16/10/2024

¡Mil gracias por sus comentarios en el capítulo anterior!

Cindy Osorio, Valentinehigurashi, Joiscar, Karii Taisho, MeGoKa, Rosa Taisho, Kayla Lynnet, anapauulacastrejonlopez.

Hemos rebasado los 200 comentarios, no lo puedo creer. =D (lágrimas de felicidad). Gracias por su apoyo en cada visualización y comentario. Los amo (emoji corazón).

¡Holi! =D

Les quiero contar que tardé en subir el capítulo debido a que tuve un evento que cubrir. Una quinceañera que arreglar y ya saben. No faltan los que dicen "¿puedes cortarme el cabello?", "¿Puedes teñirme el cabello?" "¡Yo quiero uñas!". Bueno, gracias a Dios hubo trabajo. Todo es bendecido. ¿Y luego qué creen? Comencé a sufrir con el estómago, tuve que ir al médico. No me sentía bien, sentía que me partía por la mitad. Estaba desganada, pero aún así tuve que trabajar =(

No pude editar los últimos detallitos antes del viernes. Pero ya que me encuentro mejor les traigo la continuación =D un capítulo un poco extenso para compensar =)

¡Nos leemos abajo!


"CONVIVIENDO CON MI EX".

Capítulo 21: Tranquilidad.

Miroku notó los nervios de Sango mientras caminaba con su maleta. ¿Qué le pasaba? No lo sabía, y no intentó preguntar otra vez, ya que desde hacía rato la había notado diferente, ansiosa y estresada, como si algo estuviera a punto de suceder. Le había preguntado qué pasaba en más de una ocasión, y todas las veces había recibido la misma respuesta: «No pasa nada». Se preguntó si se debía a su exnovio, aquel que los interrumpió en su "cita" y dejó en claro que seguiría buscándola. Pero eso sería sobre su cadáver; no iba a permitir que alguien como él volviera a perturbar la paz mental de Sango. Aún no terminaba de creer que, detrás de una mujer como ella, con la belleza de una flor y la fortaleza del acero, había una mujer con el corazón roto. Por un desgraciado que la cambió a la primera oportunidad, con una compañera de su carrera universitaria. Ese malnacido no solo había cortejado a "la nada que ver", sino que se había acostado con ella en el cumpleaños numero veinte de Sango, mientras ella lo esperó por horas. Y ahora, después de unos años, el desgraciado se había enterado de que ella trabajaba en Taisho Corp., y le pedía una oportunidad para retomar su relación… Él pensaba que quería le consiguiera un puesto en Taisho Corp.

–¿Todo bien? –inquirió cuando vio que miraba su móvil por quinta vez. No avanzaba; se había quedado a mitad del muelle. Ginta ya los esperaba en la lancha.

Sango suspiró. Hacía rato que había recibido el mensaje de Kagome. Le había dicho que ya bajaba. Y desde ese momento estaba tomando valor. Tenía que decirle a Miroku que Kagome se iría con ella, pero no podía hacerlo, más bien, no sabía cómo hacerlo. ¿Cómo podría darle aquella noticia? ¿Cómo se lo tomaría? Lo miró, se notaba preocupado. Apretó los labios antes de inhalar aire. Era hora de la verdad. Tenía que decirle a Miroku que Kagome se iría con ella, porque iba a dejar a Inuyasha.

–Hay algo que tengo que decirte –suspiró–. Algo pasó...

–Adelante –le tomó una mano y se la llevó al corazón–. Sabes que puedes contarme lo que sea –pidió con la mirada.

Ambos estaban al tanto de que las cosas entre Inuyasha y Kagome habían florecido. Lo habían visto con sus propios ojos. Una noche antes, cuando Miroku… Bueno, después de que una cosa llevó a otra, terminaron en la misma habitación. Y después surgió el tema de sus amigos. Miroku le platicó que Inuyasha se veía diferente al lado de Kagome, que lo veía más feliz, con más energía y más ganas de trabajar. No pudo decirle la verdad del plan de Kagome, porque tal vez alertaría a Inuyasha. Ahora era el momento de hacerlo, ya que si Inuyasha quería a Kagome como decía, esta ruptura lo dejaría devastado y necesitaría de la compañía de su mejor amigo.

–Kagome vendrá conmigo –Miroku frunció el ceño–. Y dejará a Inuyasha.

Aquellas palabras no las vio venir, dejó caer la mano de Sango y quedó en completo estado de shock. ¿Había oído mal?

–¿Qué?

–Kagome… Ella… Ella pidió mi ayuda –confesó–. De hecho, en estos momentos acaba de dejarlo. Kagome viene hacia acá. Está dispuesta a dejarlo, esta vez para siempre y... Miroku, deja de verme así. ¡Para mí también es difícil esto!

–¿Cómo quieres que reaccione? –se defendió, su rostro cambió del shock a uno de completa ofensa–. Inuyasha se la ha pasado diciéndome que quiere hacer las cosas bien esta vez... ¡Está tan ilusionado con esto! –Se llevó una mano a la frente, imaginando lo que ahora estaría pasando su amigo–. Maldita sea... ¡Otra vez pasará por lo mismo! ¿Por qué piensa dejarlo?

–Kagome tiene novio –mintió. Miroku frunció el ceño–. Inuyasha sabía que tenía novio desde el comienzo... Ambos estaban conscientes de la gravedad de esto –evitó mirarlo, se perdió en las ondas del agua–. Ella... Ella quiso tomar esta semana como un cierre a lo que alguna vez fueron. Ahora va a empezar su vida otra vez, con su novio. Porque ahora darán el siguiente paso –inhaló aire, tomando fuerzas para continuar–. Van a casarse.

Debería bañarse al llegar a su casa; se sentía demasiado sucia por mentirle a Miroku, después de todo lo que habían pasado.

Mientras Kagome se acercaba al muelle, a lo lejos notó cómo Miroku y Sango discutían. Tragó hondo; sabía que ella era la razón de su discusión. Dejó la maleta sobre el muelle e inspiró hondo. Lo más seguro es que Sango apenas le había mencionado sobre su huida. Y seguramente Miroku lo había tomado demasiado personal, después de todo, Inuyasha era su mejor amigo. Se acercó lentamente, tan sigilosamente que no notaron su presencia.

–¿Es una broma, cierto? –exclamó él de pronto.

Miroku seguía sin creerlo. Dio un paso atrás, pensando que en cualquier momento el rostro de Sango mostraría que aquello era una de sus bromas. Pero no, seguía firme con una mirada apenada.

Sango negó una vez más.

–Kagome va a casarse... –repitió, sin poder creerlo–. ¡Casarse! Esto es muy delicado, Sango... ¿Sabías esto desde el principio?

Oh no, debería decir algo. ¡No quería meter a Sango en problemas!

–Joven Miroku –ambos volvieron la mirada ante tal interrupción. Kagome los veía a unos cuantos pasos–. No culpe a Sango –se acercó, su mirada mostraba un vacío emocional que ambos pudieron notar–. Ella no sabía que yo estaba aquí, y tampoco sabía de mis planes de boda. Se enteró anoche –explicó, lo que menos quería era causarle problemas a su mejor amiga–. La culpa es mía... No debí dejar que esto avanzara más de lo debido.

Miroku la miró sin decir nada, confundido y sorprendido por lo que acababa de escuchar por Sango y ahora de ella. Aunque estaba molesto porque Kagome había dejado a su amigo, pudo notar la mirada vacía y lúgubre en ella.

–Sango solo ha hecho lo que le pedí. Está cumpliendo como amiga –continuó Kagome, sin apartar la mirada–. No deje que esto afecte lo que hay entre ustedes –añadió, tomando las manos de Miroku y Sango, uniéndolas. Sango se sonrojó, conmovida por sus palabras–. Nunca había visto a mi amiga tan feliz; no deje que esto rompa algo que está surgiendo.

Sango y Miroku se miraron mientras ella los observaba. Ambos entrelazaron sus dedos, y Kagome pudo sentir una calidez entre ellos. Una calidez que, en su ausencia, había nacido en tan solo unos días. Un cariño sincero que pintaba para algo más serio y próspero, tanto para Miroku como para Sango.

Miroku meditó las palabras de Kagome mientras recorría el rostro de Sango. La frustración poco a poco se fue yendo al darse cuenta de que Sango no tenía la culpa. Ella solo estaba cumpliendo como amiga, apoyando a Kagome. Fue ahí donde comprendió. Así como él había apoyado a Inuyasha, Sango le era leal a Kagome. Una lealtad incondicional, algo que él no tenía derecho a cuestionar. Sacó el aire retenido asintiendo con la cabeza.

–Señorita Kagome... –murmuró Miroku cuando ella subió a la lancha–. ¿Está segura de seguir con esto? –No conocía a Kagome lo suficiente, pero sentía que había algo más–. ¿Está completamente segura de la decisión que tomó? ¿No cree que es algo precipitado?

Kagome lo miró, conteniendo la tristeza; lo único que quería era alejarse de ahí para poder llorar lo suficiente. Le dedicó una mirada decidida a Miroku antes de volverse hacia la mansión. Él pensaba que iba a casarse, al igual que Inuyasha.

–Estoy segura de esto –sentía la mirada escrutadora de Miroku, pero le pudo mentir; había mentido una vez más. Parecía que esta semana era lo único que sabía hacer–. Él merece a alguien que no le esconda cosas, que no le mienta. Yo... no puedo ser esa persona –el aludido asintió rindiéndose, había intentado hacerla cambiar de parecer–. ¿Puedo pedirle un favor?

Mientras se grababa la imagen de aquella mansión, sintió la suave brisa marina contra las mejillas. Inuyasha estaba ahí, probablemente destruido por lo que le había dicho. Estaría deshecho y roto, como ella en esos momentos. Pero debía ser fuerte. Apretó las manos en la correa de su mochila.

–No lo deje solo en estos momentos –pidió con dificultad, le dirigió una última mirada antes de volver la vista a su regazo.

–Está bien –dijo al final, soltando un suspiro–. Si esto es lo que decidió, no puedo detenerla... –Miroku se giró a Sango–. Cuídate –susurró Miroku, inclinándose hacia ella y rozando su mejilla con los labios.

Sango le sonrió por la sensación suave que le había dejado, recordando la noche apasionada que habían tenido. Definitivamente, algo había cambiado entre ellos en cuestión de días.

Kagome observó la escena, sintiendo una punzada de celos en el pecho. Esa semana había estado así con Inuyasha, compartiendo momentos de felicidad e intimidad. Pero eso ya se había acabado. Se obligó a no mirar atrás. A partir de ahí, tenía que retomar su vida. No habría más risas compartidas con él, ni caricias, ni besos apasionados. A partir de ese momento, sería solo ella y Moroha contra el mundo.

Miroku no la entendía. Mientras veía la lancha alejarse, pensaba que no comprendía por qué dejaba a Inuyasha si parecía inmensamente feliz con él un día antes. ¿Por qué renunciaba a eso? Aquí había algo oculto, su instinto le decía que había una razón más fuerte para esa boda con su "novio". Pero, por ahora, había algo más importante: Inuyasha. Él lo necesitaba más que nunca en esos momentos. Por eso decidió quedarse.

Subió las escaleras de dos en dos, y la sirvienta lo guió directo a la habitación que habían compartido Inuyasha y Kagome. Tocó la puerta antes de abrirla, y al entrar, pensó que encontraría la habitación en completo caos. Pero había calma, una calma extraña que daba miedo. Y ahí estaba su amigo, en el balcón de la habitación, mirando hacia la nada.

–¿Inuyasha? –El aludido ni siquiera se movió. Le puso una mano en el hombro, pero no reaccionó. ¿Qué debía decirle?

–¿Se ha ido? –No hubo necesidad de preguntar por quién, ya lo sabía.

–Sí –murmuró–. Se fue con Sango.

Inuyasha asintió ligeramente, sin apartar la vista.

–Ah, ya veo. Entonces tú también sabías que ella me dejaría –soltó de repente, con un reclamo tan duro que se sorprendió–. Tu chica te lo debió haber dicho, ¿verdad?

–¿Qué? –La reacción de Inuyasha se sintió como un golpe en la entrepierna.

Inuyasha se volvió hacia él. Su rostro mostraba una mezcla de enojo y tristeza, pero lo que impactó a Miroku fueron los ojos enrojecidos de Inuyasha, claramente había llorado. A pesar de la firmeza de su reclamo, se veía demasiado calmado. Una calma que Miroku nunca había visto en él.

–Me lo ocultaste –continuó Inuyasha con una expresión fría–. Sabías que ella me iba a dejar, y no me dijiste nada… Dime, ¿fue divertido verme hacer el ridículo ayer? –sonrió con amargura–. Seguro Sango y tú se morían de la risa. Dijeron «pobre iluso, si tan solo supiera la verdad».

Miroku se quedó atónito, intentando procesar el reclamo. Dio un paso hacia atrás.

–Inuyasha, te juro que…

–Mi mejor amigo y mi abuelo sabían que ella me dejaría y no dijeron nada. Me traicionaron… ¿Quién más me va a traicionar? –se llevó una mano a la frente, aún procesando lo que acababa de ocurrir.

–Inuyasha, yo me acabo de enterar –dijo rápidamente, levantando las manos, queriendo que Inuyasha le creyera–. No sabía nada de esto. Cuando Sango me lo dijo, ya estaba en el muelle. Después llegó Kagome, intenté hacerla cambiar de parecer, pero…

Inuyasha alzó la mano, pidiéndole que se detuviera. Suspiró con tristeza, ¿qué estaba haciendo? Culpaba a su amigo y a su abuelo por no decirle que Kagome se iría… Pero debía ser realista. La culpa era de él, por hacerse ideas erróneas de un futuro con ella. Como si pudieran retomar una historia que ya no existía. Pensó estúpidamente que ella dejaría a su pareja por él... Pero no contó con ese pequeño detalle: ella amaba a ese malnacido. Amaba a ese hombre tanto, que ahora había un posible embarazo de por medio.

–Perdona, esto no es culpa tuya –respondió con una voz baja, sintiéndose derrotado–. ¿Qué más da? Ella... Ella se ha ido.

–¿Vas a buscarla? Yo puedo ayudarte a hacerlo –intentó animarlo–. Podemos ir e impedir esa boda y ella…

–No –Negó con frialdad–. No es necesario, porque no la buscaré –murmuró Inuyasha, recordando lo del embarazo–. No esta vez. Ella decidió irse, y debo respetarlo –se obligó a decir con tristeza y una mirada vacía–. ¿Qué se le va a hacer? No me ama –más que decírselo a Miroku, se lo decía a sí mismo–. Ama a otro hombre, eso es algo que no puedo cambiar.

–Inuyasha…

–Tenemos que volver a la ciudad –interrumpió, obligándose a retomar su vida–. Hay trabajo que hacer.

–Inuyasha, yo… lo siento mucho…

Inuyasha sintió aquella pena como un golpe. No quería eso. No quería sentir la lástima de las demás personas y no iba a permitirlo.

–¿Lamentas qué? –se cruzó de brazos–. A partir de ahora, no quiero que menciones nada de lo que sabes –entrecerró los ojos en señal de advertencia. Su amigo tragó saliva, visiblemente sorprendido y asintió con la cabeza–. A partir de este momento, ella… La mujer que amé, murió para siempre, ¿ok?

Aquella sentencia le dio escalofríos. Por un instante pensó que le pediría un consejo o ayuda para recuperar a Kagome. Sin embargo, estaba pidiéndole que olvidara el tema. Algo más había pasado, su instinto se lo decía. Algo grave, que hizo que Inuyasha renunciara a Kagome. Lo veía derrotado, como si la vida se hubiera ido de su ser, dejando un cuerpo frío y calmado.

–¿Qué es lo que pasó con ella?

Inuyasha le dio la espalda.

–Ya te dije, me dejó, decidió otro camino… ¿Qué más puedo decir para que entiendas esto?

Su tono cruel lo hirió, solo estaba intentando saber qué pasaba.

–Solo era una pregunta.

–Este tema no quiero que lo menciones en el futuro, ¿entendiste? –Caminó hacia el armario y abrió la puerta–. Te veré abajo.

Miroku hizo un sonido afirmativo y salió de la habitación. Sentía que algo en su amigo había cambiado. Esa calma, ese tono de crueldad, esa falta de reacción, era lo que más lo preocupaba. Inuyasha siempre había sido impulsivo, pero ahora estaba frío y distante. Como si al callar sus emociones evitara el sufrimiento. Se prometió que no lo dejaría solo. Tal vez estaba pasando por un proceso de resignación, no podía enojarse con él. Tarde o temprano aquella fuerza cedería y explotaría. Y como su amigo, debía estar ahí para él.

Inuyasha sacó su maleta del armario, mirando cómo Kagome había empacado absolutamente todo, excepto lo que su madre y Rin habían comprado. Eso pensaba, hasta que notó que había olvidado una horquilla que adornó su peinado una noche atrás. La levantó y se la llevó a la nariz, aún conservaba su esencia. La guardó en su bolsillo, para recordar aquellos días. Jamás volvería a comentarlo con nadie, pero en su interior intentaría llevar esos recuerdos en su memoria hasta la vejez. Como un recordatorio de la calma que hubo en el paraíso antes de hacerse trizas. Sentía como si ya no tuviera fuerzas para pelear o intentar entender lo que había sucedido. ¿Por qué lo había abandonado? Esa pregunta ella la respondió. Y aunque intentaba convencerse de sus palabras, no podía evitar sentir un vacío consumiéndolo poco a poco.

Kagome iba a empezar una nueva vida. Y tal vez él debía hacer lo mismo. Debía seguir adelante.

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–Kagome... ¿Segura de que todo está bien?

Agradecía tener a una amiga como Sango a su lado, porque no preguntó nada; solo permaneció en silencio, tomándole la mano en todo momento y abrazándola en apoyo incondicional. El viaje había sido más corto de regreso, pero aún así sentía como si una parte de ella se hubiera quedado en aquella habitación. Pero ahí estaba Sango, leal a ella en todo momento. No merecía eso, no merecía una amiga como ella.

–Estoy bien –dijo mientras abría la puerta de su departamento e introducía su maleta.

–Puedo quedarme contigo hoy...

–No –le sonrió con sinceridad–. Nos vemos otro día.

Sango asintió, no tan convencida. Pensó que al estar a solas, Kagome se rompería. Era una mujer muy expresiva, siempre demostraba sus emociones. Se notaba triste y abatida, pero parecía ida, como si su alma estuviera en otro lugar. Le sorprendía la actitud que estaba tomando; parecía que había perdido algo muy importante… Y ella lo sabía. Le dio un abrazo, pensando que así se rompería y sacaría todo lo que estaba conteniendo… Pero no pasó.

Kagome cerró la puerta y caminó por su departamento. Sin notarlo, había llegado a su cama en automático, todavía perdida en lo que había hecho.

Comenzó a sacar las cosas de su maleta y a acomodar su maquillaje. Al terminar de sacar todo de la cosmetiquera, frunció el ceño… Notó que no estaba una horquilla, una horquilla con un brillante de fantasía, aquella que Moroha le había regalado por su anterior cumpleaños. Se alteró y vació la maleta en la cama. No había nada allí. Tomó su mochila y la vació; entonces, cuando su cepillo para el cabello cayó, vio un brillante collar atorado entre las cerdas.

Se dejó caer en la cama. No era cualquier collar, era el collar que Inuyasha le había regalado, a juego con el anillo que ella dejó. ¿Cómo había llegado hasta allí? Entonces recordó que durante la noche se había quitado el collar y lo dejó junto a su cepillo… Y después había echado todo lo del buró en la mochila cuando había subido a traer su maleta. Había dejado todo, absolutamente todo lo que Inuyasha le había dado, incluso la ropa que le habían comprado… Pero ese collar había aparecido allí. ¿Sería obra de Dios dándole una estocada por haber dañado el corazón de Inuyasha? Era un castigo para recordarle lo que había hecho.

Lo tomó entre sus manos y su mente se llenó de recuerdos con Inuyasha… Desde los más maravillosos hasta el día en que ella rompió su corazón en pedazos. Las lágrimas comenzaron a salir sin poder evitarlo, nublando su vista. Sostuvo el collar con fuerza contra su pecho y se quebró, no pudo contenerse más. El dolor en su pecho se hizo insoportable y pesado. Lloró por lo que habia hecho, lloró como una niña sobre la cama y soltó un grito de frustración. Había echo algo horrible; había roto el corazón de un buen hombre… No podia quitarse de la cabeza el momento donde le había roto el corazón. Ese sería su castigo, lo llevaria en su cabeza hasta la muerte.

¿Qué haría con el collar? No podía venderlo o tirarlo; aquel collar simbolizaba mucho porque era el complemento del anillo de promesa, una promesa que no quiso aceptar... Porque ella lo quiso así. Decidió conservarlo; era lo único que tenía de él. Era lo único que quedaba de la relación que habían tenido. Había decidido alejarse para siempre de Inuyasha, y el collar sería su recordatorio de esa semana, de algo que no solo había sido un sueño. Lo guardaría entre las cosas que nunca le diría a Inuyasha. Fue ahí cuando algo cruzó su mente. Con ese pensamiento, guardó el collar en una cajita de terciopelo rojo. Lo dejó encima de su buró y suspiró pesadamente.

Ese era el fin de su historia. Un cierre definitivo.

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El lunes optó por ir al orfanato en lugar de trabajar. No quería arriesgarse a encontrarse con Inuyasha. Le pidió a Sango que llevara una de sus tantas recetas médicas como excusa. Sango aceptó, pidiéndole un par de días para controlar sus emociones y poder verlo sin sentirse atormentada. Por suerte, Sango tenía un doctor como amigo, lo que facilitaba la mentira. Nunca antes había hecho algo así, pero no se sentía lista para enfrentar el rostro de Inuyasha. Aceptaba ser una cobarde, aunque tarde o temprano tendría que enfrentarlo. Pero antes, quería recomponer un poco su corazón. Tenía que actuar como una mujer que estaba próxima a casarse; tenía que hacer su mentira creíble.

El rostro de Inuyasha, decepcionado y triste, seguía apareciendo en su mente. Era como un fantasma, recordándole que le había roto el corazón y que había jugado con sus sentimientos. Sabía que debía enfrentarlo de nuevo, especialmente porque tenía que entregarle el cheque de la subasta. No quería hacerlo, así que intentó mandar a Sango, pero ella le había dicho que aún no aparecía en la oficina. Volvería a llamarla más tarde.

Bajó del autobús y caminó una calle. Notó los vehículos de una constructora en el camino, lo que le pareció extraño, pero no le dio importancia. Sin embargo, cuando llegó a la esquina del orfanato, se detuvo en seco. Se quedó con la boca abierta: el orfanato estaba en completo caos, pero no por algo malo, sino porque estaba en remodelación. La parte delantera estaba siendo renovada. Estaban arreglando las jardineras y tal parece que iban a colocar algo en el centro... ¿Se trataba de una fuente?

–¿Y todo esto? –murmuró, sorprendida.

Entró, esquivando a las personas y saludando con un gesto de cabeza a los trabajadores.

«Inuyasha…»

Algo en su corazón le decía que esto era obra de él. Se dirigió a la oficina de Kaede y, mientras caminaba, notó que estaban pintando las paredes de los pasillos. Reemplazaron la pintura gastada con murales coloridos de animales y bosques. Eran paisajes maravillosos. Antes de llegar, se encontró con Kaede, mirando uno de los murales terminado; sonreía con las manos detrás de ella.

–Señora Kaede...

–¡Kagome! –exclamó Kaede y la abrazó sonriente. Notó que la mirada de Kaede buscaba algo detrás de ella.

Kagome miró lo que Kaede veía un instante antes y se maravilló de lo bello que había quedado aquel mural.

–Señora Kaede… ¿qué ha pasado aquí? –preguntó con curiosidad.

Kaede dejó de buscar a Inuyasha con la mirada. Él le había dicho que le mostraría a Kagome lo que pasaba con el orfanato. Pero Kagome se había presentado sola. Qué extraño.

–Querida, hace poco alguien hizo una donación muy generosa –respondió con felicidad, mirando a los alrededores.

Kagome sintió cómo su corazón latía más rápido. Sabía la respuesta, pero necesitaba oírla.

–¿Quién fue? –preguntó, su voz apenas un susurro.

Kaede sintió su curiosidad y le dedicó una mirada brillante. Le tomó las manos y amplió su sonrisa.

–Fue Inuyasha –suspiró–. Donó todo el dinero para las remodelaciones y mejoras del orfanato y la cafetería. Me negué al principio, era demasiado... Pero se puso muy insistente –elevó los ojos al cielo–. Ya lo conoces.

Sí, ese era el Inuyasha que ella conocía, el Inuyasha que amaba con todo su corazón. Se sintió una tonta en ese momento; ella había creído que él era capaz de dejar a esos niños desamparados, y, en cambio, les había dado una generosa donación para mejoras. ¿Cómo pudo creerlo capaz de tal atrocidad?

La sonrisa de Kaede fue borrándose tras ver que Kagome no reaccionaba con alegría; en cambio, su mirada mostraba sorpresa y un poco de tristeza. Fue ahí donde lo entendió. Algo había pasado. Kagome lucía extraña, la conocía demasiado, estaba decaída. Inuyasha había jurado que algo había surgido entre ellos y, por un momento, tuvo fe de que ella le había sido sincera con la existencia de Moroha. Pero esto apuntaba a algo contrario.

–¿Sucede algo?

–No –negó riendo con nerviosismo y acercándose a mirar los detalles del mural–. Solo que no me esperaba todo esto.

Se notaba triste, definitivamente algo malo había pasado entre ellos. ¿Pero qué? Pensó en algo; tal vez podía hacer que ella le dijera.

–Para serte sincera, hace mucho él me lo ofreció. Siempre lo tuve de visita en mi cafetería después que se divorciaron, preguntando cómo estaban las cosas en el orfanato –admitió–. Pero nunca le dije de los problemas que teníamos porque él querría pagar todo y…

–Y yo me enteraría que él estaba detrás de todo –dedujo ella.

–Así es –le puso una mano en su hombro–. Hace unos días me llamó, me dijo que ahora no podía negarme, se enteró de los problemas. Y cuando me di cuenta, ya había mandado a hacer las remodelaciones –suspiró–. Él me dijo que se encargaría de hacértelo saber. Así que se lo dejé en sus manos. Pensé que si yo lo hacía...

–Me enfadaría –se giró a Kaede y se dio cuenta de las cosas–. Y pensaría que mi secreto estaba en peligro...

–Sí. No quería que pensaras que yo te había traicionado.

Kagome se quedó inmóvil, sin saber qué más decir. Su corazón, que intentaba mantener bajo control, volvió a sentir esa punzada. Inuyasha había hecho todo esto; le había ofrecido remodelaciones y ayuda, pero Kaede se había negado para evitar que ella se diera cuenta. En ese momento, Kagome se dio cuenta de que, por su orgullo y por su miedo a que Inuyasha se enterara, había orillado a Kaede a pensar que le molestaría que tuviera una amistad con él. Inuyasha había hecho todo esto sin esperar reconocimiento... ¡Ella era una egoísta!

Miró el mural y detuvo su vista en la mariposa sobre una flor. A pesar de la distancia que había puesto entre ellos al divorciarse, él siguió visitando a Kaede, preguntándole si todo estaba bien, preocupado por el lugar que ella amaba. Inuyasha seguía siendo… Él. El mismo hombre atento, amable y con un corazón generoso. Intentó controlar sus emociones, pero una lágrima solitaria se escapó de sus ojos.

–¿Estás bien, mi niña? –preguntó con preocupación. No había logrado sacarle nada.

Kagome asintió rápidamente, limpiando la lágrima con el dorso de la mano.

–Sí, solo que… no me lo esperaba –dijo con una sonrisa triste, tratando de mantener la compostura; en ese momento, el dolor en la boca de su estómago se hizo presente– Disculpa, tengo que… –señaló los baños y Kaede asintió.

Se agarró del lavamanos e intentó calmar su respiración. Estaba impactada. No esperó que Inuyasha hiciera todo eso... ¡Y aún faltaba el dinero de la subasta! Aquello pagaría la deuda del orfanato y hasta alcanzaría para otras cosas más. Un peso desapareció de sus hombros y, ante ella, se abrió la posibilidad de seguir su vida con más tranquilidad. Podría renunciar a su trabajo y buscar uno que le facilitara estar cerca de su hija. Agarró el relicario de su cuello y sonrió con tristeza.

–Mi amor, tu padre es un gran hombre...

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Era raro asistir a la oficina con ropa casual, pero decidió no posponer más lo que debía hacer. Y ahí estaba, frente a la secretaria de Inuyasha Taisho, la persona que había dejado un día atrás, el hombre al que le había roto su corazón: su ex-esposo.

–¿Sí? –Sharon tenía ropa menos reveladora, ahora llevaba un escote que no revelaba más allá de lo decente.

–Busco al señor Inuyasha.

–Dirás, al señor Taisho, ¿no? –le corrigió la secretaria con mal modo.

–Ajá, al señor Taisho –se cruzó de brazos y acomodó su bolso en el hombro–. Lo busca Kagome Higurashi.

–Sí, ya sé cómo te llamas –le respondió de mala gana, apretando el botón del intercomunicador.

–¿Sí, Sharon? –la voz ronca e imponente de Inuyasha se escuchó. Al instante, su corazón se encogió. Demonios, apenas lo había visto un día antes. Dolía tal como ayer.

–Señor Inuyasha –no pudo evitar poner los ojos en blanco y sentir una punzada de celos. Si esa mujer supiera lo que había pasado entre ellos esa semana, no habría ronroneado su nombre frente a ella– La señorita Higarasi...

–¡Higurashi! –exclamó, cruzándose de brazos. Dios, solo lo hacía para molestarla. Qué mujer tan exasperante.

–La señorita Higurashi lo busca.

Pasaron unos eternos segundos antes de que se escuchara la voz de Inuyasha otra vez.

–Que pase.

–Ya lo oíste –le dijo la secretaria, mirándola de arriba a abajo. La vio fruncir la nariz con desprecio.

–Sí, no estoy sorda. Gracias –puso los ojos en blanco y caminó decidida hacia la puerta. Tomó un largo suspiro antes de entrar.

Cuando entró en la oficina, pensó encontrarse con una mirada herida, reflejo de un corazón roto y decepcionado; pero lo que vio fue algo completamente diferente. Inuyasha no apartó la vista de los papeles que tenía en el escritorio, ni siquiera se dignó a levantar la cabeza. Apretó los dedos en su carpeta con decisión y caminó hasta quedar frente a él.

Mientras Kagome entraba a su oficina, intentó mantener los ojos clavados en los papeles sobre su escritorio, no porque le importaran realmente, sino porque era un simple contrato que tenía que leer. Intentó distraerse con eso, era lo único que lo mantenía en control. Si la miraba, sabía que el dolor de la última semana lo invadiría de nuevo. Pero había decidido no molestarla más y no insistir, debía seguir su vida. Tal como ella lo haría.

–Buenos días, señor Taisho –dijo ella, sintiendo una extraña punzada en el corazón al tener que tratarlo de manera tan formal, después de lo que habían compartido esa semana.

–Buenos días, señorita Higurashi. ¿En qué puedo ayudarle? –respondió sin levantar la vista, intentando no demostrar lo que sentía su corazón, poniendo un tono frío e impersonal.

Kagome respiró hondo, sosteniendo la carpeta con ambas manos para disimular el temblor que sentía en sus dedos.

–Vengo a recoger el cheque de la subasta.

Inuyasha asintió, abriendo el cajón de su escritorio. Sacó un sobre blanco y lo colocó en la mesa sin mirarla… Estaba muy calmado.

–Aquí está.

Ella tomó el sobre. Al parecer ya sabía que vendría a recogerlo y lo había tenido preparado. No le dijo nada más, continuó como si no fuera nada más que un jefe ocupándose de una empleada... Pero eso eran, jefe–empleada, se obligó a pensar.

–Gracias... –musitó, sintiéndose fuera de lugar. Luego, con una voz más firme, agregó–: También... traigo mi carta de renuncia.

Fue ahí cuando Inuyasha sintió una desesperación y enojo al instante, pero no lo dejó salir. Alzó la mirada, pero mantuvo una expresión glacial y profunda. Kagome colocó la carpeta en el escritorio y la deslizó hacia él.

–Debido a mi situación... –se detuvo, tomando valor.

–«Embarazo y boda» –pensó él con tristeza.

–Voy a cambiar de trabajo –Kagome se sintió obligada a explicarse–. Muchas gracias por todo, pero...

–Eso debes entregarlo con el jefe de personal –interrumpió, no quería seguir escuchándola–. Hablaré con él para hacer el trámite más rápido y le dé su liquidación –agregó, sin siquiera abrir el documento, como si fuera un trámite más.

Le deslizó la carpeta de regreso. Pensó que Kagome seguía dispuesta a romper todo lo que quedaba entre ellos, hasta la relación laboral... Pero eso también rompió algo más en él. Eso afirmaba que estaba embarazada y se casaría con su... «Pareja». Aquello terminó por extinguir su corazón. Pero no se lo dio a saber, mantuvo la calma y serenidad a flote. Una tranquilidad que había decidido poner como máscara ante todos, ante lo que estaba sintiendo en su corazón: un caos asfixiante.

–Oh, ya veo –se sintió una tonta–. De todas maneras –susurró haciendo una reverencia–. Muchísimas gracias por todo... –soltó una risa nerviosa, intentando aminorar la tensión. Se dio la vuelta, dispuesta a irse, pero antes de salir de la oficina lo miró por última vez–. Por cierto… Muchas gracias por lo del orfanato –le sonrió con cariño–. No me alcanzará la vida para agradecer lo que hiciste por ellos.

–No hay de qué, pero… No lo hice por ti. Lo hice por Kaede y los niños –murmuró, enfatizando eso, como si así pudiera dejarle claro que ya no le dolía su despedida–. Algo más –murmuró volviendo a su lectura–. Sé feliz en tu matrimonio –susurró con su voz apagada, fueron las palabras más pesadas que había dicho en su vida.

–Lo seré –era una maldita mentirosa–. Adiós… Señor Taisho.

–Adiós, señorita Higurashi.

Con eso último, salió de la oficina.

Al final, no pudo evitar mirarla, aunque solo fuera un momento. Dejó de lado el contrato y se tapó la cara con las manos. El dolor en su pecho se hizo pesado e insoportable; dejó caer su espalda en el respaldo. Quería gritar, detenerla, decirle lo mucho que la necesitaba y amaba. Que estaba dispuesto a hacerse cargo de su bebé… ¡De darle su apellido si era necesario! Pero no podía hacerlo, ella estaba haciendo su vida, viviendo su presente. ¿Y él? Él seguía viviendo en el pasado… Enamorado de una mujer que no lo amaba. Una mujer que se casaría pronto y se convertiría en madre. No pudo más que desearle felicidad en su nuevo matrimonio. Y con esas palabras, se despidió de la última esperanza que tenía de recuperar algo con Kagome.

Kagome sentía como si una cuchilla se metiera en su corazón con cada paso que daba. Esa semana que habían compartido juntos había sido un espejismo, una fantasía que la hizo pensar que, por un instante, las cosas podrían volver a ser como antes. Pero no, había decidido romperle el corazón de la peor manera: entregándole esperanza solo para quitársela al final. Metió el sobre en su bolso. Por primera vez, en mucho tiempo, se sintió liberada de la carga del orfanato de su niñez. Con el cheque de la subasta, Kaede podría pagar la deuda del banco y usar el sobrante en algún beneficio para el orfanato. Ese asunto estaba resuelto. Esa parte de su pasado ya no sería una preocupación constante.

Pero había algo más, algo más grande que la atormentaba. Por instinto, se llevó la mano al pecho, donde colgaba su relicario y tenía su mayor secreto. El secreto de la existencia de Moroha. Ella había tomado la decisión de que Inuyasha no debía saber sobre su hija. Era lo mejor... ¿Verdad? Podría vivir su vida con Moroha, lejos de todo, sin las complicaciones que vendrían si él llegara a conocer la verdad. Kagome pensó en su pequeña, en su risa, en sus ojos, en cómo reflejaban esa chispa vibrante de Inuyasha. Era su hija, la hija que nunca conocería a su padre.

Mientras el ascensor descendía, Kagome se preguntaba si había tomado la decisión correcta, o si algún día ese secreto saldría a la luz... Rezaba porque ese día no ocurriera tan pronto, porque estaría perdida. Como había dicho Totosai, su secreto saldría a la luz tarde o temprano; la caja de Pandora sería abierta y dejaría salir todo aquel caos que estaba evitando que sucediera… Pero ella lo evitaría a toda costa.

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Mientras veía el paisaje de la ciudad alejarse, notó el drástico cambio hacia donde se dirigía. El aire urbano desaparecía, dando paso a un paisaje más despejado y tranquilo. Al llegar a su destino, bajó del autobús con la mochila colgando en la espalda. Estaba cerca de llegar. No les había mencionado a sus padres nada sobre su renuncia en Taisho Corp., ni siquiera sabían que llegaría ese día. Después de todo, ¿cómo podría explicarles que estaba huyendo de Inuyasha otra vez?

Tomó un taxi en la estación y le dio la dirección de "Invernaderos H", el lugar que sus padres habían levantado con mucho esfuerzo; lo que quedaba de sus antiguas florerías. Era humilde, pero suficiente. Allí vivían junto con Moroha, a escasos minutos de un pueblo tranquilo, dándole una vida simple y apacible. Una vida sin complicaciones.

Una vez que pagó el taxi y bajó, el aire limpio y refrescante chocó contra sus mejillas. Una tranquilidad entró en su cuerpo, ya que la semana pasada había sido agotadora. No físicamente, pero sí sentimentalmente. Durante los últimos días, no hubo un solo día en que no se arrepintiera de cada decisión que había tomado, especialmente de la decisión de ocultar a Moroha. Pero ahora estaba aquí, en el único lugar donde podía sentirse realmente segura y feliz. Subió los escalones del porche y tocó el timbre, pero la casa estaba en silencio. Revisó su reloj, maldiciendo en silencio al darse cuenta de que Moroha aún no había vuelto de la escuela. Sacó la llave de debajo de la maceta, donde siempre la dejaba.

Subió las escaleras rumbo a su habitación, pasando junto a las fotos enmarcadas que colgaban en las paredes. Cada una contaba una historia de la vida que había construido, de momentos felices y únicos. Había una en particular que le sacaba una sonrisa: en ella, estaba ella de pie, con los brazos extendidos, mientras Moroha daba sus primeros pasos hacia ella. Su madre había capturado ese momento. Y a su lado, estaba otra que había tomado su padre. Ahí estaba su madre, cargando a Moroha, y ella a su lado, sonriendo a la cámara.

–«Si Inuyasha hubiera estado con nosotras… Él habría estado en el lugar de mamá» –pensó. Su imaginación la traicionó, porque, por un momento, Inuyasha apareció en cada foto de la pared. Sacudió la cabeza, sintiendo un dolor en su pecho. Subió las escaleras con rapidez y entró en la habitación de Moroha.

Dejó la pequeña caja de terciopelo en la cama, con un moño brillante que le había colocado. Se dejó caer a un lado, exhausta, y el olor de Moroha la tranquilizó. Las almohadas olían a suavizante de bebé, algo que ella insistía en hacer; siempre sería su bebé. A esa esencia se sumaba el olor a champú de mora azul, el favorito de su hija. Por un momento, se permitió sentirse segura. Pero no tardó en regresar el arrepentimiento.

–«¿Hice lo correcto alejándola de los Taisho?»

Recordó lo que había visto esos días, la manera en que cuidaban de las gemelas. Izayoi era una excelente abuela, aunque Sesshōmaru no era su hijo, quería a esas niñas con todo su corazón. Les sonreía, las paseaba y mimaba como sólo una abuela sabía hacerlo. Hasta le había dicho lo mucho que deseaba convertirse en abuela por parte de ella e Inuyasha… Si tan sólo supiera que ya lo era, jamás la perdonaría por ocultarlo.

–«¿Así habría sido con Moroha?» –se preguntó, sintiendo la culpa.

Los pensamientos no dejaban de torturarla, recordándole cada mala decisión de su vida, y, justo cuando la culpa comenzaba a asfixiarla, escuchó la risa despreocupada de Moroha abajo. El sonido era como una luz en la oscuridad, como un alivio a su dolor. Kagome saltó de la cama, corriendo hacia las escaleras, y allí, al pie de las escaleras, estaba su hija.

–¡Mamita! –gritó Moroha, con los brazos extendidos, corriendo hacia ella con auténtica alegría.

Kagome se agachó mientras recibía a su hija en un abrazo. En el instante en que sintió el pequeño cuerpo de su hija contra el suyo, algo dentro de ella se calmó. El caos emocional de los últimos días, las decisiones, la culpa, el dolor… Todo eso quedó en segundo plano. Solo existía el amor de su hija. Ella siempre era su refugio, su cura para el corazón.

–Te extrañé tanto, Mor… –susurró Kagome, enterrando su rostro en el cabello suave y rebelde de su hija.

El aroma a mora azul y el olor a bebé inundaron sus fosas nasales. Era una mezcla perfecta, una combinación que hizo disminuir el dolor en su corazón como un tranquilizante. Entonces, con Moroha entre sus brazos, pensó que aún tenía algo valioso en su vida. Algo que era lo que más importaba ahora: su hija estaba feliz, y eso era todo lo que necesitaba para seguir adelante.

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Había pasado una semana desde que Kagome le rompió el corazón, y cada día sentía que pasaba con lentitud. Pero siempre terminaba su jornada laboral en ese lugar, con Kaede sirviéndole un café y un par de cupcakes. Charlaban sobre cualquier tontería, intentando postergar lo más posible el regreso a su departamento, un lugar que ahora le parecía enorme y vacío. Le faltaba ella, y su corazón lo sabía. Antes de irse, se quedaba observando a la anciana un momento, incapaz de preguntar por lo que quería saber. Por Kagome, la mujer que lo había abandonado y le había roto el corazón. Se aferró a su taza de café, notando que el calor que le daba a sus manos no podía calentar la frialdad que sentía en su corazón.

Kaede sabía que había pasado algo, pues Kagome se mostró extraña, y ese mismo día, Inuyasha pasó a verla en la cafetería. Ambos tenían el mismo semblante. Le preguntó a Inuyasha si había sucedido algo, pero él le dijo que cada quien había tomado su camino. No insistió, porque notó su mirada vacía y triste. Desde entonces, Inuyasha la visitaba cada noche, justo cuando estaba a punto de cerrar. Hablaba de cosas comunes y cotidianas, como un extraño recién llegado a su cafetería. Al final, se quedaba parado en la puerta, tal vez intentando preguntarle si sabía algo de Kagome. Pero nunca lo hacía; se despedía y se iba. Aunque sabía de Kagome, no podría decirle nada, ya que eso habría obligado a la anciana a callar su paradero. A decir verdad, ella tampoco sabía dónde estaba. Solo la había visitado el martes en el orfanato, donde le dejó un cheque para pagar la deuda y le dijo que se daría una vuelta otro día. Parecía que iba a viajar, pues llevaba una mochila en la espalda. Tal vez habría ido a casa de sus padres, pero no estaba segura.

–Se aproxima el invierno –murmuró Inuyasha, sintiéndose patético por hablar sobre el clima. Pero necesitaba decir algo, cualquier cosa, para evitar pensar.

Y resultaba que también se aproximaba el cumpleaños número diez de Moroha en unos meses, pero era algo que no podía decirle. Había prometido no hacerlo, pero... Ella sabía que Kagome estaba siendo injusta al ocultarle la existencia de la hija que tenían. Sin embargo, también estaba atada por su promesa; Kagome la había ayudado tanto que se sentía incapaz de traicionarla. Ambas habían sufrido. Pero, en ese momento, el dolor de Inuyasha también la afectaba. Parecía completamente destruido; aunque no lo dijera, Kaede notaba esa mirada vacía y la ausencia de vitalidad en su cuerpo. Sentía como si viera sufrir a los hijos que nunca tuvo. La maternidad que no experimentó por dos los llenaba de dolor. Pero, ¿qué podía hacer?

No podía decírselo a Inuyasha; lo había prometido. O al menos, no podía decírselo directamente.

–«Prometí no decirle... pero no prometí meterle una duda» –pensó.

Estaba decidida… Inuyasha debía saber la verdad. Pero no lo diría con exactitud. Haría que él investigara y lo viera por sus propios ojos. Eso haría, y rezaría para que todo saliera bien. Le pidió perdón mentalmente a Kagome, pero Inuyasha merecía saber la verdad. Ya era demasiado.

–Claro, se aproxima el invierno en unos meses, y con ello los días festivos. Estamos a nada de que eso ocurra. La vida pasa, poco a poco.

Inuyasha curvó sus labios en una sonrisa sarcástica.

–La vida... –soltó una risa seca–. La vida no ha hecho más que alejarme de la felicidad. La vida es injusta y cruel. Juega conmigo y mis emociones.

Se había vuelto amargado, lo admitía.

–Oh, no –le sonrió con un brillo en la mirada–. Te equivocas –tomó asiento frente a él.

–Dame una razón para no pensar eso.

–Inuyasha... –le puso una mano encima de la suya–. La vida solamente nos lleva por caminos distintos a los que queremos.

–Cierto, tal vez tengas razón –hizo una mueca y miró su taza, reflexionando sobre las palabras de Kaede–. Los caminos que estoy recorriendo son los que se abrieron por mis acciones.

–La vida a veces nos lleva por caminos confusos, pero al final nos regresa a donde pertenecemos...

Inuyasha la miró, alzando una ceja.

–¿Y eso por qué lo dices, anciana?

–A veces hasta nos trae algo que… Bueno, algo que no esperábamos encontrar –añadió, ignorando su pregunta y sonriéndole en complicidad.

Inuyasha la observó por un segundo, tratando de descifrar lo que había detrás de esas palabras. Había un brillo en sus ojos, uno que no había notado antes. ¿Acaso le estaba mandando algún mensaje secreto?

–¿Qué quieres decir? –se recargó en el asiento.

–Solo cosas de viejos, ya sabes –le guiñó el ojo. Había funcionado, le había metido una espina de duda–. No soy tonta. Sé que algo malo pasó entre tú y Kagome, pero si el destino los juntó de nuevo, va a volver a pasar. Y tal vez te sorprenda lo que verás...

Inuyasha suspiró, negando con la cabeza. Sí, definitivamente se sorprendería la próxima vez que la viera, porque la vería acompañada de su hijo y su esposo. Apretó el asa de la taza al imaginarla con otro. Bebió el resto del café de golpe. El sabor amargo y tibio bajó por su garganta, tan amargo como su corazón en esos momentos.

–La cosa aquí es que, si nuestros caminos vuelven a juntarse, ya no podremos retomar nada.

Kaede frunció el ceño. Inuyasha hablaba en serio. Lo vio levantarse y buscar algo en su billetera.

–¿Qué fue lo que pasó con Kagome? –preguntó. Algo andaba mal, lo sentía.

Inuyasha actuaba derrotado, triste y sin ilusiones. Algo grave había pasado, tan grave que no estaba dispuesto a decírselo. Pero, ¿qué sería? En el pasado, Inuyasha la buscó e intentó pedirle información de Kagome, la cual ella se nego a brindarle. Pues Sango le había dicho que no diera información, Kagome lo había pedido. Y al preguntar que habia pasado con ellos, dijo que Inuyasha había hecho algo, una enorme idiotez con Kikyo Tendo.

Al no tener detalles penso lo peor y eso la puso furiosa. Hasta al punto de ignorarlo y correrlo del lugar las veces que fue a verla. Iba completamente ebrio a su cafeteria y espantaba a las personas. Se negó a escucharlo, pero después de insistir en inumerables borracheras, le contó entre lágrimas lo que había pasado. Su versión: la estupidez que había hecho al confiar en Kikyo. Lo vió realmente arrepentido y desesperado. Si hubiera tenido la dirección de Kagome se la habría dado para hablar las cosas. Tal vez no habrían vuelto, pero al menos pudo haberse dado cuenta del embarazo de Kagome y habrian deicido hacer lo mejor para Moroha. Lamentablemente, no fué así.

Desde ese momento, se había convertido en el confidente de Inuyasha, la persona que lo ayudó con su depresión y lo mandaba a casa en un taxi. Fue como una madre para él, y, cuando las cosas mejoraron con Inuyasha, fue haciendo menos visitas. Hasta que sus visitas se volvieron una vez cada mes para ponerse al tanto de las cosas. Pero ahora... Se sentía excluida, como si algo grave estuviera sucediendo, algo que Inuyasha no podía decirle.

Inuyasha apretó los labios, sus palabras se atoraron en su garganta. Pensó en lo que podía decir y lo que debía callar. No estaba dispuesto a darle la noticia del embarazo de Kagome y su próxima boda. Eso le correspondía a ella. Lo único que podía hacer era respetar lo que ella decidiera de ahora en adelante y alejarse para evitarle problemas en el futuro. Iba a hacerse a un lado y dejarla ser feliz, por mucho que le doliera.

–Kagome me dejó, y ya no hay retorno en lo nuestro –respondió con tranquilidad, era lo único que podía decir–. Kagome decidió hacer su vida lejos de mí. Yo... respetaré eso. No voy a insistir.

Con ese comentario, dejó unos billetes sobre la mesa y se acomodó las solapas de su traje. Pero antes de que pudiera alejarse, Kaede, con un gesto firme, tomó los billetes y se los colocó de nuevo en la mano, cerrando sus dedos sobre el dinero.

–Ya has hecho mucho por nosotros –decidió no insistirle más, al menos por ahora. Se veía que le dolía hablar de ese tema–. Todo lo que consumas es cortesía de la casa.

Inuyasha había hecho mucho por el orfanato y por su pequeña cafetería. Había sido él quien pagó las remodelaciones que tanto necesitaban y que les darían más clientes para sustentar gastos futuros. Era lo menos lo que podía hacer por él. Inuyasha le agradeció con la mirada y la abrazó con fuerza. Kaede sintió ese abrazo muy diferente. Era un abrazo cargado de profunda tristeza, como una despedida.

–Te extrañaré, Kaede –susurró de repente.

Iba a extrañarla, a charlar con ella en sus momentos de tristeza. Tenía un último viaje que hacer, un viaje para asegurar un negocio para Taisho Corp. ¿Por cuánto tiempo se iría? Lo mínimo era una semana. Pero, para ser sincero, ya no quería regresar a Chicago después de ese viaje.

Kaede frunció el ceño, sintiendo una punzada en el pecho. Inuyasha se iba... ¡Se iba cuando iba a darle pistas sobre Moroha! No, eso no... Sintió una desesperación en ese momento.

–¿Qué? ¿No vas a venir a verme mañana? ¿Qué haré con los pastelillos que voy a hornear para ti? –intentó parecer despreocupada, pero no pudo ocultar la preocupación en su voz. Inuyasha negó con la cabeza.

–Por el momento, saldré de viaje. Mi último viaje de negocios como líder de Taisho Corp...

–¿Qué? Creí que te quedaba un mes más.

–Voy a renunciar –murmuró, sorprendiéndola–. Me tomaré un tiempo para mí y… –su tono se tornó nostálgico, había decidido comenzar a pensar en él–. Pensaré qué hacer de ahora en adelante.

Se separó de Kaede y le dio un beso fugaz en la mejilla.

–¿Por cuánto tiempo te vas?

–Para ser exactos, no quiero regresar –en esa ciudad estaba Kagome, no quería encontrársela un día de la mano con su nueva familia. No quería esa tortura–. Pero lo haré, por mi familia y por ti. Vendré a verte y saber cómo van las cosas.

Estaba a punto de salir por la puerta cuando Kaede lo detuvo del brazo.

–Inuyasha –quería decírselo, quería hablarle de Moroha. Sintió una desesperación por hablar, pero no podía romper su promesa. No sabía por qué, pero sentía que no iba a verlo en mucho tiempo–. Cuando regreses, hay algo que… Debes ver.

Buscó entre los bolsillos de su delantal, sacando un pequeño trozo de papel. Anotó algo rápidamente y se lo entregó.

–Por favor, promete que lo harás.

Inuyasha tomó el papel y asintió. Se despidió de Kaede con un gesto de cabeza y se alejó por la acera.

–Mucha suerte… –susurró Kaede, cruzando los dedos. Lo sentía mucho por Kagome, pero Inuyasha tenía el mismo derecho de saber de su hija. Ya había hecho suficiente; tenía que dejarlo en manos de ellos lo que pasaría más adelante. Solo esperaba que, aunque no decidieran estar juntos, hicieran lo mejor por Moroha. Ella necesitaba saber de su padre.

Una vez dentro de su auto, Inuyasha tomó el papel y lo abrió. Había una dirección escrita y frunció el ceño, un poco confundido. Pero antes de que pudiera seguir pensando, su móvil sonó. Vio el nombre de su padre en la pantalla, suspiró con frustración y contestó.

–¿Qué pasa? –preguntó con tono cansado.

–Necesito hablar contigo mañana por la mañana antes de tu viaje –dijo InuNo en un tono distinto y extraño; no había dureza en su voz. ¿También sentía lástima por él después de todo? ¡Vaya! Al parecer había recordado que era su hijo.

–Iré si me da tiempo. Tengo que salir antes del amanecer –había estado evitándolo, no quería un sermón sobre lo que hizo con Kagome.

–Está bien, entonces cuando regreses, hablaremos.

–Sí, cuando regrese, hablaremos –colgó y encendió el automóvil.

Sin embargo, no tenía planeado regresar pronto. El viaje de negocios abarcaba una semana, pero no quería regresar. Al renunciar, automáticamente Hakudoshi sería el nuevo jefe. Solo quedaba bajar de ese puesto con la frente en alto. No tenía ganas de luchar por evitarlo; parecía que Kagome se había llevado todas sus ganas. Y era cierto, ya no quería evitar lo inevitable. Solo quería pasar sus últimos momentos en Taisho Corp en paz y por fin admitir que Hakudoshi era mejor opción. ¿Qué más daba? Su padre no creía en él. En lo que había hecho durante años en la emperesa. Iba a hacer un último viaje de negocios; viajaría a París con el fin de expandir la empresa. Pero no regresaría; por ahora quería enfocarse en él. Algo que nunca había hecho desde que empezó su vida en el mundo de las empresas. Se tomaría un tiempo para poner su vida en orden y regresaría para rehacer su vida.

Giró el volante hacia la derecha y fue ahí donde sintió en la mano el papel que Kaede le había dado. Lo miró un segundo antes de guardarlo en la guantera. Kaede le había pedido ir a ese sitio, pero no pensaba hacerlo por ahora. Había actuado demasiado enigmática, quería saber por qué, pero aquello podía esperar. Tenía que empacar para partir por la mañana y tomarse un tiempo. Después de todo, ¿qué lo detenía aquí?

Continuará


Un capítulo triste, ¿no creen? Triste y frustrante… Ahora todas en coro:

¡¡¡Kagome ya dile la verdad!!!

Ya queremos que Kagome pague lo que hizo a nuestro Inu, ¿cómo lo pagará? Lo sabrán en los próximos capítulos. El próximo será el día 25 de octubre ;)

Tengo algo mas que decirles, como se acercan fechas de día de muertos en México, PROBABLEMENTE no habrá capítulo el día primero de noviembre. Tal vez nos veremos después del 3

¿Por qué? Mis padres tienen un negocio: una cerería.

Venden veladoras, ceras, productos esotéricos, productos de temporada de Día de muertos... Y bueno, necesitan mucha ayuda. Son días de mucha venta y no nos damos abasto. Así que mil perdones si no hay capítulo.

¡Nos leemos la próxima semana! =D

–Eli =)