CAPÍTULO 22:

DEMONIO DE PESADILLA

Gundalia, Castillo Real

Laboratorio

Este sitio era aterrador. Resultaba contradictorio para alguien como él y su fascinación por las ciencias, pero no podía evitar sentir que este lugar parecía más una prisión que un laboratorio.

A lo largo de su vida, Nick Takahashi se había caracterizado por disfrutar fervientemente de los avances en tecnologías de investigación y mostrarse entusiasta por los progresos de la ciencia, sin importar de donde viniera. Su gran respeto e interés por los Bakugan mecánicos de los vestal era prueba de ello, además de su participación activa en el desarrollo del Interespacio Bakugan.

Normalmente, cuando pisaba un laboratorio desconocido, sentía curiosidad y emoción, incluso si no comprendía el campo al que dicho sitio estaba dedicado.

Por desgracia, no podía decir lo mismo de este lugar. Había sido aterrador desde el momento en que las puertas se abrieron y mostraron la grandeza de este lugar, y solo empeoraba con lo que podía ver a sus alrededores.

Varias pantallas eran la fuente de luz más fuerte de esta habitación y todas ellas mostraban lo que parecían ser distintas simulaciones de maquinaria de guerra y Bakugan de diferentes atributos, todos ellos con cuadros de datos que exponían sus características más fuertes y débiles.

También habían diferentes plataformas rodeándolos, ligeramente iluminadas gracias al sistema interno de sus sitios asignados, en su interior se podía ver avanzados sistemas de armas y máquinas adaptables para lo que sin duda debían ser Bakugan, armas más pequeñas que las que se podrían ver en un arsenal promedio, pero con capacidades desconocidas. Era un santuario dedicado a la maquinaria, a los avances tecnológicos de este planeta, y habría sido un trabajo digno de reconocimiento de no ser por los elementos que parecían usarse para crear este tipo de armas.

Lo que más horrorizó tanto a Nick como a Julie y sus compañeros fue la presencia de numerosas extremidades gigantes de distintos colores decorando el laboratorio en el interior de cápsulas con vidrios translúcidos, todas ellas congeladas con nitrógeno líquido para mantenerlos en un estado apropiado para las investigaciones que el personal encargado debía llevar a cabo y con numerosas pantallas conectadas a los puestos para una investigación más clara y detallada.

–¿Qué clase de sitio es este? –. Preguntó Leónidas estupefacto.

Uno lleno de dementes –. Respondió Vladitor con repulsión.

Instintivamente, Nick no pudo evitar apretar un poco su mano en el hombro de Alys, tratando de combatir el horror que recorría su espalda, helando su sangre y erizando los vellos de su cuerpo mientras avanzaban.

La enfermera no tardó en devolverle una pequeña sonrisa triste, en un pobre intento de ofrecerle un poco de consuelo a su paciente mientras fortalecía su agarre sobre su cuerpo maltratado para evitar que cayera.

Con dificultad, Nick pudo contener el asco que lo recorrió al ver la cabeza de un Bakugan con forma de insecto para no mostrar signos de debilidad delante de sus numerosos carceleros, cerrando los ojos e ignorando el olor fétido que desprendían las partes de los cadáveres fuera de cápsulas.

A sus ojos, varios científicos gundalianos tomaban muestras de las partes arrancadas violentamente de los Bakugan para análisis. Era una imagen horrible, más aún cuando comenzaron a tomar muestras de sangre de la cabeza que los había recibido, pero logró mantener la compostura a pesar del sentimiento de repulsión que recorrió su cuerpo.

Por desgracia, Julie no tuvo el mismo éxito que Nick cuando accedió al laboratorio.

–Les sugiero que no vomiten, o ustedes mismos tendrán que limpiar, humanos –. Dijo el tal Stoica entre risas mientras veía con deleite como el rostro de Julie perdía color.

Claramente, nada pudo satisfacer más al gundaliano que ver cómo su amiga peliplata se estremecía con desagrado al entrar a la gran sala de investigación, tratando de combatir con las ganas de vomitar que despertaban el olor de partes de cuerpos pudriéndose y la imagen de científicos trabajando en ellos.

–Déjala en paz, Stoica. No tenemos tiempo para estas tonterías –. Interrumpió una voz familiar en el centro del laboratorio.

Rápidamente, la mirada del Peleador Darkus se movió para cruzarse directamente con los ojos serios de una neathiana ya conocida desde su última batalla en la Tierra, parada delante de un pequeño séquito de gundalianos y al lado de dos figuras ligeramente más altas que ella, y de las cuales Nick pudo reconocer específicamente a una con mucho detalle.

Son ellos –. Dijo Leónidas al ver claramente a dos de los sujetos.

Ahí estaban una vez más, el Príncipe Freidr y la neathiana traidora, los mismos que habían sido responsables de la muerte de miles de inocentes en la Tierra y la destrucción del centro de Tokio.

Ambos con una mirada llena de seriedad mientras avanzaban con lentitud hacia los terrícolas una vez más, delante de una gundaliana rubia de piel azul y vestido claro.

Instintivamente, Nick quiso abalanzarse sobre el hombre que lo había enviado en camilla al ala médica, pero las puntas de dos lanzas en su cuello le impidieron acercarse lo suficiente como para alcanzar al hombre, congelándolo en seco al sentir como dos gotas de sangre abandonaban la piel de su cuello y pintaba el acero de las hojas con un tenue rojo carmesí.

–Está bien, tranquilos, cálmense. No queremos lastimar a los prisioneros –. Dijo el príncipe a los guardias.

Una risa seca abandonó los labios del pelinegro, mostrando su sarcasmo y su molestia ante las palabras de su captor.

–Qué curioso que seas tú quien lo diga –. Escupió Nick con desagrado.

–Sé que me excedí, Nicholas. Me disculpo, no era mi intención –. Declaró Freidr con una reverencia.

–Ahórratelo, no necesitamos tus disculpas después de todo lo que hiciste –. Respondió Leónidas con enfado.

–Qué ustedes no tuvieran la fuerza suficiente para vencer es su problema. Deberían agradecer que no hicimos nada después de su derrota –. Reprochó Elena.

–¿Nada? ¿Casi matar a Nick a golpes es "nada" para ustedes? ¿Aprisionar a Alys y a su pequeña les parece "nada"? –. Defendió Julie a sus amigos.

–Están locos, tratan de demostrar que son mejores que el resto de los suyos, pero son igual de monstruosos o incluso más –. Desafió Gorem a sus enemigos.

–He visto suficientes tiranos en mi vida y puedo decir que nunca había visto gente como ustedes, que destruyen una ciudad y matan a miles de personas solo por el deseo de pelear –. Dijo Ángel mientras Wolfang gruñía a su lado.

Las expresiones de Freidr y Elena no mostraron gran emoción después de eso, ambos peleadores quedaron con rostros petrificados y manos empuñadas mientras sus compañeros los veían con aparente preocupación.

No sabía si habían logrado un daño considerable a sus enemigos, pero al menos estaban en silencio ahora y podían ahorrarse sus palabras hipócritas.

–Tranquilos, chicos. Esto no los llevará a nada –. Susurró Alys con nerviosismo a los Peleadores –. Por favor, no los provoquen.

Tenía razón, sabía que provocar a estos sujetos no los llevaría a nada, pero no podía evitar sentir que debía escupir toda la bilis que tenía acumulada hacia estos monstruos, solo ver sus caras era motivo de furia para Nick y necesitaba sentir que, por lo menos, les podía devolver un poco del dolor que ellos habían provocado en la Tierra y a su persona.

Tan siquiera hacerlos sentir algo.

De pronto, una suave risa burlona llamó la atención de los Peleadores, unas carcajadas femeninas que vinieron desde la espalda de ambos invasores y que se hizo más fuerte cuando se reveló que todas ellas provenían de la mujer con vestido claro que había visto al entrar a este laboratorio del terror.

–Incluso enfrentando una posible muerte, estos humanos conservan su valor. Sin duda sin un espécimen más interesante que los otros terrícolas –. Comentó la gundaliana rubia entre risas.

–¿Quién diablos son ustedes? –. Preguntó Leónidas con agresividad.

–Qué irrespetuosos son en la Tierra –. Comentó un Bakugan Haos en el hombro de la mujer antes de continuar –. Terrestres, ahora están en presencia de Lady Kazarina, cabeza del cuerpo de ciencias avanzadas del Castillo Real. Les sugiero que muestren respeto.

–¿Por qué deberíamos? Ustedes no son más que… –. Comenzó Nick antes de ser interrumpido con agresividad.

No supo en que momento, había ocurrido tan rápido, pero la sensación de unos fuertes nudillos estrellándose en su rostro no tardó en quemar su piel antes de terminar su respuesta. Lo único que pudo hacer antes de caer al suelo una vez más con una marca en su mejilla fue escupir un hilo de sangre que manchó el piso oscuro del laboratorio mientras Alys trataba de auxiliarlo.

Por desgracia, fue inútil, pues ni siquiera el toque gentil y las dulces palabras de la nesthiana fueron suficientes para borrar el fuerte ardor en su rostro o aplacar la dura sensación de una mano enredándose en el borde su camisa y levantándolo como si no pesara más que una pluma.

–No quiero seguir lastimándote, Nick. Eso ya te lo dije. Sin embargo, no voy a permitir que me faltes el respeto –. Declaró Freidr levantando al terrícola con una mano.

Instintivamente, Nick trató de combatir con una serie de patadas dirigidas al costado del príncipe y unos golpes al brazo con el cual lo sostenía sobre el nivel del suelo.

Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano cuando el príncipe azotó el cuerpo del peleador contra el suelo nuevamente.

–¡Déjalo! –. Exigió Leónidas antes de abalanzarse sobre el príncipe.

Lastimosamente, su compañero no llegó muy lejos cuando la mano de la tal Elena lo rodeó completamente, impidiendo su avance y siguiendo el hilo de su movimiento al retener también a Ángel y Wolfang.

–Pónganlos en el marco de retención para que podamos comenzar –. Instruyó Kazarina desde un tablero de control.

Julie y Gorem trataron de acercarse, pero los guardias los tenían retenidos en su lugar y sus palabras se perdían entre el bullicio de las risas de Stoica y los guardias mientras el príncipe retenía a Nick en el suelo con facilidad.

–¿Crees que soy un monstruo? ¿De verdad piensas eso de mí? –. Cuestionó Freidr al terrícola como si en verdad estuviera ofendido.

–¿Se supone que piense algo distinto? Después de todo lo que hicieron, ¿qué crees que son? –. Respondió Nick con dificultad.

–Tú no sabes cómo luce un auténtico monstruo, Nick, y ese es el problema. Crees saberlo todo de mí, crees estar en lo correcto, pero no tienes idea –. Respondió el príncipe alzando una vez más peleador a la vista de todos.

–Alteza, por favor, le suplico que lo deje –. Pidió Alys al gundaliano con Julie detrás.

–Crees conocerme, crees saber por qué actúo, pero no tienes ni la más remota idea –. Continuó el príncipe con rabia, ignorando a la enfermera y pasando su agarre al cuello del humano.

Los dedos del gundaliano no tardaron en envolver con fuerza el cuello de Nick, privándolo de aire y obligándolo a atacar con más velocidad en un desesperado intento por liberarse, pero era inútil. Freidr lo superaba en todos los aspectos y ningún ataque parecía inmutarlo, ningún golpe o patada lograba afectarlo verdaderamente.

¿Esta era la verdadera personalidad del príncipe? Hasta ahora, siempre había dado una imagen diferente, siempre había transmitido la sensación de ser un sujeto más calculador y con un gran control de sí mismo. Mirando la furia y el salvajismo que decoraban sus ojos felinos, Nick pudo ver como esa impresión se desvanecía para dar pie a una expresión animal, como un depredador hambriento e iracundo.

–¡Déjalo ya! –. Gritó Julie con miedo.

–¡Alteza, por favor, le pido que lo suelte! –. Pidió Alys con la voz más alta que pudo, batallando con los sonidos de las risas de Stoica y los guardias.

No escuchó, continuando sujetando el cuello del peleador a la vista de todo este público. Parecía dispuesto a acabar con él, a terminar con lo que había comenzado antes y finalizar a su rehén con un último movimiento.

Tuvo suerte, pues la mano aparentemente gentil de su subordinada llegó al hombro del gundaliano antes de que éste pudiera terminar con la vida del terrícola.

–Tranquilo, querido. Recuerda que lo necesitamos –. Murmuró la neathiana de cabello claro lo suficientemente bajo como para que nadie más pudiera oírlo.

De algún modo, las palabras de la chica parecieron calar en el temperamento del príncipe, impidiendo que éste acabara con su prisionero de una vez por todas.

El fuerte agarre de Freidr se soltó del cuello del terrícola, dejando que el aire entrara una vez más por la nariz y la boca del pelinegro, que solo pudo toser con dificultad mientras su enfermera y su amiga trataban de atenderlo.

–Tranquilo, Nick. Cálmate, trata de respirar –. Aconsejó Alys mientras ayudaba al peleador a sentarse y miraba con furia a los presentes –. ¡Es por esto que no podemos comenzar el proceso con el terrícola! ¡No puede estar un minuto de pie sin que alguien comience a golpearlo!

–Él fue quien se buscó este castigo. Para ser tan inteligente, puede ser muy estúpido –. Respondió Elena con severidad.

–Esa no es excusa. No pueden esperar que reaccione de buena manera a estas tonterías si lo único que hacen es lastimarlo –. Respondió Alys con fuerza en su voz.

–¡ENFERMERA!

El fuerte grito de Freidr llamó la atención de todos los presentes en la sala, callando cualquier risa o comentario burlón que los gundalianos pudieran realizar con la fuerza de tal rugido.

Por lo que parecía, ni Baltasar ni Yamui se encontraban con sus compañeros, pero eso no le quitaba imponencia al príncipe, ni tampoco autoridad. A pesar de la naturaleza de su reacción violenta, el hombre aún se encontraba a la cabeza del control y no parecía haber nadie capaz de bajarlo de ahí, ni siquiera los subordinados de su emperador.

Al escuchar la fuerza del grito del príncipe, dirigido completamente a ella, Alys se encogió con temor mientras combatía el impulso de masajear sus oídos, pues estaba obligada a someterse de forma respetuosa y sumisa ante su príncipe.

–¡Le asigné la tarea de cuidar al terrícola, no de cuestionarme! –. Continuó Freidr entre gritos.

–¡Eso lo entiendo, señor, pero no puedo hacer mi trabajo si usted sigue…!

Quiso decir algo más, pero no pudo, el dorso de la mano del príncipe se estrelló con fuerza en una de las mejillas de Alys, tirándola al suelo con violencia y callando cualquier objeción que ésta pudiera tener con el sonido de la mano escamosa azotando la tersa piel grisácea.

–¡Ni una palabra más, Alyssandria! ¡No quiero oírla!

Esta vez, Stoica se vio complacido con las acciones de su príncipe, pues no tardó en mostrar una gran mueca llena de alegría y satisfacción al ver a Alys estremecerse con temor mientras acariciaba su mejilla grisácea con una notoria marca rojiza en su piel.

–¡Si vuelvo a escucharla, la híbrida que protege será la siguiente!

La mirada de Alys no tardó en oscurecerse con determinación, claramente no le gustaba la idea de que su pequeña estuviera en la mira de este demonio, pero no podía hacer nada al respecto. Mirándolo claramente a los ojos, la enfermera solo asintió con fuerza en su mirada mientras se recomponía una vez más.

Julie trató de levantarse para hacer algo, lo que fuera con tal de ayudar a su nueva amiga, pero le fue imposible cuando la mano de Nick la detuvo con gentileza, mientras le pedía con la mirada que no empeorara la situación. No como él mismo ya lo había hecho.

Con un bufido de frustración, su amiga hizo caso mientras trataba de ayudar a Nick a levantarse nuevamente, antes de que Alys regresara para ayudarlos una vez más.

–Si ya terminamos con estas tonterías, podemos comenzar –. Dijo Kazarina presionando una última combinación en su tablero.

De pronto, a unos pocos metros de la posición de la gundaliana, una especie de marco circular se enderezó mirando hacia la operadora de la máquina mientras unos seguros en forma de grilletes en ángulo diagonal se abrían.

Poco después, un tubo de tamaño mediano salió del suelo entre Kazarina y el marco metálico, dejando ver lo que parecía ser una especie de garra metálica en la punta, de un tamaño asombrosamente pequeño.

–El emperador dejó en claro que Takahashi y su Bakugan tienen prioridad, así que comenzaremos con ellos. Comiencen por asegurarlos en los arcos –. Dijo la mujer mirando a los guardias liderados por Stoica.

Con una sonrisa burlona imborrable de su rostro, el general se acercó con sus hombres y bastó con el esfuerzo de unos pocos para apartar a las chicas del pelinegro mientras el pelinaranja y el resto arrastraban a Nick hasta el sitio indicado.

Con fuerza, los seguros se cerraron una vez más alrededor de las muñecas y las piernas del peleador, lo suficientemente ajustadas como para que Nick no pudiera pensar en moverse si quiera. Para este punto, Leónidas ya reposaba firme entre las garras metálicas del poste que se encontraba al frente de su compañero.

–¿Qué es esto? ¿Qué creen que hacen? –. Dijo Leónidas tratando de moverse sin éxito.

–Será mejor que se mantengan quietos. Este equipo está específicamente diseñado para contener neathianos, les será imposible moverse estando contenidos aquí –. Informó la gundaliana acercándose a los Peleadores.

Delante de ellos, Nick y Leónidas pudieron ver con incertidumbre como los orbes felinos amarillentos de la científica adquirieron un intenso brillo que tornó sus orbes de un llamativo color dorado.

Inquieto, Nick trató de moverse con incomodidad, pero le fue imposible cuando los grilletes en sus extremidades se ajustaron con fuerza.

Paralizado en su sitio por obra de estas restricciones, Nick solo pudo devolverle la mirada a Kazarina mientras veía como, entre ellos, Leónidas maldecía con frustración y trataba de liberarse del fuerte agarre de la máquina que lo retenía.

–¿Saben cómo funciona la hipnosis, terrestres?

–No creo en ella fuera de las batallas –. Respondió Nick a la gundaliana.

–Deberías, humano. Descubrirán que, en Gundalia, hemos perfeccionado la práctica a niveles insospechados por tu especie –. Respondió la mujer.

–¡Basta de tonterías, mujer! ¡Si no van a hacer nada, suéltennos ahora! –. Exigió Leónidas.

–Son muy impacientes –. Expresó Kazarina con una risa burlona –. Les garantizo que el proceso los sorprenderá durante el tiempo que estén encerrados en el fondo de sus mentes.

De pronto, el estrés de los últimos acontecimientos comenzó a aminorar en el cuerpo del terrícola, debilitando sus fuerzas y su volumen de luchar. No sabía que estaba pasando, pero no estaba bien. Su fuerza estaba disminuyendo y su cuerpo perdía poder en sus movimientos.

Delante, Leónidas había terminado de maldecir a sus enemigos y moverse con insistencia, optando por mantenerse estático mientras las palabras morían en su boca.

Era extraño, era como si el sueño se estuviera apoderando de ellos.

–¿Pueden sentirlo? ¿Están cansados? No luchen, solo déjense llevar. Es como quedarse dormido –. Expresó la voz de la científica con suavidad.

Sus párpados se volvieron pesados, sus movimientos débiles y su cabeza no tardó mucho en caer con los ojos cerrados.

–Permítannos entrar. Los prometo que no va a doler, solo tienen que darnos el acceso.

Sus palabras de algún modo, salían como una canción de cuna, una suave melodía ajena a la voz cruel y sádica que habían escuchado hace poco.

No tenía sentido, nada de esto, pero no logró reunir la fuerza para resistirse más tiempo. Y parte de Nick estaba seguro de que Leónidas estaba en las mismas condiciones.

No pudo ver nada más al cerrarse sus ojos, le fue imposible escuchar las palabras de los presentes, amigos o enemigos, ni siquiera pudo captar más olores al caer su cabeza con pesadez. En toda su confusión, lo único que Nick pudo asentir, antes de dejarse llevar por un extraño sueño y cansancio inducido, fue la sensación de lo que parecían ser unos cables pegándose en su cabeza con suavidad.


Se estaba hundiendo, podía sentirlo, un material viscoso abrazaba su cuerpo de la cintura para abajo y parecía consumirlo poco a poco, con cada segundo que pasaba. Debería sentirse como arena movediza, pero era un poco más grueso, ligeramente más lento, pero mucho más fuerte.

Sus ojos estaban cerrados aún por el cansancio, sus brazos estaban enterrados en este material y Nick no se sentía capaz de liberarlos, pues cada pequeño movimiento que hacía solo incrementaba la presión que se estaba ejerciendo alrededor de su cuerpo.

Se sentía vulnerable y sus párpados pesaban, no podía sentir sus piernas ya enterradas en este extraño material y aún se encontraba agotado por lo que sea que los científicos hubieran hecho. Apenas podía estremecerse, apenas podía captar algún olor.

Lo único que podía hacer era escuchar las voces de sus compañeros.

–¡Nick, despierta!

–¡No es momento para estas tonterías, humano! ¡Te necesitamos consciente!

Quería hacerlo, pero no podía. La verdad es que se sentía desorientado, confundido y con un dolor de cabeza que estremecía su cerebro. Trataba de luchar, pero la sensación de este terreno abrazando su cuerpo le decía que no lo hiciera.

Lo único que logró llamar su atención dentro de este extraño abismo fue el sonido de unos tacones golpeando la dura tierra que debía estar delante de él, acompañados por una suave risa burlona que podía reconocer con claridad.

Agotado por los esfuerzos de los gundalianos sobre su persona, Nick solo pudo abrir suavemente los ojos para tratar de identificar a la temida amenaza que se burlaba de él.

Y la pudo ver con éxito, la misma mujer que había provocado esto y lo mantenía encerrado en esta extraña ilusión.

Kazarina.

–Debo decir que nunca habíamos usado antes el equipo de manipulación mental avanzado. Son los primeros en experimentar la efectividad de sus usos, terrestres –. Comentó la mujer de piel azul con las manos detrás de la espalda –. Deberían sentirse honrados.

–¿Honrados? ¿Por ser unos perros iguales a ti? –. Dijo Vladitor con altivez.

Dando un vistazo, Nick pudo ver como sus amigos estaban en una situación igual a la suya. Por desgracia, al igual que él, Vladitor y Leónidas se encontraban atascados a unos pocos pasos detrás de Nick, hundiéndose poco a poco en su misma posición.

Pero eso no era lo más impresionante, no tanto como los alrededores de su ubicación. Estaban en Tokio nuevamente, pero no era como Nick recordaba la ciudad, los edificios se notaban viejos y deteriorados por el pasar del tiempo.

Al igual que la pintura de las grandes construcciones, las calles que decoraban los suelos estaban viejas y agujereadas, reemplazadas ligeramente por gruesas capas de polvo y ceniza blanca.

Los pocos autos que se encontraban a la vista estaban viejos y en posiciones indebidas para máquinas así, algunos de cabeza, otros de lado. Les faltaban puertas y cobertores, los mecanismos internos estaban destrozados y quemados, les faltaba aire a los neumáticos y la pintura opaca de los vehículos estaba siendo reemplazada por rastros aleatorios de una sustancia marrón seca.

El cielo estaba oscuro, acompañado por grandes nubes tormentosas y una fuerte tormenta agitándose en su interior, provocando en el proceso una suave lluvia que caía por los alrededores y llenaba los agujeros del terreno con agua, creando charcos de tamaño considerable.

Era un páramo lleno de desolación y desesperanza por sí mismo, pero nada lo reflejaba también como la imagen de cientos de cadáveres putrefactos de diversos tipos de Bakugan en los alrededores, sobresaliendo entre los escombros y llenando el sitio con olor fétido.

Se notaba una descomposición avanzada, la piel de muchos no era más que un recuerdo y los huesos se encontraban una clara exhibición mientras el agua de lluvia se filtraba en el interior de estos cuerpos demacrados por el paso del tiempo.

Todos ellos mirando al suelo de concreto, que amenazaba con hundir a Nick y a los Bakugan en el fondo de este lugar.

Al escuchar la respuesta de su antiguo némesis, Kazarina mostró una enorme sonrisa felina.

–Lord Vladitor, he escuchado mucho sobre usted y su leyenda. Es todo un honor estar ante al antiguo Señor de los Bakugan, aunque debo reconocer que no es tan impresionante como lo retratan los historiadores –. Respondió la mujer sin temor ante el Bakugan.

–No tengo idea de quiénes son. No me trates como si me conocieras, maldita gundaliana.

–Pero sí lo hago. La leyenda del Señor de los Bakugan caído es una historia muy reconocida de donde vengo –. Respondió la mujer rubia con los brazos cruzados –. Viajó a Vestroia con intenciones de conquista, pero fue derrotado y enviado a una dimensión remota para morir. Debió perecer, pero sobrevivió de algún modo.

–¡Suficiente, gundaliana! ¡Dinos donde estamos y qué rayos es este lugar! –. Exigió Leónidas irritado.

–¿No reconocen su propio subconsciente, terrestres?

¿Cómo? ¿Acaso habían escuchado bien? No, no podía ser. No debía ser posible. La tecnología para acceder a la mente de otra persona no era más que una fantasía aún, no debería ser posibles, ¿o sí?

No, esto tenía que ser una pesadilla. Este sitio no podía ser subconsciente, ¿verdad?

–Según el reporte, eres una mente brillante. Así que no te veas tan sorprendido, humano –. Dijo la gundaliana con indiferencia –. En estos momentos, estamos transmitiendo grandes frecuencias de ondas deltas que relajaran sus mentes lo suficiente como para dormir su voluntad y obligarlos a obedecer nuestras directrices.

Alarmado, Nick trató de revolverse en un desesperado intento por liberarse de sus ataduras, pero en concreto a su alrededor solo se volvió más estrecho alrededor de su cuerpo, sujetándolo con fuerza y obligándolo a mantenerse estático.

–No tiene sentido que te esfuerces, terrícola. Ya he visto esto antes, no eres el primero que tiene esta representación en su mente. En cuanto se hayan hundido, no serán más que pasajeros –. Explicó Kazarina con los brazos cruzados.

–¿¡Por qué hacen esto!? –. Rugió Leónidas tratando de liberarse sin éxito.

Con dificultad, el máximo logro que el gran dragón acorazado podía lograr estando enterrado en este suelo, era agrietar ligeramente el piso que los consumía.

Seguro no era los resultados que deseaban, pero al menos tenía más éxito que Nick y Vladitor, que ni siquiera podían moverse con la misma libertad que su amigo alado.

–No hay misterio alguno, terrestres. Buscamos la supremacía de Gundalia, lo que todo el mundo quiere –. Respondió la gundaliana arqueando una ceja –. Estoy bastante segura de que la humanidad haría exactamente lo mismo si supieran del gran poder que reside en Neathia.

–¡Mentira! ¡La princesa neathiana nos dijo la verdad! ¡Hacen esto por el egoísmo de su emperador, no tiene nada que ver con su pueblo! –. Respondió Vladitor tratando de moverse.

–De todos nosotros, usted es el que menos derecho tiene a criticarnos, Vladitor. Realmente, somos más parecidos de lo que le gustaría admitir.

–Vladitor cometió errores, ni está libre de culpas. Pero al menos él cambio y sabe porque luchar, no por ambición ciega o lealtad a un sujeto como Barodius –. Escupió Nick con desagrado a la mujer.

–Qué curioso que sea un humano quien critique nuestra ambición –. Se burló la científica de piel azul con un gesto –. De todas las razas que existen en el universo, ninguna es tan violenta o ambiciosa como las nuestras. Cree lo que quieras, Takahashi, pero no somos tan diferentes como te gusta pensar.

Irritado, Nick hizo un último esfuerzo combativo por librarse de las cadenas mentales que lo retenían, pero fue inútil. Frustrado, el peleador solo pudo ver con impotencia como el suelo a su alrededor se ajustaba a su cuerpo mientras emitía un gruñido lleno de frustración.

–Deberías estar agradecido, humano –. Comentó Kazarina con los brazos cruzados.

–¿Qué quieres decir? –. Expresó el pelinegro confundido.

–En cuanto el proceso haya finalizado y no sean más que unos perros esperando órdenes de sus amos, los enviarán a Neathia a deshacerse de los Peleadores Bakugan y abrir el camino para que el emperador tome el Orbe Sagrado.

–¡No vamos a servirles! –. Declaró Vladitor con fuerza.

–Esa no es su decisión, así como tampoco va a ser su decisión volver a la Tierra y hacer pedazos ese mundo por interferir en nuestros planes.

Seguido de sus palabras y delante de los ojos horrorizados del peleador, Kazarina se acercó lo suficiente como para que la punta de sus tacones quedará mirando directamente a los ojos oscuros del humano.

Con una gran sonrisa, la mujer se agachó lo suficiente como para poder posar su mano en la barbilla del pelinegro y obligarlo a levantar la mirada.

–A partir de hoy, no son nada más que nuestros sirvientes. Su voluntad, su talento y todo su poder nos pertenece.

Sus palabras salieron como un susurro lleno de deleite en los oídos de Nick, el cual trató de luchar impotente una vez más, pero obtuvo los mismos resultados, librando una batalla por un dominio perdido desde el momento en que fue arrastrado a Gundalia.

Furia y temor, pánico y desesperación, fueron la mezcla de emociones que abordó la mirada del pelinegro mientras se agitaba, pero solo seguía hundiéndose en la tierra.

A sus lados, Vladitor y Leónidas trataban de liberarse, pero ninguno lograba el éxito deseado en sus esfuerzos.

Víctima de la ira y la adrenalina que corría por su cuerpo, Leónidas comenzó a emanar un aura de energía oscura alrededor de la totalidad de su cuerpo visible, creando nuevas grietas en el terreno al compás de sus atronadores rugidos llenos de frustración.

Ninguno de sus esfuerzos lograba los resultados deseados, ninguna de sus habilidades los había salvado de sufrir esta condena y solo podían esperar que sus amigos fueran capaces de detener la bomba que Gundalia iba a lanzar sobre el universo.

Perdidos en un valle desconocido, lleno de oscuridad y desolación, de desesperanza y muerte, la única sensación vivida que pudieron sentir de forma genuina en este páramo de muerte fue una ráfaga de viento helado.

Perdidos entre las sombras de su propio infierno, no pudieron escuchar nada más que una voz profunda y susurrante.

Él no te pertenece.

Naufragando en un océano de miedo y tinieblas, fueron testigos de cómo estos cielos tormentosos, tan negros como el alma de sus enemigos, se agitaban con violencia, borrando las nubes con lo que pareció ser un fuerte soplido.

Ante ojos asombrados y llenos de terror, el espíritu combativo de estos Peleadores Bakugan se desvaneció al dirigir su atención a los cielos y ver, cara a cara, al mismo demonio que acechaba en sus pesadillas, recitando las mismas palabras una y otra vez; al mismo tiempo que el aire helado que salía de su boca carente de labios movía suavemente la piel muerta que colgaba de los huesos de su cráneo.

–Él no obedecerá a nadie más.

Asustado ante lo que sus ojos veían y su pequeña mente no podía comprender, Nick solo pudo tratar de cerrar los ojos e ignorar los lamentos y súplicas de ayuda de los individuos que rodearon la cabeza de aquel demonio, rotos en llanto por la naturaleza fatídica de su destino.

Perdidos en este abismo de tinieblas infinitas, el único consuelo que un frágil humano pudo hallar ante aquellos penetrantes ojos esmeralda llameantes, fue el hecho de que la persona responsable de esto también estaba aterrorizada.

–¿¡Qué es esa cosa!? –. Gritó la gundaliana asustada.

–¡Tenemos que salir de aquí! ¡YA! –. Exclamó Vladitor con preocupación.

Tenía razón, sabía que era así, pero su cuerpo no respondía. Por más que su cerebro tratara de recordárselo una y otra vez, que debían correr, nada consiguió hacer que su cuerpo reaccionara. Perdido en su propio miedo e impotencia, Nick Takahashi solo pudo congelarse de miedo en su sitio, viendo fijamente como este monstruo consumía las nubes y alteraba el curso del viento con cada palabra pronunciada por su boca falta de labios, pero llena por afilados dientes filosos y desgastados.

–Su destino no está en tus manos, mortal.

Seguido de sus palabras, Nick vio con temor como las llamas en los ojos vacíos de la criatura adquirían un brillo más intenso y se avivaban con más fuerza en el núcleo de sus cuencas huecas.

De pronto, grandes estelas energía oscura se formaron en los suelos, todas ellas recorriendo el mismo camino por las calles, todas ellas marcando el mismo destino.

Todas ellas apuntando a Leónidas, alimentando de forma rápida el aura de energía que rodeaba al Bakugan Darkus.

–¿¡Qué está pasando, Leo!? ¡Háblame, amigo! –. Llamó Nick a su compañero, encontrando finalmente su voz.

Si Leónidas respondió, Nick no pudo escucharlo. Las fuertes corrientes de viento, el sonido de la lluvia cayendo, los rugidos del mismo Leónidas y las palabras de la criatura en los cielos obstaculizaban la pobre audición que pudiera tener el Bakugan Darkus.

En su lugar, lo único que Leónidas pudo hacer en medio de su ataque de ira y poderío fue abrir los ojos entre rugidos, mostrando fugazmente sus orbes rojizos brillantes antes de que éstos se vieran envueltos en una poderosa llama verde que cubrió las pupilas del dragón al mismo tiempo que sus rugidos aumentaban su fuerza, iluminando de forma tenue el interior de su boca con llamas negras y blancas.

Carentes de una respuesta por parte de su amigo, Nick y Vladitor solo pudieron ver como Leónidas comenzó a agitarse de forma errática, batallando con el concreto que lo retenía y agrietando el suelo al compás de sus movimientos, todo mientras una intensa llamarada de fuego negro salía disparada de entre sus fauces hacia el cielo.

–Juegas con fuerzas que no comprendes y eso te resultará caro.

Aislados en un abismo de pánico, Nick pudo ver con claridad como las facciones de Kazarina se torcían en una clara mueca de temor, delatando los pensamientos llenos de oscuro terror que debían estar rondando su mente a gran velocidad, dejándola pasmada en su lugar.

–¿Qué… rayos… eres?

–Soy aquello que nunca debiste desafiar, mortal.

La respuesta de la entidad en el cielo no se hizo esperar, mostrando una oscura alegría al pronunciar cada palabra conteniendo un aterrador deleite al ver como sus respuestas dejaban pasmados a aquellos que debían verlo desde el suelo, diminutos e inútiles ante su gran poder.

–¡No te quedes ahí, sácanos ahora! –. Exigió Vladitor a la científica.

Sin embargo, no hubo respuesta alguna por parte de la mujer. En su lugar, lo único que recibieron sus peticiones llenas de miedo y preocupación fue el sonido de frías y oscuras palabras, pronunciadas con la carga de un morboso disfrute detrás de una gran cortina puesta a un lado.

En su lugar, lo único recibieron fue el permiso de la muerte para comenzar el caos.

–¡De pie, hijo mío! ¡Muéstrale a esta mortal lo que pasa cuando desafías al hijo de un dios verdadero!

Seguido de sus palabras, llenas de una carga de emociones negativas que quedó marcada en la memoria del peleador que solo podía ver con miedo el desarrollo de los acontecimientos, un último rugido salió de lo más hondo del gran dragón oscuro.

Bastó con un movimiento de sus grandes alas y brazos aprisionados en el concreto de este lugar para que todas las restricciones que contenían sus cuerpos se vieran devastadas por el gran poder que rodeaba a Leónidas, soltando a sus compañeros y dejando ver su gran cuerpo bañado en llamas negras, un aura de energía completamente oscura que solo dejaba ver dos destellos de verde perdidos en la magnificencia de este gran poder.

–¡Leónidas, ya basta! ¿¡Qué te está sucediendo!? –. Llamó Nick a su compañero, tratando de acercarse.

Por desgracia para el terrícola, sus intentos fueron inútiles. A pesar de sus esfuerzos por contactar con su compañero, Nick solo pudo ver con una mezcla de preocupación y horror como Leónidas batía sus alas en una feroz secuencia de movimientos que lo elevaron al nivel del cielo, creando una imagen aterradora.

Leónidas, aquel feroz guerrero y protector de la Tierra, se posicionaba delante de la gran entidad que parecía controlarlo.

–¡Acábalos! ¡No tengas piedad, hijo mío!

Perdido en un arrebato salvaje y falto de todo rastro de control, Leónidas creó una poderosa explosión de energía completamente negra antes de liberar un poderoso rayo del mismo color hacia el nivel de los cielos.

Una secuencia de destrucción se formó a sus alrededores, una serie de diferentes explosiones ennegrecidas pintó el gris de los edificios demacrados y devastó todo lo que se encontraba a sus alrededores, llamando al caos y a la destrucción que consumió cada grito que Nick pudo emitir para recuperar a su compañero.

–¡Leónidas, ya basta! ¡Es suficiente! ¡LEÓNIDAS!

A pesar de la fuerza con la que eran emitidos, ni siquiera los llamados del mismo Vladitor lograron alcanzar a su compañero, que se mantenía en el aire, creando grandes rastros de llamas en este páramo.

Llamaron, gritaron, repletos de estupor y un temor impropio de guerreros con el bagaje que Nick y Vladitor poseían, pero ninguno logró llegar a su amigo. Ninguna de sus palabras logró tener un efecto en él, nada parecía llegar a Leónidas, nada más que…

Qué ese demonio en los cielos.

Aquel que se reía sin control, aquel que los veía desde las alturas, aquel que paralizaba los movimientos de Nick y congelaban su determinación con miedo e intimidación.

Si Nick Takahashi llegó a reunir la voluntad para encarar al sujeto que los estaba mirando como a unos seres inferiores, dignos solo de ser pisoteados por él, ésta no tardó en caerse a pedazos. Todo producto del pánico que lo mantenía estático y que provenía de la mirada fija que tal monstruo les dirigía.

–Este es mi reino y solo yo decido que pasa en él. Nadie más tiene el poder para controlarlo. Nadie más tiene derecho aquí.

Sumergidos en un océano de miedo y con el agua de sus propias emociones abrazando con fuerza la sombra de su determinación hecha pedazos, los pobres mortales que tenían el atrevimiento de devolverle la mirada al dios que tenían delante solo pudieron temer.

Cómo pudo, Vladitor se puso en guardia, listo para combatir contra lo que fuera mientras pedía a Nick que reaccionara. Pero, al igual que la gundaliana que había caído al suelo por los temblores causados por la avasalladora fuerza del dragón oscuro, Nick solo pudo quedarse pasmado mientras una emoción muy familiar para él se plasmaba en su rostro.

Nick Takahashi siempre había tratado de esconderla detrás de su valentía, detrás de su voluntad para hacer lo correcto y enfrentar al enemigo sin importar quien fuera. Pero siempre obtenía el mismo resultado cuando se trataba de enfrentar al morador de sus peores pesadillas. De algún modo, siempre terminaba con la misma emoción marcada en su rostro.

Miedo.

Quería gritar, pero no encontraba su voz. Quería correr, pero el temblor en sus piernas no se lo permitía. Quería que luchar, pero el terror que apuñalaba su corazón no lo dejaba si quiera ponerse de pie.

En algún momento de esta tortura, en la que había sido obligado a ver cómo su compañero se convertía en un arma de destrucción masiva, Nick había caído al suelo de rodillas mientras observaba con horror como su entorno era destruido por su propio compañero y el cántico de miles de explosiones era acompañado por el coro de millones y millones de gritos de pánico y dolor.

Reducido a nada más que una sombra de quién realmente era, quien debía ser, Nick Takahashi solo pudo caer de rodillas al suelo, mirando con un ahogado silencio como el rayo de su compañero se dirigía hacia ellos.

Todo bajo la atenta mirada burlona del monstruo que lo torturaba en sus sueños, el mismo demonio que le había arrebatado a su compañero.

Todo, mientras una voz extraña, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, pronunciaba suaves palabras en su mente perdida y distorsionada en la confusión y el miedo de entender que ni siquiera su mente era suya.

–Esto es lo que hace, y debemos detenerlo. Nadie más puede, Nicholas, solo nosotros. No dejes que te quite a Leónidas.


Gundalia, Castillo Real

Laboratorio

Aturdido, Nick despertó contenido por los mismos grilletes en los que había sido asegurado con un fuerte grito de dolor miedo al mismo tiempo que los cables en su cabeza caían producto de su errático despertar.

A sus alrededores, el peleador apenas pudo ver con asombro como pantallas alrededor de sus restricciones solo podían mostrar estática antes de apagarse rápidamente con una nube de humo detrás de sí.

Los presentes reaccionaron con miedo ante su arrebato, y especial asombro al ver como la loca de Kazarina se derrumbaba en el suelo con un estridente grito de miedo y respiraciones agitadas.

Aprisionado por la garra que contenía su cuerpo cansado después de ser poseído por el fantasma de su ira pasada, Leónidas solo pudo ver con preocupación como Alyssandria y Julie corrían a Nick, tratando de liberar al peleador de sus seguros sin éxito mientras sus Bakugan se acercaban a su posición.

–Mi amor, ¿qué pasó? ¿Qué fue todo eso? ¿Te sientes bien? –. Comenzó Ángel angustiada.

Quiso responderle, pero las palabras murieron en el momento en que trataron de ser pronunciadas, limitándose a ser consumidas entre una cortina de confusión ante todo lo que acababa de ver.

De algún modo, había estado consciente durante el arrebato en su subconsciente compartido, pero se había visto obligado a ver toda esa masacre desde el asiento del pasajero mientras alguien más controlaba sus acciones.

No era la primera vez que no tenía control sobre su propio cuerpo. A veces, permitía que Vladitor tomara el control para que sintiera lo que era estar realmente vivo por un rato si quiera, pero esto había sido completamente diferente.

Había sufrido, mental y emocionalmente, mientras veía como su cuerpo era usado para traer muerte y destrucción, y lo que era todavía peor, para lastimar a Nick en el proceso. Una mancha que no podría borrar de sus recuerdos.

Podía ser una nueva pesadilla, otra que se sumaba a la lista desde el momento en que se había fusionado con Vladitor, pero ésta había sido mucho más real. No podía explicar a ciencia cierta que había pasado y temía entenderlo si quiera.

Esa ira, ese deseo de lucha, era algo que no había sentido ni siquiera en sus primeros días en la Tierra.

–Yo… no lo sé… –. Admitió Leónidas con dificultad a su pareja.

Asustada, pero siempre dispuesta a ser la roca que su dragón necesitara, Ángel se apoyó suavemente sobre él mientras Wolf imitaba sus acciones, pasando su cabecita por un costado del Bakugan Darkus mientras emitía sonidos tristes.

–Tranquilo, Leónidas. Cálmate y trata de darle sentido a lo que viste –. Aconsejó Gorem con tono calmo, en un intento de relajar a su amigo.

Aunque sonaba razonable, Leónidas ni siquiera estaba seguro de querer entender todo lo que había visto en su mente. La sola idea de querer afrontar todo lo que había experimentado mientras era controlado por fuerzas ajenas a sí mismo había sido más aterradora que todos los enemigos a los que habían combatido antes.

Al final, el único que parecía tranquilo y medianamente consciente de la naturaleza de los últimos hechos acontecidos era el príncipe que veía con asombro y un poco de rechazo la reacción agitada de Nick, que aún se revolvía en su lugar con pánico, balbuceando incoherencias faltas de sentido.

Desde un costado de la sala, acompañado por la neathiana traidora que siempre estaba con él, Freidr se mantuvo callado unos pocos segundos antes de hablar nuevamente con el tono más frío y profesional que pudo.

–Guardias, liberen a los terrestres y llévenlos de vuelta al ala médica –. Ordenó el príncipe dándose la vuelta para ver a aquellos a los que se dirigía –. También lleven a la Dama Kazarina a los cuartos especiales para que se recupere, debe estar en shock.

–¡No, no lo hagan! –. Dijo rápidamente la mujer rubia a los soldados.

–Doctora, a pesar de sus diferencias con el príncipe, tiene que aceptar que ya no se encuentra en las apropiadas condiciones para realizar su trabajo por hoy –. Argumentó Elena con tono civilizado a la mujer.

–El emperador ordenó realizar unas pruebas al Bakugan del terrícola antes de terminar aquí. Sin importar los resultados, debo terminar esa parte del trabajo –. Respondió la mujer levantándose con dificultad del suelo, siendo auxiliada por un par de guardias.

–Kazarina, por favor, mire lo que pasó por intentar meterse con el Bakugan del humano. Su equipo está descompuesto, usted claramente no está en condiciones de seguir por hoy. Estoy seguro de que el emperador valora su dedicación, pero también debe valorar su capacidad para discernir cuando puede seguir o no –. Contestó Freidr una vez más.

–No voy a fallarle al emperador –. Declaró la gundaliana rubia sosteniendo su cabeza adolorida antes de mirar a los guardias –. Preparen el laboratorio de estudio Bakugan, extraeremos unas muestras y daremos los resultados al emperador mañana por la mañana.

–Doctora, le pedimos que reconsidere… –. Pidió la neathiana antes de ser interrumpida.

–Ya dije que no. Si tienen alguna queja sobre la forma en que hago mi trabajo, pueden llevarla con el emperador para que él mismo pueda decirles que cierren la boca personalmente –. Concluyó Kazarina, alejándose con pasos temblorosos hacia la puerta.

–¿Está segura de lo que hace? –. Cuestionó Elena por una última vez a la científica.

En respuesta a su pregunta, Kazarina se giró con dificultad para dedicar una mirada llena de desagrado al príncipe y a su acompañante antes de hablar nuevamente.

–Ustedes saben lo que vi, ¿no es cierto? No estarían tan preocupados por lo que le hiciéramos a los humanos si no lo supieran –. Declaró la mujer de piel azul con resentimiento en su voz –. Será mejor que le digan al emperador todo lo que saben de este Bakugan, Alteza –. Concluyó la mujer con falso respeto hacia el príncipe.

Combatir con el cansancio era difícil. Si Freidr dijo algo en respuesta a una falta escondida de respeto a su persona, no dijo nada o no le interesó lo suficiente como para decir algo.

Sabían que su captor tenía más conocimientos de su situación que nadie, pero era enigmático y no respondía a las preguntas que tenían. Aparecía con el claro saber de su situación y solo respondía a las cuestiones con más enigmas.

Lo último que Leónidas pudo ver antes de que su visión comenzara a distorsionarse por el cansancio que se apoderaba de él, fue la visión del príncipe acercándose una vez más a Alys para darle una última indicación para el día.

–Llévalos de vuelta a su habitación y asegúrate de que nadie más que mi gente pueda entrar, ¿entendido? Lleva a tu niña, tienes permiso para responder con fuerza letal si intentan llevarse al humano.

–Alteza, si Kazarina lleva con órdenes del emperador, yo no puedo…

–Si quiere mantener la otra mejilla intacta, enfermera, guarde silencio y haga lo que le digo. Yo me encargo del resto, ¿entendido? No me importa lo que diga Barodius, usted me sirve a mí y a nadie más.

–Entendido, señor –. Asintió la neathiana pelinegra sosteniendo su mejilla marcada.

–Y otra cosa, enfermera –. Detuvo el príncipe a su última subordinada.

–¿Sí, señor?

–Asegúrese de que lea el cuaderno de anotaciones.

No supo si Alys respondió algo más, pero solo pudo esperar que se mantuviera callada y no provocara nuevamente la ira de su amo.

Era triste, ver a una antigua peleadora con tanta calidez y voluntad reducida a una sirvienta silenciosa con tal de garantizar la protección de su pequeña.

Cada vez era más difícil decir que estaba pasando en su totalidad, y Leónidas solo pudo sentir con dificultad el momento en que uno de los guardias lo envolvió en su mano y lo alejó de su familia.

Desorientado por todo lo acontecido, Leo no tuvo la fuerza para maldecir al hombre y tratar de combatir. La verdad es que apenas tuvo la fuerza para hacer una sola cosa.

–Nick, ¿estás bien? ¿Puedes oírme, compañero?

No hubo respuesta por parte del peleador, no hubo nada más que el tímido sonido de un aliento ahogado y un llanto reprimido queriendo salir.

Nick, si te lastimé, perdóname. Yo nunca te haría daño, lo sabes bien.

En medio de la incertidumbre que recorría su cuerpo y el miedo a haber provocado un gran daño en su amigo más querido, Leónidas solo pudo tratar de esconder su propio quiebre de voz mientras seguía aferrándose a la esperanza de no haber lastimado a su compañero.

Nick, si puedes oírme, lamento cualquier daño que te haya hecho.

Estaban lejos, y Leónidas ya no pudo reconocer su entorno. Así que, en su lugar, tuvo que limitarse a tratar de imaginar lo que su compañero debía estar experimentando.

Podía imaginárselo siendo liberado de los grilletes y rompiendo en llanto en el suelo, podía imaginar a Ángel y a los demás tratando de mantener una actitud positiva para confortar a su amigo, así como también podía imaginar a Alys y a Julie abrazándolo fuertemente para que no se sintiera solo y desprotegido.

Nick, espero que puedas escucharme, compañero.

Tal como temía, ni una palabra fue pronunciada por parte de su peleador. Tal como temía, lo único que logró escuchar, de parte de Nick, fue como éste se rompía en un suave y débil llanto.

Solo podía imaginar el miedo que aún debía recorrer el cuerpo tembloroso de su compañero.


Honestamente, no esperaba que escribir el golpe de Freidr a Alys me fuera a incomodar tanto como lo hizo. Hasta me dio un poquito de pena por ella y por Nick, que han conocido de primera mano el peor lado del príncipe :/

Iba a hacer de este capítulo un poco más largo, pero no quiero prolongar demasiado la duración de su lectura. Así que, la próxima vez, veremos cómo afectó esta experiencia a Nick y Leónidas, además de retomar la perspectiva de nuestro otro protagonista en Gundalia.