Prompt: Navidad, que terminó siendo pre e invierno.

Clasificación: T, drama, romance, hurt & comfort

Para este OS, algunas recomendaciones de canciones. No tardan exactamente lo que la lectura de la historia, pero pueden ir por cada sección. ¡Pura música de Navidad en inglés!

Darlene - Christmas (Baby come home)

Carrie Underwood - Silent night

Wham! - Last Christmas

Michael Buble and Shania Twain - White Christmas

Elvis Presley - Blue Christmas

East 17 o The Wanted - Stay Another Day

John Williams o David Deyl - Somewhere in my memory

Mariah Carey - All I want for Christmas

OOC.


Por los buenos recuerdos


Tras estacionar la camioneta rentada junto a la acera, Hans apretó el volante con sus dos manos, dándose ánimos para abandonar el interior de su vehículo y castigarse con el gélido ambiente de la ciudad, ya dañado por el temporal invernal, aunque todavía no ocurriese el antártico cambio de estación.

Odiaba el frío.

Y con ello, la Navidad o la temporada festiva, próxima a ocurrir.

No siempre había sido así; hubo un tiempo en que se trataba de su época favorita, pero ahora el termómetro bajo lo asociaba a un pasado que le había dejado un hueco en el pecho.

Irguió los hombros como cada vez que la historia se asomaba a su mente y buscó sus guantes colocados en el asiento del copiloto, maldiciendo tener que estar en Arendelle's Town en aquellos tiempos decembrinos. Años anteriores se había librado viajando a playas o sitios por debajo del Ecuador, mas este sus planes habían cambiado por aceptar los ruegos de la ama de llaves de su familia, quien quería un último recuerdo de él en su celebración favorita, porque presentía que la muerte se le acercaba.

A pesar de ser un hombre impávido, Gerda le había cuidado más que sus propios padres, por lo cual Hans había consentido a costa de su desagrado.

Sonrió para sí. Lo admitía en ese momento, porque hasta aterrizar su vuelo se había dicho que iba para exorcizarse del pasado y demostrar que no era un débil de corazón por una burrada de juventud.

—Idiota —murmuró agitando su cabeza, notando que se había colocado mal el guante. Lo corrigió aislando su mente de tonterías.

Una vez se protegió sus dedos, hizo lo mismo con su cuello y cabeza; luego sacó los lentes sin graduación de la guantera y se los colocó mirándose en el retrovisor. Sus ojos cubiertos de marrón escanearon su rostro y se preguntó si debió haberse dejado un bigote para no ser reconocido, o si bastaba con la barba crecida y haber ocultado sus memorables orbes esmeralda.

Suspiró, cogió su abrigo negro y apagó el motor, para después abandonar su cálido resguardo del exterior. Apenas estuvo fuera le recorrió un escalofrío que paralizó sus brazos en la tarea de ponerse la siguiente capa de ropa.

De verdad se había olvidado de la cualidad de ese frío. Su cuerpo ya no lo resistía como otrora. Terminaría con un resfriado al final de esa semana, incluso si no estaba a la intemperie.

Rodeó la camioneta con cuidado de no resbalar y se encaminó hacia la plaza. Tenía que comprar el regalo de Gerda en el Mercadillo navideño local, puesto que a la anciana no le habría valido ninguno de los ostentosos obsequios que podía conseguir en cualquier parte del globo; ella amaba las artesanías que ofrecían los locales y hablaba con mucho cariño del pequeño Hans comprando alguno de esos artículos para ella.

Gerda era más sencilla que toda su familia, la cual estaría pletórica con los objetos que su asistente había conseguido para ellos, con precios de cantidades obscenas que solo presumían el poder adquirido por él y que ninguno había creído posible —de otro modo, ni carbón les entregaría—.

A metros de distancia las voces, risas e infernales villancicos navideños llenaron sus oídos, tensando su cuello. Aunque los locales a su paso tenían ornamentos festivos, no eran nada en comparación a un punto de auge del pueblo. Allí era un paraíso para los amantes del barbudo del Polo Norte, el narizón Rudolph y los asquerosos duendes, que les podía hacer defecar en rojo y verde tras una sola visita.

Fue inevitable para Hans recordar a Anna King gritando como loca porque su popo había tenido navideñas características.

Sus mejillas entumecidas temblaron de su risa y una parte de los lentes se empañó.

De haber existido entonces la tecnología actual, él lo habría grabado para la posteridad y compartido en todas las redes que pudiera.

Como el karma existía, en su siguiente paso resbaló y tuvo que hacer una maniobra risible para recuperar el equilibrio, quedando como el hombre araña en vez de tallar un trasero herido.

Se incorporó sin reflejar vergüenza, contento de que sus pantalones deportivos no se hubiesen rasgado, ni algún mirón lo hubiese filmado. Continuó lo que restaba a la plaza, sin nadie que le reconociera hasta detenerse en abrupto en su destino.

Tragó saliva al ver el gentío, de alguna manera acomodado en los pasillos que daban al kiosco central, todos pendientes de los stands con amenidades diversas. Parecían brillar como los adornos y luces cubriendo las zonas verdes y farolas de aspecto antiguo del lugar.

Regresaría pasado mañana. El lunes posiblemente tuviese más oportunidades de hallar sitio ahí. Había olvidado que desde el sábado por la mañana la gente se congregaba en la zona, como si no tuviesen pendientes en otro lado (bastante comprensible, porque la gente no quería más que fiesta en esa época).

Al girar, se percató del nombre de un local en la esquina de la calle contraria, que no había estado allí el verano de dieciocho meses atrás, la última ocasión en que visitara el pueblo.

Dudó en investigar si era el mismo Oaken que acostumbraba a vender sus productos en el mercadillo. De ser así, el tiempo le había sonreído.

Vio que el semáforo cambiaba de color y optó por cruzar al otro lado, curioso de lo que había en el escaparate, además de la gran maqueta de montaña nevada en el lado derecho.

Los artículos lucían como los que conocía del hombretón pelirrojo, así que fue a la puerta para entrar y ahí conseguir el regalo de Gerda. Estaba concurrido, aunque no igual que la plaza.

Al abrir, un olor a jengibre y manzana inundó sus fosas nasales y se le aguó la boca, toda vez que el aire grato lo reconfortaba. Oaken tenía que ser el dueño, porque nunca había probado algo tan delicioso como sus galletas.

Le había ido bien, si podía tener un negocio grande en el centro.

Se perdió en los pasillos buscando el regalo para Gerda, del cual no se decidía. Pasados unos minutos, había encontrado una dotación de galletas, pero no un artículo que le hiciera justicia a la mujer que le mimara de niño. Ahora tenía ingresos suficientes para no darle algo pequeño, aun si ella lo apreciara.

Fue hasta que vio una escultura con valle navideño que halló su compra. Era una maqueta del pueblo con un árbol en el centro que giraba, tenía sitio para fotografías y mostraba los espacios más representativos de Arendelle, donde las personas se movían también. Era magnífico.

Y, según notó a los pocos pasos, quedaba uno a la venta.

Se apresuró por la caja que había en el estante, imaginándose la felicidad de Gerda al verlo en su habitación. Ella no compraría una cosa así por su cuenta, no derrochaba su dinero para sus gustos y él no escatimaría.

Sin embargo, tocó el empaque al mismo tiempo que alguien más.

—¡Lo vi…

Las palabras de ambos murieron en sus bocas y él viró tan rápido la cabeza que su hueso tronó.

Sí era Elsa King.

La Reina de las nieves estaba frente a él después de quince años.

—Hans… —pronunció ella ojiabierta.

Dentro de sí, un latido apagado volvió a la vida, en contra de sus deseos. Era como si el engranaje descompuesto hubiese vuelto a andar, recobrando el ser que marchaba a medias, falto de algo que necesitaba. El desamor se escondía, menos lacerante de lo que había sido desde el comienzo de su historia rota.

Quizá era tiempo de encararla y madurar sobre lo ocurrido, darse una oportunidad de amistad si existía la ocasión; habían sido mejores amigos antes que novios, y lo último había tenido momentos alegres gracias a ello.

La había extrañado cuando se separaron, aceptó tras negarlo hasta el cansancio.

El orgullo, no obstante, intentó prevalecer. Le había permitido sobrevivir hasta ese día y no se iba a ir sin batalla.

Asimismo, ella no parecía contenta de su presencia. Era mucho tiempo; no había significado lo mismo para Elsa en el pasado y los años debieron hacerlo una fugaz vivencia.

—Suelta la caja, la he visto primero —sentenció seco, sin miramientos sujetando su extremo para pegarla a él.

—No, vine hoy precisamente por esto —declaró ella achicando los ojos y aferrándose a su lado, despreocupada porque ensuciara su navideño suéter blanco con copos de nieve azules.

—Me parece que estamos teniendo un problema.

—¡Por el amor de…! —exclamó él sorprendido, mientras Elsa pegaba un salto asustada.

Sin que liberaran la caja, los dos miraron hacia atrás, donde el gran pelirrojo con horrendo suéter tejido les contemplaba engañosamente amigable.

Tratándose de cuidar sus artículos en venta, ese hombre tenía carácter.

—¿Elsa? —preguntó Oaken, dirigiéndose a quien reconocía. Aparentemente, solo con su ex novia no había funcionado su disfraz.

Su traicionero interior elevó un puño al aire.

—No ocurre nada grave, ella no deja que me lleve mi artículo —siseó Hans, tratando de no ver a la susodicha.

—Hans, soy yo quien va a comprarlo.

Oaken arrugó las cejas y se inclinó hacia él.

—¡Oh, caramba! ¡Si eres tú! ¡No te había reconocido! —Oaken aplaudió animado.

—¿Podrías no atraer a los demás? —indicó entre dientes, teniendo que desviar el rostro hacia Elsa para ocultarse.

Ella apretó los labios.

—Disculpa, disculpa, amigo mío. ¿Y qué es de esta pelea? ¿Un disgusto de enamorados al volver a casa? ¿Se arruinaron sus respectivos obsequios? ¿O es porque tú llegaste antes, Elsa?

Las palabras de Oaken le hicieron entrecerrar los ojos. Ella le dedicó su atención a este, sonriendo con la pulida sonrisa educada que le inculcaran sus padres, que sería orgullo de una institutriz del pasado.

—No estamos juntos, y acabamos de encontrarnos.

—Oh, mis disculpas. —Oaken tosió fingidamente, incrementando la incomodidad—. Entonces, los dos quieren la escultura.

Hans volvió a estar de frente al hombre, si bien el rabillo de su ojo buscó a la rubia, que asintió al igual que él.

—Yo vine ayer, tuve que irme de improviso y no pude comprar. Regresé hoy por una. Los dos la cogimos a la par.

—En realidad, yo lo hice primero. ¿Tendrás otra en bodega para que suelte esta, que es mía? —inquirió Hans en tono forzado.

Oaken se frotó el bigote.

—Me temo que es el último producto a la venta. Ya no se producirán más este año. Deberán llegar a un acuerdo… o puedo ofrecerles alternativas que…

—No —cortó, conociendo su habilidad para la venta. —Es mío y me lo llevaré, dale a ella el que está a la vista.

—No, no —enfatizó Oaken—. No les puedo dar el que está en exhibición, queda de recuerdo en la fábrica. E incumple la calidad de los objetos a la venta. Por allá hay otra escultura…

Elsa se aclaró la garganta.

—Oaken, puedo pagar más por ella. En verdad la quiero.

—Yo doblaré toda cantidad que ofrezca —aseveró Hans, resuelto a conseguirla a cualquier precio. No por Gerda, sino porque no quería que Elsa ganara.

Era un hábito de la primaria… y tampoco le sentaría bien que ella saliera triunfante como hacía quince años.

Los ojos azules de Oaken se iluminaron ante la mención de dinero, pero negó.

—Eso estaría mal.

—Escoge a quien se lo vendes —exigió Hans irritado. —Y debo ser yo porque no vivo aquí.

Elsa jaló la caja. Él se dio cuenta que el peso la vencía, no como en su caso, incluso si tenía la bolsa de galletas en la mano. Sin pensarlo, sus manos se ajustaron para que no la afectara, y al caer en ello se convenció de hacerlo para proteger el contenido.

—Aplica lo mismo para mí, no vivo en Arendelle —dijo Elsa ceñuda.

La información le tomó desprevenido. Suponía que seguiría en el lugar que adoraba y había sido renuente a dejar para cumplir sus sueños con él.

Le enfadó comprobar que no había sido suficiente para ella, tal como había creído al ser abandonado aquel febrero.

—Mi cumpleaños es en tres días, yo merezco más esto.

Como si él no supiera la fecha. Cada veintiuno de diciembre trataba de distraerse para ignorarlo.

Se enojó más por la importancia que se otorgaba.

—Es un regalo que le daré a alguien muy especial para mí, tú ya tienes cosas de Oaken —farfulló, callando la voz argumentando que Gerda también las tenía.

Una de las manos de Elsa soltó la caja.

—¿Es esto lo que quiere? ¿Y si yo también voy a regalarlo?

A su adorada hermanita, seguramente.

—Consigue otra cosa, no voy a decepcionarla, tú ya estás acostumbrada a hacerlo. —Ella dio un paso atrás y dejó caer la otra mano; su cara componía una expresión impasible, la que salía muy bien cuando lo deseaba, con el fallo de no poder controlar los sentimientos en sus ojos.

Estaba derrotada.

Hans no se sintió victorioso como creía. En su lugar, su enfado se entrelazó con autodesprecio. A su razón ni siquiera le importaba haber dicho la verdad o no demostrar debilidad con la mujer que más le había herido.

—Disculpa, veré algo más. Espero que ella lo disfrute.

Elsa se dio la vuelta y con premura se perdió entre la gente, aunque Hans siguió los atisbos del blanco con celeste —como sus ojos— del suéter.

—Creo que no terminaron bien. Es una lástima, estaban muy enamorados.

Hans bufó, agrio en sus entrañas. Contempló la caja voluminosa en sus manos.

—Las relaciones de adolescencia no duran.

—Pensé que ustedes sí. Yo retiraré esto… Disfruta de tu compra, también puedo ofrecerte…

—No te preocupes, hasta luego.

Sin ganas de cruzarse de nuevo con Elsa, fue directo a pagar. En su mente, alentando a su corazón a mantenerse firme, porque definitivamente era estúpido que se emocionara por alguien que le había abandonado casi sin explicación.

…&…

El encuentro desafortunado con Elsa ocasionó que a la hora de comer las galletas, Hans no pudiese disfrutar de ellas; su sabor le era tan amargo como rememorar la reacción de ella a su actitud. Había salvaguardado su orgullo, pero la había atacado innecesariamente, cuando se había dicho que no lo haría, pese a la manera en que ella se había comportado con él años atrás.

Con consternación, en esas elucubraciones descubrió que su modo de actuar había insinuado que no superara lo ocurrido. Era un hombre maduro de más de treinta para hacer ese ridículo.

Fue un golpe para su ego, pero, al menos, si ella pensaba en que era patético, olvidaría lo demás del intercambio.

Quizá decir que había pasado página sería una rotunda mentira, porque allí estaba dedicándole sus energías a un tema que debía estar olvidado, del que se había prometido no pensar más, sobre todo al visitar de nuevo Arendelle's Town en la temporada blanca.

Habría ido bien si no la hubiese visto, las ocasiones anteriores había sido así.

Maldijo que la casualidad los llevara a cruzarse.

Aunque esa vez estaba más listo, era seguro, o habría reaccionado peor. Quizá quince años ya surtían efecto.

Hans rio sarcástico, volviendo a beber del vodka que tenía servido.

¿A quién pretendía engañar? Con solo escuchar su voz, su ser había sido golpeado, y no le daría importancia si le fuese indiferente. Cualquier idiota romántico afirmaría que el primer amor nunca se olvidaba y él sería un ejemplo.

La tenía infectada en su sangre, se había contagiado de ella desde el jardín de infancia donde la había conocido, sin encontrar una cura a su padecimiento. Ni el abandono de ella o los años con su ausencia le habían permitido librarse de su efecto.

Podía apostar que si acabaran su relación de forma correcta, no la habría olvidado. Ella tenía algo que la hacía sumamente difícil de eliminar.

Sin embargo, ¿habría roto con ella? Él la había incluido en sus planes futuros; en ninguna de sus metas no estaba Elsa, le había hecho un lugar para cada posible opción, en todo el camino dándole lo mejor, para que no se arrepintiera de creer en su sueño y atreverse a perseguir el de ella, en contra del miedo que la detenía muchas veces.

No, la idea de terminar nunca había pasado por su cabeza. Así que lo había acabado que ella se esfumara, teniendo que replantearse tanto, triunfando gracias al dolor y el orgullo que lo motivasen a seguir.

Dio otro trago al vodka.

—No debí venir en invierno —masculló a la ventana, observando que nevaba ligeramente.

De no haberlo tomado esa errónea decisión, las memorias bien contenidas se habrían quedado en el baúl de los recuerdos, no resurgiendo como una película agridulce de mal gusto.

Había un acontecimiento, en especial, ligado a la caída de la nieve.

En el octubre de sus catorce años, la temporada se había adelantado, precipitando los primeros copos una tarde con Elsa, en la que trabajaban con un proyecto de otoño de su clase de ciencias, obligados a buscar en la naturaleza especies que analizar.

El día no había estado nublado, porque Hans habría preferido salir en otra ocasión que una gélida y oscura mañana de domingo, sin importar que Elsa insistiera. Pero el clima era volátil y a mitad de la recolección de ambos, ella había exclamado contenta al notar que comenzaba a nevar.

En realidad había sido poco, mas Elsa se había quitado su abrigo y extendido los brazos con el rostro al cielo, girando feliz mientras cantaba una rima sobre hacer un muñeco, que estaba seguro se había inventado en ese momento o había copiado de su hermana, por sencilla letra.

Era algo que lo había hecho sonreír, y estando distraído no se había percatado que le caía un copo de nieve grande cerca de la boca, ni que ella lo había llamado, hasta que la tuvo frente a él. La había tenido a un palmo de distancia, observándole atenta.

Y entonces Elsa le había tocado el labio inferior con su dedo, sonriendo.

Él se había quedado estupefacto, antes de inclinarse con los ojos cerrados y darle un beso rápido.

Al apartarse, la había visto con su mano sobre su boca, ojiabierta, si bien no pasaron dos segundos y ella le había propinado un beso también.

El primero para los dos, que luego les llevara a confesar sus sentimientos y empezar su noviazgo.

Qué fácil había sido convertirse en pareja. Había formado parte del destino, comenzado en el jardín de infantes cuando los dos se escogieran como compañero de juegos entre tantos pequeños de sus respectivos sexos. Habían estado unidos por años, haciéndolos protagonistas de la vida del otro de modo natural, hasta que la atracción inocente se había tornado en otra cosa, que tarde o temprano les llevaría a un beso y a más intimidad de la que ya tenían.

Anna, con su inmadurez, solía decir que bastaba que ellos dos estuviesen en una misma habitación para que echaran chispas. Tenían una química inigualable y solo ojos para el otro.

Por cuatro años, con los malentendidos y enfados inclusive, lo habían llevado perfecto.

Hasta que ella no lo quiso más.

…&…

La cafetería de Honeymaren era el sitio idóneo para escapar de la reprimenda de Gerda, quien al verlo en su estado actual le complicaría el dolor de cabeza antes de ofrecerle alimento, nada de lo que apetecía a Hans ahora. La chica había aprendido bien de su tía y era la mejor alternativa en sazón para lidiar con la resaca y otras cosas que le habían regalado su ocurrencia del día anterior.

Tal vez bien merecida.

No era un adolescente para consumir altas cantidades de vodka como si fuera agua, llevado por la emoción, cuando originalmente lo bebería para entrar en calor, y estaba pagando su mal proceder. Siendo una bebida traicionera, hasta intentar moverse a su habitación, no había sentido la cantidad ingerida, que lo había tumbado en el mueble. Se había dormido y roncado, sin avivar la chimenea o ajustar la calefacción, adquiriendo una molestia en la garganta que ni tendría que estar ahí con el alcohol consumido.

Necesitaba mucho de comida y cafeína para lidiar con ello.

Así pues, Honey's.

Gerda le amaba, pero le reclamaría cual madre suya que casi era, y no deseaba decepcionarla. Le había dejado una nota excusando que tenía asuntos que realizar. Cuando le preguntara qué, diría una mentira piadosa o haría algo para contarle, al cabo que ni discerniría si era lo primero o lo segundo, gracias a su habilidad para fingir, con la que se ganaba muy bien la vida.

Cerró la puerta del coche con cuidado, queriendo evitar el error de hacía minutos, cuando el golpe resonara en sus oídos y vibrara en sus sienes. Sabía que en la cafetería no encontraría la paz para su jaqueca, mas evitaría molestias si podía.

El aire se coló por sus poros y Hans tembló, encogiéndose mientras caminaba. Aparte, recordó no ponerse sus lentillas de color, teniendo que ingeniárselas para no mirar a las personas al pasar.

No entendió por qué, ni tenía la suficiente entereza mental para esa nimiedad, pero el bostezar le brindó una ráfaga fría a la garganta, haciendo más grande su estremecimiento y apurándole para entrar a la cafetería, convenientemente no rebosante de comensales a esa hora… solo de música navideña.

Oteó con presteza y escogió una mesa libre cerca de la puerta, en caso de necesitar una vía de escape al ser reconocido, como había tenido que hacer en otras inconvenientes ocasiones.

Al que identificó como Ryder, el hermano de Honey, le dio la indicación de su pedido, señalando en la carta sin dirigirse a su rostro. Parecer grosero a su antiguo vecino era la menor de sus preocupaciones en aquel momento.

En lo que aguardaba su pedido de comida, bebió el café que ya le habían servido, sin detenerse a leer las noticias en el teléfono como cada mañana. No solo por el ardor de sus ojos, sino que tampoco creía que hubiesen grandes acontecimientos a finales del año.

De repente oyó un jadeo a su izquierda, acompañado de un golpe seco y tintineos. Descartó que fuese una fan, o habría obtenido un chillido, aunque decidió asegurarse.

Se giró escuchando a una voz infantil pedir disculpas, luego vio en el suelo un bolso con sus artículos dispersos en la moqueta amarilla, a los pies de unas adultas botas grises y las negras del menor.

Empezando a reproducirse la horrorosa Last Christmas de Wham! e inclinándose para ayudar a reunir las cosas, llegó la respuesta femenina tranquilizando al niño, que se mezcló con el impacto de hallar un objeto conocido.

El mundo se movió bajo de él conforme disimulaba coger lo demás, junto con los otros dos, en tanto ella expresaba su agradecimiento a la vez que decía innecesario el apoyo.

Inseguro, la buscó de reojo. Elsa evitaba el contacto visual, ocultando su rostro, denotando saber quién era. De lo que recordaba, ella trataría de ser educada y verlo a la cara, sin importar lo asocial que podía ser a veces; no parecía haber cambiado su costumbre de ir preparada para todo y tener muchas pertenencias en su bolso.

No pudo evitar preguntarse si habría chocado por causa de él.

Sin palabras y sin tocarla, le entregó lo que había recuperado del suelo, dejando el llavero hasta el final, con la duda atorada en la punta de su lengua.

¿Por qué?

Ella colocó todo despreocupadamente en el interior de la bolsa y enseguida huyó silenciosa, dejando solo el aroma clásico de su perfume y la visión trasera de su elegante abrigo blanco. Hans no la detuvo, no era su lugar, ni tenía la más remota idea de qué hacer.

Se enderezó extrañado y desayunó sin concentrarse en su dolor, pensando únicamente en ese artículo que él le regalara hacía ya muchos años, todavía en sus manos.

Al final, concluyó era natural que atesorara ese llavero, a ella le gustaban los copos de nieve.

Que fuese el primer regalo que le diese como novios no tenía ningún significado.

Ni que cumpliera su juramento de guardarlo siempre.

(Una promesa que sí mantenía.)

…&…

El conductor del programa de entretenimiento local tenía un amor insano por el invierno, se aseguró Hans de los nervios, escuchando por enésima vez la referencia al solsticio dentro de dos días. Para ese momento no habría nadie con dudas del momento del veintiuno en que el sol estaría más alejado del Ecuador y con el que comenzaba la estación amada por casi toda la población de Arendelle.

Ya no quería oír más sobre la fecha y estaba tentado a cambiar el canal, si a Gerda no le fascinara aquel hombre regordete —Kai, decía llamarse— y quisiera seguirlo viendo aún con la tarea de adornar el árbol de Navidad, que ella había aplazado por esperar su arribo… y luego dejarle reposar unas horas su malestar etílico.

Rodó los ojos ante otra referencia a la temporada invernal, a lo que siguió una tos entrecortada por la risa boba de Gerda (y la garganta que molestaba un poco).

Pensándolo mejor, podría mover unos hilos allí y regalarle un encuentro real con el hombre, una vez que comprobara sus antecedentes. Él sabía perfectamente la cara que se daba al público en aras de mantener el status.

Si lo conseguía, lo comprado sería un añadido, o el original si Kai no resultaba adecuado para su antigua cuidadora.

Le remordió la conciencia en el primer caso, habiéndose portado mal por algo que podía pasar a segundo plano.

Suspiró y tomó otro adorno de la caja, esperando que Gerda se distrajera del hombre para instruirle su ubicación. Podría decidir cómo decorarlo a su manera, pero no le apetecía, y llevaba quince años sin la práctica.

Probablemente era lo que le tenía ansioso, no solo de la mención del cumpleaños de Elsa. La última vez que había adornado un árbol de Navidad, había sido con ella, en casa de los King; por única ocasión, eran los dos solos, debido a que Anna estaba enferma.

Habían estado hablando del futuro, cómo sería el año próximo en otra ubicación y algún día con los hijos que tuvieran.

Nada se había cumplido.

—No me estás escuchando.

Parpadeó y agitó la cabeza, volteando hacia Gerda. Ella le observaba expectante, con una sonrisa maternal, de esas que gritaban "sabía mucho".

—Discúlpame, planeaba, ¿dónde coloco este caramelo? —preguntó aparentando no darse cuenta de las segundas intenciones de ella, alzando el bastón falso del tamaño de su mano.

Ella se picó la mejilla con su índice. Hans pensó que le gustaba mucho esa actividad y se había privado de hacerla antes por culpa suya.

—A la izquierda, un poco más arriba de la esfera transparente con el muñeco de nieve dentro.

Él estimó un sitio, aguardando su aprobación.

—Un par de centímetros más; sí, ahí.

Se fijó que el programa había cambiado sin haberlo notado, ni comprobar la empresa que lo producía. Tendría que investigar en internet a partir del nombre.

Se hizo con más caramelos, poniéndolos en los espacios que Gerda consideraba convenientes, apreciando cómo cobraba esplendor navideño el pino.

—Podría tomarte una foto y volverme famosa —comentó súbitamente ella.

Hans soltó una carcajada, comprendiendo de inmediato.

Hacía años, de un comentario en la red, se había hecho viral la interesante casualidad de que él nunca se había visto asociado con lo navideño, ni en sus películas, especialmente el árbol, sabiéndose que tampoco se criara con una religión opuesta a la celebración. Fuera de las ediciones de fanáticos, no existía una sola fotografía o video con él cerca de un pino adornado y se morían por tener algo real.

Esa situación no era adrede, por su rechazo, si incluso en las fiestas u hoteles del sur no lo habían podido captar cerca de uno de los ambientados al tono del calor. No habían llegado al extremo de acosarlo para obtener una preciada imagen, pero no parecían existir oportunidades de hacerla, ni algún director se había prestado para ponerle esa escena. Él simplemente evitaba el hemisferio correspondiente en sus épocas friolentas y en el que tocaba Navidad, no huía de los sitios públicos emperifollados de esa algarabía.

Ahí Gerda tenía la oportunidad excelente de compartirlo.

—Lo que es más, adornando un árbol, serías la envidia de mis seguidores.

(Habría otra mujer, si esta hubiese conservado esas fotografías.)

Gerda rio.

—Tengo algo mejor, por allí guardo una fotografía tuya del coro.

Negó, pretendiendo estremecerse del horror.

Lo cierto era que sí le producía incomodidad, pensó, recordando la ocasión aludida.

En la escuela elemental él formaba parte del coro académico —tenía buena voz, por su esfuerzo una cualidad desconocida para el mundo mediático—, y una Navidad les habían asignado una obra de teatro musical, en la que su papel había sido el del árbol.

Él había sido la representación del gato usado para meme, que vestía su capa verde con una estrella grande en el gorrito; el traje utilizado había tenido las esferas rodeando su rostro, además de las que había en el cuerpo, mezcladas con dulces y galletas de jengibre.

Lo había detestado… hasta que su amiga lo alabara.

Elsa había sido un obsequio y le había dicho que le encantaba el árbol de Navidad, más que los regalos, y él hacía bien como el protagonista de la obra.

Sus hermanos le habían catalogado de ridículo y lo habían minimizado, quitándole el gusto de ser el principal, pero ella lo había devuelto con su noble corazón.

Un cascabel le recordó dónde estaba y apretó los dientes.

Ya basta de recuerdos reprimidos. Volver a verla en invierno había sido un pésimo interruptor.

De soslayo, se preguntó si ese era el objetivo de Gerda.

Ella podría saber que regresaría, si Elsa también se había ido.

(No con él.)

…&…

La tarea más molesta que Gerda le pedía siempre que estaban juntos, y que Hans regularmente gruñía al tenerla, era ir a hacer la compra. Cuando se acercaba y veía una hoja de su cuaderno —con adornos verdes, un producto que le sorprendía por inagotable en fábrica, al recordarlo de al menos veinte años conociéndolo—, quería dar media vuelta alegando cualquier compromiso.

Él tenía un asistente, ¡odiaba la actividad!

No le gustaba explorar espacios para cumplir con la orden, ni tener que revisar artículos considerando caducidades, apariencia, o lo que se le ocurriera a Gerda o aplicara según el caso. Le parecía tedioso y ella obviamente lo estaba haciendo de castigo por emborracharse, o se lo habría encargado a la joven que limpiaba su casa, a quien él pagaba por responsabilidades como esa.

Por fortuna, ya había salido del repleto supermercado e iría a la licorería, donde solo tenía que escoger un vino a su gusto, lo cual fácilmente podría hacer y acabar con su encargo. Aquella encomienda era a la única que no le veía crítica.

Una vez encontró sitio donde aparcar, buscó sus guantes, e iba a colocárselos cuando una melena platinada apareció en su campo de visión.

En el local de enfrente, una florería, Elsa conversaba con uno de los vendedores, escuchando atentamente a lo que la pelinegra de aspecto latino decía. Solo tenía el perfil de ella, pero se daba cuenta que le interesaba mucho lo que oía y lo reflejaba.

Con el corazón raudo, no pudo apartar la mirada de su ex novia, ni con lo atractiva que era la interlocutora. Sus ojos verdes solo eran un imán para la inadecuada, y su cuerpo no le permitía accionar para continuar con su propósito de estar allí, que le alejaría metros de la escena presenciada.

Probablemente pedía recomendaciones de ciclámenes, su flor favorita, de la que nunca parecía saber suficiente. Tiempo atrás, se lo compartía a él, que tenía información de sobra. Predilecta del invierno, Elsa adoraba una de las flores de frío, símbolos de amor profundo, y era curioso que la prefiriera también otro inclinado por el arte, Da Vinci.

Hasta dejar de verse, no se había atrevido a cultivarlas, temerosa de arruinar algo así de bonito… pero podría ser diferente ahora.

Como si el mundo quisiera calmarle la amargura por llegar, en ese instante ella rio, del modo especial que no podía dejar indiferente a alguien.

Luciendo serena la mayor parte del tiempo, cuando se soltaba a reír genuinamente, su rostro se volvía la inspiración para todo tipo de artista; su belleza natural escalaba sobremanera.

Había un suceso en especial para ilustrarlo. En el primer año de preparatoria su grupo había decidido hacer un intercambio de regalos, en el que Elsa obtuviera una bola de nieve única realizada por Oaken, con un diseño de castillo alguna vez dibujado por ella; la suerte le había otorgado a él poder darle a su novia, así que se había esmerado en personalizar la sugerencia en la lista, encantándola.

Al reírse en el evento, todos se habían quedado mirándola con pasmo o embeleso, para ignorancia de Elsa, inmersa en su alegría.

Hans había sido privilegiado, pudiendo obtener esa risa por años, desde que ella le enseñara a patinar en el hielo en su infancia, hasta consiguiendo la perfección al instruirle él a conducir.

Una fugaz voz artera le hizo apartar la vista y clavarla en sus manos apretando sus guantes negros.

Ella podía reír así.

A su mente de gran retentiva no llegaban memorias de una felicidad similar en los últimos quince años.

Ya no había dudas de que él no había seguido su vida con plenitud desde su separación.

Sintió pena y rencor hacia sí mismo.

En cambio, viéndola a ella, por primera vez agradeció que encontrara su felicidad.

…&…

No en contra de lo esperado, sin dilación dio con el aburrido historial de Kai y una oportunidad para reunirse con él y conocerlo personalmente. Se había asegurado con el asistente de este, que quería hacerle una cita el día de Nochebuena, con una gran mujer, imposible de perder.

Tal vez lo movía la intriga o la soledad, mas era conveniente para Hans y no iba a cuestionarlo.

Se sintió en casa al ir a una de las instalaciones de la producción Northuldra, similar a muchas visitadas antes, donde estaban tan acostumbrados a famosos que no se inmutaron al pedirle su identificación en la entrada y reconocerlo. Solo otorgó un sencillo autógrafo a una de las calmadas guardias y sin problemas fue dirigido a la entrada de las oficinas donde le esperaban, en las que el mismo Kai lo recibiera, confirmando la hospitalidad por la que le describían.

Este, antes de comenzar un tour por el lugar, le había aclarado que platicarían sobre el tema cuando se reunieran con una abogada. Su hermana le había pedido ser precavido, por si acaso, y como su habitual representante estaba fuera de la ciudad, le había dado el número de la cuñada de un sobrino político suyo, de parte de su esposo.

Si era tan confiado que platicaba sus relaciones familiares con desconocidos, se explicaba su soporífera vida. Gerda le ayudaría a tener emoción y parecería encajar bien con ella.

Se callaría el escepticismo porque un hombre sin gracia condujera un programa muy popular… aunque se ganaba puntos en su recorrido, máxime al cruzarse con una fiesta en el sitio, que se estaba perdiendo por atenderle de manera extendida.

(Sospechar que Kai lo evaluaba en ese tiempo, también.)

Finalmente llegaron a una puerta con letrero de sala de juntas.

La persona ocupándolo era la menos esperada.

—Señorita King —Kai tosió—, Elsa, lo siento. Perdona la demora, no pude evitar mostrarle este lugar. Oh, veo que sí te gustaron las galletas de chocolate que preparé. Mi receta familiar no pasa desapercibida a nadie, a pesar de que dijiste que no las probarías y las llevarías a compartir con tu hermana.

No. Amaba tanto el chocolate como el invierno, pensó Hans, quien avanzaba sin otra cosa en mente, que ella.

¿Cómo era la tierra tan pequeña para coincidirlos así?

Y… Elsa ejercía Derecho Corporativo, como su padre y su abuelo, no el arte que había querido. Su sueño había sido puesto de lado.

El mundo se había perdido de una artista.

Vino a su cabeza una película del pasado. Por esas fechas, antes de ser novios, ella les había inscrito en un concurso navideño de adornar donas (menos común que las galletas, las casas de jengibre o los cupcakes), del que había aceptado, pese a afirmar que solo harían traseros peludos.

El día del evento, ella había admitido que era ridículo y que dejaran de participar. Él lo había hecho al contemplar sus ojos inseguros. La había movido el miedo y no un desempeño pobre; pues antes de desertar, Hans le había dicho que el suyo parecía una obra de arte, como era de esperarse de sus manos mágicas, que siempre mostraban su creatividad.

Desde entonces la había animado a perseguir su don.

¿Sería eso…?

La risa de Kai le hizo no distraerse más, como para sacar conclusiones estúpidas del ayer.

—En fin, me callo de las experiencias con mis galletas. Elsa, este es… probablemente lo conoces, o no, se oculta bien debajo de su indumentaria. Es el actor Hans… —Kai hizo una pausa. —Esperen, sus miradas, ¿se habían visto antes?

Los ojos estupefactos de Elsa interrumpieron su atención en él.

—Estudiamos juntos, los dos somos del mismo pueblo —informó Hans, tomando el mando, usando la práctica para recomponerse y pretender que todo marchaba perfectamente. —No lo esperaba —o debió hacerlo—, que estudiase Leyes, descuida.

—Eso lo explica. No es por querer sonrojarte, querida, pero me han dado excelentes referencias, y ella tiene un aire imponente que va con la profesión.

Actitud que había trabajado… no su verdadero ser.

O el que Hans conociera.

Un leve tono rosado tiñó sus pómulos.

—Gracias, Kai.

—Creo que serías como la realeza si te dedicaras a lo penal.

Ámbito que la habría destrozado.

—Y no la tendrías aquí —intervino él—. Hola, Elsa.

Pronunciar su nombre en voz alta provocó un salto de tensión en su cuerpo, después de un cortocircuito, o lo que fuera. Era fácil en su boca y un clamor que había salido al correrse entre sus brazos, sin contenciones, dentro de una burbuja en donde encerraran su pasión.

—Hola de nuevo. —Ella suspiró. —Efectivamente, fue inesperado y reprobado para mí, no preguntar por el actor en cuestión.

Kai rio, invitándolo a sentar y yendo por café.

—Lo hiciste, no seas humilde, pero te dije que sería una sorpresa. ¿Quién imaginaría un famoso de la talla de Hans? Estarás harto de los halagos, muchacho, pero eres de los mejores, y has estudiado. Leí tu tesis de especialidad en Interpretación textual y fue fascinante. Trabajaste tu don, por eso no es extraño que ya tengas larga fila de premios sin llegar a los cuarenta.

—Tuve suerte de poder hacer las dos cosas —replicó.

—Es cierto, debe tratarse de mi edad, yo no sé cómo llegué a este sitio, era un eficiente Contador, frustrado de Chef, porque eso no pagaría las cuentas. Tú no debiste escuchar a tus padres.

Hans rio forzosamente, no queriendo dirigir demasiado las cosas a la historia real… de ella.

Mantuvo sus ojos en Kai, para no centrar en lo que pudiera deberse a su ex novia.

—Ahora puedes pagar bien las cuentas y manejarlas tú mismo. Ganar, ganar… como lo haremos con mi razón de estar aquí.

—Esperemos. —Kai se acomodó en su asiento. —Vamos, quise oírte desde que te acercaste con tu propuesta.

—Te encantará.

Elsa se aclaró la garganta. Él la miró de reojo, estaba erguida, con posición defensiva, luciendo en esplendor su serio traje negro.

—Sí, ella tiene derecho a hacer todas las preguntas que quiera.

Hans sonrió de lado. Lo sabía.

Procedió a aclarar el asunto, resolviendo los pormenores sin ninguna oposición, hasta que concluyeron no necesitar papeles, para no enturbiar el momento con Gerda, también conocida por Elsa. La rubia creyó no entrar en un conflicto por saber de la mujer (a quien no viera por años), por la cual Kai manifestó sentir sumo interés.

Presentía que habría algo grande allí.

De algún modo, se sentía como si fuesen cupidos. Además, pasado los raros minutos iniciales y obviando que estaban en "bandos opuestos", habían convivido estupendamente. Los "viejos tiempos" dirían.

Quedó complacido.

Y lo estuvo al extremo de aceptar la invitación de Kai de unirse a la fiesta de abajo, dejándose llevar por su declaración de que nadie les haría caso, ni les correría, pues había contribuido mucho a esta (era uno de los organizadores).

Elsa también decidió participar.

El ambiente era todo lo que una blanca y tradicional Navidad podía pedir. Árboles decorados, un barbudo con duendes, trineo y renos, bastones de dulce y galletas de muñeco, muérdagos y ponche, botas y regalos, con larga lista de emborrachados que platicaban o se movían al desritmo con la música, si no estaban comiendo. Eran adultos bobeando y hasta lucía sencillo, pero en ese momento le resultó agradable.

Kai fue llamado por el Santa en relación a un sorteo, ocasionando que él se quedara a solas con Elsa, comiendo hojaldres mientras veían a la gente.

No debía beber algo virgen, o no habría tomado la decisión de invitarla a bailar, contándole un chiste tonto del Noel.

Ni de sacar a flote su primer encuentro de ese año.

—Antes de… me disculpo por llevarme el último regalo. Es para Gerda y… me puso fiero.

No fue del todo sincero, añadiendo la contribución de verla.

Elsa agitó la cabeza con una sonrisa.

—Está bien, tampoco se lo había prometido a Anna.

Bufó riendo.

El pasado pululaba entre los dos; sin embargo, el rastro de la camaradería era lo único que se prestaba a estar. Se encontraban en el instante, disfrutando de un círculo apartado de sus realidades, hasta burlándose como los dos niños que fueran al ver sus lenguas verdes de glaseado.

Y luego el DJ se puso nostálgico, colocando la música del desastre.

Realmente breve y básica en composición, Blue Christmas contenía un mensaje directo, irónicamente adecuado a los dos.

Trató de adaptarse, tomándola en sus brazos después de un siglo, pero su cuerpo sintió demasiado, machacándole y envenenándolo como al peor de los miserables.

Su garganta se cerró, con la callada sensación del dolor resurgiendo, saliendo del rincón imposible de olvidar, tras ser causa de mentiras a su propio ser.

Cuando los copos de nieve cayeran y las memorias regresaran, ella estaría bien.

Excepto que no fue así, reaccionó con shock, al sentirla apartarse para correr lejos.

…con los ojos llenos de lágrimas.

…&…

En Arendelle había una colina con vista a la ciudad, raras veces visitada por la gente en esas épocas. El frío se sentía más intenso, con las ráfagas de aire en la altura y la sensación de soledad que otorgaba el área.

Para Hans y Elsa nunca había sido así; era un sitio importante para los dos, su rincón en el que acompañarse y disfrutar del calor mutuo en días gélidos. Nadie los molestaba y podían acurrucarse, mientras ella dibujaba lo que veía y él observaba sobre su hombro, a veces cantando, otras solo manteniendo la mente en blanco, con la seguridad de tenerla cerca.

Hans no había regresado en años y descubrió que alguien había plantado prímulas, florecientes aun en esas condiciones.

Tenía la certeza que era la ubicación más precisa para reflexionar. El frío podría matarlo, pero necesitaba la presión y simbolismo de ese espacio olvidado.

La sentía ahí.

Entretanto, enfundado con un gordo abrigo soportaría lo más posible para alargar esa conexión y encontrar la respuesta por la que había ido allí.

Viendo las luces del pueblo, tuvo la impresión que había alguien mirándole; al espiar a su alrededor se dijo que era el fantasma de su vida con Elsa.

Musitó su nombre en voz baja, con más sentimiento que en su presencia, absorbiendo lo que había bloqueado por más de una década; ese amor que se creara con el paso de los años junto a ella, puesto de lado por una promesa de futuro no cumplida… sin haber obtenido un por qué.

Y había pensado que solo él lo sintiera, lo sufriera, al ser abandonado y nunca tener una señal de contacto, como si no le importara… Con su llanto, todavía quedaba algo en ella, igual que en él.

Ella podría haber llorado por la amistad perdida, la cercanía, lo que habían sido antes de convertirse en pareja. Incluso si era arrepentimiento, eso encajaba con la persona que había conocido.

No obstante, le dio vergüenza, porque nunca se había detenido a considerar a la joven con la que había crecido y a la que había amado, únicamente a la que se había desaparecido de su vida con la facilidad de la indiferencia.

Esa era la solución. Necesitaba saber qué había sucedido.

Podría recuperar a su amiga de infancia y no hacerla tabú.

O quizás era tiempo de aclarar el pasado y tener el adiós que no hubo, para dejar atrás ese capítulo… y a ella.

Le asustó descubrir que no le entusiasmaba.

(O era otro más de sus engaños.)

…&…

Los últimos días habían parecido una eternidad y solo eran tres desde que llegara a Arendelle. Ergo, el cumpleaños de Elsa.

Sin apenas planearlo, Hans se vio en el vecindario de la casa de sus padres, que no sabía si le ayudaría a encontrarla en el presente. No le preguntaría a Gerda, para no advertirle del cambio de pensamiento que había tenido, esperando acostumbrarse al respecto antes —verdaderamente había crecido en el lapso de horas, si es que no se preparaba para ese año en particular—.

Confiaba que, así como la casualidad la llevara en su camino cuando no lo quería, volvería a hacerlo cuando lo deseaba. Sino, se encargaría dar con ella lo más pronto posible, para no perderla después de las fiestas.

En la calle que protagonizara gratos momentos se cuestionó si era una buena idea buscarla precisamente en esa fecha. Su cumpleaños podía ser de armonía, y ni traía un regalo, o lo que pudiera interpretarse como tal.

Se acercó a la residencia de dos plantas, ahora pintada de verde grisáceo con blanco, caminando con lentitud. Contemplando el espacio de pocos cambios, revivía una pelea de nieve con Elsa, que se había extendido todo ese recorrido, entre las risas de dos pequeños risueños; tras ponerse a hacer ángeles y muñecos de nieve, se habían resfriado y acordado hacer las actividades de forma pausada los años siguientes, como había sido.

Ante la memoria sí sonrió con el agrado que le hacía justicia, error previo que corregía. Mucho había sido bello, independientemente de un turbio desenlace de los dos. Le debía gran parte de lo que era a esas vivencias.

Se detuvo al ver a la hermana menor de Elsa saliendo de un automóvil rojo, cargando un bebé y acompañada de un rubio, que sacó un pastel. Le asombró que Anna ya tuviera un hijo, lo cual no debería, por sus constantes aseveraciones de que se casaría pronto.

Sentenció que no era el día para interrumpirla, pero Anna volteó en su dirección y entrecerró los ojos, aproximándose.

—¿Hans, o estoy mal? Elsa dijo que traías barba.

Se quedó sorprendido de ser mencionado recientemente, aunque asintió.

Anna no lucía como si le odiara, si bien sabía que Elsa no le diría nada negativo suyo.

—¿Quieres entrar? Partiremos un pastel más tarde.

Negó.

—Solo pasaba, otro día le diré hola a Elsa.

Se retiró con la esperanza de que sí le recibiría cuando el momento apareciera.

…&…

Un sexto sentido debía haber advertido a Gerda de su resolución, más que la culpa. Acabada la cena, le había confesado utilizar su salud como chantaje para que él se acercara a Arendelle esas Navidades, sabiendo que Elsa también lo haría, después de unos cinco años celebrando fuera, debido a su nuevo sobrino.

Deseaba que la viera y ya no la odiara, en tributo al tiempo que habían sido unidos.

Era cierto; con dos personas civilizadas, que terminaran sin violencia y tuvieran un historial favorable, podían haber cerrado el ciclo usando la madurez. Ya lo podía ver. Había puesto más esfuerzo en lo negativo y se había comportado con poco atino, pudiendo hacerlo de mil maneras distintas.

Pensando en ello se quedó a solas en el salón, en tanto Gerda se retiraba a su dormitorio para la noche.

Así lo encontró un llamado a la puerta. Este le intrigó de inmediato. ¿Quién buscaría a la mujer a esa hora? No daban las diez, pero sus amistades tenían edades similares y con el frío tendían a recluirse si no había motivo de peso para salir.

Fue a atender, decidiendo que no molestaría a Gerda si no era indispensable.

Al observar por la mirilla se le escapó un jadeo.

Con un gorrito y bufanda oscuros cubiertos de nieve derritiéndose, Elsa esperaba pacientemente al dueño.

¿O a él?, estimó emocionado.

Abrió, sin abrigarse para recibir la corriente de aire. Ni le estremeció, cálido por la visitante.

Ella suspiró de alivio al verlo.

—Hans —murmuró sonriendo dubitativa. —Creí que no acertaría.

Rio en tono bajo.

—Entra, por favor —pidió con una cortesía que su yo del año anterior desdeñaría.

Por el vestido que llevaba debajo de sus prendas de abrigo, acababa de terminar su celebración de cumpleaños.

—Felicidades por otro año más.

Ella asintió.

—Anna me dijo que pasaste… no podía esperar a mañana para saber por qué.

Muy de ella. Le sentó bien saber que era su prioridad tan pronto se desocupara, como lo importante en su vida.

—Podemos hablar de ello en el salón, ¿te apetecería una taza de chocolate?

—¿De Gerda? Sin duda. —Agradeció que mantuvieran el buen humor de la fiesta.

—Calentaré un poco. Te muestro dónde ponerte cómoda.

Le enseñó el camino al salón y la dejó esperando hasta que la bebida tuvo mejor temperatura. Durante ese tiempo, él, con el corazón alocado, acomodó sus pensamientos para decir las palabras correctas; no debía dejarse llevar por alguna cosa negativa. Era una oportunidad, quizá la última y única, de obtener perspectiva.

(Sospechaba que la absolvería, y no le enfadaba.)

En su regreso, la encontró de pie, mirando el árbol. Sus orbes se iluminaban con cada parpadeo del pino, llenos de admiración y gozo por el escenario.

Él sonrió, feliz de verla en uno de sus elementos. Y combinaba a la perfección en ese vestido carmesí.

—¿Cómo has adornado el tuyo? —preguntó al mismo tiempo que ella se giraba en su dirección.

—Anna se ha encargado… como le he dejado hacerlo un rato. Gracias. —Elsa aceptó el chocolate y dio un pequeño sorbo.

Se sentaron en un mueble largo, él junto a la chimenea y ella más cerca del árbol, escudriñando sus respectivas tazas.

—¿Qué ocurrió?

Sus palabras se deslizaron entre los dos como un eco, respondidas por eternos segundos con el crepitar de las llamas.

Se habían citado en el aeropuerto para partir a Corona, la gran ciudad del arte, deseosos cumplir sus sueños de ser actor y dedicarse a la escultura, respectivamente.

Ella no había llegado.

Habían hablado por meses de ello, con inquietudes de parte de Elsa, quien días antes de la fecha marcada había parecido más resuelta que nunca.

Y por eso aguardó.

Siguió confiando en que no dejaría que su enemigo, el miedo, venciera.

Ambos dejaron sus tazas en la mesa sincronizados.

—Sé que tú no estabas convencida. Cambié mi vuelo, cancelé el tuyo y me quedé esperando en el aeropuerto para que aparecieras, al menos para decirme "nos vemos luego". Te llamé hasta que fue tiempo de partir, al día siguiente también… y durante ese año…

Solo obtuvo silencio.

Ella sollozó. Y no le gustó, como el día anterior.

—Hans, mis padres tuvieron un accidente esa mañana. —Se quedó sin respiración. —Fallecieron días más tarde. Estuve en el hospital… y después no te llamé, me dije que lo sucedido con ellos era porque quería abandonarlos y tener un futuro diferente al que aspiraban para mí. Me encargué de Anna, tomé decisiones prudentes.

Agarró una de sus manos temblorosas.

—Lo siento mucho. No estuve ahí para ti, nunca pregunté. Deberías odiarme. Era cuando más me necesitabas.

Se sintió horriblemente por lo egoísta que había sido. Impotente por no poder regresar a aquellos días. La imaginó sola, sobreviviendo, sin un apoyo que la acompañara para salir adelante, tragándose su desconsuelo y cargando con la angustia del mañana.

—Me encerré en mi dolor que no intenté más saber por qué me dejaste. Me necesitabas y te fallé. No al revés. Elsa, te amaba, pude buscarte en esas estúpidas horas del aeropuerto. Si no querías ir, despedirme y mantenernos en contacto… Modifiqué mi vuelo, no tenía que esperar que tú llegaras a mí. —Se pasó una mano por el rostro, frustrado. —Me destrozó que no respondieras mis llamadas por meses… Te recriminaba no importarte. Le prohibí a Gerda mencionarte; pude enterarme. Al año siguiente me soltó por accidente que te habías ido del pueblo, buscando algo… pensé que vendrías y podríamos encontrarnos. No lo hiciste, no respondiste mis otras llamadas y comencé a apagarte, a reprimirme de ti. Me concentré en conseguir la fama y pude hacerlo en poco tiempo gracias al coraje que me impulsaba. Y tú… sufrías por el fallecimiento de tus padres, por Anna, te hiciste cargo de ella entonces, con tu dolor, tan joven.

Elsa cogió sus dos manos y las apretó, suavizando su aflicción.

—No… no tienes por qué disculparte, nunca te he culpado o pensado mal de ti. Yo sabía dónde estabas, también pude buscarte. Me sabía tu número de memoria, tus intenciones. —Ella exhaló—. Lo cierto es que te hubiera arruinado tenerme contigo. Hans, lo siento, yo no creía en ti, en tu sueño, Dios, ni siquiera creía en el mío. No, lo he expresado mal; no creía que tú y tu sueño se concretarían conmigo allí. Te habría detenido tanto como a mí… mi negatividad y mi miedo. Por eso preferí usar la muerte de mis padres como excusa para no estropear tu sueño y no perseguir el mío. Y me fui por ese camino seguro que no me hacía plena, pero me aseguraba que todo estaría bien, convertirme en la abogada como se esperaba y no buscar esa ilusión de ser una artista. Lo dejé contigo. No tienes que pedirme perdón. Tú, lo lograste, y no sabes lo contenta que me sentí. Siempre fuiste más seguro e intrépido que yo.

Le dolió escuchar la resignación de su voz y la vida perdida por su falta de fe en sí misma.

—Elsa… Tú me dabas seguridad y me impulsabas a mucho, hasta del modo contrario me levantaste.

Ella sonrió tristemente, limpiándose una de las muchas lágrimas derramadas.

—No lo creo. Pero, lamento si te la arrebaté. Tú alimentabas la mía, y mi arte, me sostenías y alejabas el miedo, me dabas esperanza… aunque no llenabas la parte que me correspondía a mí. Y lo has hecho de nuevo al mirarte otra vez. ¿Sabes? Llevaba años sin intentar hacer una obra y el día que te vi cogí la arcilla y… Lo hice. Guardé todos mis sentimientos tras abandonarte y al verte otra vez… —Ella inspiró. —Perdóname por no cumplir nuestra promesa. Mis padres no apoyaron mi sueño, me di cuenta después que era por el miedo de perderme. Porque yo también tenía miedo de perdernos en la búsqueda de ellos… y lo hice de todas maneras. Perdón por romper con nosotros, por tirar tus sentimientos y nuestro amor… por la pena que te causé.

Los ojos de él se humedecieron. Había sufrido, pero había tenido momentos irremplazables, a los que solo le faltaba su compañía; en cambio, ella había padecido lo mismo o más, con la culpa de terminar con lo suyo y traicionarse.

Con creces, cualquier disgusto había sido reparado. Simplemente odió que las cosas hubiesen sido así.

La abrazó inusitadamente, depositando la fuerza que no le había entregado, toda vez que recuperaba la parte de su alma que se había quedado con ella.

Así era estar vivo.

Al separarse, le acarició la mejilla delicadamente. En sus ojos, vio un mar de emociones que lo llenaron de alivio y alegría.

Podían enmendar lo vivido.

—Cariño, te he extrañado —dijo ella tiernamente, leyendo sus pensamientos.

—No sabes cuánto, Elsa.

Él descansó su frente contra la de ella, agradeciendo que permanecieran en el corazón del otro. Hasta en detestar su sola idea le daba la llave de sí, manteniéndola presente para denegar la entrada de alguien más.

No había una mujer en su vida, ninguna significativa. Solo aguardaba por ella.

—Te quiero a ti, Hans. Y quiero retomar el arte. Después del limbo que dejó la muerte de mis padres, he vivido trece años encerrada en las convicciones que me dieron, sin ser libre de hacer lo que yo anhelaba. No es tarde todavía, ya no quiero dominarme por el miedo. Desconozco qué nos deparará el futuro, pero tengo la sospecha y la esperanza de que nos irá bien, ya no seré miedo. Y si no podemos funcionar de nuevo como pareja y quedamos solo como amigos, tú eres parte de mi mundo amado.

—Elsa, no te olvidé. Y aunque lo hicieras, no creo que hayas cambiado de la niña y la adolescente con un corazón de oro, que amaba el chocolate, los días de invierno y soñar con viajar por el mundo. Yo no he cambiado tanto en mi esencia. No puedo decirte que te amo porque no sé de la persona en la que te has convertido, sigo amando a la que conocí, y eres importante para mí, nunca dejarás de serlo. Te quise con lo mejor y lo peor de ti, y de mí… Quiero tenerte de vuelta… conocer y amar a quien eres ahora.

—Todo lo que soy hoy es lo que me obligué a ser. Sin embargo, hay una cosa que no cambia… eres tú en mi corazón. Gracias por llegar a mi vida.

Sonrió y la apoyó en su hombro, abrazándola; regocijándose por recuperarla. Nunca estaría tan en paz como en ese instante, porque tenía todo lo que le hacía falta.

Y el futuro estaría bien.

Se mantuvo observando el árbol y la nieve que caía, sin detestar su significado como antes, consciente de lo que había sucedido. Había eliminado sus inviernos y no había disfrutado sus Navidades porque no tenía a quien les daba sentido. Volvería a vivirlos teniéndola a su lado. Con ella de vuelta, el mundo era mejor.

Así se mantendría.

Presionó su hombro al oírla tararear contenta, bendiciéndole a él con su voz de ángel. Estaba pletórico y hambriento de todo lo que pudiera darle y llevaba años sin tener.

No hubo otras palabras, solo la música y el cariño que cautivaba su corazón. En algún momento, sus rostros se giraron y de a poco, se aproximaron.

Tras larga espera, sus labios volvieron a ser suyos.

Más tarde lo analizaría con detenimiento y se daría cuenta que comenzarían de nuevo alrededor del solsticio de invierno, regresando la estación a su vida.


¡Hola!

Llegando hasta aquí, pudiste con un cliché soso, con dosis de drama. ¡Felicidades!

Esta historia se publicó un poco tarde, tendría que haber sido al cumpleaños de Elsa, pero no conseguí terminar más que hoy, mi límite. Si no acababa para el 25, pasaría otro año sin terminarla, y ya llevaba en planes desde 2020 ja,ja. Eso sí, originalmente era un reencuentro navideño, más alegre, pero se acortaron los días.

Todavía puede que edite, aunque podría ser para 2023 XD.

En fin, les deseo sigan disfrutando sus fiestas.

Besos, Karo.