Capítulo 2.

Tras ver la solicitud de divorcio frente a él, la crema de la niña quedó en el olvido. Lo único que Shaoran se imaginaba era que Sakura cogía una maleta, a la niña y que se marchaba, dejándolo solo sin una explicación, a pesar de que le había prometido que cambiaría. Después, un montón de Sakuras aparecieron mientras repetían una y otra vez la palabra divorcio. Era tan martilleante que incluso acabó con la ensoñación. Rápidamente, volvió a dejar aquellos papeles donde los había encontrado y fue hasta el dormitorio.

–¡Shaoran!¿Qué pasa con la crema?¿Por qué has tardado tanto? –dijo ella al verlo con las manos vacías.

–No la encuentro. –dijo Shaoran, aunque realmente no acabó de buscarla tras la inesperada aparición de aquellos papeles.

–Está ahí mismo. –dijo Sakura saliendo del dormitorio. Cuando la cogió volvió para acabar de cambiar a la niña, pero su marido se quedó mirándola fijamente de manera extraña. –¿Qué?

–No, nada. Tiraré el pañal sucio. –dijo él cogiéndolo del suelo y escapando de allí, todavía muy confundido como para preguntarle a su todavía esposa.

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Sakura hablaba con su amiga Rei Tachibana por teléfono. Delante de ella tenía la invitación de boda, que tendría lugar ese fin de semana.

–Shaoran trabaja este fin de semana, pero no me importa. Me da mucha rabia porque ha pasado mucho tiempo y me apetece verte, pero no creo que pueda ir.

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–Quizás no venga. Siempre es muy puntual. Es extraño que no esté ya aquí. –dijo Eriol, que esperaba plantado a la entrada de la empresa junto a Shaoran.

–Siento llegar tarde. –dijo el cliente apareciendo por fin.

–No se preocupe. Sígame, por favor. –dijo Eriol tomando la delantera.

–Recibimos sus solicitudes y hemos modificado el plano para el segundo piso, tal y como quería. –explicó Shaoran mientras subían en la escalera mecánica hacia la zona de trabajo.

–Finalmente no construiremos la casa. –dijo el cliente algo avergonzado.

–Pero tenemos un contrato. –dijo Eriol.

–¿No está satisfecho con el proyecto? –preguntó Shaoran.

–No se trata de eso. –dijo el cliente. –Lo cierto es que anoche mi mujer me pidió el divorcio.

–¡¿Qué?! –exclamaron los arquitectos. Eriol agarró al cliente del brazo y lo llevó a una sala de reuniones, seguido de un Shaoran todavía muy confundido. Era como si de repente, la palabra divorcio le siguiera a todas partes.

–Todavía no me lo creo, pero anoche miré entre los papeles del banco, y allí estaba. –dijo el cliente una vez que se sentó.

–¿Se refiere a la solicitud de divorcio? –preguntó el castaño. A él mismo le pasó eso la noche anterior. Quizás era algo más común de lo que pensaba.

–¿Cómo lo sabe? –preguntó el cliente, pero Shaoran sólo hizo un gesto con los hombros, indicándole que fue casualidad. –Cuando le pregunté qué significaba ese papel, me dijo que había estado pensando durante un tiempo y que quiere el divorcio.

La reacción de Shaoran llevándose la mano a la cara con gesto derrotado sorprendió a Eriol.

–Hemos estado discutiendo toda la noche hasta hace un rato. –continuó explicando el cliente.

–¿Es así como va a ocurrir? –preguntó Shaoran sin esperar respuesta. Se veía a sí mismo en aquel pobre hombre, sólo que unas horas después.

–A mi mujer no le ha importado todo lo que le he dicho ni cuánto le haya rogado. Está decidida a divorciarse. –dijo el cliente con gran amargura y rompiendo en llanto.

–Cálmese, por favor. –le pidió Eriol.

–¡Todo se ha acabado! –exclamó el cliente.

–No sea tan pesimista. –le rogó Eriol mientras le ofrecía unos pañuelos de papel, aunque fue Shaoran quien estiró el brazo y agarró un pañuelo ante la atónita mirada de Eriol y del cliente. Tras secarse los ojos, se levantó y se dirigió al cliente, pidiéndole que se levantara. Tras hacerlo, le estrechó entre sus brazos en un abrazo que nadie esperaba.

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Tras aquel día de locos en el trabajo, Eriol y Shaoran se marcharon a la sauna para descargar tensiones, aunque primero decidieron darse un baño caliente.

–Nos has salvado. –dijo Eriol en la terma.

–¿Qué es lo que he salvado? –preguntó Shaoran.

–Al cliente, por supuesto. Podrías estar en el servicio de atención al cliente y dejarme los negocios a mí. –dijo Eriol, que sorpresivamente, el cliente se había visto muy reconfortado por el abrazo del castaño y dijo que intentaría salvar su matrimonio, y por ende, su contrato con la empresa. –No hay forma de que yo hubiese podido consolar a ese hombre.

–Ah. –musitó Shaoran.

–¿Qué te pasa? Es un elogio. –dijo Eriol extrañado al ver a Shaoran tan alicaído.

–Gracias. –dijo Shaoran levantándose para salir del agua, pero Eriol lo volvió a sentar.

–¿Qué te pasa? Te noto tristón desde esta mañana. Es como si hubieras sido tú quien ha encontrado los papeles del divorcio. ¡Ja, ja, ja!

La mirada de perrito indefenso de Shaoran le dio a entender a Eriol que así había sido, por lo que dejó de reír al instante.

–Mejor explícamelo en la sauna. –dijo Eriol.

–Parece que mi mujer está considerando divorciarse de mí. –dijo Shaoran ya en la sauna. –Pero no puedo permitirlo. Tengo un trabajo muy valorado y nunca la he engañado. Debe ser un error.

–¿Qué es un error? –preguntó Eriol, que parecía que su amigo había entrado en una fase de negación.

–Nada, olvidémoslo.

–¿De verdad crees que podrás olvidarlo ahora que has visto el papel?

–Entonces se lo preguntaré claramente. Es la mejor forma de arreglar las cosas.

–Espera. Me da la impresión de que estás pisando un campo minado. Volarás por los aires. –dijo Eriol ante la nueva determinación del castaño.

–Qué exagerado.

–A lo mejor, lo que le pasa a tu mujer es que está pasando por una depresión postparto. –aventuró Eriol.

–¿Qué quieres decir?

–Cuando las mujeres dan a luz se sienten como en una prisión en la que cuando están a punto de dormirse, despiertan. –explicó Eriol.

–Eso es imposible. –negó Shaoran.

–Para mí también. –dijo Eriol. –Si no recuerdo mal, tú esposa trabajaba antes de dar a luz, ¿verdad?

–Sí. –dijo Shaoran. –Está de baja por maternidad.

–De repente ha pasado de trabajar fuera a dar a luz, y de ahí a estar en casa. Tanto cambio puede que la haga emocionalmente inestable. –explicó Eriol.

–Entonces, ¿sí es depresión postparto? –preguntó Shaoran.

–Tras dar a luz las hormonas se vuelven locas. –dijo el enigmático hombre de melena oscura que Shaoran se encontró aquella noche que discutió con su mujer, y que había permanecido callado en el asiento superior de atrás. Tras decir eso, se colocó entre Eriol y Shaoran. –Tras dar a luz se produce una alteración hormonal con la que es difícil controlar sus emociones. Es necesario que la mimes bien. Adiós, caballeros.

Tras dar aquel consejo, el hombre salió de la sauna.

–¿Qué acaba de pasar?¿Lo conoces? –preguntó Eriol.

–No. –negó Shaoran, obviando el hecho de que no era la primera vez que le hablaba.

–Bueno, volvamos al tema. Creo que lo que necesitas es darle un respiro a tu mujer. –opinó Eriol.

–Sí, quizás necesite algo de refresco. –admitió Shaoran.

–Exacto. Eso hará que se calme la situación. Y tú también estarás calmado y sereno.

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–Calmado y sereno. –dijo Shaoran para autoinfundirse valor. Tras suspirar, abrió la puerta del apartamento. –Ya estoy en casa.

–Hola. –saludó su mujer delante de la puerta. Shaoran casi muere del susto. Frente a él, pero de rodillas en el suelo, estaba Sakura con el cabello más desordenado que nunca. Pero lo que le hizo temer por su vida fue ver que en su mano sostenía el diario de nacimiento de Akiho, justo donde anoche había encontrado la solicitud de divorcio. –¿Qué te pasa?

–Na…, nada. –fingió Shaoran.

Sakura se levantó y se sentó a la mesa, donde pasó algunas páginas del diario, seguida de Shaoran como si un perro estuviera tanteando el terreno, sin darse cuenta de que estaba acercándose demasiado. Cuando Sakura se disponía a escribir algo, miró a su marido.

–¿Qué te pasa?

–Nada. Sólo que tengo hambre. –volvió a fingir él.

–¿Todavía no has cenado? –preguntó Sakura con pesar mientras se levantaba para prepararle algo.

–Lo siento. –se disculpó Shaoran. Aprovechando que Sakura estaba en la cocina, intentó buscar la solicitud de divorcio, pero lo que encontró fue otra cosa. –¿Qué es esto?¿Una invitación de boda?

–Sí. Es de mi amiga Rei Tachibana. Se enteró de que está embarazada y ha adelantado la boda. Quiere casarse antes de que sea demasiado evidente. –explicó Sakura. –Ha sido un poco repentino.

–¿Y cuándo es?

–El sábado, pero ya le he dicho que no iré. –dijo ella.

–¿Cuánto hace que no ves a Tachibana y a tus amigas? –preguntó Shaoran.

–Ni me acuerdo. –dijo ella. Entonces Shaoran vio la oportunidad de liberarla de la prisión de la que le había hablado Eriol.

–Deberías ir. –dijo Shaoran para sorpresa de su esposa.

–¿Qué?

–Pasa tiempo con tus amigas.

–¿No has visto mi pelo? Estoy hecha un desastre. –dijo Sakura mientras le sirvió un plato con algo sencillo.

–Ve a la peluquería. –dijo él.

–No puedo llevar a Akiho ni allí ni a la boda. Es una niña demasiado demandante. –dijo Sakura. –Si fuera tendrías que quedarte tú con Akiho, y te recuerdo que nunca has estado solo con ella. Por eso le he dicho que no iré a su boda. Además, últimamente también estás trabajando los fines de semana.

–No importa. Me deben días libres. Me los cobraré. –dijo Shaoran decidido, aunque le asustaba la idea de cuidar él sólo de su hija. –Necesitas ralentizar el ritmo.

–¿Estás enfermo? Desde que nació Akiho nunca le habías prestado atención a esas cosas. –dijo Sakura sorprendida por la actitud su marido. –Ya sé. Te sientes culpable por algo, ¿verdad?

–Sólo quiero darte un respiro y sí le presto atención a esas cosas. –dijo Shaoran haciéndose el ofendido.

–¿Entonces te parece bien?

–Por supuesto. –dijo Shaoran. Sakura se abrazó a él contenta saltando de alegría.

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–Hola. –saludó Sakura al llegar a la tienda de Kaho, donde la pelirroja regaba algunas plantas.

–Hola Sakura. Vaya, te encuentro radiante y muy contenta.

–Es que, por primera vez mi marido ha comprendido mi infelicidad postparto, así que estoy muy emocionada. –dijo Sakura.

–Eso es maravilloso. –dijo Kaho.

–Ha comprendido que necesito descansar. Y todo gracias a ti, Kaho.

–¡Qué va! Simplemente es algo razonable. –dijo ella restándose importancia. –Venga, pasa.

Al entrar con el carricoche, se encontró a Rika, que llevaba el colgante que le regaló su marido.

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–Se puso muy contenta con el colgante. –dijo Terada.

–Me alegro. –dijo Shaoran, que habían vuelto al lugar donde estaban desarrollando el proyecto de Terada.

–¿Me he perdido algo? –preguntó Eriol.

–El otro día Li me ayudó a elegir un regalo para mi esposa. –explicó Terada.

–Como siempre, el Señor Terada siendo un devoto marido. –elogió Eriol.

–A veces también cuido de mi hijo. –dijo Terada.

–Para mí fue imposible quedarme yo solo al cuidado de mi hija. Cuando lloraba, no tenía ni idea de qué hacer. –dijo Eriol.

–Es algo que simplemente se maneja. Sólo podemos ganarnos su confianza si pasamos tiempo con ellos. –dijo Terada ante la sorprendida mirada de Shaoran. Parecía que su cliente no sólo era un buen marido, sino también un buen padre.

–Bien, ¿entramos? –propuso Eriol. Shaoran se quedó un poco rezagado, pensando que es lo que tendría que hacer él cuando se quedara con su hija. Simplemente, manejar la situación como pudiera, tal y como había dicho Terada.

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–Yo creo que a la mayoría de hombres les cuesta comprender que cuando una madre tiene un hijo, su crianza se vuelve el centro de todo. –comentó Kaho, que había comenzado a charlar con Sakura y Rika en lo que parecía ser una charla de mama friends.

–Yo también lo creo. –la apoyó Rika. –Cuando Kaito era recién nacido yo estaba hecha un manojo de nervios continuamente.

–La presión es enorme cuando tienes a esa pequeña vida a tu cuidado. Parece que no hay forma de que lo entiendan. –añadió Kaho.

–Totalmente de acuerdo. Es una preocupación continua. A veces, cuando Akiho está durmiendo tan tranquila, tengo que comprobar si respira bien. –dijo Sakura.

–Sí, yo también lo hacía. –reconoció Kaho. –Y después, era tal el ansia que soñaba cosas raras.

–Sí, yo también. –dijo Rika. –En esos sueños, cuando miraba al bebé, de repente su carita cambiaba a la cara de mi marido.

A las tres mama friends se les erizó la piel sólo de pensar en el repelús que les provocaba esa imagen con sus respectivos maridos.

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–Oh, Shaoran, qué casa tan genial. –decía Shaoran con un muñequito de Kobe Bryant mirando la maqueta, como si fuera el jugador de baloncesto el que hablara.

–Es una casa muy chula. –dijo Takashi Yamazaki acercándose por atrás y mirando la maqueta. Shaoran dio un bote al no esperar la aparición de su compañero.

–¿Os lo parece? Porque a mi mujer no. –dijo Shaoran cogiendo la maqueta y saliendo de allí, seguido de Yukito.

–¿Te has enterado del rumor? Por lo visto, una tía buena de no sé qué sección se unirá al departamento de ventas. –dijo Yukito emocionado.

–Siempre eres el primero en enterarte de los cotilleos. –dijo Shaoran con poco interés.

–Parece ser que es una bonita y sexi divorciada. –añadió Yukito sin perder un ápice de su emoción.

–¿Te has enamorado?

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Llegó el día en el que Sakura iría a la peluquería, por lo que había preparado un cartel con instrucciones sobre el cuidado del bebé. Un cartel que en opinión de Shaoran, era demasiado largo.

–Volveré en unas tres horas. –dijo Sakura, que cogió un muñeco de Derrick Rose, un jugador de los Chicago Bulls para señalar las instrucciones con su brazo articulado, aunque Shaoran estaba más atento a una revista de baloncesto en el sofá. –Básicamente todo lo que tienes que hacer es cambiar los pañales sucios por pañales limpios. No olvides usar toallitas y echarle la cremita. Cuando acabes de cambiarla, tiras el pañal en el cubo de los pañales sucios. Encima de la mesa he dejado leche y potitos, para que se lo des cuando sea la hora.

–Entendido. –dijo Shaoran, aunque no había prestado demasiada atención.

–Por la tarde siempre se echa una siesta. Eso la pone de buen humor al despertar. Y si llora, no le hagas caras feas, simplemente cógela en brazos y mécela hasta que se calme. Si no se calma, utiliza esta aplicación del móvil. Le gusta mucho. –dijo Sakura mostrándosela, ya que la había descargado en el teléfono de su marido previamente.

–Vale.

–Si salís de paseo, no olvides el portabebés, es más seguro. –dijo Sakura. –Con esas instrucciones ya puedes tocar a Akiho. ¿Lo has entendido todo?

–Sí, Derrick. –dijo Shaoran al muñeco.

–Para cualquier otra duda, lo tienes todo escrito aquí. –dijo Sakura. –Me marcho ya aprovechando que Akiho está dormida.

Sakura abrió la puerta del dormitorio para mirar a su hija.

–Adiós, Akiho. Volveré en un ratito. –susurró Sakura, a la que le costaba alejarse de ella. Al fin y al cabo, sería la primera vez que estaría tanto tiempo sin ella. –Bueno, me marcho.

–Adiós. Que lo pases bien. –la despidió Shaoran con Derrick Rose en la mano, como si fuera el muñeco quien la despedía.

–Cuento contigo. –dijo Sakura, a lo cual el castaño asintió.

Una vez que Sakura se hubo marchado, Shaoran se asomó a la cuna. Tras sonreír, cerró la puerta con cuidado.

–Bien. –celebró en voz baja.

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–Te ha crecido mucho el pelo. Hacía meses que no te veía. –le dijo la peluquera a Sakura.

–Sí. –dijo Sakura. –Por cierto, como no sé cuándo podré volver otra vez, sanéalo e intenta hacerme algo que me dure.

–Entendido. Empecemos por el champú. ¿Quieres que te guarde el teléfono? –preguntó la peluquera al ver que la castaña no soltaba el móvil.

–No. Es que es la primera vez que mi marido cuida a nuestra hija y estoy un poco preocupada. –admitió Sakura.

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Shaoran aprovechó que la niña estaba durmiendo para dormir él también junto al muñeco de Derrick Rose, cuando la vibración del móvil lo despertó. Era su mujer preguntándole cómo estaba la niña.

–Todo va bien. –dijo Shaoran mientras le escribía. Nada más enviar el mensaje, Akiho comenzó a llorar. Shaoran abrió la puerta y se asomó a la cuna.

–Hola pequeña. ¿Te has despertado? –preguntó Shaoran, pero la niña seguía llorando, por lo que la cogió en brazos. Entonces notó el peso del pañal y acercó su cara para oler, temiéndose lo peor. –Parece que es pipí. Gracias.

Agradecido de que milagrosamente no fuera caca, un Shaoran sorprendido de sí mismo consiguió cambiarle el pañal sin demasiado problema y tras prepararla, salió con ella a dar un paseo por el parque del barrio. Aunque llevaba el carricoche, Akiho iba en el portabebés, sujetada al pecho de su padre. Al llegar al parque, se dio cuenta de que era el único progenitor masculino allí.

–Hola, he preparado un poco de sushi. –dijo un niño ofreciéndole lo que parecía sushi de juguete.

–Oh, muchas gracias. –dijo Shaoran agachándose a la altura del pequeño para tomar un trozo y fingir que lo comía.

–Eres raro. –dijo el niño.

–Disculpe. Perdone a mi hijo. ¿Me devuelve el juguete? –preguntó la madre del pequeño.

–Oh, claro. –dijo Shaoran devolviéndole el trozo que se había "comido".

–¡Qué adorable! –dijo la madre del niño al ver a Akiho. Aquello fue como una llamada para las otras madres, que también se acercaron a ver a Akiho.

–¿Las conoces, Akiho? –preguntó Shaoran a su hija.

–Eres nuevo por aquí, ¿verdad? –preguntó otra madre.

–Sí, me he tomado el día libre. –admitió él.

–¿Para darle un descanso a la madre? –preguntó otra, a lo que él asintió.

–¡Es genial! –exclamaron las madres con envidia.

–Sí. Hoy mamá está en la peluquería. –dijo Shaoran, que comenzaba a sentirse cómodo.

–Ojalá mi marido hiciera lo mismo. –deseó una de ellas.

–Tienes un papá fantástico. –le dijo otra madre a la niña.

–No. Es algo natural para un padre. –dijo Shaoran cogiendo más confianza.

–Si mi marido hiciera eso sólo durante un día me enamoraría de nuevo de él. –comentó otra mujer. Aquello sí que captó la atención de Shaoran.

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–Muchas gracias. –dijo Sakura mirándose en el espejo de la peluquería cuando acabaron de peinarla.

–Espero que no vuelvan a pasar meses hasta que vuelvas. –dijo la peluquera.

–Trabajaré para que mi marido se quede con la niña más a menudo. –dijo Sakura a modo de promesa.

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Al salir de la peluquería, Sakura recibió una notificación de mensaje. Al abrirlo, vio que su marido le había enviado una foto en la que aparecía él sosteniendo a Akiho en el centro rodeado de un montón de madres muy sonrientes con sus hijos.

Parecía ser algo tan poco usual por la zona que le pidieron inmortalizar el hito de que un padre estuviera cuidando de su bebé.

–Parece que se ha acostumbrado muy rápido. –dijo Sakura sorprendida.

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Tras el paseo volvieron a casa, donde Shaoran se puso una camiseta roja de los Houston Rockets. También le puso la misma camiseta a Akiho. Cuando Sakura estaba embarazada no había podido evitar comprarla para la niña, por lo que los dos veían un partido de los Rockets contra los Denver Nuggets.

–Oh, mira qué gran asistencia. –le decía Shaoran a Akiho, a la que tenía encima de él. Entonces, le levantó el bracito para celebrar. –¡Canasta! Hemos ganado.

–¡Ya estoy en casa! –exclamó Sakura corriendo para tomar a su hija. –¡Oh, Akiho, cuánto te he echado de menos!¿Ha ido todo bien?

–Ha ido perfecto. –dijo su marido tras darle un trago a un botellín de cerveza. –Akiho es una niña muy buena. Es un trocito de pan.

–¿Ah, sí? –dijo Sakura mientras intentaba hacer que su marido se diera cuenta de su peinado convenientemente saneado y cortado.

–Si es así, no creo que el sábado suponga ningún problema. –dijo Shaoran, ignorando los intentos de su mujer para que halagara su peinado. –Todas las mujeres del parque me decían lo buen padre que soy.

–Oye, no bebas cerveza mientras estés cuidando de la niña. –le riñó Sakura.

–¿Y qué más da? A mí no me sale nada de las tetas. –dijo Shaoran poniéndose el botellín a la altura de su seno.

–Lo sé, pero si pasara algo el alcohol podría afectarte al juicio. –dijo ella. –Y otra cosa, ver el baloncesto la puede sobreestimular.

–Acabo de encender la tele. Además, creo que le gusta el baloncesto. –dijo Shaoran. Después miró a su hija. –Algún día iremos juntos al estadio. ¿Verdad? Pero ya sabes lo duro que es estar sola con el bebé. No puedes quitarle los ojos de encima y no te deja tiempo para ti. Incluso yo tengo mi límite. Voy a salir un rato a relajarme.

Shaoran se quitó la camiseta de baloncesto mientras que Sakura puso una cara de no poder creer lo que estaba escuchando.

–Pero Shaoran…

–Hasta luego. –dijo él cogiendo su abrigo y saliendo, sin que Sakura hubiera podido siquiera reaccionar.

–Ha llegado a su límite y sólo ha estado tres horas con ella. –musitó para sí.

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–¿Has decidido alguna carrera? –preguntó Kaho a su hija mientras cenaban. –Si no lo has decidido debes hacerlo pronto.

–Mamá, ¿Por qué te hiciste ama de casa? –preguntó Nakuru.

–Bueno, también trabajo en la tienda. –dijo Kaho.

–Ya, pero hasta que no tuve edad suficiente no la montaste y te dedicaste a ser ama de casa. –dijo Kaho.

–Si me hubiera casado con un marido más amable y más centrado en su familia quizás podría haber tenido una carrera profesional. –dijo Kaho sin importar que su marido estuviera delante.

–¡Oye! –dijo Eriol aludido, pero Kaho no le hizo ni caso.

–Dime, Nakuru. ¿Tienes algún recuerdo de tu padre jugando contigo? –preguntó Kaho.

–Seguro que sí. –dijo el aludido.

–La verdad es que no. –dijo Nakuru.

–¿Ninguno? –preguntó su padre, pero la mirada de madre e hija le hicieron bajar la cabeza.

–Nakuru, no tengas prisa por casarte. No querrás tener los mismos remordimientos que yo. –aconsejó Kaho.

–Estaría bien que fueras a la universidad, mamá. –dijo Nakuru.

–¿Yo?¿A estas alturas? Eres tú quien debe ir. –dijo Kaho.

Sintiéndose excluido de la buena compenetración entre madre e hija, Eriol cogió su plato y se marchó a lo que se le podría denominar, su rincón: un trastero. Era como estar exiliado en su propia casa.

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–Mamá, ese colgante es muy bonito. –le dijo Kaito a su madre.

–Gracias, cariño. –dijo Rika.

–Eso es porque tengo un buen trabajo para poder hacer buenos regalos. –dijo Terada entrando y besando la coronilla de su hijo. –Algún día, cuando seas mayor, tú también podrás hacerlo.

–A la mesa. –dijo Rika.

–Te llevaré a la mejor escuela primaria, luego al instituto y por último a la universidad. Serás muy disciplinado. –dijo Terada.

–Sí. –dijo Kaito.

–Buen chico. –dijo Terada, dándole una caricia en la cabeza.

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Shaoran se apresuró para poder llegar al ascensor que le llevaría a la planta de recepción. Al entrar, había una mujer morena espectacular. Tenía los rasgos asiáticos muy pronunciados y vestía de manera sofisticada. Fue entonces cuando su cara le resultó familiar. Era la misma mujer que le puso la pulsera en la sauna. La mujer supo de inmediato que la había reconocido y sonrió.

–¿Cómo estás? –preguntó ella con familiaridad y de forma coqueta.

–Bien. –dijo Shaoran algo nervioso.

–Soy Meiling. Acaban de transferirme a este departamento. –explicó Meiling al ver la cara de duda del castaño.

–Ah, la del rumor. –dijo Shaoran recordando lo que le dijo Yukito.

–¿Qué rumor? –preguntó ella.

–No, nada.

–Yo también he oído rumores sobre ti, señor Li. –dijo Meiling. –Me han dicho que hace dos años ganaste un premio al mejor diseño. Me encantó esa casa. Me alegro de que nos conozcamos.

–El placer es mío. –dijo Shaoran. La puerta del ascensor se abrió, pero Meiling comenzó a acercarse a Shaoran peligrosamente, mientras éste retrocedía hasta no poder retroceder más.

–Tenías una pelusa. –dijo Meiling cogiéndola de la chaqueta del arquitecto. Yukito tenía razón. Aquella mujer desprendía sensualidad por todos los poros de su piel.

–Gracias. –dijo Shaoran tímidamente mientras trataba de mantener la compostura.

–La sauna es genial, ¿verdad? –dijo Meiling, mientras él trataba de no caer en sus provocaciones. –Espero verte allí de nuevo.

Cuando Meiling salió del ascensor Shaoran se quedó como atontado.

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El sábado llegó y Shaoran todavía parecía sufrir el efecto embriagador de Meiling mientras ojeaba una revista en el sofá.

–Tu madre me ha dicho que vendría. –le anunció Sakura, que ya estaba vestida y acicalada para marcharse a la boda de su amiga Rei Tachibana, pero iba apurada de un lado para otro para dejar todo preparado antes de irse.

–¿Mi madre?

–Sí. Ha dicho que se dejaría caer porque tenía que venir a no sé qué cosa. –dijo Sakura.

–Genial, eso ayudará. –dijo Shaoran aliviado ante la perspectiva de no quedarse solo con su hija, aunque la última vez le fuera muy bien.

–¿Qué? –preguntó Sakura.

–Nada, puedo hacerme cargo yo solo. –dijo él con disimulo.

–Bien. Me marcho. Saluda a tu madre de mi parte. –dijo Sakura. –Ah, he hecho algo de estofado para comer y en el frigorífico tienes ensalada.

–Tranquila, no te preocupes. ¿No llegas tarde? –preguntó Shaoran.

–Oh, sí. –dijo ella. Entonces, se dirigió hacia el moisés donde la niña estaba tranquilamente y se agachó. –Mi amor, volveré esta noche. Adiós.

–Que te diviertas. –se despidió Shaoran con un beso.

En cuanto su madre cerró la puerta de casa, la pequeña Akiho comenzó a llorar. Shaoran la meció un poco en su moisés, pero aquello no funcionó, por lo que cogió un búho de peluche y lo agitó a modo de sonajero. Al ver que no funcionaba nada, Shaoran consultó el cartel que todavía seguía en la pared de la primera vez que se quedó con su hija. Una vez que leyó lo que debía hacer si no paraba de llorar, sacó su móvil y activó la aplicación que le descargó Sakura y se la enseñó junto al muñeco de los Chicago Bulls. La aplicación tenía unos tonos pastel y sonaba el maullido de un gatito.

–Duérmete. –dijo Shaoran suavemente. Pero cuando parecía que la niña comenzaba a relajarse y a dormirse, sonó el timbre y todo el esfuerzo quedó en nada. Así que, tomó a la niña y se dirigió a abrir la puerta con cara de pocos amigos. –Hola.

–¿A qué viene esa cara de gruñón? –preguntó su madre, una mujer de largo pelo negro y porte elegante. Ieran, la madre de Shaoran era una mujer muy enérgica y siempre hacía muchas actividades para disfrutar de su jubilación.

–No has llegado en el mejor momento. Estaba a punto de dormirse. –se quejó Shaoran mientras su madre soltaba una maleta y la bolsa que cargaba.

–Akiho, siento haberte despertado. –dijo Ieran con voz infantil. –Vaya, lo tenéis todo muy limpio. Incluso hay flores. Ya entiendo, como sabía que venía Sakura se ha esmerado para tenerlo todo bien limpio y ordenado.

–También ha hecho de comer. –añadió su hijo.

–He venido a presentar mis respetos por la muerte de un viejo amigo, así que no puedo quedarme mucho tiempo. –dijo Ieran mientras sacaba unos grandes recipientes con comida.

–¿Qué? Creí que podríamos pasar un rato juntos. –dijo Shaoran.

–Por eso traigo tanta comida, a modo de disculpa. –dijo Ieran. –Aquí tienes calabacín, este con estofado de pollo, y en este último, croquetas, tu plato favorito.

Shaoran no pudo resistirse y cogió una.

–Voy a cambiarme. –dijo Ieran arrastrando su maleta hasta el rincón NBA. Una vez allí, bajó los estores para tener más privacidad. La pequeña Akiho balbuceaba algo. –Vaya, tiene buenos pulmones. Quizás también le guste la poesía.

–¿Puedes no excitarla? –pidió Shaoran. A pesar de que su madre estaba tras los estores se le escuchaba perfectamente. Entonces volvió a sonar el timbre. –¿Quién será ahora?

–¡Akiho! –dijo Fujitaka Kinomoto al ver que su nieta también había salido a abrirle en brazos de su padre.

–¿Fujitaka?¡Hacía tiempo que no nos veíamos! –dijo Ieran tras los estores al reconocer la voz del padre de su nuera.

–¡Hola, Ieran! He traído algunos regalos. –dijo Fujitaka.

–Perdona que no salga. Estoy cambiándome. –se disculpó Ieran. Entonces se escuchó un peo. Shaoran acercó su nariz al trasero de la niña.

–Oh, no. –dijo él yendo hacia el dormitorio para cambiarla. Cuando posó a la niña sobre la cama, intentó mentalizarse para enfrentarse a lo que venía. –¿Qué misteriosos organismos voy a encontrarme cuando abra el pañal?¿Estaré preparado? Ahí voy. Akiho, voy a cambiarte el pañal. Venga, no llores. ¡Jo, qué sucio!

Por su parte, Ieran por fin abrió los estores y salió vestida completamente de negro.

–He traído algo de vino como regalo. ¿Quieres una copa? –preguntó Fujitaka.

–Es estupendo, pero lo siento, tengo que irme a un funeral. –se excusó Ieran yendo al baño para atusarse un poco el pelo.

–No importa. ¿Por qué no te entonas un poco aquí? Así no será tan triste. –propuso Fujitaka siguiéndola con la botella.

–Lo siento, pero tengo que irme ya. –rechazó Ieran.

–¿Ya te vas?

–Sí, pero si tienes tiempo, puedes tomarte esa copa. –propuso ella.

–No creas que tengo tanto tiempo.

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Cuando Sakura llegó a la recepción de la boda, decidió llamar a Shaoran para saber cómo estaban.

–Shaoran, ¿cómo va todo?¿Cómo está la niña?

–Va todo bien. No te preocupes. –dijo él desde el pequeño balcón, que tras un esfuerzo que se le antojó sobrehumano, superó la prueba de cambiarle el pañal con caquita. –Pero ahora mismo, tu padre y mi madre están en casa.

–¿Ha vuelto a ir sin avisar? Bueno, pero me imagino que estar con más gente te tranquiliza. –dijo Sakura. –Yo acabo de llegar a la recepción.

–¡Sakura!¿Vienes? –la llamó una de sus amigas.

–No creas que me tranquiliza mucho. Ya sabes cómo son. –dijo él.

–Lo siento, me están llamando. Tengo que colgar. Te quiero. –dijo Sakura sin darle opción a despedirse.

–Shaoran, cariño. Me marcho. Dejo aquí la maleta, ¿de acuerdo? –dijo su madre.

Pero cuando Shaoran entró, la casa estaba mucho más desordenada que antes y encontró a su madre discutiendo con Fujitaka sobre el amuleto que trajo la última vez que vino de visita.

–Yo tiraría esa basura. –dijo Ieran.

–¡¿Basura?! –exclamó Fujitaka ofendido. –¡Es un amuleto de la suerte!

–No chilles. Estás haciendo llorar a la pequeña Akiho. –dijo ella.

–Tiene un encantamiento del Templo de Tsukimine. –siguió Fujitaka.

–¿En serio? –dijo Ieran yendo hacia la puerta. Pero Fujitaka, que también salía, hizo que ambos quedaran atascados y se empujaran por salir. –¡Déjame salir!¡Iba yo primero!¡Estás gordo!

–¿Gordo?

Cuando ambos se perdieron por la puerta, Shaoran suspiró.

–Son agotadores.

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–¿Tanto tiempo ha pasado? –preguntó Sakura a Tomoyo.

–Pero no parece tanto. –dijo Tomoyo Daidouji, una mujer de veintiocho años de larga melena negra, piel muy blanca y voz angelical.

–Pero eso es porque hablamos cada día por teléfono para contarte mis penas. –dijo Sakura.

–Es mi deber como mejor amiga. –dijo Tomoyo.

–Y no sabes cuánto te lo agradezco.

–Oye, cambiando de tema. Yue también ha venido. ¿Lo has visto? –preguntó Tomoyo. Pero por el gesto que Sakura hizo ante la mención de su ex novio supo que no. –Es el padrino.

–Ah. –se quejó Sakura llevándose la mano al seno izquierdo.

–¿Qué te pasa?

–Que tendría que darle el pecho a Akiho, así que tengo las mamas a punto de explotar. Tengo que ir al baño. –dijo Sakura mostrándole un sacaleches que llevaba en el bolso.

–Vaya. Ahora parece que esté hablando con una vaca. Eso no es nada sexi. –dijo Tomoyo. Pero Sakura no se molestó. Estaba acostumbrada a que su amiga hiciera comentarios que solían incomodar a los demás.

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–Ya voy, Akiho. Enseguida tendré preparada tu leche. Dame sólo un minuto. –dijo Shaoran mientras iba hacia la leche que había dejado Sakura. Pero los llantos de su hija lo pusieron tan nervioso que se le cayó el biberón y se le desparramó la leche. –Está bien, te prepararé un potito.

Cuando acabó de calentarlo un poco, se aceró al moisés de su hija y le acercó la cuchara.

–Ahí va. Venga, abre la boquita. –pero la niña no comía. –¿No quieres? ¿Entonces por qué lloras? No llores, cariño.

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Cuando Sakura salió del baño mucho más aliviada tras haberse sacado la leche, vio a su exnovio Yue en el jardín donde se celebraría la ceremonia.

–¿Yue?

–Oh, Sakura. Cuánto tiempo sin verte. ¿Cómo estás? –preguntó Yue, un hombre alto de pelo blanco con reflejos plateados. Sakura no lo recordaba con el pelo tan largo.

–Bien, gracias.

–Según tengo entendido te casaste y tuviste una hija, ¿no?

–Sí. Tiene seis meses. –dijo Sakura.

–Felicidades.

–Gracias.

–Para mí todavía no hay nada. Las viejas heridas no sanan tan fácilmente. –dijo Yue.

–Vaya. –dijo Sakura un poco incómoda.

–Era broma. –dijo Yue al ver que la había incomodado.

–¡Oh, idiota! –exclamó Sakura dándole un manotazo en el hombro mientras él sonreía. Pero entonces él la miró seria y fijamente. –¿Qué pasa?¿Tengo algo en la cara?

–Te veo más mayor.

–¿Qué?

–Sí. Mi novia tiene mejor aspecto que tú. ¡Ja, ja, ja! –dijo Yue.

–Me alegro por ti, entonces.

–¡Sakura! –saludó la novia apareciendo por el jardín montada en una cortacésped conducida por el novio.

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Mientras Sakura lo pasaba bien en la peculiar boda de su amiga Rei Tachibana, Shaoran intentaba lidiar como podía con los llantos de su hija. Cada vez estaba más agobiado porque la niña parecía no querer comer. Así que la tomó y cogió el muñeco de un jugador de los Bulls en un intento por calmarla.

–Mira, mira. Es Derrick Rose. ¿Te gusta? –pero la niña seguía llorando. –¿Quieres a otro? ¿Qué te pasa? No es el pañal. ¿Te duele algo?

Ante la desesperación, llamó a su mujer, pero el teléfono parecía desconectado. Seguramente lo habría desconectado para la ceremonia. Sin saber qué hacer, llamó a emergencias.

–Hola. Mi hija no deja de llorar. ¿Qué si la he golpeado? ¡Claro que no!¡¿Por quién me toma?!¿Fiebre? No le he tomado la temperatura. Pero no deja de llorar. ¿Por qué no envía una ambulancia?¿Que la lleve yo mismo?

Finalmente, Shaoran abrigó a la niña con el mameluco y a sí mismo y se puso el portabebés. Después se dirigió lo más deprisa que pudo a una calle más céntrica para coger un taxi mientras intentaba tranquilizar a la niña.

–Al hospital, por favor. –dijo Shaoran cuando un taxista se dignó a parar tras varios intentos.

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–No comía algo tan rico en mucho tiempo. –dijo Sakura.

–Es genial que al final hayas podido venir. –dijo Tomoyo, que veía cómo su amiga estaba realmente emocionada ante la comida.

–Por fin puedo desplegar mis alas y veros a todas. ¡Felicidades, Rei! –exclamó Sakura, a pesar de que Rei estaba en la mesa de los novios.

–¿No te parece raro que Shaoran haya madurado tan de repente? –preguntó Tomoyo. –El otro día se tomó el día libre para que fueras a la peluquería, y hoy para venir a la boda. Me resulta un poco extraño. Tal y como me lo pintaste, me dio la impresión de que era un hombre que no tenía ni tiempo ni dinero para su hija.

–Sí, bueno. Oye, ¿te vas a comer eso? –preguntó Sakura.

–Adelante. –dijo Tomoyo un poco asustada con la actitud de su amiga.

–Está delicioso. Casi se deshace en la boca. –dijo Sakura, dispuesta a aprovechar el momento. –Antes de dar a luz era muy atento y amable. Pensaba que sería un padre genial.

–Sakura, creo que Shaoran haría cualquier cosa por ti, pero si los consientes demasiado, los hombres se convierten en animales demasiado centrados en sí mismos. Así que consentir está prohibido. –le aconsejó Tomoyo.

–Tienes razón.

–Me pregunto si Shaoran está cuidando a Akiho como es debido. –dijo Tomoyo.

–¿Puedo repetir? –preguntó Sakura al camarero.

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–Parece que su bebé ha dejado de llorar. –dijo el taxista cuando llegaron a la puerta de emergencias.

–Sí, se ha dormido. –dijo Shaoran. Aún así, entró para que la viera el pediatra y asegurarse de que su hija estaba bien.

–No es nada. –dijo el pediatra una vez que la examinó. –Lo que me parece es que no has sabido dormirla.

–¿Y cómo es que se ha dormido de repente?

–La vibración del coche ayuda a dormir los bebés. –aclaró el doctor. Shaoran estaba impresionado de que algo así funcionara.

Mucho más tranquilo, le colocó la capuchita a la niña para marcharse. Ahora que la niña estaba tranquilita, tomó consciencia de lo agotado que estaba y lo que más deseaba en ese momento era ir a la sauna.

A medio camino de casa, se paró a descansar en el poyo de un edificio. Entonces escuchó el sonido de un piano. Al girar la cabeza, vio que se trataba de una tienda de instrumentos que a su vez era un estudio donde la gente podía alquilar salas de ensayo. A través del cristal vio que la que tocaba el piano era una joven de pelo largo castaño. Shaoran se acercó cual marinero atraído por cantos de sirena y colocó el perfil de su cara sobre el cristal a modo de almohada. Al percibir una sombra, la joven dejó de tocar, lo que hizo que Shaoran también se diera cuenta de que el piano había dejado de sonar.

Tras verse sorprendido, Shaoran desapareció de su vista y la chica retomó la dulce melodía. Cuando acabó de tocar, escuchó un aplauso.

–Perdona que estuviera escuchando. –dijo Shaoran, que había entrado en la tienda.

–No importa. –dijo la joven.

–Es que estoy tan agotado que me he sentido atraído por la melodía. Era maravillosa. –argumentó Shaoran.

–No creo que sea para tanto. –dijo la joven algo sonrojada por el halago.

–Pues a mí me ha ayudado. Muchas gracias.

–Espere. –dijo la joven cuando vio que el castaño se marchaba. –Si le parece bien, puedo tocar un poco más.

–¿En serio? Sí, por favor. –dijo Shaoran.

El arquitecto se sentó en la butaca de otro piano y se dispuso a dejarse llevar por la música producida por la joven.

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–Tenemos que quedar otro día para cenar. –dijo Tomoyo al finalizar la celebración del enlace.

–Dalo por hecho. –aceptó Sakura.

–Muy bien. Nos vemos. –dijo Tomoyo abrazándose a su amiga para despedirse.

–Cuídate. Adiós. –se despidió Sakura.

–Adiós.

Tras la despedida, Sakura llamó a su marido, pero como no cogía el teléfono le dejó un mensaje diciéndole que ya volvía a casa y que compraría algo de cerveza de camino.

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Pero Shaoran estaba transportado a un lugar muy alejado de la cerveza. Cuando la joven finalizó la pieza, se dio cuenta de que aquel cansado hombre estaba acostado sobre la moqueta con su bebé encima. Había estado tan concentrada en su música que ni se dio cuenta de que se había dormido.

Entonces apareció Spinel, un joven moreno de diecisiete años. Al ver a su amigo, Nakuru, que así se llamaba la joven pianista, se levantó, esquivó al hombre y se marchó con él.

–Señor, ¿está usted bien? –preguntó un empleado de la tienda al ver a aquel hombre tumbado.

–Lo siento, me he quedado dormido.

Tras disculparse varias veces por las molestias ocasionadas, Shaoran volvió a emprender el camino a casa. Era una pena que no dispusiera de más dinero para un taxi.

Tras una larga caminata, Shaoran llegó al parque del barrio, donde Rika jugaba con su hijo Kaito.

Fue entonces que Rika se dio cuenta de que alguien conocido pasaba por su lado como si estuviera zombi.

–¿Shaoran? –lo llamó Rika.

–¿Rika? –dijo Shaoran sorprendido al volver a verla.

–¡Cuánto tiempo! ¿Tú también vives en este barrio? –preguntó Rika.

–Sí, desde que me casé hace tres años. –dijo Shaoran. –¿Y tú?

–Me mudé a este barrio hace seis meses. –dijo Rika.

–Hola, amigo. –saludó Shaoran al hijo de Rika, que estaba subido al columpio. Pero el niño se levantó y se marchó corriendo hacia otro juego.

–Le asustan un poco los hombres, lo siento. –dijo Rika.

–No importa. Es normal, no me conoce. –dijo Shaoran restándole importancia. –Pero estoy seguro de que tiene una gran madre.

–Bueno, no soy la misma de hace diez años, y supongo que tú tampoco. –dijo Rika. Él asintió mirando a su dormida hija. Entonces, el rugido de un estómago interrumpió la conversación.

–Lo siento, hace tiempo que no como nada. –dijo Shaoran, que al llevar a su hija al hospital había tenido que saltarse la comida. –Espera un momento.

Shaoran fue a un puesto ambulante y compró algo de comer.

–¿Quieres compartir?

–Claro.

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–¡Ya estoy en casa! –anunció una Sakura renovada. –¡Akiho, Shaoran!

Pero cuando entró, vio la tele emitiendo un partido de baloncesto. La casa estaba hecha un desastre. Entonces, vio a su hija tirada en el suelo. Llevaba el mameluco puesto, lo que indicaba que había salido, pero no entendía por qué lo seguía llevando en casa. Y lo que entendía todavía menos es que estuviera tirada en el suelo de cualquier manera.

–¿Por qué estás durmiendo en el suelo? –preguntó Sakura. Entonces vio cómo su marido dormía plácidamente en el sofá tapado con una manta.

Tras desvestir a la niña y acostarla en su cuna, Sakura se quitó su abrigo, cogió una sábana y cerró la puerta del dormitorio con cuidado y se dirigió hacia su marido.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Sakura con voz fría mientras le dio un toque seco en el hombro para despertarlo.

–Hola, Sakura. –saludó él aún medio dormido.

–Déjate de saludos y dime qué ha pasado aquí. –le exigió su mujer refiriéndose a la casa.

–¿A qué te refieres?

–¡Akiho estaba tirada en el suelo! –exclamó la castaña.

–Ah, es que no podía despertarla cuando la saqué del portabebés. Me la puse en el regazo y siguió durmiendo.

–¿Y cómo es que ha acabado en el suelo?

–No lo sé, ni me acuerdo, pero no lloraba. –se defendió Shaoran.

–¡Estaba en el suelo, Shaoran!¡En una parte que está fría y dura! –reprendió Sakura.

–Mira, ha sido un día muy duro. Estuvo llorando mucho tiempo. –argumentó él.

–Eso lo hace todos los días. ¿Y qué me dices del desorden o de las manchas de caca en las sábanas? –dijo Sakura mostrándole la sábana que había cogido del dormitorio.

–¿Y qué quieres que haga? Estoy quemado. –se defendió Shaoran.

–¿Estás quemado? ¿Acaso no estabas bebiendo cerveza mientras veías el baloncesto? –preguntó Sakura cogiendo el botellín que había sobre la mesa. Para ella era evidente. Además, siempre se ponía una camiseta de baloncesto para la ocasión, y esta vez llevaba una de los Lakers.

–Eso sólo ha sido mi recompensa. –dijo Shaoran.

–¡¿Cómo te atreves?!

–No te enfades. Akiho está bien, ¿no?

–¿Te parece que estar tirada en el suelo de cualquier manera es estar segura? He sido una idiota al creer que podrías cuidar de la niña tú solo. –dijo Sakura enfadada mientras llevaba la sábana a la lavadora.

–¿Qué te pasa? Si te lo tomas así no volveré a cuidar de ella. –dijo Shaoran.

–¿Ahora eres tú el ofendido? –preguntó Sakura.

–¡No quiero enfadarme, pero he pedido el día libre para ella! –exclamó Shaoran.

–¡Y me alegro de que saliera de ti hacerlo para poder relajarme, pero mira todo esto! –exclamó Sakura haciendo referencia al desastre que estaba hecha la casa.

–Es la segunda vez que cuido de ella. –se defendió él.

–¡No cuenta cuando apenas has hecho nada! –exclamó ella.

–¡Eso no es cierto!

–¿En serio?¿Y qué es lo que has hecho?

–Lo he intentado con todas mis fuerzas. Ha sido muy duro. Estuvo llorando y no conseguía calmarla con nada. No sabía qué hacer. Creí que le pasaba algo malo. La presión hizo que me entrara el pánico. Sakura, sé que sientes esa presión cada día y sé que es duro para ti. He aguantado todo lo que he podido. Pero no puedo hacerlo como tú cada día. La valla es demasiado alta para mí. –se explicó Shaoran.

–¿No puedes aguantar la presión de tener a tu cargo una vida preciosa?

–Probablemente.

–Entiendo. Si es como te sientes, está bien. –dijo Sakura, sin fuerzas para discutir.

–Sé que es duro hacerlo cada día por la depresión. –dijo Shaoran.

–¿A qué te refieres?

–A la depresión postparto. Supongo que fue lo que te hizo pensar en el divorcio. –dijo Shaoran haciendo referencia a los papeles que encontró.

–¿Divorcio?

–Sí. Por eso pensé en darte un respiro para que te recuperaras. –confesó Shaoran.

–¿Depresión postparto, yo?¿Crees que quería divorciarme?

–¿No es así? –preguntó él.

–¿Cómo has llegado a esa conclusión?

–Te lo enseñaré. –dijo Shaoran yendo hacia el diario de nacimiento de la niña.

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–Soy Kaho Hiragizawa. –dijo Kaho, que llamó por teléfono a casa de una amiga de su hija. –¿Sabes dónde está Nakuru? Todavía no ha vuelto a casa y estoy preocupada.

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Pero Nakuru no estaba en casa de ninguna amiga. Estaba en un elegante piano bar haciendo una prueba que le había conseguido su amigo Spinel, que trabajaba allí a tiempo parcial.

–Fantástico. –dijo el propietario del bar. –Tocas muy bien. Como todavía estás en el instituto y eres menor guardaremos el secreto, pero me gustaría que tocaras aquí.

–Gracias. –dijeron Nakuru y Spinel a coro.

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–Adelante. –dijo Terada al escuchar la puerta mientras estaba concentrado en unos papeles. Rika y Kaito, que llevaba un vaso de café entraron.

–Te traigo un poco de café. –dijo el niño.

–Gracias. –dijo Terada cogiendo el vaso y volviéndose a concentrar en sus papeles. Pero el niño pareció algo decepcionado al esperar algo más de atención por parte de su padre.

–Kaito, ¿por qué no vas a lavarte las manos? Vamos a cenar enseguida. –le sugirió su madre, que se dio cuenta del semblante de su hijo.

A Rika no le pasó desapercibido qué era lo que hacía su marido. Estaba planificando la vida de su hijo al detalle.

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–Si no has pensado en el divorcio, ¿cómo explicas esto? –preguntó Shaoran mostrándole el papel de solicitud de divorcio. Entonces, ambos encontraron un post it de Fujitaka, con el que le daba el beneplácito a su hija para que siguiera adelante con el divorcio. Hasta Sakura se sorprendió de que su padre dejara ese mensaje. Hasta donde ella sabía, Shaoran le caía muy bien.

–Debe de ser un malentendido. –dijo Sakura.

–¿Por qué has llegado a este punto? Estoy ahorrando dinero tal y como me pediste y no te engaño con nadie. ¿Por qué quieres divorciarte?

Continuará…