Prompt: Dragon's bait (Idea sugerida por yubima-chan)

Clasificación: T, Fantasy


NA1: Este OS es dedicado a yubima-chan por su cumpleaños; no lo dejé para publicarlo en la fecha, porque estaría como un obstáculo en mi mente que me impediría escribir otra cosa. Siento si no es como lo imaginabas, pero ya sabes cómo es la inspiración; ojalá el romance al final te agrade.


El sacrificio al dragón


Siglo XXXI, Arendelle, Antiguo Noruega de la Nueva Europa

Cada veinte años, a mitad del verano, el temible Dragón Rojo despertaba de su hibernación para alimentarse de un desafortunado arendelleano, calmando así su hambre hasta la próxima vez, cuando otra persona del pueblo tenía que cumplir su papel. Luego una más le seguiría dos décadas después, repitiendo el patrón sin descanso hasta el final de la raza humana, como sucedía desde tiempos inmemoriales.

Era lo que estaba escrito, el destino de Arendelle, y debía ser cumplido sin falta, o enfrentarían la cólera de la criatura, igual que sucedió en las ocasiones que intentaron evitarlo.

La importancia a hacerlo era superior a cumplir los preceptos bíblicos, porque los efectos eran más visibles que la ira de Dios.

Elsa Idagdatter, de veintiuna primaveras cumplidas el solsticio de invierno anterior, era la que correspondía al uno de julio del año tres mil dieciséis después de Cristo.

Y estaba indignada y un poco escéptica, en lugar de aterrada.

Cualquier otro lo estaría tras lo que había escuchado de boca de su desagradable tío, aun si en la actualidad estuviera amordazada y amarrada a una gruesa estaca de madera en el medio de un prado.

…cuya ubicación era el "Bosque Prohibido", donde nadie osaba entrar ni de chiste.

El tío Wesel era un loco, obsesionado con su magia. Él la temía, aunque Elsa no la usara fuera de su habitación debido a un incidente terrible en su infancia, y la aborrecía a ella por existir, teniendo como deseo máximo borrar su faz de la tierra, si bien no se atrevería a hacerlo directamente… o eso creía hasta ese momento.

Por lo mencionado, no era de extrañar que creyera que todo el relato era parte de la imaginación enloquecida de su tío.

Bueno, no era tanto así. Además de poseer poderes de hielo y lo que esto implicaba en su sacrificio, un sexto sentido, que había hecho retumbar su corazón como nunca antes, le había asegurado a Elsa que había parte de verdad en la historia de su tío, al ser esto demasiado detallado y conocer de primera mano sobre la magia.

Entonces no se resistió, ni rompió su voto personal de no usar sus poderes fuera de las paredes de su dormitorio, terminando en ese bonito lugar verde y floreado, sin signos de la radiación que había escuchado como mantra toda su vida.

Viéndolo mejor, se dijo Elsa girando la cabeza para contemplar el idílico paisaje, era un excelente sitio para disfrutar de un caluroso día de verano. Había soledad gracias a los árboles, aire fresco por la altura, mariposas volando y unas nubes interponiéndose entre rato y rato al astro amarillo en el cielo.

Exceptuando las cuerdas y la madera, y que ella no gustaba del sol y la temperatura del verano, todo sería perfecto.

La mordaza sobre los labios de Elsa impidió el resoplido que pugnó por salir de su boca.

Eso alimentó su indignación y la regresó al tema principal.

Siendo ciertas las palabras de su tío, era injusto que ella estuviera ahí. Sabía de su infortunio, pero él había movido los hilos demasiado para asegurarse de que ella estuviera en la estaca, y no la persona que correspondía a esa "tarea".

Su no muy bien intencionado pariente había decidido que esa ocasión sería ella el tributo y la había ofrecido hacía un día, cuando tocó realizar el "Sorteo para la Bestia" de esa duo decada. Este se hacía en un periodo de dos años hasta veinticuatro horas antes de que cualquier joven, mujer u hombre, entre dieciocho y veinticinco años, fuese entregado al temible dragón como sacrificio, rodeado del secreto que solo se pasaba a los ancianos y a los escoltas de un oscuro Comité especial para que nadie de la población huyera de esa fatal muerte.

Su fallecido abuelo había sido uno de los miembros y le dio la información a su hijo mayor, Wesel, sin que lo hubiesen elegido en realidad para ser miembro del corrupto grupo que vivía en las sombras —los ocupantes en periodo de sacrificio siempre se aseguraban que sus familiares no formaran parte del sorteo en su turno—. Wesel había aprovechado sus conocimientos para garantizarse un puesto en el Comité, del que mucho dependía una imagen digna.

Conseguido eso, el resto era historia.

De lo que alguien se enteraba al estar una noche encadenada en unas mazmorras, custodiada por un charlatán tío, ironizó Elsa, antes de profundizar más en el asunto.

La habían capturado el día anterior, mientras dormía. Así como a muchas personas en el pasado, que habían desaparecido misteriosamente un día, para nunca más ser halladas.

Eso explicaba algunos susurros contados por ahí, los cuales no eran lo suficientemente importantes porque de dieciocho a veinte años para olvidarlo no permitía más especulación (pobres de aquellos que pasaban dos años en las mazmorras). Y el Comité se encargaba de distraer a la gente con el fin de no suscitar más atención en el callado acontecimiento.

Si nadie era presentado al dragón, este incendiaba el pueblo y creaba enfermedades en sus ocupantes.

En lo que Elsa respectaba, Arendelle podría irse al mismísimo infierno. Solo salvaría a su hermana de quemarse con las llamas y recibir la furia del estúpido dragón.

Oh, su querida Anna, pensó con tristeza y temor por lo que sería de ella. La vida de su hermana estaría condenada a la infelicidad a partir de ese día; la buscaría sin cesar hasta que llegara su propia muerte. Era obstinada y la amaba tanto, aunque la apartara por no dañarla de nuevo.

Obstinada en hallarla, Anna no tendría la familia que deseaba crear.

Al menos no sería devorada por el dragón, y tal vez ningún otro inocente, si se cumplía la predicción de su tío. Él creía que acabarían con ese ser si se congelaba desde adentro al comerse a la bruja con manos de hielo, ella.

Se justificaba moralmente porque dos males verían su fin, aunque una hechicera como su sobrina estaba maldita y no era un humano, sino un demonio, lo que también le mejoraba a los ojos de Dios.

Hipócrita imbécil, lo insultó Elsa en su cabeza, recordando con odio su máscara de compostura en la iglesia, fingiendo que era un anciano respetable, quien se había encargado de sus sobrinas en la muerte de su muy joven hermano menor y su esposa, seis años atrás.

En resumidas cuentas, de su larga elucubración ante la falta de otro entretenimiento, quizá solo por eso y porque no superaba lo que hizo a Anna, no ofreció pelea al plan de su tío.

Sus padres murieron cuando viajaron para encontrar respuestas a sus poderes en otro país, y su hermana estuvo por fallecer por culpa de una hipotermia y neumonía desarrolladas de compartir dormitorio. A causa de una pesadilla, congeló la habitación en pleno verano, exponiendo a Anna a un frío demencial.

Tenía que hacer algo bueno ahora para redimirse.

Y no tenía mucho por lo cual vivir; su soporífero trabajo como traductora de textos lo podía hacer otro. No había amigos. Ni pareja. Su vida había sido solitaria y prácticamente confinada, sin importar que ella la escogiera así, inspirada por el daño a Anna y un presentimiento de que se merecía estar sola por algo hecho en una vida pasada.

De pronto escuchó un gruñido y una bomba indescriptible explotó en su pecho.

Ignoró la reacción de su cuerpo para otear a su alrededor, curiosa de ese sonido. ¿Sería el Dragón Rojo? ¿Era la hora?

Supo que sí era él, su corazón se lo decía.

Adiós reprimida y triste vida.

Una voz melódica, con cierta similitud a la de su fenecida madre, cantó en su oído; no hubo letra, pero entendió un mensaje que llevó música y energía a todo su cuerpo.

¿Estaba loca? ¡Iba a luchar! Tenía ventaja suficiente para no mostrarse desvalida con el dragón, y lo haría por su hermana, porque era tiempo de abrazarla de nuevo y quería que tuviera la historia feliz que buscaba.

¡Y sería libre para vivir como siempre debió!

Cansaría al dragón y se apresuraría donde su hermana. Las dos escaparan juntas del pueblo antes de que la bestia se recuperara y fuese a este a quemarlo.

No había nadie más a quien salvar, quizá a los menores, pero ya allí encontraría el modo de que se refugiaran. Los adultos la habían mirado mal por ser la única en poseer cabellos como la luna y una piel casi igual de blanca.

Decidida, zarandeó y maniobró sus dedos para quitarse sus siempre compañeros guantes azules.

{…}

Hansdrage se dio el lujo de caer en el pasto al aparecer medio metro arriba del suelo arendelleano.

Estaba de vuelta a su maldición eterna.

Bufó y se sacudió las cipselas de diente de león de su camisa azul, remanentes de su última ubicación en Nueva Norte América, donde estuvo de fiesta con unos Zorros serpiente bastante entretenidos.

No durmiendo, como creían los estúpidos arendelleanos.

Él no hibernaba, ese era un ridículo cuento de los pueblerinos para explicarse lo que escapaba de su comprensión. Él solo viajaba por el mundo y regresaba cada veinte años a Arendelle, movido por un hechizo lanzado a él siglos atrás, si no se adelantaba varios minutos, ya acostumbrado a evitar la electricidad que le atormentaba hasta ir allí, acompañada de ese impulso animal para devorar a las inferiores basuras.

Sí, lo real en la narración fantástica era que los engullía.

Se los comía calcinados y eran las únicas veces en su existencia que ingería humanos, pues le daba asco la patética especie, sin buenos instintos como los animales o poder como las criaturas mágicas.

Ni siquiera sabían bien, sus hígados, orines y jugos gástricos predominaban al ser asados, y su carne era igual a plastilina. Eran chicles ácidos y amargos en su boca.

—Repugnante.

Prefería un rico sándwich de roast beef. De hecho, tan pronto acabara con esa engorrosa tontería, se iría a Antigua Inglaterra a comer uno. Eran los más deliciosos del globo.

(Los cuales pudieron sobrevivir a la "Partida del cuatro-nueve" por obra de él, que no iba a esperar siglos para su invención.)

La idea le hizo salivar y apurarse al "Aro de la Bestia", el prado al que un círculo de árboles daba su apelativo. Hans rió entre dientes, los humanos nunca dejaban de sorprenderle con sus nombres estúpidos —incluso si a él, sus padres dragones, le habían puesto uno semejante.

No se apareció directamente allí, porque le daba regocijo surgir de en medio de los árboles, fingiéndose un "humano".

Un momento, pensó, deteniéndose en seco al no oír el típico sonido ahogado de metros más adelante.

Debió haberse desmayado, concluyó rápido, siguiendo su camino. Lo haría más sencillo, celebró silbando.

Un humano más sin conocerlo, aunque eso no cambiaba el evento o las historias de él. Ellos ya se habían rendido, siguiendo el método empírico.

¿Y si quemaba sus amados libros y les devolvía al inicio?

Una sonrisa elevó los labios de Hans. Sería un pequeño cambio en la medida de lo posible. Los arendelleanos estaban muy organizados y no había sucesos mundiales importantes a la vista.

¿Conseguirían hacer algo diferente?

Nah. —Eran sumamente predecibles y tenían factores mágicos en su contra.

Cómo le sacaba risas la gente de Arendelle.

Ninguno de ellos había visto su "modo bestia" al completo, fuera de sus víctimas (y estas solo miraban lo que él quería); ni lo habían encontrado, ni por curiosidad, castigo o valentía.

Sabía perfectamente de ello.

En el siglo vigésimo quinto, aburrido, cobrándose el favor de una bruja, que le dio una poción para lucir viejo en su momento, Hans se internó en Arendelle y, con sus propios poderes de manipulación, a las reuniones de dicho grupo exclusivo, donde escuchó historias en su leyenda y descubrió más de lo que había detrás de su "bocado". En lo referido a los humanos, claro. Para ellos era enemigo de Odín, amante de Hela, mejor amigo de huldras, hermano de Kraken. Aquella horrorizante bestia a la que interesados quisieron mirar y algunos más fueron obligados a dar con una descripción física de él, ambas sin triunfo, siendo la última vez que les vieran con vida —eso no era su culpa, sino de los espíritus del bosque que odiaban ser molestados fuera de la época de su presencia.

Él, Dragón Rojo, era ese mito viviente al que vikingos intentaron cazar en su "sueño de dos décadas", y que no pudieron encontrar, pereciendo el proceso y haciendo que los cobardes pueblerinos lamentaran no tener sus escamas como escudo, su cabeza como botín de guerra, sus huesos como prueba para recompensa, su sangre para obtener fuerza y su muerte como ofrenda a Dios en un ruego de sus favores.

Se trataba de ese terror del que ni en tiempos de tecnología pudieron obtener una imagen, llegando a lo mucho a comprobar el pasto quemado donde estuviera la estaca con su congénere.

Para los arendelleanos era pesadilla y… misterio. Sabían de su color solamente porque alguien vio sus rojizas alas de reptil un "Día de Entrega", a los pocos instantes de abandonar al desgraciado de ese año en el bosque.

Dándoles un poco de crédito, habían hecho lo mejor con lo que tenían.

Ningún humano tenía conocimiento de cuándo ni cómo empezó el sacrificio. Menos por qué eran ellos los únicos en el mundo que recibían tal "privilegio", después de investigar por el mundo —ayudados de sobremanera por los viajes de los guerreros antiguos y el periodo globalizado.

Lo que sí sabían eran las consecuencias de evitar su destino o hacerlo demasiado conveniente (no era tonto y eso era parte de la naturaleza humana; las cajas con nombres de los jóvenes nunca tenían a personas vinculadas al Comité). Habían intentado no enviar a nadie a ese bosque un año, provocando un incendio como castigo —le habría encantado hacerlo, aun sin estar bajo el hechizo—; también emigraron, y fueron presas de dolores y enfermedades incurables hasta regresar a esas tierras; asimismo, cuando trataron de ofrecer solo mujeres, el pueblo sufrió otro incendio y los hombres que pudieron ser escogidos fallecieron o sufrieron infertilidad.

(Ella detestaba que menospreciaran a las hembras, y ella era tan inteligente.)

Por último, debido a los taimados que se iban para no estar en la urna (si no podía encontrarlos, ¿para qué ponerlos?), o familias que se negaban a reproducirse, resultando en más incendios y locura, habían decidido crear el Comité.

Ya estaban sin opciones y deseaban cumplir lo inevitable, para no más castigos por negarse —resignarse como hizo él, pero solo le tomó un siglo aceptar—. Así pues, pactaron el secretismo e hicieron sus reglas; establecieron los parámetros de sacrificio para la bestia, las características para ser miembros ancianos, los criterios de selección de quienes serían los físicamente bien entrenados para ser escoltas del escogido o escogida, las consecuencias de romper sus juramentos, y otras eventualidades, todas en función de los veinte años que había entre "su despertar".

Todo era muy claro y detallado en esos libros que guardaban en la biblioteca dentro de una cueva en la montaña, a la que se reunían en periodos también aleccionados en las reglas, y que todavía permanecía oculta por el secretismo y el rumor de radioactividad en la zona (le aprendieron bien a sus antepasados, aunque en el siglo actual la humanidad todavía no alcanzara manipular los elementos químicos del modo que hacían un milenio antes… a pesar de acercarse, cumpliendo con los ciclos que su raza repetía desde que se volviese especie).

Ahora bien, en un principio todo fue justo, luego se habían ido corrompiendo por su contribución a la muerte de alguien y el deseo de salvar a sus seres queridos.

Pensar que todo era su responsabilidad.

Si tan solo él no hubiese tenido una estúpida pelea con la bella Ahtohallan, que lo maldijo antes de morir, ninguno de todos ellos tendría esa "suerte".

Suspiró. Fue idiota, se sentía atraído por la cuasi-diosa y creyó que esta se interesó por su hermano, y en ese momento se burlaba ilusionándolo; su rabia y envidia, tanto como sus deseos de compensación y venganza, le orillaron a batallar con ella, sin decirle el motivo, haciéndole creer a esta en que era traición de su amigo.

Se arrepentía de escuchar y creer en las supuestas pruebas del primogénito de sus padres. Cegado por Kaldrageb, luchó como nunca, mostrando una habilidad a la altura de la de ella, cuyo enojo la animó a defenderse violentamente, aunque era un ser pacífico.

Pelearon con todo lo que tenían para dar, y ambos, Ahtohallan y él, quedaron muy malheridos.

Hans se recuperó, curado por la magia de la criatura de ojos transparentes, cabello de nieve y piel de tonos aurora polar, en su forma humanoide; un dragón de hielo en aspecto natural.

Ahtohallan murió. Ella no se sanó a sí misma, sino que prefirió transmitir su poder y últimas energías a su hechizo, para hacerlo sobrevivir y conocer su furia; agotada por su encantamiento, ella dio su último respiro y se convirtió en glaciares en la tierra y luces coloridas en el cielo, en los polos de la tierra, mientras él veía la proyección en el suelo al regenerarse.

(Pese a que ellos mismos se habían llevado al borde de la extinción varias veces, hasta casi conseguirlo en dos mil cuarenta y nueve, lo que dio pie a una pequeña regeneración del planeta azul y los obligara a comenzar prácticamente desde cero, Hans odiaba a los humanos por, de nuevo, ir consumiendo la porción de Ahtohallan en el manto terrestre, aunque ella se hubiese asegurado de convertirse en algo donde él nunca soportaría quedarse más que unos minutos, dada la temperatura. Ese odio era superado por una sola cosa; la audacia de ella. Le encolerizaba que lo otro que quedara de ella, ese espectáculo de luminiscencia en la atmósfera, le fuese imposible de tocar; incluso si rara vez ocurría en otros puntos del mundo. Su lista dragona había sido grandiosa en su despedida.)

Tragó saliva, sintiendo conflictivas emociones como cada vez que la evocaba, de tiempo en tiempo.

Estúpido. Pudieron tener tanto, ser felices; en vez de eso la dañó y destruyó. La perdió por sus propias garras.

Y, en el resentimiento hacia sí mismo, ni siquiera podía suicidarse o permitirse morir por fuerzas externas, estaba protegido con la magia de ella.

Debía soportar la vida.

Sin Ahtohallan.

—Ella se ha ido. —Era lo que se decía siempre, con años para resignarse a ese hecho y los que siguieron.

Se había ido y solo le dejó una maldición, vínculo de odio permanente entre los dos. Tenía que volver a donde la mató y ser la misma bestia que acabó con ella.

Cerró los ojos un momento e inspiró, recobrando la calma.

En fin, la visita en que descubrió esos cuentos fue una gran temporada; su vanidad había sido incrementada a niveles inmensurables, haciéndole superar cualquier sentimiento de inferioridad y rencor hacia sus hermanos mayores.

A once. A Kaldrageb nunca lo perdonaría.

Jamás.

Era una promesa de sangre. Y cuando los dragones de todo el universo hacían una de ellas, era hasta el final de los tiempos.

Maldecía al minotauro que lo había matado. Él quería ese honor. Se lo merecía.

Gruñó encolerizado.

Un movimiento en su perfecta visión cortó sus deseos sangrientos.

Alzó las cejas. había alguien despierto en la estaca. Una mujer.

Dio unos pasos hacia su dirección y permaneció detrás de un árbol, utilizando su poder camaleónico para pasar desapercibido.

Un solo pensamiento cruzó su cabeza al prestarle atención.

Era hermosa.

Estuvo por caer de rodillas. Por segunda vez en su existir, había otorgado esa descripción a una fémina. ¡Y una humana, de entre todos los seres vivos!

Pero lo merecía, arguyó a regañadientes. Tenía una belleza de aire "mitológico".

Con su vista desarrollado pudo admirar su largo sedoso cabello color níveo, que suelto enmarcaba un rostro de porcelana blanca, haciendo contraste a dos grandes piedras cianitas en las cuencas de los ojos. Su cuerpo era el de una sirena, adecuadamente nutrido y no raquítico, con curvas prominentes en el busto y cadera, pero terminando en pies en lugar de una cola de pescado.

Se sintió como el jovenzuelo dragón que por accidente conoció a una diosa, mientras ella se bañaba en un río de aguas centellantes.

Hans agitó la cabeza, respetando la memoria de Ahtohallan. La víctima de ese año era bonita, mas no la equipararía a una criatura superior, independientemente de cuánto le recordara a esta.

Por fortuna acabaría con esa humana que osaba traicionar su fidelidad a la dragona de su juventud.

Continuó observándola por varios minutos. Se sentía curioso de que no llorara confundida e histérica como todas sus anteriores comidas de Arendelle; trataba de soltarse, por supuesto, igual que sus predecesores, pero había más determinación y aplomo en sus irises cerúleos.

¿El Comité rompió una de sus reglas sagradas? Nunca le explicaban a la desdichada persona de su papel, "porque no había caso en empeorar sus conciencias".

Era risible que en cada sacrificio las víctimas fueran ignorantes de lo que ocurría y él, en los pocos minutos de cordura previos a su ansía animal, portando su disfraz humanoide, tuviera que contarles los que sucedía, para luego transformarse a su magnífica apariencia fiera.

Esa parte le divertía siempre, no tenía reparos en admitirlo; era lo más agradable de esos episodios. Su mente se regocijaba al ver la ilusión en sus miradas al creerle un salvador, la indefensión al notar que no les soltaría de la estaca, el miedo al sospechar que les haría daño, la incredulidad al escuchar su relato, y la desesperación al ocurrir su cambio morfológico y caer en la cuenta de la verdad y que su destino sería peor de lo que imaginaban.

Una que otra vez hubo enamoramiento en los ojos de los sacrificios que, lejos de asquearle, inflamaron su ego y le hicieron entretenerse más. Se sentía victorioso en esas ocasiones. (Y se mofaba más de los humanos, capaces de sentir infatuación en un momento como ese, solo de ver un "hombre" de cuerpo musculoso, estura alta, piel caucásica, cabellera rojiza, y ojos verdes —rasgo mantenido en su modo dragón.)

Finalmente, en el camino ineludible a la muerte, en las miradas de esas personas predominaba el dolor, odio, horror y pánico, cuando sus llamas se dirigían a ellos y tocaban sus sensibles pieles.

Eso duraba largos y sonoros minutos; la carne humana tardaba en quemarse y su fuego era diferente a otros, trabajaba más lento en determinadas criaturas. La especie evolucionada de unos extraños monos extintos era una de ellas.

A las cucarachas les iba mejor, desapareciendo en un segundo.

Ignoraba si era influencia del hechizo, la sangre de dragón, o su modo de ser cultivado por los siglos, pero no la pasaba mal siendo testigo de aquel momento.

Una exclamación de victoria de ella lo hizo pestañear. Asombrado percibió un descenso leve del sol. Era extraño, ya había pasado la mitad del día, su límite, y no había sentido ese empuje para comérsela.

Mantenía control de sí mismo.

Empezaba a temer que su vínculo restante con Ahtohallan se rompiera, cuando lo distrajo una ola de escarcha nevada cubriendo el pasto en rededor de la mujer.

Tenía… Definitivamente no era una humana común, sino una bendecida por el destino, de las pocas a las que la Naturaleza otorgaba habilidades mágicas, una variación y adaptación a los seres como él, que pululaban en el pasado y disminuyeron su existencia con el crecimiento de la población "Homo sapiens". Era una de las contadas humanas con magia que nacían cada lustro en la Tierra.

Una myghican.

Debía ser fuerte, para enmascarar su esencia mágica.

—¿Conque una trampa, eh? —murmuró sintiendo la esquina de su boca elevarse.

Por primera vez en siglos, sintió una pequeña luz de esperanza en su interior. Ella quería enfrentarse a él con sus poderes de nieve, su debilidad. Él no respondía al hechizo con ella, no sentía la invitación a quemarla, ni a ir al pueblo para incendiarlo.

Si era poderosa y capaz de derrotarlo, podría morir y acabar con el martirio que era provocar la muerte de Ahtohallan y la soledad por no tener al único ser que le significó algo.

Experimentó mucha emoción por su final.

¿Ya lo habría perdonado?, se preguntó en el fondo de su corazón.

La myghican se liberó de la estaca y se quitó la mordaza cubriendo su boca, revelando perfectos labios rosados. En actitud presumida, soltó la tela roja, que se mezcló con el viento del valle y se perdió a lo lejos.

—Sal de ahí, Dragón Rojo —dijo ella con una voz fina y delicada, engañosamente encantadora, pues había una onza de advertencia oculta.

La platinada extendió sus manos y dos círculos celestes, como haces de luz, las rodearon. Su anodino vestido marrón se tornó en uno blanco deslumbrante.

Hans se quedó maravillado, del modo que solo sintió muchos siglos atrás.

De ser el último día de su existencia, podía irse pletórico.

Se despojó de su efecto camaleónico, para no mostrar la extensión de su poder.

—Vaya, vaya —expresó saliendo de su escondite, acordándose de usar el Gerinndesh, idioma de la actual región Escandinava.

La joven frunció el ceño.

—Eres solo un hombre —farfulló con molestia, mirándolo de pies a cabeza.

Rió entre dientes. —Discúlpame, damisela, lo había olvidado.

Concentró su energía en su cuerpo y las llamas lo rodearon para transformarse en el dragón alado de cinco metros que era su forma real, la cual rara vez usaba fuera de Himldohe, el mundo debajo del océano donde las criaturas mágicas se movían con libertad desde la evolución del mono, preferentemente sin sus máscaras humanoides.

Extendió sus alas e hizo una venia.

—Hansdrage a tu servicio.

Una emoción brilló en los ojos azules de ella durante un segundo, pero la platinada no la reconoció.

—Elsa, si quieres saber el nombre de quien acabe contigo.

En un parpadeo, él apareció detrás de ella, cambiado a una versión de dos metros de su lado dragón, la fachada habitual con sus víctimas.

—Mucho gusto, Elsa —respondió él a su oído al mismo tiempo que ella jadeaba de la sorpresa.

Una nieve blanca surgió en el suelo, toda vez que un lazo azul sujetaba su pierna derecha, devolviéndole el asombro que le causó a ella.

—Un placer.

Él sonrió, sabiendo que sería una batalla interesante.


Siglo XXXI, Qualeum, Himldohe

El primer enfrentamiento de Hansdrage y Elsa Idagdatter, ocho años atrás, había sido increíble. Sin embargo, ninguno salió victorioso y les dejó desfallecidos, haciéndose prometer mutuamente que seguirían al recobrar energías.

El Dragón Rojo no sintió deseos de comerla, por lo que sus planes de desaparecer incrementaron. En consecuencia, en el corto tiempo que le tomó sentirse fuerte, se aprovechó del cansancio humano de ella y la raptó, con la intención de volver a enfrentarse más adelante, todas las veces que pudieran; le mintió a ella con la excusa de proclamar un vencedor.

A partir de aquel día, comenzó una serie de aventuras en los viajes de ambos, tanto en el dominio humano y el mágico (solo inaccesible para humanos comunes), explorando y combatiendo enemigos juntos. Cada poco iniciaban una lucha a muerte, las cuales disminuyeron al paso de los años. Elsa peleaba porque quería su supuesta libertad para ver de nuevo a su hermana, pero más grandes eran sus deseos de adrenalina, triunfo y compañía. Hans solo anhelaba morir, aunque silenciosamente su propósito cambió, dados los sentimientos que empezó a desarrollar por la bella myghican; de modo que su objetivo fue pasar con ella todo el tiempo que su finita vida humana le permitiera.

Y llegó el momento en que la batalla definitiva se presentó, una semana atrás del tiempo actual. Admitiéndose enamorados del otro, lanzaron fuego y nieve al aire, sin tocarse.

Entonces Elsa rompió el sello de sus recuerdos.

Ella era Ahtohallan. Había revivido después de milenios.

Gracias sus memorias, accedió a su inmortalidad, pero se mantuvo encerrada en la habitación de hielo de la casa-esfera, meditando, hasta salir ese amanecer y entrar a la habitación de bosque donde se encontraba él.

Habían pasado horas y lo único que habían hecho era mirarse a la cara, arrodillados frente al otro.

Elsa, mi Ahtohallan —pronunció Hansdrage roncamente, rompiendo el silencio de una vez por todas. Tenía siete días aguardando hablar con ella de nuevo. Había respetado su petición de tiempo.

Su mano humanoide se movió hasta el suave cabello de ella, que caía junto a su rostro. Lo acarició amoroso, mostrando el sentimiento potente que tenía por las "dos mujeres" que había querido en su existencia, de una misma alma.

Los ojos azules de la platinada se humedecieron. Se acercó más a él, que se sentó sobre su trasero, extendió una de sus piernas y dobló la otra para hacerle espacio; ella se apoyó en su pecho, colocando sus muslos encima de la pierna de él.

Hans le rodeó un hombro y volvió a coger un mechón de cabello con la mano libre. Reverencial, lo llevó a su boca y lo besó.

—La maldición era para que yo pudiese renacer de las cenizas de los sacrificios, solo podía ocurrir en Arendelle, en el territorio donde permanecía parte de mi esencia. Necesitaba… necesitaba el encantamiento, las cenizas y el rastro de mí para separarme de la Naturaleza, permitiendo que los glaciares y las auroras perduraran en la tierra. Es por eso que nací como Elsa allí. —La joven suspiró. —Y también la razón de que no se pudiera evitar el sacrificio. —Ella sollozó—. Ahora sé que fue horrible e injusto con ellos… estaba muy enojada. Fui cruel. Contigo… ay, mi querido Hansdrage, contigo también fui terrible, fui la peor. Me vengué obligándote a hacer la cosa que más odiabas de tu familia, asesinar débiles y comer humanos. Pero… mientras moría, me llegó claridad, ya no tenía la fuerza suficiente para deshacer mi magia, solo para modificarla un poco. Así que me propuse nacer gracias al maleficio… Buscar otra oportunidad, manteniéndote vivo. Y, creo que, una parte de mí, al lanzarlo, quiso mantenernos unidos, hacer que me recordaras por la eternidad.

—Mi amada —susurró él de modo entrecortado. —Esa fue la razón de que no llegase a odiarte.

—Te agradezco que me ames, aspiro a amarte de la forma que tú lo haces. Te adoro, pero tú…

Cerró los ojos y presionó sus labios en la sien de ella, sintiendo sus dedos entrelazándose a los suyos.

—Debiste curarte y dejar que yo lo hiciera a mí mismo… los dos pudimos y… perdiste tu espíritu dragón por mí.

Ella puso su mano en su mejilla y él abrió los ojos. Se encontró pasmado al contemplar los colores de la aurora danzando en su piel, el cristal en sus ojos y la nieve en su pelo.

—No, aunque soy Elsa y lo seré siempre, todo de Ahtohallan vive en mi interior, así como tú amas mi alma y quien soy ahora. Soy la misma que te amó y te ama. Mi dragón aún no está listo, dentro de un siglo tal vez, apenas recuperé mis memorias y mi inmortalidad.

—Serás poderosa como antaño, aunque no lo necesitas.

—Lo sé, pero extraño rozar tus alas con las mías, tener una piel más resistente y un cuerpo de hielo.

—Ésa eres tú.

Elsa sonrió con diversión. —Y querré enfrentarme a otros en mejores condiciones; estos años hemos hecho muchos enemigos juntos, tú tienes los reunidos en milenios y cuando se sepa que he regresado, quienes me odiaban vendrán a buscarme. Creo que, mientras mi esencia dragón despierta, tendrás que seguir siendo mi escudo con el tuyo.

—Por toda la eternidad —prometió ferviente.

Y el beso que nunca se habían dado, aconteció.


*En la mitología nórdica y/o escandinava: Odín es el dios más importante, Hela es la diosa de la muerte, las huldras son criaturas de aspecto humanoide que habitan en los bosques, Kraken una especie de gran pulpo que devora marineros.


NA2: ¡Hola!

Espero que todo siga de mi parte para poder seguir escribiendo al ritmo de los últimos días, este lo escribí entre ayer y hoy. El prompt trató de hacer algo como el libro de Dragon's bait, que no he leído, en el que una chica de aldea es acusada de brujería y ofrecida a un dragón, el cual toma engañoso aspecto humano; ella, en lugar de mostrarse indefensa, busca pelear. Este fue el mejor resultado que salió, haciéndolo a mi manera. Tuvo que ser bastante descriptivo para contener explicaciones y un universo más o menos entendible, comprendo si algo resultó confuso en mi intento de no hacer un fic de varios capítulos.

Me matan los finales trágicos de una pareja, pero ellos consiguieron su final feliz. Ella sigue siendo la misma, como un ave fénix, solo cambió su nombre, para que no piensen cosas como, Ahtohallan es otra, la reemplaza, o modo Kikyo no es Kagome.

Cuídense.

Besos, Karo.


Guest: Yeah, I needed their happy ending he,he; it's nice to think they meet in another era, with forgiveness in between. I'm glad you enjoy the stories, hope the same for this one. Thanks for reading and reviewing.