Los personajes de Crepúsculo pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es completamente mía.
CARTAS DE AMOR
Sinopsis
Bella viaja al funeral de su abuela en Forks y entre sus cosas encuentra una carta de amor de los años 50. Hay una firma allí y la cara de un hombre que parece haber visto antes, pero no sabe dónde.
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Capítulo 1
Se dice que, en el año 1952, una mujer llamada Isabella Swan preparó los cimientos de un terreno y construyó una casa en el frondoso pueblo de Forks después de perder la suya en un incendio. Trabajó arduamente durante un año y medio donde tuvo que tolerar las miradas de reproche de los vecinos que no comprendían que una mujer, en plenos años 50s, hiciera el trabajo de un hombre.
Utilizó las herramientas que tenía para construir un hogar para su hijo pequeño. Visitaba con frecuencia la ferretería del señor Stanley durante el día, presentándose ante el hombre con sus pantalones manchados de tierra y un mechón castaño revuelto sobre la frente.
Las mujeres en el pueblo comentaban sin tapujo alguno que a esa mujer se le zafaba un tornillo. Cuchicheaban a la hora del té y se apartaban cada vez que la veían aparecer con sus ropas descuidadas como si tuviese la viruela. Hablaban sin ninguna vergüenza cuando pasaba los domingos frente a la iglesia con taladros y herramientas varias para continuar con la construcción. Nunca miraba a nadie.
A menudo se comentaba que la mujer se había quedado viuda con un niño que solía llevar a todos lados. Amargada por la muerte repentina de su marido, decidió prender fuego a la casa y construirla desde cero.
Otros comentaban que poco después de la muerte de su esposo, la vieron entrar con un hombre distinto cada semana a su casa y en un descuido, se había prendido la cocina.
Cualquiera fuese la verdadera historia, la mujer decidió no depender de un hombre nunca más.
Vivió allí hasta el último día de su vida. Crio y educó a su único hijo, Charlie, que murió en un accidente de trabajo varios años atrás. La relación entre ellos no era tan cercana al momento de su muerte y la única familia que le quedaba era su nieta Bella.
Compartían el mismo nombre, la misma sangre, pero eran tan distintas la una con la otra que a nadie podría ocurrírsele vincularlas.
Bella viajaba muy de vez en cuando a Forks para cuidar a su abuela, pero su trabajo estaba en Oregón. La llamaba bastante seguido por las noches antes de acostarse, pero la señora a veces no quería hablar con nadie. Echó a la calle a todas las mujeres que Bella contrataba para que la cuidara y era imposible llevarla al médico por su problema a la cadera.
Era una persona difícil en todos los sentidos. Cuando Bella era pequeña y la visitaba con su padre en los veranos, aquellas visitas nunca terminaban bien. Dormía en una litera que crujía en la noche y a su abuela le gustaba beber alcohol en grandes cantidades. La escalera era enorme y ruidosa, y el baño quedaba demasiado lejos de las habitaciones. Le daba mucho miedo el reloj en mitad del pasillo, pero como la única forma de ir al baño era cruzar por él, se envalentonaba para correr con los ojos cerrados.
A veces la oía hablar y reírse sola, pero su padre decía que era porque nunca estaba con nadie.
Discutía mucho con su hijo y siempre terminaban volviendo a casa mucho antes de lo previsto. Sin embargo, disfrutaba pasar tiempo con la señora, aunque no era una mujer de muchas palabras.
La última vez que viajó con su padre ellos dos discutieron. Recordaba a su abuela gritarle sin motivo alguno, culpando a su existencia de todas sus desgracias mientras rompía platos.
Su padre, incapaz de seguir escuchando tanta barbaridad, decidió tomar a Bella y volver a casa repentinamente en mitad de la noche.
Poco después de esas vacaciones su padre sufrió un accidente cayendo de una altura considerable en el trabajo, y aunque los paramédicos trataron de reanimarlo, no pudieron salvarlo. Bella tenía doce años y su abuela no viajó al funeral.
Sin embargo, Bella nunca la dejó sola. No tenía a su padre, no tenía hermanos, su madre se había vuelto a casar y no la tomaba mucho en cuenta, entonces el único lazo sanguíneo que le quedaba era su abuela.
Y un día ella también se fue. Un infarto. Cayó en la entrada de su casa mientras regaba las plantas.
Ahora estaba de negro otra vez como en el funeral de su padre, pero esta vez no era una niña sino una mujer en sus treinta. Tenía que enderezar la espalda y actuar como un adulto mientras un pequeño bulto crecía en su panza. Ni siquiera tuvo tiempo de darle la noticia.
Su madre viajó desde Canadá para acompañarla, pero no se quedaría por mucho tiempo.
Hizo el papeleo necesario para los arreglos fúnebres. Eligió la ropa de su abuela y dejó que el resto hiciera su trabajo. La mujer tenía dinero, así que pagó con eso el ataúd y el terreno en el cementerio.
Cuando el funeral terminó, el abogado se acercó para recordarle que la casa le pertenecía a su padre, pero como este había fallecido, Bella quedaba a cargo. No le tomó mucho el peso la primera vez que se lo comunicaron y fue consciente muy llegada la noche cuando se sentó a la mesa del comedor en completo silencio.
Su madre deambulaba por la casa, demasiado contenta para acabar de llegar del cementerio.
—Ya sé que no te gustan estos temas, pero nadie más que tú merece esta casa.
Ella suspiró.
—No había otra opción. Soy el único familiar vivo.
Su madre se encogió de hombros y dejó unos bizcochos sobre la mesa.
—Con ella nunca se sabía, cariño.
Mientras Bella servía el té, se le vino una situación a la cabeza.
—¿Por qué la abuela no quería a papá?
No era un secreto para nadie que la relación entre madre e hijo siempre estuvo colgando de un hilo, pero nunca entendió los motivos. Solo recordaba que su padre intentaba hacer las pases y su abuela estropeaba el momento.
—No lo sé. Siempre fue dura también con él cuando yo lo conocí, tal vez porque tu padre hizo lo que quiso y no lo que ella quería. ¿Quién sabe? Solo sé que era una mujer alérgica a los sentimientos y si quería a tu padre, no le gustaba que él lo supiera.
La fotografía de su abuela frente a ella en la mesa la perturbaba. Estaba de pie en el porche, tan seria que parecía enojada. Recordó que nunca la vio sonreír.
—Quedó viuda muy joven. Debió ser difícil criar a un niño sola.
Se llevó una mano al pequeño bulto que crecía en su barriga, como si tratara de protegerlo. Se le aceleró el corazón. No era la primera ni la última mujer que criaría a un niño sola, pero de todas formas no era la vida que pensó tener.
Su madre pareció darse cuenta de lo que sucedía y sonrió con tranquilidad.
—En esos tiempos criar a un niño sola era motivo de habladurías. —dijo, dándole golpecitos en el hombro— Hoy por hoy no tiene nada de malo.
Renee, su madre, intentó averiguar el paradero del padre, pero Bella no soltaba mucha información con ella. Sabía que su madre era una mujer de mente abierta, pero no sabía hasta qué punto. Solo le dijo que no había un padre, solo una madre.
La acompañó durante unos días después del funeral y aunque se suponía que se irían juntas, Bella decidió quedarse un par de semanas más. No se quedaría demasiado tiempo tampoco. Necesitaba estar aquí y quizá despejar su mente. No sabía qué haría con la casa, pero seguramente la vendería.
La casa olía a humedad y la nariz le picó ni bien regresó del aeropuerto. Cruzar la puerta en soledad fue un sentimiento distinto a cuando entró con su madre hace unos días. Notó la escalera en la entrada y la oscuridad que emanaba desde el segundo piso.
Tenía recuerdos vívidos de la escalera por la noche y el ruido de la madera.
Todo estaba tal cual a como lo dejó su abuela, sin embargo, los rincones estaban llenos de polvo.
Ni siquiera se tomó un descanso. Buscó una pala, escoba, desinfectante y comenzó a limpiar la casa para hacer del lugar algo más acogedor.
Abrió ventanas y prendió inciensos para aromatizar. Entró en la cocina y comenzó a tirar a la basura toda la comida que ya no servía. Entrar en la cocina de su abuela era como entrar a una cocina de los años setenta. Ningún mueble ni utensilio fue modernizado en décadas. Todavía servía aquel refrigerador pequeño de color verde agua y aquella licuadora con mejor potencia que las de ahora.
Cuando la casa quedó medianamente decente, aunque aún faltaba para que quedara impecable, pidió una pizza y se fue a dormir a la medianoche.
Decidió quedarse donde dormía con su abuela en los veranos, la habitación con la litera.
Nada allí cambió tampoco, ni la cama, ni el cobertor ni los muebles. Era como detenerse en el tiempo desde la última vez que estuvo aquí. Incluso todavía tenía esa cajonera a los pies de la cama donde guardaba sus cosas personales.
Bella nunca metió la nariz allí por miedo a que se enojara, pero le daba curiosidad lo que guardaba. A veces la veía metida en sus asuntos y cuando entraba a la habitación rápidamente lo cerraba.
El tema era que siempre estaba con llave. Y el llavero que le dio el abogado tenía varias.
Pellizcó su labio y sin pensárselo mucho, comenzó a probar las llaves en el candado. No le tomó mucho hacer clic con una y abrir el candado.
Levantó la tapa de la cajonera con un poco de recelo y mucha curiosidad.
Encontró todo tipo de cosas; tejidos sin acabar, recibos de la luz vencidos, paquetes de velas, un martillo que seguramente utilizó en la construcción de la casa, fotografías, libros, cartas, y un largo etcétera.
Tomó las fotografías que estaban envueltas en una liga y les echó un vistazo. Eran fotografías en blanco y negro, la mayoría de su abuela. Se quedó sorprendida por el increíble parecido que tenía con ella y lo distinta que se volvió con los años.
Si la fotografía hubiese sido a color y más moderna, pensaría que era ella misma.
Sentada en la esquina de un sofá y otras con un bebé en brazos. También fotografías de ella con sus padres, bisabuelos de Bella. Había una de ella vestida de blanco del brazo de un hombre que debía de ser su abuelo.
Pensó en todas las cosas que debió pasar en su juventud para convertirla en la persona amargada que fue en sus últimos años. No por nada a su funeral asistieron pocas personas. Los vecinos apenas la conocían y no se atrevían a hablarle porque comenzaba a despotricar a diestra y siniestra.
Tomó un libro viejo y empolvado en el fondo de la cajonera y lo abrió. Parecía un diario de vida. Las hojas amarillentas daban cuenta del paso del tiempo. Comenzó a revisar hoja por hoja, pero no había nada escrito allí.
Cerró el libro y mientras lo dejaba en su lugar, algo cayó desde dentro hacia encima de las fotos.
Eran varias hojas amarillas dobladas a la mitad y una suave caligrafía en el centro con un nombre que ella no había oído jamás.
Para Edward Cullen.
Más abajo, en letra pequeña: De Isabella.
Pensó en su abuelo, pero él no se llamaba Edward Cullen. Se quedó meditando el nombre y la hoja por un momento, hasta que decidió abrirla.
Por supuesto, era una carta. Una carta hecha a mano con la caligrafía de su abuela.
Comenzó a leerla en silencio.
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Forks
Septiembre, 1953
Mi queridísimo Edward:
Recién llego a casa y ya te echo muchísimo de menos. Decidí escribirte inmediatamente para no olvidar lo que anhela mi mente y mi corazón.
Querido mío, no existen las palabras que describan mi amor por ti y lo afortunada que soy de estar en tu corazón.
Estos días han sido los mejores de mi vida y los atesoraré con regocijo en mi corazón. Espero que también en el tuyo. Me haces inmensamente feliz y no puedo esperar para estar en tus brazos otra vez.
Siempre tuya, BS.
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Bella hizo las cuentas mentalmente. 1953 fue hace 71 años, cuando su abuela tenía ¿cuánto? 25 o 26 años aproximadamente. Por lo que sabía de la historia familiar, ella enviudó en 1951 pocos días después de dar a luz a Charlie, su padre. Por lo tanto, aquella carta no iba dirigida a su abuelo claramente y si las cuentas le daban bien ya había construido su casa.
Así que doña Isabella Swan no siempre estuvo sola como pensaba.
Se sorprendió bastante con esta nueva información y aunque había más cartas que leer, decidió quedarse con esta de momento. La dobló y la guardó en otro lugar.
La leyó una y otra vez mientras trataba de recordar a alguna persona que se llamase como aquel hombre, pero no se le vino nadie por la cabeza.
Charlie creció solo sin padre y hermanos, y su abuela nunca se volvió a casar. Se pasó la vida trabajando en una cosecha, pero jamás llevó un hombre a casa. ¿Tal vez habría llevado una relación a escondidas? ¿Sería esta la persona que convirtió a su abuela en una persona amargada y rencorosa?
Y lo que era más importante aún, ¿estaría vivo Edward Cullen?
Y si era así, ¿viviría en Forks?
Hola, ¿qué tal? Les dejo el primer capítulo de una nueva historia.
No pensé volver por aquí. Creía que ya no iba a escribir más hasta hace como dos semanas. Siempre es lindo regresar y escribir, así que aquí estoy.
Sé que aún tengo pendiente una de mis historias y créanme que tengo toda la intención de continuarla, pero tenía esto en mente y lo escribí.
Muchas gracias a quienes siguen aquí y leen mis historias! Espero que esta les guste también.
Nos leemos pronto, besos!
