Le frustra no haberlo notado antes, le llena de rabia no tener ni idea de quién se trataba y le exaspera no poder hacer nada. Lo único que lo tranquiliza, al menos levemente, es que por lo menos puede asegurarse estar todo el tiempo al lado de Elsa, protegiéndola, apartándola de la mirada de quién sea que fuera el infeliz que estuviera siguiéndoles y observándoles desde lejos.
Hiccup no tendía a pasearse por zonas muy concurridas en las tardes, a plena luz del día, donde hubiera tantas malditas cámaras de seguridad de las que no tuviera ni pudiera tener control absoluto. No hacía cosas tan mundanas como simplemente pasearse por las costosas y extravagantes tiendas de un centro comercial visitado por todo tipo de personas... pero Elsa había querido pasear con él aquel día, le había convencido con la idea de concluir el paseo con una cena romántica en el restaurante de su elección y había jurado y perjurado que tenían que aprovechar para comprar miles de cosas para Chimuelo —Hiccup había aprendido bastante rápido que su precioso angelito sencillamente no podía evitar consentir de manera exagerada a su mascota—, así que habían ido a pasear porque ¿quién era él para negarle nada a su princesa?
Y todo estaría completamente bien si no hubiera ningún maldito imbécil espiándolos en algún punto de ese maldito lugar. Alguien los estaba observando, alguien ha estado siguiéndoles al menos cuatro tiendas seguidas, fijándose específicamente en Elsa.
Ella estaba revisando algunos juguetes para Chimuelo mientras él la mantenía pegada a su cuerpo, abrazándola por la cintura y manteniendo su delicado cuerpo oculto tras el suyo mientras disimuladamente intentaba mirar en todas las direcciones posibles para reconocer a cualquier tipo de persona que pudiera verse mínimamente amenazante o sospechoso.
Las constantes advertencias de su madre y de Astrid resonaban en su cabeza, irritándolo por completo. Podría ser alguien de las familias con las que peor relación mantenían, podría ser alguien a quien le hubiera llegado el rumor de que mantenía algo serio con una mujer que era un blanco fácil por lo poco protegida que estaba. Si alguno de ellos consideraba beneficioso ponerle una mano encima a Elsa para conseguir algo de dinero o cualquier otra cosa... no quería ni imaginarse qué le podrían llegar a ser a su pobre angelito.
También estaba la idea más tranquila, aquella que podía manejar mejor... aquella que le traía algo de calma porque era algo controlable.
Podría ser solo Frost, tocándole las narices, provocándole, buscando conseguir una reacción violenta y descontrolada de su parte, simplemente disfrutando con su desagrado y con la rabia que su mera presencia le provocaba. Aunque le volvía loco tan siquiera pensar que Frost estaba siendo tan descarado mientras observaba tan fijamente a su mujer, aunque le volvía loco ser consciente de que, si se trataba de ese imbécil, seguramente en estos momentos estuviera imaginándose todo tipo de escenarios en los que tomaba lo que era su propiedad. Aunque todo eso lo volvía loco... era mucho mejor escenario que alguien de alguna familia rival realmente hubiera descubierto su nuevo punto débil y desprotegido.
—¿Qué vas querer comer, cielo? —la voz de Elsa lo aleja de sus pensamientos, se fija en ella de inmediato, incluso aprieta un poco más su agarre en la cintura. Mientras le hace esa pregunta, ella tiene la mirada fija en dos peluches diferentes, no tiene ni idea de todo el nerviosismo que siente su novio, mucho menos se puede tan siquiera imaginar que alguien los ha estado siguiendo desde hace tanto tiempo, está demasiado preocupada en todas las cosillas que quería comprar para consentir a ese encantador gatito juguetón.
—Nada en especial —le responde con esa falsa calma que hace años perfeccionó. Se inclina levemente sobre ella para darle un corto beso en el cuello, lo que provoca leves cosquillas en Elsa—. En estos momentos incluso algo de comida rápida me serviría.
—Oh sí, una cena romántica en KFC, eso definitivamente sería encantador —bromea ella, rodando los ojos y volteándose levemente para verlo a los ojos. Para sorpresa de Hiccup, Elsa nota de inmediato que algo va mal, por lo que se voltea un poco más hacia él mientras suelta los juguetes—. ¿Estás bien? Tienes mala cara.
Fuerza una sonrisa que realmente no está muy seguro de si convence o no a Elsa, de todas formas la sujeta de la cintura para darle vuelta y así poder darle un beso en los labios con mayor facilidad.
—Solo tengo algunas cosas del trabajo en la cabeza, no tienes por qué preocuparte —le asegura y realmente espera que le crea, Elsa se queda un rato quieta, mirándolo fijamente con una mueca algo divertida, rodeando lentamente su cuello con los brazos para luego empezar a juguetear con sus alocados mechones de su nuca. Hiccup rueda los ojos con algo de gracia antes de volver a darle un rápido beso en los labios. —Está todo bien, te lo digo de verdad.
Elsa continúa con su mueca divertida. —Siento que hay algo más, ¿estás cansado? ¿quieres ir a casa a descansar o algo? Puedo cocinar algo para la cena en lugar de ir a un restaurante.
A Hiccup le parece una buena excusa, una buena forma de tranquilizarla. No es que algo malo esté ocurriendo, es que sencillamente viene de una dura jornada laboral y la idea de seguir caminando y caminando en lugar de ir hacia alguno de sus apartamentos de una buena vez. Suspira pesadamente, lo cual en verdad sí que lo relaja un poco, y se pasa una mano por el cabello mientras desvía la mirada.
—No quiero interrumpirte si te lo estás pasando bien, pero lo cierto es que estoy agotado, princesa.
En cuanto vuelve a mirarla, sabe que finalmente ha logrado convencerla. Elsa se disculpa apresuradamente por haberlo presionado, él le asegura que no tiene que disculparse por nada, que todo está bien, es solo que le gustaría estar tranquilo en casa sin tener que hacer nada. Ella le da un tierno beso en la mejilla y le asegura que pueden ir en ese momento de regreso a su departamento, que le prepara algo y que le encantará.
El finge que recibe una llamada en ese momento, chasquea la lengua con molestia.
—Es mi padre, tengo que cogerlo —le dice con un tono de aburrimiento, dejándole en claro que preferiría no tener que lidiar con esa falsa interrupción—. ¿Por qué no vas pagando y te espero en el coche, cariño?
Elsa asiente y le dedica una sonrisa, pero antes de irse vuelve a girarse y le muestra los mismos peluches que antes revisaba. —¿Cuál crees que le gustará más al niño?
—Al niño —repite, alzando una ceja y con sorna.
—Sí, al niño —insiste con firmeza, negándose a retractarse en lo absoluto—, responde rápido que tienes que pillar una llamada.
Hiccup finge contestar para colocar el móvil contra su oreja y fingir que no tenía tiempo para una conversación tan simple. Se hunde en hombros mientras se va apartando. —Llévale los dos, ¿qué más da?
Ella niega la cabeza con una juguetona expresión de exagerada decepción. —Cuando me convierta en su favorita no quiero oír ninguna queja de tu parte, ¿entendido? —lo regaña con algo de seriedad, pero sí que termina llevando ambos juguetes hacia el mostrador.
En cuanto Elsa deja de verlo, Hiccup guarda el teléfono y avanza a paso ligero hasta una de las tiendas de al lado, en dónde Frost está parado con un rostro inocente, sonriéndole como un niño orgulloso de su travesura.
Ni tan siquiera le deja decir palabra alguna antes de pillarlo del cuello y empezar a tirar de él hacia un lugar sin testigos.
Incluso después de estamparle la cabeza contra el lavamanos cinco veces, Jack seguía sonriendo. Tal vez porque, como siempre decía Astrid medio en broma medio en serio, a ese lunático el dolor le excitaba, tal vez porque adoraba terminar recibiendo palizas de su jefe, o tal vez verlo tan furioso aliviaba hasta cierto punto el dolor que estaba sintiendo.
—Hay que ver —le dice observando el reflejo de su jefe en el espejo del baño público en el que Hiccup los encerró en cuanto el lugar se liberó de otras personas—. Tienes a tu mujer esperando por ti, pero tú prefieres estar encerrado en el baño con..
Antes de que pueda terminar su frase, Hiccup le aprieta con más fuerza el cabello y lo estampa unas tres veces más contra el lavamanos de cemento. Su nariz está completamente destrozada a este punto, sus dos ojos están poniéndose morados y una herida que no deja de sangrar a borbotones se le ha abierto entre las cejas, pero de alguna forma no se le ha roto ningún diente... Tal vez con unos cuantos golpes más Hiccup sería capaz de arruinar para siempre esa puñetera sonrisilla inaguantable.
—¿Por qué haces estas cosas, Frost? —le pregunta con honesta curiosidad—. Siempre te termino pillando, siempre te termino encontrando por mucho que te escondas, siempre te doy una paliza para que aprendas de una vez que mi mujer está completamente fuera de los límites, ¿por qué demonios insistes en provocarme?
Jack se limita a mirarlo a los ojos por unos lentos segundos hasta que suelta una risotada.
—Supongo que me lo merezco —responde, hundiéndose en hombros—. No estarás nunca satisfecho a la hora de torturarme cuando me folle a tu linda zorrita, así que te dejo pegarme para que vayamos saldando cuentas, amigo.
Hiccup maldice irritado cuando Jack escupe sangre sobre la manga de su camisa a causa del puñetazo que le da en la boca del estómago. Puede ocultárselo a Elsa hasta llegar a casa, y allí tiene diferentes opciones... limpiarlo de inmediato llamaría demasiado la atención, y esperar hasta que Elsa esté durmiendo para limpiarlo provocaría que la sangre fuera más difícil de quitar... tal vez podría sencillamente tirar la camisa en cuanto llegara a casa, arrojarla en su oficina en la que Elsa no solía entrar hasta que pudiera deshacerse para siempre de la prenda.
Se arremanga las mangas, quitar las manchas de sangre de su piel era infinitamente más sencillo.
Ve que Frost intenta levantarse del suelo, con dificultad, pero lo va logrando. Se le pasa por la cabeza la idea de aplastarle y romperle cada uno de los dedos, pero sabía, por las miles de veces que su madre se lo había repetido, que las manos de Jack eran importantes para el trabajo, que no podía hacerle daño allí. Si quería torturarlo, tendría que ser en cualquier otra parte de su cuerpo.
Le patea en el pecho para regresarlo al suelo, algo resuena, un seco crujido, seguramente alguna costilla. No está seguro de qué se ha roto, pero algo se ha roto, y eso por fin le saca una sonrisa.
Y el gesto se extiende mucho más cuando una cruel idea se le pasa por la cabeza... ¿Quién decía que Frost era el único que podía tender trampas y engañar a sus víctimas?
Le pisa levemente el cuello contra el piso, logrando que, por primera vez, Frost mostrara una mueca de dolor en lugar de esas malditas sonrisas grabadas en su paliducho rostro. Se siente tan tentado en reventarle el cráneo contra el suelo, pero la voz de su madre sigue presente, recordándole que Frost, por muy desagradable que fuera, era necesario, útil y leal, que tenían que dejarlo vivir por el bien del negocio, que su muerte causaría más problemas que alivios.
—Tú y yo hablaremos esta noche en la mansión, ¿me entiendes? —le dice en el mismo tono rabioso con el que siempre le da órdenes—. A medianoche, te quiero allí a medianoche, Frost. Ya estoy cansado de tus mierdas.
Se va sin decir nada más, sin importarle todo el desastre que está dejando detrás en aquel maldito baño público, sin importarle que Frost todavía no puede mantenerse en pie, que se estará desangrando. No le importa ninguna de las huellas o pruebas que deja atrás, ese el problema de Frost, ese el trabajo de Frost, ocultar sus arranques de ira, limpiar sus desastres, cubrir sus pasos para que la policía jamás pudiera verdaderamente vincularlo con sus oscuros trabajos. Se limita a limpiarse la sangre de las manos, solo para evitarse ninguna pregunta de parte de Elsa.
Avanza tranquilamente, como si no pasara absolutamente nada, disfrutando de la caminata, tranquilizándose solo por la idea de que está a unos pocos minutos de irse a casa con su precioso angelito para descansar y olvidarse de absolutamente todo lo que quedaba en el mundo exterior. Se asegura por unos momentos que la mancha no se note demasiado y la revisa desde varios ángulos. Según él no se ve nada, incluso sabiendo que está ahí es imposible encontrarla, había tenido suerte que había sido algo pequeño, unas cuantas gotas algo grandes, también había tenido mucha suerte de que hubiera sido sobre su manga, que podía arremangar, y no sobre su torso, que no le permitiría ocultar nada.
Para su sorpresa, llega al carro antes que Elsa, aproximadamente unos cuatro minutos antes. Se desestresa un poco cuando se permite reírse de lo que Elsa le cuenta, su pobre princesa llegó frustrada, explicándole que se había olvidado dónde había dejado aparcado el vehículo y que había estado dando vueltas hasta finalmente verlo.
Vigila de vez en cuando su ropa mientras va conduciendo, tiene que respirar profundamente varias veces para que no se note su nerviosismo, en ningún momento se nota la mancha de sangre, Elsa ni siquiera tiene la mirada en él, mira por su ventana, apreciando el paisaje mientras entabla una conversación sin mucho sentido. Va contándole cosas sobre sus amistades, sobre su hermana, sobre algunos dramas en el trabajo, nada realmente serio, nada que le obligara a pensarse una buena respuesta.
Se pasa una mano por el cabello para intentar tranquilizarse cuando llegan a estar a pocos kilómetros de su edificio, cuando suspira pesadamente mientras se detienen en un semáforo en rojo, se da cuenta de que estaba mucho más estresado de lo que se había permitido notar. Aprieta con rabia los dientes mientras maldice en su mente a Frost y su horrible tendencia de siempre arruinar su buen humor mediante sus condenadas amenazas y estupideces.
Hiccup pega un leve respingo cuando siente una de las manos de Elsa sobre su muslo, acariciando de arriba abajo, apretando juguetonamente en cuanto encuentra su miembro.
—Sigues con esa cara de querer matar a alguien —le dice juguetonamente, inclinándose hacia él para dejarle un húmedo beso en el cuello, sacándole un gruñido gustoso. En cierto punto esas últimas palabras tenían gracia, Hiccup realmente quería matar a alguien en ese momento—. ¿No será que sencillamente quieres hacerlo en cuanto lleguemos a casa?
—Te lo haría aquí mismo —jadea encantado mientras se remueve levemente bajo la mano que sigue acariciándolo por encima de la ropa.
La risilla pícara de Elsa provoca una incendio asfixiante en cada centímetro de su cuerpo, está más que dispuesto a tomarla allí mismo, ponerla sobre su regazo y descargar toda su rabia, estrés y hartazgo sobre su delicado cuerpo hasta quedarse satisfecho. Intenta tomar sus labios bruscamente, pero Elsa le sujeta con algo de fuerza su rostro con una sola mano y le obliga a encarar la carretera.
—Ojos a la carretera, cariño, estás en verde —le da un sonoro beso en la mejilla antes de alejarse por completo de él, manteniendo sus manos completamente lejos de él, provocando algo de indignación en Hiccup por la brusca separación. Quiere decirle algo, pero detrás de él alguien pita varias veces, por lo que no tiene más remedio que seguir avanzando, con algo más de velocidad de antes, solamente pensando en como la castigaría para que aprendiera a no provocarlo de esa manera.
No es que le disgustara ese comportamiento coqueto y juguetón de su angelito, le gustaba cuando ella se le ponía encima con esa sonrisa de diablilla y tomaba control de lo que se hacía y se dejaba de hacer, pero jamás había disfrutado de que le quitaran el dulce de la boca, odiaba tener que esperar más de lo que estaba dispuesto, odiaba cuando le toqueteaban por encima de la ropa para luego no permitirle tomar todo lo que le correspondía. No era un hombre lo suficientemente paciente cuando le daban una probada de algo para luego arrebatárselo. Podía esperar para que Elsa lo conociera bien, podía mirar de lejos, sin no poder tocar ni tomar nada, pero que le quitarán aquello que ya poseía lo volvía completamente loco, que le quitaran la comida de la boca lo ponía furioso.
Le llega una idea a la vez que ellos llegan al edificio. Mientras la puerta del estacionamiento subterráneo está abriéndose, Hiccup murmura una cosa con falsa inocencia.
—¿Alguna vez te habías fijado que todas las lunas de este carro están tintadas? —le pregunta con una sonrisa ladina mientras le da unos toques con los nudillos a la ventana de su lado.
Elsa entiende de inmediato lo que quiere decirle con eso. —Haddock, ni se te ocurra —gruñe de inmediato, poniéndose recta en su asiento y removiéndose nerviosa en cuanto ve a Hiccup poniendo el seguro a todas las puertas.
En cuanto estacionan, él tira un poco su asiento hacia atrás mientras se quita el cinturón de seguridad. Se da unas palmadas en el regazo mientras la mirada de reojo.
—Ven aquí.
—Ni de coña —responde bruscamente con las mejillas rojas por completo.
La sonrisa de Hiccup se extiende con gracia. —Princesa, esto lo podemos hacer por las buenas o por las malas —le va explicando con gracia—. No nos va a ver nadie —le asegura, colocando ahora él una mano sobre su muslo, como si intentara convencerla, pero su tono terminó sonando demasiado brusco—. Ven aquí —repite, con algo más de firmeza, con un poco menos de paciencia.
Elsa está visiblemente incómoda, removiéndose en su asiento y apoyada incómodamente contra la puerta de su asiento, sin el cinturón de seguridad. Hiccup se quedó unos largos segundos mirándola fijamente hasta que suspira pesadamente. La toma de la cintura con ambas manos y sin mucho problema logra ponerla sobre su regazo, sonríe con algo de sorna ante su falta de pelea, no patalea y no empieza a gritarle, tampoco intenta arañarle ni golpearle. Siente como tiembla un poco sobre él, ve como aprovecha que la ha dejado sentada de forma que puede darle la espalda para ocultar su rostro sonrojado. Por unos momentos no entiende porque esperaba un comportamiento más violento de su parte, pero pronto llega su respuesta. Hiccup estaba más acostumbrado a las mujeres desesperadas y consumidas por la rabia de su casino, aquellas que se volvían pequeños animales salvajes cuando algún cliente quería forzarlas a algo que ellas no habían accedido. Recuerda haber tenido que llevarse a alguna de esas alocadas muchachas a una habitación solitaria antes de que se cargaran algún cliente maleducado. Está acostumbrado a la violencia de ellas, la calma y tranquilidad de Elsa, incluso en momentos que no le agradan, es algo a lo que no está acostumbrado, algo que solo recuerda haber visto en una que otra tímida muchacha nueva que aún no comprendía cómo sobrevivir entre bestias.
Le causa demasiada ternura, le recuerda por qué, a pesar de sus momentos más coquetos y sensuales, sigue viéndola como su lindo e inocente angelito.
Mientras acariciaba lentamente su cintura y caderas, no puede evitar que esa vocecilla de negocios hable sin parar. Cualquiera pagaría una fortuna por tener a alguien como Elsa, tan delicada, tan tierna y obediente. No bastaba con tener una figura perfecta —que evidente su princesa tenía—, muchos de los hombres que iban a su casino querían alguien que no les causara ningún problema, alguien que les endureciera el ego además del miembro, alguien joven, alguien que por lo menos pudiera fingir algo de inexperiencia, alguien que los hiciera sentir experimentados y conocedores de los misterios del placer. Les gustaba el poder que las muchachas más jóvenes y desesperadas les entregaban, y Elsa eso lo hacía perfectamente. Seguramente era porque en verdad quería acostarse con él en lugar de estar haciéndolo por dinero y supervivencia, pero la cosa es que le preocupaba muchísimo ser capaz de complacer, estar a la altura de lo que recibía, ser capaz de brindar el placer que ella también esperaba para sí misma.
Elsa era obediente, podía decirte que no pero luego terminaba pidiéndote que siguieras, que lo hicieras más rápido y más fuerte. Elsa era una preciosidad, ese tipo de bellezas que otras intentan imitar mediante tintes, maquillajes u operaciones. Era tan fácil desearla y quererla, era tan fácil encandilarte con ella.
Cualquiera pagaría una fortuna por tener a alguien como Elsa, cualquiera lo daría todo por tener a Elsa.
La toma con algo de brusquedad de la cintura para atraerla hacía él y así poder dejarle un beso en el cuello, logrando sacarle un agudo gemido y un leve brinco de su parte. —La próxima no te dejaré ir luego de provocarme de esa manera —no es una amenaza, es un aviso, es una promesa. La reafirma con un firme azote que provoca que dé otro brinco. Se inclina hacia adelante y le quita el seguro a las puertas—. Venga, bájate antes de que cambie de opinión.
Ella lo mira solo por unos segundos, con el ceño fruncido y con el sonrojo extendido hasta sus orejas, incluso le da un leve empujón contra el hombro antes de bajarse del vehículo. Hiccup suelta unas cortas carcajadas mientras la ve salir, aquella expresión era tan infantil y ese "ataque" fue tan delicado y tembloroso que no podía ni fingir que se indignado con ella. Espera unos segundos antes de bajar, los suficientes para tranquilizarse un poco, para calmar sus ganas de tomar lo que le pertenece allí mismo. Cuando finalmente sale, le quita las bolsas de la mano y le da un tierno beso en la frente, logrando sin problema su objetivo. Unos cuantos gestos románticos y atentos siempre lo libraban de que Elsa pensara por demasiado tiempo las idioteces que hacía.
Aquella noche, tiene que admitirlo, se le fue un poco la mano con Elsa.
Tal vez había sido el encontronazo con el desgraciado de Frost, tal vez había sido una tardía reprimenda por la manera en la que antes lo había provocado, tal vez sí que tenía demasiado estrés acumulado por todo el trabajo, pero la cuestión es que aquella noche había estado particularmente desenfrenado, no la había tratado bien, no la había tratado con esa calma y cariño con el que debía de haber tratado a su mujer, se había comportado como si Elsa fuera una más de todas esas muchachas que se habían metido en su cama para conseguir una muy buena propia. Incluso estuvo a punto de olvidarse de lo importante que era para ella que se tomara su tiempo para mimarla y llenarla de besos y elogios cuando terminaban.
A diez minutos para la medianoche, Hiccup se sienta perezosamente en la cama para ponerse la primera ropa que encuentra, hace el menor ruido posible, pero cuando termina de acomodarse los zapatos siente como Elsa le sujeta de la camiseta negra que había pillado entre la oscuridad.
Medio dormida, le pregunta. —¿A dónde vas, cariño?
—A fumar y a pasear unos minutos, princesa —le responde automáticamente, llevaba repasándolo varias en su cabeza antes de que ella siquiera se despertara. Se inclina sobre ella, acunando tiernamente su rostro para dejar un lento beso en sus labios—. Duerme, no te preocupes por mí, ¿de acuerdo?
Pero ella se queda agarrándolo de la camiseta un poco más de tiempo, y él, aunque sabe que le queda poco tiempo, no tiene el corazón para apartarse de su agarre. Elsa le hace una perezosa seña y él entiende de inmediato que quiere otro beso, así que le da tres más, para que esté más que contenta.
—Lleva tu móvil —le susurra contra los labios sin abrir los ojos—, por si acaso —apenas se nota por estar recostada de lado en la cama, pero Elsa se hunde de hombros.
Hiccup sonríe victorioso, agradeciendo que ella siguiera adormilada. —De acuerdo, princesa. No me demoraré.
Le acaricia una última vez el rostro antes de salir del apartamento.
Le hubiera gustado salir antes, llegar antes, pero son las doce de la noche para cuando cierra la puerta y el timbre del ascensor anuncia la llegada de alguien.
Se supone que está prohibido, pero de todas formas enciende su cigarrillo en cuanto Frost sale del elevador. Observa complacido como la sonrisa se le esfuma de inmediato de la cara, como si se la llevara el viento como al humo que él soltaba.
—Eres predecible de cojones, Frost —le saluda con un rápido asentimiento, ignorando las maldiciones que ese pobre diablo empieza a mascullar con rabia.
Se pasa una mano por el cabello blanco mientras suspira pesadamente. —Vale, tengo que admitirlo, me la has jugado pero bien —comenta, como si lo hubiera atrapado en un juego infantil o algo por el estilo. La sangre le hierve de la rabia, pero Hiccup decide mantenerse sereno—. ¿Te invito unas birras?
—No, ni birras ni hostias —gruñe, pero ni hace el amago de moverse en su dirección, solo levanta levemente su camiseta para mostrarle la pistola que traía consigo—. Caminaremos un rato, Frost, tú y yo vamos a dejar algunas cosillas claras.
Le da tanto gusto verlo tragar saliva con dificultad. —No puedes matarme —le recuerda con falsa seguridad—, por mucho que puedas demostrar que venía a follarme a tu mujer, no puedes matarme.
—No puedo matarte —vuelve a asentir, con una sonrisa calmada en su rostro—. Pero puedo dispararte, quemarte, partirte uno que otro hueso —le da una larga calada a su cigarrillo—. ¿Cómo están tus costillas, amigo? —pregunta imitando el mismo tono que el albino usó. Jack balancea su peso de un pie al otro mientras se pasa ambas manos por el rostro y el cabello. Estaba jodido—. Caminemos un rato, Frost.
