El bullicio de la gente transitando por la avenida principal de Oxford en Londres era audible para él. Pequeños grupos de estudiantes riendo, murmurando, expresándose de manera entusiasta o recorriendo la estrecha acera qué separaba las rejas de la universidad de quienes caminaban a diferentes ritmos en dirección a la entrada principal, eran perceptibles desde un par de metros a la redonda. El chico esquivaba al pasar a compañeros, profesores y personas ajenas a la institución, en su caminata al cubículo de seguridad qué se encontraba en dicha entrada cediendo el paso al personal académico y estudiantes. Harry mostró su gafete durante un par de segundos al hombre ocupando el puesto de seguridad, en el qué aparecía su fotografía, la cual tomada en su primer año de universidad, los cambios físicos qué Harry había tenido desde ese día a la fecha eran evidentes. El azabache continuó su caminar en dirección a la cafetería de la universidad central de Londres. Uno de los sitios más populares y visitados de la institución.
La estrella del lugar se trataba de granos de café importados y el resultado después de triturar y cernir el café por el filtro de la máquina era sumamente delicioso, tan sólo estar a un par de metros de la entrada, el aroma a café recién hecho inundaba las fosas nasales de cualquiera. No era un secreto su amor por el café, caliente o frío, siendo exactos el latte de vainilla. No obstante en ocasiones peculiares, principalmente en temporada de exámenes solía beber algo diferente cómo el moka o macchiato con el fin de equilibrar sus pensamientos llenos de párrafos aprendidos y estrés por obtener buenas calificaciones.
Levantó su mano izquierda desviando su atención del pasillo unos segundos para mirar la hora en el reloj de muñeca color negro que su madre le había regalado en su cumpleaños anterior. Las manecillas del reloj color dorado al igual qué los números, marcaban las 7:40 de la mañana, Harry contaba con el tiempo justo de pedir su café y retomar su camino a la primer clase del día: Matemáticas —qué manera tan horrible de iniciar la semana—, pensaba Harry desde inició el semestre.
Harry recorrió el pasillo del edificio qué daba al campo de entrenamiento para llegar a la cafetería cuando su mejor amigo lo alcanzó.
—¡Buenos días! Hoy el sol brilla más que nunca —dijo el pelirrojo mostrando una sonrisa falsa en sus labios.
Harry se permitió reír ante las ocurrencias de Ron, y al no ser el único qué pensaba lo mismo.
Harry tuvo el gusto de conocer a Ron Weasley en clase de literatura en primer año, cursando la carrera de fotografía y efectos visuales. La curiosa forma de entablar conversación por primera vez fue decir al mismo tiempo: ¿De que les serviría literatura en su carrera?. Harry y Ron se doblaron de risa a mitad de clase, ganando un merecido castigo de parte del profesor que impartía la materia, y a partir de ese día se volvieron inseparables. Con el tiempo descubrieron tener el mismo sentido del humor, eran aplicados en sus clases, aunque Harry le pasaba tareas a Ron de vez en cuando.
—Es un día espectacular, no hay mejor forma de iniciar una nueva semana que asistiendo a tres horas de matemáticas —respondió el azabache con el mismo tono de sarcasmo qué su amigo.
El pelirrojo rodó los ojos a modo de respuesta y soltó un quejido de agobio.
—Es horrible y no sé estoy seguro de aprobar, la próxima semana estaremos absortos estudiando para los exámenes y la siguiente el partido que nos clasificará a la semifinal del campeonato de fútbol, el tiempo lo tenemos encima —expresó Ron con frustración.
Harry sabía que Ron tenía motivos para enfadarse, cada seis semanas los alumnos tenían qué pasar por la evaluación académica; correspondiente a exámenes, proyectos y tareas, y esa era la primera de su sexto semestre.
—Y sí tomamos en cuenta qué Hooch no nos deja tomar aire entre los entrenamientos y qué tus hermanos se han vuelto más pesados desde que los nombró capitanes —respondió Harry, sin detener su caminata a la cafetería, sólo que ahora daba pasos más lentos, siguiéndole el ritmo a su amigo.
Ron compartía la idea de Harry. Tener a Fred y George Weasley como capitanes del equipo "London Team" era una verdadera tortura, la jornada de entrenamientos era bastante larga y agotadora para cada miembro del equipo, y no los culpaba por querer dar lo mejor de sí, además la entrenadora les exigía demasiado y ellos cómo buenos líderes guiaban al equipo por el mejor camino. Sin embargo dichas actitudes no significaban que los hermanos tuvieran conflictos al interior del equipo, al contrario, los gemelos eran muy divertidos y bromistas en todo momento.
Harry en especial tenía buena mancuerna con su primo Blaise Zabini al momento de jugar, él era hijo de su tía Danna Evans, quién contrajo matrimonio con William Zabini. Los Zabini eran, en toda la extensión de la palabra; una familia llena de amor y de gran sentido del humor, cosa que Harry adoraba. También contaban con Theodore Nott como delantero del equipo y qué a pesar de haber ingresado al equipo hacía un par de meses, Theo se desempeñaba mejor de lo qué creyeron, el día qué se presentó a las pruebas, su estrategia jugando en la cancha era muy ágil y por ende el chico se deslizaba con rapidez. Luego estaba Neville quién, a pesar de no ser el mejor jugador se esforzaba bastante.
—Si salimos vivos este semestre tenemos oportunidad de ganar el partido de la temporada —expresó Ron.
Harry asintió acomodando sus gafas en el puente de la nariz.
Harry y Ron detuvieron el ritmo de sus pasos al llegar a tan esperado lugar, siendo recibidos por el agradable aroma a café y un clima mucho más cálido, recientemente Inglaterra había recibido el otoño. Harry se visualizó a sí mismo bebiendo el delicioso café recién hecho, sin embargo sus pensamientos se vieron interrumpidos por una fila enorme que llegaba desde el mostrador hasta la mitad del amplio negocio.
—La fila es enorme
Aunque Harry ya se había percatado, asintió a lo dicho por Ron quién seguramente tenía la misma expresión preocupada que él pues si no avanzaba pronto, llegarían tarde a clase o en su defecto Harry no tendría su café para sobrevivir las próximas tres horas y eso sólo podía significar que tendría mal humor el resto del día.
—¿Por qué tardarán tanto? Es la primera vez desde que Seamus entró que veo toda esta gente —mencionó Harry, avanzando hacía la fila junto a Ron, a pesar de su temor de no llegar puntual a clase.
—El suplente de Seamus parece tener algunos problemas con la cafetera —informó Ron, con la mirada fija en el nuevo empleado.
Harry no le prestó mucha atención, bien podría ser un estudiante nuevo, o en su defecto un alumno del turno contrario y ahora suplente de Seamus quién había tenido que dejar de trabajar por temas escolares, necesitaba mejorar sus calificaciones si quería conservar la beca.
Él dueño de la cafetería: Jacob Stan, se encontraba entre los cincuenta y sesenta años. Con la plantilla laboral llena de estudiantes a partir de los 20 años, él creía que era una buena manera de que el alumnado tuviera una oportunidad en el mundo laboral, y cuando terminaran sus carreras no tendrían que empezar de cero. Además los chicos eran dinámicos y dedicados al servicio.
Al azabache le pareció una tarea más interesante qué ver las dificultades del nuevo empleado, recorrer con la mirada la enorme fila, contó al menos diez personas formadas adelante, incluyendo a sus acompañantes y eso le frustró.
Sin embargo, dicho sentimiento poco le duró, la frustración desapareció tan rápido cómo llegó, pronto se arrepintió de no haberlo visto antes, ahora toda su atención estaba enfocada en el suplente de Seamus Finnigan. Sin duda, se trataba de una vista mucho más agradable qué su compañero de clases; y de no ser porque los huesos qué sostienen la mandíbula eran lo suficientemente fuertes cómo para dejarla caer, Harry la tendría en el suelo. No fue consciente y mucho menos logró evitar qué sus labios se movieran formando una ligera curva ante la bonita imagen qué tenía delante, sin contar a la gente formada, esperando ser atendidos.
Se trataba del chico más bello que había visto jamás. Su piel era blanca y aparentemente bien cuidada, como si fuese porcelana, su cabello rubio era ligeramente más largo que el suyo propio e inclusive tenía un flequillo cubriendo la mitad de su frente, por lo visto lo cuidaba tanto cómo su piel, y su aspecto radiante lo confirmaban. Sus sensuales y rosados labios tenían un tamaño perfecto, seguramente besaba exquisito, su rostro perfilado y fino era poco común ver en un hombre, sin embargo no se detuvo en continuar su recorrido con la mirada, encontrándose con las cejas rubio oscuro y unos ojos color gris azulado brillantes qué aceleraron su corazón. El chico rubio era al menos 10 centímetros más alto que él. Harry recorrió lentamente con la mirada el uniforme qué portaban los empleados del lugar, pantalón de mezclilla azul oscuro, camisa blanca y mandil negro estampado con el logotipo y nombre de la cafetería, en la parte superior derecha estaba plasmada una pequeña figura del escudo y el nombre de la universidad, y de su lado izquierdo el gafete con su nombre.
Harry no había visto a nadie que le sentara tan bien como a él.
No obstante, enterró muy en el fondo de su ser, todo pensamiento hacía el nuevo empleado de la cafetería y dejó escapar el sentimiento de enfado por lo cuidadoso y lento qué era al momento de preparar el café, tal vez por falta de experiencia.
—La gente nueva que contratan debería tener la noción de lo que hace —dijo el azabache en voz tan alta que el nuevo empleado lo escuchó perfectamente, así como otros dos compañeros de trabajo qué en ese momento llevaban cafés a las mesas esparcidas en el lugar, y los alumnos formados esperando su turno no fueron la excepción.
Ron le propinó un suave golpe en las costillas, obligándolo a guardar silencio.
—Creo que te escucharon —murmuró el pelirrojo.
Harry podría haberse retractado ante su tremenda metida de pata, además, en la fila le miraban con desaprobación, ninguno mostraba empatía por como se había expresado del chico, quién a pesar de haberse presentado a su primer día de trabajo tras el mostrador, daba una excelente atención a todos, inclusive mejor que Seamus, situación qué ignoró al estar observando al rubio más tiempo de lo normal, y tampoco lo hizo con su compañera Ginny Weasley, quién además de ser la hermana menor de Ron, era la persona encargada de capacitación al personal, brindando apoyo en todas las áreas de la cafetería y ese día su labor era enseñar al chico nuevo cómo manejar la cafetera y preparar las bebidas.
—Harry, si te molesta esperar, ven a servirte tú mismo el café —espetó la pelirroja con severidad.
—Dudo mucho que tenga la más mínima noción —puntualizó el rubio con intención—, de cómo es qué funciona una máquina de café industrial, la arruinaría —añadió medio segundo después a su compañera, cruzando su mirada gris con la verde de Harry por una fracción de segundo, antes de continuar preparando café.
El tono hostil con el qué habló, no le impidió a Harry percatarse de lo bonita qué era la voz del rubio. Además de ser varonil y ligeramente grave, tomando en cuenta su molestia por cómo se había expresado de él, —parecía un ángel— desafortunadamente también enterró ese pensamiento.
—Lo siento —murmuró en voz baja, abrió la boca con la intención de agregar algo más pero decidió callar.
—Harry, si estás molesto porque llegaremos tarde a clase déjame decirte que el profesor viene en camino, acaba de mandar mensaje al grupo —dijo Ron sosteniendo su celular entre sus dedos, mostrando la pantalla a su amigo para qué leyera el mensaje.
Harry se limitó a bufar, estaba seguro de qué esa era la razón de querer desquitarse con el mundo. No deseaba permanecer un segundo más ahí, pero si se marchaba lo verían cómo un cobarde que abre la boca, causa un revuelo y huye. No tuvo remedio y muy a su pesar continuó de pie en la fila que lentamente fue avanzando.
Cuando fue su turno de pedir el café, se percataron de que había un par de chicos formados detrás de ellos, pero no demasiados, tal vez si había exagerado en reaccionar así sólo por el temor de no llegar puntual a clase y no por qué el chico del mostrador le haya interesado, eso no era posible, a Harry no le gustaban los hombres, y no estaba en la lista de ser gay o bisexual.
Harry había estado en una relación por seis meses con una chica de nombre Romilda Vane, quién dos meses atrás lo había dejado por que no superaba a su ex. Desde ese momento prometió no volver a involucrarse con nadie hasta culminar la carrera, tenía claro qué una relación no le traería nada bueno más que perder el tiempo.
Cuando fue su turno de pasar al mostrador, Harry sintió aún más vergüenza de su actitud y dejó qué Ron mediara la situación qué él había provocado.
—¿Lo de siempre? —preguntó Ginny tomando la orden con la misma expresión molesta con la qué le había respondido a Harry.
—Sí, un latte de vainilla y un capuchino —aclaró su hermano.
La pelirroja asintió, registró el pedido en la computadora, hizo el cobro e imprimió el ticket para entregárselo al chico rubio que en ningún momento le dirigió la mirada y no era que Harry lo deseara claro que no.
Harry observó al muchacho acercarse a la barra a tomar dos vasos de cartón blancos y colocarlos sobre la rejilla de metal, el rubio era sumamente cauteloso al momento de preparar el café, no dejaba desperdicios del líquido sobre la máquina o la barra cómo lo había hecho Seamus durante su tiempo de barista. Los ojos verdes de Harry se enfocaron en sus blanquecinas manos, y se percató de lo delgados de sus dedos, además el dedo corazón de la mano izquierda lo adornaba un anillo de plata con un diseño peculiar.
El chico parpadeó un par de veces volviendo a la realidad, cuando Ginny se encargó de entregarles cuatro sobres de azúcar y dos palitos de madera para mezclar el café.
Ron tomó lo qué su hermana les había dado y se desplazó a un lado para recibir los cafés, y cinco minutos más tarde tenían el pedido en sus manos, y Harry le dio una última mirada al chico del mostrador antes de salir, el rubio continuaba recibiendo y preparando pedidos, parecía que les hacía falta una persona pues sólo estaban ellos dos en ese momento, y quizá afectaba la rapidez con la que siempre trabajaban, y ahora que lo pensaba, ellos dos hacían un gran trabajo y tarde se dio cuenta de lo idiota que había sido dando por hecho algo qué no le constaba.
Salieron del lugar sintiendo la mirada de varios alumnos sobre ellos, murmurando cosas a su paso las cuales no escucharon ni prestaron atención, Harry estaba seguro que para mañana el asunto del chico del mostrador quedaría en el olvido, especialmente para él.
Con ese último pensamiento continuaron su caminata, dando pequeños sorbos por el orificio de la tapadera de plástico negra qué cubría el vaso de café. Tan pronto como llegaron al aula, ocuparon sus respectivos asientos, uno junto al otro en el fondo del aula, del lado izquierdo de la ventana.
—¡Buenos días chicos! siento la demora —se disculpó el profesor Pettigrew entrando al salón, junto a varios de los alumnos.
Habían transcurrido exactamente cinco minutos desde qué Harry y Ron entraron.
—Buenos días profesor —respondieron los chicos qué entraron a poca distancia de él. Así cómo algunos otros qué se encontraban en el salón
El profesor esperó a que todos o la mayoría de los alumnos estuvieran en el aula, Pettigrew no era tan estricto con la puntualidad, normalmente dejaba pasar a los alumnos 10 minutos después de la hora de clase o en su defecto si llegaba tarde contaba el tiempo de tolerancia a partir de ese momento.
Harry bebía su café un tanto pensativo, tal vez debería disculparse con el chico del mostrador y tener su conciencia tranquila, al fin y al cabo él no tenía la culpa de su mal humor, el azabache hizo nota mental de hablar con él y enmendar su error.
—¿En qué tema nos quedamos la clase pasada? —preguntó el profesor tomando asiento frente al escritorio antes de sacar su habitual laptop Lenovo, color negro.
—Estudiábamos las leyes de los exponentes —puntualizó una de sus compañeras, de apellido Abbott.
—Bien, continuaremos con el tema y resolveremos un par de ejercicios para reforzar lo aprendido —habló el profesor sin despegar la vista de su computadora.
Harry tenía el presentimiento de que sería un día largo, al menos para él.
