La cena estaba servida en la elegante mesa del comedor, las velas parpadeaban suavemente, creando un ambiente cálido y acogedor. Takeru miraba de reojo a Rika, quien parecía concentrada en su plato. Ella levantó la vista y sonrió, rompiendo el silencio.

—¿Te has acomodado bien? —preguntó Rika, su voz suave y preocupada.

Takeru asintió, sintiéndose a gusto en su nuevo entorno. —Sí, todo está bien. Me gusta este lugar —respondió, tomando un sorbo de su vino.

Después de un momento, Takeru se inclinó hacia adelante, curioso. —¿Qué planeamos hacer mientras estemos aquí?

Rika tomó un bocado de su comida antes de responder. —Bueno, he estado recibiendo información sobre tus lecciones con Henry. Así que le pedí a uno de mis hombres de confianza que te ayude con tus clases. Estoy segura de que le vendrá bien a tu formación.

—Eso suena genial —dijo Takeru, sintiendo una mezcla de gratitud y emoción por el apoyo de Rika. La idea de contar con alguien para guiarlo en su aprendizaje le dio un aire de seguridad.

El ambiente se tornó más tranquilo, y ambos se sumieron en sus pensamientos, disfrutando de la comida. Sin embargo, la curiosidad de Takeru pronto lo llevó a romper el silencio nuevamente.

—¿Cuándo regresaremos a Estambul? —preguntó, su tono reflejando una mezcla de ansias y preocupación.

Rika dejó caer su tenedor y se recargó en la silla, mirando pensativa hacia la ventana. —Todavía no lo he decidido —respondió con un susurro, sin apartar la mirada del paisaje nocturno—. Hay muchas cosas que necesito considerar antes de tomar esa decisión.

Takeru bajó la mirada.

—Estás muy ansioso en regresar ¿e?— Musitó la pelirroja— Llevas poco tiempo aquí y me has preguntado más de tres veces cuando vamos a regresar.

El rubio se sorprendió por la observación de Rika, sintiendo cómo un ligero rubor se apoderaba de sus mejillas. Intentó formular una respuesta, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.

—No es que esté ansioso... —comenzó a decir, pero Rika alzó una ceja, mostrándose escéptica.

—¿Ah, no? —replicó ella, dejando caer el tenedor sobre la mesa con un sonido sutil—. Pareces contar los días hasta que volvamos.

Takeru desvió la mirada, jugueteando nerviosamente con su vaso.

Rika observó a su hermano, ella sabía bien la razón de querer regresar, lamentablemente...Takeru quería regresar por Hikari.

—Es solo que... hay muchas cosas en Estambul que necesito hacer. Y mis estudios...—dijo, buscando una excusa, pero en el fondo, sabía que había más detrás de su ansiedad.

—¿Seguro?

El rubio asintió.

Rika lo observó seria: —¿No será por Hikari que quieres regresar?

—N-no. —Rápidamente Takeru se apresuró a responder, sus ojos evitaban los de Rika, sabiendo que su reacción era sospechosa. —Claro que no.

Rika se mantuvo seria, su mirada fija en él. Sabía que había más en juego. —Entonces, ¿por qué quieres regresar? —preguntó, cruzando los brazos con un gesto de desafío.

—Por mis estudios. —repitió él, tratando de convencerse y a ella de que su motivación era solo académica.

—¿Seguro? —insistió Rika, levantando una ceja con escepticismo.

El silencio se instaló entre ellos, y Takeru sintió que la presión aumentaba. La verdad era que su corazón anhelaba regresar a Estambul no solo por las lecciones, sino por Hikari. La prohibición de estar con ella lo consumía, y cada día que pasaba lejos de su amor se sentía como una eternidad. Sin embargo, sabía que discutirlo con Rika solo traería más tensión.

—Mira, Rika... —comenzó a decir, buscando las palabras adecuadas—. Simplemente siento que... hay cosas que no puedo dejar atrás. Mis responsabilidades, mis estudios.

Rika suspiró, comprendiendo la lucha interna de su hermano, pero también sintiendo frustración por su negativa a aceptar la realidad. Era un dilema que se cernía sobre ellos como una nube oscura; Takeru estaba atrapado en un torbellino de emociones que amenazaba con arrastrarlo a aguas peligrosas.

—Verdaderamente espero que sea así —dijo, su voz cargada de preocupación. Era evidente que Takeru, aunque no lo admitiera, sentía una atracción innegable por Hikari. Esa conexión era un problema que no podía ignorarse. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad, buscando una solución que pudiera aliviar la tensión creciente entre ellos.

Entendía lo que sentía Takeru, sin duda, ella todavía guardaba en su corazón todo el amor que sentía por aquella persona que tanto amaba. Pero aceptó dejar ir esos sentimientos por su bien.

Dejó de lado sus sentimientos por Ryo para consolidar su posición.

¿Por qué Takeru no hacia lo mismo?

Mientras el silencio se instalaba nuevamente, Rika miró a su hermano. El rubio parecía perdido en sus pensamientos, con una expresión que oscilaba entre la determinación y la confusión. Se preguntó si Takeru era consciente de cuán arriesgada era su situación.

¿O sólo estaba encaprichado?

¡Ni idea! Fuera lo que fuera ¡Debía hacer algo!


Sora se encontraba en uno de los lujosos salones del palacio, decorado con exquisitos tapices que reflejaban la historia del imperio. La luz de la tarde se filtraba a través de las grandes ventanas, iluminando la habitación con un resplandor cálido. Frente a ella, Natsuko, la sultana madre, examinaba un libro antiguo, sus manos delicadas recorriendo las páginas.

—Sultana madre —comenzó Sora, con un tono de voz que oscilaba entre la gratitud y el alivio—, quería agradecerle por haber exiliado a Mimi.

Natsuko levantó la vista, sorprendida por el agradecimiento de Sora. —No debes agradecerme. Era lo que debía hacerse.

Sora sonrió, una expresión de satisfacción iluminando su rostro. —Sí, pero gracias a usted, Mimi no nos molestará más. Su ausencia es un alivio para todas nosotras.

Natsuko cerró el libro y se reclinó hacia atrás en su silla, su mirada fija en Sora con una mezcla de respeto y determinación. —Es lo que corresponde, Sora. No podemos permitir que su presencia en el palacio comprometa nuestra estabilidad.

En ese momento, Alice, la hermana menor de Yamato, entró en la habitación, sus ojos brillando con curiosidad. —¿Y qué harán con Yamato cuando regrese? —preguntó, cruzando los brazos, con una expresión que revelaba su interés por la conversación.

Natsuko se quedó en silencio un momento, reflexionando sobre la pregunta. —Ya se me ocurrirá algo —respondió finalmente, una sonrisa astuta asomando en sus labios—. Lo importante es que Mimi está lejos y eso nos brinda una oportunidad.

Sora se acercó un poco más, el brillo en sus ojos reflejando su deseo de seguir adelante sin la sombra de Mimi. —Aprovechemos este tiempo para consolidar nuestro poder y asegurar que el regreso de Yamato no altere el delicado equilibrio que hemos logrado.

Alice asintió, entusiasmada. —Podríamos crear un plan para asegurarnos de que Yamato se mantenga alejado de ella, o que no tenga influencia en él cuando regrese.

Natsuko observó a ambas mujeres, sintiendo que estaban unidas en un propósito común. —Exactamente. Debemos ser estratégicas y pensar en el futuro. Con Mimi fuera de la ecuación, podemos fortalecer nuestra posición.

—Madre sultana ¿qué hará con el príncipe Thomas?— Preguntó Sora.

Esto sorprendió a la oji-azul.

—¿Qué pregunta es esa?—Musitó Natsuko— ¡Lógicamente se quedará aquí!

—Pe-pero eso podría significar un riesgo...—Declaró la pelirroja.

Rápidamente la expresión en el rostro de la oji-azul cambió antes las palabras de la concubina de su hijo.

—¿Riesgo?— Musitó— Él es un bebé.

—Madre sultana, no estoy diciendo que Thomas no deba ser bien cuidado —replicó Sora, tratando de mantener la calma—. Solo pienso que, si queremos cerrar este capítulo con Mimi, tal vez sea mejor que el príncipe no esté aquí.

Sora sintió que el ambiente se volvía más tenso al plantear su preocupación. Las palabras de Natsuko resonaban en la habitación, pero la pelirroja no podía evitar sentirse inquieta. La sultana madre, con su porte majestuoso y su mirada firme, parecía inquebrantable en su decisión.

Natsuko se cruzó de brazos, su expresión mezclando sorpresa y desdén. —Sora, estás dejando que tus sentimientos hacia Mimi nublen tu juicio. Thomas es un bebé. ¿Qué riesgo puede representar un niño inocente?

La pelirroja sintió el peso de la mirada de su madre. Era cierto que, en esencia, Thomas no había hecho nada malo, pero su origen la inquietaba. La presencia del niño significaba que Mimi siempre tendría una conexión con el palacio.

—Lo sé... —Sora dudó, buscando las palabras adecuadas—. Pero Mimi podría intentar utilizar a Thomas como una forma de manipular a Yamato. Ella siempre ha sido astuta, y no quiero que él se convierta en una pieza en su juego.

Natsuko suspiró, sintiendo la frustración crecer en su interior. —Sora, hagas lo que hagas, siempre debes ser consciente de que yo valoro a mi familia y mis nietos, independiente de quien sea la madre, siempre serán importantes para mí.

La mirada seria de Natsuko era como un muro inquebrantable. Sora se sintió impotente al ver que su madre mantenía su postura. Sin embargo, no podía evitar preguntarse si su preocupación era válida.

—S-sí...—Balbuceo la pelirroja—Disculpe.

Natsuko observó a su nuera con una mezcla de comprensión y determinación. Sabía que Sora se preocupaba genuinamente por el bienestar de Kiriha, pero también comprendía que su visión estaba nublada por las tensiones con Mimi.

—No tienes que disculparte, Sora —dijo Natsuko, suavizando su tono—. Entiendo que te preocupa la influencia de Mimi. Pero, a pesar de todo, debemos mantener la perspectiva. Thomas es un príncipe y mi nieto ¡siempre lo protegeré! No obstante, lo que menos necesitamos es crear un ambiente de desconfianza entre nosotros.

Sora bajó la mirada, sintiendo la culpa aflorar en su pecho. —Lo sé, madre. Solo... no quiero que el pasado nos alcance. Mimi siempre ha sido muy manipuladora.

Natsuko se acercó un poco, poniendo una mano reconfortante sobre el hombro de su hija. —Lo sé, querida. Pero debes aprender a confiar en que podemos manejar cualquier situación que surja. No permitiremos que Mimi nos divida.

Alice, que había permanecido en silencio, intervino con un tono pensativo. —Madre, ¿cómo planeas manejar la situación con Yamato cuando regrese? Sabemos que Mimi es una parte de su vida, y es posible que quiera verlo.

Natsuko se apartó de Sora y miró a Alice, sopesando su respuesta. —Ese es un asunto que debo manejar con delicadeza. Yamato es un hombre inteligente, y confío en que él creerá en todo lo que dio, después de todo, soy su madre.

Mientras las tres mujeres se sumían en una discusión animada sobre los próximos pasos a seguir, la atmósfera en la habitación se volvió más ligera, llena de posibilidades. Sabían que el camino por delante no sería fácil, pero con determinación y unidad, estaban listas para enfrentar cualquier desafío que se presentara.


Rika se encontraba sentada frente al espejo, con la luz suave del atardecer filtrándose a través de la ventana. Su sirvienta, Suzie, la peinaba con delicadeza, separando su cabello en mechones mientras un silencio tenso llenaba el aire. Sin embargo, la tranquilidad se vio interrumpida por la preocupación que pesaba en el corazón de Rika.

—¿Por qué está tan preocupada, mi sultana? —preguntó Suzie, con un tono lleno de dulzura mientras continuaba trenzando el cabello de Rika.

Rika dejó escapar un suspiro, sus pensamientos perdidos en las inquietantes posibilidades. —Es por él... por Takeru. —La tristeza en su voz era evidente, y Suzie dejó de peinar por un momento, sorprendida.

—¿Es por el príncipe? —repitió, buscando captar la magnitud de la inquietud de su ama.

—Sí —respondió Rika, su mirada fija en su reflejo, donde la angustia era palpable—. Me preocupa demasiado que esté interesado en Hikari.

Suzie comenzó a peinar nuevamente, intentando hallar las palabras correctas para consolarla. —Mi sultana, quizás solo sea un capricho, algo pasajero. Los príncipes también son jóvenes, después de todo.

Rika se volvió hacia ella, sorprendida ante la idea. —¿Un capricho? —preguntó, con un leve fruncido de ceño—. ¿Cree que lo que siente por Hikari es solo eso?

—Es posible. Takeru no ha tenido muchas oportunidades de relacionarse con mujeres de su edad, ni que le presten atención. —Suzie continuó, en un intento por ser racional. —Recuerde lo que ocurrió con el príncipe Ryouma, cuando se encaprichó con la hija del gobernador de Amasia. Fue solo un momento de emoción.

Rika frunció el ceño, pensando en la historia de Ryouma. Era cierto que los príncipes a veces podían perderse en sus emociones, pero la situación con Takeru era diferente, sentía que el peligro era inminente. —¿Entonces cree que Takeru solo necesita experimentar con otros amores? —cuestionó, buscando respuestas en la lógica de Suzie.

—Tal vez —respondió Suzie, con una sonrisa esperanzadora—. Si se le presenta a otra mujer, es probable que cambie de opinión. A veces, el amor se encuentra en los lugares más inesperados.

Rika miró su reflejo nuevamente, sintiendo un leve destello de esperanza en medio de su pesimismo. ¿Podría ser que Takeru simplemente necesitara distraerse? Si pudiera ayudarlo a conocer a alguien más, tal vez su interés por Hikari se desvanecería. Pero, ¿y si no? ¿Y si su amor era más fuerte de lo que pensaba?

—No quiero que Takeru se lastime —dijo finalmente, su voz en un susurro—. Pero tampoco quiero que se exponga a peligros innecesarios por sentimientos que no son del todo apropiados.

Suzie terminó de peinar su cabello, colocándolo en un elegante recogido, y se volvió hacia Rika con una mirada de comprensión. —Milady, a veces, el amor es complicado. Pero también puede ser una oportunidad para aprender y crecer. Solo deseo que Takeru encuentre la felicidad, así como usted.

Rika sonrió levemente, reconociendo el cariño que Suzie le ofrecía. La sirvienta había estado a su lado en muchas pruebas y sabía que la preocupación por su hermano era un peso que Rika no podía llevar sola.

—Gracias, Suzie —dijo, sintiendo que, aunque la incertidumbre todavía la envolvía, tenía a alguien que la apoyaba en esta batalla emocional.

¡Y que le daba buenas ideas!

—¿Sabes? Tu idea me interesa.—Comentó—Por favor, pide que traigan algunas mujeres jóvenes para presentarle a mi hermano.


El ambiente en la sala privada era tranquilo, con el suave murmullo de las fuentes en el jardín exterior y el tenue resplandor de las lámparas que apenas iluminaban el lugar. Yamato se encontraba sentado en una butaca de madera oscura, con los mapas de sus territorios y documentos estratégicos desplegados frente a él. La expresión en su rostro era de concentración, aunque sus pensamientos parecían viajar más allá de los papeles.

Yamaki Pashá, su cuñado y esposo de Rika, estaba de pie junto a él, con las manos cruzadas detrás de la espalda, observando atentamente los mapas, pero su mirada no se centraba en ellos, sino en el semblante pensativo del sultán.

—He logrado mantener todo bajo control en el territorio —dijo Yamato, rompiendo el silencio—. A pesar de las tensiones recientes y de las amenazas en las fronteras, nuestros ejércitos han asegurado cada posición importante. Sin embargo, hay algo en este equilibrio que se siente... inestable.

Yamaki asintió, manteniendo su porte serio. —Es cierto, los conflictos han disminuido en intensidad, pero no son más que brasas esperando el momento para avivarse —respondió con cautela—. El poder territorial es solo una pieza del tablero, Yamato. Tú y yo sabemos que los verdaderos peligros, muchas veces, no están en los campos de batalla, sino dentro del palacio.

Yamato dejó escapar un suspiro, como si esas palabras cargaran aún más el peso en sus hombros. —Tienes razón, Yamaki. Controlar el territorio es una tarea constante, pero mantener la paz entre los consejeros y en el consejo… esa es una guerra que no termina nunca. —Alzó la mirada, observando a su cuñado con una mezcla de frustración y determinación—. Y con Masami Izumi Pashá debilitándose, ese frente se vuelve aún más frágil. Los ojos de todos están fijos en el puesto de gran visir.

Yamaki lo miró con seriedad, su tono adquiriendo una gravedad especial. —Masami Izumi ha sido un pilar del consejo durante años, pero su tiempo ya está agotado. No es ningún secreto que su salud y energía han mermado, y cada día pierde un poco más de la influencia que alguna vez ejerció. Yamato, esa posición necesita un nuevo líder, alguien que no solo sea competente, sino que esté dispuesto a poner el imperio por encima de cualquier interés personal.

Yamato asintió en silencio, comprendiendo el significado de sus palabras. —He pensado mucho en quién debería ocupar ese lugar, Yamaki, créeme —confesó—. Necesito a alguien que pueda continuar el trabajo de Masami y al mismo tiempo fortalecernos, sin despertar demasiadas ambiciones. Pero sabes tan bien como yo que cualquier movimiento será visto como una amenaza por quienes esperan una oportunidad para ascender.

Yamaki asintió lentamente, su mirada fija en Yamato. —Esa es una realidad inevitable, pero si el consejo siente que te tambaleas o dudas, la situación se volverá incontrolable. Necesitas a alguien que represente tus intereses y que te respalde, sin generar dudas en los demás consejeros. Yamato, Taichi es el indicado. No hay nadie mejor. No solo es leal, sino que ha demostrado su habilidad y su compromiso, incluso cuando eso significa sacrificar su propio bienestar.

Yamato se quedó en silencio, procesando cada palabra de su cuñado. Las implicancias de su decisión eran claras, y sabía que el tiempo no estaba a su favor. —Tienes razón, Yamaki. Taichi es una buena opción. No obstante, Taichi a pesar de ser habiloso es de los miembros más jóvenes del consejo, no quiero que los demás se sientan desplazados, y Taichi me lo ha comentado varias veces.

Yamaki asintió, comprendiendo la precaución de Yamato. Sabía que, aunque la juventud de Taichi le otorgaba frescura y visión en la corte, también generaba recelos entre los miembros más antiguos y establecidos del consejo. Su carácter, lejos de buscar la supremacía individual, mostraba un sentido de lealtad y respeto que era raro en su posición, pero a veces esa humildad podía ser un obstáculo para avanzar.

—Es cierto, Yamato, y puedo ver por qué te preocupa que algunos se sientan desplazados —respondió Yamaki, observando el mapa como si sus ojos buscaran una respuesta entre las líneas de los territorios—. Pero a pesar de su edad, Taichi ha demostrado ser lo suficientemente sabio como para no pisotear las posiciones de otros. De hecho, su visión compartida, su habilidad para elevar a otros sin perder su propio valor, podría ser exactamente lo que el consejo necesita para mantenerse unido en tiempos difíciles.

Yamato observó a su cuñado, sus ojos reflejando la batalla entre su intuición y la política. —Eso es lo que respeto de él. Incluso cuando he sido testigo de sus habilidades excepcionales, nunca busca el poder por sí mismo. Siempre está pendiente de fortalecer a quienes cree que pueden contribuir. Pero en una posición como la de gran visir, esa cualidad puede ser una espada de doble filo.

Yamaki frunció el ceño, pensativo. —Es verdad, y sin embargo, eso también lo hace menos peligroso para aquellos que temen ser desplazados. Quizá podrías utilizar eso a tu favor. Si los consejeros ven a Taichi no como una amenaza directa, sino como alguien que impulsará sus propios méritos y capacidades, tal vez disminuya la resistencia. Y Taichi, con su lealtad y sus habilidades de mando, es más que capaz de proteger el imperio y a ti si surge una amenaza.

—Tienes razón en todo lo que dices. Pero, aunque ahora no está con los jenízaros, sigue siendo un buen comandante en jefe, en una posible guerra o invasión. Taichi sigue siendo de mis mejores guerreros y estratega. No puedo centrarme solo en la política del imperio.—Declaró Yamato—Necesito abarcar todos los aspectos.

—Entiendo...—Musitó Yamaki— Y estoy de acuerdo con usted sultán. Pero, como su servidor, cuñado y miembro del consejo es mi deber aconsejarlo.—Declaró—Y creo que Taichi merece consolidar su poder. Es tu mano derecha y eso es bueno, te apoyas mucho en él, sin embargo, él también debe crecer para ser respetado. Recuerda que tratar con el consejo es difícil.

El rubio asintió.

—Hay muchos planes que tengo en mente...—Comentó— No obstante, voy paso a paso, aun llevo poco tiempo siendo sultán. No me quiero apresurar con algunos temas...—Declaró—Por lo pronto, Rika me dio la idea de convertir a Taichi en yerno de la dinastía, creo que ese es un honor que podría consolidar su poder.

El esposo de Rika asintió: —Eso mismo me ha comentado a mi y estoy de acuerdo.—Habló— Convertirse en yerno a Taichi le traería beneficio y sería más respetado. Y no olvidemos que también ayudaría al imperio, Taichi es sobrino del Khan de Crimea, sería visto como una señal de respeto y demostraría que, a pesar de que, Yuuko de Crimea y Susumo Pashá no están, seguimos considerando a Crimea como parte fundamental del imperio, al considerar a su sobrino.

Yamato asintió.


Suzie entró en la habitación con un aire de satisfacción, sonriendo a Rika mientras cerraba la puerta detrás de ella. La luz suave de la lámpara iluminaba el rostro preocupado de la joven sultana.

—Mi señora, he traído buenas noticias —dijo Suzie con entusiasmo—. Hemos escogido a una mujer adecuada para presentarle a Takeru.

Rika, intrigada, levantó la vista de su escritorio donde había estado revisando algunos documentos. —¿En serio? —preguntó, sintiendo una chispa de curiosidad en su interior—. ¿Quién es?

Suzie hizo una señal con la mano y, tras un momento, la puerta se abrió nuevamente, revelando a una joven rubia de ojos grises que entró con paso tímido. La chica llevaba un vestido sencillo, pero elegante, que realzaba su figura delicada. Su cabello rubio brillaba bajo la luz tenue, y su mirada, aunque nerviosa, mostraba una inocente curiosidad.

Rika la observó detenidamente, evaluando cada aspecto de la joven. —Está bien —dijo finalmente, asintiendo con la cabeza.

La esclava bajó la mirada Rika continuó hablando, su tono volviéndose más serio.

—¿La acepta?

La pelirroja asintió.

Era una joven bella, bonita, al menos Takeru se divertiría. Luego de experimentar por primera vez algo pasional ¡Takeru olvidaría a Hikari! Después de todo, era hombre, a ellos solo le importaba eso.

Aunque, en este caso tendría que ser precavida. Yamaki, su esposo, le dijo cuales fueron las ordenes del consejo para mantener a Takeru con vida...

No tener descendencia

Y se encargaría de cumplir con aquello.

—Suzie, llama a la médica, debe asegurarse de que esta mujer no quede embarazada.

La kalfa asintió rápidamente, su expresión grave al comprender la importancia de la orden. —Lo haré, mi señora. Me aseguraré de que se tomen las precauciones necesarias.

Rika le lanzó una mirada significativa a la joven esclava. —Quiero que comprendas que es fundamental divertir a Takeru, nada más, no amor. Solo diversión.

La joven asintió, sintiéndose un poco abrumada por la situación. —Sí, sultana, lo entiendo. Haré lo que sea necesario para ayudar.

Rika sonrió levemente, sintiendo que había tomado la decisión correcta al traer a esta chica. Tal vez, solo tal vez, esto podría distraer a Takeru de sus pensamientos obsesivos y llevarlo a un camino más productivo.

—Bien, Suzie, prepárala para que se encuentre con Takeru. Quiero que todo esté perfecto.

Suzie se inclinó con respeto. —Como usted ordene, mi señora. No se preocupe, todo saldrá bien.

A medida que la esclava se preparaba para salir, Rika sintió un ligero alivio. Aunque sabía que la situación era delicada, tenía la esperanza de que esta mujer pudiera ser la distracción que Takeru necesitaba para dejar de pensar en Hikari.


Mimi se encontraba en sus nuevos aposentos, un espacio que le resultaba extraño y desolado. La luz tenue de la lámpara iluminaba suavemente la habitación, donde el único sonido era el suave susurro del viento que entraba por la ventana. En sus brazos, Izumi dormía plácidamente, su pequeño rostro sereno contrastando con la tristeza que invadía el corazón de su madre.

Mientras acariciaba el delicado cabello de su hija, Mimi se lamentaba en silencio por su situación. Había sido desterrada, separada de su familia y, lo que más le dolía, alejada de Thomas. La idea de no poder verlo, de no ser parte de su vida, le pesaba en el alma. —¿Cómo pude dejar que las cosas llegaran a este punto? —susurró, sintiendo las lágrimas amenazar con escapar de sus ojos. La vida que había conocido se desvanecía, y su futuro parecía incierto.

De repente, un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Yoshino, su sirvienta, entró con un aire de nerviosismo. —Sultana...

—¿Qué ocurre Yoshino?

—Tiene visitas —anunció con voz suave.

Mimi levantó la vista, sorprendida por la interrupción. —¿Visitas? —preguntó, intentando reorganizar sus pensamientos. No esperaba compañía en ese momento, especialmente en su estado de ánimo actual.

—Haruna Hatun y sus hijas quieren conocer a la sultana Izumi.

La oji-miel se sorprendió ante esto.

Yoshino abrió la puerta, y la figura de Haruna apareció en el umbral, acompañada por tres niñas que la seguían, todas con sonrisas curiosas en sus rostros.

Mimi se sorprendió al verlas.

Haruna entró seguida de las tres pequeñas quienes la miraron con ojos brillantes de expectación.

—Buenos días sultana Mimi.—Musitó la pelinegra.

—Buenos días.—Respondió la oji-miel sorprendida— Us-ustedes...

No supo que más decir.

—Ellas son las sultanas, hijas del príncipe Kouji, como le comenté.—Musitó Yoshino.

Mimi pasó su mirada por las niñas. Eran de edades diferentes evidentemente. La mayor era una jovencita parecía tener alrededor de trece o catorce años, tenía el cabello castaño claro con algunos tonos rubios y ojos azules. Luego las otras dos niñas debían tener entr años, entre ellas parecían tener la misma edad, una era castaña de ojos ámbar y la otra era pelinegra de ojos azules.

—Las sultanas, Esmahan.—Señaló a la mayor— Y las sultanas, Gervehan y Ayse.

—Hola...— Musitó la oji-miel.

—Disculpe sultana Mimi, no queríamos molestarla.— Habló Haruna— Pero mis hijas querían conocer a su prima.

—¿E?—Balbuceo Mimi— N-no, no molestan.

Se colocó en pie y se acercó a ellas.


Takeru se encontraba en su habitación, sumido en la lectura de un libro que le había recomendado su hermana Hikari. Las palabras lo absorbían por completo, pues la historia era envolvente y las ideas profundas. Los rayos de la luna se filtraban por las ventanas, iluminando suavemente su figura, mientras las velas esparcían una cálida luz alrededor.

De repente, un golpe suave en la puerta lo sacó de su concentración. Era Ken, su sirviente, que pedía permiso para entrar.

—Adelante, Ken —dijo Takeru, cerrando el libro con cuidado y levantando la vista.

Ken hizo una respetuosa inclinación antes de decir:

—Mi señor, la sultana Rika desea hablar con usted.

Takeru arqueó una ceja, sorprendido. ¿A esa hora? Asintió con un gesto, y Ken abandonó la habitación para dar aviso. Apenas unos segundos después, Rika entró, irradiando una presencia serena y segura. Takeru se levantó y la saludó con respeto.

—Hermana, qué sorpresa verte a esta hora —comentó, dejando el libro a un lado—. ¿A qué debo tu visita?

Rika sonrió, complacida al verlo despierto.

—Me alegra encontrarte en pie, Takeru, porque he venido a traerte una sorpresa.

La expresión de Takeru se iluminó con curiosidad, aunque no pudo evitar un atisbo de desconcierto.

—¿Una sorpresa? —preguntó, ladeando la cabeza—. ¿De qué tipo?

Rika no respondió de inmediato, sino que se giró hacia la puerta con una expresión de satisfacción en el rostro. Con un tono de voz lleno de expectativa, dijo:

—Adelante.

La puerta se abrió lentamente, y una joven apareció en el umbral, con la cabeza baja en una muestra de respeto. Vestía elegantemente un traje de bailarina otomana, cada detalle de su atuendo realzado con hilos de oro y piedras relucientes que parecían reflejar la luz de las velas. La gracia en su postura, la suavidad de sus movimientos, y el aire juvenil que la envolvía creaban una presencia casi etérea.

Takeru, sorprendido, miró a su hermana antes de regresar su atención a la joven, intrigado por el propósito de esta inesperada visita.

—¿Qué es esto?

—Una concubina.—Respondió la pelirroja.

¿Concubina?

—¡Ya eres todo un hombre!—Exclamó Rika— Un príncipe que merece vivir la vida. Y como estamos lejos de Estambul quiero que te relajes y diviertas, hermano.

Takeru observó a la joven de cabellos rubios y ojos azules. Vestía prendas elegantes y ligeras que resaltaban su belleza, y su mirada le daba un aire de confianza y encanto que no pasó desapercibido para él. Takeru, aún más sorprendido, miró de reojo a Rika.

—Rika... esto no es necesario —protestó en voz baja, su incomodidad evidente.

Rika le devolvió una mirada firme, acompañada de un gesto decidido.

—¡Claro que lo es!

—Pe-pero...

—No aceptaré un "no" como respuesta, Takeru. Eres un príncipe, y mereces divertirte como uno. Así que acepta este presente porque te lo mando yo, tu hermana —dijo con un tono inapelable.

Conociendo la firmeza de Rika en sus decisiones, Takeru supo que insistir no serviría de nada. Rika siempre había sido obstinada, y en esa mirada veía la misma determinación de cuando discutían temas importantes. Al ver que él había aceptado su resolución en silencio, Rika sonrió, satisfecha.

—Disfrútalo, hermano. Es un momento para que te relajes —susurró antes de darle una última mirada y retirarse, dejando la habitación en penumbra y en manos de la música que empezaba a sonar suavemente.

La bailarina, manteniendo una expresión encantadora y cautivadora, comenzó a moverse al ritmo de la música, sus movimientos llenos de gracia y seducción. Takeru no pudo evitar observar, aún en su incomodidad, dejándose llevar momentáneamente por la destreza de la joven, atrapado en la curiosa situación en la que lo había dejado su hermana.


—¡Que linda bebé es!— Exclamó Esmahan mientras observaba a Izumi.

—¡Tiene los ojos verdes!— Musitó Gervehan.

Ayse asintió: —¡Hola Izumi!

La pequeña Izumi, rodeada de las tres sultanas, observaba a cada una con ojos grandes y llenos de curiosidad. Los reflejos de la luz en sus ojos verdes le daban un brillo especial, como si cada palabra y gesto de las jóvenes resonara en su pequeña mente. Cuando Esmahan exclamó con alegría, Izumi soltó una suave risa, un sonido burbujeante que llenó la habitación y que, en su inocencia, contagiaba alegría a todos.

Sus manitas se estiraban hacia Gervehan, quien le hablaba con ternura, y al escuchar la voz de Ayse, Izumi movía sus brazos en un gesto de emoción, como si quisiera abrazarlas a todas al mismo tiempo. Entre risitas y balbuceos, su rostro se iluminaba cada vez que una de las sultanas le sonreía, y sus pequeñas piernas pateaban el aire con entusiasmo.

Para Izumi, ese momento rodeada de cariño y admiración era pura dicha; su risa y sus ojitos brillantes hablaban más de lo que sus palabras aún no podían expresar.

A un costado de ellas se encontraban sus madres observando la escena.

—Así que...—Musitó Haruna— Tú eres la nueva concubina favorita de Yamato ¿no?

A Mimi le sorprendió como decía "Yamato" y no "sultán"

—¿E? S-sí.—Respondió la oji-miel— O bueno, eso era hasta que fui exiliada.

—¿Él te exilio?—Preguntó la pelinegra.

Mimi negó: —Fue la madre sultana.

—¿La madre sultana Natsuko? —insistió Haruna, buscando romper el silencio.

Mimi suspiró, finalmente asintiendo en señal de confirmación.

Haruna, siempre perspicaz, soltó una pequeña risa cargada de ironía. —Apuesto que fue porque no le agradaste a su protegida, ¿cierto?

Mimi levantó la mirada, algo sorprendida por la exactitud de la observación. —¿Te refieres a Sora?

Haruna asintió con calma, pero la chispa de complicidad en sus ojos delataba que sabía mucho más de lo que decía. En el fondo, entendía el resentimiento de Sora y cómo sus aspiraciones habían chocado con la presencia de Mimi en la vida del sultán.

—No le dices sultana.

—¿Por qué lo haría? —respondió Haruna con seriedad.

Mimi frunció el ceño y desvió la mirada un instante, claramente incómoda con el tema. Haruna la observaba con una media sonrisa que reflejaba su conocimiento sobre los juegos de poder dentro del palacio.

Esta mujer tenía un aura similar a Natsuko, Rika, incluso un poco a Sora. Esa auea de autoridad.

—Dime ¿tú sabías de mi existencia antes de venir aquí?

—¿e?—Balbuceo Mimi y no supo que contestar.

—No es necesario que mientas.—Comentó la pelinegra— Solo di la verdad.

La verdad

—Pues...—Bajó la mirada— No. No me habían hablado de...

—No me sorprende que no te hayan hablado de mí.— Musitó Haruna— Generalmente no se habla ni de las concubinas del antiguo sultán, o de las concubinas de aquellos príncipes que fallecieron en la guerra por la corona. Básicamente somos desechables.

—Así como yo...—Murmuró Mimi.

—¿Cómo tú? —dijo Haruna, riendo con ironía y entrelazando los dedos mientras continuaba—. Eres concubina del nuevo sultán y tienes dos hijos suyos. No creo que seas desechable. No mientras tu príncipe continúe vivo, al menos.

Un dolor agudo se alojó en el pecho de Mimi, la sola idea de estar lejos de Thomas y de Izumi en una corte que no la protegía le resultaba cada vez más insoportable.

—Ese es mi mayor miedo —admitió en un susurro, bajando la mirada hacia su hija dormida—, ahora que no estoy en el palacio.

Haruna entrecerró los ojos, jugando con el colgante en su cuello, sus dedos deslizándose sobre el metal frío como si así pudiera calmar la marea de pensamientos que cruzaban su mente.

—Y no es para menos —comentó, su tono frío y lleno de cautela—. Después de todo, esa serpiente crimeana está ahí.

—¿Esa serpiente crimeana? —preguntó Mimi, intrigada, levantando la vista para encontrar la expresión oscura de Haruna.

La pelinegra asintió, su mirada reflejando un odio sutil y bien guardado. —Sora —escupió el nombre como si fuera veneno.

Mimi se quedó boquiabierta, incapaz de disimular su sorpresa. —Al parecer no tienes una buena impresión de la "concubina principal".

Haruna dejó de jugar con su colgante y le dirigió una mirada directa, cargada de desafío y desdén.

—¿Por qué la tendría? —su voz era firme y segura—. Dime, ¿tú la tienes?

Mimi vaciló, dudando entre la sinceridad y el miedo que sentía ante la influencia de Sora.

—Pues... no.

—¡Exacto! —respondió Haruna con una sonrisa triunfante, como si hubiera ganado una batalla silenciosa—No creo que ella sea muy digna de nuestra devoción.

Mimi la observó curiosa.

—Disculpa, pero verdaderamente me siento un tanto desconcertada...—Admitió—Yo no tengo buena relación con Sora, después de todo es mi rival. Pero tú con tus palabras me haces entrever que...

—...no tengo un buen pasado con ella.—Completó.

La oji-miel asintió.

—No me sorprende.—Declaró Haruna—Tú eres nueva en el imperio ¿no? Llegaste hace poco. Tuviste la suerte de no estar en nuestros momentos más difíciles cuando mi príncipe con el sultán Yamato peleaban por el trono.

—¿Tuviste la oportunidad de conocer a Yamato cuando era príncipe? ¿cierto?

—Exacto...—Contestó la pelinegra—Conocí a la madre Natsuko cuando era una simple sultana madre de príncipes y no ocupaba el lugar de ahora, conocí a Taichi cuando recién comenzó a desplegar su carrera en el ejército y también conocí cuando Sora apenas era una concubina que luchaba por tener la atención de Yamato.—Habló—Y luego la conocí cuando, por desgracia, le dio un príncipe a Yamato.

"Por desgracia"

—¿Y cómo era en ese entonces?

—Insoportable.—Respondió Haruna— Como ahora lo es contigo de seguro.

Mimi inevitablemente asintió.

—Desde el minuto uno en el cual se convirtió en concubina de Yamato fue un dolor de cabeza ¿sabes?—Comentó la pelinegra— Siempre tuvimos problemas.

—¿Por qué?— Preguntó la oji-miel— ¿Por la pelea por el trono que tuvo Yamato con su hermano Kouji?

—Exacto.—Respondió Haruna— Sora siempre tuvo ansias de poder y creyó que molestando, saboteando, arruinando la reputación de los príncipes y sus concubinas ganaría.—Suspiró—Y lamentablemente funcióno.

La tristeza fue evidente en sus ojos.

—Ambas nos odiábamos, yo fui una de las pocas nueras en agradarle al sultán porque le di seis nietos, confiaba más en mí que en Sora.— Habló— Sora demoró en quedar embarazada y fue presentada por Izumi, la hermana del sultán Hiroaki.

¿Izumi?

Un deja vú vino a su mente.

Yamato le colocó a su hija el nombre de su amada tía Izumi ¿no?

—Ante el mundo, Kouji era mejor visto que Yamato, porque yo le di seis hijos pero Sora buscó la forma de sabotearme y lo logró.— Declaró.

Mimi la observaba, cada palabra llenando la habitación con el peso de sus implicaciones. Sabía que la política de la corte era despiadada, pero ver a Haruna desmoronarse un poco ante ella la hizo consciente de cuán brutal podía llegar a ser. Sora no solo había peleado por su lugar, sino que había buscado destruir a aquellos que se interponían en su camino, sin reparo alguno.

—Lo siento —susurró Mimi, sorprendida por la genuina tristeza en su propia voz—. No sabía que habías pasado por tanto.

Haruna la miró, sus ojos endureciéndose mientras intentaba controlar la marea de emociones que amenazaba con desbordarse.

—No tienes por qué disculparte. —Suspiró y miró hacia la ventana, como si buscara alejarse de aquellos recuerdos dolorosos—. Todo lo que sucedió fue porque el destino lo quiso así.

El silencio cayó sobre ellas. Haruna se enderezó, recuperando su compostura, con una chispa de determinación en su mirada.

—Pero aunque Sora haya logrado sus objetivos, no lo hizo sola. Natsuko la apoyó, moviendo hilos en la sombra. Y aunque no estoy de acuerdo con lo que hicieron con mi familia, debo reconocer que hicieron lo necesario para asegurar la posición de Yamato.

Haruna la miró directamente, una mezcla de amargura y respeto reflejada en su rostro.

—Fue bien jugado. —Hizo una pausa, el dolor suavizado por un matiz de reconocimiento—. Pero no fue por la estúpida de Sora; fue gracias a Natsuko.

"Natsuko"

—Me dijiste que la madre sultana fue quien te envió aquí ¿no?

Mimi asintió: —Lamentablemente no le agrado. Verás, siempre que discuto con Sora, me echa la culpa a mi. Ignorando que ya le he dado dos nietos.


Takeru intentaba mantener la compostura mientras la joven bailarina se movía con gracia y elegancia ante él, su cabello dorado y sus ojos azules brillando bajo la luz tenue de la habitación. Cada movimiento de ella parecía diseñado para atraer su atención, pero, en lugar de relajarse o dejarse llevar, Takeru sentía una incomodidad que se profundizaba con cada paso de la danza.

Observaba el vaivén de sus caderas y el ritmo pausado de la música, pero, sin importar cuánto intentara despejar su mente, sus pensamientos volvían, irremediablemente, a Hikari. Se le formaba un nudo en el pecho al recordar sus momentos juntos, sus palabras, y la serena dulzura en su sonrisa. No había ni un atisbo de comparación entre lo que estaba presenciando y lo que él realmente deseaba.

"¿Qué estoy haciendo aquí?" pensaba, deseando que la música se detuviera y que la bailarina se retirara. No sentía el menor interés en su compañía, y cada segundo que pasaba se volvía una especie de tortura. Este no era el tipo de entretenimiento que él quería. Hikari era la única que llenaba sus pensamientos, la única con la que su corazón se sentía en paz, aunque el peso de esa realidad le recordara constantemente lo prohibido de sus sentimientos.

Finalmente, con un suspiro apenas audible, Takeru cerró los ojos por un momento, intentando calmar la inquietud que lo invadía.

La música se detuvo y la joven hizo una reverencia.

La incomodidad se hizo tan intensa que Takeru sintió que no podía soportarlo más. Sin pensarlo dos veces, se levantó de su lugar, apenas intercambiando una mirada fugaz con la bailarina, quien se detuvo, sorprendida, mientras él se dirigía hacia la salida.

—Mil disculpas —murmuró, aunque sin detenerse.

Al atravesar la puerta, sintió que podía respirar nuevamente. Los pasillos le parecieron un refugio, lejos de esa atmósfera cargada que Rika había organizado para él con buenas intenciones. Pero Takeru sabía que no podía corresponder a esos gestos, no mientras su corazón ya estaba atrapado en otro lugar.

Una mezcla de frustración y culpa se agitaba en su interior mientras caminaba por los silenciosos corredores, buscando alguna forma de aplacar el tumulto de emociones.


Rika, inmersa en la lectura de su libro, alzó la vista al ver a su hermano menor entrar en su habitación sin previo aviso. Frunció el ceño, extrañada por su inesperada presencia.

—¿Qué haces aquí, Takeru? —preguntó, cerrando su libro con un leve suspiro de fastidio.

Takeru miró a su hermana con una expresión seria.

—No me gustó el baile —respondió sin rodeos.

Rika arqueó una ceja, recostándose en el respaldo de su asiento con los brazos cruzados.

—¿La concubina no te gustó? —inquirió, con un tono más curioso que sorprendido.

Takeru desvió la mirada, incómodo.

—No fue ella… fue la situación. No quiero concubinas.

Rika reprimió una risa, divertida ante la incomodidad de su hermano.

—Takeru, estás en edad —replicó con calma—. Es completamente normal.

—No quiero, Rika. Ya te lo dije —respondió él, con una determinación que contrastaba con su edad.

Rika suspiró, cerrando el libro sobre su regazo y observando a su hermano con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—No tiene sentido que no quieras. ¿Acaso… no te gustan las mujeres?

El rostro de Takeru se tensó de inmediato, ofendido por la insinuación.

—¿Cómo se te ocurre decir eso?

—Lo siento, pero no se me ocurre otra razón, rechazaste a una mujer. Dime ¿te gustan las mujeres?

—Claro que me gustan las mujeres —respondió, mirándola con seriedad.

—Entonces, ¿cuál es la razón? —Rika lo observó, sus ojos buscando en el rostro de su hermano alguna señal de explicación.

Takeru bajó la mirada, incapaz de responder. Su silencio hablaba por sí solo.

—No me digas que es por Hikari —dijo Rika, en un susurro lleno de desaprobación.

¿Por Hikari?

—¿E?—Balbuceo— N-no, no, claro que no.

Rika se cruzó de brazos: —¿Seguro?

—¡Seguro!

—Entonces ¿por qué rechazaste a la esclava?

—Porque...porque...—Intentó responder—Porque no quiero estar con ella.

—Es por Hikari.—Habló Rika.

—No lo es.

—¿Entonces?

—¡No me gustó la situación en la cual me colocaste!

—Es por Hikari —afirmó Rika con seguridad.

—No lo es —respondió Takeru, su voz temblando con la frustración acumulada.

—¿Entonces? —la insistencia de Rika se tornó implacable, y sus ojos desafiantes lo miraron.

—¡No me gustó la situación en la cual me colocaste! —exclamó Takeru, sintiendo cómo la ira comenzaba a burbujear dentro de él.

—¿Y esa es toda tu razón? No quieres ser un hombre, ¿verdad? —Rika replicó, manteniendo su postura.

Takeru sintió una mezcla de impotencia y confusión. —No estoy ignorando nada. No quiero tener nada que ver con esa vida.

—Es por Hikari...—Rika continuó, su voz alzándose un poco. —¡Lo sé!

—Rika, esto no tiene sentido. —Takeru se pasó una mano por el cabello, tratando de calmarse. —No estoy interesado en ella.

—¿Entonces por qué te pones tan tenso al mencionarla? —Rika lo miró, sus ojos fijos en él, buscando romper la barrera que había levantado— Dime ¿es verdad lo que dicen los rumores? ¿tú y ella tienen una relación?

—No.

—Entonces ¿por qué no aceptas la concubina?

Takeru frunció el ceño.

—¡Está bien!— Respondió— ¡Sí!—Gritó— Estoy interesado en Hikari. ¿Estás feliz? ¿Eso querías escuchar?

Rika negó: —No puede ser.—Musitó—Por favor, no me digas que...

—¡Sí, lo estoy!— Contestó el rubio— Estoy completamente enamorado de ella. Y no es tu obligación involucrarte en esto.—Fue lo último que dijo antes de salir del lugar cerrando con un portazo.


En la gran sala del pequeño palacio en la provincia de Egipto, la luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de mármol. Rentaro, el nuevo gobernador, se encontraba al frente de una mesa de reunión, rodeado por dos de los hombres de confianza de Yamato. La atmósfera estaba cargada de tensión, especialmente entre dos de ellos: Taichi y Daigo.

Rentaro se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa, mientras sus ojos recorrían a cada uno de sus hombres. —La situación en la frontera está calmada, no obstante, si no la controlamos como corresponde podríamos perder el control que tenemos. Necesitamos una estrategia clara para abordar la rebelión que se cierne sobre nosotros.

Taichi, con su postura erguida y una mirada decidida, se adelantó. —Podríamos enviar un grupo de élite para neutralizar a los líderes rebeldes antes de que se unan en una sola fuerza. La rapidez es clave.

Daigo, quien se había mantenido en un segundo plano, se cruzó de brazos, dejando escapar un leve resoplido. —¿Y qué pasa con la diplomacia? No siempre es necesario recurrir a la violencia. No todos los problemas se solucionan con espada y sangre, Taichi.

Los ojos de Taichi se entrecerraron al percibir la crítica implícita en la voz de Daigo. —No estoy diciendo que ignoremos la diplomacia, pero hay momentos en que se requiere fuerza para establecer el orden.

Rentaro observó la creciente fricción entre ellos, consciente de la competencia que había surgido en su consejo. —Ambas estrategias tienen sus méritos. Necesitamos un equilibrio entre fuerza y diálogo.

Daigo, con una sonrisa cargada de sarcasmo, no pudo resistir. —Es fácil hablar de equilibrio cuando uno tiene el apoyo del sultán, ¿verdad, Taichi?

La insinuación hiriente provocó una reacción inmediata en el ambiente. Taichi se volvió hacia Daigo, con la mandíbula apretada. —No necesito el respaldo de nadie para hacer mi trabajo. Mis acciones hablan por sí solas.

—¿De verdad? —replicó Daigo, dejando caer la mirada hacia la mesa, como si estuviera sopesando sus palabras. —Todos saben que tu posición está asegurada por la cercanía que tienes con el sultán. Algunos podrían pensar que estás utilizando eso para avanzar en tu carrera.

Rentaro se sintió. La tensión entre los dos era palpable, y sabía que debía intervenir antes de que la discusión se intensificara. —¡Basta! —su voz resonó en la sala, obligando a ambos a callar. —Estamos aquí para servir al sultán, no para dividirnos entre envidias y rencores personales.

Taichi respiró hondo, tratando de calmar su frustración, mientras Daigo sonreía con desdén, sabiendo que había tocado una fibra sensible. La batalla de egos se estaba convirtiendo en un juego peligroso, y Yamato lo sabía muy bien.

—Necesitamos unidad, no discordia —continuó el sultán, con firmeza—. La lealtad y la confianza son esenciales si queremos enfrentar la amenaza que se aproxima.

A pesar de la reprimenda, la chispa de rivalidad entre Taichi y Daigo no se extinguió. Rentaro podía sentirlo en el aire, y se preguntaba cuánto tiempo podría mantener la paz entre ellos antes de que la tensión se convirtiera en un conflicto abierto.


La puerta de la habitación de Takeru se abrió con un suave chirrido, y Rika entró sin avisar. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el rostro del joven, que se encontraba de pie, mirando por la ventana con un gesto de frustración.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Takeru, sin volverse. Su tono era cortante, y Rika pudo notar la tensión en su voz.

—Vine a hablar contigo —respondió Rika con firmeza, cruzándose de brazos mientras se acercaba. Ella siempre había sido directa y no se permitiría mostrar debilidad ante su hermano.

Takeru se giró, su expresión llena de enojo. —No tengo nada que decirte.

¿No?

¡Claro que sí! ¡Él le debía una disculpa por la forma tan insolente que se comportó con ella!

Quizás, él era un príncipe, pero ¡ella era su hermana mayor! Le debía respeto.

Rika cerró sus ojos y respiró profundo, no quería perder la paciencia, quería solucionar de buena manera esta situación.

—Takeru...—Pronunció su nombre— Entiendo que estés enojado.—Declaró— Tal vez, no fue la mejor manera ofrecerte una concubina sin preguntarte antes.

—Pues no! No lo fue.

Lo hizo pasar un momento muy incómodo con esa joven.

—¡No me gustó para nada esta situación!

—Lo sé, pero eso no significa que te vas a enojar conmigo. Ignorándome...—replicó ella, manteniendo su mirada fija en él—. No puedes seguir así.

—¿Así? —Takeru se rió amargamente—. ¿Así como si estuviera ignorando mis sentimientos? ¿Como si no me preocupara por lo que siento por Hikari?

Rika frunció el ceño, desafiándolo con su mirada. —Eso es precisamente lo que tienes que dejar de hacer. No puedes permitirte sentir nada por ella.

—¿Por qué no? —Takeru alzó la voz, su frustración evidente—. ¿Acaso no tengo derecho a sentir amor por alguien?

—No es amor, Takeru. Es una distracción. Ella es solo una chica del montón, y tú eres un príncipe —dijo Rika con frialdad—. Necesitas concentrarte en lo que realmente importa: tu futuro y tus responsabilidades.

El silencio se hizo pesado en la habitación, y Takeru sintió que la rabia se mezclaba con la tristeza. —No puedo simplemente ignorar lo que siento, Rika. Hikari es diferente.

—¿Diferente? —Rika se acercó un paso más, desafiando su mirada— ¡Claro que es diferente a todas las mujeres que puedes encontrar en el harem!— Exclamó— ¡Es una mujer libre! No esclava.

—Sí, sé que no es esclava. Pero eso no impide que esté conmigo.

—No te dejes engañar. ¡Claro que lo impide!— Habló la sultana— Ella no puede estar con el sultán o con un príncipe porque eso traería problemas a la corona y al trono.

—¿Problemas?— Preguntó Takeru— Soy un príncipe que jamás tomará el trono. No veo cual es...

—¡Tú sabes que sí!—Habló la pelirroja— Sobre todo en esa posición. Con menos razón debes estar con alguien libre.— Declaró—Ella no es la respuesta a tus problemas. Las cosas son complicadas y peligrosas. Estar con ella podría costarte más de lo que imaginas.

—¿Y qué sabes tú de lo que siento? —gritó Takeru, su voz resonando en la habitación.

¡Él no sabía nada de ella! Ella tuvo que sacrificar más cosas que él, solo por el bien de su familia.

—¡Más que tú, seguro!—interrumpió Rika, su tono aún serio—. Entiendo que estés molesto. Pero debes dejar de pensar en Hikari como si fuera una solución a tus problemas. Es solo un capricho que te aleja de tus verdaderas responsabilidades.

—No es un capricho —replicó Takeru, aunque su voz era menos intensa—. Es alguien que me importa.

—Y eso es precisamente lo que más me preocupa —dijo Rika, su mirada aún firme—. No te permitas enamorarte de alguien que no puede ofrecerte nada más que complicaciones.

Takeru se quedó en silencio, sintiendo cómo las palabras de su hermana calaban hondo. Rika no era la persona más sentimental, pero siempre había tenido una forma de ver las cosas que lo desafiaba.

—Tienes que olvidarte de Hikari.—Sentenció.

—Lo siento, pero mi corazón ya tiene el nombre de Hikari clavado, no puedo olvidarme de ella.

La pelirroja observó decepcionada a su hermano.

¿Cómo era posible que no entendiese la situación?

—Bueno si no puedes tú ¡entonces me encargaré yo!— Exclamó la sultana— No regresarás a Estambul hasta que yo lo diga.

—¿Qué?— Takeru se sorprendió ante esto— No puedes hacer eso.

—¡Claro que puedo!— Exclamó la pelirroja— Soy tu hermana mayor y me debes respetar.

—Respetar. No obedecer.

—¡Claro que sí!—Habló Rika con firmeza— Dentro del respeto cabe la obediencia.

—Mi madre no lo permitirá.

—No necesito la orden de la sultana madre, basta con la del sultán y él ya me dio la autorización que, en su ausencia, yo me encargaré de ti, así que ¡me tienes que obedecer!

Takeru frunció el ceño: —¡Eres insoportable!— Fue lo último que dijo antes de salir del lugar completamente enojado.

Rika, firmemente se quedó en su lugar, su mirada estaba llena de enojo ante la forma de actuar de su hermano. No obstante, nadie la haría cambiar de opinión, jamás permitiría que Takeru cometiera un error que lo colocase en riesgo.


Takeru caminaba por el amplio corredor del palacio de Rika, con el sonido de sus pasos amortiguado por las alfombras de rica textura. Todo parecía envuelto en un extraño silencio, todo lo contrario a lo que ocurría en su interior, ya que su mente reclamaba y reclamaba contra su hermana por la actitud que tomó.

¡Rika no era quien para involucrarse en su vida!

Sí, quería su bienestar, pero él no podía olvidarse de Hikari.

Él la amaba y siempre fue así. Ahora que estaban juntos ¡no podía dejarla!

Takeru continuo caminando completamente enojado, sin rumbo. No se detuvo, hasta que un leve sollozo llegó a sus oídos. Extrañado, detuvo su andar y, guiado por la curiosidad y la preocupación, se acercó al origen de aquel sonido. Allí, acurrucada en una esquina del corredor, vio a una joven esclava, su figura temblorosa mientras intentaba en vano contener sus lágrimas.

Al reconocerla, Takeru sintió una punzada de empatía. Era la misma joven que su hermana le había presentado el día anterior, la joven que, con tanta gracia, le había bailado. Él sabía lo que ese acto significaba para las esclavas; la oportunidad de presentarse ante un príncipe era, en sus ojos, una forma de ser valoradas en su entorno.

—¿Estás bien? —le preguntó suavemente, tratando de no sobresaltarla.

La esclava levantó la cabeza, sorprendida al escuchar su voz, y, al reconocerlo, sus ojos se abrieron aún más, dejando ver una mezcla de sorpresa y turbación. Se apresuró a secarse las lágrimas, como si el simple hecho de ser vista en tal estado fuera una falta grave.

—No… no pasa nada, alteza —murmuró, bajando la cabeza rápidamente y haciendo un esfuerzo por recuperar la compostura.

Takeru frunció el ceño; era evidente que algo la aquejaba. Su tono era suave pero firme cuando insistió:

—Evidentemente, te sucede algo. Puedes decirme, ¿qué te ha hecho llorar de esta manera?

Ella pareció dudar, sus labios temblaban, y sus manos buscaban nerviosas la tela de su vestido. Finalmente, con un susurro apenas audible, dijo:

—Estoy… avergonzada, mi señor.

Takeru se sorprendió. ¿Avergonzada? ¿Por qué razón?

—¿Avergonzada? ¿Por qué? —preguntó, genuinamente desconcertado.

La joven lo miró, el rostro aún sonrojado de vergüenza, y con la voz quebrada, confesó:

—Lo de ayer… —dijo, su voz apenas un hilo—. Jamás imaginé no ser del agrado de su alteza. Pensé que había hecho algo mal… y eso… eso me hizo sentir que no soy digna.

Las palabras de la joven calaron hondo en Takeru, quien de inmediato sintió un peso de culpa en su pecho. Sabía que para las esclavas, ser presentadas ante príncipes como él les daba una especie de valor, una pequeña seguridad en una vida en la que, muchas veces, eran tratadas como meros objetos sin voz ni voluntad.

—No… no era mi intención hacerte sentir así —dijo él, con una mezcla de compasión y arrepentimiento. Se pasó una mano por el cabello, incómodo con la situación y con su propio papel en ese sistema que tanto había cuestionado en silencio—. No fue tu culpa, ni nada que hicieras.

—Claro que lo fue.—Declaró la joven— No logré gustarle.

—N-no es eso...—Intentó hablar.

La joven lo miró, incrédula, sus ojos llenos de una esperanza incierta. Takeru respiró hondo, preguntándose cómo podría aligerar la carga que, sin quererlo, había puesto sobre ella. Sabía que lo mínimo que podía hacer era devolverle algo de dignidad.

—Es simplemente que mi situación es difícil.—Habló el rubio— Pero no es tu culpa.

La chica bajó la mirada triste.

—Juro que te lo compensaré.— Rápidamente habló Takeru.

—¿Compensarme?— La rubia preguntó.

Takeru asintió: —¿Cuál es tu nombre?

—Catherine.—Respondió la oji-azul.

—Muy bien...—Musitó el príncipe— Catherine ¡Te lo compensaré! Lo prometo.

¿Cómo?

¡Ni idea!

Pero haría algo para compensarla.


~Una semana después~


El jardín estaba bañado por la luz suave de la primavera. Las flores se mecían suavemente al ritmo de la brisa cálida, mientras Mimi sostenía a su pequeña hija, Izumi, en brazos. A su alrededor, las tres hijas de Haruna jugaban con la bebé, sus risas llenando el aire. Ayse y Gervehan, de ocho años, intentaban hacer reír a Izumi con gestos graciosos, mientras Esmahan, de trece, observaba con una sonrisa tierna.

Mimi miró a Esmahan con curiosidad. —Esmahan, tus hermanas parecen muy felices jugando con Izumi —comentó suavemente.

La niña asintió, con una mirada nostálgica. —Nos encantan los bebés.

—Si me di cuenta.—Musitó la castaña—Han estado todos estos días cerca de Izumi.

—Si...—La niña de ojos azules asintió— Disculpe si la hemos molestado.

—No me molestan.— Declaró la oji-miel— Al contrario, es agradable tener compañía en este lugar.

Esmahan sonrió— Es bueno escuchar eso...—Musitó— Sobre todo en su lugar que, no debe ser agradable para usted estar lejos de su hijo, debido al exilio.

Mimi suspiró triste: —Pues no...—Murmuró— No lo es. Cada día lo extraño más.—Declaró— Y no solo a él, también extraño mucho a su majestad, el sultán Yamato.

—Entiendo como se siente.—Declaró la oji-azul— Mi madre, mis hermanas y yo desde el momento que pisamos este palacio, no hay día que no extrañemos a mis hermanos...—Suspiró con tristeza—O a mi padre.

Mimi observó con tristeza a la joven, la tristeza y melancolía era evidente. Y no era para menos, ella perdió a su padre y a sus hermanos.

—Debe haber sido muy difícil para ti, Esmahan —dijo suavemente—. No puedo imaginar lo doloroso que debe ser perder a tu padre y a tus hermanos.

Esmahan asintió, sus ojos azules reflejando una tristeza contenida. —Sí, fue… un gran vacío. Papá siempre nos protegía, era un hombre fuerte y nos quería, tanto a mi madre como a mis hermanas...—Suspiró— Cuando… cuando perdimos a mis hermanos y a él en la guerra por el trono, todo cambió. Dejamos nuestro palacio, nuestra riqueza bajó y tuvimos que venirnos a este lugar, donde prácticamente estamos solas.

La oji-miel sintió un dolor en su pecho al escuchar eso, de algún modo, su dolor era similar. No obstante, ella tenía tranquilidad de que Thomas (por el momento) continuaba vivo. No obstante, el príncipe y sus hijos jamás podrían regresar a la vida.

—Han sido muy fuertes tus hermanas y tú al soportar todo.—Musitó Mimi depositando una mano en su hombro.

—Sí —respondió Esmahan, mostrando una pequeña sonrisa al pensar en su madre—. Eso es gracias a mamá nos dice que debemos seguir adelante y ser fuertes, como lo fue mi padre. Pero a veces me gusta recordar, porque me ayuda a no olvidarlos… aunque mamá dice que ellos viven en nuestro corazón.

—¡Pues claro! Aunque no estén presentes ellos siempre vivirán en ti...—Llevó una mano a su pecho— Así como los míos.

Un nudo se formó en su garganta al pensar en eso.

Ella también perdió a sus padres

¡Irónico! ¿no? La situación de Esmahan era muy diferente a la que ella tuvo en el pasado. Esmahan era una sultán, prácticamente una princesa de la dinastía otomana, pero perdió a su padre y hermanos, mientras que ella era una simple plebeya que vivía en Venecia y también perdió a sus padres (quizás, no tenía hermanos, pero si los hubiese tenido tal vez hubiesen seguido su mismo destino)

Básicamente, ambas sufrieron un dolor similar. Bueno, Esmahan tenía la suerte de continuar con su madre, pero eso no hacia menor el dolor. Al contrario, no quería imaginar el dolor que pasó Haruna al perder a sus tres príncipes. Y, para variar, Haruna también fue arrebatada de sus padres, llevada a una príncipe para ser su concubina y corrió con una pésima suerte de perder a sus hijos.

En pocas palabras, no importaba si eras sultana de sangre o concubina, todo se resumía en sufrir si no tenías el...

Poder absoluto

Mimi se mordió el labio inferior al pensar que ese podría ser su destino si no.

Solo ocupando un lugar como Natsuko siendo madre sultana, teniendo poder absoluto, podías estar tranquila. Pero si no lo lograbas te tocaba sufrir.

—¿Cómo los suyos? ¿sus padres también?...—Decidió no continuar.

Mimi simplemente asintió en silencio.

Esmahan hizo una mueca: — ¿Usted, al igual que mi madre, llegó como esclava? ¿cierto?

Mimi bajó la mirada:

—Los mercaderes, para obtener mujeres, atacaron mi tierra y acabaron con todo lo que tenía.

—Sí, así es —murmuró Mimi, su voz apenas un susurro. Alzó la mirada hacia las flores del jardín, tratando de encontrar en ellas la imagen de los campos que un día fueron su hogar—. Vivía en Venecia. Mi familia... —hizo una pausa, sintiendo el nudo en su garganta—. Mis padres tenían una pequeña casa cerca del puerto. Mi padre era pescador, y mi madre, la mujer más alegre que he conocido, solía recoger flores para adornar nuestro hogar.

Esmahan observaba con atención, asimilando cada palabra.

—¿Eran felices? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y tristeza.

—Sí, lo éramos —asintió Mimi—. Hasta que un día, los mercaderes llegaron a mi pueblo. Quemaron las casas, y cualquiera que se resistiera... —sintió que las palabras se atascaban en su garganta, pero logró continuar— fue... eliminado. Fui llevada junto a otras chicas a un barco y, después de semanas de viaje, llegamos a tierras que jamás había soñado conocer.

La brisa agitó suavemente los mechones de su cabello, y Mimi notó que sus manos temblaban levemente.

—A veces, pienso que si hubiese tenido hermanos, ellos también habrían sido separados de mí, llevados a destinos distintos —agregó con amargura—. Pero así fue mi destino... como también fue el destino de tu madre, aunque ella tuvo que soportar aún más, porque perdió a sus hijos.

Esmahan miró a Mimi con un respeto nuevo, como si comprendiera más de la mujer que tenía frente a ella.

—Mi madre ha sufrido bastante, pero aun así, continua firme ¿sabe?—Comentó— Quizás, no pudo salvar a mis hermanos, pero siempre dice que las mujeres debemos ser fuertes —dijo Esmahan, con una madurez inesperada para su edad—. Que solo el poder verdadero, el poder que puedas tomar, es el único que nos protegerá de verdad. Por eso, aunque le duele, ha luchado todos estos años, y por eso nos enseña a resistir aunque nuestro padre no sea el sultán.—Suspiró— Y esa misma fortaleza es la que usted debe tener, sultana, aunque no esté cerca de su hijo. Mientras Kiriha y Thomas no sean grandes. Aun tiene esperanza de superar a la sultana Sora.

"Superar a la sultana Sora"

Ella, al principio, jamás buscó enfrentarse a Sora. Ni superar su poder. Pero jamás cayó en cuenta, hasta ahora, que si dejaba que Sora continuase haciendo de las suyas ¡Sus hijos y ella sufrirían las consecuencias!

—Usted es joven. No permita que su hijo corra la misma suerte que mis hermanos.—Declaró Esmahan.

Mimi sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar las palabras de Esmahan. La joven hablaba con una firmeza y sabiduría que no parecía corresponder a su edad, pero Mimi sabía que las experiencias duras podían hacer que uno creciera antes de tiempo.

Justo en ese momento, Yoshino llegó al lugar.

—Sultanas, es hora de comer, las sirvientas tienen la mesa lista.

Mimi asintió: —Gracias Yoshino, iremos en un segundo.—Dirigió su mirada hacia las niñas— ¿Vamos?

Esmahan y las mellizas asintieron.

La madre de Izumi se puso de pie con suavidad, lista para seguir a la kalfa hacia adentro, cuando de repente un mareo la golpeó. La castaña llevó una mano a su frente, cerrando los ojos un momento mientras trataba de estabilizarse.

—¿Sultana? —preguntó Yoshino, observándola con preocupación.

Esmahan rápidamente se acercó a ella— ¿Se encuentra bien?

Mimi respiró hondo y trató de sonreír, aunque la sensación de inestabilidad aún persistía. —Sí, estoy… estoy bien —respondió, aunque su voz temblaba levemente—. Solo fue un pequeño mareo.

Pero Yoshino la miró con escepticismo, dando un paso hacia ella por si necesitaba apoyo. —Si gusta, puedo llamar a la sanadora para que la revise, Sultana. Quizás este agotamiento es señal de que necesita más descanso.

—No es necesario, Yoshino —contestó Mimi suavemente—. Solo ha sido un día largo, eso es todo. Pero… —hizo una pausa, insegura—. Quizás un poco de agua.

La kalfa asintió, con una sonrisa comprensiva. —Claro, Sultana. Le llevaré un vaso al llegar adentro.

—Camine con cuidado, sultana Mimi.—Musitó la hija de Haruna con preocupación.


La luz suave del amanecer se colaba por las ventanas de los aposentos de la sultana madre, Natsuko. El aroma delicado del té flotaba en el aire mientras Natsuko y Sora compartían una tranquila conversación, cada una sosteniendo una taza con elegancia. Natsuko sonreía mientras hablaban de Kiriha y de lo rápido que estaba creciendo.

—Kiriha será un joven fuerte y noble —comentó Natsuko con orgullo en su voz—. Sin duda heredará la destreza y el porte de su padre.

—Sí —asintió Sora, esbozando una sonrisa complacida—. Estoy segura de que hará honor a su linaje.

Ambas tomaban un sorbo de té cuando Juri Kalfa apareció en la puerta. Inclinándose, pidió permiso para entrar, y Natsuko, siempre cortés, le hizo un gesto para que avanzara.

—¿Qué ocurre, Juri? —preguntó Natsuko.

—Sultana madre, el príncipe Thomas está llorando nuevamente —respondió Juri con tono de preocupación.

Natsuko frunció el ceño, visiblemente afectada.

—¿Otra vez? —murmuró, apretando levemente la taza entre sus dedos—. Sabes que Thomas extraña a su madre. Pobre pequeño...

Dejó su taza con suavidad y se levantó con calma, dirigiéndose a Sora.

—Discúlpame, Sora. Esto no tomará mucho tiempo. Iré a ver cómo está mi nieto.

—Por supuesto, sultana. No te preocupes —dijo Sora con una sonrisa, aunque por dentro sentía una punzada de enojo. No soportaba la idea de que el hijo de Mimi se robara la atención de Natsuko.

Natsuko salió de la habitación con Juri, y Sora se quedó sola, sumida en pensamientos contradictorios, hasta que un leve toque en la puerta la devolvió a la realidad. Era Gennai Aga, quien pidió permiso para entrar.

—Adelante, Gennai Aga —le dijo Sora con voz controlada.

—Mi señora, acaba de llegar una carta del sultán para la sultana madre —dijo Gennai, sosteniendo el pergamino en sus manos.

—La sultana madre ha salido a resolver un asunto —respondió Sora, con una sonrisa serena—. Puedes dejar la carta conmigo. Me aseguraré de que ella la reciba.

Gennai asintió y depositó la carta en las manos de Sora antes de retirarse, inclinándose respetuosamente.

Sora sostuvo la carta en sus manos, notando el sello de Yamato en el lacre. La curiosidad comenzó a arder en su interior, y, a pesar de que sabía que no era correcto, la tentación de abrirla la consumía. Después de todo, ella era la concubina principal de Yamato; tenía el derecho de estar al tanto de los asuntos importantes del sultán.

Miró la carta una última vez, su pulso acelerado. Dudó, luchando contra el deber y el deseo de conocer el contenido. Finalmente, tras un suspiro contenido, rompió el sello y desplegó el pergamino, diciéndose que era su deber saber todo lo posible sobre los planes de Yamato.

Sora desenrolló el pergamino y comenzó a leer la carta en silencio, mientras las palabras de Yamato parecían cobrar vida en cada línea. Yamato mencionaba con detalle cómo se desarrollaba su viaje a Egipto, describiendo algunos de los espléndidos paisajes y encuentros diplomáticos. Al leer cada palabra, Sora intentaba imaginar el tono de su voz, añorando la cercanía que ambos solían compartir.

Sin embargo, su expresión cambió al llegar a la parte donde Yamato le preguntaba a Natsuko sobre Kiriha. Aunque esperaba que la carta incluyera al menos una mención especial para ella, se esforzó por contener sus celos. A fin de cuentas, Kiriha era su hijo y tenía derecho a preguntar por él.

Pero fue en la siguiente línea donde su corazón se detuvo un momento. Yamato preguntaba por Mimi. ¿Por qué ella? Sora sintió cómo el calor de los celos ascendía hasta su rostro. Su mandíbula se tensó y, con creciente enojo, continuó leyendo, incapaz de contener la frustración.

La carta continuaba con palabras que se clavaban en ella como pequeñas espinas. Yamato mencionaba que, dentro de unas semanas, enviaría un presente especial para Mimi, refiriéndose a ella como su concubina favorita. El propósito del obsequio era mejorar los aposentos de Mimi, un gesto de atención para que pudiera estar más cómoda con sus hijos.

El pergamino temblaba en las manos de Sora, y su respiración se volvió pesada. La idea de que Yamato estuviera dispuesto a invertir tiempo y recursos en Mimi mientras ella, su primera concubina y madre de su primogénito, era dejada de lado, la consumía de rabia. ¿Su concubina favorita? Apretó los labios, recordando todo lo que ella misma había dado y soportado para tener el favor de Yamato.

Sola en los aposentos de la sultana madre, Sora sentía cómo la rabia y la amargura comenzaban a invadirla. No permitiría que Mimi se interpusiera entre ellos, mucho menos que usurpara el lugar que, en su mente, le pertenecía solo a ella. La carta crujía en sus manos, y sus pensamientos se tornaban cada vez más oscuros mientras trazaba mentalmente una manera de devolver el equilibrio en su favor.


Natsuko entró en el harén y sus oídos fueron inmediatamente alcanzados por el llanto incesante de su pequeño nieto, Thomas. El niño, de tan solo dos años, sollozaba sin consuelo, sus manitas frotándose los ojos mientras las lágrimas surcaban su mejilla. Natsuko se acercó a él y, con la suavidad de una abuela preocupada, lo tomó en sus brazos, tratando de tranquilizarlo.

—¿Qué ocurre, pequeño? —le murmuró con cariño mientras lo mecía suavemente, intentando calmarlo. Pero Thomas no hacía más que llorar, inconsolable, sus sollozos resonando en cada rincón de la habitación.

Natsuko frunció el ceño, realmente preocupada. Había intentado distraerlo con juguetes, dulces y hasta con cuentos, pero nada parecía funcionar. Fue entonces cuando Juri Kalfa, quien permanecía a un lado en respetuoso silencio, se atrevió a hablar:

—Sultana Natsuko —dijo con delicadeza, eligiendo cuidadosamente sus palabras—Disculpe que lo diga, pero es posible que el pequeño extrañe a su madre, la sultana Mimi. Después de todo…—Suspiró—ella es su madre.

El comentario de Juri Kalfa hizo que Natsuko frunciera ligeramente el ceño. No era un detalle que quisiera reconocer, pero sabía, en el fondo, que el niño podía estar sufriendo por la ausencia de Mimi. La palabra "mamá" surgió entre los sollozos de Thomas, resonando como un eco doloroso en el pecho de Natsuko. Cada vez que el niño la pronunciaba, sentía cómo un pequeño peso se sumaba a su conciencia, recordándole que, por mucho que ella intentara reemplazar a Mimi en estos momentos, nunca podría ocupar ese lugar en el corazón de Thomas.

Con un suspiro contenido, Natsuko lo abrazó más fuerte, dándose cuenta de que había sido un error alejar a Thomas de su madre. Pero Mimi era un peligro para la armonía de palacio; no podía simplemente traerla de vuelta sin consecuencias.

—Tranquilo, pequeño —le susurró en el oído, acariciándole el cabello mientras trataba de suavizar su tono—. La abuela está aquí… —mintió suavemente, incapaz de encontrar una forma de darle consuelo sin prometerle algo que ella misma no tenía intención de cumplir.

Mientras Thomas se acurrucaba en su hombro, los sollozos comenzaban a calmarse, aunque su mirada parecía perdida, como si estuviera buscando el calor de su verdadera madre. Natsuko sabía que esa distancia entre madre e hijo dejaba una marca, y se quedaba en silencio, sin saber cómo llenar ese vacío, cuestionándose por primera vez si, en su intento de proteger a Sora, había pasado por alto el dolor de su propio nieto.


La atmósfera del palacio de Edirne era sombría, impregnada de una tristeza que parecía emanar de sus muros antiguos. Mimi se encontraba en la gran sala del comedor, sentada frente a Haruna, quien parecía una sombra de la mujer vibrante que una vez fue. A su alrededor, las hijas de Haruna, tres sultanas con miradas serenas pero melancólicas, observaban atentamente. La cena transcurría en un ambiente de respeto mutuo, aunque un silencio pesado a veces se hacía presente.

—¿Te gusta la comida? —preguntó Haruna, sonriendo suavemente mientras servía un poco más de guiso en el plato de Mimi.

—Es deliciosa —respondió Mimi, intentando sonreír de vuelta—. Las especias son realmente exquisitas.

—He intentado que mis hijas aprendan a cocinar bien. Es una habilidad que toda mujer debe tener —dijo Haruna, su voz resonando con un tono de orgullo.

—¿Cocinar?— Preguntó la castaña— No pensé que las sultanas aprendieran eso.

—No, por lo general no lo hacen, pero en este lugar tan triste en el cual estamos no tenemos muchas cosas que hacer.—Comentó la exsultana.

Mimi hizo una mueca, sintiéndose abrumada por la realidad de su situación. Miró a las jóvenes, las hijas de Haruna, sentadas a la mesa con miradas serenas pero que también reflejaban una profunda tristeza. Eran sultanas en un palacio que había perdido su esplendor, hijas de una madre que había sido despojada de su posición y poder por la cruenta guerra por el trono.

—Es una lástima que deban estar aquí, prácticamente exiliadas —murmuró Mimi, sintiendo un nudo en la garganta. La historia de Haruna resonaba en ella, la pérdida de un padre, el dolor de una familia desgarrada. —No deberían estar viviendo en un lugar tan sombrío.

Haruna asintió, su mirada perdiéndose en el vacío. —Lo sé. Mis hijas merecen más que esto, pero la guerra nos ha robado todo. He intentado mantener el hogar unido, pero la tristeza está en el aire. Mis hijas han perdido a sus hermanos y, aunque están aquí, no puedo evitar que se sientan solas.

Mimi sintió una punzada de compasión. Sabía lo que era perder a seres queridos y sentir el peso de la soledad. —Espero que encuentren la felicidad de nuevo —dijo suavemente—. La vida puede ser dura, pero también hay momentos de luz.

Haruna sonrió melancólicamente. —Lo sé, y por eso he hecho lo mejor que he podido, a pesar de las circunstancias para criarlas bien. Después de todo, son sultanas y el día de mañana tendrán que dar el ejemplo, ahora están conmigo pero mañana tendrán que cumplir su labor de sultanas.

¿Labor de sultana?

¿Se refería al matrimonio que Yoshino le mencionó?

—¿Con labor te refieres a los futuros matrimonios que van a tener?

Haruna asintió.

—Mi hija mayor, Esmahan, está llegando a una edad adulta, pronto tendrá catorce años, la edad precisa para contraer matrimonio —comenzó Haruna, su mirada tornándose seria—. He estado pensando en un buen matrimonio para ella. Alguien que sea noble, honorable… alguien que la haga feliz.

Mimi se sintió intrigada. —¿Tienes a alguien en mente?

—Sí, he estado considerando a Taichi, la mano derecha de Yamato. Es un hombre fuerte y valiente, y creo que sería un buen esposo para ella —admitió Haruna, su voz cargada de esperanza.

—Pero...—Comentó Mimi— Es una niña ¿no crees que debería buscar a alguien acorde a su edad?

La pelinegra la observó extrañada.

—No busco a alguien de su edad, busco a alguien que le dé un buen estatus, es lo que una sultana merece.

Mimi frunció el ceño, pensativa. La idea de casar a una joven sultana con un hombre mayor por razones de poder no era algo nuevo en su mundo. A la mente de Mimi vino el recuerdo de la sultana Rika, quien estaba casada con Yamaki, un hombre mucho mayor que ella. Rika había hecho lo que debía, pero eso no siempre garantizaba la felicidad.

La mirada de Mimi se desvió hacia su propia hija, Izumi, que dormía plácidamente. A pesar de la ternura que emanaba de su pequeña, sentía un peso en el pecho al pensar en lo que le esperaba. Sabía que, como sultana, Izumi también podría tener que enfrentar decisiones difíciles en el futuro.

—Entiendo tu perspectiva —dijo Mimi, volviendo a centrarse en Haruna—. Pero la felicidad de Esmahan es igual de importante. Casarse solo por poder puede llevar a situaciones complicadas, como las que hemos visto en este imperio.

Haruna la miró fijamente, contemplando sus palabras. —Es cierto, pero la política del sultanato exige sacrificios. No siempre hay espacio para el amor en estos arreglos.

Mimi sintió una punzada de tristeza al darse cuenta de cuántas vidas se habían visto afectadas por estas decisiones. En su corazón, deseaba lo mejor para Izumi, pero sabía que el camino por delante sería espinoso.

—Taichi es la mejor opción para mi hija.—Declaró Haruna—Mejoraría el estatus y tendría una mejor vida. Podría recuperar la vida que estuvimos apunto de obtener antes que mi príncipe muriera.—Musitó— Y el puesto que ella iba a obtener si su padre llegaba al trono.

Después de todo, si Kouji llegaba al trono, su hija sería casada con el mejor de sus servidores.

Mimi, desde su punto de vista como madre entendía esta situación, Haruna quería lo mejor para su hija.

—Pero es obvio que Sora lo impedirá.—Declaró Haruna— No obstante, yo quiero el mejor matrimonio para mi hija y yo sé que Taichi tendría beneficios al ser yerno de la dinastía, aunque sea con un vínculo lejano.

El nombre de Sora resonó en la mente de Mimi.

Al parecer, la rivalidad de Haruna con la sultana pelirroja también era intensa, así como la de ella.

—¿Por qué crees que Sora lo impedirá?

—Porque ella me odia y no tiene buena relación con Taichi.—Comentó la pelinegra.

—¿No?

Haruna negó: —No.—Respondió.

—¿Por qué?

La pelinegra quedó en silencio unos segundos.

Mimi la observó curiosa: —¿Por qué dices que no se llevan bien?

Haruna simplemente suspiró—No puedo decírtelo. Es confidencial.

¿Confidencial?

Pensó Mimi.

¿A qué se refería?

—Puedes contarme. Juro no decirlo.

—Lo siento.—Declaró la pelinegra— Pero no puedo.—Musitó.

—¿Es grave?

Haruna no mostró expresión: —No te puedo decir.

Mimi la observó desconcertada.

—Lo único que te puedo decir es que, a Sora le conviene que Taichi no tenga poder, ya que nunca permitirá que Kiriha llegue al trono.—Haruna se levantó de su lugar— Permiso. Debo retirarme. ¡Niñas! Vamos a nuestros aposentos.

Las tres sultanas ante la orden de su madre se colocaron en pie.

—Buenas noches sultana.— Fue lo último que dijo la pelinegra antes de irse dejando a una Mimi llena de dudas y preguntas.


+Cuando comencé esta historia algunos me comentaron aquí y otros me mencionaron por Instagram que, les gustaría ver a Damar en esta historia, porque en ese entonces la trilogía estaba en su ¡Boom! y yo les dije que, iba a hacer una especie de referencia, ya que el primer nombre de Damar iba a ser Haruna entonces: Aquí está un poco la referencia, con algunos toques, por ejemplo el cabello y los ojos que terminaron siendo café con toques grises. Pero es un detalle.

Adrit126: ¡Hola! Entiendo la impotencia, Mimi no pudo defenderse, estaba desprotegida en todos los sentidos. Cuando Yamato regresé sin duda alguna colocará orden, no obstante, siempre tenemos que recordar que Natsuko es su madre. Todos los sultanes, en todos los tiempos, fueron leales y respetuosos a sus madres. El respeto hacia la progenitora siempre estuvo (o en su mayoría) y en esta historia quiero resaltar eso. Ya veremos si Mimi consigue aliados o no, todo es posible, aunque estaría bueno jsjsjs Me gusta tu idea de colocar contexto detallado de como Yamato subió al trono, lo haré, a medida que avance la historia iremos conociendo más de su ascenso. Créeme, a mi es a quien más le da tristeza la situación de Kiriha (Kiriha es uno de mis personajes favoritos. Y amo su shippeo con Nene) pero, debe ser así. Como dices, en el caso de Mimi, ella tendrá que proteger a su hijo Thomas y los demás (si es que tiene) jaja

KeruTakaishi: ¡Hola! Sí, pobre Mimi, y tienes razón de algún modo a Natsuko no le va a salir gratis, porque Mimi es la madre de los hijos del sultán y su concubina favorita. Sí, ese descubrimiento es muy importante, porque Mimi siempre está expuesta a recibir maltrato, pero no era consciente hasta ahora que no es un simple maltrato, sino un riesgo total a su vida. Y sí, tienes razón, tanto Kiriha como Takeru son un riesgo para su hijo. Con respecto al Takari, agradezco que me hayas dicho que prefieres un final antes que una vida triste, llevo mucho tiempo con ese debate. Lamentablemente su romance está condenado, salvo que Yamato cambiara las reglas aunque, es difícil. Un escape es muy difícil, como dices, pero no es una opción descartada. Hay muchos puntos que tocar, no obstante, como dije, tocaste el punto más importante, me estaba debatiendo entre una vida difícil o un final. ¡Uh! Buena teoría...Tienes razón, la única forma de que Takeru esté con Hikari sería siendo sultán, pero...No sé. La verdad es que aun no he decidido que ocurrirá con la situación de Takeru pero me encantó saber tu opinión al respecto.

Sigamos con la dinámica:

Haruna Halime Hatun.