Un palpito inquietante se comenzó a escuchar en aquella habitación obscura ya olvidada por los siglos. Se sentía como si los años solo se burlaran de la agonía de su dulce corazón torpe, mientras contraía en su pecho el retrato de marco dorado que constantemente le recordaba al ser que un día desapareció sin despedirse. Sus lágrimas rodaron por sus perfectos ojos rojos, contemplando la pared de vidrio que se convirtió en su prisión más solemne después de sellar su destino con el juramento que hizo a su fiel guardián.
Una criatura de alas negras y nariz chata se posó sobre el hombro de su ama, atrapando las gotitas saladas con su pulgar para que no cayeran en su hermoso vestido negro con encaje. Su piel pálidamente tersa daba indicios de que el tiempo no había penetrado las ilusiones que aquel espejo había comprimido. Eran años y años de espera que para el diminuto ser, el dolor de su dueña lo sentía tan propio que solo un milagro o suerte del destino podría aplacar.
–No llores, linda. Me duele verte así –dijo en una voz triste, frotando una de sus pequeñas orejas contra sus mejillas–. ¿Qué puedo hacer para aliviar tu dolor?
–Nada. Nada ni nadie puede ayudarme a arrancar este dolor que llevo durante años atorado en mi corazón –jadeó la joven de los cabellos rojizos en un suspiro desolador–. Solo lo necesito a él, únicamente a él. ¿Acaso no lo entiendes, Drahma?
–Lo sé, Lady Ivelisse, pero…
–Ya no digas más, ¿quieres? –calló de golpe al pequeño murciélago, colocando el retrato sobre una mesa–. Sé que este es mi castigo y tengo que esperar el tiempo que se estipuló para volverlo a tener en mis brazos.
La condesa caminó lentamente hacia otra habitación, como si poco a poco la muerte le aguardara sin remedio; en cambio, para su fiel compañero no era fácil verla en ese estado anímico, pero no podía decir nada, si conocía la verdad perdería la mínima cordura que poseía.
–Qué difícil ha sido todo esto, Sir Cyrus –lamentó Drahma, revoloteando cerca del retrato donde se reflejaba a un joven esbelto, rubio y ojos esmeraldas con una pose caballeresca–. Ella lo necesita tanto que está a punto de perder su voluntad. Sin embargo, ustedes no están destinados a estar juntos.
El toque delicado de un piano y una voz apacible repercutió en todo el espacio. Era un canto tan ameno y a su vez tan doloroso que hasta el ser más frío existente sobre la tierra lo podía llevar al borde de las lágrimas. El plenilunio estaba pronto a resurgir en lo más alto del cielo, así como el resurgimiento de un nuevo ciclo.
(...)
–¡Sssh! No digas nada –susurró el joven de cabellera rubia con el dedo índice sobre sus labios.
–¡Uaaaah! ¿Félix? –pronunció, extendiendo su mano izquierda hacia el despertador–. Son las dos de la madrugada, ¿qué haces despierto a esta hora?
–Me dio insomnio y se me ocurrió la idea de que mi primo favorito me acompañe a una expedición nocturna por la mansión… –insinuó sonriente, simulando una caminata con su dedo índice y medio sobre la cama–. ¿Qué me dices? Sería como en los viejos tiempos. Tú y yo contra las fuerzas malignas. No sé, piénsalo.
–Félix, no dijiste que estabas muy cansado después del paseo con las chicas y te ibas a dormir temprano –aclaró malhumorado Adrien, colocándose las cobijas sobre la cabeza–. Vete a dormir, la expedición puede esperar otro día.
–Vamos, primito –protesta su compañero, quitándole las cobijas por completo. Recibiendo un gruñido como respuesta–, tienes esta enorme mansión con objetos antiguos y misteriosos, ¿eso no te quita el sueño?
–Espera un momento –dijo Adrien, entrecerrando sus ojos al ver esa mirada picaresca de su primo–. Esto no tiene nada que ver con la historia del espejo que nos contó Nathalie durante la cena, ¿verdad?
–Pues verás…
/.../
–Nathalie, recuerdo que me habías contado que cuando eran jóvenes, mis padres y tú, siempre iban de viaje por todo el mundo y recolectaron algunos objetos misteriosos –aludió el hijo de los Agreste para que su tía y primo lo escucharan–. ¿Eso es cierto?
–Muy cierto, Adrien. Incluso en el sótano conservamos algunos de ellos –afirmó la de lentes, degustando un trozo de carne–. Ahora que recuerdo, de los pocos objetos que conservamos, está un espejo de obsidiana con detalles dorados al estilo barroco en su marco. Según el vendedor, es una pieza invaluable y tuvimos la suerte de adquirirla primero. Nos dijo que posiblemente este espejo venía de Transilvania.
–¿Transilvania? –cuestionó perplejo el rubio, tragando repentinamente un poco de lechuga–. ¿Te-te refieres al lugar donde se originaron los vampiros?
–No me digas, primo, que crees en esa tontería de los vampiros –se burló Félix, alzando el vaso con refresco y llevándoselo a la boca–. Dime, ¿acaso has visto uno de verdad o solo lo has leído en historias de fantasía en los libros?
–¡Ja, ja, ja! Muy chistosito. Tú lo dices porque no expandes tu mente –lo fulminó con la mirada, levantando una ceja–. A ver niño listo, ¿qué me dices de esas personas que no salen al sol, visten de negro todo el tiempo y tienen mirada de asesinos?
–Son rockeros callejeros –afirmó, rodando los ojos.
–¡Gran respuesta, señor Fathom! –exclamó su primo con ironía–. Cuando venga un vampiro y te chupe la sangre de tu cuello, no dirás lo mismo ¡eh!
–Ya madura, Adrien, y deja de ser tan infantil, por favor.
–¡Chicos, por favor! –interrumpió Amelie, mientras veía una pequeña corriente eléctrica en los ojos de los primos–. No peleen, estamos en la hora de la cena. Mejor que Nathalie continúe con la historia.
–Está bien –suspiró, limpiando la comisura de sus labios con el pañuelo de seda–. Ese espejo lo adquirimos de un reconocido cazatesoros en Austria. Su nombre era Noam Nowak. Al principio estaba negado en querernos vender el espejo porque según él está maldito por un espíritu que fue encerrado durante las guerras del imperio austrohúngaras y el imperio francés del siglo XVIII.
–Un vampiro –acotó Adrien, reafirmando su teoría.
–Los vampiros no se reflejan en los espejos según en tus libritos de fantasía, tarado – ironizó Félix, apuntándolo con un tenedor.
–¡Lo que sea! –apeló la de lentes, observando seriamente a los jóvenes–. En fin. Cuenta la leyenda que en ese espejo de obsidiana fue trasmutado el alma de una condesa que estaba destinada a ocupar el reinado de Arne. Lamentablemente este reino desapareció tras la guerra y en los libros de historia, solo dejaron ese artefacto como recuerdo de esa tierra perdida.
–¿Sabes por qué esa condesa fue encerrada en el espejo? –interrogó Fathom, intrigado con la historia.
–No se sabe exactamente –negó, tomando la copa de vino–. El cazatesoros nos dijo que el nombre de esa condesa es Ivelisse Vlajovich y ella está condenada a permanecer en ese espejo hasta que la persona que tenga la misma aura que su amado reencarne, se reencuentren, la maldición se rompa y vivan juntos por siempre. Sin embargo, algunos dicen que es un simple invento para darle más misticismo a la historia. La verdad es que desde que trajimos el espejo a la mansión, jamás ha dado algún tipo de manifestación, quizás solo es un espejo lujoso de esa época.
–Dijiste que ese espejo está en el sótano, ¿verdad?
–Sí, pero les prohíbo a ambos que se acerquen a ese sótano –ordenó Nathalie, mirando ligeramente la sonrisa de uno de los primos–; en especial a ti, Félix. Eres el más curioso de los dos y no quiero tener que lidiar con problemas. ¿Entendieron?
–¡Sí, Nathalie! – los dos dijeron al unísono.
–Me encantó mucho la historia, Nathalie –aludió la rubia, levantándose de la mesa–. Me retiro a mi habitación, mañana debo tomar un vuelo hasta Londres y no me tengo que desvelar.
–También me voy a dormir –secundó Félix, estirándose un poco y bostezando–. Fue un día muy cansado con las chicas, ¿no fue así, Adrien?
–¿Qué? –dijo confundido–. ¡Ah! Sí, claro tienes razón.
–¡Buenas noches! –se despidió y caminó hacia las escaleras. Una sonrisa siniestra se escapó de sus labios; algo planeaba entre manos.
/.../
–No me engañas, te gustan los vampiros –sonrió Adrien con tono burlesco–. Vamos, confiesa.
–¿Vas a empezar con eso otra vez? –refunfuñó, inflando los cachetes.
–Ya pues, pero no tiene sentido que quieras ir a ese sótano a esta hora –señaló, mirando de reojo el reloj despertador–. Además, Nathalie nos dejó muy en claro que está prohibido ir a ese lugar y lo que menos quiero es contradecirla.
–Sé lo que dijo, aunque… –pausó, apretando los labios–, quiero ver el espejo y saber si es verdad lo del espíritu de la condesa. Por alguna razón siento una conexión extraña con esa leyenda, como si ese espíritu estuviera pidiendo a gritos que la ayudara.
–¿De qué estás hablando? –protestó, haciendo una cara de poco amigo–, después dices que soy yo el que cree en "cuentos de fantasía". Además, solo ve la hora, Félix. A esta hora todos están dormidos en sus camas.
–Por eso es la hora perfecta –comenzó a jalar las cobijas hacia adelante; en cambio, Adrien notó su acción y las jaló también a su lado–. ¿Qué dices, aceptas explotar ese sótano conmigo?
–¡Agh! ¡Mi respuesta es no! –exclamó, soltando las cobijas y tapándose los oídos con la almohada–. ¡Buenas noches!
La luna iluminó cada rincón de la ciudad al igual que en la mansión Agreste. Todo estaba muy callado hasta que unos crujidos poco silenciosos se escucharon por unas escaleras en dirección al sótano. Unas linternas blancas indicaron el camino hacia una puerta metálica, ya desgastada por los años.
–¡Silencio, tonto! –gruñó uno de los jóvenes de ojos verdes, luego que un balde metálico cayera al suelo–. No debemos despertar a nadie.
–¡Auch! ¡No debemos despertar a nadie! –imitó el segundo, de muy malas pulgas. Encendiendo de nuevo la linterna–. Félix, me puedes explicar, ¡¿por qué siempre te hago caso?!
–¿Porque te amenacé con seguir fingiendo ser tú ante la gente? –insinuó, mostrándole una ladina sonrisa en sus labios, viendo la expresión malhumorada de su acompañante–. ¡Nah, mentiras! Porque eres mi primo favorito y me quieres mucho.
–Ya no debería quererte tanto, la verdad –atacó malogrado sin mirarlo–; y para que sepas, no te acompaño porque te quiera "primito", sino para que no hagas locuras y nos castiguen a ambos.
–No nos van a castigar, Adrien. Te lo prometo –aseguró, levantando la linterna hacia la puerta de metal–. Mira esta debe ser la puerta.
–¡Félix, estás loco! –dijo, señalando la puerta que no tenía cerradura–. ¿Cómo vas a entrar si está con llave? Mira ni cerradura tiene –se acercó, palpando con su mano el metal frío. De pronto la puerta se abrió de par en par y se escondió detrás de su primo–. Félix, vámonos por favor, esto no me da buena espina.
Un viento helado se escapó tras abrirse la puerta, sus cuerpos se congelaron y los dejaron paralizados por unos minutos. Fathom se aproximó lentamente al interior de la habitación, percatándose de algunos muebles antiguos que ocupaban el espacio. Las linternas comenzaron a fallar, percibiendo el revoloteo de un par de alas y un relámpago que alumbró la habitación.
–Félix, esto no es buena idea –suplicó el Agreste, aferrándose a su brazo y temblando como gelatina–. Vámonos, por favor.
–¡Suéltame, quieres! –berreó, soltándose de manera brusca de su agarre–. No seas tan gallina. Ni que viniera un demonio o un vampiro a comerte.
–No es por eso, solo mira este lugar, es tan tétrico –se abrazó a sí mismo, tratando de tener un poco de calor–, y tengo mucho frío.
–Si quieres irte, hazlo. Yo me quedo hasta encontrar el espejo –caminó unos pocos centímetros hasta que notó una cortina de seda blanca que cubría un objeto gigante en la pared. Rápidamente la retiró, revelando un espejo negro con detalles impecables de color dorado que a pesar de los años no se veía desgastado–. ¡Lo encontré, Adrien! ¡Ven a verlo!
–¡Woow! Sí que es inmensamente grande –se sorprendió el rubio, admirando los detalles del marco–. ¿Ahora qué piensas hacer?
–Bueno, hay que examinarlo –asintió, tocando con su mano el espejo.
En la obscuridad, un peculiar pero diminuto ser los observó sigilosamente, tratando de no hacer ningún ruido que los alertara. Para el murciélago le resultó extraño ver a humanos rondando por la habitación desde que llegaron a esa mansión hace años y fueron olvidados con los demás muebles. Pero lo que más le asombró fue que esos dos jóvenes tuvieran la particularidad de ser rubios y de ojos verdes, casi similares a los de Sir Cyrus. Quizás solo era una casualidad que hubiera personas tan parecidas a él en este siglo, por lo que se le cruzó una idea que podría apaciguar el dolor de su ama.
–¿Y si uno de ellos se hace pasar por Sir Cyrus? –se cuestionó, analizando los movimientos de los dos chicos. El rubio que estaba detrás del otro era muy torpe, se percató cuando cayó detrás de unas escobas y su compañero a regañadientes lo levantaba de sopetón; En cambio, el otro rubio se giró sobre su eje y estudió cada uno de los detalles de aquel intrigante espejo. Durante este toqueteo, el dedo índice de este joven se lastimó gracias a las pequeñas espinas que rodeaban el marco–. No tengo otra opción, ese será el joven que lo emplazará. ¡Él será el nuevo Sir Cyrus para mi ama!
Drahma exhaló un chillido tan agudo al extender sus amplias alas para revolotear por todo el espacio e introducirse en el interior del espejo. Tanto Félix como Adrien captaron el sonido insoportable y de las sombras que sobrevolaban por encima de sus cabezas.
–Félix, tengo mucho miedo. Vámonos, ¿quieres? –se horrorizó Adrien, sintiendo cómo ese animal los acechaba–. ¡Aaaah! ¡Mira ese animal, es negro y horrible!
–Tranquilízate, Adrien –vociferó, al sentir el jaloneo de su primo en el brazo y atrasándolo hacia la puerta–. Espérame no termine de examinarla.
–¡No seas necio! –dijo enojado, sacándolo a rastras de la habitación–. Si no vienes, le diré a Nathalie que estuviste husmeando en el sótano.
–Eres un boca floja ¡Agh! –renegó entre dientes accediendo a su petición; pero antes de salir de esa habitación se percató de como ese animal de alas negras ingresó en el espejo y una luz amarilla emanó de él. Para ese entonces, la puerta metálica se cerró delante de los dos de manera automática–. ¿Vi-viste esa luz que salió del espejo?
–¿Qué luz? –preguntó confundido.
–La luz amarilla que salió del espejo –explicó el rubio, tratando de abrir la puerta con fuerza–. ¡Agh! No se abre. Ya no importa, al menos puede ver ese espejo. Otro día regreso.
–¿Otro día? –berreó, atacándolo con la mirada–. Está loco de remate. Es más, no deberías venir por tu propio bien.
–Ya pues, llorón. Mejor vamos a dormir y así dejas de llorar.
Los dos familiares se fueron por el pasillo hacia las escaleras de regreso a sus habitaciones luego de explorar ese extraño cuarto en el sótano. Al otro lado de la puerta de la habitación, en el interior del espejo, Drahma llegó a donde estaba su ama Ivelisse, donde con expresión de desánimo colocó sobre la mesa unas rosas rojas en un florero.
–¡Ama Ivelisse, Ama Ivelisse! –gritó con devoción el pequeño murciélago, hasta detenerse en el pecho de la condesa–. ¡Tengo buenas noticias sobre Sir Cyrus!
–¡Sir Cyrus, dijiste! –expresó contenta dejando entrever los colmillos que sobresalían de su boca, regresándole la vitalidad a su pálido rostro. El murciélago dijo "sí" con la cabeza–. ¡Aaaaah! ¡Drahma, Cyrus está vivo! Tal como dijo mi tío, él reencarnaría en esta época –tomó al pequeño animal por las alas y giraron juntos–. Dime, ¿es igual a mi Cyrus?
–Es casi idéntico, ama Ivelisse –confirmó el animal, mostrando sus dientes–. Tiene cabello dorado como el sol, ojos verdes como las finas esmeraldas de la corona y es muy inteligente. Es como si fuera dos gotas de agua.
–¡Si es Cyrus! –alabó la de los ojos rojos, olfateando la dulce fragancia de rosa roja y colocándola en el florero–. Te pido que me lo traigas cuanto antes. Mientras yo, preparé un gran banquete en su honor. Mi dulce caballero, muy pronto estaremos juntos y nadie nos volverá a separar.
–Perdóneme ama por mentirle –murmuró Drahma, después de verla dar pequeños saltos de felicidad hacia la cocina–. Usted merece ser feliz por un momento luego de tantos años de sufrimiento.
(...)
Una semana después de lo sucedido en el sótano, el tiempo transcurrió de forma normal sin algún tipo de incidente. Los primos habían llegado muy temprano del colegio y estaban por disfrutar una hermosa tarde con sus novias. Adrien llevó a Marinette a su habitación para mostrarle unos diseños que había estado haciendo para ayudarla, quizás no era experto en la materia, pero la voluntad era lo que contaba. Por la parte de Félix, llevó a Kagami al comedor para que probara una nueva receta que había inventado.
–¿Qué te parecen estos Jaffa Cakes? –preguntó el de los ojos verdes, al ver a Kagami saboreando el postre–. Traté de que durante la preparación la jalea no fuera muy fuerte al paladar.
–¡Mmm!... Están muy deliciosos, Félix –complació la japonesa, acompañando el postre con un sorbo de té verde–, hasta juraría que son mejores de los que venden en la panadería de los padres de Marinette.
–No exageres –negó, limpiando con su dedo pulgar la comisura de sus labios–. Si mi primo te llega a escuchar, te dejaría de hablar de por vida. Hablar de la panadería de los padres de Marinette es casi un sacrilegio. Créeme casi me avienta un zapato cuando un día le dije que mamá cocinaba mejor los croissants que la señora Dupain Cheng.
– ¡Ja, ja, ja! No te creo que Adrien sea tan violento –carcajeó Kagami, dejando la taza sobre la mesa–, parece que no mata ni una mosca con esa cara.
–Si es algo relacionado con Marinette, él se convierte en un monstruo terrible –se burló, haciendo el gesto de garras con sus manos–. Pero me alegra verlo feliz después de la muerte de Gabriel.
–Cierto. Era algo inevitable, la vida tenía que continuar después de todo –suspiró con lástima, mirando cómo jugaban los Kwamis con las galletas–. Sin embargo, no he podido hablar con mi madre luego de lo sucedido en Londres y la presentación de la estatua de Gabriel. Es tan frígida e indiferente que tengo miedo de que busque los medios para separarnos.
–No digas eso, Kagami – se acercó Félix, sujetándola por el mentón con sus dedos–. No niego que la relación con tu madre sea difícil y más aun sabiendo su secreto, pero te prometo que nada ni nadie nos va separar. Hemos pasado mucho para estar juntos y si Tomoe intenta hacer cualquier cosa para separarte de mí, no dudaría en secuestrarte las veces que sean necesarias –le dio un beso ligero en los labios–. Te lo juro hasta con mi vida.
–Confió en ti –le sonrió, dándole un beso de vuelta–. De igual forma si mi madre intenta algo, no dudaré en desafiarla. Estamos juntos en esto, sin importar las consecuencias.
–Te quiero enseñar algo –recalcó, levantándose de la silla y extendiéndole una mano hacia la joven–. Ahora que mi primo esta con Marinette, no tendrá tiempo para vigilarme.
–¿De qué se trata? –interrogó, siguiéndolo hacia donde iba Félix.
–Es una sorpresa –le guiñó el ojo izquierdo seguido de una risita maliciosa.
Ambos jóvenes bajaron por las escaleras hacia el sótano de la mansión hasta llegar a la puerta metálica de la habitación donde estaba el espejo. En esta ocasión, la puerta no se abrió, pero Fathom no se daría por vencido, así que palpó y tocó las paredes para ver si había una palanca secreta. ¡Bingo! Uno de los bloques estaba hueco, así que procedió a empujarlo y la puerta se abrió al instante.
–Pase usted primero señorita –indicó el inglés, haciéndola pasar adelante.
–Muchas gracias, elegante caballero –agradeció en tono burlesco, admirando el interior de la estancia–. ¡Vaya! Mira este sitio. No sabía que los Agreste tenían un sótano oculto.
–Ven por aquí…
Mientras Félix le daba un tour por el espacio, el pequeño murciélago los observaba desde detrás del espejo. Era su oportunidad de secuestrarlo y llevarlo hasta la condesa Ivelisse. Según el juramento, solo el alma encarnada de Sir Cyrus podría ingresar al espejo, pero en vista que nunca llegó, tuvo que usar la sangre del joven Fathom que había dejado la noche anterior sobre la decoración. Así que días antes, tomó un poco de la sangre seca e hizo un espiral para cuando llegara el momento. El único efecto con esa sangre es que cualquier humano podía ingresar al espejo; por lo tanto, el murciélago se ofreció a protegerlo para que nadie más ingresara.
–Solo falta que caiga en la trampa –susurró el diminuto ser, viéndolos caminar hacia el espejo.
–Esta es la sorpresa que te quería mostrar –apuntó el de los ojos verdes en dirección al espejo descubierto–. Según lo que nos dijo Nathalie, este espejo de obsidiana viene de algún reino de Transilvania.
–¿El país de los vampiros? –refutó con el ceño fruncido.
–No me digas que también crees en esas estupideces de los vampiros chupasangre –se quejó haciendo una mueca de aburrimiento al cruzar sus brazos–. Estoy rodeado de fanáticos.
–No digas tonterías –negó, haciendo un puchero con sus labios y tocándole la punta de la nariz con el dedo índice–. Solo lo dije para ambientar la trama. Está bien, sigue con tu historia.
–Está bien. Dicen que en este espejo está encerrado el espíritu de una condesa y solo la persona que reencarne en su ser amado podrá liberarla. Mientras tanto, debe esperar hasta que el tiempo se cumpla – relató, simulando que tocaba el borde del marco–. Te parecerá muy loco, pero me identifiqué con la historia. No es fácil estar encerrado en un sitio tantos años y esperando a alguien para obtener tu libertad –suspiró, acariciando el anillo de su mano–. A veces pienso, ¿qué habría pasado si Colt nunca hubiera fallecido? ¿Seguiría siendo preso de su control? ¿Habría muerto también? ¿Nunca habría salvado a mi primo? O peor, ¿jamás te habría conocido?
–No, Félix. No pienses en esas cosas –lo abrazó muy fuerte al percatarse de como unas lágrimas rebeldes salían de sus ojos verdes–. Piensa que todas las cosas que sucedieron eran para bien. Ahora me tienes a mí y estamos juntos, piensa que tienes a tu madre, a Adrien, a tus amigos. Todos estamos contigo y te prometo que nadie en absoluto te va a volver a hacer daño.
–Gracias, Kagami, por estar conmigo –correspondió el abrazo con más fuerza, besándola en el cuello–. No sabes cuánto te amo.
–Y yo a ti, Félix.
–Creo que este lugar nos ha puesto sensibles –dijo el rubio, separándose de ella–. ¿Quieres ir arriba a ver una película?
–Sí, claro, vamos –se tomaron de las manos y caminaron hacia afuera. En ese instante sintió un frío poco común recorriéndole la espalda–. Félix, ¿no sientes cómo la temperatura cambió de repente?
–También lo sentí –afirmó. Luego se giró y vio como el espejo se tornó de un color blanco–. Pero… ¿Qué es esto?
–Ten cuidado, ese brillo se ve extraño –le dijo preocupada, colocándose atrás del chico. De manera poco comprensible, la luz se agrandaba cada vez más a medida que Félix se aproximaba, era casi como una atracción enigmática–. Félix, será mejor que nos vayamos, por favor.
–Tranquila, solo veré porque esta brillando –le aseguró, caminando más cerca hasta que finalmente al colocar una de sus manos sobre el vidrio del espejo, este fue absorbido por completo sin dejar rastro.
–¡Félix! –gritó Tsurugi con desesperación.
De inmediato, el diminuto mamífero con alas saltó de su escondite y se convirtió en una enorme gárgola para proteger el espejo. En cambio, Kagami, en su agonía, pronunció el nombre de su novio una y otra vez, tratando de llegar al espejo; pero, la abismal bestia le impidió el paso, embistiéndola hacia la puerta de la habitación y cerrándola de golpe.
–¡Félix! ¡Félix! –lo llamó con todas sus fuerzas, golpeando la puerta–. ¡Félix!... ¡Félix! –murmuró derrotada, dejándose caer de espalda contra la puerta al suelo–. No puede ser, adónde se lo llevaron…
Después de unos minutos de asimilar todo lo que sucedió, la japonesa subió por las escaleras hasta ascender a la habitación de Adrien. La respiración parecía que se le escapaba de repente al recordar como ese maldito espejo había arrastrado a Félix a otra dimensión. Se sentía tan impotente y frustrada que solo podía llorar. Al llegar a su destino, Kagami observó como aquellos dos jóvenes se divertían probándose unos disfraces.
–¡Kagami, ¿estás bien?! –se alarmó Marinette, dejando caer la ropa al suelo al ver el semblante pálido de su amiga. Sin pensarlo, los dos fueron a auxiliarla–. ¿Pasó algo malo? ¿Y Félix?
–Es precisamente de él –recalcó casi al borde de las lágrimas–. No entiendo lo que pasó, Félix me quiso mostrar el espejo de obsidiana que está en el sótano y…
–¿En el sótano, dices? –interrumpió el Agreste, frotándose la cara con las manos–. Le dije a este tonto que no se acercara a ese lugar, pero ¿qué sucedió?
–Cuando estamos por irnos, una luz extraña apareció en el espejo –continuó sin escucharlo, aferrándose al cuerpo de Marinette–, Félix fue a ver qué era y de un momento a otro lo absorbió. De repente, una gárgola gigante apareció y me sacó de la habitación al pasillo. Marinette, se llevaron a Félix secuestrado.
–Tranquila, Kagami –Marinette miró a su novio perpleja ante los acontecimientos–. ¿Qué haremos ahora, Adrien?
–La única que sabe más detalles de ese espejo es Nathalie –afirmó el de los ojos verdes, ayudando a levantar a la chica y llevarla al sillón–. Quizás ella no nos contó todo el misterio que sucede alrededor del espejo.
–Adrien, ¿de qué espejo están hablando? –le consultó la de los ojos azules a su novia, sin entender todo el contexto.
–Resulta que Nathalie nos contó que ese espejo es originario de Transilvania –narró el Agreste, sobándole la espalda a su amiga para tranquilarla–, y tiene un espíritu guardado adentro.
–Espera, ¿Transilvania, dijiste? –se sorprendió, frunciendo el ceño–. ¿Te refieres a la tierra de los vampiros?
–Bueno… la verdad no sé. Hasta Félix cree que es otra cosa –vaciló, sobándose la nuca–. Aunque con lo sucedido, no puedo dudar que ese espíritu sea un vampiro.
La conversación se interrumpió debido a que el timbre de la mansión resonó. Nathalie entró con unas bolsas de compra que había realizado en el centro comercial. Los jóvenes captaron sus pasos y a toda prisa bajaron por las escaleras como si su vida dependiera de ello.
–¿Qué sucedió? ¿Por qué están así? –indagó la de lentes, dejando las bolsas a un lado de la puerta.
–Nathalie, sé que nos vas a regañar, pero… –exclamó Adrien, tratando de sostener la respiración–, Félix fue secuestrado por el espejo que está en el sótano.
–¡¿Cómo?! –agrandó sus ojos como si fueran platos, tapando su boca–. ¡Les dije perfectamente que no se acercaran a ese sótano! ¿No fui claro?
–Lo fuiste, Nathalie –aceptó, observando de reojo a Kagami–, Incluso yo le dije a Félix que no se acercara cuando fuimos a explorarla.
–¡¿Qué hicieron qué?! –berreó la mujer, fulminando con la mirada al chico–. ¿Cómo fue que ocurrió?
–Ambos fuimos al sótano, Félix me quería mostrar algo –comenzó a relatar Kagami con un nudo en la garganta–. Me enseñó el espejo y cuando nos retirábamos una extraña luz emanó de él. Él fue a ver el por qué y cuando colocó su mano, fue atraído y desapareció. Después apareció una gárgola y me sacó de la habitación. Traté de entrar otra vez y no pude.
–¡Ay no! Estaba escéptica de que esa maldición del espejo fuera cierta –rectificó, sintiendo como sus niveles de estrés se elevaban–. Debo comprobar si es verdad que ese espíritu está encerrado.
–¿Vas a ir al sótano? –cuestionó la azabache, sin dejar de abrazar a su amiga–. Eso sería muy peligroso y más con esa bestia que describió Kagami.
–Lo sé, pero si no hacemos nada, el alma de Félix se podría perder en esa dimensión.
Todos se dirigieron hacia la puerta del sótano para tratar de abrirla. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano, el bloque que servía de palanca estaba atorado como si alguien del otro lado no quisiera que la cruzaran. Los minutos transcurrían con rapidez durante la noche y cada momento era más preocupante el destino que le acarreaba al joven Fathom en el interior del espejo.
(...)
Unos ojos esmeraldas se abrieron lentamente tras sentir una luz cegadora y una pieza de Beethoven resonar en sus oídos. Las primeras imágenes que obtuvo fueron la fachada de la sala al estilo victoriano, algo lúgubre, aunque denotando un ambiente cálido. Su cabeza le dolía como si hubiera perdido la conciencia por días o años. Intentó levantarse, pero notó que se encontraba sentado con las muñecas amarradas a la madera.
–¿Dónde estoy? ¿Y Kagami? –se preguntó Félix a sí mismo, intentando soltarse sin éxito. Lo último que recordaba fue el grito de su novia en el momento en que fue tragado por el espejo. De pronto, su mirada se dirigió a un retrato sobre la mesa, y a la par, una especie de pared de vidrio–. ¿Eso es un espejo?
–¡Cyrus, despertaste! –dijo una voz de una mujer en tono alegre, acercándose al rubio–. Espero que hayas dormido bien. Perdón por ser tan brusca con las amarras de cuero a la silla, pero no puedo arriesgarme a perderte otra vez.
–Disculpe, señorita –excusó Fathom, observando el rostro pálido y los ojos rojos de la muchacha–. ¿En dónde me encuentro? Solo recuerdo que tocó el espejo y me trajo aquí.
–No te preocupes, mi fiel caballero –ensanchó una sonrisa dejando ver los grandes colmillos que salían de su boca–. Estás dentro de mi prisión en el interior del espejo. Drahma, mi fiel compañero, me dijo que habías vuelto y le ordené que te trajera. ¡Oh! Olvidé presentarme, quizás no lo recuerdes. Mi nombre es Ivelisse Vlajovich, condesa del reino de Arne y el ¿tuyo? Aunque yo ya sé cuál es.
–Un gusto. Mi nombre es Félix Fathom Graham de Vanily –tragó saliva con dificultad asustado por su aspecto y más confundido que antes–. No entiendo qué estoy haciendo en este lugar y por lo que veo en su aspecto se parece al de un vam…
–¿Vampiro? –interrumpió de golpe al joven, regresando a un semblante de timidez, pero ansioso–. Lo sé. La verdad no creía en ellos, hasta que desafortunadamente mi tío me dijo que era uno, después de matar a mi… –apretó los labios, dejando derramar una lágrima por su mejilla–. Ahora no importa lo que haya pasado. Tú, mi Cyrus, estás de vuelta y eso es lo que importa, después que concluyamos el ritual y clavé mis colmillos en tu cuello, recordarás todo.
–¿Pretendes chuparme la sangre? –dijo entrando en pánico, percibiendo una mano helada recorría su cuello, erizando su piel por completo.
–No te dolerá mucho, créeme –le susurró en el oído atrevidamente. Seguido lo soltó de las amarradas de los brazos–. Te dejaré libre por ahora, para que vayas a bañarte y cambiarte de ropa. Te espero en el salón del comedor a las siete y media.
Ivelisse salió hacia la otra habitación, dejando a Félix completamente solo. Estaba aun más perdido que por unos momentos pensó que era un sueño del cual debía despertar; no obstante, su conciencia le señaló que efectivamente se hallaba en el interior del espejo de obsidiana, sin opción de escapar.
–¡Maldita sea! –expresó, caminando hacia la pared de vidrio–. Es cierta la leyenda del espíritu de la condesa y los vampiros. ¡Grr! Qué manera tan estúpida de darme cuenta de la veracidad de las historias de fantasía de Adrien –miró con nostalgia el exterior del espejo–. Kagami se quedó al otro lado del espejo y no tengo idea de qué le ocurrió. Esto no pinta nada bien.
(…)
Al otro lado de la puerta metálica del sótano, tanto los muchachos como Nathalie lucharon por abrirla de todas las formas posibles sin obtener resultados. La puerta fue construida por un sistema mecánico parecido a un bunker que podría ser usada en caso de guerra o derrumbe por un terremoto. Cada uno había traído mazos, martillos, taladros o varillas de hierro que sirvieran para romper la puerta, aun así, las fuerzas se les habían terminado.
–Es inútil esta puerta no se abre de ninguna manera –jadeó la azabache, luego de intentar con una varilla de hierro–. ¿Qué vamos hacer ahora?
–Debemos seguir intentando, por favor –imploró la japonesa mientras sostenía un mazo en las manos–. Félix nos necesita y no podemos dejarlo solo.
–¡Kagami! –Marinette corrió al verla caer sobre sus rodillas y llorar desconsoladamente–. No desfallezcas ahora, encontraremos la forma de sacarlo con vida.
–Félix no merece estar encerrado en ese espejo – bramó, aferrándose muy fuerte al cuerpo de su amiga–. Le dije que nadie le volvería a hacer daño ¿me entiendes? Necesito salvarlo, no podría pasar el resto de mi existencia sin él.
–Te entiendo perfectamente –asintió sin apartarse de ella–, pero debemos estar fuertes por Félix. Estoy segura de que encontraremos la solución ¿Está bien?
–Nathalie, ¿qué sugieres que hagamos? –consultó agotado Adrien, sentándose en el suelo–. Dijiste que ese espíritu está buscando el alma de su ser amado y si no hacemos algo, mi primo va a quedarse para siempre en ese espejo.
–Para serte sincera, no sé la historia completa de esa leyenda, solo lo que me contaron –se resignó, dando unos cortos pasos por el espacio–. El único que sabe cada detalle de la historia es el cazatesoros al que le compramos la pieza.
–¿Sabes cómo localizarlo? –quiso saber el Agreste.
–Creo que sí –afirmó, pausando sus pasos. Luego sacó su celular y dijo–: Su tienda todavía está en Austria, en el poblado de Mariazell. La única manera de ir hasta allá es con el avión familiar. Debemos actuar ahora mismo antes que sea demasiado tarde –lo guardó, dirigiéndose a la joven de ojos azules–. Necesito que alguien me acompañe. Marinette, ¿puedes venir conmigo? –le hice disimuladamente un gesto de cabeza.
–¿Por qué ella? –protestó el rubio, levantándose de sopetón–. Yo debería ir a Austria, también esto es mi culpa.
–Pues porque… –no sabía qué excusa darle–. Porque Marinette capta mejor las cosas.
–Me estás diciendo que soy un tonto descerebrado –berreó, sintiéndose muy ofendido.
–No, Adrien, escucha –intercedió la joven, abordando a su novio–. Necesitamos que te quedes aquí con Kagami. Está muy vulnerable en estos momentos y necesita tu apoyo. Quédate ¿sí? Cuida de ella y evita que cometa una locura.
–Está bien, me quedo con Kagami –resopló resignado, aceptando a regañadientes–. También cuídate mucho.
–Te lo prometo, mi príncipe –le sonrió. Después se dirigió a su amiga, bajando hasta su altura–. Haremos todo lo posible para traer la solución y salvar a Félix.
–Gracias Marinette, esperaré –agradeció, dándole un abrazo de despedida. Al separarse, observó la puerta y murmuró–: Aguanta un poco, Félix pronto te sacaremos.
A toda prisa, ambas mujeres salieron de la mansión directo a los jardines. Nathalie se acomodó un paracaídas en la espalda para emprender el viaje.
–¿Cómo se supone que vas a llegar a Austria? –interrogó la francesa con extrañeza.
–Por eso te pedí que me acompañaras –aclaró la asistente–. Cosmobug nos ayudará a llegar a aquel país y enfrentarnos al cazatesoros. –extendió ambos brazos hacia los hombros de la joven, en lo que ella afirmó con la cabeza–. Hay algo que no les conté. Según en la leyenda, la condesa debe realizar un ritual en luna nueva a la medianoche. No sé exactamente en qué consiste el ritual, pero debe ser peligroso.
–En ese caso, no debemos perder tiempo –buscó en su bolso y le dio un macarrón mágico a Tikki. Después pronunció las palabras de activación, tomó por los hombros a Nathalie y emprendieron el viaje–. Le prometí a Kagami que recuperaríamos a Félix y no le fallaré.
Mientras tanto, en la mansión de la condesa, Félix se cambió las ropas que Ivelisse había preparado para él, a pesar de estar en un laberinto sin salida y en un combate interno sobre la situación, decidió llevarle el juego y tratar de no contraerla. Según lo que había escuchado de su primo sobre los vampiros, pueden ser muy agresivos si no se rinden ante sus peticiones y no se podía arriesgar a convertirse en uno de esos chupasangres ni mucho menos quedarse preso en ese lugar de por vida.
–¿Él es Sir Cyrus? –se cuestionó al observar el retrato de un joven con las mismas ropas que traía–. Se parece un poco a mi primo y a mí. Tengo que saber la verdadera historia detrás de la condesa y la manera de salir de aquí –exhaló, soltando el aire por a boca–. Seguro Kagami está muy angustiada.
–Señorito Fathom –mencionó el murciélago, revoloteando a la orilla de la puerta–. Lady Ivelisse la espera en el comedor.
–Espera un segundo –detuvo al mamífero antes de que se fuera–. ¿Tú eras el murciélago que nos atacó la noche anterior?
–Discúlpeme, señor, por mis atrevimientos y me hago responsable de haberlo traído hasta acá –dijo con melancolía, arrimándose cerca del retrato–. Lo hice por una buena causa, por mi ama. Sir Cyrus era el amor verdadero de Ivelisse, pero por la ambición de los seres humanos se tuvieron que separar de una forma tan lamentable, por eso ella tiene que quedarse aquí hasta que su amado regrese; sin embargo, jamás va a suceder.
–No comprendo, ¿por qué me trajiste a través del espejo?
–Lo hice para que ella tuviera un momento de felicidad –suspiró, dejando caer sus patitas sobre la mesa–. A lo largo de los años, Ivelisse ha perdido las esperanzas de seguir viviendo. Lo único que la mantiene viva es el recuerdo y la esperanza de volver a ver a Sir Cyrus, si no fuera así, ya habría muerto.
–¿Cómo que morir? –frunció el ceño ante estas palabras–. Pero Ivelisse es un vampiro. Se supone que los vampiros son inmortales.
–Pues verá, el tema es muy complicado de tratar –extendió sus alas, saliendo del cuarto–. Le ruego que la acompañe a cenar, ella está muy feliz con su presencia.
Félix seguía sin entender lo que estaba sucediendo. Si bien, la historia del espíritu de la condesa era cierta, el tema de que sea un vampiro lo puso en duda. No tenía sentido que siendo de ese espécimen pudiera morir, ¿o sí? Ahora tenía muchas preguntas sin respuesta, la única persona que podía aclararlas estaba en el comedor.
–Espero que te gusten las delicias que preparé exclusivamente para ti, Cyrus –recalcó la de cabello rojizo, extendiéndole un tazón con frutas–. Traté de preparar lo que más encantara a tu paladar, ¿qué te parece?
–Perdón, condesa Ivelisse –señaló el de los ojos verdes, mirando la mesa repleta de comida–. Prefiero que me llame Félix, si no es inconveniente.
–No podré complacerte en esa parte –negó la condesa con el dedo índice. Posteriormente tomó uno de los postres y se lo llevó a la boca–. He estado esperándote tanto tiempo, que no pronunciar tu verdadero nombre es como si no hubiera una canción guardada en mi corazón.
–Le quiero hacer una pregunta –captó su atención, en lo que ella asintió con la cabeza–. ¿No se supone que los vampiros solo consumen sangre?
–Entiendo, quizás hayas leído historias de vampiros y creas que soy igual a ellos –insinuó, dejando un pedazo de pastelillo sobre el plato–, incluso Cyrus, entre bromas me decía que me parecía a uno por mis ojos rojos y colmillos…
–¿Es verdad? –objetó, parpadeando varias veces.
–En realidad, llevo tantos años pensando que era un ser humano común y corriente. Lo sorprendente que nunca me di cuenta hasta que una noche, yo… –pausó, sacudiendo su cabeza–; lo que quiero decir es que jamás me consideré un vampiro, aunque mi aspecto denote que lo soy.
–Ya veo –frunció el ceño el rubio, notando el nerviosismo de la condesa–. Lo preguntó porque es extraño que siendo de esa especie consuma comida como cualquier ser humano ordinario. ¿Me dirá que tampoco se convierte en murciélago o caminas en las paredes?
–¡ja, ja, ja! De ninguna manera. Eso suena tan surreal –se rio, cubriendo su boca con la mano–. Como te dije, mi apariencia es muy vampiresca y supe que lo era hasta que mordí a mi primera víctima. La verdad es que con el tema de consumir sangre nunca lo hice ni siquiera después de esa noche. Desde que estoy encerrada, intente consumirla, pero su textura viscosa y sabor metálico es muy asquerosa para mi gusto.
–Eso es muy extraño –pensó Félix, percatándose de cada uno de sus movimientos–. Si es un vampiro como dice ser, ¿por qué no actúa como uno? Aquí hay algo más. Debo averiguarlo.
–Cyrus –llamó la joven, mientras cortaba un trozo de carne con el cuchillo–. Háblame de ti. ¿Cómo es tu vida en esta época?, ¿cómo son tus padres?, ¿Cuál es tu edad?
–Bueno… –vaciló, tomando un sorbo del líquido de una copa–. Actualmente tengo diecisiete años…
–¡¿Tienes diecisiete?! – dijo sorprendida–. ¡Qué casualidad! Yo también tengo diecisiete años, al igual que Cyrus cuando falleció.
–¡¿Qué?! ¡Apenas eres una adolescente! –se sorprendió aún más comparándolo con su aspecto y los años que llevaba encerrada en el espejo–. ¿Eso significa que no sabes en qué época estamos?
–No lo sé. Desde que fui encerrada en este espejo mi cuerpo no cambió en absoluto, solo veo como los años transcurrir hasta el día que llegaras a mí –aseveró, encogiendo los hombros–. El que sabe en qué época estamos es mi mascota Drahma, él supo en qué momento ibas a aparecer.
–Siguen siendo muy sospechosa esta historia –continuó pensando Fathom–. Según lo que nos contó Nathalie, la misma condesa sabría cuando su amado reencarnara atrás sentir su aura y así romper la maldición, no decía nada de un tercero que lo supiera –dirigió su mirada verdosa hacia el pequeño murciélago, el cual se fue a esconder detrás de una silla del comedor–. ¿Tú sabes algo más, maldita rata con alas?
–¡Cyrus! ¡Cyrus! ¡Despierta! –chasqueó sus dedos para captar su atención–. ¡Ja, ja, ja! Quiero que continúes con tu historia.
–¡Ah! Sí, disculpe, solo me disocié un momento –negó, cerrando los ojos–. Como decía, tengo diecisiete años, Nací en Inglaterra en la ciudad de Londres. Vivo con mi madre, Amelie Graham de Vanily. Temporalmente me vine a vivir a la mansión de mi primo, Adrien Agreste, aquí en París y tengo una relación con mi nov…
–¿Y tu padre? –le interrumpió de golpe, evitando que terminara esa palabra–. Me imagino que tienes uno.
–Sí, claro –secundó asombrado por la pregunta–. Mi padre falleció hace varios años, se llamaba Colt Fathom y siendo sincero no fue el mejor padre que existiera para un hijo. Siempre me trató como un pequeño monstruo y me exigía más de la cuenta todos los días. Incluso había ocasiones en las que no me permitía estar con mi mamá, tampoco tenía amigos, pues para él simplemente era una marioneta que guiaba mis comportamientos –suspiró, sintiendo un picor en los ojos–. Estaba preso a su lado, no sabía qué era la libertad hasta que enfermó y falleció.
–Qué triste historia, Cyrus – lamentó la condesa, colocando su mano en la de Félix–. No sabía que también vivías en una prisión peor que la mía, aun así, después de su muerte, las cosas cambiaron ¿verdad?
–Claro que cambió para bien y estoy agradecido –sonrió levemente–. Las prisiones no son duraderas ¿sabe? Siempre en algún punto nos dan la clave para encontrar nuestra libertad, solo debemos saber cuál es nuestro objetivo en la vida y todo será cuestión de paciencia y esperanza.
–Qué bonitas palabras –aludió entusiasmada con una leve sonrisa en los labios–, quizás si antes las hubieras escuchado, no habría cometido tantos errores como el que estoy pagando.
–No quiero sonar indiscreto –señaló, recorriendo la mirada hacia Ivelisse–, ¿quisiera saber por qué está encerrada en este espejo?
–Verás, como te dije, no me considero como un vampiro real, ni de los que mencionan en las novelas –suspiró, soltando el aire por debajo–; sin embargo, el destino nos tenía preparado un giro diferente para Cyrus y para mí –se levantó de la silla y se dirigió al gran ventanal–. Te contaré desde el principio…
/…/
Ivelisse Vlajovich nació en una importante familia en las tierras del reino de Arne. Sus padres eran condes muy amables y serviciales con las personas que poblaban sus condados. A las personas no les resultaba extraño que tanto la pequeña Ivelisse como su madre tuvieran la particularidad de tener los ojos rojos y los colmillos que sobresalían de su boca, simplemente las veían como personas de excelente estirpe. Al ser hija única, la pequeña condesa era privilegiada tanto en belleza como en la forma de ver el mundo a su alrededor. Lamentablemente a la edad de doce años, sus padres fallecieron en un terrible infortunio cerca de sus tierras, lo cual fue un misterio para los pobladores. Después de los actos funerales, se llegó a un acuerdo donde la tutela de Ivelisse pasaría a su tío Lud Blackwood; que, pese a no tener ningún título, no dudó en cuidar y proteger a la pequeña adolescente de los ojos rojos.
Al cumplir los quince años de edad, Ivelisse se había convertido en una chica que amaba la vida a través de su libertad, aunque su tío no estuviera de acuerdo con sus escapadas al jardín de rosas y violetas. En una de sus escapadas, conoció a Cyrus Kovács, un jovencito de risueño semblante de la misma edad que la condesa. El chico tenía de un aspecto robusto, con cabellera larga y dorada, sumado a esos ojos verdes esmeraldas que derretía a más de alguna. Para los pobladores, era el hombre más intrépido y temerario de la época, debido a su gran habilidad con la espada y su defensa de la justicia. Para ambos jóvenes, ese día fue como si conocieran el amor a primera vista, quedaron tan encantados el uno con el otro que prometieron no separarse nunca, sin contar que su historia de amor terminaría en una tragedia sin retorno.
Los días de verano en la pradera eran los favoritos de ambos jóvenes de diecisiete años. Los pajaritos cantaban alegres, el río transparente fluía tranquilamente hacia la cascada y las flores de mil colores esparcidas en la grama. Los dos caminaron por los arbustos verdes hasta detenerse cerca de una banca.
–Hoy te ves más radiante que los días anteriores, Lady Ivelisse –aludió Kovács, besando el dorso de su mano–. Me siento tan privilegiado de tener el amor de tan espléndida mujer.
–También me siento privilegiada de amar a tan noble caballero con todo mi corazón –secundó, sonrojada hasta las orejas. Seguido rodeó sus brazos al hombro del muchacho–. Amo tanto estos paseos en los que estamos tú y yo solos sin que nadie nos interrumpa.
–¿No me digas que tu tío te sigue prohibiendo salir del castillo? –cuestionó el joven de la espada, levantando una ceja–. En serio, debería encontrar a una mujer que lo saque de la amargura.
–¡Ja, ja, ja! No te niego que su actitud sea de un cascarrabias, pero… –vaciló, tambaleándose de forma juguetona–. Desde que nos mudamos al castillo por lo de la línea de sucesión al trono, mi tío ha moderado su carácter. Si ves, me deja estar más tiempo contigo y no me priva de mis salidas como antes.
–Eso es porque le pedí tu mano en matrimonio –indicó, sentándose los dos en la banca frente a las zarzamoras–, aun así, el señor Blackwood me da mala impresión desde que lo conocí, no sé cómo si su energía no fuera humana.
–No exageres con esas cosas –se burló la condesa, dándole un pequeño golpe en el brazo –; de pronto, me vas a decir que mi aspecto se parece mucho al de esos vampiros que los locos escritos divulgan por las calles para asustar a los niños.
–Claro que no dije eso –negó, haciendo un puchero con sus labios–, solo que la primera vez que te vi con tus ojos rojos y colmillos, pensé que me ibas a morder el cuello.
–¡Qué tonto eres! –fanfarroneó, arrugando la nariz–. Seguramente eras uno de esos niños que creían que "La Divina Comedia" de Dante, decía la verdad sobre los nueve círculos del infierno y la existencia del purgatorio. Pensaste que ese día te había salido un demonio.
–¿Cómo querías que reaccionara? ¡Eh! Tus ojos rojos y colmillos no son comunes de ver en esta región –se cruzó de brazos, sintiéndose ofendido–. Aunque pensándolo bien, jamás me has dicho por qué naciste con ese aspecto.
–Pues verás… –exclamó la de cabello rojizo, moviendo la cabeza a los lados–. Los ojos rojos y los colmillos se deben a una modificación genética por parte de los descendientes de mi madre. Durante el medioevo, las personas que nacían conectadas a la raza eran consideradas como demonios del infierno, por lo que comenzaron a cazarlos para exterminarlos. Años después de seguir huyendo, el emperador Vlad Tepes…
–¿Te refieres a Vlad, el empalador? –le interrumpió, agrandando sus ojos verdes llenos de asombro.
–Sí, ese mismo –continuó–. Como decía Vlad, se asombró tanto al saber que existía una raza con características peculiares; tanto fue su fascinación que quiso que sus próximos descendientes tuvieran los ojos rojos y los colmillos, por lo que anuló todo tipo de persecuciones en contra de sus protegidos. Afortunadamente después de la muerte del emperador, no se registró ninguna persecución en contra de mis descendientes y bueno, aquí estamos.
–¡Woow! No sabía esa historia –expresó asombrado–. Eso quiere decir que lo que inventan sobre los vampiros es falso.
–Exactamente, Cyrus –reafirmó la condesa–. Por eso me molesta que esos charlatanes que dicen llamarse escritores estén inventando cosas como la existencia de vampiros inmortales que van por la noche atacando personas para chuparles la sangre.
–No pienses en eso ¿sí? –le sonrió, girando levemente la cabeza de la joven para quedar frente a ella–. Eso solo es ficticio, sacado de su imaginación, nada que ver con la realidad –colocó sus manos sobre sus mejillas–. Para mí, tú eres real, eres tan perfecta como las bellas flores de este jardín. Amo cada parte de ti, tus ojos rojos, tus colmillos, tu cabello rojizo, tu sonrisa, tus ganas de vivir, hasta esa forma de en que me ves todos los días.
–Prométeme que estaremos juntos para siempre –dijo extasiada, tiñéndose sus mejillas de color carmesí.
–Te lo prometo, mi hermosa princesa –unió su frente con la de ella–. Estaremos juntos por siempre y por la eternidad.
Ambos adolescentes fundieron sus labios en un beso lleno de amor, reafirmando lo que tanto anhelaban sus corazones, como si el destino estuviera a favor de esa unión. Sin embargo, en las profundidades del castillo, un hombre de mediana edad lo observaba a través de la ventana con una sonrisa maliciosa en su rostro. Lo que estaba por suceder no lo podía detener nadie ni el mismo destino.
/…/
–Condesa Ivelisse –acudió Félix, notando la expresión melancólica de la joven–. Si Sir Cyrus y usted se amaban tanto, ¿cómo fue que terminó? Por lo que veo, tenían una vida y un futuro juntos era algo que no se podía romper, así como así.
–Tanto Cyrus como yo, nos convertimos en prisioneros de un destino cruel y sin moral –suspiró limpiándose sus hermosos ojos rojos–. Lo que cometí no tiene perdón de Dios ni mucho menos de él –apretó sus puños con fuerza–. Me siento tan impotente de no recordar nada de lo sucedido en esa noche que, si tan solo hubiera estado consciente, él estaría vivo.
–¿Qué fue lo que hiciste? –quiso saber, angustiado por sus palabras.
–Me acompañas a la sala, por favor –caminó hacia la otra habitación a paso lento.
Mientras Félix se dirigía al otro cuarto, seguía sin explicarse cómo una vida perfecta terminaría en un suceso fatídico que la llevó a tomar esta decisión de por vida. En la otra esquina, el murciélago salió de su escondite en dirección a la salida del espejo; pero, antes de cruzar, Fathom lo detuvo por el cuello:
–¿Me tienes que explicar ahora mismo qué está pasando? –susurró, apretando un poco su agarre–. La estuve observando y no es nada parecida a un vampiro.
–No sé de qué está hablando, señor Fathom –se sacudió bruscamente para liberarse–. Ivelisse está aquí encerrada hasta que Sir Cyrus regrese.
–No me quieras ver la cara de idiota, rata con alas –lo acusó con la mirada–. Me capturaste porque esa historia de la princesa que espera a su caballero en la punta de la torre es mentira, ¿cierto?
–¡Suélteme, por favor! –Drahma mordió a Félix en la mano en un intento por soltarse y escapar por el espejo –. Ivelisse debe cumplir su destino tarde o temprano y lo que menos quiero es seguir viéndola sufrir en esta vida.
–¡Ah! Maldito animal –reprendió, emitiendo un quejido por el dolor en su extremidad–. No te saldrás con la tuya, pronto sabré toda la verdad.
