Capítulo 19
El Significado de Vivir.
Si todos los humanos representaran una forma, entonces habría millones de formas únicas, imposibles de superponer unas con otras. Eso significa que, sin importar cuánto intentes convertirte en quien deseas ser, no puedes escapar de lo que ya eres. Integrar lo que eres con lo que quieres ser… saber cuándo ceder y cuándo luchar por cambiar: ese es el verdadero desafío.
A mi alrededor, todo es blanco.
Mi cuerpo se siente etéreo, como una brizna flotando en plena primavera. Intento concentrarme en mis sentidos, sentir mi entorno, pero al alzar la vista, reconozco este lugar inmediatamente.
Mi puerta.
Desde que comencé con la magia, diseñé una forma particular para mi puerta: un circuito.
Elegí esa forma porque un circuito puede adaptarse a distintos elementos, cada uno simulando un proceso específico.
La magia en este mundo proviene de la imaginación; es esa capacidad de visualizar y sentir la que transforma lo que te rodea. Sin embargo, la imaginación no puede existir sin el conocimiento.
El conocimiento y la razón. Conocer las reglas de este mundo, comprender lo que te rodea, te permite imaginar más allá de lo que ves o de lo que puedes razonar. Es por eso por lo que la imaginación depende de cuánto sepas de ti mismo y de lo que hay alrededor.
Así es como surgen todos los inventos.
Y sin embargo, a pesar de tener todas las herramientas para progresar, este mundo no ha avanzado como debería. Las personas se han detenido en lo mágico y no han investigado lo que tienen frente a ellos, lo que verdaderamente existe más allá de su imaginación.
No buscan ver la realidad ni comprenderla como deberían.
Mi puerta toma la forma de un circuito, aunque, como si hubiera sufrido un cortocircuito, se ve quemada y rota.
Pero, a pesar del daño, noto que se está reparando rápidamente.
Y la razón de ello está aquí, muy cerca de mí.
—Marco, lo que hiciste puede ser considerado suicidio.
Esa voz... no tengo duda. Ahí, justo a mis pies, está Puck. Sus grandes ojos aqua me miran con una mezcla de enojo y algo más, algo que no había visto antes en él. Aunque su postura es erguida y parece seguro, noto una sombra de melancolía en su rostro.
Mi corazón da un vuelco; su presencia, después de tanto tiempo, despierta una mezcla de emociones que me cuesta clasificar.
«Ha pasado un tiempo.»
Lo admiro, pero también hay en mí un remanente de temor y culpa, una maraña de sentimientos que arde en mi pecho.
—Lo siento... por mi culpa tú... otra vez —murmuro, incapaz de encontrar palabras que hagan justicia a la gratitud que siento. Puck ya me había salvado en el pasado, y aquí está de nuevo, a mi lado.
Puck sacude la cabeza, sus largas orejas moviéndose con el gesto, y habla con una naturalidad que parece restarle importancia a lo que ha hecho.
—A mi hija no le gustaría que murieses —me dice, guiñando un ojo con una sonrisa—. Además, eres mi pupilo. Está bien.
Bajo la mirada, tocado por sus palabras.
Pero siento que necesito decir algo más, ir más allá de esta rutina superficial que siempre hemos compartido.
Necesito abrirme, expresar lo que he guardado tanto tiempo.
—Sé que tú no me ves de esa forma —murmuro, y siento cómo cada palabra me pesa—. No sé qué contrato hiciste con Echidna, ni la historia que llevas contigo… y no necesito saberlo… a menos que tú quieras decírmelo.
Puck me observa, ladeando la cabeza, y su expresión se vuelve curiosa, como si evaluara mi sinceridad.
Respiro hondo, tratando de ordenar mis pensamientos.
—Quiero saber más de mi maestro, de lo que siente, de lo que desea hacer. Quiero saber cómo ayudarte.
Puck abre sus ojos un poco más, y aunque no sé qué expresión tengo en el rostro, estoy seguro de que mis palabras vienen de lo más profundo de mí. Hay un destello de sorpresa en su mirada, y por un instante, parece ver algo en mí que no había notado antes.
—¿Qué demonios pasó en todo este tiempo? —pregunta finalmente, con una mezcla de desconcierto y curiosidad, como si estuviera hablando con un extraño.
Suelto un suspiro y esbozo una sonrisa.
—Muchas cosas... demasiadas para contarlas ahora.
Nuestra relación siempre había sido superficial, llena de reservas.
Había temido a Puck, viéndolo como una bomba de tiempo capaz de destruirlo todo. Esa distancia que mantenía era un reflejo de ese temor. Pero ahora, en este espacio vacío y en su compañía, esos muros se derrumban, y siento que es el momento de acercarme a él de verdad, de ser auténtico.
—¿Por qué decidiste salir ahora? —pregunto, curioso. Aunque he estado en situaciones más peligrosas, esta vez siento algo distinto, algo inexplicablemente pacífico.
Y lo más extraño es que, por primera vez, no siento miedo.
Puck guarda silencio unos segundos, mirando hacia el vacío como si buscara una respuesta. Entonces alza su pata y apunta hacia el cielo, sonriendo con su característico aire enigmático.
—Fue tu culpa —me dice, y mi confusión debe de ser evidente porque se ríe—. Me oculté en un cristal piroxeno que Betty había preparado. Mi núcleo estaba dañado, y gracias a la matriz mágica que ella dejó en tu oficina, pude estabilizarlo. Cuando robaste el maná del chico gato y de Roswaal, eso me permitió tomar la forma necesaria para ayudarte a sobrevivir.
Escucho en silencio mientras las palabras de Puck se asientan en mi mente, enredándose con una sensación de culpa y comprensión que crece en mi pecho.
Sin quererlo, fui yo quien, en mi desesperación por aferrarme a la vida, lo retuvo en ese cristal.
«Fui yo quien retuvo a Puck de ver a Emilia de nuevo.»
Puck me observa con una sonrisa amable. Parece percibir mis pensamientos porque, en lugar de recriminarme, habla con calma.
—En cierta forma, era necesario para mí —dice, casi como si intentara tranquilizarme—. El maná que se necesita para invocarme es inmenso, y no puede almacenarse para que cualquiera me invoque; debe provenir del cuerpo que realmente quiera invocarme. —Asiente, orgulloso de los requisitos de su existencia—. Cada vez Emilia utiliza más su magia para sanar y luchar; reunir tanto maná como lo hizo cuando estuvo congelada le sería imposible.
—Necesitaríamos una matriz mucho más grande —concluyo, y él asiente, dándome la razón—. Pero podríamos trabajar en eso poco a poco. Eres uno de los espíritus más poderosos, dar tu odo por alguien con una vida tan corta… parece una locura.
Aunque me haya salvado, aun no comprendo su razón para hacerlo. No solo una vez, sino dos.
No, fueron tres veces.
—Eso es porque no entiendes… no entiendes cómo un espíritu percibe las cosas. —Me mira, con una sonrisa que se dibuja en su rostro mientras veo cómo mi puerta continúa curándose—. Marco, de alguna forma tú mismo me hiciste romper ese contrato antes de tiempo. Había ciertas condiciones que debían cumplirse.
—Lo sé —respondo, recordando—. Incluso si Emilia muriera, no intervendrías… solo destruirías el mundo. —Mis palabras provocan un destello de sorpresa en sus ojos, que pronto se arquean, volviéndose más amenazantes.
—Perdón… no quería ocultar el hecho de que ya lo sabía.
—No me dirás cómo lo sabes, ¿verdad?
Mi silencio parece frustrarlo un poco, y él suspira.
Por más que me gustaría contarle sobre mi poder y los cambios que he notado en este mundo, no sé cuáles serían las consecuencias.
No puedo arriesgarme a morir.
—Fu~. Qué se le va a hacer; siempre has sido así —comenta Puck, rascándose la cabeza con una pequeña pata—. Esa condición tenía un motivo, una razón de ser. No podía interferir porque mi propio contrato me lo impedía.
—¿Yo te hice cambiar de opinión?
Sus palabras me intrigan.
Si conecto sus palabras actuales con aquellas que me dijo antes de desaparecer en la batalla contra el arzobispo de la pereza, siento que algo empieza a cobrar sentido; aquellas palabras que dijo a Emilia en su carta.
—En cierta forma. —Puck se lanza hacia mí y se sienta en mi cabeza, cómodo—. Mis recuerdos fueron alterados cuando rompí el contrato, pero puedo decir con certeza que quien me hizo observar más allá de mis propios límites fuiste tú, Marco Luz.
Con una delicadeza inesperada, Puck me rasca la cabeza, y su gesto me desconcierta y me tranquiliza a la vez.
—Los espíritus solemos establecer vínculos fuertes con nuestros contratistas, pero eso no significa que sintamos lo mismo que ustedes. —Con suavidad, se desliza de mi cabeza, y lo tomo en mis manos, mirándolo de cerca—. Tenemos emociones predefinidas, algo que no podemos evitar.
Pero lo que dice contradice algo que he creído desde que vi a su hija.
—Betty es diferente, especial —comenta, con una sonrisa nostálgica—. Incluso yo, siendo un espíritu fuerte, caigo en las limitaciones de ser lo que soy. Para nosotros es increíblemente difícil cambiar… especialmente para alguien como yo.
Sé poco sobre la historia de Puck, y sus palabras me hacen pensar que sus recuerdos están sellados o quizás borrados.
No sé si debería indagar más o dejarlo en paz.
—Solo tengo recuerdos vagos de cuando traicioné a mi creadora, rompiendo mi contrato por primera vez. Luego hice otro contrato… uno que también rompí antes de formar uno nuevo con Emilia.
Ese fue el momento en que él salvó a Emilia.
Puck se mueve en el aire, como si cada paso lo ayudara a evocar los recuerdos.
—Éramos solo ella y yo al principio —comienza, con una voz que se vuelve suave, como si esos recuerdos aún le dolieran—, así que pude ver facetas de Emilia que otros ignoraban. La vi volverse más retraída, más temerosa ante algunas cosas… aunque, claro, todo ese temor desaparecía si alguien necesitaba ayuda.
Puck sale de mis manos y flota en frente de mí, mirándome con una mezcla de nostalgia y algo más.
—Yo era como un padre para ella, aunque, en realidad, ese título me quedaba grande. —Hace una pausa, y puedo ver una pizca de tristeza en sus ojos—. Mis palabras eran vacías. No quería que se lastimara, así que me aferré a esa protección que, con el tiempo, la volvió más frágil.
Su suspiro parece llevar consigo los arrepentimientos del pasado.
—Nadie se atrevía a decirle lo que pensaban, y menos aun cuando estaba con Roswaal. Todos debían mostrarle respeto… sin importar lo que realmente sintieran.
—Y a ese bastardo le convenía que Emilia fuese sumisa y apagada. —Aprieto mis dientes, recordando momentos del pasado, sin embargo sonrío, pues es eso: el pasado—. Aunque, claro, eso nunca fue ella, no cuando alguien estaba en peligro.
Puck y yo asentimos al mismo tiempo, compartiendo una risa leve que disipa un poco la tensión.
Pero luego Puck suspira, con un aire melancólico.
—Cuando le dijiste todo lo que hacía mal, cuando le mostraste la realidad sin rodeos… —Hace una pausa y muestra una sonrisa escalofriante, enseñando los colmillos—. Por poco te mato.
La broma me arranca una risa nerviosa, y él se relaja también.
—Desde aquel día pude ver cómo cambiaba, cómo cada caída la hacía más fuerte, más valiente. Era como si con cada problema retrocediera dos escalones solo para subir diez.
—Emilia siempre ha tenido talento. —Asiento, sintiéndome orgulloso de ella, de lo que ha logrado y de cómo ha crecido—. Solo necesitaba un pequeño impulso, como todos nosotros.
—Ella y yo éramos un dúo, pero… en realidad, no estaba ayudándola. —Me mira fijamente, mirándome con ironía—. Alguien que apenas la había conocido estaba ayudándola mucho más que yo, su espíritu protector. ¿No suena tonto?
Cierro mis ojos un segundo, pensando profundamente.
—Como tercero pude ver cosas que ambos no podían, ya te lo he dicho antes. Tu apoyo es un ancla que Emilia nunca ha olvidado, y el amor que ella siente por ti sigue siendo su combustible. —Lo miro dudoso—. ¿Te puedo preguntar algo?
Llevo un rato notándolo, la manera en que Puck habla de Emilia, con un respeto profundo y casi venerable.
—¿Por qué no le llamas Lía? —le pregunto, curioso.
Puck desvía la mirada, y, en sus ojos, percibo una tristeza que no necesita palabras.
«No se siente digno.»
—Estaba dispuesto a dejarla morir por cumplir mi contrato —admite, con voz tenue—. Y eso… me dolía.
Para Puck, Emilia era lo más importante.
Pero, si uno está dispuesto a dejar morir lo que más le importa, ¿acaso puede decir que le importa de verdad?
«Creo que he pensado esto antes,» reflexiono en silencio.
—Es algo tonto decirlo ahora, pero cuando Emilia empezó a cambiar, también comenzó a hablarme mucho más. En las semanas desde que llegaste, aprendí más de ella que en todo el tiempo que estuvimos juntos.
Cierra los ojos y toma mis dedos entre sus pequeñas patas, como si ese contacto le diera la fuerza que necesita para continuar.
—Entonces entendí que, en lugar de protegerla, estaba deteniendo su crecimiento. Y más que por mi pasado o por mis deberes, me di cuenta de que, en el fondo, yo quería verla crecer, quería verla volverse más fuerte. —Puck sonríe levemente, lanzando una mirada a mi puerta, casi reparada—. En el fondo de mi existencia, deseé ser un padre para Emilia. Quizás esa sea una de las razones por las que decidí ayudarte… realmente te estoy agradecido.
Su mirada se vuelve profunda, cargada de tantos sentimientos que me siento abrumado. Nunca pensé que alguien como Puck pudiera mostrar tal expresión, ni que sus ojos pudieran decir tanto.
—Ver que Emilia necesitaba crecer fue una cosa, pero ver que quería hacerlo fue otra completamente distinta. —Puck sonríe con ternura, dirigiendo la vista hacia el techo de mi puerta—. Ella avanzaba porque quería hacerlo, pero yo… yo me estaba quedando atrás.
De repente, una imagen se forma frente a mí: es Emilia, llorando en mi pecho mientras me abraza con fuerza.
—Marco, sé que no puedo decir mucho, pero tu vida es muy valiosa. Desde quien fuiste hasta quién eres, todo lo que has hecho ha impactado en mi hija y hermana. —Puck me mira, y sus palabras se hunden en mí—. Tus palabras y acciones reflejan lo que eres y lo que los demás serán. No quiero que la persona que mi hija ama muera de forma deplorable. Además también está mi hermanita, que de seguro espera verte lo más pronto posible.
Entiendo lo que quiere decirme, lo percibo en la profundidad de su mirada.
—También, eres mi pupilo, y no puedo dejar que alguien que entrené muera por una maldición. —Sonríe con un destello de humor—. Si eres mi aprendiz, debes llevar en alto el nombre de tu maestro, ¿no?
Ah, las enseñanzas de mi maestro…
—Tienes el poder de influir en los demás; todos lo tienen, pero tú eres consciente de ello. —Puck se rasca la cabeza con aire apenado—. Jaja, parece que me he puesto un poco emocional.
Con una inclinación de respeto, lo observo fijamente, dejando que mis ojos expresen lo que mis palabras no logran.
Sé que no es fácil reconocer lo que las palabras pueden hacer, el impacto que pueden tener las actitudes. Ha sido un camino largo mientras aprendía lo que causan mis acciones y mis palabras.
Incluso ahora, sigo aprendiendo, especialmente porque ahora es cuando más necesito de las palabras.
Puck es alguien que siempre se ha mostrado juguetón y bromista, su despreocupación aparente esconde una apatía hacia todos los que le rodean. No sé qué ocurrió en su pasado para que llegara a ser de esa forma, pero, hoy, él parece haberse liberado de esas cadenas.
—Gracias por sus enseñanzas, maestro.
Mis palabras salen con respeto y gratitud. Aunque no hayamos pasado tanto tiempo juntos, fue Puck quien me ayudó en mis inicios, sin dudar. Fue quien acompañó a Emilia cuando más lo necesitaba, quien permaneció a su lado cuando yo aún no podía.
Gracias a él, ahora Emilia brilla como una estrella.
Puck infla el pecho con orgullo, reflejando un poco de la solemnidad que normalmente oculta.
—Con gusto, mi pupilo —responde, hinchado de orgullo.
Se aclara la garganta, como si tuviera un cuerpo físico. Me observa con una seriedad poco común en él, y sus ojos, siempre tan vivaces, se vuelven agudos.
—No voy a preguntar cómo sabes ciertas cosas de mi pasado, pero aprovecharé este momento para decirte algo importante. —Sus ojos parecen afilarse mientras habla—. Necesitas ir a Gusteko, concretamente a Pardochia.
—¿Hermod? —pregunto, recordando ese nombre.
—Ese hombre… Solo él conoce la ruta hacia quien puede ayudar a Betty.
Abro los ojos, y el agradecimiento se convierte en una presión contenida en mi pecho. Aprieto los puños, sintiendo el peso de la responsabilidad y del afecto que le tengo a Beatrice.
—Gracias, Maestro.
—¡Ey! —dice, cruzando los brazos con una sonrisa burlona—. Lo hago por mi hermanita. —Hace una pausa, y su expresión se suaviza—. Gracias a lo que han hecho, me he librado de muchas cadenas… No puedo esperar a firmar un contrato con mi hija.
—Aunque serás más débil.
Puck suspira y coloca una de sus pequeñas patas en mi pecho.
—La maldición que te impusieron era demasiado fuerte, y parecía fortalecerse cuanto más se arraigaba en tu cuerpo. —Me mira con una mezcla de determinación y preocupación, luego pone su pata en mi cabeza—. No pude eliminar la maldición en tu cerebro, pero la inhibí. Ahora puedes encargarte de lo que queda.
Aprieto los labios, sintiendo un nudo en la garganta que parece imposible de desatar.
Otra vez, Puck ha entregado parte de su Odo, la esencia de su alma, de su vida. Para un espíritu, el Odo lo es todo; usarlo significa no solo debilitarse, sino arriesgar la misma vida.
—Al menos, eso facilitará el contrato conmigo —dice, tratando de suavizar la situación.
—Lo siento… de verdad —le digo, bajando la mirada.
Sentí su sacrificio en el instante en que estuve al borde de la muerte.
Una descarga en mi puerta, una especie de reemplazo de energía, un cambio completo en mí. Si lo que sucedió con Beatrice fue un ajuste en mis sentidos, lo que hizo Puck fue una transformación de mi esencia.
Siento una energía pura y gélida, un torrente que recorre cada vena de mi cuerpo, llenándome de una fuerza que no es mía. Al mismo tiempo, puedo sentir la cantidad abrumadora de energía que contiene.
—Ahora tienes una puerta mitad espíritu y mitad humana. Es curioso que tu cuerpo haya aceptado algo así —comenta Puck, con la sabiduría de quien ha presenciado más de lo que puede contar.
«El poder de un sabio.»
No puedes ser un sabio sin experimentar, no puedes tener un cuerpo incapaz de soportar todos los conocimientos. En ese orden, el cuerpo de un sabio es en sí especial.
Mis pensamientos se arremolinan, dándome cuenta del verdadero peso de lo que él me ha dado. Lo que hizo no solo cambió la naturaleza de mi puerta; su sacrificio es una marca imborrable, una conexión que va más allá del vínculo entre maestro y pupilo.
El poder de un sabio, un poder capaz de contener todo en un solo cuerpo.
Y yo, mientras sea lo suficientemente fuerte, tengo la posibilidad de convertirlo en algo bueno, en algo que beneficie a los que me rodean.
—Gracias —murmuro, inclinándome con respeto, con la certeza de que esas palabras jamás serán suficientes.
Aprieto los labios, sintiendo el peso de la culpa en lugar de logro. Le quité parte de la vida a mi maestro, a Puck.
—Mira, Marco Luz —Puck suspira, clavando su mirada en mí. Con sus pequeñas patas, toma mis mejillas y las aprieta con fuerza, obligándome a no desviar la vista—. Lucha, debes luchar. Te he puesto bajo el cuidado de mi hija, así que necesito que seas fuerte para que luches a su lado.
Comienza a desvanecerse, su silueta volviéndose tenue, como si el tiempo se le acabara.
—Debo calmar mi Odo —dice suavemente—, así que entraré en hibernación. Cuando llegues a Pardochia nos volveremos a ver. Recuerda dejarme en la fuente; ya lo entenderás cuando estés en ese lugar. —Puck sonríe, y su sonrisa es tan amplia y brillante como la constelación que lleva su nombre—. Gracias a ti, pude ver a mi hija convertirse en alguien completamente diferente. Ahora es alguien que no depende de mí poder, así que no importa si soy fuerte o débil; estoy seguro de que algún día superará todo lo que pude hacer como la bestia del fin.
Una chispa de esperanza prende dentro de mí, y extiendo mi puño hacia él.
—Yo también me haré más fuerte, tan fuerte como para traer a mi hija de vuelta. —Alzo mi puño, decidido—. Tendremos unas grandes vacaciones los cuatro.
Puck sonríe con ese brillo único en sus ojos, y asiente.
—¡Sí!
Pam.
El choque de nuestros puños resuena como una promesa, un pacto sellado en medio de este momento compartido.
Abro mis ojos lentamente, sintiendo un peso cálido sobre mi pecho. Unas hebras plateadas, suaves y brillantes, caen sobre mí, y noto la fragancia familiar que llena el aire. Emilia está ahí, sus cabellos revoloteando alrededor de mi cuerpo.
Puedo sentir una energía renovada recorriendo cada fibra de mi ser; es como si mi maná hubiese experimentado otro cambio.
En el pasado, cuando entrené mi propio maná, lo sentía fuerte pero controlado; con Beatrice se volvió ligero y veloz. Pero ahora... ahora se siente distinto. Es como si mi cuerpo entero hubiera pasado por un entrenamiento extenuante.
Siento el maná fluir con una fuerza explosiva, templándolo con cada respiración.
Levanto mi brazo y lo paso por su espalda, apretándola con ternura, agradecido por estar vivo.
—Mi reina, no llores —le susurro con una sonrisa, sintiendo un alivio profundo y genuino.
En el borde entre la vida y la muerte, pude darme cuenta de cuánto deseo seguir aquí, de lo importante que es para mí esta vida y las personas que amo. Ahora que estoy vivo, solo puedo agradecer al mundo por darme otra oportunidad.
La oportunidad de salvar a mi hija, de sentir el cariño de Emilia.
—¿Marco? —Emilia levanta la cabeza, su rostro hinchado y cubierto de lágrimas y rastros de llanto. No es la imagen de una princesa, pero en su vulnerabilidad, su ternura me hace latir el corazón con fuerza.
«Tan tierna.»
Ella se levanta de mi pecho y se sienta en el suelo, apartándose un poco mientras yo hago lo mismo. La observo en silencio, y veo cómo su cabello plateado cae, ocultando parcialmente su hermoso rostro.
«¿Estará molesta?»
—¿Por qué siempre tienes que ponerte en peligro? —pregunta, sin mirarme directamente.
Sé que podría decirle la verdad, y probablemente ella sería la única en creerme.
Pero, lamentablemente, no puedo revelárselo.
Aun así, no importa.
Después de todo, cada uno vive solo una vida, y yo apenas estoy descubriendo lo que la mía me reserva, al igual que ella sigue descubriendo la suya.
—Como yo lo veo, es un pago por los pecados que he cometido —murmuro, mirando sus manos, que se aferran con fuerza—. Quiero seguir ayudando a quienes pueda, sobre todo a quienes me importan profundamente.
Por un instante, pienso en Rem, en su sacrificio y en las emociones que antes juzgué como insensatas.
Si bien no comparto todas sus ideas, ahora entiendo ese impulso.
Dar la vida por aquellos a quienes amas.
—Pero no moriré —añado con firmeza—. No daré mi vida. Lucharé hasta mi último aliento por la felicidad de los demás y, claro, por la mía.
Emilia levanta el rostro, mirándome con una expresión enojada. Sus lágrimas siguen fluyendo, y, aunque su cara se contrae por la rabia y el dolor, esa mirada desafiante sigue fija en mí.
«La he hecho llorar de nuevo.»
Sé que merezco cualquier reproche.
—Eres un tonto, ¿lo sabías?
—Sí, por eso debes quedarte conmigo. —Guiño mi ojo, sonriéndole—. Para que no haga ninguna tontería.
En un movimiento repentino, se lanza hacia mí, rodeándome los hombros con sus brazos en un abrazo lleno de afecto.
—Puck… pude escucharlo. Me dijo que estabas bien… —Empieza a sollozar, y sus lágrimas inundan mi pecho, su llanto es tan fuerte que parece llenar el silencio de la habitación.
Alzo la vista y veo que detrás de Emilia está Reinhard, observándome con una sonrisa tranquila, y Crusch, quien también está despierta y nos mira en silencio.
Pero ahora, nada de eso importa.
Con suavidad, acaricio la espalda de Emilia, escuchando cómo lucha por respirar entre sus llantos y palabras entrecortadas.
—Yo… ¡Ugh! Yo casi pensé que te había perdido. Tu corazón… dejó de latir… yo… —Emilia aprieta su abrazo, su cuerpo temblando con cada sollozo—. ¡Ugh! ¡Haaa!
Emilia se desahoga en mis brazos, y siento que sus lágrimas son las mías.
Sus llantos expulsan mis propios miedos y dolores. Ella, esta persona que ahora sostiene mi vida entre sus manos me ha devuelto la libertad, y haré lo que esté en mi alcance para verla sonreír más a menudo.
La tomo suavemente de las mejillas, observándola fijamente.
Con mi pañuelo, limpio su rostro húmedo y agotado por el llanto, sin apartar la vista de sus ojos.
—Gracias por estar aquí, Emilia —le digo, dejando que mis palabras lleven el peso de lo que siento.
Con cuidado, mientras ella sigue sollozando, tomo aire y la miro fijamente, con la esperanza de encontrar las palabras correctas.
—Puck me dijo que estaba orgulloso de mí, de lo que soy. Me dijo que ya había crecido y que quería volver a verme —Emilia suspira, acomodándose en mis piernas, y me mira con una dulzura que me desarma—. Me asusté mucho, Marco; por un instante sentí que mi propio corazón se detenía.
Acaricio su cabeza, llevándola hacia mí para darle un beso en la frente.
—Lo siento... debió ser horrible.
Ella asiente, y puedo ver cómo sus orejas enrojecen por la vergüenza.
—No quiero volver a sentirme así.
Sus palabras me atraviesan. No puedo mentirle, no podría aunque quisiera. Las promesas son algo sagrado para Emilia; significan un compromiso que ella se toma muy en serio, y aunque sé que debería mentir para calmar sus preocupaciones, opto por la verdad.
—Seguiré intentándolo. Como te dije antes en esa cabaña, cuidaré de mi vida lo más que pueda.
Ahora que ya no tengo el retorno por muerte, siento que puedo ser completamente sincero.
La abrazo con fuerza, intentando organizar mis pensamientos para lo que está por venir. Nos quedamos así un rato, disfrutando de la calidez mutua, antes de que decida reunirme con Reinhard y Crusch.
«Es hora de comenzar a hacer historia en este reino.»
