CORONAS Y ENGAÑOS

CAPÍTULO 25

LA ESPERANZA INCIERTA

Tan pronto como Andrew se enteró del bloqueo que impedía los viajes fuera de Júpiter y la comunicación con el exterior, salió de su nave y se dirigió al palacete de sus padres con la firme intención de conseguir la autorización para abandonar el planeta. Aunque no tenía pruebas de que su padre estuviera detrás de ello, estaba seguro de que todo era un plan orquestado entre su progenitor y el Rey, por atreverse a dar marcha atrás con los planes de desposar a la princesa Wanda.

Al llegar a Hansford House, no le pasó desapercibida la sorpresa en el rostro de los sirvientes que fue encontrando en su camino, pues todos se habían enterado de que nuevamente partiría fuera del planeta. Sin embargo, cuando llegó a la sala de estar principal y se encontró con su madre, en su mirada, más que sorpresa, vio nerviosismo. ¡Casi podía asegurar que ella sabía que su viaje había sido saboteado y por quién!

—¡Hijo! —exclamó su madre al tiempo que se ponía de pie—. Ya te hacía fuera de Júpiter. ¿Qué haces aquí?

—Quizá esa pregunta debería hacérsela a mi padre —respondió Andrew, tratando de contener su molestia. Después de todo, su madre no tenía decisión alguna en las determinaciones que su padre tomaba como cabeza de Hanford Castle Bank ni como primer ministro de Júpiter.

—¡Andrew, no me respondas así, que soy tu madre!

Andrew cayó en cuenta de que, aunque había tratado de modular su voz, sus palabras habían dejado entrever la molestia que sentía.

—Discúlpeme, madre. Aquí el único culpable es mi padre y no debería desquitarme con usted. ¿Dónde está él?

—Está en un concilio con los administradores y juristas del banco.

Tras obtener la respuesta que quería, Andrew se dio media vuelta y salió de la sala de estar para dirigirse en búsqueda de su padre. Sin embargo, su madre fue tras él.

—Andrew, no puedes interrumpirlo ahora. Está en un concilio muy importante con los administradores del banco.

Andrew se dio media vuelta, encontrándose con la mirada de súplica de su madre.

—¿Yo no puedo interrumpir una maldito concilio, pero él sí puede meterse en mi vida? Tengo casi veinticuatro años como para que él siga queriendo decidir en mi vida. Así que me va a escuchar, y a usted, madre, le pido que no intervenga.

Andrew se sintió mal al ver asomarse las lágrimas en los ojos de su madre.

—¿Te pelearás con tus padres por causa de una mujer? —le reclamó su madre

Andrew inhaló y exhaló, y aunque no había otra mujer en su vida, no pudo evitar pensar en Lita y en su ferviente deseo de verla.

—Sí, si siguen insistiendo en que la despose —respondió Andrew.

Sin esperar réplica, se dio media vuelta.

—Sabes que no hablo de la princesa.

Andrew hizo caso omiso y siguió su camino hasta llegar al aula regia , cuya entrada estaba custodiada por dos centinelas que cuidaban de que nadie entrara sin permiso. Sin embargo, Andrew creía no requerirlo, pues siempre había un lugar para él como futuro heredero. Esta vez, no obstante, los centinelas se opusieron.

—Disculpe, señor Andrew, pero no puede entrar sin permiso.

—Son órdenes de su padre —comentó apenado el otro.

—Entiendo —respondió Andrew—. ¿Les dio una explicación del porqué?

—No lo sabemos, señor Andrew. Solo nos lo...

Andrew notó que los hombres bajaron la guardia, pensando que, como de costumbre, no se revelaría de manera tan abierta a las órdenes de su padre. Así que, aprovechando esto, de pronto se abrió paso y empujó la puerta, encontrándose con los rostros ya conocidos de los administradores y juristas sentados en una larga mesa, y a su padre, sentado en aquel lugar tan semejante al trono de un monarca.

—Buenas tardes, señores. Disculpen que haya entrado de esta manera, pero se ha presentado una emergencia que requiere la presencia de mi padre.

El comité de administradores y juristas respondió con educación al saludo de Andrew, en tanto que notó cómo su padre lo miraba de manera amenazante, mirada que Andrew sostuvo de manera retadora.

—Supongo que lo que tengo que decirle debería ser hablado en privado, padre. Aunque si quiere que...

—Señores, les pido que por favor me den un momento. Como sabrán, además de ser la cabeza de Hansford Castle Bank, también soy primer ministro. Enseguida vuelvo.

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Dado que Arthur Hansford cuidaba mucho las apariencias, contuvo su ira frente a los miembros del consejo de Hansford Castle Bank. Sin embargo, una vez que salió del aula regia y se fue alejando junto con su hijo, dejó de reprimir su furia.

—¿Se puede saber qué son esas formas de interrumpir un concilio del banco? —le recriminó, apretando los dientes, pues no quería escándalos en ese momento.

—Se podría haber evitado que interrumpiera su concilio si no hubiera ordenado poner un campo de fuerza para prohibirme salir de Júpiter —respondió Andrew.

—¿Y quién te dijo que el campo de fuerza se puso por ti? —le replicó su padre con desdén—. No, Andrew. Esta orden fue aprobada por la mayoría de los miembros de las dos cámaras del parlamento a causa de la desaparición de la hija menor del rey. Tenemos que evitar que quien la tenga secuestrada la quiera sacar de Júpiter.

Andrew rió ante la respuesta de su padre, pero, pese a ello, estaba furioso.

—¡Por favor, padre! Han pasado demasiadas semanas desde que esa joven desapareció. ¡Cualquiera ya la pudo haber sacado de aquí! —se burló Andrew—. Además, no finja que usted no está detrás de esto. Usted rara vez le da la razón al rey Cedrick y los miembros de la cámara de cloroquinesis rara vez suelen votar a favor de una decisión por la que usted muestre rechazo. ¡Deme el permiso para salir y déjese de cosas!

—Ese permiso tienes que solicitarlo a la Autoridad de Vuelos Interestelares, Andrew. No está en mis manos —dijo con seriedad Arthur Hansford.

A pesar de estar enojado, Andrew rió ante lo absurdo de las palabras de su padre, pues ambos sabían que Arthur Hansford, con sus influencias, podía conseguir el permiso para que saliera de Júpiter con solo el chasquido de sus dedos.

—Voy a ir a solicitar ese permiso que no se me tiene por qué negar —dijo Andrew—. Pero le juro, padre, que si sigue poniéndome obstáculos en mi camino, se va a arrepentir.

—¿Te atreves a amenazarme a mí, que soy tu padre? —le recriminó furioso Arthur Hansford.

—No es una amenaza padre, pero por primera vez en mi vida voy a hacer lo que me plazca y no lo que usted quiera.

—¿Y cuando has hecho lo que yo quiero?— Le recrimino Arthur Hansford— Disgustos es lo que más me has dado.

—¿Que no he hecho lo que usted siempre ha querido?— Le reclamo Andrew— Me mandó a esa maldita escuela militar en marte, estudié derecho para que te hicieras hombre, y ahora también me quiere obligar a casarme con quien usted decida.

—¡Todo lo hago por tu bien!

—No padre, no lo hace por bien, lo hace porque en el fondo le importan las apariencias y quiere pavonearse diciendo que está emparentado con la realeza que tanto dice despreciar, pero de una vez se lo advierto, a mi futura esposa la elegiré yo y no va a ser una princesa.

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Desde lo alto del puente curvo que cruzaba el estanque artificial, mandado construir por el Emperador Takahashi Hino en los áridos jardines del castillo Imperial, Lita contemplaba el camino que llevaba hacia la entrada, anhelando ver que pronto llegaría el carruaje del que bajaría Andrew.

Pese a su preocupación por la desaparición de Haruka, saber que pronto vería a Andrew le reconfortaba; y dado que estaba previsto que él llegase a Marte en las primeras horas del día, desde la noche anterior Lita había preparado su tarta favorita, y al amanecer, se había esmerado en su arreglo, ataviándose con un lindo kimono color rosa pastel con bordados de flores lilas, esperando que él la encontrara linda al recibirlo. Sin embargo, las horas habían transcurrido una a una, y él no había llegado, pese a que estaba por anochecer.

De pronto, Lita vio en el firmamento la primera estrella, señal de que pronto llegaría la noche, y sintió su corazón estremecerse al imaginar las razones por las que la llegada de Andrew se había retrasado tanto.

"¿Y si le ocurrió algo?" pensó para sus adentros.

Sabía que a lo largo de la historia habían ocurrido accidentes aeroespaciales en los que las personas perdían la vida, y de pronto, su corazón comenzó a latir desesperado.

Angustiada, sacó de entre las bolsas de su kimono el relicario que él le obsequiara antes de partir, y por enésima vez pronunció el nombre "Andrew" para tratar de comunicarse con él. Sin embargo, nada ocurrió, y de pronto sintió un nudo formándose en su garganta.

—¡Por favor, Litha, no me lo quites a él también! —imploró a la diosa venerada por los jovianos de electroquinesis y con la que compartía nombre, mientras a su mente venían uno a uno los seres queridos que había perdido: sus amados padres, Haruka que parecía estar desaparecida, y Neflyte que había decidido abandonarla por quedar deshonrada.

De pronto, sus rezos a la diosa se vieron interrumpidos por la risa de Rei, y al voltear a su izquierda, Lita la miró cruzando el puente en compañía del príncipe Endymion, quien la observaba embelesado.

—¡Regresamos! —exclamó Rei—. Fue un paseo divertido. Espero que algún día vayas con nosotros.

Lita sonrió ante el comentario de la princesa. Por la mañana, la princesa la había invitado a dar un paseo en el que pretendían escalar el Monte Kaji-no-Mori, invitación que Lita había rechazado porque quería estar ahí para recibir a Andrew cuando llegara, y por supuesto, sin lucir desaliñada por tal actividad física.

—Le prometo que la próxima vez aceptaré la invitación, princesa —respondió Lita.

—Disculpen que cambie de tema, pero, ¿ya llegó Andrew? —intervino el príncipe Endymion—. ¡Tengo mucho que platicar con mi amigo!

—Aún no —respondió Lita con preocupación.

—¿Que no se supone que debía llegar desde la mañana? —preguntó el príncipe.

—Así es, pero el Emperador me comentó que los tecnólogos no han logrado rastrear la nave de Andrew.

—¡Eso es tan extraño! —comentó Rei.

De pronto, el ruido de los caballos tirando de un carruaje llamó la atención de Lita, así que de inmediato volteó hacia la entrada, esperanzada de que fuera él.

—¡Seguro ha llegado ya!

Lita, desesperada por verlo, se dirigió camino abajo, seguida de los príncipes. Pero al llegar, con desilusión vio que solo se trataba del mensajero del Emperador, quien había regresado al castillo después de haber estado fuera.

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Pese a estar encerrada día y noche en sus aposentos, cada cosa que ocurría más allá de los márgenes del castillo llegaba a oídos de la princesa Wanda gracias a su prima Hildrud, quien todo le contaba. Así pues, sabía que hace tres días su padre había ido a visitar a los Hansford para tratar de hacer entrar en razón a Andrew y que, además, él y el primer ministro habían firmado un acuerdo para restringir las salidas y entradas al planeta con el fin de que Andrew, de quien sospechaban que tenía un romance, entrara en razón y la desposara. Sin embargo, aquello no cambiaba las ansias de Wanda, pues, aunque bien sabía que él estaba en Júpiter, no se había presentado en el castillo.

Además, como si aquello no fuera suficiente, saber que en menos de una semana Jaedite se casaría con otra y la ausencia de su sangrado mensual, que ya se había retrasado casi dos semanas, la tenía sumida en la tristeza y la desesperación.

—¡Calma! Quizá es efecto de la ruda —susurró Hildrud tratando de controlar el ataque de llanto que tenía.

Sin embargo, Wanda no podía parar de llorar, pues sabía que estar encinta la arruinaría ante los ojos de la sociedad.

De pronto, las puertas de sus aposentos se abrieron, y Wanda se sobresaltó al ver a su madre y temió que las hubiera escuchado.

—Hildrud, déjame un momento a solas con mi hija, por favor.

Una vez que Hildrud salió, su madre se sentó en el borde de la cama junto a ella, y Wanda se estremeció al encontrarse con su mirada, en la que vio reflejada una mezcla de temor y severidad.

—¿Qué... qué sucede, madre? —preguntó temerosa Wanda, pues desde el accidente en que había quedado lisiada su madre se desvivía por seguirla mimando como siempre, aun cuando ella muchas veces la trató con desdén.

—Eso dímelo tú —dijo la reina con severidad—. Fiona me dijo que este mes no has sangrado y que tienes casi dos semanas de retraso.

La princesa Wanda sintió el corazón latirle más rápido ante las palabras, y la mandíbula comenzó a temblarle.

—¿Le va a creer más a esa...

Las palabras se ahogaron en la garganta de Wanda, y su madre la tomó de los hombros.

—¡Dime que jamás has estado con un hombre, Wanda! —exigió su madre con desesperación—. ¡Dime que no te entregaste a Andrew!

Wanda, incapaz de sostener la mirada, se agachó y rompió a llorar asustada.

—¡Dímelo! —le exigió a gritos su madre mientras la sacudía con violencia por los hombros—. ¡Dime que esa maldita sirvienta está equivocada!

Su madre, furiosa ante lo evidente, por primera vez alzó la mano y le dio una sonora bofetada. Sin embargo, el dolor de aquel golpe físico no podía compararse con la serie de desgracias vividas desde que había decidido entregarse a Jaedite.

Al ver que su madre se ponía de pie, los peores temores de Wanda se despertaron. Sabía que, siguiendo su deber de esposa, le exigiría ir ante su marido y rey a revelarle la verdad. Sin embargo, en vez de salir de los aposentos, su madre rompió a llorar desconsolada.

—¡No te eduqué para eso! —exclamó con la voz quebrada por el llanto mientras se llevaba las manos al pecho—. ¡Eras mi orgullo!

Wanda, con el pecho ahogado en llanto, quiso forzar sus piernas para bajar por sí misma de la cama, pero sus intentos fueron inútiles y cayó.

—¡Hubiera sido mejor que muriera! —exclamó entre lágrimas.

Ante el sonido provocado al caer y sus palabras, su madre corrió a su lado, y para sorpresa de Wanda, a pesar de la decepción que le había causado, su madre esta vez se hincó a su lado y la miró con compasión.

—¡No vuelvas a repetir eso! —le suplicó la reina entre lágrimas—. ¡Eres mi hija y siempre te voy a amar y proteger sin importar tus errores!

Wanda de nuevo estalló en un sollozo al recibir aquel reconfortante abrazo. Sin embargo, consciente estaba de que ni su madre tendría poder para impedir que, de estar encinta, la furia de su padre cayera sobre ella y que la sacaran de la línea de sucesión.

De pronto, su madre la apartó un poco de su lado para mirarla a los ojos.

—Te aseguro que ese desgraciado de Andrew Hansford se casará contigo o pagará muy caro haberte deshonrado.

—¡No fue Andrew quien me deshonró! —confesó entre lágrimas Wanda.

Wanda notó la expresión de desconcierto y terror ante lo que acababa de revelarle.

—¿Qué? —preguntó su madre—. ¡Pero si Andrew Hansford era el único hombre que te visitaba!

La princesa Wanda agachó la mirada, ahogada de nuevo en el llanto desconsolado.

—Si no fue él, ¿entonces quién?

Wanda tenía miedo de dar siquiera una respuesta. Ansiaba decir que su primo Lord Aren la había ultrajado. Sin embargo, aun con el poco conocimiento que tenía de leyes, sabía que un jurista fácilmente declararía inocente a su primo dado que, al momento de que había ocurrido aquel acto, no había sangrado, pues ya había perdido su virginidad anteriormente por propia voluntad.

—¡Dime quién fue! —exigió la reina—. Mi niña, por favor, sea quien sea, yo te voy a creer —prometió entre lágrimas la reina.

—¡Mi primo Aren me ultrajó!... Pero antes de él, tontamente me entregué a un hombre de la nobleza que me prometió amor —confesó al fin aquello que tanto la atormentaba.

Wanda notó cómo, ante la noticia, los ojos de su madre se abrieron desmesuradamente, y su rostro se deformó en una mueca de horror.

—¿Aren?... ¿Te refieres a tu primo Aren?

—Fue la noche en que huyó la bastarda.

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Cuando la reina Cleissy escuchó la confesión de su hija, quedó paralizada por un instante. La imagen de su amada hija, siendo ultrajada y después lanzada desde varios metros de altura con la intención de matarla por su propio sobrino, a quien había amado y apoyado como a un hijo, le parecía insoportable. Sin embargo, aunque el dolor de la traición y la rabia la estaban consumiendo, tuvo que hacer un esfuerzo por no desmoronarse frente a su amada hija.

—¿Alguien más lo sabe?

—Hildrud sabe lo que tuve con el duque Moon y que la noche en que Lita huyó fui mancillada, pero no tuve el valor para decirle que fue Aren —confesó su amada hija entre lágrimas.

—¡Escúchame bien! —le dijo con firmeza a su hija—. Si dentro de dos días no sangras, me encargaré de conseguir sangre para tus sábanas porque no queremos que la servidumbre comience a murmurar.

Su amada hija asintió, y ella continuó hablando.

—Ahora relájate. Yo me encargaré de que en dos semanas el señor Andrew Hansford esté casado contigo. Y por favor, de esto ni una palabra a nadie —dijo la reina.

La princesa Wanda de nuevo rompió en llanto, y la reina Cleissy la acunó entre sus brazos. Sin embargo, aunque quería mantenerse fuerte para ella, no pudo evitar que las lágrimas escaparan de sus ojos, pues no había nada que le causara más dolor en el mundo que ver el sufrimiento de su hija amada.

—¡Te juro por lo más sagrado que tu primo Aren y la bastarda de Lita pagarán muy caro el daño que te han hecho! —prometió, decidida a cobrar venganza—. Esa maldita bastarda no te quitará la corona —aseguró mientras a su mente venía un recuerdo del pasado.

Diez años antes…

Cuando la reina Cleissy fue notificada de que, tras diez años, Lilly acababa de presentarse en el castillo buscándola, sintió temor de que los secretos del pasado la alcanzaran y que su mundo se viniera abajo. No deseaba verla de nuevo, sin embargo, sabía que peor sería que buscara directamente a su marido, el rey Cedrick. Por lo que, a pesar del disgusto, salió al exterior del castillo. No obstante, no fue el rostro demacrado de Lilly lo que le causó repulsión, sino la chiquilla de diez años que la acompañaba, quien, a pesar de ser casi idéntica a Lilly, tenía los mismos ojos verde esmeralda de Cedrick y de su difunta suegra.

—¿Qué haces aquí? —preguntó molesta.

—Lita, ¿puedes esperarme sentada en aquel árbol, mi niña? —preguntó Lilly cariñosamente a la niña que la acompañaba.

Aquella pequeña, que ante los ojos de la reina era una aberración, obedeció sin chistar a Lilly, dejándolas a solas.

—Dime qué quieres para que te retires tan pronto como viniste —dijo la reina Cleissy—. Mi marido no tarda en llegar y no creas que ha olvidado que por tu causa lo que tiene entre las piernas ya no le funciona, y supongo que no querrás que su furia te alcance.

—Que su virilidad ya no le funcione es algo que usted también debería agradecerme, majestad —le dijo Lilly.

—¿Quieres verdeoro? Dime cuánto necesitas y...

—¡No es verdeoro lo que necesito! —la interrumpió Lilly—. Necesito que el Rey Cedrick se haga cargo de Lita porque yo...

—¿Acaso te volviste loca? —la reprendió la reina—. ¡Te daré dinero pero te largas con esa malnacida por donde viniste porque te recuerdo que si lograste huir con Ragnar fue gracias a mí!

—¡Usted sabe bien que esa malnacida es la única hija del rey, así que me va a ayudar a convencerlo de que se haga cargo de ella si no quiere que divulgue su secreto antes de irme a la tumba, majestad!

Fin del flashback.

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Cuatro días habían pasado ya desde que Andrew tenía previsto salir de Júpiter, y aunque no había motivo alguno para que lo retuvieran en el planeta, en la Agencia de Tráfico Aeroespacial le habían hecho saber que, por órdenes superiores, debía esperar diez días más. Esto lo tenía al borde de la desesperación, pues dentro de tres días sería la boda de la princesa Rei, y dado que en dicho evento estaban invitados miembros de la nobleza joviana e incluso la mismísima familia real, Lita podría estar en peligro. No faltaría quien la denunciara para obtener la recompensa que el rey Cedrick estaba ofreciendo por ella, y él, por supuesto, debía estar allí antes para sacarla de Marte y ponerla a salvo.

—¡Estoy seguro de que detrás de todo esto está mi padre! —bufó fastidiado Andrew mientras se dirigía a su carruaje en compañía de Gordon.

—Oye, sé que es molesto, pero lo más que podrán retenerte son diez días más. Tampoco es demasiado tiempo.

—¿Qué no es demasiado tiempo? —respondió Andrew furioso—. ¡No soy un delincuente para que me quieran retener en Júpiter y que me impidan comunicarme con el exterior! Tampoco soy un imbécil para no darme cuenta de que todo esto es por mí.

—¡Andrew, cálmate y a mí no me levantes la voz! —le habló molesto Gordon.

Andrew se quedó sin palabras, cayendo en cuenta del trato que le estaba dando a su amigo.

—Yo no tengo la culpa de los problemas que tengas con tu padre y con tu ex prometida, pero conmigo no te vas a desquitar.

Andrew se sintió avergonzado, pues Gordon, que casi siempre estaba de buen humor, rara vez hablaba molesto y con tanta seriedad.

—Tienes razón —reconoció Andrew—. Te ofrezco una disculpa.

—Somos amigos, Andrew, sé que algo te está pasando porque volviste demasiado feliz de Marte y ahora que no puedes volver allí estás demasiado irritable.

Andrew tomó una bocanada de aire, tratando de calmar su frustración.

—Hay otra mujer. ¿Verdad?

Andrew suspiró ante el cuestionamiento. Si bien no tenía un interés romántico en ninguna, cada vez que el tema salía a colación no podía evitar pensar en Lita.

—No tengo un interés romántico en ninguna dama, pero sí acabo de conocer a una que se ha adueñado de mis pensamientos.

—¡Lo sabía! —exclamó Gordon—. ¿Quién es la marciana que te robó el corazón?

Andrew bufó resignado, pero cuando a punto estaba de hablar de "la mujer", la charla se vio interrumpida por los gritos de una anciana.

—¡Asquerosos jovianos de electroquinesis! Son todos unos violadores que deberían ser exterminados como plagas.

Andrew volteó hacia el lugar de donde provenía aquella voz, y se percató de que se trataba de Lady MacDonagh, una mujer perteneciente a la etnia de cloroquinesis y a la nobleza joviana.

A Andrew, por supuesto, le enfadó el comentario. ¡Harto estaba de que se asumiera que los hombres de su etnia eran violadores en potencia! Sin embargo, tratándose de una dama que además ya estaba en sus años seniles, sabía que debía controlarse y no responder a los insultos.

—¡Maldita vie…

—¡No caigas en provocaciones! —interrumpió Andrew a su amigo que estaba dispuesto a responder al insulto—. Si le respondes el insulto se victimiza y eso es lo que quiere. Perjudicarás más a nuestra gente.

—¡Todo por culpa de la bastarda sin corona! —refunfuñó Gordon por lo bajo.

El corazón de Andrew se aceleró ante las palabras de Gordon, pues aquel apodo despectivo era con el que se conocía en Júpiter a la hija bastarda del rey, algo que siempre le pareció cruel, pero que tampoco llegaba a causarle molestia, no hasta ese momento en que su amigo se refirió a ella de esa manera.

—La señorita Lita no tiene la culpa de lo que está pasando.

—¿Cómo de que no? —cuestionó molesto Gordon—. Desde que la maldita bastarda desapareció, los ataques a nuestra gente han ido en aumento. A mí solo me han negado la entrada a dos mercados, pero hay hombres que han sido golpeados en grupos por jovianos de cloroquinesis, doncellas que han sido acosadas por esos viejos y…

—¡Y la señorita Lita no tiene la culpa de que exista gente tonta! —exclamó Andrew molesto.

Gordon lo miró desconcertado y sonrió, aunque en su semblante era evidente la molestia, lo cual a Andrew no le sorprendía, pues Gordon sentía profundo desprecio por los jovianos de cloroquinesis.

—¿Qué le defiendes a esa bastarda, Andrew? ¡Después de todo ya no será tu cuñada!

—¡Una vez más, Gordon, te prohíbo que te refieras a ella de esa manera! —le exigió Andrew—. Ella, a pesar de ser una joviana de cloroquinesis, ha sido tan despreciada por la nobleza como muchos jovianos de electroquinesis lo hemos sido por la etnia.

—¡Joviano de cloroquinesis es joviano de cloroquinesis y honestamente poco me importan sus vidas! Después de todo, por siglos son ellos los que oprimieron a nuestra gente.

Andrew apretó los puños furioso, sin embargo, antes de poder replicar a su comentario, se percató de que en medio de la plaza se estaba reuniendo la multitud. No entendía qué era lo que estaba llamando su atención, así que junto con Gordon se acercó para percatarse de lo que estaba sucediendo, y entonces, en medio de todo, miró a los juglares.

Supuso que estos, por medio de sus mensajes cantados, darían a conocer las restricciones para viajar fuera de Júpiter. Pero nada lo preparó para la noticia dada por los juglares a través de una canción.

"¡Oíd, oíd, nobles habitantes de Júpiter y más allá!

La noche anterior, bajo el sagrado cielo de Júpiter, se anuncia con gran júbilo una alianza que unirá los destinos de los jovianos de electroquinesis y cloroquinesis. Que se alce el canto y resuene en todos los rincones del universo, pues la princesa heredera al trono, la incomparable Wanda, y el digno y valiente hijo del primer ministro, el honorable Andrew Hansford, han sellado su amor con un compromiso matrimonial.

Esta unión, bendecida por la diosa, promete fortaleza y prosperidad a nuestro reino, asegurando la paz entre jovianos de cloroquinesis y de electroquinesis por generaciones venideras.

¡Que todos los jovianos celebren este sagrado vínculo de amor, despojando del odio a nuestros corazones.

¡Larga vida a la princesa Wanda y al valiente Andrew Hansford!

¡Larga vida a los buenos jovianos de cloroquinesis y a los buenos jovianos de electroquinesis!"

La multitud comenzó a vitorear ante aquella noticia que creían real, en tanto que Andrew, estaba tan sorprendido como furioso por aquella falsa noticia que acababa de comenzar a divulgarse.

Consumido por la ira, a punto estuvo de gritar que aquello era una vil mentira, pues poco le importaba que por ello lo juzgaran de ser poco caballeroso y faltar a su palabra; sin embargo, antes que cualquier cosa saliera de su boca se le ocurrió algo mejor.

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Aquel día, al igual que en los cuatro anteriores, Lita se atavió con uno de los bellos kimonos que Andrew había mandado a hacer para ella y se esmeró en verse linda, pues no quería perder la fe en que la diosa Litha escucharía sus súplicas, y que pronto lo vería regresar junto con su amiga Haruka, ambos sanos y salvos.

—Por favor, diosa Litha, que ambos estén bien —suplicó.

De pronto, mientras dirigía sus pasos a la cocina para ayudar con la preparación del desayuno, se encontró con la princesa Rei, ataviada con su armadura samurái, y en los orbes amatistas de la princesa, Lita vio algo que no le gustó.

—Buenos días, princesa —saludó Lita, inclinándose como era usual entre los marcianos.

—Buenos días, señorita Lita. ¿Podemos hablar un momento? —preguntó la princesa.

Lita sintió un vuelco al corazón al escuchar las palabras de la princesa, y asintió.

—Esta mañana mi padre ha recibido noticias de Andrew.

—¿Le sucedió algo al señor Hansford? —preguntó Lita preocupada.

—No —respondió Rei—. La información viene directamente de la casa real de Júpiter. La envía el rey Cedrick —agregó Rei, mostrando un pergamino enrollado.

Lita sintió náuseas al escuchar el nombre de su progenitor y se llevó la mano al pecho.

—Tranquila. Salvo Andrew y yo, nadie más sabe que usted es hija del rey Cedrick, así que no está en peligro, y tampoco creo que sea cierto lo que el pergamino dice —dijo Rei—. Lo robé un momento del salón de mi padre para que usted misma lo lea, pero tengo que regresarlo a su lugar antes de que mi padre me descubra.

La princesa desenrolló el pergamino, y entonces, Lita reconoció el sello real del rey Cedrick y su letra en aquel documento escrito en terrano, el idioma más hablado en la Galaxia y utilizado para los negocios y la comunicación con otros monarcas.

Estimado Emperador Takahashi Hino,

Con el mayor respeto y honor, me dirijo a su Majestad en este día para compartir una noticia de gran regocijo y trascendencia. Mi hija, la princesa heredera Wanda, y el señor Andrew Hansford, hijo de mi primer ministro, han decidido unir sus vidas en sagrado matrimonio. Esta unión será celebrada en dos semanas, bajo el cielo sagrado de Júpiter.

Este enlace no solo simboliza la unión de dos almas, sino también el fortalecimiento de los lazos entre los dos grupos étnicos que siempre hemos coexistido en Jupiter, sellando una alianza que perdurará a través de los tiempos. La ceremonia tendrá lugar en el Gran Templo de Brugh Nádurach, y sería un honor contar con su presencia y la de su familia en tan memorable evento.

Ruego a los dioses jovianos que iluminen sus caminos hasta nuestro reino y que bendigan esta unión con paz, prosperidad y fortaleza.

Con el más sincero respeto y cordialidad,

Rey Cedrick de Júpiter

Al escuchar lo que la princesa Rei acababa de leer, el corazón de Lita se detuvo por un momento, como si el mundo a su alrededor se desmoronara. Sintió una presión en el pecho que amenazaba con romperla en mil pedazos, y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas al pensar que mientras ella había estado preocupada por Andrew, él había estado reconciliándose con la princesa Wanda.

¡Hola!

Pues miren, he estado un poco cansada, razón por la que había tardado un poquito en actualizar el fanfic, pero finalmente aquí esta y espero que les guste.

A quienes leen se los agradezco mucho, pero en especial a mis amigas que siempre me alegran con sus reviews: Hospitaller Knight, Maga del Mal, Jahayra, Magic Moon y los lectores que bajo el anonimato comentan la historia.

¡Saludos!