Los personajes de Crepúsculo pertenecen a Stephenie Meyer, la trama de esta historia es completamente mía.
Capítulo 2
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Apenas logró mantener el sueño durante la noche y por la mañana seguía pensando en la carta. No se sacaba de la mente aquel hombre desconocido, pero al mismo tiempo pensaba en su abuela y lo extraño que era imaginar que alguna vez estuvo enamorada.
Por supuesto, las personas se enamoran independiente de la época, pero ella tenía una forma de ser tan extraña que a veces creía que carecía de sentimientos.
Tenía mucha curiosidad por saber más sobre su vida pasada, más que nada para encontrar en simples recuerdos aquella abuela cariñosa que deseó tener de pequeña. Tal vez si buscaba respuestas entendería por qué ella fue así con ella y con su padre.
Todo lo que sabía era que ese hombre debería tener la misma edad que ella. ¿Estaría vivo? ¿Muerto? ¿Habrán cruzado palabra durante todos estos años? Esas eran las preguntas en su mente. ¿Por qué su abuela murió en soledad?
La única forma de tener respuestas era buscándolas.
Guardó la carta doblada en su bolso, se dio una rápida ducha y salió hacia el pueblo con media tostada en el estómago.
Esta mañana se despertó más mareada de lo normal. Por lo general se levantaba hinchada e incómoda, y siempre con náuseas. Ya no le quedaba bien la ropa, la cintura del pantalón le apretaba a tal punto que en cualquier momento se soltaba el elástico.
Incluso caminar se volvió agotador, pero Forks era un pueblito pequeño que bastaba unas pocas cuadras para llegar a cualquier lugar. Su destino era la antigua ferretería del señor Stanley, que ahora lo atendía su nieta, Jessica.
Sonó un timbre al entrar y una mujer como de su edad se acercó al mostrador.
—Hola, ¿te puedo ayudar en algo?
No conocía mucho a la nieta del señor Stanley, tampoco al señor Stanley, pero su padre creció acá y siempre le habló de él.
—Hola, sí. Soy Bella, quería saber cómo puedo comunicarme con tu abuelo.
Jessica le echó un rápido vistazo y luego hizo una mueca, disculpándose de ante mano.
—Mi abuelo no está ahora por acá, pero si quieres te puedo ayudar.
Chasqueó la lengua. El señor Stanley era de la misma época que su abuela. Claramente conocía a la mayoría de la gente de aquellos años. Algo debía saber.
Hizo un gesto hacia la carta.
—Estoy buscando a un señor… Edward Cullen. No sé si él vive aquí en Forks.
Jessica frunció el ceño, pensando.
—Um… ¿te refieres al policía?
—¿Al policía? —Bella repitió— ¿Trabaja en la estación?
—Es el único Edward Cullen que conozco.
Bella asintió rápidamente, guardándose la carta.
—Muchas gracias.
Salió de la ferretería mirando hacia la siguiente calle donde se ubicaba la estación de policía. No estaba segura de ir allí principalmente porque dudaba que ambas estuvieran hablando del mismo señor Cullen.
¿Cuántos años tenía el señor Cullen y por qué no se jubilaba?
Llevada más por la curiosidad, Bella cruzó la calle con un propósito claro. Caminó los pocos metros que la separaban del sitio y se detuvo frente a la estación para terminar con el suspenso. Allí la atendió un joven que al verla embarazada ofreció de inmediato una silla para sentarse.
Ella le indicó el nombre y esperó impaciente mientras el joven avisaba al señor Cullen de su visita. Durante la espera el bebé pareció despertar de un profundo sueño porque le dio una patada en el estómago. La media tostada no era comida suficiente para mantener tranquila a una criatura.
—¿Señora Swan? —el joven policía volvió sin previo aviso y la distracción de sus pensamientos la hizo pegar un salto— El señor Cullen la espera en su oficina.
Siguió al muchacho por un pasillo estrecho, donde reinaba el silencio. La oficina quedaba justo al final y sin darle ninguna otra información la dejó allí a su suerte. Levantó la mano dispuesta a tocar la puerta, pero no alcanzó a hacer ningún otro movimiento cuando alguien más la abrió por ella.
Un hombre alto, robusto y cautivador la miró con simpatía. La ropa de policía siempre hacía ver a la gente más ancha, como si pudiera levantar un edificio entero. Su sonrisa era agradable y sus ojos tan llamativos que tardó más tiempo de lo normal en reaccionar.
Era claro que aquel no era el Edward Cullen que ella buscaba.
Pero por alguna razón el corazón saltó frenético en su pecho, como si quisiera traspasar su piel. Parpadeó hacia el policía y algo en sus ojos, sus labios y su mandíbula hicieron que su pulso saltara lejos.
—Adelante. —murmuró con una profunda voz en su interior.
Las luces cálidas de la oficina daban un aspecto más acogedor al lugar. Caminó hacia el interior y él se apresuró a cerrar la puerta y volver a su escritorio.
—¿En qué la puedo ayudar? —preguntó y frunció un poco la mirada hacia ella, como si tratara de reconocerla— ¿Creo que usted no es de por acá?
Ella removió las manos, negando con la cabeza.
—Soy la nieta de Isabella Swan.
Pareció sorprendido por eso y rápidamente cambió el semblante.
—Lamento mucho su pérdida. Tenía todas las intensiones de asistir al funeral, pero tuve trabajo en terreno y…
—No se preocupe, no vine aquí a reprochar nada.
Lo vio asentir y esperar a que continuara hablando, y de repente no supo qué más hablar. ¿Qué podría decir? No era él a quien estaba buscando, aunque dudaba que solo fuera un alcance de nombres.
Como ella no dijo nada, él continuó hablando.
—Me sorprendió mucho la muerte de su abuela, la visité un día antes para saber que todo estuviera bien. Realmente parecía una mujer fuerte.
Parpadeó.
—¿Usted visitaba a mi abuela?
—Desde hace algunos años, sí, antes de ser policía. Yo le cortaba el pasto y de vez en cuando me pedía podar el árbol del jardín trasero.
Bella no lo podía creer.
—¿Mi abuela lo dejaba entrar a su casa? ¿A usted?
—Sí.
—Ella no dejaba entrar a nadie.
Mientras ordenaba una pila de papeles, esbozaba una sonrisa.
—Eso lo sé. La vi echar a un montón de personas con su escoba.
No era una mujer de muchos amigos.
No era una mujer de amigos, en realidad. Con suerte la dejaba entrar a ella cada vez que venía a Forks. Y entonces se le vino un recuerdo a la mente. Una de sus tantas discusiones.
—¿Así que usted es ese policía?
—¿Eh?
—Ella me hablaba de un policía que la cuidaba. Cuando yo venía a verla, me decía que ya tenía suficiente con ese policía.
Nunca le dijo su nombre, solo "el policía ese" mientras gruñía.
El señor Cullen comenzó a reír y su estómago se retorció mientras lo escuchaba. Pensó que era hambre.
—Suena como la señora Swan. —dijo él, sacudiendo la cabeza. Entrelazó las manos encima del escritorio y la examinó, como si todavía no se convenciera de no conocerla— Nunca la vi por aquí, por el pueblo.
Por supuesto. Sus visitas siempre fueron tan rápidas que en un abrir y cerrar de ojos estaba de regreso en casa. Cuando era pequeña nunca compartió con nadie del pueblo y como en ese tiempo era una niña introvertida, pasar el verano encerrada en una casa no era un problema.
A su abuela no le gustaba salir tampoco. No la llevaba al parque, ni al supermercado ni a caminar a orillas del rio. Las únicas veces que salió en Forks fue a pescar con su padre.
—No venía siempre y cuando venía no me quedaba mucho tiempo. —explicó.
—Claro, entiendo.
Bella se apretó el estómago, nerviosa y un pequeño mareo la hizo sujetarse del escritorio. Él no se dio ni cuenta.
—¿Puedo hacerle una pregunta, señor Cullen?
—Dígame.
—¿Alguien más de su familia se llama como usted?
No esperaba esa pregunta. Ladeó la cabeza, buscando una razón para tal consulta.
—Mi abuelo paterno.
Lo pensó por un momento, era la explicación más lógica. Era imposible que el Edward Cullen que tenía enfrente hubiese existido en 1953.
—¿Está vivo?
—No, murió hace mucho tiempo. No lo conocí.
Asintió y decidió no mencionar la carta porque era una situación absurda. ¿Por qué le importaba tanto saberlo? ¿Por qué fue hasta allí para encontrar respuestas? ¿Respuestas a qué? No tenía idea, pero algo la empujaba a querer saber más sobre la vida de su abuela.
—¿En qué año murió? Su abuelo.
Volvió a ladear la cabeza, esta vez mirándola con incredulidad. Ella también lo miraría así si de la nada le preguntara por el árbol genealógico de su familia.
—Eh… no estoy muy seguro. —contestó, tratando de recordar. Lo notó en sus cejas fruncidas— En los años 50, me parece. Mi padre era muy pequeño.
En los años 50. La carta era de 1953. Quizá murió poco después o unos años después, quién sabe. Lo averiguaría más tarde.
Lo seguro era que su abuela tuvo un amorío con el abuelo de este hombre.
El mareo se extendió por todo su cuerpo y la voz del señor Cullen se escuchó lejana. Comenzó a ver borroso y a sentir la ropa pegada al cuerpo. No supo muy bien en qué momento los brazos de aquel policía sostuvieron sus hombros.
—¿Señora Swan? ¿Se siente bien?
Ella negó con la cabeza, pálida hasta las orejas.
—No he comido. —se las arregló para decir.
Quedó sentada en la silla y un momento después estaba sola en la oficina. ¿Habrá sido sensación suya? ¿Tal vez la conversación reciente fue parte de su imaginación? Sacudió la cabeza para alejar la vista borrosa y el policía regresó.
Lo sintió acercarse y pararse detrás de ella mientras le ofrecía una taza de té y un sándwich de jamón.
—Es todo lo que comemos los policías. Las donas ya pasaron de moda.
Bella sonrió con cansancio.
—Muchas gracias, con esto estaré más que bien.
Comió su sándwich con tantas ganas que parecía una muerta de hambre. Notó las cosquillas de su estómago mientras masticaba, segura de que el bebé dentro de ella la pateaba con placentero gusto. Normalmente la pateaba cuando se tardaba en comer a una hora decente.
El señor Cullen se apoyó en el escritorio y la imagen de su esbelto cuerpo distraía sus pensamientos. ¿Sería el embarazo? Sus hormonas se descontrolaron. El uniforme le quedaba demasiado bien.
—¿Qué hace una mujer embarazada saltándose comidas? —reprochó él, descolgando el teléfono— ¿Quiere llamar a su marido?
Ella negó con la cabeza, su boca llena de pan.
—No tengo marido. —contestó sin pensar.
Debería callarse, pero las palabras salían de su boca sin control. Para ese momento ni siquiera recordó la carta ni por qué estaba allí en primer lugar. Comer la hacía reaccionar a estímulos extraños, a decir cosas sin sentido.
Edward Cullen la observó todo el tiempo que engulló su desayuno, incluso mientras tomaba a bocaradas el té. Abrumada por su atención, se limpió las migajas de pan y se levantó de la silla.
—Tengo que irme. Lo siento. Y muchas gracias por la comida.
Tenía mucha vergüenza. Cuando saliera de la estación no miraría para atrás nunca más. Regresaría a la casa de su abuela, la limpiaría y la pondría en venta. Luego calabaza, calabaza. Aquel acontecimiento nunca sucedió.
—Me podría decir… —la detuvo— ¿Por qué de pronto esas preguntas sobre mi abuelo? —indagó— ¿Tiene que ver con su abuela?
Para entonces Bella tenía su mano firme en el pomo de la puerta, más que dispuesta a marcharse.
Un momento después, el joven policía de antes los interrumpió asomando la cabeza en la oficina.
—Disculpen. Jefe, hay disturbios en la carretera.
Bella aprovechó aquel momento para irse, incluso si vio el dedo del policía levantado para que se detuviera. Lejos de intimidarla, salió tan deprisa que no supo cómo encontró la salida.
¿Cómo están? Aquí les dejo el segundo capítulo. Espero que les haya gustado y me cuenten sus teorías :)
Muchas, muchas gracias a quienes siguen mis historias y me dejan sus comentarios, son un amor!
Que tengan un lindo fin de semana.
Nos leemos pronto, besitos
