2. Excursión

Es a las nueve en punto de la mañana que Aziraphale está a la entrada de la posada, tomándose su café en el porche y con su bolsa en el suelo, de nuevo esperando, junto a la posadera que aprovecha ese momento poco concurrido para barrer penosamente la tierra que no para de meterse dentro del local.

Aziraphale da un par de vueltas de un lado a otro, nervioso, planteándose si acaso ha sido la mejor idea contratar a alguien como este hombre, que probablemente solo esperaba una oportunidad para desplumarlo y ahora se ha largado con su dinero.

Todavía podía ir él mismo a conseguirse un caballo y llegar hasta Cochorola Spring o como hubiera dicho que se llamaba el lugar al que iban. O incluso tomar un tren de regreso a Saint Denis como un perro con la cola entre las piernas.

Aprovecha para preguntarle a la posadera si acaso conoce a Crowley, pero esta solo parece hablar en español o algún idioma raro local para el desespero de Aziraphale. Aunque cuando menciona el nombre ella hace un certero gesto de conocimiento internacional girando un dedo sobre la sien para aumentar aún más los nervios del forastero.

¿Y si este hombre lo mataba y le robaba a él cuando estuvieran a la mitad de las llanuras de New Austin? Él ni siquiera cabalgaba tan bien y el otro era prácticamente un forajido. Aunque la idea de conseguir más fuerza con más denuncias parecía algo sensato y útil.

Se encuentra sumido en estos pensamientos cuando nota al Sheriff pasar por la calle de camino a la comisaría y se apresura a detenerle, sonriendo.

—¡Señor Young!

—Ah, buenos días, Señor Fell —este hace un gesto de saludo tocándose el sombrero sin dejar de caminar.

—¿Cómo se encuentra? —pregunta bajándose del porche y acercándosele para que le haga un poco de charla, porque se lo están comiendo por dentro los nervios—. ¿Mucho trabajo?

—Ehm… No más de lo habitual ¿Y usted? —pregunta por cortesía.

—Hoy parto hacia Armadillo con el Señor Crowley —sonríe y señala con el dedo hacia una dirección incorrecta—. Ha tenido una idea que parece que podría funcionar para mi caso.

—¡Oh! ¿Armadillo? ¿No dijo que le habían dicho que allí tampoco podían ayudar?

—Bueno, espero que puedan manejarlo mejor con una perspectiva diferente —se encoge de hombros.

—Muy bien, le deseo toda la suerte del mundo —le sonríe amablemente con un gesto de cabeza—. Aunque debo advertirle sobre el señor Crowley…

—Ya, ya lo sé —traga saliva—. La posadera ya me ha dicho que tenga cuidado.

—No es una mala persona, pero tiene un pasado turbio hasta donde sé. Nadie acaba en esta profesión siguiendo el camino de la honradez.

—Soy consciente de ello, de hecho, ayer le di una importante suma de dinero para conseguir algunos menesteres y temo que me haya estafado. Tendré que regresar a mi casa como un perro apaleado, además de ultrajado solo porque ya no quedan hombres buenos, Sheriff. Aquí todo el mundo mira por su propio ombligo.

—Señor Fell… —intenta interrumpirle mirando por encima de su hombro.

—Seguramente estará por ahí gastándolo todo en alcohol y mujeres de dudosa reputación y yo volveré a quedar como un estúpido delante de todo el mundo como siempre —protesta de manera un poco pasional.

—Ni siquiera sabía que esa era una opción, pero me gusta tu forma de pensar, Fell —replica una voz a su espalda y el hombre de blanco se gira de inmediato.

Ahí está el pelirrojo, tras sus gafas oscuras, montado en su yegua negra, seguida de un caballo blanco con manchas grises.

El forastero se sonroja un poco al notar que lo ha escuchado todo, pero ya es un poco tarde para lamentaciones, así que levanta la barbilla mientras el Sheriff sonríe un poquito, divertido con la escena.

—Señor Crowley —saluda—. Llega tarde.

—Me han traído tu silla de montar desde el taller del maestro del cuero esta mañana y ha resultado tardar un poco más de lo previsto —explica tirando de las riendas del caballo blanco hacia el otro.

Aziraphale le mira de reojo unos instantes más largos de lo que es cómodo y luego aparta la mirada yéndose a por su equipaje.

—Gracias —susurra igualmente al pasar por su lado, sin mirarle ahora.

—Buen día, Young —saluda Crowley al Sheriff haciendo un gesto con su mano en el sombrero idéntico al que le ha hecho este a Aziraphale hace unos instantes.

—Buen día, Crowley… Más vale que no te pases con el señorito —le advierte.

—Descuida —sonríe mientras Aziraphale pelea por meter en las alforjas del caballo todo lo que lleva en su bolsa.

—Señor Fell —se despide el Sheriff.

—Ah, sí, sí —el nombrado hace un gesto poco interesado sin apenas mirarle mientras valora la compleja disyuntiva entre meter otro par de botas o un quinto libro.

—¿Qué es todo eso que llevas, Fell? —pregunta Crowley haciendo girar a la yegua, para verle del otro lado.

—¿Supongo que podría prescindir de una de las cantimploras? —pregunta intentando sacarla.

—¿Qué? ¡No! Vuelve a dejar eso en su sitio. ¿Qué son todos estos libros? —toma uno mirando el título.

—Pues mis novelas —explica Aziraphale volviendo a sacar las cosas a ver si puede acomodarlas de otro modo.

—Muy bonito, supongo que podemos empezar a montar una biblioteca en el pueblo.

—¿Qué quiere decir? —le mira.

—No puedes llevar todo esto en el caballo, va a retrasarnos. Solo lo imprescindible —saca el resto de los libros que hay de ese lado.

—¿Insinúa que la cultura no es un pilar de lo que nos hace humanos, Señor Crowley? —frunce el ceño.

—Insinúo que no vas a tener tiempo de leer, ya te lo dije ayer —se los muestra y se los tiende a la posadera. Aziraphale mira las alforjas de Crowley en las que hay una planta en un tiesto, atada con unas correas de cuero.

—¡Usted lleva hasta una planta! —protesta señalándola.

—No es lo mismo, esta es mi planta de apoyo emocional —replica y tiende la mano para que le dé el resto de los libros.

—Que va a ser… ¿Me está tomando el pelo? —le mira entrecerrando los ojos.

—En lo absoluto —gesto con los dedos y le da un par de palmaditas en el tiesto, sonriendo.

Aziraphale frunce el ceño y bufa, pero le da los libros, salvo uno. Crowley sonríe de lado y deja los otros en manos de la posadera, salvo otro que procede a esconder él mismo entre sus ropas.

Y ahí va el siguiente problema, porque subir al caballo no es tan sencillo como puede parecer. Y menos sin el cómodo tamburetito de los establos. Aziraphale mete el pie en el estribo y se agarra de la silla con las manos, haciendo fuerza para incorporarse y cayéndose hacia atrás pesadamente.

—¿Todo bien o es que seguimos preocupados por el maltrato animal? —se burla Crowley.

Aziraphale le fulmina y bufa un poco, volviendo a intentarlo… y esta vez el caballo es el que da un par de pasitos, haciéndole perder de nuevo el equilibrio.

—A lo mejor si me dijera su nombre podría yo calmarlo un poco —protesta el de blanco.

—Aziraphale —responde el pelirrojo, llanamente.

—El del caballo, no el mío —le mira.

—Créeme, estoy tan sorprendido como tú —levanta las manos inocentemente, aunque la verdad, me temo que se lo haya inventado.

Aziraphale levanta las cejas aun con un pie en el estribo porque... ¿¡Cómo se va a llamar Aziraphale su caballo, por Dios!?

Crowley se acerca a este y lo toma de las riendas para detenerlo y que le sea más fácil la maniobra, así que a la tercera lo consigue, murmurando otro "gracias", sin mirarle.

Le pasa las riendas a su acompañante de blanco y hace un gesto saludando a la posadera mientras espolea a su yegua, movimiento que el otro imita.

—¿Señor Crowley? —rompe el silencio Aziraphale cuando ya están saliendo del pueblo.

—¿Mjm?

—Debo advertirle muy seriamente que, si algo llegara a pasarme, mi tío no dejaría el evento impune y que no vale la pena robarme el dinero puesto que, si de verdad realiza todo el trabajo, su pago será bastante más cuantioso.

—Oh, alguien estuvo leyendo novelas hasta tarde ayer noche ¿no? —le mira de reojo—. Tal vez habría sido mejor que te emborracharas.

—No es que estuviera leyendo novelas —se sonroja un poco de todos modos—. Solo quería que lo tuviera presente.

—Mira, no sé qué te estás imaginando —le mira de reojo—. Pero matar a alguien puede resultar un poco más difícil de lo que algunos piensan.

Aziraphale, el caballo, tropieza con una piedrecita, porque Aziraphale, el hombre, que aún no se acostumbra a ir en este medio de transporte, no está prestando atención al camino, así que Aziraphale, el caballo, hace un movimiento complicado que casi tira a Aziraphale, el hombre.

—Suicidarse, en cambio... —se burla Crowley al notar eso.

—Muy divertido —le fulmina cuando consigue estabilidad de nuevo—. ¡Es que todo esto es horrible! —protesta y el pelirrojo le mira de reojo en lo que Aziraphale, el hombre, empieza su letanía de quejas.

Sobre como quisieron asaltarle con el precio de un par de platos y dos cervezas en el local de comidas, como en otro de los pueblos que estuvo había arañas en su cuarto, como el tren le cansa y le marea, como su silla no es lo bastante cómoda a pesar de todo, como nadie parece interesado en ayudarle en nada de lo que pide a la justicia y en definitivamente como es...

—Toda una víctima de la sociedad, ¿eh? —vuelve a burlarse el de negro mientras el de blanco casi se acaba ya el agua de su segunda cantimplora, la que quería dejar en Tumbleweed y se suponía que tenía que ser un extra por si acaso.

—Se burla usted, pero así es. Hace muchísimo calor —suspira.

—Sí que lo hace... y cuanto más bebas, más vas a sudar.

—Es que Saint Denis tiene un clima... distinto. ¿Cómo puede ser tan seco el aire aquí?

—Supongo que es una zona más desértica, no fui mucho al colegio como para saber de esas cosas.

—Pero en cambio conocía usted Hamlet.

—Uhm... mi madre solía leerme algunas historias que le gustaban cuando yo era niño.

—No me parece que sea un cuento infantil.

—No sé qué decirte, Fell —se encoge de hombros—. Me gustan más las comedias, pero que se murieran todos era un buen aliciente para mantener mi atención.

—¿Entonces ha vivido siempre en Tumbleweed? ¿Cómo acabo como... bueno, en su profesión?

—No, no nací aquí. Supongo que tuve mala suerte e hice algunas cosas que no debía.

—¿Cómo cuáles?

—Demasiadas preguntas —le mira de reojo y Aziraphale se queda con la boca abierta unos instantes antes de entender y cerrarla de nuevo, frunciendo el ceño y entendiendo la insinuación.

—Señor Crowley, no es mi intención incomodarle, pero si debo fiarme de usted me sería más sencillo hacerlo si le conozco un poco.

—¿Qué hay de ti? ¿Vienes de una larga saga de Archangels poderosos y justicieros? —se burla haciendo la frase más intensa y dramatizando el nombre novelesco.

—En realidad... pues sí. Mi tío, era el hermano de mi difunta madre, en paz descanse. Fell era el apellido de mi padre, por supuesto.

—¿Así que hay un anciano padre viviendo en una mansión con suelos de mármol y baños de oro en algún lugar al otro lado del país?

—No, él murió con mi madre en un ataque de unos forajidos cuando yo era un niño. Viví con mi tío y mis primos desde entonces.

—Oh, entiendo. Mis padres también murieron demasiado pronto —asiente.

—¿Vivió usted con algún familiar entonces?

—No, yo no tenía más familia aquí.

—¿Cómo aquí? ¿Aquí donde?

—En América. Mis padres eran inmigrantes.

—¡Oh! ¿De verdad? —se le ilumina la cara—. ¿Ha estado usted alguna vez en Europa? ¿Cómo es? Siempre he querido visitar Paris, desde niño. Hasta tomé clases de francés.

—Pues... sí, nací en Escocia, pero vinimos aquí siendo yo un bebé, así que no recuerdo nada.

—Debe ser un lugar encantador —suspira—. ¿Cree que tardaremos mucho en encontrar un pueblo?

—No vamos a un pueblo, vamos a un rancho en las afueras.

—Sí, pero es que todo esto son tierras de cultivo hasta donde alcanza la vista.

—Y así seguiremos, luego vienen praderas —señala el camino de tierra.

—Es que necesito... parar un minuto.

—¿Otra vez? —bufa.

—Es que necesito... empolvarme la nariz, no sé si me entiende.

—¿Que necesitas qué? —parpadea.

—Empolvarme la nariz.

—Tu nariz está perfecta, Fell, no seas ridículo.

—Señor Crowley, si va a viajar conmigo, hay algunos eufemismos que debe empezar a conocer —le mira con una mirada cargada de sentido.

—Estás hablando de... —le mira porque tampoco está seguro de lo que significa la palabra eufemismo.

—De usar el excusado, maldita sea —protesta apretando los ojos.

—Oh. Ooooh —se ríe un poco y para su yegua a la sombra de un árbol, a lo que Aziraphale, el caballo, se le para a esta al lado—. Pues ya sabes. América es grande —señala hacia los campos.

—¿Qué? ¡No insinuará que haga esto yo en mitad de un camino como si fuera un animal!

—Bueno, ojalá te escondieras detrás de un matorral o algo para ser sinceros —comenta desmontando.

—¿Qué? ¡No! Requiero un mínimo de privacidad y decoro —protesta mirándole a lo que Crowley se acerca al árbol que les da sombra y procede a hacer lo mismo que Aziraphale requiere, de espaldas a él y los caballos—. Pero qué... pero cómo... ¡No puede hacer eso así! —chilla.

Cuando Crowley termina, mueve las caderas de manera un poco exagerada, cerrándose la bragueta y volviéndose a él.

—¡Deberían encerrarlo por escándalo público! ¡¿Cómo se atreve?!

—¿Lo ves? —le muestra su cantimplora—. Agua sale —hace un gesto mano—. Agua entra —toma un par de tragos—. y el nivel se mantiene. Ese es el truco.

—¡No puedo creer que haya hecho sus deposiciones en la vía pública! Es antihigiénico y ¡pasan personas por aquí a diario!

—Mejor eso que hacerlo en los pantalones y luego estar mojado todo el día —se encoge de hombros estirando un poco las piernas.

El rubio sigue mirándole con cara de absoluto azoro, arrugando la nariz.

—Aunque si se te ocurre una tercera alternativa, en el mundo rural siempre estamos abiertos al progreso ciudadil —se burla.

—Ciudadano —corrige fulminándole y mirando a su alrededor, valorando sus opciones—. Esto es lo peor a lo que puede enfrentar a un hombre de bien.

—¿Incluso que peor que un par de arañas en una cama? —se burla.

—No me provoque, Señor Crowley —le fulmina bajándose del caballo de manera bastante menos grácil que su contrario, aunque sonríe un poco porque le hacen gracia estos comentarios idiotas, sin saber ni por qué.

Toma una manta de las alforjas y se pone a caminar hacia cualquier lado, alejándose de él y los caballos, pero es que no hay nada con lo que guarecerse, tendría que caminar hasta más allá de donde alcanza la vista para que no pudiera verle.

Cuando le parece que está lo bastante lejos se aparta del camino, haciendo algunas caras de asco porque el barro está menos seco de lo que esperaba en el campo y se echa la manta por encima de los hombros para hacerse un poquito de tiendecita.

Dándole la espalda al pelirrojo intenta respirar y concentrarse para que esto resulte lo más rápido posible y aun así se tarda un poco el lograrlo.

Cuando acaba, regresa doblando la manta y haciendo acopio de la poca dignidad que le queda, la mete en las alforjas de nuevo.

—Vaya que eso ha costado. ¿Vejiga vergonzosa?

—Pues menos desvergonzada que la suya, sin duda —replica pateando el suelo con las botas para despegarse el barro de la suela contra la tierra del camino e intentando subir al caballo de nuevo... y fallando solo un intento esta vez.

—Venga, te mereces un premio por esto —asegura pasándole un trozo de carne seca.

—¡Ni siquiera se ha lavado usted las manos! —protesta.

—¿Es para darle más sabor?

—¡Ugh! No sea usted cochino —aprieta los ojos, riñéndole, pero tomándola igual mientras reanudan la marcha.

—Venga, te gustará, se la compro a una mujer muy amable en un pueblecito cerca de Tumblweed, la hace con miel y chile. Y esta está recién comprada.

Aziraphale, el hombre, no dice nada, dándole un mordisco a la carne y luego sacándosela de la boca de inmediato, con la lengua fuera. Se abanica un poco la boca respirando como si acabara de venir de correr.

—¿Está usted loco? ¡Esto está incomible!

—¿Por? —Crowley le mira de reojo masticando y dando un mordisco fuerte con los dientes a su propia tira de carne.

—¿Por qué todo pica tanto aquí? —se lamenta.

—Ah, es que así parece comida caliente. Y además ahuyenta a las hormigas.

—Y a cualquiera con papilas gustativas —añade el rubio.

—No está tan mal cuando te acostumbras.

Aziraphale suspira y trata de comérselo en trocitos más pequeños, con cuidado y después de sufrir por como veinte minutos es que llegan a una pequeña aldea.

—Oh, vaya —comenta Crowley.

—¡Lo ha hecho usted expresamente! —protesta Aziraphale al notarlo.

—¿Qué? Claro que no, cómo iba a saber yo que había un asentamiento aquí, ¡hace años que no vengo por estos caminos!

—¡Podría haber ido al excusado de manera civilizada! —se lamenta.

—Míralo de este modo, otra experiencia para que añadas a tu libro de viajes —le mira de reojo, divertido.

—Me parece que está usted disfrutando demasiado de esta excursión para lo que ha pagado —le mira también, sonriendo de ladito y este levanta las manos con inocencia, sonriendo culpablemente.

—La parte buena es que ya no debemos estar tan lejos.

—No se habrá perdido, ¿no? —le mira de reojo.

—Naaaah, claro que no —responde, confiado. Aziraphale le mira unos instantes deteniendo el caballo.

Crowley da unos pasos más hasta que lo nota y detiene a la yegua girándose a mirarle.

—Voy a preguntar —decide el rubio.

—¿Qué? ¡No! —protesta—. ¡Es innecesario!

—Claro que sí —se decide dirigiéndose a una de las casas con paso firme de caballo—. No sabía que había aquí un asentamiento y hace años que no viene por estos caminos, está claro que se ha perdido.

—¡Claro que no! ¡Fell! —bufa y se le va detrás—. ¡Vas a avergonzarme!

—Ay, por supuesto que no. Hasta al mejor cazador se le va la liebre alguna vez —se baja del caballo de un salto y trastabilla un poco con eso, atando las riendas a la reja y acercándose a la puerta de la casa.

Crowley pone los ojos en blanco y vuelve a bufar por ahí atrás, descabalgando él también y amarrando a la yegua junto al caballo, tardándose más de lo necesario fingiendo que esto no va con él mientras mira a ver cuánta gente hay por la calle que les esté viendo.

Howdy, buen señor! —saluda Aziraphale con su sonrisa amable, quitándose el sombrero y haciendo a Crowley levantar las cejas y luego bajar la cabeza para que el sombrero le tape la cara, mientras se sube el paliacate hasta la nariz no sea que alguien lo reconozca, por si esto no era ya lo bastante vergonzoso.

—Ehm... H-Hola —saluda de vuelta el hombre de la casa.

—Verá, mi... —vacila un poco—. Socio y yo venimos desde Tumbleweed y nos hemos perdido. ¿Estamos buscando el rancho de las... Denis? —vacila y mira a Crowley para que le ayude.

Él le mira con horror porque ¡no esperara que además él también hable!

—¿Señor Crowley? —insiste Aziraphale mirando al caza-recompensas.

—Device —masculla, porque es que además le ha dicho su nombre a este señor, pero ¡¿qué le pasa a este tío?!

—¡Eso! —Sonríe el rubio, complacido volviéndose al hombre—. ¿Sí sabe dónde queda? Tal vez podría indicarnos. Y si sabe dónde hay una fuente y un abrevadero para los caballos...

—¿No quieres también una sombrilla en un coctel, Fell? —protesta Crowley mirándole de reojo, de malas, dando vueltas detrás suyo porque no sabe qué hacer consigo mismo.

—Sh, no moleste a este buen señor —le riñe antes de volver a sonreírle al hombre.

—Ehm... la fuente está ahí, tras esa casa y el rancho del que habla... ¿es el de esas tres chicas? Queda como a una hora es esa dirección —señala hacia una dirección distinta a la que llevaban.

—¡Ah! Estupendo. Muchas gracias, es usted muy amable —sonríe Aziraphale y se vuelve otra vez hacia los caballos.

Crowley hace un gesto de saludo con la mano en el sombrero al hombre.

—¿Crowley ha dicho? —sonríe de lado este, haciendo al susodicho apretar los ojos antes de irse detrás del de blanco.

Aziraphale, el hombre, camina con las riendas de Aziraphale, el caballo, en la mano hasta la fuente donde ese hombre le ha indicado y saca sus cantimploras para rellenarlas sonriendo triunfante, pero sin decir nada.

Crowley hace lo mismo con su yegua y sus cantimploras, regando un poco su planta ya que estamos, pero de un humor bastante distinto al de su contrario, que esta vez ni siquiera le importa tener que hacer varios intentos antes de montarse al caballo.

—"No me he perdido, es innecesario que preguntes" —le imita burlonamente cuando ya están en camino de nuevo, sin mirarle.

—Ay, por favor, ¿hasta cuándo vas a estar con eso? —protesta el de negro poniendo los ojos en blanco.

—"Sé perfecto donde estamos, Fell, yo trabajo en estas tierras todos los días. He miccionado en cada árbol del estado" —continua, ignorando las protestas.

—Pues no, no siempre trabajo aquí. Como verás, los criminales no están asentados todos en una zona para que sea cómodo encontrarlos —sigue fulminándole—. Y no sé qué piensas que les hago a los árboles, pero estoy seguro de que tampoco es algo que se haga fuera de la ciudad.

—Miccionar es lo que ha hecho usted en el árbol del camino hace un rato —se ríe un poco, divertido, consiguiendo otros ojos en blanco.

Tras un rato en silencio en lo que Crowley refunfuña a gusto y Aziraphale sueña con cielos infinitos y extensas praderas, el hombre, el caballo probablemente sueña con pararse a descansar en las mismas praderas...es que este segundo corta el silencio.

—¿Entonces cree usted que debería escribir un libro sobre mis viajes? Ciertamente me han pasado un sinfín de aventuras —sonríe esperanzado con ello, imaginándose, firmando libros en librerías para personas que alaban su inteligencia y retórica. Contando historias en círculos de intelectuales de la ciudad mientras todos se ríen de sus bromas y elogian su elocuencia y audacia.

—Claro, ¿por qué no? —le mira de reojo—. ¿Quién no querría leer sobre las arañas y campos de trigo que ve todos los días?

—Se burla usted, pero tal vez en Europa quisieran. Ahí no tienen de esas cosas.

—Europa: Donde la gente come piedras —se burla con un gesto de la mano—. ¿Cómo van a no tener campos de trigo?

—Pues es bien sabido que el maíz lo llevaron los españoles en la conquista, así que antes no había.

—¿En serio?

—Sí. Y los tomates y las patatas. América tiene un sinfín de maravillas para el mundo. ¿Sabe que en Asia no se come trigo si no arroz?

—¿De dónde sacas todas esas cosas?

—Pues de los libros que no me ha dejado traerme —suspira.

Crowley se humedece los labios y siente pesado en su bolsillo el que le ha robado.

—Tal vez debería leer alguno más que Hamlet, hay historias muy buenas y divertidas —le recomienda, porque ayer le dijo que le gustaban las comedias.

—Hace años que no tengo tiempo de leer, no creo que recuerde yo cómo se hace siquiera.

—¡¿Cómo me va a decir que no se acue...!?

Unos disparos a lo lejos detienen a Aziraphale haciendo que ambos jinetes se vuelvan hacia la dirección de donde procede el escándalo.

A unos pocos centenares de metros de donde están ellos, un hombre a caballo galopa como si la vida le fuera en ello huyendo de donde ha venido el ruido.

Crowley sonríe de lado y saca su revolver de donde lo lleva. Aziraphale levanta las cejas al notar el movimiento y ver el arma.

—Pero ¿¡qué se cree usted que hace!? —protesta.

—Mi trabajo —asegura este enigmáticamente, sonriendo antes de arrear a su yegua para salir corriendo campo a través en dirección al hombre.

—Pero... ¡Oiga! ¡No puede marcharse así! —protesta Aziraphale viéndole hacer—. ¡No puede dejarme aquí! —chilla a pesar de que probablemente ya no le oye y desde donde está ve la escena completa.

La figura oscura de Crowley sobre su yegua azabache, con el poncho volando a su espalda al aire, revolver en mano corriendo a toda velocidad hacia el corcel marrón del otro hombre que parece aún no haberle visto.

Aziraphale se revuelve en su silla de montar y se incorpora un poco sobre ella con los pies para ver mejor ¿Qué tal que mataba a ese pobre hombre? y él está aquí con él... Ni siquiera saben si es o no culpable de algo, ¿qué tal que solo está huyendo de unos maleantes?

Ugh. E iban a tener que enterrar el cuerpo del pobre desgraciado y mandar una misiva a la familia con el conduelo ¡solo porque se había aliado con un indeseable! Pues él no pensaba cavar ni una sola palada, le estaban saliendo callos en los dedos solo de pensarlo.

Y es cuando se está convenciendo a si mismo de que realmente tiene las manos demasiado débiles para esta clase de trabajos rurales y no quiere echar a perder (aún más) su bonita manicura que otro disparo le devuelve a la realidad.

El corcel marrón se levanta sobre los cuartos traseros tirando al hombre que lo montaba al suelo de espaldas y Aziraphale levanta las cejas.

Frunce el ceño y decide que tiene que ir él mismo a detener el asesinato que es obvio que está por ocurrir, intentando convencer a su caballo de que se meta al barro del campo, pero despacito para mancharse lo menos imprescindible.

Mientras Crowley cabalga para conseguir atrapar al caballo marrón y el hombre corre en dirección a donde huía.

Aziraphale, el hombre, los mira a ambos, porque Aziraphale, el caballo, no va a llegar hasta donde están ninguno de los dos si no lo espolea un poco... pero si lo hace van a llegar llenos de barro. La disyuntiva.

Acaba por decidir gritar, "Arre, ¡Aziraphale!" a pesar de la vergüenza que le da eso como si se estuviera espoleando a si mismo tira de las riendas y patea un poco las ingles del animal con las espuelas.

Y ahí va Aziraphale, el caballo, a salir corriendo con tanta velocidad que casi tira a Aziraphale, el hombre, de su lomo.

Para cuando Crowley consigue detener al caballo marrón y el hombre ya parece haber escapado, va a tener que ir a salvar a Aziraphale de la bestia loca a la que está ligado... el pobre animal.

Consigue detener a los dos Aziraphales poniendo los otros dos caballos frente a ellos. Así que Aziraphale, el caballo, deja de correr como loco y Aziraphale, el jinete, deja de gritar como loco.

—¿Estás bien? —pregunta Crowley. El hombre de blanco respira un poco, calmándose—. ¿Qué ha pasado?

—¿Quién era ese hombre? —Aziraphale pregunta con la voz entrecortada.

—Un… viejo amigo.

—¿Así es como trata usted a los viejos amigos?

—Solo a los que me caen bien —sonríe de lado empezando a arrear a su yegua hacia el camino de nuevo mientras tira del caballo marrón.

—Pues espero sinceramente nunca caerle nada bien —protesta Aziraphale siguiéndole.

—Ya sabes lo que dicen, "ten a los amigos cerca y a los enemigos aún más cerca."

—Sí, bueno… ¿Y lo del trabajo?

—Este caballo es de las Device —señala a la casa a las que se dirigen—. Ese chico está enamorado de la menor y la abuela no quiere que se acerque a ella, así que me contrataron para atraparle, pero es un tipo muy listo, siempre "se me escapa" desgraciadamente.

Aziraphale parpadea con todo eso.

—¿Está usted estafando a esas pobre señoras indefensas?

—Eh, devolver un caballo bien tiene su mérito… y ahora que las conozca verás que son cualquier cosa, menos indefensas.

—Pero ellas le han pagado para que atrape a un hombre al que no piensa atrapar.

—La verdad, en este caso el pago se realiza cuando el trabajo se lleve a cabo.

—¿Acaso me está estafando a mí? —frunce el ceño con eso.

—Tú me has pagado para que te traiga aquí y aquí estamos ¿O no? —se defiende señalando el rancho con el nombre "NUTTER". Está escrito en verde en un cartel que cuelga de un arco que hace de entrada a la cerca. Dentro de esta hay todo tipo de cabezas de ganado. A unos cuantos metros de la entrada de la casa, junto a la verja, hay una pizarra que reza:

"CE REALISAN LECTURAS DE CAROT

Curanderas i concegeras Device.

Limpias, Bidensia, ce cura el maldamores i los provlemas de dinero.

Ce arrancan muelas, ce corta pelo i ce afeitan a todo tipo de personas o animales.

Protesion contra el maldojo, amarres i desamarres, alineasion de charcas.

Armonisasion de casas funisui, vendisiones de ganado, consultas beterinarias

i aiuda en cualqier provlema."

Junto a un montón de estrellas y lunas y otros símbolos extraños que todos mezclados hacen una amalgama parecida a una sopa de letras sin sentido.

Aziraphale se persigna con eso mientras pasan por debajo del arco de madera en dirección a la casa y se inclina un poco hacia Crowley.

—¿Hay algo que las chicas Device no sepan hacer? —pregunta discretamente haciendo un gesto señalando al cartel—. Además de seguir las normas de ortografía…

—Cocinar —responde el de negro sonriendo de lado por la pregunta—. Y no meterse en la vida de los demás, pero no les digas que te lo he dicho.