Capítulo 1: El Desconocido.

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La mañana parecía tranquila ese día. El sol comenzaba a despuntar, bañando con sus inclementes rayos a las personas que comenzaban sus actividades cotidianas dentro de la muralla. En tanto, a las afueras, el Cuerpo de Exploración realizaba sus tareas de reconocimiento; no parecía haber actividad sospechosa, aunque sabían que la luz del Sol atraía un peligro que había encerrado a los restos de la humanidad tras muros de piedra durante un siglo. Un peligro en forma de gigantes antropófagos que hacía unos años derrumbó la sensación de seguridad de los humanos, tras pasar la muralla María.

Pero un sonido atronador interrumpió la tranquilidad de aquel día. Lo suficiente para sacudir la tranquilidad del bosque, alertando a soldados, bestias y, tal vez, titanes.

Krista Lenz, la pequeña soldado miembro del Cuerpo, era el elemento más cercano a la zona. Pudo divisar una luz cegadora a unos metros de distancia antes que el tronido sacudiera la zona. Siempre dispuesta a ayudar, fue la primera en reaccionar. Con el corazón latiendo a mil por hora, corrió en dirección al sonido, sin importar el riesgo que pudiera suponer. Tal vez alguno de sus compañeros pudiera estar en la zona y podría necesitar ayuda. Ni siquiera el temor a los titanes la detuvo. Después de atravesar algunos árboles caídos, se encontró ante un enorme cráter que parecía recién formado. El suelo estaba agrietado y humeante, y el aire olía a tierra quemada.

A medida que se acercaba, Krista divisó a un extraño hombre casi arrastrándose fuera del cráter. Llevaba una extraña vestimenta desgastada, un tipo de coraza rota que permitía ver su cuerpo musculoso, también tenía un aspecto muy diferente al de cualquier humano que ella conociera. Su cabello era peculiar, desordenado, negro, mientras su cuerpo moreno presentaba hilos de sangre. Una cicatriz atravesaba su mejilla. Pero lo que más la sorprendió fue la cola de mono que se asomaba de su espalda. El hombre, visiblemente herido, la observó unos segundos, su mirada perdida. Pudo escuchar un sonido, un gruñido gutural saliendo de sus labios, hasta que el sujeto se desplomó en el suelo, dejando escapar un quejido apenas audible.

Alarmada, la pequeña rubia se acercó al extraño hombre, pero con sus manos en la empuñadura de su cuchilla. Sus sentidos en alerta máxima.

—¿Estás bien? — preguntó Krista, intentando mantener la calma a pesar de su creciente ansiedad. Se acercó cautelosamente, temiendo que pudiera ser algún tipo de trampa o que algún titán apareciera para atacarlos.

Sin embargo, el hombre sólo pudo murmurar con dificultad una frase incomprensible: "Ka-ka-ro-tto..." Antes de que pudiera terminar la frase, su cuerpo cedió y quedó inmóvil, sus ojos cerrándose en un profundo silencio. Con sus dedos pulsó su cuello sintiendo aún pulso, aunque debilitado.

Krista sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sin saber exactamente qué hacer, pero sintiendo que era su deber ayudarlo, se dio la vuelta y gritó pidiendo ayuda. En poco tiempo, otros miembros de la patrulla llegaron al lugar y, tras examinar al extraño, discutieron que hacer con él. Algunos eran de la idea de matarlo o dejarlo morir, la extraña apariencia del hombre les indicaba que no era uno de ellos, ¿por qué preocuparse por un fenómeno? Pero tuvieron que esperar hasta la llegada de unos de los altos mandos del Cuerpo para que decidiera que hacer. Hange Zöe arribó a los minutos observando al sujeto inconsciente y no pudo ocultar su fascinación. Los soldados se incomodaron ante su expresión.

—¡Un hombre mono! ¿Qué están esperando? ¡Súbanlo a un carruaje! —exclamó con un tono alegre la oficial, parecía una niña que acababa de descubrir un truco de magia—. Este sujeto podría ser una nueva especie de titán con cola... o un fenómeno. Lo que igual es genial.

—De acuerdo, ayúdenme a levantarlo— pidió uno de los soldados a sus compañeros, tomando al hombre de sus extremidades para llevarlo dentro de un improvisado carruaje, vigilado de cerca por los soldados, avanzaba lentamente, lo que la tracción animal permitía. Krista, nerviosa pero decidida, cabalgaba al lado, su mente inundada de preguntas. ¿Quién era este ser? ¿Qué significaba esa palabra que había murmurado antes de perder el conocimiento? Parecía ajeno a su mundo, pero había algo en su presencia que no podía ignorar.

Por un momento se preguntó si no sería un error haberlo ayudado.

Mientras esa escena se desarrollaba, uno de los asistentes de Hange llamó la atención de su superiora —¡Señora, venga a ver esto! — le indico, su voz con un toque de inquietud.

La líder de escuadrón se deslizo por el cráter para observar el extraño objeto esférico en el centro de aquel hoyo. Era claro que no era un meteorito, su construcción no parecía ser producida por la naturaleza. No percibía calor en el objeto, por lo que estiro la mano para tocarlo. Estaba frío. El contacto pudo notar que era metálica.

—¡Llevémoslo! —exclamó emocionada. Este era un día de maravillas para ella.


Dentro de las murallas, el extraño fue llevado a una de las instalaciones médicas del Cuerpo de Exploración, donde los médicos, pese a que sus heridas parecían de importancia, lograron estabilizar aquel hombre peculiar. Les sorprendió la resistencia de ese ser, tal vez alguien más ya sería un cadáver. Unos cuantos días en reposo tal vez estaría consciente, listo para responder preguntas.

—¿Crees que sepa hablar o solo gruña? — preguntó divertido uno de los médicos.

La médica a su lado soltó una carcajada —Bastante es que haya sobrevivido. ¿De dónde crees que salió?

—Según dicen los soldados, del cielo — se burló ante lo absurdo de la idea.

—Los soldados muy apenas saben escribir su nombre —contestó la chica de anteojos —. Tal vez es solo un pobre campesino con mala suerte al que no le quitaron la cola vestigial.

El médico solo se encogió de hombros.

La respiración del hombre era tranquila. Mientras que los pedazos de su coraza y sus muñequeras eran acomodados a un lado de su cama.

Afuera de la habitación del hospital, unos miembros de la Policía Militar esperaban ansiosos por el despertar de aquel hombre. Conocían métodos para hacer hablar a cualquiera.


La oscuridad se desvaneció lentamente, dejando paso a un frío resplandor blanco que cegó momentáneamente. Parpadeó varias veces, intentando enfocar su vista mientras su cuerpo, adolorido y débil, se adaptaba al entorno desconocido. Al abrir los ojos por completo, se encontró en una habitación estrecha. Sus olfato percibía cierto olor inconfundible con el de una instalación médica. Sentía el cuerpo adolorido y su cabeza mareada. "¿Estoy vivo?" se preguntó mientras su vista se adaptaba al cuarto. Al intentar moverse noto que sus muñecas y tobillos estaban sujetos por gruesos grilletes de acero, anclados a la cama. Una sensación de furia se desató en su interior. No entendía cómo había llegado allí, y porque lo estaba reteniendo.

La última imagen que recordaba era la esfera de energía que Freezer había lanzado sobre el planeta Vegeta. Su cuerpo había sido consumido por el calor abrasador de la bola mortal... luego, la oscuridad. Y ahora, aquí, en este lugar, débil, atado y humillado como si fuera un prisionero. Sus músculos, aún tensos y doloridos, clamaban por liberación.

—¡¿Dónde estoy?! —rugió con voz grave, su voz reverberando en las paredes de piedra.

Antes de que pudiera continuar con sus intentos de liberación, la puerta chirrió al abrirse. Unos hombres entraron. Lo miraron confundidos. Era claro que no eran médicos, por su uniforme y el hecho de que estuvieran armados. Sus rostros estaban marcados por la desconfianza y el desprecio, mirándolo como si fuera una bestia salvaje.

Uno de ellos dijo algo en un idioma ininteligible para el saiyajin.

Los observó, su mirada atravesándolos con odio puro. No entendía su idioma, pero las expresiones en sus rostros le decían todo lo que necesitaba saber. No pensaban dejarlo ir. Sin previo aviso, uno de ellos avanzó y le propinó un rodillazo en el rostro, intentando someterlo. Bardock apenas se inmutó, escupiendo y lanzando un gruñido desafiante.

Otro de los soldados se acercó, sosteniendo unas pinzas que colocó en la uña de su dedo índice. El dolor agudo atravesó su mano, pero Bardock apenas dejó escapar un gruñido. La furia en su interior crecía con cada segundo, alimentando su fuerza y su deseo de escapar.

Cuando un tercer hombre avanzó con un cuchillo, con la intención de hacerle un corte en el brazo, Bardock sintió que era el momento de actuar. Con un grito ensordecedor, reunió suficiente fuerza y tiró de los grilletes con un movimiento brutal. Los grilletes explotaron en un estallido de metal, las piezas cayendo al suelo como lluvia. Los guardias retrocedieron, sorprendidos y aterrorizados ante la fuerza descomunal del prisionero.

Antes de que pudieran reaccionar, Bardock se lanzó hacia adelante con una velocidad cegadora. Sus manos, aún adoloridas por la ruptura de los grilletes, se movieron con precisión letal. Golpeó al primer guardia con un puñetazo que fracturo su mandíbula con un solo impacto. El siguiente cayó con un codo en la garganta, y el tercero fue derribado con una patada giratoria que lo lanzó contra la pared, su cuerpo quedando inerte.

Los soldados restantes miraron horrorizados, sus manos temblando al intentar levantar las armas. Uno de ellos gritó algo en su idioma incomprensible, y otro salió corriendo de la sala. Bardock no les dio tiempo para más. Se abalanzó sobre ellos, sus puños y pies convirtiéndose en herramientas de destrucción. Uno a uno cayeron, sus cuerpos colapsando como muñecos de trapo.

Con la sala despejada, Bardock se detuvo, jadeando por el esfuerzo y la rabia acumulada. Su mente estaba en modo de supervivencia, cada fibra de su ser enfocada en un solo objetivo: escapar. Se movió rápidamente hacia la puerta y salió al corredor, sus ojos recorriendo el entorno en busca de una salida.

El sonido de la alarma resonó por todo el edificio, y pronto, más soldados aparecieron, alertados por el caos. Bardock apenas los registró, su cuerpo moviéndose con la fluidez y letalidad de un guerrero saiyajin. Los soldados, se lanzaron sobre él, pero eran repelidos por la fuerza imparable del guerrero.

Bardock gritó con fuerza, un grito de guerra agudo que resonó llenando el aire de temor. Los soldados más jóvenes se detuvieron, paralizados por el miedo. Algunos retrocedieron, sin saber cómo enfrentar a este monstruo, a este ser que se movía como un demonio encarnado.

Con cada paso, Bardock se acercaba a la salida. Sentía la luz del día filtrarse por las ventanas altas del corredor, y su energía aumentaba con cada movimiento. Los gritos y el sonido de espadas chocando contra su piel eran como un eco lejano. Nadie, ni los soldados más veteranos, podían detenerlo. Sus puños rompían las paredes y sus gritos hacían temblar los cimientos del lugar.

Finalmente, llegó a una gran puerta de madera reforzada con metal. Con un rugido final, la atravesó, saliendo al exterior. El aire frío de la mañana lo golpeó, llenando sus pulmones. La vista que se desplegó ante él lo dejó momentáneamente desconcertado: una gran explanada rodeada de muros altos y oscuros. Decenas de soldados lo observaban con pánico y determinación, formando filas con sus armas listas.

Pero Bardock no se detendría. No ahora. No después de haber luchado para llegar tan lejos. Con un grito de guerra, cargó contra ellos, sus ojos encendidos con la furia de un animal que ha sido acorralado. Los soldados más valientes se lanzaron sobre él, cuchillas y cables volando en el aire. Bardock, confundido por las peculiares armas, repelió los ataques, sus puños y pies enviando a los hombres volando por los aires.

Mientras la batalla se desataba en el campo, Bardock comprendió que no se trataba solo de escapar. Tenía que descubrir dónde estaba, qué era este lugar y, sobre todo, cómo había llegado allí. Pero aquellos hombres no le daban tregua. Las espadas y los cables del equipo de maniobras tridimensionales surcaban el aire a su alrededor, pero ninguno lograba hacerle daño al fugitivo. La fuerza y la velocidad del saiyajin eran incomparables, y los soldados caían ante él como hojas ante el viento.

Sin embargo, una figura emergió de entre el caos, moviéndose con una rapidez impresionante. Una chica de pelo negro y ojo determinados apareció en el campo. Mikasa Ackerman, con una expresión de feroz determinación, se lanzó hacia el extraño con sus espadas brillando bajo la luz del día. Sus movimientos eran un borrón para los ojos humanos, pero el guerrero podía seguir cada uno de ellos con claridad. En un instante, Mikasa se colocó a su espalda y, con un corte preciso, logró cortar un mechón del alborotado cabello del hombre con cola de mono.

Bardock, lejos de sentirse amenazado, soltó una risa burlona mientras miraba el cabello flotando al viento.

—Tienes agallas, niña — escupió en su lengua natal, su voz resonando con un tono divertido. Mikasa frunció el ceño, incapaz de entender sus palabras, pero reconoció la burla en su tono.

Sin responder, Mikasa se lanzó de nuevo, atacando con una serie de golpes rápidos y letales, sus espadas moviéndose con una velocidad casi sobrenatural. A pesar de la intensidad de sus ataques, Bardock esquivaba cada tajo con facilidad, sus movimientos ágiles y precisos. Para él, cada corte era como un juego, los veía como si lo hiciera en cámara lenta.

Mientras tanto, otro impresionante soldado se apersonó en el caos. Nada más que el mejor guerrero de la humanidad. Levi Ackerman apareció en escena, desplazándose con una destreza sobrehumana, sus cuchillas trazando un arco mortal en el aire. Se lanzó hacia el moreno, cortando el espacio con una velocidad vertiginosa. Con un movimiento rápido, logró hacer un corte en el hombro del saiyajin, un logro que hizo que los soldados observadores contuvieran el aliento y alzaran el puño en jubilo.

Bardock sintió la mordida del acero en su carne y gruñó con ira. En un movimiento casi instantáneo, giró sobre sí mismo, lanzando un codazo hacia su agresor, que apenas logró evadirlo. Sin embargo, el saiyajin anticipó su siguiente movimiento y, con una patada baja, hizo tropezar al soldado, quien rodó por el suelo, evitando por poco un golpe letal.

Mikasa y Levi lo rodeaban, sus movimientos perfectamente coordinados, tratando de contenerlo. Para cualquiera, sus ataques serían como un torbellino indescifrable, un tornado de tajos mortíferos pero Bardock podía ver cada uno de sus movimientos, evadiendo con movimientos ligeros. Aun así, no dejaba de admirar su destreza.

—Increíble... —murmuró en su idioma, su tono cargado de respeto y diversión. Mikasa y Levi intercambiaron una mirada rápida, sin entender sus palabras, pero sabiendo que no se rendiría fácilmente.

De repente, una nueva presencia se unió al combate. Annie Leonhart, la hábil Policía Militar con su rostro inexpresivo y mirada calculadora, avanzó hacia el fugitivo. Sin decir una palabra, lanzó una patada devastadora dirigida a la cabeza del saiyajin. Bardock levantó su antebrazo y detuvo la patada con facilidad, el impacto resonando en el aire. Aunque su expresión no lo mostraba, Annie se sorprendió al ver que su adversario no se había movido ni un milímetro. Sus fríos ojos azules cruzándose con la mirada obsidiana del hombre con cola.

—Tsk, ¿es todo?... —dijo Bardock, hablando para sí mismo, aunque nadie a su alrededor podía entenderlo.

Para el guerrero ya era hora de tomarlo en serio. Con un movimiento brusco de su brazo, generó una poderosa corriente de aire que derribó a los tres soldados. Mikasa, Levi y Annie rodaron por el suelo, sus rostros reflejando sorpresa e incredulidad. Cuando levantaron la vista, vieron a Bardock con una esfera de energía azul brillante formándose en su palma. El resplandor llenó el aire con una vibración que hacía temblar a todos. Una sonrisa cruel se formó en su rostro.

Los soldados que observaban quedaron petrificados, sus miradas fijas en la brillante luz que emanaba de la mano del guerrero saiyajin. No comprendían qué era esa energía, pero la sensación de peligro era innegable.

Todos contuvieron el aliento hasta que una ágil figura se interpuso en la línea de fuego.

—¡Basta! —gritó una voz femenina, clara y desesperada.

Krista Lenz apareció, los brazos extendidos en cruz, colocándose entre Bardock y los soldados caídos. Sus ojos, grandes y suplicantes, miraban al guerrero del espacio con una mezcla de miedo y determinación.

—¡Detente, no somos tus enemigos! —gritó, su voz temblando pero firme. Bardock frunció el ceño, sin entender las palabras exactas, pero reconociendo el tono de súplica en su voz. Miró fijamente a la joven que se interponía entre él y los demás. Ahora la recordaba. Cuando despertó en ese bosque... allí estaba ella, esa pequeña muchacha Rubia.

Sus palabras no tenían sentido para él, pero sus ojos azules, expresivos y llenos de preocupación, le decían lo que necesitaba saber: ella no quería que los lastimara.

El saiyajin miró la esfera de energía en su mano. Podría eliminar a estos humanos en un instante, luego volar lejos. Pero, ¿a dónde? No sabía nada de este mundo. No tenía idea de dónde estaba ni de cómo había llegado allí. Quizás estos extraños tenían las respuestas que necesitaba.

Respiró profundamente, observando los ojos de la muchacha, su suplicante mirada llena de honestidad. Lentamente, dejó que la energía en su mano se disipara, el brillo azul desvaneciéndose en el aire. Levantó las manos, las palmas abiertas en señal de rendición.

—suspiro en voz baja, sus palabras incomprensibles para todos excepto para él mismo—. Me rindo.

Los soldados, aún sin entender sus palabras, comprendieron la mímica de sus manos alzadas. Su confusión al máximo, pero también se permitieron soltar un suspiro de alivio. Mikasa, Levi y Annie se levantaron, aún alerta, pero menos hostiles, más intrigados que amenazantes.

—Arréstenlo — ordenó el capitán, levantando su cuchilla hacia el hombre que lo miraba desafiante.

Krista bajó los brazos, una sonrisa de alivio apareciendo en su rostro, pero su respiración agitada. Su frente perlada por la tensión. Había logrado detenerlo, aunque no entendía del todo cómo. Había logrado, aunque fuera por un momento, que este misterioso ser, imposible de controlar, claudicara.

—Gracias —murmuró, apenas audible.

Sin embargo, no pudo evitar un lamento al pensar la cantidad de hombres que perecieron por su acto de generosidad con ese hombre, esa bestia de combate.

Bardock, con las manos ensangrentadas alto, se dejó rodear por los soldados, que lo miraban con temor. Pero en su interior sabía que esto no era una rendición. Se trataba de encontrar respuestas en ese mundo extraño y hostil.

Mientras era escoltado de vuelta, no pudo evitar pensar que la lucha apenas había comenzado, y con una sonrisa que mezclaba arrogancia y emoción, supo que aún quedaban muchos desafíos por enfrentar en aquel lugar.

Fin del capítulo uno.

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Espero este capítulo sea de su agrado. Cualquier sugerencia o ayuda, es bienvenida. ¡Hasta la próxima!