Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece.
Capítulo 2: Me llamó Krista Lenz.
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—¿En qué demonios estabas pensando, Krista? —Ymir la confrontó con una mezcla de enfado y miedo apenas contenido—. ¡Podría haberte matado, igual que hizo con el resto! —señaló Ymir apuntando al lugar donde un carro apilaba los cadáveres de los soldados.
La tensión en el aire era palpable mientras Ymir miraba fijamente a Krista, sus ojos oscuros llenos de preocupación y frustración
Krista, visiblemente molesta, mantuvo la compostura, su mirada fija en Ymir mientras respondía con una voz calmada pero firme.
—¡Es mi responsabilidad, Ymir! — respondió, firme —. Yo lo encontré en ese bosque. Fue por mí que lo trajeron dentro de las murallas. Si alguien debe asumir la responsabilidad por lo que hace, esa soy yo. Si destruye algo… o a alguien, entonces tengo la obligación de detenerlo.
Ymir soltó una risa amarga, llena de incredulidad, mientras negaba con la cabeza.
—No es un perrito que se caga en una alfombra, Krista. ¡Es un maldito asesino! — gritó — Esa fachada de chica bondadosa y generosa que llevas puesta… —murmuró Ymir con un tono sombrío—. Crees que es lo que te hace encajar en este mundo, ¿verdad? Pero, Krista, el mundo no te recompensará por eso. La gente solo tomará, y tú te quedarás sola, vacía y rota si sigues siendo tan ingenua.
Antes de que Krista pudiera responder, una tercera voz se unió a la conversación. Mikasa Ackerman, quien había estado observando en silencio hasta ahora, dio un paso adelante y habló en tono agradecido, pero también con un toque de advertencia.
—Krista, te debo mucho por tranquilizarlo. Si no hubieras intervenido… probablemente no estaríamos hablando ahora. —Mikasa bajó la mirada por un instante, recordando la intensidad de aquel enfrentamiento—. Nunca me había sentido tan impotente en un combate. Con cada movimiento, parecía que él anticipaba todos mis intentos de frenarlo. Era como enfrentar a un muro, inquebrantable y despiadado.
Krista asintió, agradecida por las palabras de Mikasa, aunque también sentía el peso de sus preocupaciones. Mikasa observó a Krista por un momento, reconociendo la tensión en sus gestos.
—Te agradezco lo que hiciste, Krista, pero tienes que ser más cuidadosa. Ese "hombre" … no es alguien a quien puedas salvar solo con buena voluntad. No te arriesgues, por favor.
Mientras Ackerman se alejaba, Krista endureció su mirada. Odiaba que la gente interpretara como debilidad sus acciones.
Ymir, al ver la determinación en los ojos de su amiga, soltó un suspiro pesado y resignado.
—No cambiarás, ¿verdad? —murmuró, cruzándose de brazos mientras desviaba la mirada—. Sabes que siempre estaré a tu lado, Krista, pero algún día esta fachada te va a costar caro. Y cuando eso pase, no quiero decir te lo dije.
Krista se mantuvo en silencio, procesando las palabras de Ymir y Mikasa. Sabía que ambas tenían razón en parte, pero su instinto la empujaba a seguir creyendo que incluso había más en ese extraño hombre que solo barbarie. Por un momento lo pudo ver en sus ojos oscuros. Sabía que el peso de su decisión sería solo suyo, y lo cargaría hasta el final.
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La atmósfera en la sala de reuniones estaba cargada de tensión, y el aire se sentía pesado mientras la cúpula militar de la isla debatía el destino del extranjero que había traído el caos en su intento de fuga el día anterior. Nile Dok, comandante de la Policía Militar, parecía especialmente acalorado, sus manos tensas golpeaban la mesa.
—¡Ese maldito salvaje asesinó a veintiséis de mis hombres! —gruñó Dok, con una furia apenas contenida—. Si dependiera de mí, lo ataría a la boca de un cañón y acabaría con este problema volándolo en pedazos.
Erwin Smith, en contraste, mantenía la calma, observando al comandante de la Policía Militar con una mirada de evaluación. Sabía que, pese a la frustración de los presentes, la situación era más complicada de lo que parecía en la superficie.
—¿En verdad crees que eso resolverá algo, Nile? —replicó Erwin, manteniendo su voz baja pero firme—. Estamos hablando de un individuo que no solo superó a decenas de soldados, sino que también fue capaz de enfrentarse a Levi Ackerman y sobrevivir ¿Te parece viable creer que podríamos reducirlo fácilmente?
Dok lo miró con ojos encendidos, sin ceder terreno.
—¿Y qué sugieres, Erwin? ¿Qué le estrechemos la mano y le dejemos ir sin problemas? ¿Impune? Si ese monstruo es tan peligroso, no tiene cabida en las murallas. No me molestaría que un titán se lo coma.
Erwin apretó los labios, el silencio de su reflexión pesando sobre la sala. Sabía que la respuesta de Dok no era irracional, pero también sabía que si ese hombre era tan fuerte como había mostrado en su breve estancia, tal vez había más que descubrir.
Fue entonces que Darius Zackly, comandante en jefe, intervino, su voz áspera cortando el ambiente como una cuchilla.
—Tenemos que encontrar un punto medio en esta situación —dijo, en tono grave—. Ese… extranjero —vaciló al no encontrar un mejor adjetivo — podría sernos útil para dar una muestra de fuerza. Sugiero llevarlo a juicio.
—¿Un juicio? —repitió Dok, casi escupiendo la palabra—. ¿Un juicio con alguien que ni siquiera entiende nuestra lengua? ¡Ni siquiera sabemos su nombre ni sus intenciones, ni de qué lugar del infierno salió! Solo sabemos que intentó matarnos a todos.
Zackly, sin embargo, no retrocedió.
—Precisamente por eso, Nile. Un juicio público permitirá que todos vean lo que enfrentamos. Y si es culpable, lo sabrán con claridad. Incluso podríamos usar a Eren Jaeger como verdugo —una sonrisa cruel asomo ante la idea.
Erwin se recargó en la silla, no era la primera vez que Zackly mostraba ese gesto que ocultaba una oscuridad tras su fachada estoica. La expresión del comandante del Cuerpo de Exploración mostraba la profundidad de sus pensamientos. Finalmente, habló, su tono suave pero firme.
—El juicio podría ser la oportunidad que necesitamos. Ponerlo bajo presión revelaría más de su personalidad y sus intenciones. Pero también nos arriesgamos a desatar algo que no podremos controlar. Debemos ser precavidos.
Zackly asintió lentamente, sus ojos oscuros pasando de uno a otro.
—Entonces estamos de acuerdo, caballeros. Haremos del juicio una demostración de que nadie está por encima de la autoridad dentro de las murallas. Y si se resiste, pues, tendremos que depender de nuestra nueva adquisición, Eren Jaeger, para ponerlo en su lugar.
Dok sonrió, satisfecho, mientras Erwin simplemente miraba hacia adelante, sabiendo que aquello apenas sería el principio de un conflicto mucho mayor.
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En la oscuridad de la celda, apenas iluminada por una tenue lámpara en el pasillo, Bardock realiza planchas apoyado sobre un solo dedo, manteniendo su peso con una facilidad que desconcierta a los guardias apostados cerca. Su rostro y la bata que usaba desde que salió del área médica aun tenían los rastros hemáticos de su fuga. Los soldados se miran entre sí, compartiendo miradas de asombro e incredulidad ante lo que están presenciando.
Cuando le traen un plato de comida, Bardock lo aparta con un gesto, aceptando únicamente el agua que le ofrecen. Los soldados intercambian miradas incómodas cuando, segundos después, él atrapa a una rata que se había deslizado en la celda y, sin dudarlo, le da un mordisco. La sangre de la criatura tiñe sus labios, y uno de los soldados jóvenes, horrorizado, hace el ademán de apuntarle con su rifle. Sin embargo, el veterano lo detiene, colocando una mano firme sobre el arma del joven.
—No hagas una estupidez. Nos han ordenado mantenerlo vivo hasta el juicio. —El veterano mira a Bardock con una mezcla de desconfianza y respeto—. No es como nosotros, pero si se supone que deben interrogarlo… mejor que siga respirando. No quiero que me cuelguen por desobedecer mis órdenes —mira al muchacho que comprende las consecuencias.
Bardock levanta la cabeza, sus ojos fríos fijos en el joven que lo apuntaba, y esboza una sonrisa despectiva. No comprende las palabras de los soldados, pero el tono y el lenguaje corporal le dejan claro que algo planean para él, algún tipo de enfrentamiento o prueba.
Entonces, sin más, vuelve a enfocarse en su entrenamiento. Comienza una serie de abdominales, su cuerpo marcado por cicatrices y tensado por años de lucha. La actividad le permite mantener su mente alerta y su cuerpo en condiciones óptimas, algo indispensable si quiere estar listo para cualquier cosa. Los soldados lo observan, atónitos ante su dedicación.
Uno de los guardias murmura, casi en un susurro:
—¿Qué clase de hombre puede aguantar así… solo y sin más que su propio cuerpo para entrenar?
El veterano lo escucha, y aunque él tampoco comprende del todo.
—Quizá no sea un hombre —murmura.
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En la sala de reuniones del Cuerpo de Exploración, una atmósfera densa impregnaba el ambiente mientras el comandante Erwin exponía sus intenciones ante Hange Zöe y Levi Ackerman.
—Hemos decidido llevar a cabo un juicio al extranjero —dijo Erwin con tono solemne, observando a sus dos compañeros de confianza, buscando en sus expresiones alguna señal de conformidad o cuestionamiento.
Levi, con su típica mirada escéptica, soltó una risa sarcástica.
—¿Un juicio, Erwin? —repitió, casi en burla—. Es una pantomima, comandante.
—Así es, Levi —confirmó el rubio —. Planean usarlo para dar un golpe en la mesa ante los ojos de la humanidad. Que nadie está por encima de nuestras leyes.
Levi Ackerman bufó.
—Me parece una mala idea. Lo mejor sería dejarlo ir. Ese tipo no es humano; lo noté desde que luché contra él.
Erwin arqueó una ceja, claramente sorprendido por la declaración de Levi. Aunque sabía que el capitán Ackerman no se tomaba las cosas a la ligera, una sugerencia tan directa resultaba inusual en él.
—¿Qué te hace pensar eso, Levi? —preguntó Erwin, manteniendo su tono sereno.
—Lo confronté directamente, y aunque logré herirlo, sentí que se lo tomaba como un juego. Cuando hizo aparecer esa… lucecita en su mano… era claro que podía matarme sin esfuerzo. Ni siquiera un maldito titán me hizo sentir esa impotencia —explicó Levi, sus palabras cargadas de frustración y resignación. Había sentido esa presión, esa amenaza silenciosa de alguien que apenas consideraba seria la batalla.
Hange, mientras tanto, observaba a la ventana perdida en sus propios pensamientos, recordando el extraño hallazgo de los días previos.
—Cuando investigamos el cráter donde lo encontramos —comentó, inclinándose hacia adelante con un brillo en los ojos—, hallé un objeto esférico. Algo que no se parece a nada que tengamos aquí. Creo que si dejáramos vivir al "hombre mono", podría ayudarnos a entender ese objeto. Si de verdad tiene que ver con él, podríamos descubrir algo completamente nuevo… algo que revolucione nuestro conocimiento.
—Lo dudo —interrumpió el capitán—. No me parece que sea alguien muy listo cuando pudo escapar sin problemas.
Antes de que Hange pudiera responder, la puerta de la sala se abrió, y Krista Lenz entró con pasos decididos, su rostro reflejando una mezcla de determinación y nerviosismo.
—Comandante Smith, capitán Ackerman, oficial Zöe… —dijo con voz firme pero su tono respetuoso con sus superiores, aunque sus manos temblaban levemente—. Me gustaría ofrecerme para enseñarle algunas palabras al prisionero. Si va a ser juzgado, al menos debería tener la oportunidad de defenderse.
Levi la miró con una mezcla de incredulidad y desaprobación.
—¿De verdad crees que una lección rápida de palabras lo convertirá en alguien civilizado, Lenz? Ese tipo podría partirte en dos con un solo dedo.
Krista mantuvo la mirada, sin dejarse amedrentar.
—Quizás, capitán, pero… ¿qué clase de juicio sería si el acusado ni siquiera puede hablar en su defensa? —replicó, su tono sereno pero lleno de convicción—. Es lo justo, ¿no?
Levi tuvo la tentación de responderle que el juicio era una farsa, pero Hange lo interrumpió, su cara sonriente, claramente encantada con la valentía de Krista.
—Tiene un punto, Erwin —intervino Hange—. Al menos así podríamos saber algo más de su cultura, de su forma de pensar. Y si al final resulta ser una amenaza incontrolable… bueno, al menos habremos aprendido algo.
Erwin observó a Krista en silencio, viendo la determinación en sus ojos. Sabía que era arriesgado, pero también que, sin importar cuán formidable fuera el "extranjero", había una verdad subyacente en sus palabras.
—Lenz —comenzó Erwin, meditando cada palabra—. Estás sugiriendo algo que pone en riesgo más que solo tu seguridad. Sin embargo, creo que en la situación en la que estamos, vale la pena intentarlo. Si el extranjero puede aprender, entonces quizás también pueda entender.
Levi bufó, claramente en desacuerdo, pero sin argumentos contundentes para contradecir la decisión.
—Solo ten cuidado, Lenz. No quiero tener que cargar con el cuerpo de alguien que voluntariamente decidió ponerse en la boca del lobo —dijo en tono áspero, aunque una preocupación velada asomaba en su expresión.
Krista asintió, agradecida y decidida. Sabía que enseñar al extranjero era arriesgado, pero también creía, en lo profundo, que toda persona, incluso un extraño tan peculiar como ese hombre, tenía derecho a una oportunidad de entender y ser entendido.
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La celda donde estaba recluido Bardock estaba sumida en una penumbra pesada, apenas iluminada por una lámpara de aceite tenue que proyectaba sombras inquietantes en las paredes de piedra. El ambiente era sombrío y el aire pesado, como si la misma oscuridad del lugar absorbiera cualquier rastro de esperanza. La atmosfera era tensa, con guardias vigilando cada movimiento del prisionero con una mezcla de curiosidad y miedo. Frente a la celda, una figura pequeña y rubia apareció, flanqueada por una pequeña escolta de soldados que sostenían sus rifles con manos tensas. Mas de uno pensó que esa muchacha estaba loca. La joven soldado del Cuerpo de Exploración parecía apenas de la mitad de la estatura del saiyajin, pero en su expresión había algo diferente: determinación mezclada con nerviosismo. Con pasos firmes pero cuidadosos, avanzó.
—Vengo a ayudarte —dijo Krista con una voz tranquila, tratando de transmitir su intención a través del tono más que de las palabras.
Al verlo, Krista se sintió invadida por una mezcla de asombro y un sutil temor.
"La niña rubia," pensó Bardock, estudiándola sin disimulo. Podía percibir que estaba nerviosa, a diferencia de la valentía que demostró en el patio, al atravesarse para que no matara a esos tres sujetos.
Krista, notó las manchas de sangre seca en la cara del preso, una mezcla de barro y suciedad incrustada que hacía aún más difícil distinguir la línea entre sus heridas y la sangre de los soldados caídos. Rápidamente se ofreció tímidamente a limpiarlo. Tomo una palangana con agua y un trapo. Con una valentía inesperada, extendió la mano hacia su rostro. Fue entonces cuando percibió que esa sangre no era suya, sino de los soldados que él había asesinado. Una punzada de incertidumbre le recorrió el corazón. No pudo evitar el sentimiento de culpa. Sin embargo, no retrocedió, y en su gesto se adivinaba una mezcla de fascinación y temor hacia ese hombre. Al limpiar su rostro vio que sus facciones no eran desagradables. Sin poder evitarlo, Krista se ruborizó ante ese pensamiento, y también por la intensidad de la mirada del cautivo, dos pozos profundos y oscuros que parecían devorar toda luz. Nunca había visto una mirada tan penetrante, tan llena de una fuerza desconocida y casi primitiva. A pesar del temor que le producía, se atrevió a romper el silencio.
—Es para ti —dijo Krista, señalando la comida mientras la colocaba frente a Bardock.
Bardock miró la comida, su expresión endureciéndose aún más. No necesitaba entender el idioma para comprender la oferta, pero lo que sí entendía era la calidad de lo que le ofrecían. Sin ocultar su desdén, Bardock empujó la bandeja a un lado con un gesto brusco, sus ojos fríos y llenos de orgullo.
Para Bardock, la comida parecía insultante, un recordatorio de su estado actual: un guerrero cautivo, tratado como una bestia. La sopa aguada y el pan apenas comestible eran un reflejo de cómo lo veían, y más allá de cualquier sospecha de envenenamiento, lo que más le dolía era la insinuación de su debilidad.
"¿No tienen otra cosa más que esa basura?" se cuestionó para sí ". Hasta los esclavos del rey Vegeta comen mejor que esto. Tal vez por eso son tan débiles"
Krista no se inmutó ante el rechazo. Sabía que el guerrero rechazaba el alimento, tal vez temiendo que estuviera envenenado. Con un suspiro, dejo la bandeja en el suelo, sabiendo que el rechazo no era personal, solo una muestra de resistencia. Se mantuvo tranquila, observando una reacción, buscando una manera de romper la barrera del lenguaje.
—Me llamo Krista Lenz. Soy soldado del Cuerpo de Exploración —dijo, su voz suave pero firme, mientras extendía su mano hacia ella en un gesto de presentación.
Bardock la observó intrigado, sus ojos agudos como si intentara leer más allá de las palabras que no podía comprender. Captó la mímica de Krista, y tras un breve silencio, la señaló.
—Kurrista —murmuró, intentando reproducir el nombre con su acento áspero. La palabra le salió torpe, arrancando una pequeña sonrisa a la ojiazul, quien encontró algo entrañable en el esfuerzo del guerrero.
Finalmente, ella señaló hacia él, esperando su respuesta. Bardock captó la intención, pero dudó un instante. Comprendía lo que quería la muchacha, pero revelar su nombre se sentía como un pequeño acto de vulnerabilidad. Aun así, recordando que ella era la única que se había acercado a él sin hostilidad, incluso que fue la primera persona que vio cuando llegó a ese mundo, se decidió a corresponder el gesto.
—Bardock —dijo con voz grave, pronunciando su nombre lentamente.
Krista lo repitió en su mente. Sonaba rudo, fuerte, como el propio hombre. Con cierto recelo, sacó un libro que había traído, pasándole una ilustración en la que se veía a un titán devorando a una persona. Los ojos de Bardock se encendieron con curiosidad, y por primera vez, Krista notó un cambio en su expresión.
Krista se aferró a esa chispa de interés y, sin dejar de mirarlo, le mostró más dibujos de titanes, tratando de explicarle a través de gestos y palabras lentas. Poco a poco, Bardock comenzó a captar lo que ella intentaba mostrarle, y, aunque su expresión seguía siendo impenetrable, un atisbo de compresión surgió en su mirada.
Entre los murmullos —y burlas— de los guardias y la luz parpadeante de la lámpara, Krista y Bardock compartieron el primer intercambio silencioso pero cargado de significado, una conexión nacida del contraste de sus mundos y de la osadía de aquella muchacha que, sin saberlo, acababa de dejar una marca en el enigmático guerrero.
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