Hyoga se maldijo por haber descubierto sus cartas al expresar su desesperación de una manera tan clara. Si Milo tenía razón y no podía soportar estar tan cerca de él, era cuestión de tiempo que se consumiera lentamente hasta morir de amor en Acuario.
En Acuario.
"El Templo de Acuario es circular. Es la representación de una vasija. Somos receptáculos y custodios del saber. Por eso nuestro cosmos no es ardiente. Y por eso tenemos los votos".
Quiso incorporarse, salir de la cama y encerrarse en el lavabo para llorar y desahogarse. Tenía esa costumbre; cada vez que su nivel de tristeza era excesivamente alto usaba las lágrimas como válvula de escape. Isaak siempre las atrapaba entre sus dedos y las convertía en Polvo de Diamante, recordándole que eran parte de su elemento y que eran hermosas, como la estepa Siberiana. Sin embargo, tras su marcha, no se atrevía a llorar en presencia de Camus; Hyoga luchaba contra cualquier resquicio de sentimentalismo con todas sus fuerzas. Lástima que siempre se saldara con un estrepitoso fracaso.
"Soy un maldito desastre".
—Hyoga, te vas a tranquilizar. Y no es una sugerencia. ¿Entendido?
La voz del griego lo sacó de su espiral de autodestrucción. Con los ojos brillantes, y a punto de estallar en sollozos de nuevo, asintió y miró hacia otro lado.
—Ese hijo de puta no tiene mucho que envidiar a Aristeo. Te ha minado la autoconfianza para recrearte a su imagen y semejanza. Es como para sacarlo de su tumba y matarlo otra vez.
—Dame un minuto —susurró el ruso—. Iré a la ducha y me calmaré.
—No es un crimen llorar, Hyoga. No te hace menos hombre a mis ojos.
Apretó los puños con fuerza hasta que sintió los brazos de Milo alrededor de su cuerpo. Por un instante creyó que se desangraría, que todo estallaría en pedazos o que la tierra se abriría bajo sus pies y se lo tragaría, pero los dioses fueron benévolos y el mundo siguió girando. Hyoga se agarró a la túnica del griego ahogando los sollozos, como un niño pequeño. Rompió a llorar cuando sintió la mano de Milo en su cabeza, sus dedos fuertes enredados en su cabello.
"Yo… te habría entendido, Maestro".
Se quedó quieto, escondido entre aquellos brazos fuertes y masculinos. Sin darse cuenta atrapó uno de los mechones del espartano entre sus dedos. Milo se tensó pero no dijo nada; únicamente se oía la cadencia de su corazón y el sonido de su respiración. Hyoga acarició la punta de aquel rizo rebelde y sedoso, y se deleitó con su suavidad.
—¿Te gusta?
El Cisne acercó el rizo a su nariz y aspiró su aroma. Lo besó con devoción, con el rostro escondido contra su pecho.
—Es como me imaginaba —respondió sincero—. Huele a ti.
—¿Ah, sí? —Milo lanzó una carcajada suave—. ¿Y cuál es mi olor?
—El de la vida.
Hyoga sintió la mano de Milo alojarse en su mentón y se incorporó hasta quedar frente al espartano. Ignoró las alarmas de su cuerpo y se centró en la asombrosa mirada del griego, limpia y sincera, escondida tras las capas que conformaban la coraza de Escorpio. El ruso se perdió en la inmensidad de aquellos ojos azules que lo miraban con curiosidad, reconociendo al niño que se escondía en su interior y que esperaba a que alguien lo descubriera.
"Bozhe moy".
Hyoga notó cómo su corazón se aceleraba, preparándose para lo que llevaba tanto tiempo deseando. Sabía que era un momento crítico y que no tendría otra oportunidad como aquella.
Se agarró con fuerza a la túnica del griego cuando Milo colocó sus labios sobre los de Hyoga. Su boca era cálida y suave, y encajaba a la perfección en la de él. Ahogó un gemido y se esforzó por no temblar. Sabía que la herida de su corazón había vuelto a abrirse, pero no le importó. Milo lo estaba besando, y ni dioses ni hombres impedirían que disfrutara del momento.
"Ya tebya lyublyu".
Mantuvo los ojos abiertos porque temía que si los cerraba, Milo desaparecería como lo había hecho ante el Muro de las Lamentaciones. Saboreó la boca del espartano con intensidad, como sólo un Acuario es capaz de hacer: sin concesiones, sin dejar nada atrás. Capturó el aliento ardiente del griego, ahogando los jadeos contra sus labios. Milo apretó su cuerpo contra el del ruso, que lo aceptaba con naturalidad, abrazándolo con fuerza.
"Me voy a derretir".
El espartano profundizó el beso y buscó su lengua en la boca del Cisne. Hyoga respondió con torpeza pero no se acobardó. Su falta de experiencia lo convertía en una tábula rasa, un lienzo donde Milo podría pintar el capítulo para el que se había estado preparando durante las últimas semanas. Respondió a cada avance con valentía, ofreciéndole a Milo su propia vida, porque se sabía suyo desde el instante en que le aplicó Kalb al Akrab.
"Tómame".
Su cuerpo reaccionó con intensidad creciente. Sus caderas se movieron armónicas en una coreografía que no se asemejaba a la que realizaba en Siberia. No había violencia, solo un placer que nació en su cabeza y murió entre sus piernas. Gimió contra la boca de Milo tras alcanzar el orgasmo. Sus alas cósmicas se abrieron y voló libre, mientras el Polvo de Diamante lo rodeaba y teñía de destellos dorados la luz del sol que entraba por la ventana del dormitorio del espartano.
Cuando Milo se separó de él, Hyoga comprendió lo que significaba la soledad, la ausencia de calor, el vacío más absoluto.
—Tenías un síndrome de abstinencia. Eres adicto al veneno.
Hyoga tosió al escuchar de forma tan fría y metódica lo que había sucedido entre Milo y él. Se limpió los restos de saliva de sus labios, y apretó los muslos cuando notó la calidez de su semen entre sus piernas.
—Yo…
—Te repito que es el veneno —Milo le colocó la mano en la boca, haciéndolo callar—. No me conoces. No sabes nada de mí.
Hyoga deseó besar esos dedos con veneración, pero se contuvo.
—Quiero conocerte —contestó con suavidad.
—¡No es buena idea, joder! —el espartano se levantó y se recolocó la entrepierna. Hyoga pudo ver con claridad el bulto bajo la túnica—. Estudiando mi trayectoria con la casa circular, sería una influencia nefasta para ti.
—¡No me importa! —contestó el ruso con desesperación.
El caballero de Escorpio tomó la silla en la que se había masturbado el día anterior, se sentó frente al Cisne y lo miró con franqueza.
—Escúchame bien, Hyoga —le dijo—. Todo lo que sientes es a causa del veneno. Me deseas, sangras, lloras, tu cosmos se vuelve intratable y tu audacia aumenta porque tienes dependencia del veneno. ¡No hay más! —señaló—. Cuando encuentre la forma de que superes esta adicción, te irás a Acuario y allí te quedarás.
—¡Estás equivocado, maldita sea!
—¿A qué te refieres?
—Llevo un mes en Atenas y he visitado Aleko's Island y varios sitios más ¿Quieres saber cómo terminó mi aventura? —se señaló con la mano abierta—. ¡Con la apatía más absoluta! ¡Mi cuerpo no reacciona! —jadeó—. Es como estar muerto de cintura para abajo, hasta ahora.
—Es el veneno —replicó el griego categórico.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —los ojos del Cisne volvieron a brillar.
—Porque a Camus —suspiró— le pasaba lo mismo.
Hyoga se quedó en silencio. Aquella información le daba una dimensión nueva al problema. Tomó aire y se incorporó. Algo en él había cambiado, aunque aún no sabía qué era.
—Necesitaré unos minutos en la ducha y una túnica limpia —le dijo al ponerse de pie—. Te compensaré. Te lo prometo.
El Polvo de Diamante lo siguió como una estela. Era su elemento, a fin de cuentas.
