Advertencia: No me maten por el final del episodio. Yo escribo lo que siente mi corazón.
Na: Quiero aclarar que la historia que estoy escribiendo no es 100% igual a la historia en la cual me estoy inspirando "El sultán" y "La sultana Kosem" Mimi no está siendo la copia de Hurrem, porque su rivalidad con Maihdevran no era muy justificada, quiero Mimi odie con razón a Sora. Digo esto por lo que vendrá a continuación.
Mimi observaba desde un rincón mientras Ayse, Gervehan y Esmahan jugaban con Izumi, quien estaba encantada con la atención de las tres. Ayse sostenía un pequeño vestido de seda y lo levantaba frente a Izumi.
—¿Qué piensas, Esmahan? ¿No se vería adorable con esto? —preguntó Ayse, con una gran sonrisa.
—¡Sí! ¡Es perfecto! Aunque tal vez debería probarse este otro también! —respondió Esmahan, sacando otro vestido en un tono suave de azul y sosteniéndolo frente a Izumi, quien al ver los colores, soltó una pequeña risita, extendiendo las manitas hacia la tela.
Gervehan, entre risas, le colocaba una pequeña diadema con piedras brillantes a Izumi, quien miraba a su alrededor fascinada por la atención.
—¡Sultana Mimi, mire! —exclamó Gervehan, mientras las otras dos asentían riendo, encantadas con la pequeña que, emocionada, balbuceaba en respuesta a cada palabra de ellas.
Ayse rió suavemente, sosteniendo la mano de Izumi y mirándola con ternura. —Se ve bellísima ¿cierto?
Mimi sonrió: —Sí, se ve bellísima.
Entre risas y entusiasmo, las jóvenes seguían probándole accesorios y vestiditos a Izumi, quien parecía encantada por el juego.
—¿Qué dice sultana Mimi?—Preguntó Ayse— ¿Rosa o gris?— Le mostró dos prendas.
Mimi observó los vestidos y los analizó, ambos eran bonitos, elegantes y pequeños, sin embargo, el rosa llamó más su atención.
—Me gustan ambos pe...—Intentó hablar, pero no pudo continuar, ya que sintió un fuerte mareo que le hizo tambalearse levemente.
Rápidamente llevó una mano a su boca, se levantó de su asiento, alejándose de las jóvenes sultanas, y rápidamente alcanzó una cesta al lado de la habitación.
—Sultana Mimi ¿le ocurre algo?—Preguntó Gervehan.
Mimi no pudo responder, porque el malestar llegó a su punto máximo, y terminó vomitando en la cesta.
Yoshino, quien había ingresado al ver la escena, se acercó con rapidez a Mimi, apoyando una mano en su espalda. —Sultana, déjeme ayudarla —dijo con un tono suave pero preocupado. Yoshino no tardó en notar el malestar evidente en el rostro de Mimi y le ofreció un pañuelo para limpiarse.
Mimi tomó el pañuelo, aún recuperándose, y respiró profundamente para calmar el mareo persistente. —Perdón, no quería asustarlas —dijo con una sonrisa débil, intentando minimizar el momento.
Esmahan la miró con compasión y preocupación. —No tiene que disculparse, sultana. Nosotras... estamos aquí para lo que necesite.
—Quizás debería recostarse un momento —sugirió Ayse, mirando a Yoshino en busca de apoyo.
Mimi asintió levemente, permitiendo que Yoshino la ayudara a sentarse en un lugar más cómodo, mientras las tres jóvenes sultanas intercambiaban miradas de inquietud. Izumi, ajena al momento, observaba desde su pequeño asiento, emitiendo sonidos suaves como si percibiera el cambio en el ambiente.
—No es primera vez que se siente mal sultana.—Comentó Yoshino.
No, no lo era.
—Debe ser algo que comí o quizás los nervios.—Musitó Mimi.
Haruna ingresó al lugar: —Esas nauseas ya las conozco.—Declaró— Y no es por comida.
La oji-miel alzó una ceja sorprendida ante esto— ¿A qué te refieres?
La pelinegra se cruzó de brazos— ¿Enserio no lo sabes?
Mimi negó.
La madre de Esmahan movió la cabeza y rodó los ojos—Llevas dos embarazos y aun no logra identificar aquello.
Mimi parpadeó, aún algo mareada, y miró a Haruna con sorpresa creciente.
—¿Embarazo...? —repitió en un susurro, mientras el color desaparecía de su rostro por un momento. La posibilidad le resultaba desconcertante.
Haruna soltó una pequeña risa, con una mezcla de incredulidad y divertimento. —Sultana, tienes todos los síntomas, y no es la primera vez. ¿Realmente no lo habías pensado?
¡Pues no! No lo había pensado. Pero tenía sentido ¡su periodo no llegaba hace varias lunas!
Las jóvenes sultanas se miraron entre ellas, intentando contener sus emociones, mientras Ayse susurraba emocionada. —¿Otro bebé? ¡Eso sería maravilloso!
Mimi llevó una mano a su pecho, sintiendo que el corazón le latía con fuerza. —No… no estaba preparada para esto, no lo esperaba… —murmuró, sus palabras teñidas de sorpresa.
Haruna suspiró y se acercó a ella, colocando una mano firme en su hombro. —Creo que ya deberías saberlo, Mimi. Si estás embarazada, pronto lo confirmaremos, y tendrás que cuidarte más. Este pequeño podría ser otra bendición.
Mimi asintió, aún en shock, pero algo dentro de ella comenzaba a asimilar la posibilidad. Con una mirada de asombro y un leve toque de emoción, observó a Izumi, quien jugaba feliz con los adornos de su vestido, como si entendiera el anuncio que acababa de hacer temblar el ambiente en la sala.
Fue así como llamaron a la médica, y en cuestión de minutos, la mujer llegó con su equipo al pequeño salón, aliviando la tensión que se había instalado entre las jóvenes sultanas. Mimi, aún sentada y con una mezcla de nervios y anticipación, se acomodó cuando la médica le indicó que se relajara para hacerle la evaluación necesaria.
La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, creando un ambiente cálido, pero el corazón de Mimi latía con inquietud. La médica, una mujer de rostro sereno y manos hábiles, la comenzó a examinar cuidadosamente mientras Haruna permanecía a su lado.
La pelinegra estaba cruzada de brazos y con una leve sonrisa de suficiencia, miraba a Mimi tranquila esperando que la médica le confirmara a Mimi la noticia. Aunque ella ya se la había dado y dudaba haberse equivocado, después de todo, ella pasó por los mismo 5 veces.
Sí, 5 veces, porque tuvo un embarazo múltiple.
—Respira hondo, Mimi —le dijo la médica con suavidad, intentando tranquilizarla—. Solo un momento más.
Mimi asintió, aunque la ansiedad la consumía. Sus pensamientos iban y venían, atormentados por la reciente tragedia que había enfrentado. Cada segundo parecía una eternidad, y no podía evitar preguntarse qué pasaba en su cuerpo.
Haruna observaba la escena en silencio, el peso de su mirada estaba en Izumi, cuya inocencia era un contraste con la tensión en el aire. El silencio fue roto por el sonido de un ligero susurro de la médica.
—Listo, ya he terminado —anunció, retirándose un poco para hacer espacio y mirando a Mimi con una expresión que mezclaba profesionalismo con un toque de empatía.
Mimi, sintiendo un nudo en el estómago, preguntó nerviosamente— ¿Qué me ocurre?
La médica la miró directamente a los ojos, su voz clara y decidida— Después de revisar tus síntomas y realizar los exámenes pertinentes, he llegado a una conclusión.
Mimi se sintió temblar, un atisbo de esperanza y miedo atravesando su mente.
—Estás embarazada —dijo la médica, sonriendo ligeramente.
El mundo de Mimi se detuvo por un instante. La noticia la golpeó con fuerza, y su corazón comenzó a latir más rápido. Las palabras resonaban en su cabeza, pero no lograba procesarlas del todo.
—¿Embarazada? —repitió, atónita—. ¿Estás segura?
La médica asintió— Sí, los resultados son claros. Estás esperando un hijo.
Mimi, al escuchar la noticia, sintió una mezcla de sorpresa y emoción, después de todo ¡Tendría otro bebé!
Una sonrisa se formó en sus labios.
—¡Tendré otro hijo!
Haruna observó con cierta nostalgia a la oji-miel y a su mente vino el recuerdo de las veces en que ella quedó embarazada, momentos que en su tiempo fueron, pero luego se convirtieron en un dolor terrible al perder a sus príncipes.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos mientras pensaba en lo que esto significaba. No obstante, la alegría no duró mucho al recordar en la situación que estaba.
—Pe-pero...—Balbuceo—¿Ahora qué voy a hacer? —preguntó Mimi, sintiéndose perdida.
—¿Qué vas a hacer?—Cuestionó Haruna sin entender la pregunta.
La oji-miel asintió: —Estoy exiliada en este lugar.
—Primero, debemos asegurarnos de que estés bien, tanto física como emocionalmente —respondió Haruna— Y luego debes comenzar a pensar en encontrar una forma de regresar al palacio.
Regresar al palacio
—Es imposible que yo regrese a palacio.
—No es imposible, querida.—Declaró la pelinegra— A diferencia de mi, estas recién comenzando tu carrera. Yamato te quiere y tienes a sus hijos.
—S-sí, pero estoy aquí, y no sé cuando regresaré al palacio en Estambul.—Habló Mimi triste.
Haruna movió la cabeza, Mimi tenía que ser un poco más despierta, si quería sobrevivir.
Mimi estaba sentada en un rincón de su austero aposento, acunando a Izumi en sus brazos mientras la pequeña dormía. Sus pensamientos eran una mezcla de felicidad y dicha, pero también de tristeza y añoranza por su antiguo hogar.
¿Qué haría ahora que estaba embarazada y no estaba en palacio?
—Mimi —comenzó Haruna— Por favor, no estes triste, vas a tener un bebé. Eso es bueno.
—Lo sé...—Declaró la oji-miel— Siempre quise esto, pero estoy exiliada, eso significa que si es hombre me lo van a quitar y si es mujer tendrá que sufrir este exilio con nosotras.
La pelinegra hizo una mueca, entendía su dolor en lo absoluto, después de todo, ella siempre añoraba a sus hijos y sufría por este exilio al cual sus hijas estaban obligadas a vivir, siendo olvidadas.
—Si Yamato supiera que estoy aquí...
—¿Crees que vendría a buscarte?— Preguntó Haruna.
Mimi hizo una mueca— Supongo que sí.
—¿Supones?
Mimi miró a Haruna, suspirando profundamente.
—No sé si Yamato realmente me ama —dijo, la voz temblando un poco mientras acunaba con más ternura a la pequeña Izumi en sus brazos—. Él me ha dicho que soy su concubina favorita, pero... eso no significa que sienta amor por mí.
Haruna la observó con curiosidad, inclinándose un poco hacia ella.
—¿Y tú, Mimi? —preguntó suavemente—. ¿Tú amas a Yamato?
Mimi bajó la mirada, perdiéndose en los rizos dorados de Izumi, que aún dormía profundamente en sus brazos.
—No podría negarlo... —susurró, con la voz apenas audible—. Desde que estoy lejos de él, ha sido como vivir una pesadilla, como si me faltara una parte de mí misma. He intentado ser fuerte, pensar en los hijos que tengo conmigo, pero mi corazón siempre vuelve a él.
Haruna asintió lentamente, comprensiva, aunque con una sombra de amargura en su propia mirada.
—Es duro vivir con esa incertidumbre. Enamorarse de alguien que tal vez solo te ve como una posesión... —Haruna hizo una pausa—. Pero debes ser fuerte, Mimi. No solo por ti, sino por Izumi, por Thomas... y por ese nuevo bebé que esperas.
Mimi alzó su mirada: —Se supone que, los sultanes no pueden enamorarse.
—¿Quién dijo eso?— Preguntó la pelinegra.
—Eso es lo que siempre repiten.—Respondió la castaña— Que los príncipes y sultanes no se enamoran.
Haruna negó con la cabeza: —Claro que no.
—A mi me dijeron que sí.
La pelinegra movió la cabeza en desaprobación.
—¿Cómo fue tu historia con tu príncipe? ¿Sentías esta inseguridad?
—En un comienzo...—Respondió la pelinegra— Pero no por mucho. Kouji siempre fue muy especial conmigo ¿sabes? Y aunque hubiesen otras mujeres siempre me hizo sentir única ¿y sabes por qué?
—¿Por qué?
—Porque se enamoró de mi y yo de él.—Contestó Haruna— Porque el amor si existe...—Comentó— Solamente que, a personas como Natsuko, que nunca fueron amadas prefieren hacer creer que no. Y no me sorprendería que Yamato cayese en ese error, después de todo, muchas concubinas crian así a sus hijos...—Declaró— Pero eso no significa que tú puedas hacerlo cambiar de opinión ¿sabes? Mientras tengas el amor del sultán podrás lograr más cosas que Sora.
—¿Y cómo lograré eso?
—Existen muchas formas.—Respondió Haruna— Ahora eres la favorita, eso es bueno, pero es más importante que sigas manteniendo esa posición. Y en lo posible desplaces a Sora.
—Dudo que algún día logre desplazarla. Ella es madre de su primogénito.
—Pero tú eres madre de dos y uno en camino.—Habló la pelinegra— Créeme, eso inevitablemente hará que el sultán te mire de mejor manera.
—La sultana madre no cree que eso sea lo correcto, miles de veces me ha dicho que...
—¡No importa lo que ella te diga Mimi! Debes respetarla, si. Pero no dejar que te haga dudar de ti misma o de lo que el sultán pueda sentir o llegar a sentir por ti.
Mimi volvió a mirar a Izumi, acariciando la cabecita de su hija mientras la ternura llenaba su corazón. Quizá, después de todo, el amor no era tan imposible como siempre le habían dicho.
—Aun así tengo un problema. Sora ha estado junto a Yamato desde hace mucho, y parece que tiene un poder sobre él que yo jamás podré igualar.
—Lo único que necesitas es tiempo y paciencia —respondió Haruna con convicción—. No se trata de competir por él, sino de construir un amor genuino, algo que pueda superar los años y las circunstancias. Si Yamato es capaz de ver eso en ti, créeme, Sora no podrá compararse con lo que ustedes construyan.
Mimi sonrió débilmente, como si una chispa de esperanza se encendiera en su interior.
—Intentaré mantenerme fuerte, Haruna. Por Izumi, por Thomas… y por este nuevo bebé que viene en camino. —Declaró— Aunque...No sé como lo haré...—Comentó— No tengo forma de volver a palacio.
Haruna hizo una mueca ante esto.
—¿Estás dispuesta a todo por volver al palacio?
La castaña asintió: —¡Pues claro!
—¿Segura?
La oji-miel nuevamente asintió.
—Está bien...—Musitó Haruna— Si quieres. Yo te puedo ayudar a regresar al palacio —comentó con palabras llenas de certeza.
Mimi parpadeó, incrédula. Su corazón dio un vuelco, y la esperanza empezó a florecer en su interior. —¿Es verdad? —susurró, con la emoción reflejada en sus ojos.
Haruna asintió lentamente, manteniendo la compostura mientras observaba a Mimi con una leve sonrisa de satisfacción. —Es verdad —respondió—. Conozco una forma para que Yamato se entere de lo que realmente ocurrió, de cómo se manejó tu destierro. Te aseguro que, si él sabe la verdad, tomaría medidas.
Mimi la observó con intriga, preguntándose cuál podría ser su plan. Sabía que Haruna tenía sus propios objetivos, pero en ese momento estaba dispuesta a considerar cualquier posibilidad que la llevara de regreso a sus hijos.
—¿Y qué tendría que hacer? —preguntó Mimi, en un susurro lleno de expectación.
La oji-ambar la miró con frialdad, cruzando los brazos. —A cambio, tendrás que darme algo —dijo, su tono firme y directo.
Mimi frunció el ceño. —¿Qué cosa?
—Convencer a Yamato de casar a Esmahan con Taichi —respondió Haruna, observando atentamente la reacción de Mimi.
Los ojos de Mimi se abrieron de par en par ante la demanda. El asombro y la confusión se mezclaron en su rostro mientras intentaba procesar la magnitud de lo que Haruna le pedía. —No... no puedo hacer eso —murmuró, negando con la cabeza.
Haruna levantó una ceja, su mirada fija en Mimi. —¿Quién dice que no puedes? —respondió, con un tono desafiante—. Ahora eres la concubina favorita de Yamato. Eso te otorga una influencia que puedes usar a tu favor. No desperdicies esa ventaja.
Mimi se quedó en silencio, atrapada entre la promesa de regresar al palacio y la exigencia de Haruna. Sabía que, si cumplía con la solicitud de Haruna, podría significar un cambio importante en la dinastía y en el destino de Esmahan. Pero, al mismo tiempo, la posibilidad de regresar a su hogar era una tentación difícil de ignorar.
Haruna la observó detenidamente, esperando una respuesta. Mimi bajó la mirada hacia su hija, dormida en sus brazos, y, tras un momento de duda, alzó el rostro hacia Haruna.
—Pe-pero yo...
—Mimi, por favor ¿quieres regresar al palacio con tu hijo?—Preguntó la oji-ambar.
¡Claro! Eso era lo que más anhelaba.
Mimi bajó la mirada, observando el rostro dormido de Izumi en sus brazos. Sentía un nudo en el estómago ante la propuesta de Haruna. Volver al palacio, regresar a sus hijos y retomar su lugar junto a Yamato... Todo eso parecía tan cercano, pero la condición que le pedían no dejaba de parecerle una traición.
—Sí es lo que quiero.—Musitó Mimi.
Haruna la observaba con una paciencia afilada, sus ojos llenos de expectativa. —Entonces, ¿por qué no aceptar? —repitió, su voz suave pero insistente.
Mimi suspiró, sopesando las posibilidades. Sabía que Esmahan y Taichi no compartían ningún tipo de vínculo, y casar a Esmahan con alguien tan influyente como él significaría colocar a Haruna en una posición de poder. Pero, ¿y si ese era el precio por estar nuevamente cerca de sus hijos?
—Es... Es una gran decisión —murmuró Mimi, alzando la vista hacia Haruna—. No sé si puedo manejar lo que esto implica.
Haruna inclinó la cabeza, sonriendo con cierta frialdad. —A veces el poder trae consigo decisiones difíciles, Mimi. Pero no olvides algo: una vez que aceptes, tendrás lo que tanto anhelas —dijo, dejando que sus palabras resonaran en el silencio de la habitación.
La oji-miel asintió, su mirada fija en Haruna, que brillaba con una determinación contagiosa.
—Está bien —declaró, su voz firme—. Acepto.
Una sonrisa iluminó el rostro de la pelinegra, que parecía reflejar la luz del sol que se filtraba por la ventana, creando un ambiente más cálido en el austero aposento.
—Muy bien —respondió Haruna, su tono cargado de entusiasmo.
Con un gesto decidido, Haruna sacó un pergamino enrollado de su manga, el cual parecía llevar consigo una promesa de cambio y esperanza. La luz danzaba sobre el papel, haciendo que los delicados trazos de la escritura brillaran.
—¡Felicidades! —exclamó Haruna, su voz llena de emoción.
—¿Qué es eso? —preguntó Mimi, curiosa, sus ojos llenos de intriga.
—Es la respuesta a una carta que le envié a la sultana Rika —respondió Haruna, sosteniendo el pergamino con una mano como si fuera un tesoro valioso.
Mimi alzó una ceja, sorprendida.
—¿A la sultana Rika?
Haruna asintió, con una chispa en sus ojos.
—Me dijiste que estaba en su palacio en Hungría, ¿no?
—Sí —murmuró Mimi, aún tratando de procesar la revelación.
—Aproximadamente hace unas semanas le envié una carta para informarle que te habían expulsado —explicó Haruna, su expresión volviéndose más seria. (*Lean la aclaración del tiempo al final del capítulo)
—¿Qué? ¿Una carta?— Preguntó Mimi.
Esta declaración le sorprendió, por lo que tenía entendido, ella no tenía opción de enviar cartas. Preguntó para poder enviarle carta a Yamato desde donde estaba, pero le dijeron que, la sultana madre prohibió que ella pudiera tener correspondencia.
—¿Se puede hacer eso?
—Tú no.—Declaró Haruna— Por orden de la sultana madre.—Comentó—Y yo tampoco porque estoy en exilio, salvo que alguien me lo permitiese y es así, la sultana Rika y yo tenemos un pequeño acuerdo. Ella siempre me envía cartas para saber de mis hijas y yo aproveché esa instancia para hablarle de ti.
Mimi sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la sorpresa de esta información. La idea de que la sultana Rika pudiera estar al tanto de su situación era a la vez inquietante y esperanzadora. Su mente comenzó a divagar, imaginando las posibles repercusiones de esa carta, los caminos que podrían abrirse y las decisiones que podría tomar.
—¿Y-y?—Preguntó la oji-miel.
—¡Felicidades!— Exclamó la pelinegra— El sultán ya debe saber que hay problemas en la capital.
El aire en el palacio de la nueva provincia del imperio de Yamato estaba cargado de tensión, impregnado del olor a pergaminos y tinta fresca. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, creando patrones de sombra sobre la mesa de caoba pulida, que estaba cubierta con documentos desordenados y gráficos. Yamato se sentó con una postura rígida, sus cejas fruncidas mientras repasaba las cifras escritas a mano que le había traído su cuñado. Rentaro, su cuñado, aliado y actual gobernador de esa provincia se encontraba de pie frente a él, con el rostro serio, una expresión de preocupación grabada en sus rasgos marcados.
—Es un tema delicado —comentó Rentaro, acariciándose la barba mientras inclinaba la cabeza hacia un mapa desplegado sobre la mesa. Sus dedos se deslizaban sobre las líneas que delineaban Egipto, la nueva provincia que ahora formaba parte del imperio. —Los egipcios ya están sufriendo con las nuevas tasas, y si no actuamos con cautela, podría haber revueltas.
Yamato asintió, pero su mirada permanecía fija en los números, buscando una solución que equilibrara la necesidad de ingresos del tesoro con la justicia para el pueblo.
—Lo sé, Rentaro —respondió, frunciendo los labios—. Pero el tesoro necesita fondos para sostener la expansión. Si no recaudamos lo suficiente, toda la dinastía podría tambalearse.
La tensión en la habitación era palpable. Rentaro, sintiendo la presión de la situación, se acercó un paso más, sus ojos centelleando con determinación.
—Aún así, deberías considerar medidas más justas —insistió, señalando con un dedo firme un gráfico que mostraba el crecimiento de las cosechas en Egipto—. Tal vez podamos encontrar una solución que no comprometa tanto al pueblo.
Yamato se pasó una mano por el cabello, frustrado. Sabía que Rentaro tenía razón, pero el peso de la responsabilidad lo aplastaba. Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe, interrumpiendo la conversación. Taichi, la mano derecha de Yamato, entró con prisa, su rostro grave y su andar decidido.
—¡Yamato! —llamó, su voz resonando en el despacho como un tambor—. Recibí correspondencia.
Yamato, aún sumido en sus pensamientos, levantó la mirada, notando el aire tenso de su amigo.
—Déjala sobre la mesa —respondió con desdén, volviendo a concentrarse en los gráficos.
Pero Taichi no se movió, su mirada fija en Yamato, como si supiera que tenía algo más importante que compartir.
—Deberías leerla —insistió Taichi, dando un paso más hacia adelante—. Es de la sultana Rika.
El tono de Taichi cambió la atmósfera de la habitación. Yamato se enderezó en su asiento, la mención de Rika atrayendo su atención de inmediato. Sabía que cualquier comunicación de su hermana tenía un peso especial y a menudo significaba que había algo de gran importancia en juego.
—Dámela —dijo, extendiendo la mano, su pulso acelerándose mientras la anticipación crecía en su interior.
Taichi le entregó la carta con un gesto firme, y Yamato la desdobló con cuidado, su corazón latiendo con fuerza al escanear las palabras cuidadosamente escritas. A medida que leía, su expresión pasó de la curiosidad a la inquietud, sus ojos oscuros ampliándose al comprender el contenido.
"Querido hermano, espero que este mensaje te encuentre bien..."
Al principio Rika escribió algunos datos del imperio y le envió apoyo de dinero.
A continuación, le hablaba de Takeru:
"Nuestro hermano está muy feliz en mi provincia, ha expresado mucho interés en continuar junto a mi, espero tu aprobación para poder pasar tiempo juntos"
Yamato sonrió al leer esto, era bueno que, Takeru estuviese bien con Rika. Después de todo, ella era una buena hermana y correcta, haría lo posible para ayudar en la formación de Takeru como príncipe. No obstante, la sonrisa de Yamato no duró mucho, debido a lo que leyó a continuación:
"Por el momento, no tengo considerado regresar a la capital, no obstante, he recibido muchos informes de una situación que deberías tener en consideración, ya que, como tu hermana, no me parece adecuada. Debo informarte que la madre sultana no supo lidiar con algunas complicaciones del harem. Sora tuvo un arrebato, y para no perturbarla, decidió exiliar a tu concubina principal, Mimi, junto a tu pequeña hija, Izumi, al palacio de lágrimas. La situación en la capital es complicada, y temo que esto sea solo el comienzo de las decisiones drásticas que se tomarán. Por favor, mantente alerta y cuida de tu familia."
¿Qué?
"No sé exactamente que ocurrió, pero no considero que sea apropiado para tu hija pequeña estar exiliada. Es hija del sultán, no merece estar en aquel palacio."
La carta tembló en sus manos mientras la ira y la frustración se arremolinaban en su pecho. La preocupación lo invadió como una ola, y sin poder evitarlo, miró a Taichi con una mezcla de rabia y desazón.
—Pero ¡qué rayos!— Exclamó el rubio.
Los dos presentes dirigieron su mirada hacia ellos.
—¿Ocurre algo sultán?—Preguntó Taichi.
Yamato frunció el ceño.
—Esto no...
No quiso creerlo por unos segundos, pero Rika no le habría mencionado la situación de no ser importante.
Su hija, Izumi, y su concubina favorita, Mimi.
¡Estaban exiliadas!
Ahora tenía sentido porque nunca le llegó correspondencia de Mimi, pero sí de Sora.
—No puedo creer que nuestra madre haya llegado tan lejos —musitó, apretando los puños sobre la mesa, las venas de su frente marcándose con intensidad.
—¿Qué sucedió?— Preguntó Rentaro— ¿Qué hizo la sultana?
—¡Exilió a mi concubina!— Exclamó el rubio— ¡Y a mi hija!
¿Qué?
Los presentes se sorprendieron ante esto.
¡Esto era imperdonable!
Takeru estaba sentado en un rincón de su habitación, completamente absorto en las páginas de un libro. La luz suave del atardecer iluminaba su rostro, haciendo que los rasgos del príncipe lucieran más serenos y pensativos. El libro en sus manos era uno que le había recomendado una amiga, aunque jamás diría en voz alta que se trataba de Hikari. Esa parte de su vida debía permanecer en secreto.
En ese momento, Catherine entró en la habitación con una bandeja delicadamente adornada. Al verla, Takeru levantó la vista de su libro.
—He traído un vaso de leche para usted, príncipe Takeru —anunció Catherine con una suave sonrisa, mientras se acercaba.
—Gracias, Catherine —respondió él, tomando el vaso y disfrutando del aroma fresco de la leche. Volvió a centrar su atención en el libro, pasándose las páginas con calma.
Catherine se quedó de pie a su lado, observándolo con una curiosidad genuina.
—¿Necesitará algo más? —preguntó, con una mezcla de preocupación y interés.
—No, por el momento está bien —contestó Takeru, sin apartar la vista de su lectura.
Sin embargo, la joven no parecía dispuesta a irse tan pronto. Su mirada se posó en él, atenta.
—¿Qué está leyendo? —se animó a preguntar.
Takeru, sorprendido por la pregunta, titubeó un momento antes de responder.
—Es un libro que me recomendó una amiga —dijo, eludiendo dar más detalles.
Catherine arqueó una ceja, intrigada.
—¿Es interesante? —insistió.
—Un poco —respondió Takeru, intentando restarle importancia.
—¿De qué trata? —preguntó ella, cruzando los brazos y apoyándose en el marco de la puerta, mostrándose genuinamente interesada.
Él dudó, mirando de reojo a Catherine, quien mantenía su mirada fija en él, esperando con ansias una respuesta.
—No creo que le guste —dijo finalmente, encogiéndose de hombros.
Catherine hizo un gesto de desaprobación, sacudiendo la cabeza suavemente.
—No sabré si me gusta o no si usted no me dice de qué trata —argumentó, sonriendo. Su entusiasmo era contagioso, y Takeru sintió que la tensión del momento se desvanecía.
Takeru observó atentamente a la rubia.
Era increíble como sus interacciones habían cambiado durante ese tiempo, desde aquel encuentro incómodo. esa joven pasó a servirle como esclava y él le intentaba compensar su rechazo con un buen trato. Al principio, su relación había estado marcada por la distancia y la formalidad, pero en las últimas semanas, había crecido una amistad inusual entre ellos. Catherine no era solo una sirvienta; había llegado a ser una confidente, una persona con la que podía compartir pensamientos y momentos de tranquilidad.
—Bueno, trata sobre un joven príncipe que busca su identidad en un mundo que espera que sea diferente a lo que realmente es —comenzó a explicar, sintiendo que las palabras fluían con más facilidad a medida que la conversación avanzaba.
Catherine escuchaba atentamente, sus ojos brillaban con interés genuino.
—¿Y cómo lo hace? —preguntó, inclinándose un poco hacia él, como si la trama la atrapara.
—A través de sus experiencias y de las personas que conoce en su camino —respondió Takeru, sintiéndose más cómodo al compartir un poco de su mundo con ella.
—Eso suena intrigante —comentó ella, asintiendo.— Creo que podría gustarme.
El príncipe sonrió levemente, sorprendido de que la conversación hubiera tomado un giro tan ameno. Se dio cuenta de que, a pesar de la diferencia de estatus y el mundo en el que vivían, había un entendimiento en la simplicidad de sus intercambios.
Quizás, no era como Hikari, pero era agradable hablar con ella. Y de paso fingir frente a Rika para que lo dejase volver a la capital.
En la penumbra del salón privado del palacio, Sora se encontraba frente a la madre sultana, Natsuko, una mujer de porte imponente y mirada calculadora. Sora mantenía la cabeza baja, con un respeto mezclado con ansiedad que no podía disimular. La reciente decisión de enviar a Mimi e Izumi al exilio había desatado una tensión que ella misma podía sentir. Yamato, quien siempre había sido protector con su hija pequeña, no sería indulgente ante una noticia así.
Sora respiró profundo y se atrevió a formular la pregunta que había estado rondando en su mente.
—Madre sultana, disculpe mi intromisión, pero… ¿qué haremos para evitar que Yamato se enoje por el exilio de Mimi? —Su voz fue apenas un murmullo, pero lo suficientemente claro para que Natsuko captara la inquietud.
La madre sultana levantó la mirada, una leve sonrisa jugando en sus labios, como si la pregunta de Sora le hubiera sido anticipada. Tomó una pausa, observando el rostro de Sora con una calma fría que hacía evidente su control absoluto de la situación.
—Tengo una idea —respondió Natsuko, con una voz suave pero firme, un tono que no invitaba a ninguna contradicción.
Sora sintió una leve chispa de esperanza y, al mismo tiempo, una inevitable intranquilidad. Natsuko no era alguien que tomara decisiones a la ligera, pero sabía bien que sus métodos eran a menudo impredecibles. Ansiosa por conocer más, se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Podría… compartirla conmigo? —inquirió con cautela, en un tono casi suplicante.
La madre sultana negó suavemente con la cabeza, aún sin apartar la vista de Sora.
—No es necesario que lo sepas todavía —respondió con un tono enigmático—. Lo pondré en marcha en un par de semanas. Yamato regresará en ese tiempo, y entonces actuaremos.
Sora reprimió la pregunta que estaba a punto de hacer; sabía que Natsuko no diría más. La madre sultana era una mujer de recursos y, a lo largo de los años, había demostrado su habilidad para mantener la paz en el harem, aunque sus métodos pudieran ser cuestionables. Sora solo pudo asentir, aceptando la reserva de Natsuko.
—Confío en usted, madre sultana —respondió Sora, intentando calmar la inquietud que todavía hervía en su interior.
Natsuko asintió ligeramente, una señal de que la conversación había terminado, aunque el silencio entre ambas dejaba en el aire la promesa de algo más grande. Mientras Sora abandonaba la sala, no pudo evitar pensar en las posibles repercusiones de aquella decisión y en cómo aquello afectaría la relación entre Yamato y su madre. Sin embargo, ahora debía esperar, confiando en que Natsuko sabría cómo apaciguar la furia de Yamato al enterarse de lo ocurrido con su hija y Mimi.
Grave error, después de todo, Natsuko sigue creyendo que tiene todo bajo control. Cuando eso no es verdad.
~Días después~
En el jardín del palacio, Haruna y sus hijas disfrutaban del día gris. Las nubes cubrían el cielo, y una suave brisa hacía susurrar las hojas de los árboles. Las flores, aunque apagadas por la falta de sol, añadían un toque de color entre los tonos apagados de la tarde.
Esmahan, la mayor de las hermanas, se sentó junto a su madre, observando el horizonte con ojos curiosos, mientras Gervehan jugaba con unas flores y Ayse, la más pequeña, observaba a los pájaros en silencio, fascinada por los cantos.
De repente, el tranquilo sonido del jardín se rompió por un ruido a lo lejos, un sonido que Haruna reconoció de inmediato. A lo lejos, el sonido de cascos de caballos se hacía más fuerte, y una línea de figuras se dibujó en el horizonte, montados en sus caballos, avanzando hacia el palacio. Haruna alzó la vista, entrecerrando los ojos para ver mejor, y notó que un pequeño emblema relucía en la estandarte que llevaban, ondeando al ritmo de los movimientos de los caballos.
Esmahan, que había notado la atención de su madre, miró en la misma dirección.
—Madre, ¿qué ocurre? —preguntó con inquietud en la voz.
Haruna le dedicó una mirada rápida, y luego volvió a observar el desfile de hombres que se acercaba con firmeza.
—No estoy segura —respondió, aunque su intuición le decía lo contrario—. Podría ser… —Se detuvo al ver un destello conocido en uno de los estandartes: el símbolo imperial del sultán. Sus ojos se estrecharon un poco al confirmar sus sospechas. Ese era el símbolo del sultán.
Sin perder tiempo, Haruna se agachó al nivel de sus hijas, su tono firme pero tranquilo.
—Vengan, niñas, es mejor que entremos al palacio.
Ayse miró de nuevo hacia los jinetes, notando ahora la formalidad en sus movimientos y los colores imperiales en sus estandartes. Su mirada reflejaba la mezcla de curiosidad e incertidumbre. Pero, siguiendo la indicación de su madre, ella y sus hermanas se levantaron, y Haruna las guio hacia el interior del palacio, alejándolas de la vista de los recién llegados.
Mientras avanzaban, Ayse le susurró a Haruna:
—¿Por qué esos hombres vienen aquí?
Haruna la miró de reojo y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—Creo ya saber la razón.
—Hemos llegado, mi sultán —anunció Taichi, desmontando con destreza y volviéndose hacia Yamato.
Yamato detuvo su caballo y contempló el imponente palacio que se alzaba frente a él. Había estado allí antes, pero nunca imaginó que volvería bajo estas circunstancias.
—Taichi —ordenó, sin apartar la vista de la estructura—, asegúrate de que Mimi ya esté adentro.
El castaño asintió y, sin perder tiempo, se dirigió al palacio para cumplir con la orden, dejando a Yamato con la mirada fija en el edificio, una mezcla de determinación y preocupación reflejándose en sus ojos.
En una de las galerías privadas del palacio de Rika, el príncipe Takeru se encontraba mirando por la ventana, sus pensamientos sumidos en la frustración. El tiempo que había pasado en aquella provincia comenzaba a pesarle, y cada día sentía más intensamente la distancia que lo separaba de su vida en la capital, especialmente de Hikari. El silencio fue interrumpido por la figura de Rika, que caminó con elegancia hacia él, su rostro impasible pero su mirada atenta, como si esperara aquella conversación.
Takeru se volvió hacia ella, una mezcla de resentimiento y determinación en su rostro.
—¿Por qué sigues manteniéndome aquí, Rika? —le espetó, sin intentar ocultar la frustración en su voz—. Ya he cumplido con las tareas que me encomendaste. ¿Qué más quieres de mí?
Rika lo observó en silencio por un instante, como si sopesara sus palabras. Finalmente, cruzó los brazos, su expresión firme e inquebrantable.
—Es lo menos que puedo hacer, Takeru —respondió, en un tono que dejaba claro que no tenía intención de ceder—. No quiero que estés cerca de Hikari.
Takeru parpadeó, sorprendido por la franqueza con la que Rika había admitido sus intenciones. Un destello de enojo se encendió en sus ojos, y no dudó en replicar.
—¿Qué debo hacer para que me dejes regresar? —preguntó, con una urgencia en su voz que no podía ocultar—. No puedo quedarme aquí para siempre, Rika.
Rika lo miró con la misma calma, pero sus palabras fueron tan afiladas como el filo de una espada.
—Debes olvidarte de Hikari —sentenció, su voz gélida, como si aquella fuera la única solución posible.
Takeru sintió que su paciencia se rompía al escuchar aquellas palabras. Su mandíbula se tensó, y dio un paso hacia ella, desafiante.
—Eso es imposible —declaró, su voz en un murmullo cargado de furia contenida—. No puedo simplemente olvidarla como si no significara nada para mí.
Rika suspiró, aunque sus ojos mostraban una determinación aún mayor. No era común verla mostrar esa clase de severidad, pero sabía que el vínculo entre Takeru y Hikari era un obstáculo para sus planes.
—Mientras sigas enamorado de Hikari, no regresarás a la capital, Takeru. Es una decisión final. —Su tono no admitía discusión, y Takeru lo supo de inmediato.
El príncipe la miró con incredulidad, la decepción y el enojo claramente reflejados en su rostro. No podía creer que Rika lo mantuviera lejos solo para impedirle estar con la mujer que amaba. Sin decir una palabra más, Takeru se dio la vuelta, tratando de contener la mezcla de emociones que lo invadían, pero sabiendo que, mientras Rika tuviera ese poder sobre él, sus opciones estaban limitadas.
Mimi avanzó por los pasillos del palacio como si el tiempo se hubiera detenido, cada paso se sentía pesado, como si temiera que todo fuera un sueño del que podría despertar en cualquier momento. La tensión y el agotamiento parecían manifestarse en su frágil figura, y sus ojos estaban rojos de llorar durante el trayecto de regreso a Estambul. Al llegar a la sala principal...ahí lo vio
Yamato estaba de pie frente a todos los presentes. Todas las mujeres exiliadas y sus sirvientes se encontraban con la cabeza baja en señal de reverencia.
Al entrar la castaña, sus ojos se encontraron, y por un momento la sorpresa lo dejó inmóvil. Así que...Era verdad ¡Mimi estaba en ese palacio, exiliada!
Por su lado, la castaña no podía creer que ella estuviera allí. El brillo apagado en sus ojos revelaba el tormento que había pasado.
—Mimi...
—Su majestad.— La castaña corrió hacia él.
Yamato también caminó hacia ella. Ambos se encontraron y Mimi se lanzó hacia los brazos del sultán.
La castaña quiso sonreír, pero las lágrimas brotaron antes de poder decir una sola palabra. Dio un paso adelante, y sus rodillas casi cedieron.
—¡Al fin, vino!— Exclamó.
—Mimi...—Pronunció su nombre— Mi sultana.—Habló y acarició su cabello— ¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz tensa pero contenida, buscando comprender la escena que tenía frente a él.
La castaña simplemente movió la cabeza, intentando recomponerse, sus manos temblorosas se aferraron a los pliegues de su vestido mientras intentaba contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—¡Atención!— Taichi alzó la voz—Todos, vuelvan a sus aposentos, el sultán necesita estar a solas con su sultana.
Fue así como todos obedecieron y se fueron.
Mimi simplemente continuaba llorando y Yamato intentaba consolarla.
—Tranquila, Mimi.—Le susurró— Todo estará bien.
La castaña demoró unos segundos más hasta finalmente recomponerse, alzó el rostro, y en un susurro ahogado por la tristeza, le respondió:
—Me exiliaron, Yamato…—Declaró— La madre sultana ordenó que me sacaran del palacio. Junto a nuestra hija.—su voz se quebró al mencionar a su pequeña, y una lágrima resbaló por su mejilla—Me separó de Thomas y nos echó.
Yamato frunció el ceño ante esto. ¿Cómo era posible que su madre exiliara a la madre de sus hijos? Thomas quedó solo en palacio ¡y era apenas un pequeño de dos años! E Izumi ¡apenas era una bebé! ¡La única hija del sultán! No merecía ser echada de palacio teniendo a su propio padre siendo sultán ¡Su hija merecía estar en el palacio de casa!
—¿Por qué te exilio?
—Dijo que… era necesario, que perturbaba la armonía en el palacio…—Habló Mimi— La sultana Sora se enojó conmigo por el mausoleo y debido a eso me golpeo. Yo intenté defenderme.
¿La sultana Sora la golpeo? Posiblemente, el Yamato de 16 años que tenía confianza absoluta en su concubina, Sora, no lo hubiese creído, pero lamentablemente, la Sora de actualidad era capaz de esto. Y ya había golpeado a Mimi en otra ocasión.
—Y-yo...intenté defenderme, pero la sultana madre lo tomó como un acto de rebeldía. Entonces, me expulsó.—Declaró—Yo… yo no pude hacer nada para evitarlo, solo obedecí…
La mirada de Yamato se endureció al escuchar la revelación. Sentía el enfado arremolinarse dentro de él, pero su atención volvió a Mimi, quien parecía desgarrada, como si su alma se hubiera roto en el exilio. Se acercó a ella, rodeándola con sus brazos sin saber muy bien cómo consolarla, pero también sin poder apartarse de ella.
—Lle-llevó dos meses aquí y...—Lloró— No he podido ver a mi hijo.
Mimi se apoyó en él, dejando salir el llanto que había reprimido durante días, sintiendo que con cada sollozo se desvanecía un poco más el peso de su dolor. Yamato le acarició la espalda, sus manos firmes en un intento de darle consuelo.
—Mimi… disculpa, no debí dejar que esto ocurriera. —Su tono era firme, pero con un dejo de tristeza, como si comprendiera la gravedad de la situación en su totalidad.
—No… no tuve opción —respondió ella, su voz apenas un susurro, mirándolo con los ojos inundados de lágrimas—. No podía desafiarla… pero cada día, cada noche, pensé en esto, en lo que perdí, en lo que perdimos. Me aferré a la esperanza de volver aquí, de verte otra vez… —Su voz se apagó en un sollozo, y la fragilidad en sus palabras lo conmovió más de lo que podía expresar.
Yamato la abrazó más fuerte, en un gesto silencioso de promesa y protección, pero el peso de todo el sufrimiento que ella había soportado se hacía evidente con cada segundo que pasaba en sus brazos.
—Ya no tendrás que irte de nuevo, Mimi. —La miró a los ojos, con la determinación de alguien dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo.
Pero Mimi ya no tenía fuerzas para responderle, y el agotamiento, sumado a la tensión y el dolor acumulado, la vencieron en ese instante. Su cuerpo comenzó a desplomarse lentamente en sus brazos. Yamato, con el corazón latiendo con fuerza, la sostuvo con firmeza mientras ella perdía el conocimiento.
—Mimi… —susurró, preocupado, al ver que su rostro estaba pálido y sereno, como si por fin hubiera encontrado algo de paz en ese desmayo.
Con cuidado, la cargó en sus brazos y la llevó a sus aposentos, decidido a no dejar que volviera a sufrir de esa manera. Mientras la observaba descansar, una mezcla de rabia y determinación se formaba en su interior. Su mirada se endureció: no permitiría que nadie volviera a hacerle daño.
Yamato cruzó el umbral de los aposentos de Mimi en el palacio viejo con una expresión firme, pero sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y ternura. Al observar el entorno, notó que, aunque los aposentos no estaban en mal estado, tampoco eran dignos de la mujer que amaba y de su pequeña hija. Los muebles eran sencillos, y aunque la habitación estaba limpia y cuidada, carecía del lujo y el confort de los aposentos reales.
Yoshino Kalfa, la leal sirvienta de Mimi, se encontraba cerca del umbral y, al ver al sultán, rápidamente hizo una reverencia profunda, inclinando la cabeza en señal de respeto. Yamato le dio un leve asentimiento antes de volverse hacia Mimi, quien sostenía a su hija Izumi en sus brazos. La pequeña, ajena a la tensión de la situación, jugueteaba con los dedos de su madre, sonriendo inocente.
Mimi avanzó hacia Yamato, su mirada cálida y cargada de emoción. Extendió a Izumi hacia él, y Yamato, con una sonrisa que hacía tiempo no mostraba, tomó a la pequeña en sus brazos. Al tenerla cerca, su expresión se suavizó, y sus ojos se iluminaron con un brillo de alegría.
—Izumi… —murmuró Yamato con voz profunda y afectuosa, acariciando la pequeña mejilla de su hija. La bebé lo observó con curiosidad y luego extendió sus manitas hacia el rostro de su padre, tocándolo con ternura.
Mimi, con una sonrisa en los labios, observó cómo Yamato se sumergía en un mundo de ternura con su hija.
—Ella te ha extrañado mucho, Yamato —dijo suavemente, sus palabras cargadas de un anhelo silencioso.
—Yo también la he extraño.—Declaró.
Yamato, sin apartar la mirada de Izumi, acarició el cabello suave de la niña que estaba mucho más crecido de la última vez que la había visto, y luego dirigió una mirada intensa hacia Mimi.
—No debí haberte permitido estar aquí… ni a ti ni a ella. Esto es indigno de ambas —dijo, su tono cargado de frustración contenida al observar el espacio nuevamente.
Mimi, sin embargo, negó con un movimiento sutil.
—No necesitamos grandes lujos, Yamato. Lo que importa es que estamos juntos de nuevo.
En ese instante, Izumi soltó una pequeña risa y Yamato volvió a mirarla, su expresión ablandándose. La pequeña había logrado devolverle la serenidad que tanto necesitaba. Yamato, conmovido, la sostuvo más cerca, como si quisiera protegerla de todo lo que había sucedido en su ausencia.
—Gracias por cuidarla tan bien, Mimi —dijo Yamato finalmente, mirando a su concubina con un agradecimiento genuino—. No puedo imaginar lo duro que fue para ti todo esto.
Mimi esbozó una sonrisa dulce y asentió, bajando la mirada por un momento.
—Todo valió la pena, Yamato… siempre que estemos juntas, Izumi y yo, podremos soportar cualquier cosa.
Yamato se quedó en silencio, absorbiendo el peso de sus palabras, antes de asentir lentamente. Con Izumi aún en sus brazos, se acercó más a Mimi y le tomó la mano con suavidad.
Yamato sostuvo la pequeña mano de Mimi con cuidado, sintiendo la frialdad de sus dedos tras todo el tiempo que ella había pasado lejos de él. La miró profundamente a los ojos, con un dejo de arrepentimiento en su expresión.
—Mimi… —dijo en voz baja—. No debí permitir que algo así sucediera. Prometí protegerlas a ti y a Izumi, y fallé.
Mimi negó suavemente, apretando un poco su mano.
—No te culpes, Yamato. Sé que hiciste todo lo posible. La situación en el harem… es complicada, y yo… —Mimi respiró profundo—. Solo quiero que sepas que nunca dudé de ti.
Yamato asintió con una expresión grave, mientras acariciaba la pequeña mejilla de su hija: —Izumi, mi pequeña sultana… tú también soportaste todo esto. Prometo que nunca más serás alejada de tu padre —dijo con ternura, mirando a la bebé, que parecía fascinada con su voz profunda.
—A pesar de lo difícil que fue estar aquí, hemos tenido buena compañía.
—¿Buena compañía?—Preguntó el oji-azul sorprendido.
Mimi asintió: —Muy buena.
La suave luz del atardecer bañaba los aposentos de la madre sultana, envolviendo la estancia en tonos dorados y proyectando sombras delicadas sobre los tapices que adornaban las paredes. Natsuko, la madre sultana, se encontraba sentada en un sillón de respaldo alto, con una postura serena y los ojos entrecerrados, disfrutando de la compañía de Sora y Alice. La conversación giraba en torno a temas triviales, una rara calma en medio de las agitadas responsabilidades del palacio. Sin embargo, el murmullo de las criadas en el corredor captó su atención, seguido del eco firme de pasos que resonaban en el pasillo de mármol. Natsuko levantó la vista, confundida, justo cuando las puertas se abrieron con un estruendo controlado.
La figura de Yamaki Pashá llenó el umbral, vestido con su túnica y armadura, su mirada fija en Natsuko. Su llegada abrupta era señal de que algo grave sucedía. La madre sultana se enderezó, sorprendida y con una expresión de incertidumbre en su rostro.
—Yamaki Pashá… —murmuró, intentando mantener la compostura, aunque una sombra de desconcierto atravesó su mirada—. No esperaba verte de regreso tan pronto. ¿A qué debo esta visita inesperada?
Yamaki hizo una reverencia respetuosa, pero sus ojos reflejaban una mezcla de incomodidad y resolución.
—Madre sultana, he regresado por orden del sultán —anunció, su voz firme y sin titubeos.
Natsuko frunció el ceño, las palabras de Yamaki quedando suspendidas en el aire. La sorpresa en su rostro era evidente, y aunque intentaba disimular su desconcierto, su postura rígida la traicionaba.
—¿Por orden de mi hijo? —repitió, su voz cargada de incredulidad y un dejo de aprensión—. ¿Qué significa esto, Yamaki?
Alice y Sora intercambiaron miradas tensas, notando la inusual seriedad en el rostro de Yamaki. Sora, siempre observadora, captó el ligero temblor en las manos de Natsuko al entrelazarlas, un signo casi imperceptible de la ansiedad que comenzaba a invadirla.
Yamaki asintió solemnemente, sacando un pergamino enrollado de su cinturón y desenrollándolo con cuidado, sus ojos clavados en el documento antes de levantar la vista hacia Natsuko.
—He venido a transmitir un mensaje oficial del sultán Yamato —comenzó, su voz llenando la estancia con un tono grave que mantenía a todos en suspenso—. Escuchen atentamente.
La respiración de Natsuko se volvió tensa mientras Yamaki alzaba el pergamino y comenzaba a leer en voz alta, su voz resonando con la autoridad del mandato imperial.
—"Por decreto del sultán Yamato…" —recitó con precisión—, "se ha decidido que, a raíz de los acontecimientos recientes y como medida de cautela, la madre sultana Natsuko será inhabilitada de sus funciones durante los próximos dos días. Este tiempo permitirá una reflexión adecuada y servirá de advertencia ante futuras decisiones que afecten el bienestar del harem y sus miembros."
La sorpresa en el rostro de Natsuko se tornó en indignación, sus ojos ensombrecidos mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Dio un paso atrás, llevando una mano a su pecho en un gesto de incredulidad.
—¿Qué…? —su voz era apenas un susurro, incapaz de disimular el temblor en su tono—. ¿Cómo se ha enterado Yamato de… de lo que ha ocurrido?
Sora, con los labios apretados y la expresión seria, observó a Natsuko, comprendiendo la gravedad de la situación. Su mente retrocedió a los últimos días, recordando los detalles de la reciente decisión de exiliar a Mimi y a la pequeña Izumi, una decisión que, al parecer, no había pasado desapercibida para el sultán.
—Madre sultana… esto significa que él sabe de todo lo que ha ocurrido —murmuró Sora, sin atreverse a levantar demasiado la voz.
Alice, también conmovida por el giro de los acontecimientos, miró a su madre con una mezcla de preocupación y desconcierto.
—Madre… ¿qué harás ahora? —susurró, sintiendo la tensión en el ambiente y el peso de las palabras de Yamaki.
Natsuko respiró hondo, tratando de mantener la compostura, aunque su expresión reflejaba una mezcla de sorpresa y frustración. Se obligó a mantener la cabeza en alto, ocultando su desasosiego detrás de un gesto de dignidad.
—Esto debe ser un malentendido —murmuró, intentando sonar firme mientras sus ojos se encontraban con los de Yamaki—. Yamaki, ¿estás absolutamente seguro de que esta es la orden de Yamato? ¿Acaso él… realmente desea apartarme de mis funciones?
Yamaki asintió, esta vez con una expresión de compasión, aunque sin ceder en su firmeza.
—Lo lamento, madre sultana. Pero es la orden del sultán. Yamato está al tanto de la situación y considera que es necesario que se aparte temporalmente de sus deberes.
Natsuko cerró los ojos un momento, como si buscara fortaleza dentro de sí misma, y al abrirlos su expresión ya no era de sorpresa, sino de una fría resignación. Su mirada se dirigió a Alice y Sora, quienes la observaban en un silencio expectante, reconociendo la decisión inminente.
—Que así sea —dijo finalmente, su voz adoptando un tono solemne—. Si esta es la voluntad de mi hijo, la acataré. Durante estos dos días, observaré su mandato y reflexionaré.
Yamaki inclinó la cabeza en un gesto respetuoso, reconociendo su respuesta y la dignidad con la que aceptaba el decreto.
—Que así sea, madre sultana.
Natsuko observó a Sora y Alice, y asintió con una determinación fría, ocultando cualquier signo de la tormenta interna que sentía. Mientras Yamaki se retiraba de la estancia, el eco de sus pasos parecía resonar en cada rincón, como un recordatorio de que, en el juego de poder, incluso la madre sultana no estaba exenta de las consecuencias.
En los aposentos de Mimi, la atmósfera se tornó solemne cuando Haruna y sus hijas, Esmahan, Ayse y Gervehan, se inclinaron profundamente ante el sultán Yamato, sus expresiones de respeto cuidadosamente marcadas.
—Buenas tardes sultán.—Musitaron Gervehan y Ayse a la vez.
—Es un honor tenerlo aquí.— Declaró Esmahan.
Yamato asintió levemente, permitiéndoles levantarse, y sus miradas se dirigieron entonces hacia Mimi, quien les sonrió con una calidez sincera que reflejaba la gratitud que sentía.
Así que...A esto se refería Mimi con buena compañía.
—Creo que llegó la hora de la despedida sultana Mimi.—Habló la pelinegra.
Mimi asintió: —Sí, creo que sí.—dijo con su voz un poco entrecortada—. Gracias por haber sido tan buenas conmigo y con Izumi. En nuestro tiempo aquí, su compañía fue un gran consuelo.
Esmahan, siempre elegante y serena, le devolvió una sonrisa.
—Fue un honor, sultana. Izumi nos alegró mucho los días, y para nosotras fue un placer cuidarla y jugar con ella.
Ayse intervino con sus ojos brillando de emoción.
—Sí, fue muy divertido. Nos hacía reír todos los días.
Mimi sonrió con ternura, y tomando la mano de Ayse, le respondió suavemente:
—Ustedes han sido como hermanas mayores para ella. Espero que algún día puedan volver a reunirse.
Gervehan, más reservada, observaba en silencio, pero en su expresión se veía el cariño que también le tenía a Mimi y a Izumi. Tras un momento, se inclinó levemente y murmuró,
—Estaremos aquí, esperando, sultana.
Mientras Yamato observaba la escena, un leve sentimiento de nostalgia lo invadió. La despedida y el cariño en los gestos de sus sobrinas lo transportaron a recuerdos lejanos. Se encontró mirando a Haruna, y de pronto, en su mente, ella ya no era la figura serena que estaba frente a él, sino una joven llena de vida, la mujer que alguna vez había reído y compartido su vida junto a Kouji.
Quizás, nunca tuvieron un interacción directa, porque era extraño que un príncipe se relacionara con las concubinas de otro príncipe. Sin embargo, en su mente recordaba haber visto a Kouji junto a su concubina más de una mes y siempre estaba embarazada.
Yamato sintió un escalofríos al recordar que tuvo que acabar con tres de sus hijos para ascender al trono. Lamentablemente, las responsabilidades y los giros del destino habían cambiado el curso de sus vidas.
Las tres jóvenes sultanas se acercaron a la hija de Mimi.
—Adiós pequeña Izumi.—Musitó Ayse.
Gervehan acarició su pequeña mano derecha.
—Que seas privilegiada con mucho amor y cariño a lo largo de tu vida.—Declaró la mayor de las tres.
Yamato depositó su mirada en Esmahan, quien ya no era la niña que vio por última vez cuando, como le dijo Rika, ya era toda una jovencita cerca a cumplir los catorce años, edad de casarse. A su mente vino la imagen de todos su hombres, todos eran mayores, no obstante, Taichi era el más joven y quien más se vería beneficiado siendo yerno de la dinastía.
Pero ¿sería efectivo ese compromiso?
—Su majestad.— Taichi ingresó al lugar—Todo está listo.
Hablando de Roma
Yamato volteo hacia su guarda espalda: —Está bien, Taichi, vamos en segundos.
Mimi dirigió su mirada hacia Haruna, quien le hizo una disimulada seña.
—Vamos, Mimi.—Yamato le habló a su concubina.
La oji-miel asintió: —Sí.
Mientras tanto en el palacio.
La luz de la tarde se filtraba a través de las ventanas de los aposentos de Daigo y Alice, creando un ambiente cálido y acogedor. La pareja se encontraba sentada en un sofá tapizado con lujosos bordados, un tazón de frutas frescas en la mesa baja entre ellos. Alice, con una expresión pensativa, rompió el silencio que se había apoderado de la habitación.
—¿Has oído lo que ocurrió con la madre sultana? —preguntó Alice, su voz suave pero llena de curiosidad.
Daigo asintió, sus ojos entrecerrados mientras se recostaba en el sofá, pensativo.
—Sí, parece que su control sobre Yamato se está desvaneciendo. No sé cómo lo habrá tomado, pero debe estar furiosa.
Alice dejó escapar un suspiro.
—Natsuko siempre ha creído que puede manejar a Yamato como si fuera un simple peón en su tablero de ajedrez, pero es evidente que no tiene el control que imagina —dijo, frunciendo el ceño—. A medida que él se fortalece en su papel como sultán, su influencia se vuelve más débil.
Daigo se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, mientras su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y satisfacción.
—Lo que me sorprende es cómo ha llegado a esta situación. ¿Acaso nunca consideró que su hijo podría actuar en su contra?
Alice se echó a reír, un sonido ligero que llenó el aire.
—Ella siempre ha estado tan enfocada en su propio poder que no ve lo que sucede a su alrededor. Es como si estuviera atrapada en su propia red de manipulaciones —dijo, moviendo la mano con gestos expresivos.
—Tal vez esa ceguera sea su mayor debilidad —agregó Daigo, sonriendo levemente.
—En cambio, nosotros estamos bien posicionados. La relación entre Yamato y su madre es ahora inestable, y eso solo puede beneficiarnos.
Alice se inclinó hacia él, su mirada brillando con entusiasmo.
—Exactamente. Si Yamato continúa distanciándose de ella, se volverá más dependiente de quienes realmente lo apoyen. Como nosotros. Esta es nuestra oportunidad para fortalecer nuestra propia posición frente a él.
Daigo asintió, sintiéndose cada vez más animado por la conversación.
—A medida que Natsuko pierde influencia, nosotros ganamos espacio. Un sultán con una madre problemática es más susceptible a las sugerencias de quienes le rodean. Y, afortunadamente, tenemos su confianza.
Alice sonrió, satisfecha con la dirección que estaba tomando la conversación.
—Debemos asegurarnos de que Yamato se sienta respaldado por nosotros. Si logramos establecer una buena relación con él, podemos influir en sus decisiones de una manera que nos beneficie a todos.
—Por supuesto —respondió Daigo, su mente trabajando en nuevas estrategias—. Y con la madre sultana inhabilitada, podemos avanzar sin que ella se interponga en nuestro camino.
Alice se acomodó más cerca de él, sintiéndose reconfortada por el apoyo de su esposo.
—Me alegra saber que estamos en la misma página en esto. Natsuko siempre ha sido una amenaza para nuestros planes, pero ahora su caída podría ser nuestra oportunidad dorada.
—Así es, querida —dijo Daigo, tomando su mano y apretándola suavemente—. Este es el momento para que nosotros brillemos.
Ambos intercambiaron sonrisas cómplices, la tensión de la situación política se desvanecía mientras el futuro se mostraba prometedor y lleno de posibilidades. En la penumbra de la sala, la luz del atardecer parecía celebrar su creciente confianza y determinación, un nuevo capítulo en el complicado juego de poder del palacio comenzaba a desenredarse.
Las paredes del harem estaban adornadas con ricas telas y suaves almohadas, pero en ese momento, la atmósfera estaba impregnada de nerviosismo y expectación. Las mujeres se agrupaban en un círculo, sus murmullos apenas rompían el silencio tenso que reinaba en el aire.
Hikari ingresó al lugar junto al pequeño príncipe Kiriha que tomaba su mano. Con el ceño fruncido, se giró hacia la sultana Sora y se acercó a ella— Sultana.
—¿Sí?— Musitó la pelirroja.
—¿Por qué nos han citados aquí?—Preguntó la castaña.
Sora, mirando a su alrededor, asintió con preocupación. —No lo sé.
Justo en ese minuto la kalfa de Natsuko apareció en el lugar.
—Juri Kalfa.—Hikari llamó a la mujer— ¿Por qué nos citaron aquí?
—Porque deben formarse.—Respondió Juri— Hoy regresa el sultán.
¿Qué? Pensó Sora.
—Se suponía que el sultán Yamato no regresaría hasta dentro de un tiempo. ¿Por qué ahora?
—Se suponía...—Repitió Juri— Pero nos informaron que el sultán regresará en estos momentos. Y tenemos que recibirlo a él y...—Suspiró— a su favorita.
El murmullo se intensificó, llenando el harem con un aire de incertidumbre. Sora se quedó paralizada por la sorpresa, su mente girando con preguntas. —¿Su favorita? ¿Te refieres a…?
—Sí —interrumpió Juri, con un suspiro—. Mimi ha sido llamada de regreso. El mismo sultán fue a buscarla.
¿Qué? Esta noticia no le cayó bien a Sora ¡Esto no era posible!
—¡Todas atención!— Gritó Gennai— El sultán regresará con la sultana Mimi y se dice que el sultán no tolerará que se le trate con desdén. La traerá de vuelta a su lado.
Las mujeres intercambiaron miradas; algunas mostraban una mezcla de alegría y preocupación. Miyako se asomó entre la multitud. —Pero, ¿qué dirá la sultana madre?
—Lamentablemente, eso es lo de menos —respondió Juri con un tono de determinación—. Lo que importa es que Yamato ha decidido que su favorita debe estar a su lado, sin importar las consecuencias. Todas deberíamos prepararnos para la llegada del sultán.
Un murmullo de preocupación recorrió el harem, pero la mayoría se sintió aliviada. La vida en el palacio era volátil, y la presencia de Yamato aseguraba estabilidad, al menos por ahora.
—Formen fila —ordenó Juri con firmeza—. Haremos una reverencia al sultán y su favorita. Debemos demostrarle que estamos listas para recibirlo.
Las mujeres, algunas aún dudosas, comenzaron a organizarse en una fila. El sonido de sus túnicas deslizándose por el suelo llenó el aire mientras se preparaban para el encuentro.
Por su parte, Sora ardía en celos.
—Mamá ¿regresará la sultana Mimi?— Preguntó el pequeño Kiriha.
La pelirroja apretó los dientes: —Lamentablemente.
—¡Genial!— Exclamó el oji-azul— Así mi hermanito dejará de llorar.
Este comentario fue inocente, pero provocó que la ira de Sora aumentara más, lo que más ansiaba era deshacerse de Mimi y su hijo. Pero ¡no era posible! Siempre encontraba una forma de resurgir de las cenizas.
Sora bruscamente tomó la mano de Kiriha: —Vamos, hijo.
¡No se quedaría a esperar a esa estúpida!
—Sultana, usted no puede...—Habló Miyako.
—¡Silencio!— Gritó Sora.
Con un giro decidido, se alejó, llevando a su hijo con ella. No se quedaría a esperar a esa estúpida, no lo haría. Se dirigieron hacia sus aposentos, evitando el bullicio y la incertidumbre del harem. Su mente estaba fija en un solo objetivo: no permitir que Mimi arruinara la poca felicidad que le quedaba.
El murmullo en el harem se desvaneció en un instante cuando un aga se adelantó, su voz resonando con autoridad.
—¡Atención! ¡Su majestad, el sultán, está aquí!
Las puertas principales se abrieron de par en par, revelando a Yamato y Mimi en el umbral. La figura imponente del sultán y la luz que parecía rodear a Mimi al entrar fueron suficientes para que todas las mujeres se inclinaran en reverencia, creando un ambiente de solemnidad y respeto.
Yamato, con su porte majestuoso y su mirada decidida, recorrió el harem con la vista, sintiendo la mezcla de emociones que lo rodeaban. A su lado, Mimi se sintió abrumada por el afecto y la expectativa. No obstante, se sentía feliz, todos a su alrededor les estaban haciendo reverencia.
Sí, le hacían reverencia porque estaba con el sultán. Pero próximamente le harían reverencia a ella por ser Mimi. Sí, solo por ser Mimi. Desde hoy en adelante comenzaba un nuevo capítulo en su vida.
—Mi sultán...—Gennai habló y bajó la mirada— Es un honor tenerlo de vuelta.
—Gennai Aga, para mi siempre fue un honor que fueses el jefe del harem...—Comentó Yamato— Me has decepcionado.
Sí, lo sabía.
—Ya tendremos tiempo para hablar de eso.—Declaró el rubio.
—Mi sultán...—Mimi depositó su mano su brazo— ¿Dónde está mi hijo Thomas?
Yamato observó a su al rededor.
—Necesito a mi hijo.
—¡Claro!— Exclamó Gennai y rápidamente le hizo una seña a Juri.
En medio de las reverencias, la kalfa con una expresión que reflejaba respeto, se acercó al sultán y a Mimi. Ella llevó a cabo su deber con gracia y presentó a Thomas, quien estaba siendo sostenido por una de las sirvientas.
—Su majestad, —dijo Juri, inclinándose ligeramente—. Aquí está su hijo, Thomas.
Mimi sintió que su corazón se detenía por un instante al ver a su pequeño. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez eran de alegría y amor. Sin esperar más, se acercó rápidamente, extendiendo los brazos hacia su hijo.
—¡Thomas! —llamó, su voz quebrada por la emoción.
El pequeño, al reconocer a su madre, sonrió y abrió los brazos, corriendo hacia ella. Cuando Mimi lo tomó en sus brazos, una oleada de felicidad la envolvió. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras abrazaba a su hijo con fuerza, como si temiera perderlo nuevamente.
—¡Oh, mi amor! —exclamó, acariciando su cabecita—. No sabes cuánto te he extrañado.
Thomas, ajeno a la tensión que podía existir a su alrededor, solo sonrió y se acurrucó contra ella, disfrutando del abrazo.
Yamato observó la escena, sintiéndose aliviado al ver la felicidad en el rostro de Mimi y la conexión entre madre e hijo. Era un momento que anhelaba ver, uno que reafirmaba su decisión de traer de vuelta a Mimi.
Y hablando de hijo...
Observó a su alrededor.
—¿Dónde está mi hijo Kiriha? —preguntó Yamato, su voz firme resonando en el aire, mientras sus ojos recorrían el harem en busca del pequeño.
Gennai y Juri intercambiaron miradas nerviosas ante esta pregunta, la tensión palpable en el ambiente. Las mujeres comenzaron a murmurar, algunas con preocupación, mientras el silencio se hacía cada vez más incómodo.
—Su majestad, —comenzó Juri, con un tono que intentaba ser calmado—. Kiriha... Kiriha está en los aposentos de su madre. Se encontraba... muy emocionado por su regreso.
Yamato frunció el ceño, su expresión oscureciéndose ligeramente.
—¿Emocionado?—Preguntó.
Ellos asintieron.
—No parece, porque no lo veo aquí.—Declaró el rubio— ¿Por qué no está aquí? Es su deber estar presente para recibir a su padre.
—Lo sé, su majestad —intervino Gennai, tratando de suavizar la situación—. Pero Sora... —se detuvo un momento, eligiendo sus palabras con cuidado—. Sora ha estado...un poco mal de salud y...
Mimi, aún sosteniendo a Thomas en sus brazos, sintió una punzada de inquietud en su pecho. Las palabras de Gennai resonaron en su mente: Sora. Sabía que el regreso de Yamato podría desatar los celos y la inseguridad de la concubina principal.
—¡Esto es inaceptable! —exclamó Yamato, su voz alzándose en frustración—. Kiriha debe aprender a honrar a su padre y ser parte de la familia.
Juri asintió con rapidez, consciente de la delicadeza de la situación.
—Permítame, su majestad. Iré a buscarlo de inmediato.
—¡No!— Exclamó Yamato— Luego tendré tiempo para eso.—Declaró— Ahora necesito ir a hablar con mi madre.—Dirigió su mirada hacia Gennai— Por favor, acomoden correctamente a Mimi y a Izumi en sus aposentos.
—¡A la orden!
Natsuko estaba en sus aposentos, moviéndose de un lado a otro con nerviosismo. Los ecos de las conversaciones y los murmullos que llegaban desde el harem la hacían sentir más inquieta. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había visto a Yamato, y la situación con Mimi y su regreso la llenaba de incertidumbre. Cada instante se sentía como una eternidad, y su corazón latía desbocado ante la inminente llegada de su hijo.
—¡Atención! ¡El sultán está aquí! —gritó un aga desde el umbral, su voz resonando en los pasillos del palacio.
Natsuko se enderezó, conteniendo la respiración mientras la puerta se abría. Yamato apareció en el umbral, imponente y sereno, pero en sus ojos brillaba una decepción que la tomó por sorpresa. Su corazón se aceleró de emoción, pero la sonrisa que se dibujó en su rostro se desvaneció al notar la frialdad en la mirada de su hijo.
—Madre... —saludó Yamato, su voz careciendo del calor que normalmente la envolvía.
—Yamato, querido. Estoy tan feliz de verte —dijo Natsuko, intentando contener su entusiasmo mientras daba un paso hacia él, sus manos extendidas como si quisiera abrazarlo.
Yamato dio un paso atrás, la distancia entre ellos pareciendo crecer más de lo que realmente era.
—¿De verdad? —respondió con desdén—. Porque por lo que he escuchado, no has estado a la altura de lo que esperaba de ti como madre sultana.
Natsuko sintió un escalofrío recorrer su espalda, sus manos bajaron lentamente. La decepción en su voz la golpeó con fuerza, como si le arrebataran el aire de los pulmones.
—¿Cómo te atreves a exiliar a Mimi?
La mujer intentó no sobre exaltarse y hablar con calma.
—Yamato, querido, lo hice por una buena razón —respondió—. Mimi golpeó a Sora. No podía permitir que tal comportamiento quedara sin castigo.
La furia de Yamato aumentó, sus ojos brillaban con indignación.
—¡No importa la razón! —gritó, sus puños apretados a los costados—. No tenías derecho a expulsar a la madre de mis hijos. Al hacerlo, has dejado solo a Thomas y has alejado a Izumi del palacio. ¿Cómo pudiste ser tan insensible?
Natsuko frunció el ceño, sin perder su compostura.
—¡Es una bebé!
—Lo sé, lo sé, jamás quise hacerle mal a mi nieta.
—¿Entonces?
—Lo hice para mantener la paz en el harem —dijo firmemente—. No puedo permitir que las concubinas se ataquen entre sí. Necesitaba tomar una decisión difícil por el bien de todos.
—¿La paz en el harem? —replicó Yamato con amargura—. ¿Y qué hay de la paz en mi familia? Has destruido la estabilidad de mis hijos. Thomas está solo, sin su madre, e Izumi está fuera del palacio. Tu decisión no solo afectó a Mimi y Sora, sino a toda mi familia.
Natsuko suspiró, empezando a comprender la profundidad de las consecuencias de su decisión.
—Yamato, entiendo tu enojo, pero...
—No, madre, no entiendes —interrumpió Yamato, su voz ahora cargada de tristeza además de ira—. Mimi es la madre de mis hijos. Si hay problemas, debemos resolverlos juntos, no alejándola. No puedes tomar decisiones tan drásticas sin consultarme.
Natsuko bajó la mirada, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo culpable.
—Lo siento, hijo —dijo en voz baja—. Pensé que estaba haciendo lo correcto.
Yamato respiró hondo, tratando de controlar su ira.
—Tienes que entender, madre, que tus acciones tienen consecuencias. Mimi debe regresar al palacio. No puedo permitir que mis hijos sufran por esto.
Natsuko asintió lentamente, aceptando finalmente la gravedad de su error.
—Disculpa hijo, no pensé.—Comentó— Pero fue inevitable actuar así, siento que a Sora, tu primera mujer, la estás desplazando y...
—Madre entiendo que tengas mejor relación con Sora, pero no puedes actuar por tus propias convicciones, yo soy el sultán y merezco que ese tipo de cosas las hables conmigo.—Declaró el rubio— Es mi harem y yo soy el sultán. Tú eres mi madre, y te respeto, pero así como te respeto espero que tú respetes mi posición.
Las palabras de su hijo resonaron en la habitación, y Natsuko sintió una mezcla de dolor y orgullo. Había criado a un hombre fuerte, pero la fuerza de su carácter también significaba que debía aceptar sus decisiones, incluso cuando no estaba de acuerdo.
—No fue mi intención herir a nadie —respondió Natsuko, su voz un susurro—. Solo hice lo que creí que era correcto. Pero me equivoqué.
Un silencio pesado llenó el espacio entre ellos. Natsuko sintió que la responsabilidad de la situación se asentaba sobre sus hombros.
—Haré lo que me pidas, Yamato. —Dijo finalmente, levantando la mirada para encontrar los ojos de su hijo—. Prometo que trataré de apoyarte.
El rubio la observó, la decepción aún reflejada en su rostro, pero en sus ojos había un destello de esperanza.
—Eso es todo lo que pido, madre.
Mimi entró en sus aposentos, la calidez del lugar envolviéndola como un abrigo reconfortante. Era un espacio que había añorado, decorado con suaves colores y aromas que evocaban recuerdos de momentos felices. Con una sonrisa radiante, se agachó para abrazar a su hijo Thomas, que corría hacia ella con los brazos abiertos.
—¡Oh, mi amor! —exclamó Mimi, levantando al pequeño en sus brazos—. No sabes cuánto te he extrañado. Estar de vuelta aquí me hace tan feliz.
Thomas, con sus ojos brillantes, sonrió ampliamente, disfrutando del abrazo. Su inocencia y alegría eran un bálsamo para el corazón de Mimi, quien sentía que todo había valido la pena solo por ese momento.
—¡Mamá, mamá! —respondió el niño, acurrucándose contra ella, sintiendo la seguridad de su abrazo.
Yoshino, la sirvienta de confianza, observaba la escena con una sonrisa, el corazón rebosante de alegría al ver a la sultana y a su hijo juntos nuevamente.
—Me alegra verlos así —dijo Yoshino—. Ha sido un tiempo difícil, pero finalmente están juntos de nuevo.
—Gracias por cuidar de él, Airu—comentó Mimi, dejando que Thomas se deslizará de sus brazos para jugar con sus juguetes—. No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
Airu, quien había estado organizando algunos objetos en la habitación, se acercó con una expresión amable.
—Hice todo lo posible por cuidar a Thomas, pero, debo admitir, fue un poco difícil. A veces no sabía qué hacer con tanta energía.
Mimi se echó a reír, recordando la naturaleza curiosa de su hijo.
—¡Te entiendo! Es un torbellino —dijo, mirando a Thomas jugar—. Pero, a pesar de todo, se ve que ha estado bien cuidado. Gracias, Airu.
Airu sonrió, aliviada de recibir el reconocimiento.
—La pequeña Izumi también ha crecido. —comentó con entusiasmo observando a la pequeña que dormía en brazos de Yoshino—. Ha comenzado a sonreír más y a hacer ruiditos adorables.
Mimi asintió, sintiendo el orgullo como madre surgiendo dentro de ella.
—Espero que esta situación no se repita.—Musitó Airu.
—Lo mismo digo.— Comentó Yoshino.
—No se preocupe, haré lo posible para que este lugar siga siendo un hogar feliz para todos, y para que nadie pueda alejarme de mis hijos.—Aseguró Mimi.
—Vamos a hacer que este hogar sea el mejor lugar para nuestros hijos. —dijo Mimi, con una sonrisa brillante—. Y no hay nada que desee más que verlos crecer felices.
Mimi abrazó a Thomas, disfrutando de su compañía, sintiendo que finalmente todo estaba bien. Sin embargo, la paz fue interrumpida por una voz familiar que resonó en la entrada de sus aposentos.
—¡Vaya! Hasta que finalmente regresó la serpiente —dijo Sora, con una sonrisa desafiante.
Mimi sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero rápidamente recuperó la compostura. Se levantó de su lugar y se acercó a la puerta.
—¿Qué haces aquí?— Preguntó.
—Esa es la pregunta que yo debería hacerte a ti.— Respondió la pelirroja.
Mimi frunció el ceño.
—¡Vete de mis aposentos!
Sora simplemente rodó los ojos: —Acaso ¿no te da alegría verme?
—¡Vete!
—No eres quien para echarme.
—¡Claro que sí!—Exclamó Mimi— ¡No quiero verte!
—¡Pues tendrás que hacerlo!— Respondió Sora.
La castaña frunció el ceño molesta.
—Veo que lograste tu objetivo.—Declaró— Regresaste al palacio.
—Sí, lo hice.—Mimi sonrió—Dije que lo haría y lo logré.
Sora simplemente la observó con desprecio: —¡Maldita!— Murmuró— Eres y siempre serás, una maldita esclava, nada más que eso.—Comentó antes de voltear e irse.
¿Maldita? Mimi caminó tras ella y con una paso rápido se interpuso en su camino.
—¡Maldita seas tú!— Le gritó— Esto es tu culpa —le espetó, la rabia tiñendo su voz—. Tú provocaste todo esto, manipulaste a la madre sultana para desterrarme, para sacarme del lado de Yamato y de mis hijos.
Sora cruzó los brazos, arqueando una ceja y esbozando una sonrisa de desdén. —¿Qué querías que hiciera, Mimi? ¿Quedarme de brazos cruzados mientras tú te entrometías entre Yamato y yo? —Su tono era ácido y firme—. Esto es lo que te mereces, ni más ni menos.
Mimi sintió una mezcla de rabia y dolor ante esas palabras, su respiración se aceleró. —Yo no hice nada. Yamato me buscó a mí, no al revés. Jamás intenté interponerme en tu vida, Sora.
Sora rió amargamente, un brillo peligroso apareció en sus ojos. —¿Crees que me tragaré esa mentira? —le escupió—. Desde el principio supiste lo que estabas haciendo, provocaste a Yamato hasta que logró ponerte los ojos encima. No eres más que una manipuladora.
—¡No, tú eres la manipuladora aquí! —replicó Mimi, acercándose a Sora—. No soportas que alguien más pueda importarle a Yamato. Has hecho de todo para sabotearme, para arruinarme… Y ahora casi lo lograste. Pero, al final, nada de eso importa, porque aunque intentaste destruirme, Yamato me trajo de vuelta. —Hizo una pausa para asegurarse de que sus palabras golpearan profundamente—. ¿Y sabes por qué? Porque él me ama. Yamato me ama, Sora, y ahora que estoy aquí, nada nos separará.
Sora apretó los puños, y una sombra de resentimiento nubló su rostro.
—Aún más —continuó Mimi, llevándose una mano a su vientre y mirando a Sora con una satisfacción calculada—, ahora voy a darle algo que tú nunca pudiste. ¡Felicítame, Sora! Estoy embarazada.
Sora quedó paralizada, su expresión de sorpresa rápidamente transformándose en incredulidad y envidia. Era como si cada palabra de Mimi la hubiera golpeado en el alma, despertando la impotencia y los celos que había reprimido por tanto tiempo.
—Mientes —murmuró Sora, apenas logrando mantener la compostura—. No puede ser. Esto es solo otra de tus estrategias para llamar su atención.
—¿Es lo que crees? —replicó Mimi, disfrutando de cada segundo—. Esto es la realidad, Sora. Yamato, mis hijos y yo seremos una familia, algo que tú jamás lograrás. Todo tu esfuerzo, todas tus intrigas, y al final… no conseguiste nada.
Sora apretó sus puños completamente impotente ¡Esto no era posible! Mimi no merecía estar embazada ¡Claro que no!
—¡Estúpida!
Sora en un minuto dejó de pensar y en un arrebato empujó a Mimi con fuerza. Mimi tropezó hacia atrás, tratando de recuperar el equilibrio, pero no logró sostenerse y cayó, su pie resbaló en el borde de un escalón. Sintió un dolor agudo en su vientre y su cabeza golpeó levemente el suelo.
Sora retrocedió, aún respirando con furia, observando a Mimi en el suelo con una expresión mezcla de sorpresa y rabia.
Mimi sintió un dolor intenso entre sus piernas, un malestar agudo que crecía y la dejaba sin aliento. Al intentar incorporarse, una punzada aún más dolorosa la detuvo, y al mirar hacia abajo, su corazón se detuvo al ver cómo la tela de su vestido comenzaba a teñirse de rojo.
Una oleada de pánico la envolvió. Tratando de llamar a alguien, su voz apenas fue un susurro. —A-ayuda… —murmuró, luchando contra el mareo que la invadía mientras el dolor no cesaba. La situación parecía empeorar cada segundo, y el miedo que sentía iba en aumento al darse cuenta de la gravedad de lo que estaba sucediendo.
Su respiración se volvió superficial, y el frío invadió su cuerpo mientras intentaba, sin éxito, detener el flujo de sangre con sus manos temblorosas. Al borde del desmayo, Mimi comprendió que el daño era serio y que, si no recibía ayuda pronto, el riesgo que corría era incalculable.
—Pero ¡que rayos ocurrió aquí!
Sora se sintió de muerte al escuchar ese grito y al voltear se encontró frente a frente con Yamato que la observaba enfadado.
—Ya-Yamato...—Mimi intentó hablar mientras presionaba su vientre. Pero perdió la consciencia.
*Saqué cálculos de cuanto se demoraban en el tiempo antiguo en entregar una carta (por tierra) desde el palacio viejo hasta Hungría la respuesta fue: 2-3 semanas. Entonces, entre que iba la carta hacia Rika y que regresaba la respuesta a Haruna, fueron al rededor de un mes y medio.
DespinaMoon98: ¡Hola! No, no me he olvidado de esta historia. Simplemente que necesitaba un tiempo. Que bueno que te hayan gustado los capítulos y la evolución que está teniendo Mimi poco a poco. Sobre la alianza, vas por buen camino, no obstante, todo tiene su tiempo, actualmente Mimi es solo una concubina madre de un príncipe. ¡Acertaste! Está embarazada. Pero perdón por lo que va a ocurrir ahora. Con respecto a Takeru, no diré nada, me encantaría darte una pista pero no puedo 🙈 Sobre su futuro tengo algunas dudas, pero más o menos ya tengo un camino decidido. Ya leí tus ideas y ¡me encantaron! Todas, estuvieron increíbles. No daré spoiler. Solo diré: Gracias por las ideas. Espero que te haya gustado este capítulo, ojalá sigas leyendo y comentando, te mando un abrazo a la distancia.
KeruTakaishi: ¡Hola! Sí, el intento fracasó, como tú dices por el momento. Tengo algo planeado para Catherine. Poco a poco lo irán descubriendo. Aunque vas por camino correcto. Con respecto al exilio, sí, acertaste. Mimi ahora es más consciente del peligro que puede correr. Y si: El enfrentamiento real recién empieza. Y también aciertas con el dato del enfrentamiento. Por el momento Mimi lo dejará pasar, pero llegará un punto en el cual, Mimi lo sabrá y lo utilizará a su favor. Espero que te haya gustado este capítulo, ojalá sigas leyendo y comentando, te mando un abrazo a la distancia.
