A Aomine Daiki no le importa nada ni nadie.
Nada a su alrededor le significaba algo para siquiera prestarle atención verdadera.
Algo que Momoi Satsuki, su amiga de la infancia, comenzaba a odiar de su personalidad. Y Aomine no iba a admitirlo, a él no le importa lo que ella odiara. Total, nadie la mando a seguirlo hasta Too luego de separarse de La Generación de los Milagros en Teiko ¿verdad?
Solo tenía un objetivo y ese era ser el mejor en el baloncesto, deporte en el que era una bestia mas no por eso amaba.
Había dejado de amar aquel deporte después de su segundo año en Teiko, y en el tercero... bueno, el equipo no necesitaba su presencia por más que Akashi lo obligara a entrenar... aunque no es como si realmente fuera obligado por aquel maniático emperador.
Como dije, nada le importaba ni nadie.
Mucho menos el deporte que alguna vez amo durante su infancia.
Estaba vacío, no tenía un propósito en la vida, no después de saber que nadie podía derrotarlo en el deporte que alguna vez le lleno la existencia.
Todos y todo era inferior a él.
Y estaba completamente seguro que en Too la situación iba a ser la misma
Estaba seguro que el bucle donde estaba metido jamás se rompería y lo prefería así. Mantendría su lugar como bestia incontrolable del baloncesto así fuera lo último que hiciera.
Y ni siquiera Satsuki o Tetsu podrán evitarlo.
Estaba obligado a ser indiferente con el deporte que al igual que su en aquel entonces mejor amigo amaba con todo su ser.
Basura solamente.
Sentimentalismo barato.
Destrozaría a Kuroko Tetsuya si era necesario para que entendiera el mensaje de una buena vez.
Ni el ni nadie de la Generación Milagrosa tenía salvación para volver a ser lo que fueron en su primero año en Teiko.
Quizá solo-
-Rayos, es el primer día de entrenamiento y ya voy tarde- se escuchó de pronto cerca del escondite donde estaba Aomine reflexionando lo último acontecido en su vida, sus ojos azules vieron a un bajito castaño de ojos caramelo apurado acomodando su mochila donde estaba seguro guardaba sus cosas de gimnasio, Daiki alzo la ceja entre intrigado y curioso, ese chico... lo había visto en algún momento de ese día pero no estaba seguro de donde -solo espero que Imayoshi-senpai no se moleste conmigo, me disculpare con el todo lo necesario. Quiero iniciar esta nueva etapa de mi vida haciendo las cosas bien- expreso para si mismo el chico sin fijarse donde estaba pisando.
"Si no me muevo, este chico me va a pisar" pensó para sí mismo Aomine tentado en provocar eso en el castaño "bueno, él tiene la culpa de todos modos" y encogió una de sus piernas dejando extendida la otra provocando que el chico que hablaba para sí mismo...
Pasando lo que ya sabía Aomine iba a ocurrir.
El castaño no tuvo tiempo de meter las manos si quiera, su cuerpo cayo con estrepito sobre el pasto verde de aquel jardín provocando que su mochila por poco saliera volando por lo ocurrido al momento de tropezarse.
Aomine involuntariamente soltó una discreta carcajada, carcajada que con el paso de tiempo se volvió más sonora y menos discreta a causa de lo que paso con el castaño. No era su intención tirarlo pero tampoco esperaba que estuviera tan distraído con sus pensamientos para no darse cuenta de la presencia de aquel obstáculo en su camino.
Ese chico era divertido.
-Auch- se quejó el castaño sacando su rostro del pasto, un par de ramitas verdes quedaron en sus cabellos castaños y un poco de tierra en sus mejillas ¿Qué había sido eso? -no tengo tiempo para esto- reviso su reloj, estaba a cinco minutos de que comenzara el entrenamiento vespertino -después del entrenamiento me curare, no quiero llegar tarde- y tan luego se puso de pie y sacudió sus ropas corrió hacia el gimnasio ignorando el pequeño raspón sangrante en su rodilla izquierda.
De nuevo, Aomine alzo la ceja confundido.
¿Quién era ese chico y por qué no se preocupaba más por sí mismo?
-Bueno, para lo que me importa- y se volvió acomodar sobre la raíz del frondoso árbol que le servía de sombra viendo de reojo el camino que había tomado el castaño sintiéndose extrañamente mal consigo mismo.
Algo dentro de su estómago lo estaba incomodando.
-Seguro es hambre- y volvió a restarle el asunto.
Poco sabia él que aquello que estaba experimentando no era hambre.
Era algo nuevo que iba a poner su mundo desinteresado de cabeza.
