Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Trece
Bella y Edward entraron en la calle que llevaba a la casa de la familia Swan.
Había una luna grande y blanca en la cima de la colina que bañaba con su luz las elegantes casas. Comparado con aquellas mansiones, el bungaló de Bella bien podría haber sido una choza, pero ella estaba encantada de tener su propio espacio.
—¿Cuáles son tus objetivos en la vida? —preguntó Edward.
Bella parpadeó.
—¿Intentas descubrir cuál es mi punto débil, demonio?
Él hizo un mohín.
—Solo tengo curiosidad.
—Quiero hacer un posgrado en Herbología Mágica. Me encantaría ser profesora algún día. —Hizo un mohín—. Mi madre preferiría que lo obtuviera en otra disciplina, pero tuve un promedio de C en Artes Mágicas Generales.
—¿«C» es algo… bueno? —preguntó Edward—. Las universidades de demonios no tienen un sistema de calificación.
—«C» significa «promedio», aunque si escuchas a mi madre, es fracaso total y absoluto. —Ella le miró—. Si no tienen un sistema de calificación, ¿cómo lo hacen en la escuela?
Él frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cómo saben quién lo ha hecho bien?
—Nuestras escuelas enseñan a los jóvenes demonios hasta que comprenden la materia. Todos lo hacen bien.
La risa de Bella sonó desquiciada.
—¿Así que no es una meritocracia supercompetitiva que no tiene en cuenta los estilos de aprendizaje individuales? Luego me dirás que no hay préstamos estudiantiles en el plano demoníaco.
—¿Por qué iban a pedir préstamos los estudiantes?
Edward parecía desconcertado. Bella también lo estaba.
—¿Para pagar la matrícula? ¿Cómo se pagarían los sueldos de los profesores y se mantendrían los edificios si no se cobrara a los alumnos?
—No sería justo que los jóvenes pagaran por la educación que necesitan. Y la sociedad demoníaca se basa sobre todo en el sistema del trueque, pero si alguien tiene dificultades y no puede intercambiar tiempo o recursos, toda la comunidad le echa una mano.
¡Vaya! Los demonios eran mucho más amables con sus hijos que el sistema educativo estadounidense.
Pasaron frente a una casa decorada de Halloween donde había varias calabazas iluminadas con bombillas y la figura de cartón de un demonio de color rojo con colmillos y una horca. Bella ocultó una sonrisa ante el suspiro de Edward
—¿Por qué enseñan los profesores si no cobran un sueldo? —preguntó ella.
—Vivimos para siempre. Los demonios pueden seguir una vocación y luego otra. Si consideran valioso educar a la juventud, ¿por qué no iban a dedicarle su tiempo? Los negociadores no pueden cambiar de carrera, pero muchos otros sí lo hacen.
—Me gusta que los demonios ayuden a los demás porque quieren, no porque necesiten el dinero. —Dio una patada a un guijarro, que cayó en un arbusto. Algo en el arbusto graznó y un pájaro con seis alas y demasiados ojos salió disparado—. ¡Lo siento! —gritó Bella mientras el pájaro se alejaba volando.
—Tienen muchas criaturas por aquí —dijo Edward.
—La magia los atrae.
Bella le señaló más cosas maravillosas mientras caminaban. Un cuervo de tres patas picoteaba un césped moribundo y, allá donde brincaba, la hierba se volvía dorada. Unas cintas estaban atadas a las ramas nudosas de un árbol, cada una de las cuales simbolizaba un deseo o un amuleto. Un grifo se posó en un tejado a dos aguas, agitando la cola mientras miraba a lo lejos.
—Está todo tan vivo…—dijo Edward.
Bella se giró y la falda de su vestido alzó el vuelo.
—Me encanta vivir aquí. No me imagino yéndome a ningún otro lugar.
Cuando se detuvo, pilló a Edward apartando rápidamente la mirada de sus muslos.
—Y tú eres lo que está más vivo de todo esto. Ves tanta alegría en el mundo…—Una expresión sombría se apoderó de su rostro cuando dijo esas palabras.
La noche era demasiado hermosa para los oscuros pensamientos de Edward.
—No pongas esa cara —dijo Bella—. Vamos, trata de hacer un ridículo trato conmigo.
Edward hizo un mohín, pero cuando Bella lo miró expectante, él aceptó.
—De acuerdo. Si me das tu alma, podrás montar tu propio grifo.
Bella canturreó.
—Volar sería divertido, pero de cerca huelen mal.
—Si me das tu alma, me aseguraré de que tus botas de montaña estén siempre como nuevas.
Bella se miró las desgastadas botas.
—Con unas botas nuevas siempre me saldrían ampollas.
Se acercaban a la cima de la colina. A la izquierda había una mansión de piedra gris con un tejado a dos aguas y una corona de otoño en la puerta: la casa Hale. A la derecha había una construcción extraña y caótica que mezclaba diferentes estilos arquitectónicos. Aunque Bella no tenía muchas ganas de entrar, sonrió al ver el excéntrico edificio. La parte central de mármol era neoclásica y tenía unas columnas en la fachada. Una de las alas era de piedra caliza tallada en un intrincado estilo gótico, mientras que la otra ala era de estilo Tudor, con paredes blancas de yeso y vigas pintadas de negro. En cada ala se alzaba una torreta y una bandera púrpura ondeaba en lo alto de la que estaba situada más al centro.
—Bienvenido a dos siglos de elecciones arquitectónicas cuestionables —anunció Bella.
Edward estaba paralizado.
—¿Esta es la casa de tu madre?
—La casa de la familia Swan —aclaró Bella—. La parte central fue construida por uno de los fundadores de Forks, Benjamin Swan, en 1842. Varios parientes la han… mmm… mejorado desde entonces.
—Si me das tu alma, acabaré con esta monstruosidad.
Bella soltó una risita.
—La verdad es que me gusta. Sé que es hortera, pero tiene carácter.
—Sí, tiene algo.
—Los Hale viven enfrente —dijo Bella—. Jasper Hale, el otro fundador de Forks, tenía un estilo mucho más moderado.
Bella miró al otro lado de la calle y pudo ver que una cortina regresaba a su sitio. Lo más probable es que fuera Lilian Hale, ansiosa por espiar a su «amiga». Bella nunca entendería por qué esas dos mujeres decidían pasar tanto tiempo juntas cuando era evidente que se odiaban.
Una vidriera recubría el tercio superior de la puerta principal y debajo de ella colgaba un escudo donde aparecían un grifo y un peritio con un sol y varitas mágicas cruzadas en el centro. En la cinta de la parte superior del escudo podía leerse NOS IMPERARE SUPREMA (Gobernamos de forma suprema).
—Nadie puede acusar a tu familia de ser humilde —dijo Edward.
—Dímelo a mí. —Bella agarró la aldaba de latón (los dientes de un dragón) y propinó tres golpes con ella—. Ese escudo se remonta a la época medieval, cuando Marcus Swan era el mago cortesano más importante de Europa.
La puerta se abrió y apareció Renné. Llevaba un vestido púrpura, guantes largos de color negro y un collar de ópalos también negros.
—¡Queridos! —exclamó—. Bienvenidos.
Edward le entregó una botella de vino de la despensa de Bella. Renné agarró la botella, miró la etiqueta y la lanzó a su espalda. Edward se estremeció, mientras que Bella solo suspiró.
—Vintno a returnsen. —El vino desapareció y volvió a aparecer en la mano de su madre—. Un simple truco de fiesta. ¡Adelante, tortolitos!
Entraron y tanto la chaqueta de cuero de Edward como el jersey de Bella salieron volando y se colgaron solos en un perchero. El vestíbulo estaba revestido de madera clara y cubierto con una alfombra oriental, y en las paredes había retratos de hechiceros y brujas de extraño aspecto. La tuerta Sulpicia Swan sonreía desde su retrato con un loro posado en la cabeza. En el siguiente, un hechicero posaba con teatralidad con la camisa desabrochada y el cabello al viento: Vladimir Swan, que podría haber acaparado el mercado de las portadas de las novelas románticas si hubiera nacido un siglo más tarde.
—Estas cenas son lo mejor de toda la semana —dijo Renné—. Nada como la familia para levantar el ánimo, como yo siempre digo.
Edward miraba con recelo junto a Bella el retrato de un hechicero de aspecto sombrío que llevaba un machete y un tatuaje en la cara.
—Es el tío abuelo Stefan—susurró Bella—. Nunca hablamos de él.
—¿Hay algo de lo que tu madre no hable? —preguntó él en voz baja—. ¡Qué curioso!
—Si tuvieras un pariente asesino que pasó sus últimos años en prisión estudiando la magia de resurrección, tampoco hablarías mucho de él.
—¡Aquí estamos! —Renné les guio hasta el gran comedor. Estaba decorado como un pabellón de caza, con vigas vistas en el techo, velas parpadeantes y cabezas de extrañas bestias colgadas de las paredes—. Son falsas —dijo Renné cuando vio que Edward miraba con horror la cabeza de un dragón blanco en peligro de extinción—. Pero son divertidas. —Agitó una mano frente al morro del dragón, que giró la cabeza y expulsó una bocanada de humo por la nariz—. A mi hermano pequeño, Phil, le gusta la animatrónica. Se mudó a Pasadena el año pasado, lo cual fue una elección terrible si me preguntas a mí, cosa que él no hizo.
—Aunque se lo dijo de todos modos —susurró Bella—. Muchas veces. —Echaba de menos a Phil y a su marido, Héctor, pero los llamaba con frecuencia y les iba bien en California.
—Phil se ha especializado en una animatrónica dificilísima que combina máquinas y magia. —Renné chasqueó los dedos y una cabeza de basilisco siseó—. Se han puesto de moda en los parques temáticos, así que al menos es rico.
La larga mesa del comedor podría haber albergado a veinte personas, aunque solo había cuatro sentadas. El padre de Bella estaba sentado a la cabecera de la mesa leyendo un periódico, con el cabello canoso bien peinado hacia un lado y unas gafas cuadradas en la punta de la nariz. A su izquierda estaba Aro, vestido con una túnica rosa y un sombrero azul puntiagudo, que miraba su copa de vino de forma taciturna. Frente a Aro estaba Jacob, el primo de Bella, un adolescente con aspecto emo que llevaba las uñas pintadas de morado, el cabello negro y una camiseta del grupo My Alchemical Bromance.
Bella se detuvo en seco al ver a la invitada que había al lado de Jake.
—¿Alice?
La pixie de cabello rosa y verde se levantó de la silla y revoloteó con sus alas de los colores del arcoíris.
—¡Bella! —gritó Alice mientras la abrazaba—. Me alegro mucho de que hayas venido. Tu padre nos ha tenido entretenidos leyendo noticias sobre la bolsa en voz alta.
—Idiotas —murmuró el padre de Bella—. Pierden el tiempo especulando cuando podrían contratar a un adivino decente. Es antimagia corporativa en su máxima expresión.
Bella le devolvió el abrazo a Alice, aunque estaba algo confundida.
—¿Qué haces aquí?
—Tu madre me dijo que podía venir cuando quisiera y nuestro profesor de Etnografía nos pidió que asistiéramos a alguna reunión en nuestra comunidad. —Alice le guiñó un ojo—. Estamos estudiando dinámicas de grupos y haré mi proyecto final sobre las manadas de hienas, así que pensé que esta sería una buena experiencia.
A Bella le sorprendió el comentario. Claro, Alice sabía que su familia era difícil, pero ¿tanto como hienas?
—¡Hola, Edward! —Alice le dio un abrazo, para su evidente consternación—. ¿Estás siendo un buen novio?
—Hoy vio una salamandra de fuego —dijo Bella, ocultando lo ofendida que se había sentido por el comentario de las hienas. Era evidente que Alice estaba bromeando, pero Bella tenía la piel muy fina cuando se trataba de su familia—. Y me llevó a un lugar seguro cuando me desmayé en el bosque.
—¡Qué romántico! ¿Te despertó con un beso?
—Más bien con un intento de reanimación cardiopulmonar.
—¿Te desmayaste? ¿Por qué? —La madre de Bella se apresuró a palparle la frente—. No tienes fiebre.
Afortunadamente, Edward intervino antes de que Bella tuviera que hablar de la podredumbre del bosque.
—Estaba practicando brujería y utilizó demasiada magia.
Bella le dirigió una mirada de agradecimiento.
Su madre le acarició la mejilla.
—He pasado por eso, cariño. Todo forma parte del proceso de aprendizaje. —Sonrió a Edward—. ¡Nunca la había visto tan dedicada al oficio! Es increíble lo mucho que puede motivar una buena polla. ¿Verdad, cariño? —preguntó a su marido.
El padre de Bella no levantó la vista de su periódico.
—Lo que tú digas, querida.
Alice sacó un cuaderno y empezó a garabatear.
—Esto es genial —dijo—. ¿Sabían que la hiena madre es la dominante?
Bella ocultó la cara entre las manos.
Renné ya estaba corriendo hacia la mesa.
—Charlie, guarda ese periodico. Edward, Bella, siéntense al lado de Aro. Jake, ¿tienes que estar tan triste? Vamos a comernos unos buenos bistecs.
Edward se sentó al lado de Aro y Bella lo hizo a su izquierda. Había una rosa de color rosa en un jarrón cercano al candelabro que hacía de centro de mesa. Por lo general, a Bella no le gustaba cortar las flores, pero cuando alargó la mano hacia ella, esta pareció feliz de mostrarle sus llamativos pétalos.
Aro se quedó mirando a Edward durante un tiempo incómodamente largo, con las cejas blancas revueltas como unas orugas peludas.
—Deberías invertir en un sombrero más a la moda —dijo finalmente con voz sibilante—. El siglo XXI no tiene suficiente imaginación.
Bella le dio un codazo a Edward y señaló al adolescente que tenía enfrente.
—Jake es mi primo. Su padre, Billy, es el hermano pequeño de mi madre; y la suya, Rachel, es de una importante familia de magos de Nuevo México. —Jake saludó torpemente y Bella sonrió. El chico de diecisiete años le caía bien. Había sido un niño tranquilo y sensible, y era una delicia verlo convertirse en un joven artístico y reflexivo—. Me gusta tu esmalte de uñas —le dijo.
Él se peinó con los dedos, avergonzado, el mechón de cabello negro que casi le tapaba los ojos.
—Gracias.
—¿Dónde están mis queridos Billy y Rachel? —preguntó Renné—. No es propio de ellos saltarse la cena.
Tomó asiento en la otra cabecera de la mesa, frente a su marido, y luego murmuró algo. La mesa se encogió de repente y se les acercó con la silla tan rápido que Bella se sobresaltó. Pronto la mesa volvió a tener un tamaño normal.
—Mi madre tiene un virus estomacal —dijo Jake—, como mi padre.
Mientras Renné se dedicaba a recitar una lista de remedios mágicos para la gripe estomacal, Jake miró a Bella con ojos tristes.
—A mí me toca la semana que viene.
—La vieja técnica del sacrificio ritual.—Phil y Héctor la habían practicado con frecuencia antes de mudarse. Era increíble las veces que habían estado «enfermos».
—¿Saben? Las aguas termales pueden hacer maravillas por la salud —dijo Renné, ajena a la conversación paralela—. Bill y Rachel solo tienen que hacerse miembros del spa cuando el resort esté construido.
Bella se puso tensa.
—Mamá, ya hemos hablado de eso. El resort perjudicará el bosque…
—¡Oh, tonterías! Tenemos muy pocos lujos en Forks y mi piel se muere por recibir unos mimos.
—Ya te haces la manicura una vez a la semana.
—Sí, pero el resort tendrá todo tipo de comodidades. Baños de barro, masajes, tratamientos faciales y capilares, microagujas…—Renné suspiró con aire soñador—. Y yo he invertido, así que ganaré dinero si todo sale bien.
—Ya tienes mucho dinero —dijo Bella—. No vale la pena destruir el ecosistema de los alrededores. —La ira crecía en sus entrañas. Sujetó la copa con menos fuerza para no romperla.
Renné resopló.
—¡Por favor! Pero si solo son unos cuantos árboles…—Señaló a Bella con su copa—. ¿Sabes? Si la mitad del tiempo que pasas en ese bosque la dedicaras a estudiar brujería, ya serías una bruja de verdad.
Bella se estremeció. El enfado se transformó en ansiedad rápidamente.
Apenas había empezado la cena y su madre ya la estaba acosando con la magia. Bella sabía por amarga experiencia que, en noches como esta, las cosas solo podían empeorar. Y, aunque era horrible en días normales, esta noche había testigos.
Edward la miraba con una expresión demasiado parecida a la lástima para su gusto.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Bella se obligó a sonreír.
—Claro. —Solo tenía que agachar la cabeza y aguantar el chaparrón.
Charlie Swan se aclaró la garganta.
—Así que…—dijo, mirando a Edward por encima de las gafas— tú eres su novio.
—Lo soy. —Edward parecía incómodo.
—Y se conocieron en una de esas aplicaciones de citas.
—Así es. Hicimos un match. —Por la indecisión con que lo dijo, Bella advirtió que él no tenía ni idea de lo que significaba.
Su padre observó a Edward durante unos segundos más y luego asintió.
—Trátala bien o convertiré tus intestinos en un montón de ratas.
—¡Papá! —¡Por Hécate! Era evidente por qué nunca le había contado nada a sus padres sobre su vida amorosa.
—Edward, ¿qué llevas puesto? —preguntó Renné de repente.
Él se miró la camisa hawaiana.
—Es día de colada.
—No me refería a eso. —Hizo un ademán con la mano—. Deberías ver los disfraces de Aro. En una ocasión memorable, tan solo llevaba unas pezoneras y un taparrabos.
Bella hizo una mueca de dolor. Recordaba muy bien aquel incidente.
—Y ni con esas me ha echado de aquí —dijo Aro en tono lastimero.
—Me refiero al sombrero —dijo Renné—. ¿Por qué llevas sombrero dentro de casa? Aro tiene un estilo muy particular, así que se lo permitimos, pero suele ser de mala educación llevar sombrero en la mesa.
—Sí —repitió Aro como un loro, tomando otro trago de vino—. ¿Por qué llevas sombrero dentro de casa?
Bella miró a Edward preguntándose cómo saldrían de esta.
—Tengo una enfermedad —dijo Edward tras una pausa.
—¿De qué tipo? —Renné removió su copa—. Puedo darte consejo médico.
—Es hereditaria. Y, por desgracia, maldijeron a toda la descendencia de mi abuelo para que no pudiera dar ninguna información al respecto.
Demonio astuto. Bella ocultó una sonrisa. Aro resopló y bebió más vino.
—Supongo que podemos permitirlo. — Renné frunció el ceño—. Aunque espero que tu enfermedad no sea grave. Solo queremos los mejores genes para la línea Swan.
Bella odiaba que su madre la presionara tanto con la procreación.
—Es algo horrible —dijo ella—. Tus nietos parecerán lagartos.
Renné pareció horrorizada, pero cuando la expresión solemne de Bella finalmente desapareció, ella se relajó.
—No seas tan cruel con tu querida madre —dijo—. No permitiría que ningún Swan fuera un lagarto. —Volvió a centrarse en Edward—. Pero, en serio, ¿cómo de grave es tu enfermedad en una escala del uno al diez?
—La maldición —dijo Edward—. No puedo hablar.
Renné hizo un mohín.
—Era evidente que el primer soltero al que le gustara Bella vendría con trampa. —Le dirigió una mirada asesina—. Si me das nietos defectuosos, te teletransportaré a la Luna.
Bella se quedó boquiabierta mirando a su madre. ¿Defectuosos?
—Esos nietos son hipotéticos —dijo Edward con voz de acero—, pero nunca toleraría que alguien tratara mal a mis hijos. Y nunca aceptaría que alguien dijera que son defectuosos.
Un silencio incómodo se apoderó de la mesa. A Bella le dio un vuelco el corazón cuando vio el severo perfil de Edward. Era despiadado. Por un instante se lo imaginó dando vueltas por la casa con un niño sobre los hombros.
Ningún hijo suyo tendría jamás una habitación desordenada, pero él los mantendría a salvo y ella apostaría a que de todas maneras serían felices.
Bella empezó a sentir un dolor en el pecho.
—En fin. —Renné agitó su copa de vino vacía—. Supongo que tiene madera de padre. ¿Verdad, Charlie?
El padre de Bella alcanzó la botella de vino del aparador y se acercó a Renné para rellenarle la copa.
—Renné, amor, estoy deseando probar lo que has preparado. ¿De dónde viene la comida de esta noche?
A ella se le iluminó el rostro.
—¡Oh, sí, debería traer la cena! —Pronunció un conjuro y todo un festín se materializó en la mesa—. Los bistecs de hoy proceden de un restaurante con una estrella Michelin de Los Ángeles; la ensalada es griega; el pan, francés, y el cabernet, de un viñedo privado de Malta.
—Seguro que eso es robar —murmuró Jake, hurgando en su esmalte de uñas y mirando con desprecio su vaso de agua.
—No es robar. Es utilizar mis dones naturales para garantizar el bienestar y la felicidad de mi familia. —Renné levantó su copa—. ¡Por los Swan! Nos imperare suprema.
Bella repitió el brindis junto con su familia y luego observó la expresión de desconcierto de Alice. Bella se encogió de hombros y Alice le devolvió el gesto.
—Nos imperare suprema —dijo la pixie antes de arrancar un trozo de pan.
Los bistecs estaban cocinados perfectamente, con el exterior crujiente y el centro rosado. Edward le dio un mordisco al suyo y suspiró de placer cuando el sabor se asentó en su lengua.
—Esto está buenísimo.—Edward miraba su bistec con una expresión parecida al asombro.
—Es muy sustancioso —dijo Aro. Su cabeza apenas le llegaba a Edward al hombro, pero su sombrero compensaba la diferencia. Le costaba utilizar los cubiertos y el tenedor soltaba un chirrido espantoso cuando rascaba el plato—. No creo que necesites volver a comer hasta dentro de unas semanas.
Bella entornó los ojos para mirar a Aro. ¿De qué estaba hablando?
El tenedor volvió a chirriar, esta vez más fuerte, y todos se estremecieron.
—¿Necesitas un elevador para la silla, querido Aro? —preguntó Renné con voz dulce pero mordaz.
Aro dejó los cubiertos y la fulminó con la mirada.
—Podría ponerte en órbita como un satélite si me diera la gana.
Ella se encogió de hombros.
—Me teletransportaría de vuelta.
—Podría convertirte en rana.
—Podría meterte en una residencia.
Tras aquella amenaza se hizo un silencio tan solo roto por el sonido de los cubiertos y de los garabatos que Alice hacía con el bolígrafo. Ella levantó la vista de su cuaderno, se encontró con los ojos de Bella y le vocalizó en silencio:
—Pero ¿qué coño…?
¡Por Hécate! Esto era vergonzoso. Estaba acostumbrada a la hostilidad de las cenas dominicales de los Swan (o al menos se había resignado a ella), pero puede que Alice nunca hubiera tratado con una familia que no fuera estable y cariñosa.
Se dijo a sí misma que sus padres la querían, aunque lo hacían a su manera.
Se frotó el pecho, tratando de disipar el anhelante dolor que tenía ahí enquistado. Desear una vida diferente no tenía ningún sentido. Esta era la que tenía y debía estar agradecida por ello.
Comió con rapidez para acabar lo más rápido posible y poder irse antes de que su madre empezara otra conversación sobre brujería. Era un tema habitual en las cenas familiares, pero Bella ya estaba lo bastante incómoda por haber metido a Edward y Alice en aquel bochornoso espectáculo.
Prefería oír por enésima vez la historia de su nacimiento a que le echaran por cara todos sus fracasos con la magia.
Justo cuando Bella empezaba a creer que saldría impune, Renné volvió a hablar.
—Bella, háblanos de tu brujería. ¿Qué has estado practicando últimamente?
Se le encogió el estómago y se concentró en su plato.
La verdad, obviamente, no serviría de nada.
—Todo tipo de cosas.
—Danos más información, cariño.
En fin, tenía que intentarlo. Bella se aclaró la garganta.
—Mmm… Algo de teletransportación. Transfiguración. Cosas así.
Si no decía mucho más, tal vez su madre se olvidaría.
—¡Excelente! —Renné aplaudió y una cabeza de grifo de la pared rugió. Edward dio un respingo—. Muéstranos algo que hayas aprendido.
—Preferiría comer. —Bella cortó su bistec con fuerza, a pesar de que estaba perdiendo el apetito.
Renné hizo un mohín.
—¡Oh, vamos! Algo pequeño. Lleva el salero hasta tu plato.
El salero estaba cerca del codo de su padre. Este se recostó en su silla para observar los acontecimientos.
Bella hizo una mueca de dolor.
—¿Tengo que hacerlo? —Tenía el estómago lleno de mariposas, pero no de las buenas. Estas estaban borrachas y blandían cuchillas de afeitar.
—Insisto. —Las uñas de Renné tamborilearon sobre la mesa—. Si quieres que esta familia te financie la carrera de jardinería, tienes que demostrar que estás dispuesta a esforzarte para convertirte en la bruja que las estrellas dijeron que serías.
—No es una carrera de jardinería —murmuró Bella, aunque la ansiedad clavó sus garras en ella ante la mención del posgrado en Herbología Mágica. Quería estudiar ese posgrado sin endeudarse con un préstamo estudiantil, pero su madre tenía la última palabra al respecto.
A Bella se le formó un nudo en el estómago. No habría más bistec para ella esa noche.
Jake la miró con compasión, mientras que Alice parecía curiosa.
La pixie sabía lo frustrada que estaba Bella por fracasar con la magia, pero nunca lo había presenciado de primera mano (aparte de la gallina que había explotado).
Al menos, cualquier cosa que pasara no sería peor que eso. Edward le susurró al oído.
—Podemos irnos.
Ella sacudió la cabeza.
—Créeme, no podemos —dijo amargamente.
—¡Tortolitos! —Renné volvió a aplaudir, provocando otro rugido—. Pueden hacer el tonto más tarde. Es fundamental que Bella haga progresos con su magia. ¿No es así, Charlie?
—Claro, mi amor.
Hacía tiempo que Bella había dejado de buscar un aliado en ese rincón.
Su padre siempre se ponía del lado de su mujer, pasara lo que pasase.
Las palmas de las manos empezaron a sudarle. Se las limpió en la falda, respiró hondo y cuadró los hombros. Era un hechizo pequeño. Todo saldría bien.
—Zouta en liikulisen —dijo con voz temblorosa.
El salero salió volando por los aires y se incrustó en el techo. Jake soltó una carcajada, pero se detuvo rápidamente cuando Edward lo miró.
Renné miró el salero.
—Ha sido espectacular, pero no lo que esperaba. ¿Puedes sacarlo de ahí?
Bella apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en las palmas. No era demasiado tarde para solucionarlo. Cerró los ojos buscando la palabra correcta. «Vamos, estrellas, denme una pista». Si insistían en crear expectativas tan poco realistas, al menos podían echarle una mano.
—Zouta en lekuzessen.
—¡Oh, no! —dijo Aro.
Fue la única advertencia que se oyó antes de que el salero empezara a vibrar, cada vez con mayor intensidad, hasta que se hizo añicos. La sal y numerosos fragmentos de cristal cayeron sobre la mesa. Edward agarró a Bella y la protegió con su pecho mientras los cristales repiqueteaban en su sombrero.
—¡Bella! —Renné parecía furiosa—. ¿Qué has hecho?
—Echarle un poco de sal al bistec —dijo Aro con delicadeza, sacando un cristal de su copa de vino—. A cada uno lo suyo, supongo.
Bella no podía dejar de temblar. Era una bruja patética; una decepción para su familia, para las estrellas… y para sí misma. Una incompetente, una inútil, nunca lo bastante buena para nadie. Se le saltaron las lágrimas y ocultó la cara en la camisa de Edward. ¿Por qué no podía ser la hija perfecta que su madre quería? ¿O al menos una hija mediocre? La desesperación le ardía como ácido en el pecho. Quería desaparecer, pero como ni siquiera podía mover un salero, no había forma de que pudiera teletransportarse.
Edward le acarició el cabello con delicadeza.
—No pasa nada —murmuró—. Estoy contigo.
Pero no lo estaba, ¿verdad? Era fácil caer en el hábito de confiar en él, pero ese era otro síntoma de su fracaso.
Tal vez debería entregarle su alma. Deshacerse de su magia de una vez por todas y fallarle a su madre de una forma tan rotunda que se daría por vencida con Bella por completo.
Bella sintió una pequeña onda de preocupación procedente de la rosa del centro de la mesa. Respiró hondo, temblorosa. ¿Podría renunciar realmente a su conexión con la naturaleza?
No. Pero, aun así, Bella no sabía cómo afrontar la vida siendo la Swan fracasada.
Cuando levantó la cabeza, la camisa de Edward estaba mojada.
—Lo siento —dijo, secándose los ojos—. Solo quería comer.
Renné se levantó y observó la mesa con indignación.
—Nadie puede comer ya gracias a ti. Hay cristales por todas partes.
—Podrías teletransportarlos afuera —dijo Jake. Renné lo fulminó con la mirada.
—No se trata de eso.
Charlie lanzó un largo suspiro. Se acercó a la mesa y entrelazó las manos sobre el mantel.
—Bella —dijo con solemnidad—, sabes que te queremos. Pero, por favor, ¿podrías esforzarte un poco más? Esto es muy decepcionante.
Su sutil descontento le dolió casi tanto como la airada indignación de su madre. Bella se encorvó como si pudiera hacerse tan pequeña como se sentía por dentro.
Edward se levantó de repente.
—Si no quieres cristales en tu comida, no exijas a tus invitados que hagan trucos para ti.
Las luces parpadearon mientras la energía aumentaba, pero Bella no sabía de qué hechicero o bruja provenía. Tal vez fueran sus propias emociones descontroladas.
Renné hizo un gesto despectivo con la mano.
—Edward, estoy segura de que tienes buenas intenciones, pero en esta familia tenemos la responsabilidad de formar a brujas excepcionales. Bella nos está avergonzando y, si no puede controlar un simple hechizo de invocación, podría hacerle daño a alguien.
«Hacerle daño a alguien». ¡Por Hécate! No había pensado en eso. ¿Y si la gallina que había explotado era solo el principio?
—Apuesto a que podría controlar cualquier hechizo si no la presionaras tanto —dijo Edward—. La he visto utilizar la magia sin ningún esfuerzo.
—Vigila tu tono —dijo el padre de Bella con el ceño fruncido—. Es a mi esposa a quien estás hablando.
—Y esta es tu hija llorando porque todo el mundo la trata como a un poni de feria mal adiestrado —replicó Edward.
Bella se estremeció ante las duras palabras.
—Me gusta este tipo —dijo Aro, que dio un trago a su copa de vino con cristales y todo.
Bella tiró de la camisa de Edward con las mejillas sonrosadas.
—Siéntate, por favor.
Era vergonzoso que él la defendiera. ¿Por qué debería hacerlo? No se podía negar que era una fracasada.
—Esto no debería ser así —dijo Edward, aunque se sentó—. La magia no es un truco que se haga en una fiesta para divertir a la gente. Es una compleja red de propósitos y rituales que requiere concentración y compromiso.
Genial, ahora hasta Edward le explicaba cómo funcionaba la magia.
—Así es —dijo Renné señalando a Bella—. Le falta concentración.
—No es lo que pretendía decir —gruñó Edward—. Tiene que ser algo que ella quiera hacer.
—¿Por qué no querría hacerlo? —preguntó Charlie, que frunció el ceño con una expresión de fastidio—. Es el legado familiar.
—Puede que quiera hacer magia a su manera —dijo Edward—. No porque la estén presionando.
Alice parecía horrorizada, pero seguía escribiendo. Bella miró el bloc de notas, donde había registrados todos los pormenores de la desastrosa velada. Se le revolvió el estómago con una mezcla de rabia y vergüenza, y sintió calor y frío en oleadas. Quería gritar: «¡Dejen de hablar de mí como si no estuviera aquí!».
Renné se burló.
—A mí me obligaron a hacer todo tipo de trucos para mis profesores y salí airosa de ello.
—Eso es cuestionable —murmuró Jake.
—La magia de Bella es poderosa —dijo Edward—, pero el enfoque que le están dando no está sirviendo de nada. Necesitan plantearse quién es Bella, no quién desearían que fuera.
Y eso resultó tan cortante como un cuchillo. Porque Bella nunca sería lo que su madre deseaba.
Sus emociones se desbordaron y se levantó tan rápidamente que tiró su copa de vino.
—¡¿Pueden dejar de hablar de mí como si no estuviera aquí?! —gritó.
Todo el mundo se quedó mirándola. El vino empapó el mantel blanco como si fuera sangre derramada.
Bella abrió y cerró la boca varias veces, pero no le salió ni una palabra.
Así que se dio media vuelta y echó a correr
