Capitulo 1 – Pixelator I

La luz de la mañana se colaba por las cortinas de la habitación, dibujando patrones de luz y sombra sobre la suave alfombra. El cielo de París, aunque aún algo oscuro, ya comenzaba a teñirse con los primeros tonos dorados del amanecer. Una figura se removió entre las sábanas de la cama amplia, dejando escapar un suspiro mientras lentamente abría los ojos. El aire de la habitación era fresco, cargado con un tenue aroma a lavanda que se colaba desde la brisa exterior.

Ella se incorporó lentamente, apartando la manta con un movimiento suave. Su pijama, una elegante y sencilla prenda de satén en un tono azul celeste, relucía a la tenue luz de la mañana. Era un conjunto compuesto por una camisa de manga larga y pantalones ajustados a la cintura, diseñados con un corte sencillo, pero que resaltaban por la calidad del material y su brillo sutil. La textura suave del satén acariciaba su piel con cada movimiento, brindándole una sensación de frescura que contrastaba con el calor de las sábanas.

Mientras se sentaba en el borde de la cama, dejó caer sus pies descalzos sobre la alfombra, disfrutando de la textura suave bajo sus plantas. Suspiró y llevó una mano a su cabello, que en ese momento caía en un desorden de mechones oscuros alrededor de su rostro. Su melena, generalmente cuidada con esmero, lucía un aspecto rebelde, con ondas desordenadas que se esparcían por sus hombros y espalda. Sentía cómo cada hebra se había vuelto un poco más indomable tras la siesta y la falta de cuidado.

Aún medio adormilada, se dirigió hacia el baño adyacente a su habitación, deslizando la puerta de cristal con un movimiento lento y algo perezoso. El baño era un refugio de mármol y cerámica, con un amplio espejo que cubría toda la pared sobre el lavabo. Encendió la luz y parpadeó al verse reflejada en el espejo, observando su cabello en su estado más natural y desenfrenado.

Mientras se mojaba las manos con el agua fría del lavabo, recordó la insistencia con la que había convencido a sus padres de permitirle este viaje. Desde pequeña, su vida había sido un continuo ciclo de clases particulares de etiqueta, cenas formales, y lecciones interminables sobre cómo ser la heredera perfecta. Cada sonrisa, cada inclinación de cabeza, cada palabra que salía de su boca había sido cuidadosamente estudiada y corregida. Sus padres la habían preparado para ser la personificación de la elegancia, una figura que siempre debía estar impecable ante los ojos de los demás.

Pero París... París representaba algo diferente. Había sido un sueño distante, una ciudad que se había imaginado solo a través de libros y películas. Sabía que sus padres no se lo permitirían fácilmente, así que había tenido que ser astuta. Usó los mismos argumentos que le habían inculcado desde niña: "Este viaje será una oportunidad para mejorar mi francés, para perfeccionar mi postura en la alta sociedad europea. No solo quiero ser la mejor hija, sino la más refinada de todas."

Se había preparado para ese momento como si fuera un examen. Con una expresión serena y confiada, había presentado su caso, dispuesta a no aceptar un "no" por respuesta. Sus padres, aunque inicialmente escépticos, acabaron accediendo, impresionados por su determinación y por la imagen de madurez que proyectaba. Sin embargo, ella sabía que la verdadera razón que la impulsaba era mucho más personal. Era la necesidad de ser más que solo la versión que ellos habían creado, de descubrir qué significaba realmente ser libre.

Sumida en estos pensamientos, Lena desenrolló una fina toalla de lino, secándose el rostro después de lavarlo. Al abrir el pequeño cajón bajo el lavabo, encontró un cepillo de cabello de mango dorado, un objeto que había traído consigo desde Estados Unidos. Sus dedos se deslizaron por los mechones de su cabello mientras se concentraba en cada pasada, con movimientos firmes y elegantes. Poco a poco, las ondas rebeldes se alisaban, volviendo a su forma habitual de suaves cascadas oscuras.

Con cada nudo que deshacía, recordaba la sensación de liberación que había sentido al subirse al avión. Aquel instante cuando la puerta de embarque se cerró y dejó atrás los rostros controladores de sus padres, cuando el avión despegó y la distancia entre ella y su vida anterior se agrandaba con cada minuto en el aire. Fue como si por primera vez en su vida, respirara sin sentir el peso de las expectativas ajenas. Cada nube que pasaba a su lado le recordaba que, al menos por un tiempo, sus pasos serían suyos, y no trazados por alguien más.

Después de peinar su cabello hasta que recuperó su brillo natural, se dedicó a cuidar el resto de su apariencia. Sacó una loción ligera y la aplicó sobre su rostro y manos, disfrutando de la frescura de la crema sobre su piel. Sus movimientos eran fluidos, casi automáticos, producto de años de hábitos inculcados, aunque esta vez, por primera vez, sentía que cada gesto era parte de su propio ritual, no solo una rutina impuesta.

Finalmente, se tomó un momento para mirarse de nuevo en el espejo, observando la transformación de la joven que había despertado con el cabello desordenado y los ojos adormilados. La imagen que le devolvía el reflejo era la de alguien que no solo sabía cómo ser impecable, sino que también comenzaba a entender la importancia de serlo para sí misma. Se permitió una sonrisa pequeña y discreta antes de apagar la luz del baño y volver al cuarto principal.

Al salir del baño, la frescura del aire matutino le acarició la piel, haciéndola sentir más despierta y alerta. Caminó hacia el amplio armario empotrado en la pared, una estructura de madera fina con detalles de marquetería que encajaba perfectamente con la elegancia del hotel. Pero antes de dedicarse a elegir su atuendo, tenía una tarea importante: dar forma a su cabello, restaurando la apariencia que tanto le caracterizaba, la que había perfeccionado con el tiempo.

Se sentó frente al tocador, donde un gran espejo ovalado, enmarcado con detalles dorados, reflejaba la luz del sol que se colaba por las cortinas. A un lado del tocador, tenía a su disposición una serie de productos y herramientas que había traído consigo para asegurarse de que, sin importar la situación, siempre pudiera lucir impecable. Entre ellos, había una variedad de peines de distintos tamaños, algunos destinados a separar finamente cada mechón, y otros más gruesos, que deslizaba por su cabello para alisar la textura.

Con precisión casi meticulosa, comenzó a dividir su cabello en secciones con la ayuda de pinzas. Su melena negra, que caía como una cascada de tinta, era parte esencial de su identidad, y cada mañana dedicaba tiempo a peinarla hasta que quedara tal y como lo deseaba. Empezó por recoger una sección superior, dejando suelto el cabello de la nuca. Lo cepilló con cuidado, haciendo que las ondas rebeldes se alisaran por completo. Con una mano firme, giró el mechón de forma que quedara recogido, envolviéndolo en un suave moño que se acomodaba justo en la parte trasera de su cabeza, alto y bien sujeto.

Una vez que aseguró la primera parte con una serie de horquillas doradas, tomó los mechones laterales, alisándolos antes de envolverlos alrededor del moño, asegurándose de que cada hebra quedara en su lugar. Su habilidad para realizar este peinado era fruto de la práctica diaria, un ritual que había aprendido a disfrutar por la paz que le brindaba concentrarse en cada movimiento. Al final, el peinado resultante era un estilo elegante y limpio, donde el moño en la parte alta de la cabeza se destacaba, mientras algunos mechones delgados caían suavemente alrededor de su rostro, enmarcando sus delicados rasgos. Aún con el cabello recogido, la longitud de su melena era evidente, creando un equilibrio perfecto entre el orden y un toque de desenfreno.

Satisfecha con el resultado, se levantó del tocador y volvió a mirar el armario. Deslizó las puertas y dejó al descubierto una serie de prendas que había seleccionado con esmero antes de viajar. Cada una de ellas era una pieza que se aseguraba de mantener su apariencia sofisticada, sin importar que estuviera sola en un hotel. Pero hoy, quería algo que reflejara su entusiasmo por explorar París y su deseo de sentirse libre, aunque sin dejar de lado el estilo que sus padres tanto valoraban.

Tras unos momentos de deliberación, sus dedos se detuvieron en un conjunto que le parecía perfecto para el día. Comenzó por tomar una blusa de seda en un tono marfil, con un cuello alto y una fila de pequeños botones dorados que adornaban la parte delantera. La tela era suave al tacto y ligera, perfecta para moverse por la ciudad sin sentirse abrumada por el calor del día. Desabotonó los primeros botones y deslizó la blusa sobre sus hombros, disfrutando de la sensación fresca de la seda sobre su piel. Los botones se alinearon perfectamente, dejando la prenda ajustada pero no ceñida, resaltando la elegancia natural de su postura.

A continuación, buscó una falda de corte alto, ajustada a la cintura y que caía ligeramente por encima de sus rodillas. La tela de la falda era un terciopelo negro que contrastaba de forma ideal con la blusa clara. Se sentó al borde de la cama para ponérsela, deslizándola con cuidado sobre sus caderas antes de ajustar el cinturón fino que la acompañaba, asegurándose de que cada pliegue quedara en su sitio. La forma en que la falda caía con suavidad le daba una libertad de movimiento, sin sacrificar la sofisticación que tanto valoraba.

Lena se giró para tomar el último detalle de su atuendo: unas medias largas negras. Eran de un material fino y traslúcido que, a la luz de la mañana, brillaba suavemente. Se sentó de nuevo, con una postura elegante, y tomó la primera media, deslizándola con lentitud desde el pie hasta la parte alta de su pierna, cuidando que no se formaran pliegues ni arrugas en el proceso. Luego, repitió el mismo proceso con la otra pierna, disfrutando de la forma en que las medias envolvían su piel, ajustándose con delicadeza y dando un toque refinado a su conjunto.

Finalmente, se levantó y se miró en el espejo de cuerpo entero, apreciando el resultado. El contraste entre la blusa clara, la falda de terciopelo y las medias negras creaba un equilibrio entre la sofisticación clásica y una sutil modernidad. Tomó un par de zapatos de charol negro con un pequeño tacón, que habían sido diseñados para caminar largas distancias sin sacrificar el estilo. Al ponérselos, se sintió lista para enfrentar el día, con la confianza de saber que su apariencia reflejaba tanto su disciplina como su deseo de explorar lo desconocido.

Mientras ajustaba los últimos detalles de su atuendo, su mente vagó de nuevo hacia la conversación con sus padres antes de viajar. Las palabras cuidadosamente ensayadas, las expresiones de aprobación que buscaba en sus rostros, y cómo, detrás de cada argumento, se escondía su anhelo de vivir más allá de las expectativas que le habían impuesto. Recordaba cómo su madre le había sugerido un atuendo "adecuado" para cada ocasión, y cómo ella había prometido no dejar de ser la hija perfecta que ellos esperaban. Pero este viaje era su oportunidad para ser algo más, para descubrir una faceta de sí misma que había permanecido dormida bajo la estricta vigilancia de su familia.

Terminó de ajustar los últimos mechones de cabello alrededor de su rostro y tomó su perfume favorito de la pequeña bandeja sobre el tocador. Un suave rocío envolvió su cuello y muñecas, impregnando el aire con un aroma floral y fresco. Con una última mirada al espejo, donde una figura elegante y sofisticada se reflejaba, tomó aire profundamente, sintiendo cómo la emoción por lo que le esperaba en París le aceleraba el pulso. Estaba lista para enfrentar lo que el día le deparara, con la firmeza de alguien que finalmente comenzaba a escribir su propia historia.

Lena se ajustó la chaqueta que había elegido para complementar su atuendo antes de salir de la habitación. Con un último vistazo al espejo de cuerpo entero, se aseguró de que no hubiera ningún detalle fuera de lugar. Satisfecha, tomó su bolso de cuero negro, donde guardó su teléfono, una libreta pequeña, y algunos otros objetos personales. Mientras sus dedos rozaban la suave textura de la puerta de madera, la abrió con un leve suspiro, lista para enfrentar el día que tenía por delante.

El pasillo del hotel estaba bañado en una luz suave y cálida que provenía de las lámparas de pared, diseñadas para imitar faroles antiguos. Era un ambiente silencioso, casi sereno, con el eco de sus pasos resonando a través del corredor alfombrado en tonos de granate y oro. La elegancia del lugar le recordaba constantemente que estaba rodeada de lujo, algo que siempre había formado parte de su vida. Sin embargo, estar sola en París le daba un matiz diferente a todo. A cada paso, la emoción de explorar la ciudad y dejar atrás las sombras de las expectativas de su familia la impulsaba, aunque ese sentimiento de libertad se vio interrumpido de golpe por el sonido de su celular.

El dispositivo vibró y emitió un tono suave pero persistente que Lena reconoció al instante. Al mirar la pantalla, el nombre de su madre, "Vivienne," se iluminaba con un fondo de color sobrio. Lena suspiró ligeramente al responder la llamada, llevando el teléfono a su oído.

"Buenos días, madre " saludó Lena con un tono impecablemente educado, que no dejaba espacio a la casualidad. Su voz era tan pulida como su atuendo, adaptándose a las expectativas de cortesía que le habían inculcado desde pequeña.

La respuesta de su madre llegó con la misma precisión que siempre, directa y sin rodeos, como un filo cortante que se ocultaba bajo una capa de afecto distante.

"Buenos días, Lena. Espero que hayas dormido bien y que te encuentres adecuadamente preparada para este nuevo día. Recuerda que, aunque estés sola en París, no significa que puedas descuidar la imagen que debes proyectar. Siempre debes comportarte como corresponde a nuestra familia, especialmente cuando nadie está ahí para supervisarte por el momento."

Lena tragó saliva, manteniendo la calma en la superficie mientras caminaba lentamente por el pasillo. Sus pasos eran ligeros, casi como si flotara sobre la alfombra, pero sus pensamientos eran un torbellino de emociones contenidas. Al fondo del pasillo, la luz del ascensor parecía un faro de esperanza, prometiendo un breve respiro de la conversación.

"Sí, madre. He seguido tu consejo. Me aseguré de mantener mi apariencia adecuada antes de salir de la habitación, y estoy preparada para cumplir con nuestras expectativas " respondió con una serenidad calculada, como si recitara una línea que había memorizado miles de veces.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, un momento en que Lena recordó la conversación que ambas habían tenido semanas atrás, cuando había propuesto por primera vez la idea de viajar sola a París. Su madre, inicialmente, se había mostrado reacia, desconfiando de la capacidad de Lena para manejarse en un lugar tan distante sin supervisión.

"¿París, Lena? "le había dicho su madre con un tono de incredulidad. "Apenas tienes catorce años. No estoy segura de que sea el momento adecuado para que hagas un viaje tan lejos, y mucho menos sola"

Lena había tomado aire antes de responder, buscando proyectar la madurez que tanto ansiaba que su madre viera en ella.

"Madre, comprendo tus preocupaciones, pero justamente creo que esta es una oportunidad para demostrar que puedo ser la persona que siempre esperaste de mí " había dicho, manteniendo su voz tranquila y segura. "Has invertido tanto tiempo en enseñarme etiqueta, en mostrarme cómo comportarme de manera adecuada. Si realmente he aprendido todo lo que querías, entonces sabré mantenerme a la altura de sus expectativas, incluso en París."

La mirada de su madre en ese momento había sido escrutadora, como si buscara cualquier fisura en la aparente seguridad de Lena. Sin embargo, Lena no había desviado la mirada, manteniéndose firme.

"Quiero que confíes en que puedo manejarme sola, que puedo comportarme como una dama sin importar la distancia. Y además, París es un lugar donde puedo perfeccionar lo que me has enseñado, conocer más sobre la cultura que tanto admiramos. Será como una extensión de mis lecciones."

La duda había seguido flotando en el aire, pero al final, Vivienne había cedido, aunque con un tono frío y distante.

"De acuerdo, Lena. Irás a París, pero recuerda que tu comportamiento allá reflejará no solo sobre ti, sino sobre toda nuestra familia. Si demuestras que puedes manejar esto, entonces confiaré más en tus decisiones. Pero si fallas, será un golpe duro para nuestra reputación. Espero que entiendas la responsabilidad que estás asumiendo."

Lena había asentido con la cabeza, sabiendo que detrás de ese acuerdo había una prueba que su madre le estaba imponiendo. Era consciente de que la oportunidad de viajar sola a París no había sido concedida por un deseo de permitirle libertad, sino como un desafío, un examen en el que cada uno de sus movimientos sería juzgado.

En el presente, mientras escuchaba la voz de su madre desde el otro lado de la línea, Lena no pudo evitar recordar esa conversación y la presión que había sentido entonces. Pero ahora estaba en París, y esa ciudad que antes solo había visto en revistas y documentales estaba al alcance de su mano, aunque las advertencias de su madre aún pesaran sobre ella.

"Eso espero, Lena. Recuerda que París es una ciudad hermosa, pero también puede ser peligrosa si te asocias con la gente equivocada. No quiero que te involucres con personas simples que no entiendan nuestro estilo de vida. Debes mantenerte en lugares adecuados, y siempre mostrar la elegancia que caracteriza a nuestra familia. Nada de mezclarte con quienes no estén a la altura, ¿entendido? " continuó Vivienne con su tono cortante, regresando al presente.

Mientras escuchaba las palabras de su madre, Lena pudo sentir cómo su mandíbula se tensaba. Las imágenes de sus días pasados, siempre rodeada de normas y obligaciones, cruzaron por su mente. Era como si, a pesar de la distancia, la voz de Vivienne aún le impusiera cadenas, recordándole que su libertad en París era solo superficial. Sin embargo, con la misma precisión que aplicaba al peinarse, Lena mantuvo su tono inalterable, tan educado como siempre.

"Entendido, madre. Me aseguraré de mantenerme alejada de cualquier inconveniente. Haré todo lo que esté a mi alcance para honrar nuestra reputación" dijo, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios, aunque su rostro no reflejara la incomodidad que sentía por dentro.

Mientras tanto, en su interior, Lena reprimía un creciente deseo de cerrar los ojos y gritar de frustración. Cada palabra de su madre era un recordatorio constante de la vigilancia incesante, de la presión de siempre ser la hija perfecta. Y aunque se encontraba en París, al otro lado del océano, la distancia no era suficiente para escapar de la sombra de las expectativas que Vivienne proyectaba sobre ella.

No podía evitar sentir una oleada de resentimiento, una pequeña chispa que crecía cada vez que su madre le recordaba su papel. Se preguntaba si alguna vez tendría la oportunidad de ser algo más que una representación de lo que su familia quería que fuera. Sin embargo, se obligó a calmarse, apretando el teléfono con un poco más de fuerza mientras mantenía su voz tan suave y elegante como siempre.

"Me alegra escuchar eso, Lena. Solo recuerda que te estamos observando, incluso a la distancia. No queremos que nada empañe nuestra reputación, especialmente ahora que estás sola por París"respondió su madre antes de hacer una pausa, como si estuviera considerando sus últimas palabras." Disfruta de tu día, pero siempre con moderación, ¿de acuerdo?"

Lena asintió a pesar de que su madre no podía verla. Su mano libre rozó la suave tela de su chaqueta, como si ese pequeño gesto pudiera reconfortarla de alguna manera. Al final, respondió con la misma gentileza que había mantenido durante toda la conversación.

"Lo haré, madre. Que tengas un buen día."

La llamada terminó con el sonido de la línea cortándose, y Lena dejó escapar un largo suspiro, al tiempo que bajaba el teléfono y lo guardaba en su bolso. En el silencio que siguió, mientras el ascensor llegaba a su piso y las puertas se abrían con un suave "ding", se permitió unos segundos para cerrar los ojos y respirar profundamente.

Lena bajó del ascensor, sus pasos resonando suavemente contra el suelo de mármol del lujoso vestíbulo del Hotel Le Grand Paris. Al salir, se encontró con una escena animada, donde varios adolescentes estaban reunidos bajo la supervisión de una mujer con un semblante amable y unos largos cabellos castaños, que les explicaba la experiencia laboral del día.

La mujer explicaba con entusiasmo el propósito de la actividad. "Gracias a la generosidad del señor Bourgeois, hoy tenemos la posibilidad de adquirir experiencia laboral en el lujoso 'Le Grand Paris'. Cada uno de vosotros realizará uno de los trabajos que se hace en el hotel." Mientras decía esto, lanzó una mirada de advertencia a un chico corpulento y de aspecto algo tosco que jugaba a golpearse con cojines junto a una chica menuda y de cabello corto y rosado. "¡Ah! Se van a valorar nuestro esfuerzo que será decisivo para aprobar o suspender la asignatura."

Cerca de la entrada, Lena observó cómo una joven con gafas y otra vestida como parte del personal del hotel reían suavemente ante la escena. La dinámica le resultaba interesante, ya que era evidente que para estos adolescentes, el día era una oportunidad de salir de la rutina escolar y explorar un mundo un poco más adulto, aunque de manera controlada.

En el centro del vestíbulo, la mujer seguía dando indicaciones, mientras un hombre de aspecto elegante y con gafas, que Lena asumió era el encargado del lugar, ayudaba a asignar los puestos. "¿Tiene a Marinette y a Alya en su lista?" preguntó la mujer, mientras revisaba una lista de nombres.

El hombre, con un aire de autoridad pero algo distraído, respondió: "No, me parece que no." La joven con gafas, Lena supuso que debía de ser Alya, observaba la situación de cerca y comentó en voz baja a la chica que estaba a su lado, Lena dedujo que era Matinette, que tenía el cabello azul oscuro recogido en dos coletas. "Creo que sé quién ayudó a elegir los puestos." La de las coletas miró molesta hacia una rubia de aspecto altivo que observaba la escena con una sonrisa de satisfacción. "Entonces se va a pasar el día entero con el chico de cabello rubio," murmuró la de las coletas, claramente contrariada. "¡Ay! Este va a ser uno de los peores días de mi vida."

Lena observaba desde la distancia mientras el hombre seguía buscando los nombres en la lista, y la chica rubia, que parecía disfrutar la atención, agitó un papel en el aire. "¡Papi!" llamó, acercándose a él con paso seguro y entregándole el papel con una sonrisa confiada.

El hombre le agradeció, diciendo: "Gracias, cariño." Luego, revisó la lista nuevamente y anunció: "Pues sí, tú, Alya, estarás clasificando los desperdicios," lo que provocó un sobresalto tanto en la chica con gafas como en la de las coletas. "Y tú, Marinette, estarás..." Se detuvo al ver algo que llamaba su atención, y tanto él como la rubia miraron hacia la entrada con sorpresa.

En ese momento, Lena notó que la atención de los presentes se dirigía a la entrada del hotel, y su curiosidad creció. Sin embargo, antes de que pudiera indagar más sobre lo que ocurría, un destello de movimiento la hizo girar su atención hacia la rubia, quien de repente la había visto. Con una sonrisa confiada y una mirada que parecía sugerir que la conocía, la rubia comenzó a caminar directamente hacia Lena.

"¿Quién es esta chica?" se preguntó Lena internamente, mientras mantenía su expresión calmada y observaba a la rubia acercarse. El ambiente a su alrededor, lleno de la agitación juvenil de los estudiantes, el brillo del vestíbulo y la formalidad del hotel, contrastaba con la sensación de que algo inesperado estaba a punto de ocurrir.