El sol emergió tímido entre las nubes dispersas, arrojando una luz suave sobre la aldea de los Hayabusa que aún se recuperaba de la tormenta. El cielo, antes amenazante, ahora exhibía un azul claro que reflejaba la frescura de la mañana, las aves extendían sus alas sacudiendo sus nidos. Los mapaches y los zorros abandonaban sus guaridas en busca del sol mañanero y las personas en la aldea emanaban un aire de tranquilidad tras vislumbrar la luz que se alzaba al horizonte. La tierra y los bosques, aún húmedos, emanaban un aroma embriagador a petricor, impregnando el aire con su fragancia terrosa y a olivos roseados.
Ryu, inmerso en su entrenamiento en las altas montañas, sintió la calidez del sol en su piel mientras los rayos filtraban entre las hojas de los árboles. La brisa suave llevaba consigo el susurro de las hojas y el murmullo de los riachuelos recién alimentados por la lluvia. La aldea, como si se hubiera limpiado de sus preocupaciones, comenzaba a despertar de nuevo a la vida.
Descendiendo de las montañas vestido de un gastado atuendo azul y botines negros dejaba que los rayos de luz iluminaran su figura. Mientras, en una de sus manos llevaba la camisa arruinada de su entrenamiento. Cada paso en la tierra húmeda resonaba con un suave, chapoteo, y las flores recién regadas brillaban con intensidad. El verde de los bosques resaltaba, renovado por la lluvia. A medida que se acercaba a la aldea, el bullicio de la vida cotidiana volvía a llenar el ambiente.
— Maestro Hayabusa, esperábamos con ansias tu regreso —. En la entrada de la aldea, Omitsu lo recibió con una sonrisa amable — Tengo noticias para usted —.
— ¿Noticias?, ¿Que ha sucedido, Omitsu? —. Pregunto Ryu
— La kunoichi fugitiva, Kasumi. Hace tres días, llegó a nuestra aldea a tomar reposo —. Contesto mientras mantenía un saludo reverencial.
Con su dedo apuntaba señalando la dirección del hogar donde Kasumi estaba siendo atendida. Allí, el aroma de las comidas recién preparadas flotaba desde las cocinas de las casas, mezclándose con la fragancia fresca del entorno.
Al ingresar a la casa donde Kasumi estaba siendo cuidada, Ryu sintió una calma serena. La luz suave que se filtraba por las ventanas daba un tono acogedor a la habitación y allí, Kasumi, yacía recuperándose de sus heridas, tumbada en una cama rodeada de vendajes y de hierbas curativas.
Al encontrar la figura de Kasumi tendida en cama dijo: — Pensé que continuarías el entrenamiento en las regiones del sur, Kasumi —. Mientras, tomaba una silla de la habitación y la acomodaba junto a ella.
— Hayabusa... También, me alegra verte, tuve algunos... problemas y quise venir a visitarte —. Contesto Kasumi con una voz titubeante y cierto temor, mientras intentaba acomodar su cuerpo para atender el encuentro.
Ryu, así como sorprendido estaba preocupado. Desde su infancia, había acostumbrado a ver a Kasumi con heridas de sus previos combates y entrenamientos, algunos moretones, leves cortadas y pequeños raspones. Sin embargo, la joven estaba envuelta por vendas, su frente tenía un recubrimiento de ropajes que le rodeaban el cráneo. Sus brazos, estaban sellados del hombro hasta las muñecas y su pierna derecha estaba entablillada. Junto a su cama había una cubeta con cintas manchadas de sangre seca y a sus pies estaba Momiji con sus instrumentos de curación dando un masaje a su tobillo que aun mostraba una inflamación anormal.
La voz tranquila de Momiji resonó en la habitación mientras explicaba los cuidados a Kasumi:
— ¡Esta maldita! Dijo mientras apretaba una de sus ventas con funda, haciendo que Kasumi arrojara un suave gemido de dolor. — Esta tonta, quiso atravesar el bosque. Herida, sin alimento, sin agua ¡Dile algo, Maestro! Si sigue así... si sigue así morirá —.
— ¿Qué ha sucedido, Kasumi? —. Pregunto Ryu, mientras retiraba su mascara y ponía una mano sobre su cabeza que en un gesto de piedad, le ofreció una leve caricia.
Kasumi asintió con la cabeza, tomo un largo sorbo de té y empezó a relatar su historia recordando lo sucedido:
— Cuando me encontraba cerca del monte entrenando para enfrentar a mis hermanos, empezaron a suceder cosas extrañas —. Con un gesto de dolor tras un masaje de Momiji, continuó. — Para empezar, me sentía vigilada en todo momento, supuse que era algún asesino enviado por la familia, pero nunca encontraba nada, ni huellas o indicios de personal —.
En su voz pausada se evidenciaba dificultar para comunicarse y con cada palabra se sentía la anormalidad al forzar su voz, tomo otro trago de té y continuó:
— Después de eso empecé a huir hacia las montañas, suponiendo que alguien o algo me estaba persiguiendo, no importaba lo lejos que hullera o lo rápido que escapara... sentía siempre sombras que me seguían a lo lejos. Cada ocasión que bajaba mi guardia... percibía que eso se aproximaba a mí. En esa última noche, recuerdo que el hambre y el sueño me estaban azotando y fue allí donde esas figuras aparecieron... —.
Antes de que continuara una tos seca la invadió, y el ataque se hizo peor. Momiji la tomo y acerco un recipiente donde escupía algunos restos de sangre.
Ryu escuchaba con atención el relato, mientras invitaba a beber un poco de té a su visitante para calmar su tos. En los ojos de la joven, lograba percibir una enorme tristeza y como intentaba con fuerza reprimir su llanto, rápidamente compuso sus sentimientos y continuo:
— Por sorpresa, los miembros del clan me emboscaron. Saltaron sobre mi cabeza, el hambre y el cansancio me atormentaban durante la lucha, utilice mi wakizachi, e inhabilite a varios de ellos... pero ... en ese momento un segundo grupo me ataco la espalda y lograron alcanzarme, pude escapar, pero estaba cansada, tenía hambre y solo pensaba en venir aquí — .
La mirada severa de Ryu se posaba sobre los ojos de Kasumi mientras terminaba de relatar lo sucedido. Su paciencia se veía afectada y su preocupación aumentaba en una lucha interna que lo consternaba en ese momento:
— ¿Cómo cumpliré mi promesa de protegerla si Hayate cada vez la tiene más cerca de la muerte?, ¿Qué sucederá la próxima vez cuando nadie este allí? —. Se preguntaba así mismo mientras sus ojos verdosos miraban al suelo y respiraba con pesar.
Kasumi terminaba de relatar su historia y balbuceaba excusas con Momiji. En su cabeza, sabía que su deber de protector arrastraría al desastre a Kasumi, al Mugen Tenshin y a sí mismo en caso de permitir que la marea de eventos siguieran su curso.
Con habitual tranquilidad se levantó de la silla y con su vos que evocaba total seguridad y orden interrumpió los balbuceos de ambas chicas:
— Momiji, llévala dentro del templo, será más fácil para ti tratarla sin que descuides tus deberes —.
Momiji inclino la cabeza y asintió — A su orden, Maestro Ryu —. Sonriendo, levanto su brazo y tras un chasquido de dedos se escuchó un alboroto fuera de la pequeña casa. Kasumi con sorpresa, observo como en el exterior la villa se tornaba de un ambiente cálido de bienvenida. Allí, estaban revoloteando mujeres y niños corriendo desenfrenados, esperándola en compañía de una silla de ruedas y canastos de abundantes y coloridas flores.
Tomándola en brazos, Ryu la levanto y la ayudo a salir del recinto. Tras llevarla a la puerta de la casa en el exterior, la acomodo en la silla de ruedas mientras era guiada por las manos de los niños de la aldea.
— ¡Señorita Kasumi, pase a visitarnos por favor! —. Decían algunas familias desde casas cercanas. Otras, ofrecían sus tragos de alcohol al pie de la casa. También, arrojaban pétalos de cerezo y arroz cubriendo sus cabelleras mientras regocijaban de alegría en los alrededores.
En un espectáculo de juegos y risas, los habitantes salían a atenderla. Sus cabelleras, se adornaron con flores que volaban sobre su ser, bailando en torbellinos de pureza al grupo. Los ancianos, reflejaban compasión y dicha mientras reían y saludaban, las familias regocijaban alegres desde sus casas el advenimiento y supervivencia de la visitante, los hombres dejaban sus trabajos para adornar su pequeña silla de ruedas con amuletos y artilugios, mientras que las mujeres roseaban el aire con fragancias y esparcían pétalos de cerezo y de sakura en su camino. Mientras, la joven sacerdotisa, sonreía alegre junto a los niños que iban tras de ella custodiando en jubilo a su visitante, sus pálidos labios resecos sonreían y sus ojos desbordaban en lágrimas de felicidad e incredulidad por la fiesta de bienvenida mientras era guiada por un extenso puente de madera al castillo de los Hayabusa.
