CAPÍTULO 31:
¿VERDAD?
Ubicación Desconocida
–Xadir.
–Despierta, Elena.
–Hija, te necesitamos.
–¿Por qué nos dejaste?
Esas voces, esas voces la llamaban. Su tono exponía una mezcla de dolor y pena, de terror y llanto, clamando por una ayuda que no podría llegar.
Sabía lo que se encontraba a su alrededor y se hacía una idea del sitio en el que su mente se había permitido vagar. Ya había estado en este lugar antes y en su mente comenzaba a quedar grabada la imagen de miles de dunas, compuestas por ceniza tan blanca como la leche, decorando los alrededores de este lúgubre desierto. Conocía la sensación de este peculiar viento helado erizando su piel celeste y podía imaginar el eterno eclipse que ahora debía alzarse sobre ella, pintando estos campos muertos con el brillo de una tenue luz blanquecina.
Conocía este escenario, lo había visitado en sus peores pesadillas numerosas veces, pero eso no hacía más fácil la tarea de intentar tranquilizar los frenéticos latidos que ahora amenazaban con destrozar su pecho.
A pesar de haber tenido esta pesadilla en numerosas ocasiones, seguía reaccionando a ella con el temor de la primera vez.
Y las voces en su cabeza continuaban con sus crueles susurros.
–¿Cómo pudiste, Elena?
–No eres una Xadir.
–Estamos muertos por tu culpa.
Estaba aterrada, tenía miedo y los constantes espasmos que experimentaba su cuerpo en esta extraña tierra no hacían más que recordarle, una y otra vez, la naturaleza del vacío en el que se encontraba hundida en estos momentos.
Frío y oscuridad. No había nada más que eso en este lugar, solo el suave toque de un viento helado y el abrazo de una penumbra eterna. Esa era lo más cercano a la calidez que podía ofrecer el cruel beso de la muerte.
Incluso temblando, su mano bañada en capas y capas de tierra se escondió en el interior de la capa que rodeaba su tonificado cuerpo, buscando desesperadamente a la única persona que podía ofrecerle un poco de consuelo en estos instantes.
–¿Por qué él? ¿Por qué el Maldito de todos ellos?
–Tu apoyo a ese monstruo nos condenó a todos.
–Tú deberías estar muerta.
Mil susurros invadían su mente sin clemencia, recordándole una y otra vez el dolor que mil voces habían tenido que experimentar, culpándola por su desgracia y el dolor que ahora sentían.
–Cada minuto de mi existencia es una condena en su interior.
–¿Por qué no nos salvaste?
–Debiste entregarlos cuando tuviste la oportunidad.
Todos esos murmullos se volvían cada vez más y más pesados, la hundían en un abismo de culpa y penurias que estrujaban su corazón, recordándole la desgracia que miles habían tenido que atravesar.
Perdida en un valle de sombras y susurros mortales, su única fuente de consuelo fue la pequeña esfera azulada que ahora reposaba en su mano, aquella que ahora trataba de ofrecerle un poco de afecto pegándose a su mejilla y recitando dulces palabras destinadas a confortar sus penas.
–No los escuches, Ele. Nada de esto es nuestra culpa. Nosotras no pedimos esto.
Perdida en sus peores pesadillas, solo podía contar con una persona, la única persona con la que podía compartir estas horribles experiencias.
–Lo intento, Yamui.
Se encogía bajo la capa vieja que cubría su cuerpo en estos momentos, temblando por el frío que la castigaba y la hacía aferrarse más y más fuerte a la delgada tela, cuya protección era tan frágil como una hoja.
Sabía que estaban solas aquí, que no había nadie más para ellas en este lugar. Solo se tenían la una a la otra, y solo entre ellas podían apoyarse en medio de este mal sueño.
No había un Freidr, un Baltasar o un padre que las salvara del castigo que experimentaban cada noche, cada que sus mentes se aventuraban a los peores huecos posibles.
–No te rindas. Esto no durará mucho –. Declaró Yamui pegada a su mejilla.
–Lo sé, lo sé, lo sé.
Claro que lo sabía, no era la primera vez que su maldito subconsciente decidía jugar con ella y meterla en este pozo sin fondo. Tarde o temprano, este castigo tendría que terminar, tendría que devolverle su libertad incluso si era solo para recibir la luz del día una vez más.
Pero la espera se volvía más y más larga, el miedo que recorría su cuerpo solo la hacía tiritar y cerrar los ojos con fuerza, porque solo podía imaginarse los horrores que se presentarían ante ella si los abría.
Los escuchaba con más claridad, tenía presentes los sonidos de lamentos y llantos desde la primera vez que había pisado esta parte de sus temores y seguían siendo tan aterradores como la primera vez que los había escuchado. La perseguían en sus sueños, la acosaban en sus pesadillas y cada nueva noche era una guerra constante contra los fantasmas que moraban en sus terrores nocturnos.
–Míranos, niña. Mira lo que su guerra provocó.
–Míranos, hija.
–Míranos.
En un cántico perfectamente sincronizado, miles de voces, algunas sumamente familiares y otras completamente desconocidas, comenzaron a dirigirse a ella con un tono oscuro y cada vez más exigente.
–Abre los ojos, niña.
No lo haría. Sabía muy bien lo que la esperaba si se atrevía a seguir esa orden y ya podía imaginarlo.
No lo lograrían, no podrían incitarla a encararlos.
–No los escuches, no los escuches –. Insistió Yamui pegada a su mejilla.
–No lo haré –. Dijo con un hilo de voz.
No quería hacerlo, no iba a hacerlo, pero lo escuchó entonces.
El susurro las voces no tardó en verse acompañado por el de la tierra agitándose, deslizándose con delicadeza por una superficie dura antes de unirse al resto de granitos en el suelo. Poco a poco, el murmullo de miles de almas en pena se vio respaldado por el sonido de pisadas enterrándose en el suelo, cada una más fuerte que la anterior.
De forma abrupta, los frenéticos latidos de su corazón comenzaron a agitarse con más intensidad conforme las palabras recitadas por los condenados se hacían más claras y crueles.
–¿Cómo pudiste permitir que esto nos pasara?
–¿Por qué nos abandonaste?
–Creí que te importábamos.
Esa voz, siempre conocida por ella por su calidez y su gentileza, ahora solo podía ser respaldada por el suave toque de la culpa y el dolor. No había odio en tan vaga declaración, pero sí había un amargo atisbo de traición y abandono.
–Me dejaste, Elena.
–Nos dejaste por esos gusanos.
–No eres mi hija, no eres una Xadir.
No, no era cierto, nunca podría abandonarlos. No, ellos eran su familia y Elena jamás podría darles la espalda.
¿Por qué no podían verlo? ¿Por qué elegían creer en las mentiras de un ser monstruoso y despreciable? La herían con solo pensar que ella sería capaz de algo así.
No podría, nunca lo haría.
–Yo no los dejé, Freidr, a ninguno de ustedes –. Se defendió Elena aún en el suelo.
–¡Mentira! –. Exclamó la voz del príncipe gundaliano con fuerza.
¿Por qué le decían esto? ¿Por qué le recriminaban actos que no había cometido y que nunca podría cometer?
–Cuando llegue el momento, nos darás la espalda.
Esta vez, fue la voz de Lud la que se dirigió a ella. Y en su tono se podía escuchar un repudio marcado fuertemente en sus palabras, cada una siendo emitida con ponzoñoso veneno destinado a lastimarla.
–Maldigo el día en que te tuve.
Las palabras de su padre salieron con más dureza que las de Lud y Freidr, no había veneno en ellas, tampoco dolor visible. No, solo había acero en sus declaraciones, un acero tan frío y duro como el de un cuchillo penetrando la carne de su pecho para besar su corazón con su helado filo.
–Nos dejaste.
–Tú me importabas.
–Eres la desgracia de nuestra familia.
Sujetando su cabeza con sus manos, Elena solo pudo pedir a los reflejos de su familia que pararan, que no la torturaran más con sus duras palabras.
En respuesta al gran temor que ahora hacía temblar su cuerpo, Yamui se aferró con más fuerza a su mejilla, pidiendo a su compañera que se mantuviera fuerte y enfrentara la adversidad por un poco más, argumentando que la luz del amanecer no debería tardar mucho en asomarse.
Aterrada, Elena se encogió al mismo tiempo que abrazaba a su compañera y le pedía fuerzas a quien fuera capaz de escucharla para resistir, incluso estando en medio de este vacío.
–Míranos, traidora.
–Míranos, Elena.
–Míranos.
Su petición era simple y clara, pero la voluntad de la peleadora le impedía cumplirla. No iba a abrir los ojos, no iba darles la satisfacción de su mirar roto y lleno de lágrimas.
No podía, no lo haría. Mientras pudiera encontrar un poco de fuerza en alguna parte de su cuerpo, no cedería a las exigencias de este averno cruel y salvaje.
Mantendría sus lágrimas ocultas tras la capa que la refugiaba, mantendría su miedo oculto detrás de la tela y ella misma escondería su ser cada vez más roto tras el muro de su endeble valor.
–¡MÍRANOS!
Un poderoso grito, emitido con la fuerza de un ejército, retumbó en los oídos de la peleadora al mismo tiempo que la tierra a sus alrededores se estremecía con un temblor constante. Y, mezclado con la dureza de tal grito, vino el horror que Elena había tratado de combatir desde el momento en que supo donde se encontraba y quien moraba en este lugar, el verdadero demonio que habitaba en este infierno.
No necesitaba darle un vistazo para reconocerlo, ya lo había visto en el pasado y tenía presente la imagen que debía proyectar al compás del susurro de fuertes corrientes de viento agitando los alrededores.
Esta vez, el terror fue demasiado y los latidos en su pecho se dispararon cuando sintió tres pares de manos sujetándola con fuerza.
Esto nunca había pasado, los moradores de sus pesadillas nunca habían podido tocarla. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo se habían fortalecido tanto?
Esto era un sueño, esto era un sueño, ninguno de sus temores debería ser capaz de tocarla. Pero aquí estaban ellos, infligiéndole dolor con su duro agarre y levantándola del suelo para obligarla a mirar la inmensa negrura de los cielos transformándose en un rostro tristemente familiar para ella y su compañera.
–¡Elena, no lo mires! ¡No lo mires! –. Gritó Yamui acorralada en las manos de quién parecía ser Freidr.
Pero los llamados de su compañera cayeron en oídos sordos, era inútil pelear así. Las manos de quién parecía ser su padre no tardaron en posarse en su rostro para obligarla a abrir los ojos y devolverle la mirada al demonio que ahora acaparaba los cielos.
Lo había visto antes y lo tenía presente en sus recuerdos. En estos momentos, esa espantosa criatura debía estar asomándose desde los cielos, usando el eclipse como un pobre reflejo de su ojo vacío y muerto, acompañando su rostro putrefacto y su aliento fétido, emanando desde el interior de su boca seca; carente de labios y con grandes dientes demacrados.
Ahí estaba nuevamente, el demonio que la había estado torturando desde hacía mucho tiempo en sus pesadillas.
El Devorador.
–¡No lo mires, no lo mires! –. Exclamó Yamui aferrándose a su compañera.
Incluso estando apartadas, Elena pudo sentir la fiera batalla de su compañera por tratar de liberarse y mostrar su verdadera forma para intentar defenderse siquiera. Pero le resultó imposible.
Podía escuchar con claridad los esfuerzos de su compañera por luchar, así como también podía oír sus múltiples fracasos en cada intento.
Yamui batallaba con todo lo que su cuerpo tenía para ofrecer, pero le resultaba imposible.
Incluso una Bakugan de su tipo se encontraba indefensa en este lugar.
–Sus artefactos no podrán protegerlos.
Las palabras del demonio salían con un tono oscuro de su mandíbula inmóvil, su aliento putrefacto incitaba a Elena a vomitar por la desagradable intensidad del olor.
Todo se sentía tan real, empezando por el duro agarre de sus supuestos compañeros en sus brazos, manteniéndola inmovilizada a los ojos de esta bestia infernal.
–Tomaré lo que me pertenece, lo que ustedes me arrebataron.
De pronto, la gran mandíbula del monstruo se abrió con lentitud, revelando un abismo más negro que esta noche interminable y dejando que se oyeran los llantos y gritos de millones de personas ausentes en este escenario apocalíptico.
Lo único visible en las infinitas fauces de este demonio era la negrura de su interior, el vacío infinito que ahora le devolvía la mirada, retándola a parpadear.
Pero no podía, no porque no quisiera, sino porque sus ojos se encontraban paralizados en su posición, tan abiertos como un par de platos; mirando con horror a la criatura que la perseguía en sus sueños.
–Acabaré con los mortales y los haré sufrir el mayor de los tormentos por todo lo que han hecho.
Los rostros de su equipo no tardaron en mostrarse ante ella, mirándola con una frialdad impropia de cualquiera de sus miradas y dedicando todo su odio y resentimiento en el reflejo que le ofrecían sus orbes oscurecidos, decorados únicamente por el suave destello de una flama verde en las pupilas.
No eran las personas que Elena conocía y lo podía ver bien, pues sus pieles se encontraban demacradas, agrietadas como un muro en estado de deterioro con débiles luces verdes asomándose entre las fisuras. Sangre seca caía de entre sus labios partidos, pintando la piel tan desgastada como su capa con un toque oscuro y desagradable a la vista.
Su padre mantenía una postura casi perfecta, estando solo ligeramente encorvado a los ojos de la neathiana. Pero no podía decir lo mismo de Lud y Freidr, los cuales se movían con dificultad, con un crujir en sus huesos maltratados por cada movimiento desmedido que hacían.
Se desplazaban como una especie de zombies y sus dedos libraron una pequeña batalla para soltar los brazos de la neathiana, rechinando al verse obligados a desenredarse de su prisionera.
–Les haré pagar por cada pecado cometido contra mi voluntad, contra un dios verdadero.
–Sufrirán por cada uno de sus actos impíos –. Dijo su padre.
–Sangrarán por ir en contra la voluntad de la existencia –. Pronunció Lud.
–Y serán borrados por apoyar la causa de un falso dios –. Concluyó Freidr.
Un espeso líquido negro comenzó a caer de los labios secos de su padre y sus amigos, cayendo al suelo debajo de maliciosas sonrisas que se asomaban en las bocas deformadas de sus allegados, sonrisas que dejaban ver algunos de sus dientes amarillentos pudriéndose poco a poco.
Quería levantarse, quería luchar, tratar de hacer algo para salvar a su padre, a su amante y a su camarada; pero no podía. Sus piernas renegaban por cada pensamiento plasmado en su mente, sus manos se mantenían estáticas en el suelo, sujetando la falsa arena mientras incipientes lágrimas caían de sus ojos como un río.
El estremecimiento que recorría su espalda la acuchillaba sin cuartel, manteniéndola quieta en el suelo y obligándola a ver con impotencia como los hombres más importantes de su vida se perdían en un abismo de condena y miseria, sufriendo bajo la voluntad de este dios cruel y oscuro, sanguinario y violento.
Su voz se perdía entre sollozos, no se sentía capaz de gritar. Estaba enmudecida por el gran terror que recorría su cuerpo y le recordaba que la sentencia que muchos otros habían sufrido también sería su fatídico destino.
–¡Elena, Elena! ¡Por favor, háblame! –. Pedía Yamui.
Pero la peleadora ya no podía oírla, ya no podía verla si quiera. No, los grandes ojos de Elena se encontraban bañados en un mar de lágrimas que cegaba su vista, que acallaban sus palabras y amenazaban con romper su voz de la misma forma en que ya se había roto su voluntad.
Mirando a los ojos de un vacío infinito y viéndose incapaz de sostenerle la mirada, Elena Xadir volvió a repetir la cruda y terrible verdad que llevaba mucho tiempo tratando de esconder.
Tenía miedo.
Tenía miedo y lo único que podía hacer en estas circunstancias era patalear en el piso, revolverse entre la arena mientras sentía como el suelo a sus pies se hundía en la dirección del monstruo.
Con un último vistazo, Elena solo pudo presenciar con horror como las fauces del demonio se hacían más y más grandes, más aterradoras, mientras consumían la tierra visible.
Gritó con fuerza en un chillido estridente, compartiendo con este horrible mundo la única forma de defensa que tenía, y siguió haciéndolo por el dolor que le generaba la impotencia, por el odio que sentía hacia este monstruo y todo lo que podía hacer.
En ese mismo proceso, Elena lanzó un mar de maldiciones en todos los idiomas posibles, para hacerle entender al demonio que aún le quedaba una cosa por hacer y se aferraba a ella.
Por más insignificante que fuera, elevar su voz se había convertido en la única forma de valor que le quedaba y eso fue justo lo que hizo.
Gritó mientras el mundo visible se perdía en medio de las tinieblas, gritó mientras era consumida por el morador de sus pesadillas, y no dejó de hacerlo hasta que la mandíbula del demonio se cerró detrás de ella, sepultando todo lo que había visto en una tumba de algo peor que muerte.
Inexistencia.
–Los terrestres son la clave, no dejes que él llegue a ellos primero.
Gundalia, Castillo Real
Aposentos del Príncipe
Se despertó en un mar de lágrimas y sudor, envuelta por las mantas de la cama real, pero viéndose incapaz de sentir la suavidad de las mismas.
Aterrada, Elena dirigió su mirada hacia la mesita de noche que reposaba junto a la enorme cama en la que ahora se encontraba, obviando por un momento el hecho de que el otro lado del gran colchón se encontraba helado por la falta de una presencia que pudiera ofrecer su calor.
Ahí, su compañera la miraba fijamente, con su rostro inexpresivo debido a la naturaleza de su forma esférica. Pero Elena no necesitaba un rostro para saber cómo se sentía su compañera y la preocupación que su ser debía estar desbordando en un silencio lleno de pena.
–Perdóname, Elena. No pude protegerte… otra vez… –. Se disculpó la Bakugan avergonzada.
Suavemente, la neathiana acunó a su amiga en sus manos, acercándola con delicadeza para depositar un pequeño beso en la cabecita de la guerrera Aquos.
–No, Yamui, fue mi culpa. No sé cuántas veces hemos tenido estas pesadillas y nunca logro sobreponerme a él. De algún modo, siempre logra someterme, incluso si es con los mismos trucos –. Se culpó la peleadora.
–No, no es tu culpa. Ese maldito es demasiado fuerte y siempre logra neutralizarme. No sé cómo lo hace, pero estando encerradas en ese mal sueño, no me siento capaz de liberarme de esta forma –. Dijo la Bakugan mirando su pequeño cuerpo.
No sabía cuántas veces habían tratado de enfrentar a los demonios que moraban en sus peores y más vividas pesadillas, pero sí sabía el número de éxitos que habían tenido por cada intento. Un brillante número 0 se asomó en su mente a modo de respuesta.
Esta vez, Elena no tuvo la fuerza para seguir culpándose por lo que había ocurrido en su sueño, se sentía demasiado cansada para eso. En su lugar, su mirada se desvió nuevamente a la mesita de noche, al cajón más alto del objeto, aquel que trataba de esconder una intensa luz celeste asomándose en la rendija superior del gabinete.
La mano de la neathiana buscó instintivamente el pomo que le permitió abrir el cajón, dándole el espacio para sacar su contenido, la fuente de tan intensa luz, aquel objeto maldito capaz de proveerlas con un gran poder a costa de una pesada carga.
Y la Piedra de la Evolución no tardó en devolverle la mirada en la forma de su intenso brillo celeste.
Resultaba aterrador la facilidad que tenía un objeto tan pequeño, apenas del porte de una falange de dedo, para ocasionarle tanto temor por sus capacidades desconocidas.
¿Qué clase de propiedades podría poseer un objeto tan pequeño? ¿Cómo algo que parecía tan insignificante era capaz de evocar un poder tan grande, que ni siquiera el peleador a su cargo podía controlarlo? No lo sabía y, honestamente, la sola idea de investigar un fenómeno así erizaba la piel de Elena.
Entre todo su equipo, solo dos de sus miembros se atrevían a estudiar a profundidad las capacidades de las Piedras de la Evolución y, ahora mismo, ambos se encontraban encerrados en el balcón del cuarto, con las puertas cerradas detrás de ellos y contando únicamente con la luz de la luna como compañía.
–¿Cuánto tiempo llevan ahí? –. Preguntó Elena saliendo de la cama.
–Temo que no lo sé, pero imagino que debe ser bastante. Han estado muy ausentes –. Respondió Yamui saltando al hombro de su peleadora.
Al abandonar la calidez de las sábanas, el cuerpo de la neathiana se estremeció ligeramente debido a la intrusión de pequeñas ráfagas de aire frío filtrándose por las rendijas de las puertas del balcón. El invierno en el planeta se acercaba con cada nuevo día y Elena no ayudaba a su causa de combatir el frío usando solo sus finos camisones de seda.
Sabía que su amante disfrutaba particularmente de ese tipo de vestimenta, que adoraba pasar suavemente sus manos escamosas por la suave piel tersa y celeste de sus piernas y brazos expuestos, pero no muchos neathianos lejos de Gundalia estaban capacitados para resistir las bajas temperaturas que podía alcanzar el planeta en sus épocas invernales.
Un suave llanto se escuchaba del otro lado de las grandes puertas marrones que daban lugar al pequeño sector que era el balcón en los aposentos del príncipe. Al mismo tiempo, una serie de susurros casi inaudibles se podían escuchar del otro lado de la gruesa madera, y Elena podía reconocer muy fácilmente a los productores de dicho sonido.
En otro tiempo, se habría alejado respetuosamente por temor a incomodar a quienes se encontraban del otro lado, pero sabía que ese era un lujo que ya no podía darse. Quienes estaban ahí fuera necesitaban de ellas y del consuelo que podían ofrecerles.
Después de todo, nadie más entendía tan bien por lo que debían estar pasando.
Abriendo las puertas con decisión, Elena se permitió respirar un momento antes de enfocar toda su atención en las personas que la miraron desde un costado del pequeño espacio, rodeado únicamente por una baranda alta de acero.
Pocas cosas podían preocupar genuinamente a la neathiana, especialmente si ya las había visto antes, pero parecía que no importaba el número de veces que tuviera que ver este horrible espectáculo, la visión del imponente y poderoso Príncipe Freidr de Gundalia; sentado en el suelo mientras abrazaba sus piernas y lloraba en silencio, siempre lograría inquietarla y despertar en ella el pesar que no mostraba a nadie durante el día.
En otro tiempo, Elena se habría agachado con preocupación, preguntando una y otra vez que había sucedido, cuestionando sin dudar que clase de persona había reducido a su poderoso amante a una ola de lágrimas; lo que habría incomodado al gundaliano debido a la ruptura del apabullante silencio que acompañaba sus llantos casi mudos.
No tenía sentido hacer tal cosa ahora, no después de todo lo que había pasado.
En lugar de cuestionar a su amante, Elena solo se agachó a su lado, envolviéndolo entre sus brazos y depositando el peso de su mejilla sobre el cabello del peleador.
Al otro lado del hombre, Baltasar y Yamui se unieron para pegarse a su costado, dándole paso a la Bakugan para que recitara con suavidad la letra de una canción que siempre había hecho sentir mejor a Freidr desde que era niño.
Y fue en ese tranquilo silencio, que la mente de Elena comenzó a repasar una y otra vez lo que debería haber sucedido en las últimas horas para que su compañero de cama se rompiera de esta manera. Pues Freidr no lloraba por cualquier cosa y si ahora mismo se encontraba roto en el suelo, llorando en su balcón con la única compañía de su Bakugan, era porque algo muy malo había ocurrido.
Algo que solo él mismo podía ocasionar.
Elena no sé lo preguntó, no pedía sinceridad, ni tampoco necesitaba que el hombre se abriera. Había pasado mucho tiempo al lado del príncipe como para saber que ese tipo de peticiones podrían asustarlo y lo harían retraerse más y más en sí mismo.
En lugar de eso, optó por esperar, por darle a Freidr la seguridad de que podía hablar sin presión, qué ella no lo obligaría a abrirse, sino que esperaría pacientemente a que pasara.
Y, para su fortuna o desgracia, su elección rindió sus frutos.
–Los maté, Elena –. Lloró el príncipe recargándose en el pecho de su amante.
No podía decir que estuviera sorprendida, solo una acción tan extrema podría llevar a este estado en el príncipe de Gundalia. Pero también sabía que cobrarse una vida no era fácil para él, ni tampoco para ella. De su grupo, Freidr y Elena eran los más jóvenes y a los que más tiempo les había tomado entender la necesidad de sacrificar vidas por un propósito más grande que ellos.
No obstante, a pesar de lo que cualquier otra persona podría pensar, para Freidr no era fácil quitar una vida. Y, normalmente, la única forma que tenía de combatir la culpa que abordaba su corazón por cada baja era ver las mismas como un daño colateral.
Así mismo había decidido afrontar la destrucción de la ciudad terrícola durante la batalla contra los humanos.
–Los maté. Suplicaron piedad, y yo solo le ordené a Lud que lo hiciera –. Continuó el príncipe con su lamento –. No quería hacerlo, no quería hacerlo.
Sin embargo, lo había hecho. Matar es una elección y Freidr la había tomado. Por supuesto, no se atrevía a juzgarlo, pues el príncipe no quitaba vidas sin un motivo de por medio.
–Era necesario, amigo mío. No tiene sentido llorar más por eso –. Trató de consolar Baltasar a su compañero.
–No lo entiendes, Baltasar. Cuando di la orden, fue como si no estuviera ahí –. Respondió el gundaliano con voz quebradiza –. Era yo, pero no me sentía como yo mismo.
–¿Qué quiere decir, Alteza? –. Cuestionó Yamui confundida.
Freidr no respondió, no directamente. En su lugar, solo se limitó a aventurar su mano al interior de su camisa negra, bañada en sudor y lágrimas, para exhibir una vez más la luz de su propia Piedra de la Evolución.
–Cuando di la orden de ejecutarlos, solo podía sentirme ausente y creo que esta cosa tiene algo que ver –. Dijo el gundaliano desabrochándose el collar que sostenía el objeto.
En una especie de respuesta a lo que el príncipe decía, la piedra brilló nuevamente con su característico resplandor dorado.
–No me sentí yo mismo cuando los matamos.
Esta vez, Elena no pudo resistir por más tiempo la necesidad de preguntar, de intentar averiguar qué es lo que estaba pasando.
–Cariño, ¿qué hiciste exactamente? –. Preguntó la neathiana con toda la suavidad que pudo –. ¿Esto tiene algo que ver con los terrestres?
Freidr no respondió inmediatamente, no con palabras, pero sí se notó un claro sentimiento de culpa en sus ojos.
El príncipe no tardó mucho en desviar la mirada, enfocándose de manera perdida en la luz de la luna y en el cielo despejado que les ofrecía esta noche. Por suerte, los aposentos del príncipe se encontraban en una de las torres más altas del castillo, por lo que nadie en el suelo podría ver a su príncipe roto de esta manera. Tal imagen no se vería bien para el peleador más poderoso del imperio.
–Lo hiciste, ¿no? Los retaste a pelear, ¿cierto? –. Preguntó la neathiana inquieta.
–Sí –. Dijo el hombre de forma seca.
–¿Y qué pasó?
Freidr tragó saliva mientras sus ojos felinos brillaban con más intensidad, como si estuviera listo para llorar nuevamente bajo la mirada cada vez más intranquila de su amante.
–Sabía que ninguno de ellos lucharía con todo sin un buen motivo. Harían lo que fuera para evitar que sus captores tuvieran lo que buscaban –. Respondió Freidr antes de que sus palabras se perdieran.
El príncipe enmudeció de pronto y su mano no tardó en tapar sus orbes mientras batallaba con una nueva horda de lágrimas amenazando con salir.
Al ver que su peleador no sería capaz de continuar con la historia, Baltasar decidió tomar la palabra por él.
–Para asegurarnos de que los terrestres lucharan con todo, fue necesario llevar prisioneros como incentivo –. Declaró el Bakugan con un tono sumamente duro, incluso para él.
–¿Qué quieres decir? –. Preguntó Yamui confundida.
–Les ofrecimos a los terrícolas un trato muy generoso: si ellos ganaban, liberaríamos a los humanos elegidos en su planeta –. Respondió el Bakugan Haos.
–¿Y si perdían? –. Cuestionó Elena esta vez.
–Los ejecutaríamos –. Contestó Freidr recuperando un hilo de voz.
Impactada, Elena se levantó del suelo con las manos detrás de la cabeza.
Ahora todo tenía sentido, y podía imaginar quienes habían sido las víctimas de Freidr. Pero había algo que la molestaba especialmente y era el hecho de que la gran mayoría de los prisioneros del castillo, capaces de motivar a Nick Takahashi y Leónidas Darkus a pelear, eran solo unos niños.
–¿Qué edad tenían? –. Preguntó Elena dándole la espalda al príncipe.
–La mayor fue la primera en morir. Creo que tenía 18 años o menos –. Respondió Freidr avergonzado.
–Por los dioses. ¿Qué han hecho? –. Musitó Yamui estupefacta –. ¿Es por eso que no nos querían presentes en la batalla? ¿Por qué sabían que no estaríamos de acuerdo? ¿Querían matar a esos niños sin molestias?
–No lo entiendes, Yamui. No lo hicimos por gusto –. Trató de defenderse el Bakugan Haos.
–¿Por qué lo hicieron entonces? –. Preguntó la Bakugan Aquos con más fuerza.
–Necesitábamos evaluar la situación de los terrícolas.
–¿Qué clase de ridícula excusa es esa, Baltasar?
–No es una excusa.
–Mataron niños para poner a prueba a los terrestres. Si eso no es una excusa, no sé qué rayos lo sea –. Respondió Yamui con dureza –. Acordamos que los únicos que tendrían que sufrir serían Nick Takahashi y Leónidas Darkus. Jamás dijimos nada de incluir a niños que no tienen nada que ver.
–¡Ya basta, ustedes dos!
La fuerte voz de Elena sacó a ambos Bakugan de la burbuja de su discusión para obligarlos a devolver su atención a la mujer, que había optado por ignorar la fuerte disputa de sus compañeros para enfocarse una vez más en su amante.
Algo tenía que estar pasando para que Freidr llevara a cabo tal acto, el príncipe no era como el emperador, por lo que tenía que haber motivos de fuerza mayor para hacer algo así.
–¿Por qué? –. Preguntó la neathiana tratando saliva –. ¿Qué es lo qué querían averiguar?
–Ya se los dije –. Respondió Baltasar suavizando su tono.
–Dijiste que evaluaban la situación, pero no dijiste cual –. Dijo la mujer.
Baltasar estaba listo para hablar nuevamente, pero un gesto de parte de su compañero le dijo que él mismo se encargaría de responder las preguntas que las únicas mujeres de su pequeño grupo querrían hacerle.
–Necesitábamos evaluar la fuerza de los terrestres en una batalla, una donde podrían ver cara a cara las vidas que dependían de ellos –. Explicó el príncipe secándose las lágrimas –. Tomamos una pequeña serie de prisioneros, incluyendo a las amigas de los terrestres y su enfermera.
–¿Qué resultados esperaban obtener con esa prueba? –. Preguntó Elena confundida.
–Teníamos que estar seguros de cual es la situación de los Peleadores Bakugan, pero se presentaron imprevistos –. Respondió el gundaliano.
–¿Cómo cuáles? –. Preguntó Yamui al hombre.
Esta vez, la mirada del príncipe dejó el horizonte para devolverles a ambas una expresión casi muerta en sus ojos felinos, decorados con el brillo y las marcas de múltiples lágrimas cayendo por sus duras mejillas.
–Soñaste con ese maldito otra vez, ¿no es cierto? –. Preguntó Freidr mirando la pequeña piedra en la mano de Elena.
Los ojos de la mujer se desviaron momentáneamente al pequeño objeto que reposaba en la palma su mano, emitiendo un intenso brillo celeste.
No hizo falta una respuesta de su parte. Después de todo, Freidr también era capaz de ver a ese demonio en sus sueños y podía ver cuando Elena tenía el infortunio de compartir esas malditas pesadillas.
–Yo también he soñado con él, pero ahora es mucho más frecuente. No pasa una noche en que no lo vea –. Declaró el príncipe.
–¿Qué quieres decir? ¿Crees que esa cosa tiene más influencia en este planeta? –. Preguntó Elena confundida.
–No creo, estoy seguro –. Respondió Freidr con firmeza –. Poseyó a Leónidas durante la última ronda del combate.
Ambas guerreras jadearon al unísono por la noticia del príncipe.
No, no podía ser. Se suponía que esa cosa no debería tener poder alguno fuera de los sueños, no tendría que ser algo más que una pesadilla por el momento. La sola idea de que ese demonio fuera capaz de atravesar los límites que los separaban no debería ser más que una fantasía.
–¿Cómo es eso posible? ¿Por qué Gundalia tendría un vínculo así con esa cosa? –. Preguntó Yamui asustada.
–No lo sé, pero asumo que tiene que ver con ese maldito templo al sur –. Respondió Freidr apuntando a la dirección en que miraba su balcón.
La mirada de Elena no tardó en enfocarse en la dirección señalada. Sabía de lo que hablaba Freidr y, a pesar de los años lejos de Gundalia, la pareja de peleadores y sus compañeros siempre habían tenido presentes los susurros y malas sensaciones que los acosaban con cada viaje que los acercaba mínimamente al sur.
–¿Y qué descubrieron durante la batalla? –. Preguntó Yamui tratando de ocultar los escalofríos que debía estar sintiendo.
–Leónidas es fuerte, incluso estando poseído por ese demonio fue capaz de resistir y recuperar el control de su cuerpo –. Informó Baltasar como respuesta.
–Pero… –. Incitó Elena a los hombres a continuar.
–El humano es débil –. Completó Freidr desde el suelo –. Cuando le di una última oportunidad de mostrar su fuerza, se arrodilló y me suplicó que perdonara la vida de los prisioneros.
Como pudo, el príncipe se puso de pie, escalando con sus manos por el muro que tenía a la espalda hasta incorporarse una vez más.
–No le bastó con suplicarme piedad, también tiró su espada al suelo antes de arrodillarse –. Narró el príncipe con asco ante el recuerdo –. Le escupió a su propio orgullo y dignidad, en lugar de pelear. ¿Qué clase de guerrero súplica a sus captores?
–Ya sabes cómo son los Peleadores Bakugan –. Reprochó Elena a su amante –. Harán lo que sea necesario con tal de salvar el mayor número de vidas posibles.
–A pesar de lo que cualquiera de ellos diga, no dejan de ser héroes –. Dijo Yamui con un suspiro.
–El problema es que héroes no podrán librar las guerras que se avecinan –. Respondió Baltasar con molestia –. Si Nick Takahashi elige salvar vidas por encima de destruir al enemigo, entonces es débil. Y todos nuestros esfuerzos son para nada.
–No entiendo a qué quieres llegar –. Dijo Elena.
–Si ese humano fuera fuerte, habría tratado de matarnos en el acto. Dairus y Lud tenían órdenes de no interferir, así que habría tenido oportunidad de hacerlo. Pudo haber dado un duro golpe al imperio si hubiera actuado como un guerrero de verdad, pero eligió rendirse y ponerse a merced de sus enemigos con tal de salvar unas pocas vidas –. Explicó Baltasar con el mismo tono.
–¿Y ahora que hacemos entonces? –. Cuestionó Yamui de pronto –. Sabíamos que sería difícil, pero no contamos con que ese maldito tuviera tanta influencia aquí.
–No lo sé. Jamás creí que nos veríamos en esta situación cuando llegamos –. Confesó el gundaliano sosteniendo el puente de su nariz.
Acercándose con cuidado al hombre, Elena envolvió su mano alrededor de la del príncipe antes de dedicarle una mirada seria.
–Freidr… –. Comenzó Elena antes de ser interrumpida de forma brusca por el hombre.
–No me llames así. No esta noche, Elena –. Ordenó el gundaliano con firmeza.
Cuando usaba ese tono con ella o con cualquiera que tuviera enfrente, era el primer y único anuncio que se haría sobre la indisposición del príncipe a tolerar la desobediencia hacia sus órdenes.
–De acuerdo, señor –. Asintió Elena en acuerdo antes de continuar –. Pero necesito saber algo.
–¿Qué cosa? –. Cuestionó el gundaliano con cansancio.
–¿Nick Takahashi y Leónidas Darkus siguen siendo la llave que estuvimos esperando?
El príncipe se tomó un momento para suspirar antes de fortalecer el agarre de su mano sobre el de su amante.
Fueron unos segundos de completo silencio, imposibles de definir como una respuesta antes de que, finalmente, el hombre se animara a retomar la palabra.
–No lo sé. No dudo que Leónidas es importante, pero no sé qué pensar de Nicholas Takahashi –. Respondió Freidr con sinceridad.
–¿Y qué quieres hacer con él entonces? –. Cuestionó Elena.
–Honestamente, no sé decir. Parte de mí quiere ejecutarlo rápido y librarnos del problema de un eslabón débil en la cadena, pero temo que eso pueda afectar el rendimiento de Leónidas en el futuro. Llevan demasiado tiempo juntos –. Confesó el príncipe apoyándose en la baranda del balcón –. Tantos parques en la Tierra y Leónidas tuvo que caer precisamente en sus manos.
–No cabe duda de que, a veces, el destino tiende a favorecer a los débiles –. Comentó Baltasar con desagrado.
–No sé que depare el futuro, Elena –. Dijo Freidr con un suspiro –. Pero sé que, sin importar lo que venga, tenemos que estar unidos. Ahora mismo, nosotros somos los más fuertes y los únicos que saben de la guerra que se avecina, por lo que no podemos darnos el lujo de flaquear.
–Sin importar lo que venga, ¿nos apoyarán, chicas? –. Preguntó Baltasar esta vez.
Ambas guerreras solo pudieron emitir un suspiro mientras se miraban. La respuesta era obvia y se sentían un poco ofendidas de que sus parejas dudaran de ellas, pero aún había cosas que era necesario discutir, incluso si no podían terminar esta noche.
–Saben que sí –. Asintió Elena por las dos –. Pero no pueden volver a dejarnos en las sombras.
–Se supone que somos un equipo, tenemos que contarnos todo. A partir de ahora, lo que sea que planeen, compártanlo con nosotras –. Pidió Yamui más calmada.
–Y eso también va para Lud y mi padre. No van a protegernos guardando secretos –. Aclaró la neathiana –. Y eso me lleva a otra cosa.
–¿De qué se trata? –. Preguntó Baltasar curioso.
–Ya tenemos los resultados de esa prueba retorcida, así que no volveremos a ejecutar prisioneros. Ninguno de nosotros es como Barodius, así que evitemos convertirnos en él ahora que ya no es necesario ejecutar prisioneros –. Dijo Elena con determinación.
–Suena justo –. Aceptó Freidr sus términos –. Por ahora, quiero enfocarme en Ren y Linehalt, necesito ver qué tan tanto han avanzado por su cuenta antes de empezar su entrenamiento.
–¿Creen que sean buenos prospectos? –. Preguntó Yamui.
–No lo sabemos, han pasado demasiado tiempo con la correa de Barodius puesta. Es necesario quitárselas antes de comenzar –. Respondió Baltasar esta vez.
–Entonces, está decidido. Comenzaremos mañana temprano –. Declaró Freidr, a lo que la neathiana asintió.
En circunstancias normales, Elena no habría tenido problemas en terminar esta noche con un beso a su amante. Pero la intensidad de los últimos acontecimientos narrados la habían dejado perpleja y no quería que Freidr sintiera que podía expiar la culpa que sentía con ella.
En lugar de eso, Elena solo se alejó suavemente para volver al interior cálido del cuarto con intenciones de intentar buscar un poco de descanso.
Por desgracia, antes de siquiera poder acercarse al colchón, el sonido de un cauteloso puño golpeando la puerta principal con delicadeza llamó la atención de los peleadores.
–¿Qué sucede? –. Preguntó Freidr secándose los últimos rastros de lágrimas de sus ojos.
–Alteza, discúlpeme por molestarlo tan tarde. Pero el emperador exige su presencia en su estudio –. Avisó un guardia detrás de la puerta.
–¿Qué quiere? –. Dijo Freidr con molestia renovada.
–No lo dijo, señor.
El príncipe suspiró con molestia antes de acercarse al armario al otro lado de la cama, en busca de sus túnicas comunes para el día al mismo tiempo que musitaba un par de maldiciones en voz baja.
–Parece que ese idiota no ha entendido que no puede llamarme como si fuera su mascota –. Comentó el príncipe en voz baja con desgano.
Elena sabía que su amante prefería hablar en voz baja para que el pobre guardia en la puerta no tuviera la desagradable tarea de enviar su brusco mensaje al emperador.
Barodius no reconocía bien la frase de "no matar al mensajero" y Freidr temía que alguno de los guardias tuviera que sufrir la ira del emperador por su culpa, razón por la que se mantenía sus verdaderas opiniones en voz baja.
–¿Nos acompañan? –. Preguntó el príncipe extendiendo las túnicas favoritas a la neathiana.
Dudaba que Barodius fuera a estar solo, seguro querría aprovechar el terreno para tratar de imponerse sobre Freidr. Y, después de lo que había pasado en su último encuentro, Elena prefería no dejar a su amante y a su amigo solos en esto.
Con un último suspiro, la peleadora tomó la túnica ofrecida.
Castillo Real, Estudio del Emperador
10 minutos después
El espacio favorito de Barodius no había cambiado mucho con el paso de los años.
Elena había vivido en Gundalia junto a su padre durante su niñez como una protegida de la voluntad del Príncipe Freidr y su instructor. Ese tiempo junto a su amante le había dado la oportunidad de presenciar algunos de los sitios favoritos de la realeza, aquellos que usaban para evitar al pueblo y a sus propios sirvientes para maquinar sus propios planes.
El estudio de Barodius no había cambiado nada con los años, los estantes seguían en la misma posición que recordaba, al igual que los libros en un orden específico de colores y el polvo que se formaba en las esquinas de la habitación.
Del mismo modo, el proyector holográfico de Barodius seguía en el mismo lugar y la silla que nadie más que él podía usar se mantenía en su sitio designado.
Era el mismo lugar en el que ahora se encontraba el peligris mayor, mirando con atención lo que la pantalla frente a sus ojos mostraba.
–Llegas tarde –. Reprochó el emperador sin desviar la mirada de su objeto de atención.
Su recibimiento fue tan frío como cabría esperar, pero sirvió como una señal de acercamiento por parte del hombre.
Freidr y Baltasar lideraban la caminata con una expresión neutral en el rostro del príncipe. Un par de pasos detrás de ellos, Elena y Yamui los seguían con una mirada seria en el rostro de la neathiana.
–Sí. Debería disculparme, pero ambos sabemos que estaría mintiendo –. Dijo el príncipe de forma seca.
–Este no es momento para tus tonterías –. Regañó el emperador manteniendo los ojos en la pantalla.
Al desviar la atención al proyector de Barodius, la imagen de una serie de niños terrícolas en una perfecta fila capturó la atención de Elena con facilidad. Resultaba imposible no fijarse en los procesos que se estaban llevando a cabo con los niños cuando las miradas de éstos se encontraban perdidas, mirando al vacío, con una serie de hilos de sangre cayendo por sus rostros.
Los humanos se encontraban sentados en diferentes sillas de cuero blanco, acompañadas por correas que retenían las extremidades y el torso de cada uno de los prisioneros, lo que le daba a una serie de cirujanos de Gundalia la oportunidad de abrir las cabezas de los niños, exponiendo con claridad la imagen de sus cerebros ensangrentados para los presentes que fungían como público en este tétrico espectáculo.
Barodius veía con frialdad la operación, pero Elena apenas podía hallar en sí misma la fuerza para no vomitar en el piso del estudio. Gracias a la excepcional calidad de imagen que las cámaras poseían al transmitir estos retorcidos procesos, resultaba más que posible ver cómo los doctores removían partes de las cabezas de los humanos para introducir lo que parecían ser unos diminutos chips en un lugar en específico.
–Como debe estar viendo, Majestad, los chips se instalan en el cerebelo de los humanos para controlar mejor sus acciones. Cada uno de ellos cuenta con una conexión remota con nuestros sistemas, por lo que los prisioneros obedecerán nuestras órdenes y no habrá nada que los Peleadores puedan hacer para liberarlos –. Avisó la voz de Kazarina del otro lado de la pantalla.
–¿Y estás segura de que esto garantizará su obediencia absoluta? ¿Cómo sabemos que no se presentarán complicaciones en medio de las batallas? –. Cuestionó Barodius con escepticismo.
–Como medida de seguridad, estamos contemplando la idea de remover el hipocampo de sus mentes. De esta forma, perderían la capacidad de almacenar y formar nuevos recuerdos. Podría decirse que quedarían como cascarones vacíos esperando órdenes de sus amos. Sin embargo, tenemos la preocupación de que tal medida pueda afectar de forma seria sus habilidades de lucha –. Explicó la voz de la científica.
–Entiendo. Sigan con el trabajo, Kazarina –. Ordenó el emperador a la mujer.
–Sí, señor.
La pantalla se apagó con relativa lentitud, dejando como último vestigio de su presencia la imagen de múltiples niños terrícolas bañados en pequeños ríos de su propia sangre, mientras los cirujanos a sus espaldas los convertían en robots obedientes al servicio de sus torturadores.
Esa sería una imagen que perseguiría a Elena en sus peores sueños, nunca podría quitarse de la mente a esos terrícolas siendo usados como ratas de laboratorio para servir mejor a los intereses de Barodius.
Ninguno de ellos estaba libre de sangre en las manos, pero Barodius y su gente habían trascendido la barrera de los límites de una forma aterradora.
Elena y Yamui reaccionaron con asco y un poco de miedo por la falta de escrúpulos de estos enfermos, pero Freidr reaccionó con furia mientras se acercaba al proyector de su pariente.
–¿Qué rayos fue todo eso? –. Preguntó el príncipe con dureza.
Las manos del peligris más joven se posaron en los bordes de la máquina, dándole la oportunidad de agacharse para mirar fulminante al emperador con sus propios ojos felinos.
Barodius no se vio abrumado por la presencia de su sobrino, a pesar de estar consciente del hecho de que éste último era más poderoso que él.
El emperador no respondió al instante, lo que le dio la oportunidad a una pequeña esfera de saltar en defensa de su compañero delante del príncipe.
–Una medida de seguridad –. Respondió Dharak Darkus con firmeza.
–La hipnosis es una cosa, pero esto es demasiado –. Dijo Freidr con fuerza al Bakugan.
–¿Desde cuándo te importan los terrícolas, niño? No te vi muy interesado en su bienestar después de tu pequeño espectáculo en el coliseo –. Replicó Barodius mientras encendía una vez más el proyector.
Ante los ojos de Elena y Yamui, múltiples imágenes del antiguo coliseo abandonado exigieron la atención de la sala.
No se veían los hechos ocurridos en el interior de los antiguos muros, por lo que solo se podía presenciar la destrucción generada por la batalla de Freidr y Baltasar contra Takahashi y Leónidas.
Pero Elena no necesitaba ver lo que estaba pasando adentro para darse una idea. Bastó con dedicarle una pequeña mirada a Freidr y su pulso tembloroso para entender que ese había sido el escenario de su más reciente pecado.
–Seis prisioneros ejecutados por ti y por tus hombres, seis cadáveres entregados a las fosas y seis cabezas diferentes de niños terrícolas para decorar nuestros muros por un par de horas –. Repasó el emperador con indiferencia –. Todo eso, provocado por ti, niño. Hazte un favor y no seas tan hipócrita.
Esta vez, Freidr no tuvo nada que objetar y tuvo que quedarse callado mientras se recomponía.
–Fueron muertes rápidas. No es lo mismo, Barodius –. Dijo Baltasar en el hombro de su compañero.
–¿No? –. Dijo el susodicho con una risa burlona –. Ejecutaron a esos mocosos para torturar a ese terrícola, nosotros hacemos esto para garantizar la victoria en la guerra contra Neathia.
–Una guerra iniciada por tus caprichos y tu codicia –. Recriminó el príncipe a su tío.
–No veo que tiene de malo. Neathia ha estado en el poder demasiado tiempo, han tenido el Orbe Sagrado con ellos desde el inicio de nuestros mundos y no han hecho nada con él. Nosotros podemos darle un mejor uso y lo sabes –. Respondió el emperador cruzando una pierna sobre la otra.
–¿Cuándo dices "nosotros" te refieres al imperio o solo a ustedes dos? –. Cuestionó Baltasar con dureza.
Dharak y Barodius se miraron un segundo antes de ofrecer una respuesta llena de una abrumadora indiferencia.
–Es lo mismo. Si nosotros ganamos, Gundalia gana –. Respondió el Bakugan Darkus por los dos.
–Por favor, ¿desde cuándo te ha importado algo que no seas tú mismo? –. Preguntó Freidr con incredulidad.
–Hablas como si ustedes fueran mejores –. Dijo el emperador más irritado esta vez.
–¿De qué hablas? –. Cuestionó Baltasar con un tono similar.
Antes de responder, el hombre mayor se levantó de su silla para darle la espalda a sus recién llegados. Incluso desde su posición más apartada de la acalorada charla de los gundalianos, Elena pudo imaginar los ojos felinos del emperador mirando el exterior del castillo a través de la ventana circular reforzada que se encontraba del otro lado del estudio.
–Cuando tu padre murió, tuviste la oportunidad de tomar el poder y hacer algo. En lugar de eso, decidiste irte, llevar a tus allegados contigo y dejarme el título que iba a heredar mi hermano –. Declaró Barodius devolviendo la mirada a su sobrino –. No finjas que te interesa este mundo si tú mismo lo abandonaste.
Una vez más, Freidr se mantuvo en silencio, pensando su próxima defensa para tratar de ganarle esta discusión a su pariente. Sin embargo, se notaba en su mirada dubitativa que no parecía tener nada con lo cual contraatacar.
–Teníamos nuestros motivos –. Trató de defenderse el príncipe en un murmullo.
–¿Y esos motivos tienen algo que ver con el Rey Dragón? –. Preguntó Barodius rápidamente.
Aunque Freidr no mostró una reacción visible, los ojos de Elena no tardaron en abrirse con sorpresa ante las palabras usadas por el emperador, que parecía saber más de lo que debería.
El gundaliano mayor siguió su pequeño discurso mientras se acercaba a uno de los estantes que conformaban el estudio, extendiendo la mano para sacar uno libro aparentemente viejo debido a la fina capa de polvo que decoraba su portada.
–No soy idiota, niño. Muchas veces he tratado de hacer que vuelvas a Gundalia para asegurar tu lealtad delante del pueblo y siempre rechazaste mis mensajes. Algunos incluso tuvieron que ser respondidos por Narik mientras tú te dedicabas a fingir que no existimos –. Reprochó Barodius mientras pasaba las páginas del libro elegido.
–¿A qué quieres llegar? –. Preguntó Baltasar irritado.
–Digo que resulta muy interesante que ustedes se mantuvieran ausentes durante años, pero no dudaran en regresar cuando les avisamos de avistamientos de leyendas tan viejas como el difunto Señor de los Bakugan o el Rey Dragón –. Concluyó el emperador mostrándoles las páginas elegidas.
En las hojas amarillentas del libro se podía ver una especie de ilustración de lo que sin duda era un dragón humanoide, extendiendo sus grandes alas y mirando a los cielos, exponiendo su gran cornamenta que iba desde su cuello hasta llegar a la cabeza. El cuerpo del dragón parecía robusto, de hombros anchos y con distintas placas sobresaliendo en los bordes de la ilustración.
No hacía falta decir que, a pesar de que la imagen no contaba con otro color que no fuera negro, la silueta resultaba muy similar a la figura de King Leónidas Darkus.
–¿Qué estás diciendo? ¿Ahora creen en leyendas? –. Cuestionó Freidr tratando de desestimar las declaraciones de su tío.
–Nosotros, no. Pero está claro que ustedes sí lo hacen –. Respondió Dharak tirando el libro al suelo con las páginas elegidas aún abiertas.
–¿Por qué otra razón elegirían volver a Gundalia si no es por eso? Ustedes saben más de lo que dicen y Kazarina puede confirmarlo –. Continuó Barodius tomando asiento nuevamente mientras su mano se aventuraba al interior de sus túnicas –. Nos pasó un reporte del proceso llevado a cabo con los terrícolas en su laboratorio, como salió mal el proceso de hipnosis, como dañó sus máquinas, todo lo que presenció en el subconsciente del humano y cómo ustedes no parecían especialmente sorprendidos por los resultados del experimento.
Emergiendo del interior de las túnicas, un pequeño tubo se mostró entre los dedos afilados de Barodius, lleno de una especie de sustancia carmesí espesa.
–Ahora díganme cómo se relaciona su Rey Dragón con la cosa que atacó a Kazarina en el subconsciente de los terrícolas y qué es –. Exigió el hombre mayor abriendo el pequeño frasco.
Una pequeña gota cayó a la yema de uno de los dedos del emperador, tomándose un pequeño instante para salir del interior del objeto y manchar el dedo del gundaliano.
Estaba claro de dónde había salido esa sustancia y que era, pues Kazarina había realizado pruebas privadas en Leónidas y estaba claro que la mujer no dejaría pasar la oportunidad de analizar una muestra de sangre de tal criatura.
¿Qué podían decir? Los habían atrapado. Habían subestimado a Barodius pensando que podrían verle la cara y atender sus propios asuntos sin interferencia del emperador. Ahora, el infeliz estaba cerca de descifrar sus intenciones si no hacían algo rápido.
Y fue como si estuviera poseído, que, para sorpresa de la misma Elena, Freidr volvió a dar un paso al frente; más firme de lo que nunca había estado desde la última vez que había pisado este maldito estudio.
–Es una plaga –. Comenzó el príncipe de pronto.
–¿Una plaga? –. Dijo el emperador arqueando una ceja.
–Es un devorador, un demonio cuya única intención es consumir todo lo que se encuentra a su paso. Tienes razón, no vinimos por esta guerra ni por el Orbe Sagrado, eso no nos importaba –. Confesó Freidr con asombrosa honestidad –. Tenemos la teoría de que el Rey Dragón se relaciona de algún modo con él, accedimos a traerlo aquí para intentar entender la profundidad de su vínculo.
–Y asumo que la cosa que atacó a Kazarina se está acercando –. Dijo el emperador en respuesta.
–Así es, teníamos la esperanza de que el estudio del Rey Dragón nos permitiera dar con una forma de destruir a ese demonio. Por desgracia, no tuvimos suerte y Kazarina trató de jugar con la mente de los terrestres sin estar preparada para algo así.
–¿Y qué es lo que pretende? –. Preguntó Dharak más interesado en la conversación.
–Hasta donde sabemos, quiere matarnos a todos. No le interesa conquistar ni nada parecido, solo quiere destruir –. Explicó Baltasar esta vez.
–Si esa cosa es todo lo que dicen, entonces el Orbe Sagrado es necesario. Su poder podría ayudar a combatir a esa cosa –. Comentó Barodius escéptico.
–Después de evaluar las capacidades del Rey Dragón, creo que el poder que poseen los neathianos podría ayudarnos. Normalmente, sugeriría un concilio con ellos y un tratado de paz por el bien de nuestros mundos –. Dijo el príncipe antes de suspirar –. Pero temo que eso ya es imposible.
–Pero aún podemos tomar su poder, poner a Neathia de rodillas y obligarlos a ayudarnos en las guerras por venir –. Declaró Dharak de pronto.
–Puede que ese sea el único camino hacia la victoria –. Asintió Baltasar con irritación.
–¿Qué quieres decir con "puede"? Hablan como si hubiera un poder más grande que el Orbe –. Dijo Barodius levantándose de su silla.
El príncipe no contestó, en lugar de eso, el peligris más joven optó por recuperar su silencio mientras retrocedía con una expresión estoica en el rostro.
Irritado, el emperador se levantó de su silla, exigiendo respuestas a las preguntas que el incómodo silencio del príncipe había generado.
–¡Contéstame, niño! –. Exigió Barodius con fuerza.
–Te ofrezco esto, tío: te ayudaremos a ganar la guerra que tú empezaste con la condición de que nos des autonomía absoluta y me des el rango que merezco como príncipe de Gundalia y la razón por la cual te sientas en el trono –. Ofreció Freidr con determinación.
La falta de control que el príncipe había mostrado al empezar la conversación se había evaporado, en su lugar, solo quedaba una gran fuerza y decisión para enfrentar a Barodius.
Antes de estos encuentros, Elena había visto como el emperador parecía ser el único capaz de reducir a Freidr, pero aquí estaba el peleador que conocía. Incluso si el rango de su tío era más alto, Freidr no podía estar por debajo de alguien tan indigno del poder.
No, el príncipe estaba por encima de todo eso.
–Nunca –. Respondió el peligris mayor con un tono tan frío como el hielo.
–¿De verdad crees que es buena idea negarle algo al peleador más poderoso del imperio? –. Cuestionó el príncipe con burlona incredulidad.
Aunque no era visible debido a las gruesas túnicas que su amante vestía, Elena casi podía asegurar que la Piedra de la Evolución debía estar brillando mientras colgaba del cuello de Freidr.
Barodius pareció estar listo para responder con ira, pero le resultó completamente imposible cuando la tierra se sacudió con ferocidad.
Fue un breve temblor, pero contó con la suficiente fuerza para quebrar la firmeza en las posturas de los hombres al mismo tiempo que derribaba varios de los libros y objetos que conformaban el estudio.
Seguido de tal suceso, el sonido de múltiples gritos y una fuerte alarma en el exterior llamó la atención de todos los presentes, era como si una especie de batalla se hubiera desatado en los pasillos inferiores del castillo.
–¿Qué está pasando? –. Preguntó Elena con preocupación.
Freidr no pudo ofrecer una respuesta, en lugar de eso, solo se limitó a ofrecer una expresión igual de confundida antes de ver al emperador acercándose al proyector.
La máquina se encendió nuevamente, dando un rápido vistazo a los pasillos inferiores, donde el caos se había desatado con furia.
Ante los ojos impactados de los presentes, todos los humanos prisioneros en las mazmorras salían en estampida de sus celdas para aventurarse al pasillo, donde algunos de los terrícolas más grandes combatían a los guardias mientras otros trataban de guiar a los niños a la primera salida que pudieran hallar.
–Alerta. Se presentó una fuga masiva en los niveles inferiores del castillo. Se solicita la presencia de todo el personal en los sectores indicados para contener la situación.
Ignorando la situación que se libraba en los pasillos para perseguir un pez mucho más grande, Barodius cambió la imagen de las cámaras de seguridad para poner a uno de los guardias en pantalla.
–Emperador Barodius… –. Comenzó el hombre nervioso antes de ser interrumpido.
–¡Aseguren las celdas de los Peleadores Bakugan ahora! ¡No podemos dejar que escapen! –. Ordenó el emperador rápidamente entre gritos.
El hombre en la pantalla bajó la mirada avergonzado, mirando al suelo al mismo tiempo que buscaba las palabras adecuadas para explicar la situación.
–¿¡Qué rayos le pasa, guardia!? ¡Le acabo de dar una maldita orden! –. Rugió Barodius con fuerza y desesperación.
–Señor, nosotros… –. Comenzó el guardia dubitativo.
Inquieto ante el silencio del hombre, Barodius se inclinó sobre el proyector para gritar con más claridad al guardia, que aún se notaba incapaz de ofrecer una respuesta completa a su emperador.
–¿¡QUÉ DEMONIOS PASÓ!?
–Señor, algunos de nosotros pensamos en eso cuando sonaron las alarmas. Ahora mismo nos encontramos en las celdas de los terrícolas, pero ya era demasiado tarde cuando llegamos. Creemos que la fuga de los otros prisioneros fue un señuelo.
–¿Qué rayos quiere decir, soldado? –. Preguntó Barodius batallando con su propia furia.
El guardia solo pudo suspirar con una mezcla de vergüenza y lástima antes de recitar las tan temidas palabras para cualquiera en la situación en que se encontraban ahora.
–Temo que los humanos escaparon, señor.
