Esta es una historia madura. Contiene escenas de sexo explícito (consentido) y mención de trauma, uso de drogas y acoso. Para los curiosos, el contenido picante empieza en el capítulo 8.
La historia está terminada y se publicarán dos capítulos por semana.
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La habitación estaba sumida en la oscuridad, y tan sólo la luz de unas velas temblorosas se atrevía a apartar a las densas sombras. Pero de alguna forma, lo que alcanzaba a verse era más temible que lo que aguardaba en las tinieblas.
Lord Vóldemort se erguía pálido y amenazante, con los ojos rojos brillando en su cara anormalmente aplanada. A sus pies, tembloroso y helado, Draco Malfoy esperaba su sentencia.
El joven aguardaba en silencio, y no se atrevía a levantar los ojos del suelo de mármol. Había perdido la cuenta de cuánto tiempo había permanecido en esa posición, pero sabía que por nada del mundo debía moverse de allí. Ni siquiera si la gigantesca serpiente se acercaba demasiado.
Su madre, Narcissa, se lo había suplicado momentos antes de ser convocados; no debía abrir su mente, no debía mostrar temor. Debía esperar y obedecer. Debía conseguir lo que Lucius había fracasado en hacer: mantener a su familia a salvo.
Y aunque Draco hubiese sentido orgullo al ser llamado ante el Señor Tenebroso, ahora no podía evitar temblar de incertidumbre y de miedo ¿Qué ocurriría si no era apto? ¿Y si él no era capaz de enmendar los errores de su padre?
Finalmente, tras lo que parecía una eternidad, lord Vóldemort habló.
-He aquí el joven cachorro que se atreve a seguir los pasos de su padre. Espero que tus decisiones sean más acertadas, y tu servicio más... aceptable.
Draco murmuró algo ininteligible, su garganta súbitamente seca. Por el rabillo del ojo pudo adivinar la sonrisa despectiva de su tía Bellatrix.
-Tus servicios serán necesarios en Hogwarts, pero para eso necesitas tener el rango adecuado. Presenta tu brazo -Draco obedeció, alzando el brazo izquierdo, pero sin apartar sus ojos de las vetas serpenteantes que cruzaban las losas.
Pudo sentir los dedos fríos rodeando su muñeca, y la punta de una varita apoyándose en la fina piel de su antebrazo.
-Morsmordre.
El antebrazo comenzó a arder, y Draco apretó los dientes, luchando por mantenerse fuerte y no mostrar señales de debilidad. Pero el dolor no paraba, y parecía extenderse por todo su brazo, subiendo hacia su hombro, como una lengua de fuego.
Un ligero gruñido escapó de sus labios.
-Patético -el silbido rebotó por toda la sala, y de repente Nagini se movió como una flecha, saltando sobre él, con la boca abierta y los colmillos listos para matar...
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Draco se despertó sobresaltado, ahogando un grito. Se sentó en la cama, luchando por calmar su respiración. El sudor mojaba su cara, escondiendo el rastro de las lágrimas, y parecía que su corazón iba a salirse de su pecho.
Una pesadilla. Era sólo una pesadilla.
Pero no del todo. Aquella escena había ocurrido de verdad, Draco aún la recordaba con claridad. El círculo de mortífagos, observando silenciosos, Bellatrix y su sonrisa demente, Nagini arrastrándose amenazadora, el Señor Tenebroso, burlándose de él.
Y Narcissa, escondiendo su miedo y su desesperación tras su máscara impasible, viendo cómo su único hijo seguía los pasos de su marido caído en desgracia...
Draco miró su brazo. Bajo la tenue luz de la luna filtrándose por la ventana podía adivinar la mancha oscura que se extendía por su antebrazo. La Marca Tenebrosa ya no era visible, pero tampoco había desaparecido del todo. Aquel moratón permanecía en su piel, como recuerdo indeleble de sus decisiones.
Había sido estúpido y arrogante ¿Cómo había podido si quiera imaginar que un niñato de dieciséis años podía cumplir con el trabajo de un mortífago? Más aún después de lo que le había pasado a su padre...
Pero había sido orgulloso y necio, y cegado por la rabia y el deseo de resarcir el nombre de su familia se había lanzado a ciegas a cumplir una misión que claramente le quedaba grande. Pero por supuesto, no había querido verlo. No había aceptado la posibilidad de que, en realidad el Señor Tenebroso les estaba castigando por el fallo de Lucius. Draco pensaba que, por una vez, él podría restaurar el orgullo de la familia Malfoy.
Pero por supuesto, no había sido así. No había sido capaz de hacerlo. Su misión era sencilla y a la vez increíblemente complicada. Debía asesinar a Albus Dumbledore.
Draco hundió la cara entre sus manos, intentando ignorar los recuerdos que acechaban su mente. Pero ya sabía que era imposible, la vergüenza y el arrepentimiento eran demasiado fuertes. Recordaba el colgante de ópalos y la botella de vino. Y el armario que en realidad era una entrada secreta a Hogwarts.
Y aquella aciaga noche, en la Torre de Astronomía.
Había desarmado a Dumbledore. Le tenía a sus pies. Y sin embargo, su mano había temblado, su brazo se había entumecido, y su garganta se había negado a pronunciar las palabras. Y Dumbledore le había ofrecido una salida, el camino hacia la redención. Y Draco se había balanceado en la duda, sin poder decidir...
Hasta que los otros mortífagos llegaron y ya no hubo marcha atrás. Y entonces Snape se adelantó, y tomó la decisión por él...
Draco se levantó de golpe, entrando a trompicones en el aseo. No quería recordar. No quería volver a verlo. No podía revivir de nuevo el momento en el que el viejo director caía hacia atrás, con la mirada perdida y la boca abierta, desplomándose hacia el vacío...
El agua helada le hizo estremecerse, pero Draco volvió a meter la cara bajo el grifo. El frío hacía que su mente se centrase en el presente, y no en el pasado. Y Draco necesitaba un atisbo de claridad, por efímero que fuese.
Porque las noches eran oscuras y sus pesadillas demasiado reales.
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Los tres Malfoy desayunaban en el comedor, apretados en un extremo de la gigantesca mesa de roble que resplandecía bajo la luz matinal.
Aquella había sido una de las secuelas más curiosas de la guerra. Era como si los tres se hubiesen apiñado para protegerse unos a otros, como si al mantenerse unidos pudiesen evitar que los otros desapareciesen.
Los últimos años habían sido tiempos difíciles. Tras la incertidumbre de la Batalla de Hogwarts, Draco y sus padres habían permanecido en el Gran Comedor, sin saber qué hacer. Estaban vivos, pero dudaban que fuesen a salir indemnes de aquella guerra.
Y así había sido. Aunque nadie les hubiese dicho nada durante aquellas primeras horas, días después un grupo de Aurores había aparecido frente a las puertas de la Mansión Malfoy, para detenerles.
Lucius y Draco fueron juzgados por pertenecer al círculo interno de los mortífagos, y Narcissa por ser colaboradora con el Bando Tenebroso. Ninguno de ellos negó los cargos o intentó defenderse. No tendrían tanta suerte como después de la Primera Guerra, ya que esta vez había pruebas más que suficientes como para encerrarles de por vida en Azkabán.
Sin embargo, las consecuencias fueron diferentes a lo que esperaban.
La primera en quedar libre fue Narcissa, debido al testimonio de Harry Potter, quien habló a su favor en el juicio. El joven héroe relató cómo ella había mentido a lord Vóldemort, camuflando su vuelta a la vida y permitiéndole regresar a la batalla.
De forma torpe pero convincente, describió a Narcissa como una víctima más, presa en su propia casa, sin poder de decisión. Tan sólo una madre y una esposa atrapada por las decisiones de su familia. Sus palabras conmovieron a los jueces, quien se ablandaron lo suficiente como para dejarla en libertad.
Humillada por aquel ridículo espectáculo, Narcissa no pudo hacer nada más que tragarse su amargura y agradecer la oportunidad de ser libre. Y sin embargo, lo que parecía una muestra de clemencia, para ella fue la más cruel de las torturas.
Narcissa había vuelto a la mansión solitaria, donde sólo los recuerdos y las sombras moraban. Puede que su cuerpo estuviese libre, pero su corazón permanecía en Azkabán, junto a su marido y su hijo.
Escribió infinidad de cartas, rogando clemencia sin éxito. Su única esperanza era que se hiciese realidad la promesa de Shakelbolt de retirar los dementores de Azkabán.
Pero para sorpresa de todos, dos años después, El Elegido accedió a interceder por Draco. No se sabía muy bien qué le había empujado a hacerlo; Narcissa sabía que no habían sido sus múltiples mensajes suplicantes, pero lo cierto es que Harry volvió a comparecer frente al tribunal, defendiendo a Draco.
Alegó que este no había deseado asesinar a Dumbledore, y que tampoco había querido identificarle en la Mansión Malfoy. Le recordó al tribunal que Draco había sido menor de edad durante la guerra, y que se había visto obligado a obedecer, a cambio de la vida de sus padres.
Y así, finalmente, tras pedir una multa excesiva a modo de reparación a las víctimas, el Ministerio accedió a dejar que Draco regresase a casa.
Draco no sabía cómo sentirse al respecto. Estaba agradecido por su madre y por él, y rabioso porque el maldito cara-rajada siempre tuviese que influenciar su vida. Y avergonzado, por su propia cobardía. Y aliviado por poder alejarse de los dementores...
Su recuperación, sin embargo, fue lenta y dolorosa. Las pesadillas le asediaban todas las noches, trayendo a su memoria eventos del pasado que quería olvidar.
Al principio, el alcohol fue su única ayuda para olvidar y alejar los recuerdos de su mente, pero la solución fue otra maldición que le arrastró a la oscuridad. Si no hubiese sido por su madre, Draco habría caído sin remedio en una espiral de la que no hubiese podido salir.
Pero Narcissa fue firme, y ordenó a los elfos que no volvieran a traer ni una gota de licor a la mansión. También se volcó por completo en su hijo, quien a regañadientes aceptó su ayuda y sus consejos.
Y así, poco a poco, Draco recuperó una sombra de lo que había sido en otro tiempo. Afortunadamente, su sentido del deber y el amor que le tenía a sus padres le ayudaron a encauzar su vida. No quería romper el corazón de su madre una vez más.
Lucius no tuvo la misma suerte que su mujer y su hijo. Al fin y al cabo, él era un antiguo convicto, fugado de Azkabán, había pertenecido al círculo interno de los mortífagos y estaba directamente relacionado con muchos crímenes.
Su único atenuante era la ausencia de su varita, tomada por el Señor Tenebroso al principio de la guerra. Debido a que básicamente había sido un prisionero en su propia casa, Lucius no había participado en la parte más sangrienta de la batalla, y varios testigos habían asegurado que su único interés era asegurarse de que su hijo estuviese a salvo.
Pero aun así, muchos insistían en que debía recibir una pena ejemplar, al ser de los pocos mortífagos que quedaban con vida, y por ello fue encerrado en una de las peores celdas de Azkabán, cerca de donde aún moraban los dementores.
Y sin embargo, un desgraciado accidente ocurrido cinco años después de su condena hizo que su pena fuese revisada.
Las noticias llegaron con cuentagotas a la Mansión Malfoy. Primero les dijeron que debían prepararse para viajar al Ministerio en cuanto les llamasen. Después les indicaron que debían esperar en un pasillo hasta que la investigación concluyese. Draco consiguió hacerle con un periódico en el que se anunciaba el ataque descontrolado de los dementores a los presos que estaban en Azkabán.
Y fue entonces cuando pensaron que había sucedido lo peor.
Narcissa, blanca como la cera, perdió el equilibrio, dejándose caer al suelo, con la mirada ausente y aterrada. Era incapaz de llorar, pero su mano se aferraba a la de Draco con tanta fuerza que la dejó sin circulación.
-Le han atacado. Le han atacado -repetía, con un hilo de voz. Draco no se atrevía a creerlo aún. Su padre, consumido por los dementores... aquello no podía ser cierto. No podía estar pasando.
Y finalmente, horas después, un funcionario les informó de que, al contrario de lo que temían, Lucius Malfoy se encontraba indemne. Se había salvado de puro milagro, porque los dementores se centraron en su compañero de celda en lugar de en él.
Ese suceso despertó las críticas de la comunidad mágica. Muchos estaban en contra del uso de los dementores, y el hecho de que se hubiesen revelado contra sus guardias suponía un punto final en una batalla muy larga que Shackelbolt llevaba encabezando desde que ascendió al puesto de Ministro.
La siguiente noticia que encabezaba la portada del Profeta indicaban que, no sólo los dementores habían sido expulsados de Azkabán, sino que la prisión sería demolida y reconstruida de nuevo, siguiendo un diseño más humanitario.
Debido a eso, los presos considerados menos peligrosos fueron trasladados a sus antiguos hogares para permanecer bajo arresto domiciliario hasta nueva orden.
Así que, tras cinco años de encierro en Azkabán, Lucius pudo volver a su antiguo hogar, con la condición de que jamás podría salir a la calle o recuperar su varita. Castigo más que generoso, teniendo en cuenta que muchos jueces habían votado por la cadena perpetua o incluso el beso del Dementor.
Draco recordaba ese día con una punzada en el pecho. Los tres se habían abrazado, llorando como no lo habían hecho nunca, durante interminables minutos. Lucius estaba tan delgado que parecía un espectro, y su salud se había debilitado. Narcissa y Draco pensaban que jamás se recuperaría.
Pero se apiñaron a su alrededor, apoyándose unos a los otros y haciéndose compañía. Ya no importaba que estuviesen vigilados día y noche, o que su anterior prestigio se hubiese evaporado junto con sus riquezas. Su familia seguía intacta y eso era lo único que importaba.
Y poco a poco, Lucius se recuperó, aunque algunas cosas nunca volvieron a ser las mismas. No sólo se encontraba enfermo, debilitado tras años de encierro y contacto con los dementores, sino que su mente no era la misma.
Ya no aguantaba la oscuridad, y aborrecía las habitaciones cerradas. Ahora intentaba pasar el mayor tiempo posible fuera, en los jardines, y para sorpresa de su mujer y su hijo, desarrolló fascinación por la jardinería.
Su explicación por ese hecho tan extraño fue que en el jardín había vida, y entre las paredes de mármol no podía encontrarla. Draco comprendió lo que quería decir, pues él también había sentido algo similar tras su regreso de Azkabán, como si no pudiera recibir suficiente luz del sol.
Y al menos, la jardinería era mucho más inofensiva que el alcohol, así que Narcissa y Draco le dejaron disfrutar tranquilo del invernadero y los jardines.
Pero Lucius no era el único que había cambiado; Narcissa también actuaba de forma diferente. Debido a las cuantiosas multas que habían pagado por la liberación de Draco y Lucius, además de las reparaciones a las víctimas de la guerra, la antigua inconmensurable fortuna de los Malfoy se había visto reducida a apenas unos galeones.
Bien era cierto que los Malfoy ya no llevaban el extravagante estilo de vida de antes de la guerra, pero el coste de la medicación de Lucius era demasiado alto, y necesitaban conseguir dinero como fuera.
Por ello, Narcissa comenzó a vender las obras de arte que tenían en la mansión. Su gusto era exquisito, y durante décadas había reunido una excelente colección, pero nada de eso importaba ahora. La salud de su marido era lo más importante.
Utilizando sus conocimientos de arte, consiguió regatear un precio más que decente por la mayoría de las obras, aunque estaba claro que los compradores estaban ofreciendo mucho menos de lo que las piezas realmente valían.
Pero cuando llegó el turno de vender sus joyas, Draco la detuvo.
-Eso no, madre. No dejaré que vendas la herencia de tu familia.
-Sólo son adornos, Draco.
-Son más que eso. Son recuerdos de tus padres y tus abuelos -protestó Draco. Conocía muy bien el valor sentimental que esas joyas tenían para su madre, y sabía que ella sufría por la idea de desprenderse de esas piezas, por mucho que intentase disimularlo.
-Hay cosas más importantes que los recuerdos -murmuró ella, sin poder mirarle a los ojos.
-Hay otras maneras de ganar dinero. Déjame intentar algo -insistió él, cerrando el joyero. A regañadientes, su madre accedió, y Draco se puso manos a la obra.
Durante demasiado tempo, se había regodeado en su propio sufrimiento. Eso debía acabar. Era su turno de sacar a su familia adelante.
Él había compartido con su madre la afinidad por el arte y los objetos caros, y tenía muy buen instinto para saber lo que quería la gente. Utilizando los pocos ahorros de los que disponía, se hizo con una escultura de un artista algo pasado de moda, y días después consiguió vendérsela a uno de los amigos de su madre.
No dijo de dónde la había sacado, pero prometió que podría encontrar más si surgiese la necesidad. Semanas después volvió a hacer lo mismo, vendiendo un cuadro que llevaba años perdido. Pocos días más tarde, le llegó su primer encargo: hacerse con una colección de libros antiguos de una edición limitada.
Poco a poco, Draco fue labrándose una nueva reputación. Podía conseguir cualquier cosa que le pidieran, a cambio de un precio que siempre se pactaba de antemano. Nunca explicaba cómo conseguía los objetos, pero lo cierto era que la mayoría de las veces tan sólo tenía que ir a establecimientos de escasa reputación y preguntar.
Ninguno de los ricos magos de sangre limpia quería adentrarse en esos lugares, pero a Draco no le importaba; su nombre ya estaba manchado, y aquella nueva actividad le distraía.
No hacía nada ilegal, ni utilizaba artimañas ni amenazas. Sólo tenía que ser paciente, insistir y saber cómo adular a las personas, tres cosas que se le daban muy bien.
Y así, con la experiencia de Narcissa y la perseverancia de Draco, los Malfoy pudieron reunir el dinero necesario para garantizar que Lucius se recuperase. Por el momento, los Malfoy podrían sobrevivir.
Pero sobrevivir no iba a ser suficiente
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Aquella mañana, como era habitual, Narcissa revisaba el correo mientras desayunaba, dejando a un lado las ya habituales cartas amenazantes que llegaban de forma anónima, y abriendo sólo aquellos pergaminos de los que estaba segura de su procedencia.
-Esto es nuevo -comentó, mirando con detenimiento un pequeño sobre cerrado con un sello negro-. Es de la familia Greengrass -sus ojos se fueron nublando gradualmente a medida que leía el mensaje, y su cara adquirió una expresión desconsolada-. Mi padrino, Augustus Greengrass, ha fallecido.
Lucius y Draco la observaron en silencio, sin saber qué decir. El anciano patriarca había sido un viejo amigo de la familia, y quizá una de las pocas personas que todavía seguía en contacto con los Malfoy después de la guerra. Narcissa y Draco habían hecho negocios con él durante los últimos meses, proveyendo obras de arte para sus hoteles.
Narcissa carraspeó suavemente, doblando la carta con cuidado y depositándola cuidadosamente sobre la mesa. Utilizando toda su fuerza de voluntad, retuvo las lágrimas, pero Draco pudo adivinar en lo que estaba pensando.
Era un hombre muy mayor. Estaba muy enfermo. Era cuestión de tiempo que esto pasase.
Y aun así, su ausencia dolía. Augustus había sido una figura paterna para ella tras el fallecimiento de Cygnus Black.
Lucius cogió la mano de su mujer, en un gesto de mudo apoyo. Ambos se miraron, compartiendo en silencio un mensaje para el que no hacían falta las palabras.
Entonces, Narcissa miró a su hijo, con la mirada súbitamente seria y determinada. Y de sus labios, salieron las palabras que Draco hubiese esperado no tener que oír.
-Tenemos que ir al funeral.
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Así empieza nuestra historia. No es un inicio muy alegre, pero la familia Malfoy ha logrado sobrevivir a la guerra y sus consecuencias.
Por otro lado, la situación sólo puede mejorar... O eso esperamos.
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