con un toque de canela.
Le peinó con cuidado alrededor de los cuernos.
—¿Son sensibles? —preguntó mientras pasaba un dedo por uno de ellos como lo haría con una planta amiga.
Un escalofrío de placer le recorrió la entrepierna y dijo algo incoherente.
—¡Lo siento! —Ella sacó la mano—. ¿Te he hecho daño?
—No —gruñó él. Fantasear con el sabor de Bella le había empezado a provocar una erección, pero con ese roce ya estaba probando la amplitud de sus nuevos jeans.
—Entonces, ¿qué ha sido ese…? ¡Oh! —Se quedó mirando su entrepierna en el espejo.
—Lo siento. —Intentó moverse para que ella no viera su erección—. Son sensibles. En… en ese sentido.
—¡Oh! —Bella se rio, sonrosada—. ¿También les pasa cuando apuñalan a esa bestia nocturna en el plano demoníaco?
—Entonces no. Pasa… mmm… en esta situación en concreto.
Un golpe en los cuernos dolía, pero un roce delicado era algo totalmente distinto.
Intentó girar la pelvis para apartarla de su vista, pero ella le agarró del brazo y detuvo el movimiento.
—No pasa nada —le dijo—. Es simple biología. Supongo que equivaldría a que tú me metieras la mano por debajo del vestido, ¿no?
Él gimió y cerró los ojos, evitando pensar en lo que ella llevaba bajo la falda. Llevaba otro vestido inocente pero sexi. Este era a cuadros rojos y blancos, con una lazada de adorno en la parte delantera y un bonito lazo rojo entre los pechos. No era el vestido más revelador, pero realzaba su exuberante figura de reloj de arena.
La falda no era ajustada. Podría ponerle la mano en el muslo y subirla lentamente…
—¿Hay lava en el plano demoníaco? —preguntó Bella.
Él abrió los ojos, totalmente desconcertado.
—¿Perdón? —Solía seguir sus repentinos cambios de tema, pero en este se había perdido.
Bella volvía a peinarle, pasándole los dedos por los mechones para arreglarlos.
—Estaba pensando en tirar esa camisa a un volcán, y me hice la misma pregunta antes, cuando hablaba con Rose. La lava parece un cliché, pero también lo son los perros del Infierno, así que ¿quién sabe?
¿Acaso ella no era consciente de lo que le había provocado tocándole el cuerno y luego mencionando, de pasada, lo de la mano por debajo del vestido? Hablaba totalmente relajada, como si nada. Pero entonces sus ojos bajaron hasta su entrepierna y advirtió que ella estaba tratando de evitar la incómoda situación.
Él se aclaró la garganta e intentó ordenar sus pensamientos.
—Sí. Lava. Tenemos unos cuantos volcanes.
—¿Te bañas en ellos?
Él se rio entre dientes.
—Estamos calientes, pero no tanto como la roca fundida.
—Eso suena exagerado. —Ella se mordió el labio y sonrió, y él se sintió mareado. ¿Qué le estaba pasando?
¿A quién quería engañar? Sabía exactamente lo que le estaba pasando, aunque nunca lo hubiera experimentado. Los libros de los seres humanos estaban llenos de eso y, aunque él leía sobre todo ensayo histórico y libros sobre asesinatos, había probado otros géneros. Había varios términos para referirse a la horrible sensación de aturdimiento que se había apoderado de sus órganos internos con mano de hierro, y si antes no había comprendido el concepto, ahora sí lo hacía. Aquella maldita alma que tenía en el pecho se moría de ganas de postrarse en el altar del amor.
No es que estuviera enamorado, eso sería ir demasiado lejos, pero el altar del crush no era tan poético. Y tampoco lo era el altar de la masturbación clandestina en la ducha.
Llamará como llamase a la enfermedad, nunca había imaginado que la aparición de los síntomas fuera tan rápida. Había conocido a Bella hacía dos días y él ya era un completo desastre. Por otra parte, el alma era humana, y los seres humanos tenían una esperanza de vida más corta, así que era lógico que lo hicieran todo lo más rápido posible.
—Ya está —dijo Bella dándole una última pasada por el cabello. Luego lo separó con cuidado y colocó los mechones alrededor de los cuernos con precisión. Luego frunció el ceño—. Vaya, me había olvidado de ese horrible sombrero.
—Tanto trabajo para nada. —Cuando ella le fulminó con la mirada, él se retractó—. Gracias. Por no estropearme el pelo.
Su sonrisa le calentó las entrañas mejor que un grog demoníaco flameado y advirtió que estaba al borde de la adicción.
—De nada —dijo ella—. Ahora vámonos. Tenemos que asistir a una cena.
