Hola! Viendo las fechas me doy cuenta que ya han pasado 5 años desde la última actualización de este fic (aunque para mí ha sido como un mes xD), pero simplemente me es imposible seguir de manera continua todos mis fics pendientes. Aun así no me olvido de ellos y ahora es el turno de hacerle un update a este. Espero que les guste el capítulo y muchas gracias de corazón a todos quienes han apoyado y apoyan dejando sus reviews. Saludos gigantes para todas/os y gracias por la paciencia :D


Another Life, Capítulo Tercero


«Somos marido y mujer, Sasuke». Aquella sentencia giró por la mente del Uchiha tantas veces que terminó convirtiéndose en un carrusel que lanzó por la borda cualquier otro pensamiento ajeno. Obviamente aquí había pasado algo anormal, ilógico, de difícil explicación...

¿Pero qué?

Se le secó de golpe la garganta mientras miraba la cara consternada de Hinata. Entonces se enfrascó en una batalla de ideas disímiles hasta que, tras incontables segundos, logró hallar por fin la explicación más lógica, factible y razonable de todas...

—¿Me diste agüita de calzón?

—Esto... ¿Agüita de calzón?

—Ese hechizo que sirve para hacer amarres románticos. Sé que un sinfín de mujeres han intentado hacerme eso, aunque tú serías la primera que tiene éxito.

—N-no, amor —contestó mientras meneaba su cabeza efusivamente—. Por supuesto que yo nunca haría algo así.

Uchiha notó que Hinata lucía muy sincera, aunque el popular dicho de que «las tímidas son las peores» lo hizo dudar por unos cuantos segundos. Sin embargo, no quiso insistir en esa teoría dado que no la creía capaz de algo así. Ella era una chica muy respetuosa como para caer tan bajo.

Agobiado por lo inexplicable se llevó su mano a la barbilla, masajeándosela al tiempo que cavilaba. Tal lugar estaba libre de vellos como solía ser, lo cual indicaba que se había afeitado hoy por la mañana. Eso significaba que no estuvo inconsciente, ni en coma, ni nada por el estilo. Tampoco sentía a su cuerpo o a su cabeza distintos. Ni siquiera falta de sueño tenía.

—Por más que lo intento no entiendo qué ha pasado.

—¿A qué te refieres?

Él empezó a caminar de un lado a otro de la habitación, intentando darse aures de suficiencia a pesar de estar completamente desconcertado. Fuese cual fuese la situación un Uchiha siempre debía lucir seguro de sí mismo, eso sin duda alguna.

—A que está pasando algo totalmente descabellado —contestó cuando detuvo sus pasos, encajando su mirada morena en la albina—. Yo hace unas horas estaba casado con Sakura y, ahora que despierto, tú me dices que somos marido y mujer.

—¿Casado con Sakura? —preguntó sin poder evitar que su corazón se retorciera en una alarma de celos. ¿Acaso su esposo sentía algo por la pelirrosa ahora? ¿Estaba redescubriendo sus sentimientos?

—¿Es lógico que ella sea mi mujer, no? —replicó al tono asombrado de la Hyuga—. ¿Quién más iba a aguantarme? Después de todo soy un tipo con un carácter bastante... complicado —sentenció al hallar la palabra que, a su juicio, más encajaba con su personalidad.

—Eres complicado, desde luego, pero yo siento que somos muy compatibles. Por algo nos enamoramos. D-de hecho todas las noches me pedías, muy efusivamente por cierto, que restableciéramos tu clan...

—¿Que yo qué? —cuestionó él con voz muy aguda, de mujer prácticamente, al mismo tiempo que sentía como toda su sangre se le iba al rostro. A Hinata le pareció adorable ver que el gran y poderoso Sasuke Uchiha estaba completamente sonrojado.

—Esto, amor... —dijo bajo un ataque de pudor que la hizo mirar al suelo—. Siempre me dices que yo soy la única mujer adecuada para tener tus hijos. Pero yo decidí esperar por lo menos un par de años porque tu trabajo de Hokage iba a ser muy pesado como para que fueras papá también.

Sasuke quedó con la quijada tan abierta que hasta se le veía la campanilla. Y es que ni siquiera a Sakura le había pedido restablecer su clan. Los niños le daban urticaria porque eran máquinas de hacer popó y de berrear a todo pulmón, por tanto aún no se sentía preparado para lidiar con la tortura de cambiar pañales y con los lloriqueos de madrugada. Ser padre iba a serle como escuchar todo el día al parlanchín hiperactivo de Naruto; algo simplemente inaguantable.

¿Cómo o por qué le había pedido eso a Hinata? ¿Acaso tan fuerte era esa relación que ella creó en su alterada mente que estaba fuera de la realidad?

—No entiendo por qué luces tan confundido, mi vida —puntualizó preocupada—. ¿Te golpeaste la cabeza? ¿Te ha dado amnesia o algo así? —Elucubró lo más lógico.

—Lo mismo podría preguntarte yo. —La apuntó con su índice cual abogado en un juicio—. ¿Tú no estabas locamente enamorada del tonto de Naruto?

—Esto... sí, pero las cosas cambiaron radicalmente cuando... cuando nos enviaron juntos a una misión... —Sus mejillas se incendiaron al recordar aquellas vivencias muy poco santas.

Sasuke se rascó la coronilla un par de veces. Hinata se veía muy convencida de que estaban casados y eso significaba problemas con letras mayúsculas.

—Sólo sé que cuando Naruto se entere de esto ya no dirá «salvaré a mi amigo» —expuso tratando de imitar el tono más suave del blondo—. Él no tendrá ganas de redimirme otra vez, te lo aseguro —reafirmó ahora con su verdadero matiz de voz.

Hinata tenía claro que Sasuke no echaba bromas, pero su imitación del Uzumaki se le hizo graciosa. Hasta se hubiese reído de no ser porque su preocupación actual era más fuerte que su sentido del humor.

—Pero, mi cielo..., Naruto no puede reclamar nada porque yo no soy nada de él.

El de luceros morenos redujo el espacio entre sus cejas, mirando a la hermana de Hanabi como si estuviese loca. Iba a protestar, pero nada sacaría con insistir. Ella de verdad creía, con la fuerza de mil soles, que era su verdadera esposa. Por tal razón prefirió desahogarse resoplando el mechón que tapaba su ojo izquierdo.

—En todo caso si él no me mata será Sakura quien lo hará —acotó poco después—. La tengo bien domesticada el noventa y cinco por ciento de las veces, pero si piensa que le fui infiel me hará picadillo. Contra Naruto al menos puedo defenderme, pero obviamente no soy un esposo tan malo como para pelear contra mi propia mujer. Ella me va a cortar el... —Se estremeció de sólo pensar en perder a su gran orgullo.

—Por favor no digas que ella es tu mujer. M-me duele mucho... —pidió mientras hacía un puchero de niña que al Uchiha se le hizo casi irresistible. Incluso sintió ganas de darle un abrazo para consolarla, tanto así que tuvo que contener tal deseo—. Y Sakura tampoco puede hacerte daño porque tú me perteneces. Eres mío y de nadie más —añadió de forma muy posesiva. Solía ser quedada y tímida, pero si se trataba de defender a su esposo sacaría uñas y dientes si era necesario.

El ojinegro quedó mirándola un tanto sorprendido, dándose cuenta de que en realidad apenas conocía a Hinata. Según recordaba era una niña insegura, media tartamuda, tímida e introvertida; que, precisamente por todo lo mencionado, solía hablar con una vocecita dulce que apenas se oía. La Hyuga le parecía extraña, un bicho raro, pero le agradaba porque nunca lo molestó como el resto de «fangirls» que vivían persiguiéndolo.

La princesa del Byakugan, queriendo ser proactiva ante ese mutismo extenso propiciado por su esposo, se levantó con la intención de acariciarle el rostro y volver a forjar esa intimidad tan especial que ambos tenían, pero él reaccionó dándose la vuelta contra la pared a la velocidad de un rayo.

—Hinata, vístete que tus pechos tienen vida propia —dijo terriblemente avergonzado al ver como se movían como si estuvieran de fiesta. ¡Hasta sonrojado estaba por haberle visto de nuevo sus atributos! Se suponía que esa visión sólo podía tenerla su mejor amigo, su único amigo en realidad, así que vérselos de nuevo era como estar apuñalándolo por la espalda. Y aunque actuaba como un cabronazo muchas veces, jamás de los jamases traicionaría a Naruto de esa forma. Podría pelear a muerte contra sus enemigos, quitarles los brazos, las piernas también, torturarlos con genjutsus sangrientos, sacarles los ojos o matarlos de las formas más horribles posibles... ¿Pero meterse con la mujer de un amigo? Eso sí que no. Habían niveles de maldad tan grandes que estaban prohibidos hasta para él.

Hinata, entretanto, no sabía qué hacer. Y es que a Sasuke le encantaban sus senos, se los mimaba todas las noches y asimismo siempre se los alababa. En cambio ahora ni siquiera quería mirárselos. ¡Si hasta quitaba la vista como si fueran algo espantoso! Su autoestima nunca fue buena, pero sentía que ahora estaba a punto de llegar al suelo. ¿Qué estaba pasando?

—Amor, ¿qué te está pasando? —explicitó sus últimos pensamientos a la vez que se ponía la camisa de su pijama—. Yo quiero a mi Sasuke de vuelta, al hombre que amo con toda mi alma.

Él, todavía observando la pared, entrecerró su ojo izquierdo de sorpresa. El susodicho estaba tiritando como si no supiera si cerrarse del todo o abrirse por entero.

—Sólo hay una forma de arreglar este asunto. Vístete que vamos a salir.

—D-de acuerdo.

Una obediente Hinata se colocó sus prendas. La noche era profunda, pero si Sasuke necesitaba tomar aire para recuperar la cordura entonces lo acompañaría sin chistar.

El dueño del Sharingan hizo la respiración consciente para no perder los nervios. Algo andaba mal aquí y tenía que averiguar el qué. ¿Alguna técnica enemiga tal vez? ¿Una ilusión tan poderosa que ni siquiera el Rinnegan podía enfrentar? ¿O acaso cayó en un genjutsu auditivo en lugar de uno visual? Todo ello asomaba como altamente improbable de todas formas.

—Escúchame, Hinata, iremos a ver a Naruto. Él te dirá que la equivocada eres tú, que eres su mujer. Sólo no le digas que estábamos juntos en la cama o vamos a pelear a muerte y terminaremos como bichos reventados por un zapato. Dile que simplemente llegué a casa y de repente tú estabas creyéndote mi esposa. ¿De acuerdo?

—Esto... sí —aceptó dudosamente. Temía que Sasuke se hubiera vuelto loco por el enorme trauma que aún le significaba la pérdida de su familia—. Me arreglo enseguida —añadió más convencida al augurar que hablar con Naruto solucionaría todo. Él le diría que estaba casado con Sakura y entonces el último Uchiha aceptaría que algo malo sucedía con su mente. Estaba segura de que se había dado un golpe en la cabeza que le provocó una amnesia temporal. Era la única explicación lógica a su raro actuar.

El ojinegro recordó que con Sakura la expresión «me arreglo enseguida» equivalía a mucho tiempo frente al espejo, pero le sorprendió que Hinata se tardara menos de tres minutos en lavarse la cara y vestirse.

—Vamos.

Mientras lo seguía por detrás ella quiso tomarse de su brazo como lo hacía siempre, pero decidió recular esa decisión. Era evidente que este «Sasuke extraño» no estaría dispuesto a llevarla de esa forma.


En tanto Naruto seguía confundido por las asombrosas palabras de Sakura, quien, tan campante y sin ninguna duda de por medio, le había dicho que era su esposa.

—Estás equivocada —atinó a decir tras sentir que su lengua por fin se había desenredado de la perplejidad que la envolvió.

La kunoichi respiró profundo y acudió a sus conocimientos de medicina para tratar de explicar los disparates que estaba diciendo Naruto. Se le acercó y, pese a que él dio un respingo retráctil, le puso su palma en la frente con toda confianza. Verificó entonces que no tenía fiebre.

—¿Te caíste de la cama mientras dormías? —Lanzó otra teoría aunque no la creyese posible. Un costalazo así la habría despertado.

—No que yo sepa.

—A ver déjame revisar tu cabeza.

Sin esperar permiso comenzó a examinarla parte por parte, apartando el pelo mostaza a fin de verle el cuero cabelludo. Como la luz de la lámpara no era lo suficientemente potente, prendió la luz principal del techo y lo arrastró justo por debajo del foco.

—Oye, si me buscas piojos desde ya te digo que no tengo. Soy bien limpiecito, de veras.

—Estoy buscando si tienes algún machucón en la cabeza. Eso podría explicar porque estás actuando tan extraño. Sin embargo, no te encuentro nada. —Se agarró el mentón mientras comenzaba a elucubrar más opciones—. A ver, échame al aliento —solicitó cuando llegó la idea de un estado etílico. Al fin y al cabo Naruto aguantaba muy mal el alcohol.

Uzumaki hizo caso y Sakura no obtuvo lo que esperaba. Su boca tenía el aroma a la pasta de dientes que usaban antes de dormir. Contrariada, se rascó una mejilla a la vez que un rictus se le dibujaba.

—A ver, hace un cuatro con la pierna —pidió a pesar de saber que no estaba borracho. Sin embargo, podría haber sido drogado o bien sus capacidades cognitivas y de coordinación estaban alteradas por alguna razón de tipo médica.

El varón, obediente ante esa voz demandante, concretó la acción sin ningún problema. Su equilibrio estaba perfecto.

—¿Cuánto es trescientos veintisiete más ciento cuarenta?

Él empezó a hacer cálculos con los dedos. Al cabo de un minuto todavía no llegaba a la respuesta.

—¿Quinientos dieciocho? —Fue una pregunta más que una respuesta—. Ay, no, por tu cara parece que me equivoqué —terminó por palmotearse la frente a la vez que reanudaba su cálculo dactilar.

—Déjalo, se nota que eres tú mismo. Nunca fuiste bueno en matemáticas, así que si me hubieras dado una respuesta correcta me habría asustado de verdad. —Se encogió de hombros tras lo dicho.

Uzumaki no pudo evitar reírse.

—Oye, sé que no soy un as de la inteligencia como Shikamaru, pero tampoco me afectes la autoestima —bromeó jocosamente.

Ella le devolvió una sonrisa genuina. Luego volvió a la necesaria seriedad.

—Es muy raro y no me explico el por qué, pero puede ser que tengas un cuadro de amnesia temporal...

—No, Sakura —renegó meneando la cabeza inmediatamente—. Eres tú la que debe tener amnesia y no yo, de veras.

—Eso es imposible porque yo recuerdo muy bien todo lo que ha pasado este tiempo.

—Yo también —replicó él.

—Si fuese así recordarías que yo soy tu esposa.

—Es que no lo eres.

A Haruno le dolió mucho que afirmara eso con tanta seguridad, pero decidió respirar profundamente a fin de mantener la calma. No quería dramatizar ni desatar su mal carácter ahora, pues de nada serviría. Necesitaba ser analítica.

—A ver, cuéntame tu versión de la historia —solicitó tras unos segundos. Se acercó a la cama y se sentó cruzando sus piernas, las que ahora estaban cubiertas por el pantalón de su pijama.

—Mira... Tú siempre amaste a Sasuke, toda tu vida lo hiciste, así que cuando regresó a la aldea tú te casaste con él.

—¿Ves que estás equivocado? —espetó enseguida—. Yo me cansé de los maltratos de Sasuke y me di cuenta de que te amaba a ti.

—No. Eso no es así —renegó tajantemente—. Tú siempre lo amaste a él y lo mío por ti sólo fue un capricho de niño. Incluso cuando te me declaraste yo te rechacé.

—Eso lo recuerdo bien, pero en el fondo me rechazaste porque creíste que yo seguía amando a Sasuke. Ese «odio a la gente que se miente a sí misma» lo dejó muy claro.

Naruto, frustrado, se rascó insistentemente la cabellera en su parte más alta. Incluso se tiró muchos pelos hacia arriba.

—Es que esto no puede ser, Sakura. Recuerdo muy bien que a cada rato decías Sasuke esto o Sasuke lo otro. Salía hasta en la sopa porque repetías su nombre como trescientas veces al día. Estabas obsesionada con él y a mí no me dabas ni la hora.

—Te digo que eso quedó atrás cuando maduré. Te correspondí cuando me di cuenta del hombre extraordinario que eres. Hasta tuve que luchar por tu amor para que me creyeras que ya había olvidado a Sasuke.

La quijada del blondo se despegó tres significativos centímetros.

—¿Luchaste por mi amor? —dijo con un inimitable tono de asombro total. La falta de aliento incluso hizo que se le produjera un gallito.

—Para que veas cuánto te amo.

El de ojos zarcos respiró profundo. No podía creerse lo que ella le estaba diciendo. Siempre ansió esas palabras cuando era adolescente, ¿y se las decía ahora que ya era un hombre casado?

Carraspeó varias veces para que sus cuerdas vocales no emitieran otro gallito, sino una voz de hombre clara y entendible.

—No sé qué ha pasado con tu cabeza, Sakura, pero nosotros somos buenos amigos. Yo te quiero mucho, pero a quien amo es a Hinata. Ella es mi esposa, de veras.

La de pelo rosado sintió que un sabor muy amargo se impregnaba en su boca. Sus puños se cerraron y sus luceros de jade comenzaron a humedecerse inevitablemente. Esa sentencia le había dolido profundamente, mucho más de lo que Naruto o cualquier otro pudiese imaginar.

—¿Es por eso que estás haciendo todo este teatro? ¿Estás arrepentido de haberme escogido antes que a ella? —Cuestionó mezclando aflicción y rabia a partes iguales.

El de ojos cielo se conmovió al verla sufriendo. No sabía qué estaba pasando, pero por supuesto que nunca querría hacerle daño a su mejor amiga y una de las personas más importantes de su vida. Quiso atemperar sus palabras, tratar de hablar de un modo más suave y no tan tajante.

—Es que no había nada que escoger. Tú siempre amaste a Sasuke. Siempre —silabeó el último vocablo para enfatizarlo todavía más.

—Oye, ¿eres tonto o te gusta beber agua de mar? —Se quejó haciendo un ademán—. Ya te dije que yo me cansé de humillarme por él. Simplemente me harté.

Él sintió las manos sudorosas y, de forma inconsciente, las secó en sus cabellos al tiempo que se peinaba.

—Oye, ¿no serás tú la que anda ebria? —formuló su propia teoría.

—¿Ebria? A ti te voy a dejar ebrio pero de golpes. Ven para acá que con unos cuántos te quitaré la amnesia.

Sin duda la que estaba enfrente suyo era Sakura. Nadie más podría responderle de esa forma y con esa voz tan particular. Aun así debía aceptar que en el fondo le gustaba que lo tratara así, esa dinámica de hacerla rabiar lo divertía mucho en sus adentros. Lo que no era tan divertido era recibir los consecuentes golpes, pero de todos modos su lado masoquista podía aguantarlos estoicamente.

—No me pegues tan fuerte nomás, recuerda que tu fuerza ya no es la de una niña. —Se encogió lo más posible mientras esperaba el castigo con una media sonrisa resignada.

Al verlo tan entregado a su destino y tan desvalido ante ella, Haruno templó sus ganas de echarle sus demonios a través de sus lindos puños. Después de todo ahora era su hombre y no podía maltratarlo de esa forma si quería evitar una petición de divorcio.

—Tranquilo. Ya quedaron atrás esos tiempos en que mi inmadurez adolescente me empujaba a darte coscorrones o golpes que por poco te desnucaban. Lo único que logro con eso es dejarte más tonto de lo que ya eres —explicó con una sonrisa que viajaba entre la broma y la seriedad. Finalmente fue esta última la que se impuso antes de lanzar una frase clave—. Te amo y quiero que arreglemos esa confusión que tienes. Echo de menos a mi Naruto. A mi Naruto —recalcó sentidamente.

Los ojos azulados formaron un claro contraste entre sus pupilas contraídas y los ojos más abiertos. ¿Sakura le estaba diciendo que lo amaba? ¿Tantos años soñando con ello y ahora que estaba con Hinata se lo decía? Se sintió extraño, tanto que ni él mismo sabía qué estaba sintiendo gracias a la contradicción de emociones que lo poseían. Las palabras de la pelirrosa eran bonitas de oír, mas lo que él deseaba era recuperar a Hinata lo antes posible. A su esposa. A la mujer que en verdad amaba.

—Pues discutiendo creo que no arreglaremos nada. Es evidente que uno de los dos está equivocado y esa eres tú. Algo te sucedió, Sakura. Tenemos que ir a hablar con Sasuke o Hinata para arreglar esto. Entonces te darás cuenta que la errada eres tú, ¡de veras!

—Entonces lo vamos a hacer ahora mismo.

—¿No será muy noche para molestar? —Cuestionó haciendo brillar su cortesía.

—Esta situación me tiene los nervios de punta. Entenderán que lleguemos a esta hora.

Sin que hiciera falta intercambiar más palabras, Sakura fue hacia el armario empotrado en la pared. Sólo entonces Naruto dio cuenta de que esta alcoba era totalmente ajena a la que compartía con Hinata. La decoración era más chillona y tanto los muebles como su ubicación eran distintos.

—¿Esta es tu casa, Sakura?

Nuestra casa —corrigió ella dándole la espalda mientras se sacaba el pijama. Con toda cotidianeidad comenzó el proceso de vestirse agarrando unas bonitas bragas, mismas que se colocó para después calzarse un apretado pantalón blanco.

Naruto, como buen hombre heterosexual, no pudo evitar que sus ojos quedaran pegados en el trasero tan bien formado de la pelirrosa. Incluso vio sus glúteos desnudos por unos cuantos segundos, cosa que le había quitado el aliento. Cuando atisbó que iba a colocarse sus sostenes asimiló que verla así no le correspondía a él, por lo cual se volteó y puso sus manos tapando hasta los rabillos de sus ojos cual caballo con anteojeras.

Cuando la de ojos jade terminó su labor caminó hacia el espejo, se sentó frente a éste y comenzó a arreglarse un poco antes de salir. Las calles lucirían vacías por las altas horas que eran, pero nunca estaba de más echarse una manito de gato en caso de cualquier contingencia.

—¿No piensas vestirte? —Cuestionó ella al verlo por el reflejo del espejo. Estaba parado contra la pared y no deducía el por qué.

—¿Ya terminaste tú?

—Sí.

Naruto se dio vuelta, caminó hacia el armario y agarró unos ropajes.

—Me vestiré en el baño. ¿Me puedes decir dónde está?

—Por el corredor a la mano izquierda —dijo tras vencer al asombro de que él tampoco recordara eso.

—Gracias.

Poco después llegó el amigo de Kurama ya bien vestido. Entonces esperó unos minutos a que Sakura terminara de arreglarse el cabello y de colocarse cuidadosamente unos aretes de oro.

—Estoy lista —anunció mientras se levantaba de la silla—. Sólo espero que cuando veas que Hinata y Sasuke son esposos aceptes que algo anda mal con tu cerebro.

El de pelo mostaza dio un notorio respingo, sus ojos abriéndose a su máxima capacidad biológica.

—¿Dijiste que Hinata y Sasuke son esposos? Tienes que haberte vuelto loca. Ellos apenas se conocen.

—Ya lo comprobarás por ti mismo cuando los veamos —reafirmó ella con una seguridad tan abrumadora que implantó un temor de tipo desconocido en el rubio; algo que se sentía muy diferente a todas sus vivencias anteriores.


Siendo las tres de la madrugada con algunos minutos, las calles estaban vacías tal y como se esperaba. Sin embargo, dos parejas disparejas caminaban inundados de pensamientos tortuosos hasta que, tras doblar por una esquina, se encontraron a lo largo de la misma calle a tan sólo unos veinte metros de distancia.

Era asombroso coincidir a estas horas, a menos, claro, que el dúo contrario también tuviese razones muy poderosas para salir tan de noche desde casa. Múltiples preguntas surgieron en vendaval y, como la única forma de obtener respuestas estaba por delante, avanzaron los unos hacia los otros. Como acto siguiente el rubio, adelantándose por un segundo al Uchiha, hizo una inmediata exigencia.

—Hinata, por favor dile a Sakura que tú eres mi verdadera esposa.

—Y tú, Sakura, dile a Hinata que tú eres mi mujer —añadió el pelinegro en un tono igual de imperioso que el de su amigo.

Las aludidas casi se cayeron de espaldas al piso. Cada una tuvo que dar un paso atrás y hacer esfuerzos para mantener el equilibrio. Luego se miraron completamente desorientadas, compartiendo así la perplejidad que las invadía.

—Naruto..., yo soy la esposa de Sasuke... —contestó Hinata tras poder reaccionar por fin.

—Y yo soy la esposa de Naruto... —agregó Sakura a su vez, casi sin aliento.

Un silencio atosigante se hizo mientras el aire se volvía mucho más denso. En un primer momento los ojos brunos y los azules reaccionaron echándose miradas llenas de caos mental, pero muy pronto eso cambiaría radicalmente...

Como poniéndose de acuerdo ambos dieron unos pasos hacia el otro y, tan indignados como celosos, se tomaron fuertemente desde las solapas mientras se echaban miradas asesinas.

—¡Hijo de fruta! —espetó el rubio mostaza—. ¡Te robaste a mi mujer, maldito!

—¿Pero qué dices, idiota? ¡Tú te robaste a la mía!


Continuará.