Buenas aquí les dejo una adaptación de un libro que me gusto, los personajes de inuyasha no me pertenecen ni la historia ni los personajes del libro espero que les guste

Asesino de brujas

Libro 1

La bruja blanca

(poco a poco, el pájaro construye su nido)

Cap.12

La Enfermería Prohibida

Kag

Tenía la lengua hinchada y pesada de tanto hablar cuando mi querido esposo me llevo de regreso a nuestra habitación. Le había contado una versión abreviada de la historia: como Gogo y yo habíamos oído a escondidas a tremblay y a madame Izayoi, como habíamos planeado robarle esa noche. Como habíamos robado su caja fuerte, pero Koga, y no me había molestado en ocultar su nombre porque el idiota no había ocultado el mío, había hurtado todo cuando los Chasseurs llegaron. Como Hiten y Manten me habían sorprendido en aquel callejón. Como habían estado a punto de matarme.

Había puesto mucho énfasis en ese punto.

No había mencionado el anillo de Midoriko. Niel interés de madame Izayoi en la joya. Ni el contrabando de Tremblay. Ni nada que pudiera conectarme más con las brujas. Ya corría un riesgo y no necesitaba darles otro motivo para atarme a la hoguera. Sabía que madame Izayoi y Tremblay no se arriesgarían a incriminarse a sí mismos mencionando el anillo. Esperaba que Hiten y Manten tuvieran la inteligencia suficiente como para hacer lo mismo. Aun si ellos no lo hacían, aun si revelaban estúpidamente que sabían lo del anillo de Midoriko sin declararlo… seria nuestra palabra contra ellos. El honor de Monsieur Tremblay, el viconte del rey, sin duda Valia más que el honor de un par de criminales.

Tampoco era malo que mi esposo estuviera enamorado de la hija de tremblay.

De cualquier forma, a juzgar por el resplandor furioso en sus ojos, Hiten Y Manten recibirán una paliza.

Ahora eres mi esposa, nos guste o no, ningún hombre te tocara de ese modo.

Estuve a punto de reír. Después de todo, no había sido una mala tarde. Mi esposo aún era el imbécil más pretencioso en una torre llena de imbéciles pretenciosos, pero de alguna manera, había sido fácil pasar por alto ese rasgo en el calabozo. El de verdad me había…

Defendido. O al menos se había acercado todo lo que había podido a ello sin destruir su virtud.

Cuando llegamos a nuestro cuarto, me fui directa a la bañera. Anhelaba estar a solas para pensar. Para planear.

-Me daré un baño.

Si mis sospechas eran acertadas, y solían serlo, el hombre árbol había desaparecido en los pisos superiores prohibidos. ¿Tal vez era una enfermería? ¿Un laboratorio? ¿Una caldera? No. Los Chasseurs nunca asesinarían inocentes, aunque quemar mujeres y niños inocentes en la hoguera debería contar. Pero había oído su argumento repetitivo: había una diferencia entre asesinar y matar. El asesinato era injustificado. Lo que ellos hacían con las brujas… Bueno, nos lo merecíamos.

Abrí el grifo y me senté al borde de la bañera. Dejando a un lado el fanatismo, nunca había considerado a donde iban las víctimas de las brujas, por qué no había cadáveres plagados las calles después de todos esos ataques. De todas esas víctimas.

Si existía semejante lugar, sin duda estaba empapado en magia. Justo la clase de encubrimiento que necesitaba.

-Espera. -Sus pasos se detuvieron a mis espaldas-. Tenemos cosas de las que hablar.

Cosas. La palabra nunca había sonado tan tediosa. No me di la vuelta.

- ¿Por ejemplo?

-Tu nueva disposición.

- ¿Disposición? -Mi estomago dio un vuelco-. Te refieres a mi nuevo carcelero.

El inclino la cabeza.

-Si quieres llamarlo así. Me has desobedecido esta mañana. Te dije que no salieras de la Torre.

Mierda. Que me vigilaran… no funcionaba para mí. no funcionaba en absoluto para mí. Tenía planes esa noche. A saber: dar un paseíto por los pisos superiores prohibidos. No permitiría que otro imbécil pretencioso se interpusiera en mi camino. Si tenía razón, la Torre contenía magia, era una visita que necesitaba hacer sola.

Me tome mi tiempo para pensar una respuesta, desate meticulosamente mis botas y las coloque junto a la puerta del cuarto de baño. Recogí mi cabello sobre mi cabeza. Me quite el vendaje del brazo. El espero con paciencia a que terminara. Maldito. Agote todas mis opciones y finalmente me gire. Quizás podía… disuadirlo. Sin duda él no quería que su nueva esposa pasara tiempo con otro hombre, ¿O sí? Sabía que yo no le gustaba, pero los hombres de la iglesia solían ser posesivos.

-Muy bien, adelante. -Sonreí cordial -. Traerlo. Por tu bien, será mejor que sea apuesto.

Endureció la mirada y camino a mi lado para cerrar el grifo.

- ¿Por qué debería ser apuesto?

Caminé hasta la cama y me recosté. Rodé sobre mi estómago y coloque una almohada debajo de mi mentón. Sacudí las pestañas mientras lo miraba.

-Bueno, pasaremos bastante tiempo juntos… sin vigilancia.

Apretó la mandíbula tan fuerte que parecía a punto de romperse en dos.

-Él te vigilara.

-Claro, claro. -Sacudí la mano-. Continua, por favor.

-Se llama Hojo. Tiene dieciséis años…

-Oooh. -Subí y bajé las cejas, sonriendo-. Un poco joven, ¿no crees?

-Es perfectamente capaz de…

-Pero me gustan jóvenes. -ignore su rostro ruborizado y golpetee mi labio. Pensativa-. De ese modo, es más fácil entrenarlos.

-Y tiene un desempeño prometedor como un potencial…

-Quizás podre darle su primer beso- dije-. No, le hare un favor mejor: le daré su primera experiencia sexual.

Mi esposo se atraganto con las demás palabras, los ojos de par en par.

- ¿Qué…? ¿Qué acabas de decir?

Problemas auditivos. Ya era preocupante.

-No seas tan puritano, chass. -Me puse de pie, atravesé la sala, abrí el cajón del escritorio y tome el cuaderno de cuero que había hallado: un diario, lleno de cartas de amor de mademoiselle Kikyo Tremblay: Resople ante la ironía. Con razón me detestaba-. "Doce de febrero: Dios ha sido particularmente meticuloso al crear a Kikyo"

Abrió los ojos al máximo e intento arrebatarme el diario. Lo esquive, riendo, corrí al cuarto de baño y cerré la puerta con llave al entrar. Golpeo la madera con los puños.

- ¡Dámelo!

Sonreí y continue leyendo.

- "Anhelo ver su rostro de nuevo. Sin duda no hay nada más hermoso que su sonrisa en todo el mundo… Excepto, claro, sus ojos. O su risa. O sus labios". Vaya Chass. Pensar en la boca de una mujer es impio, ¿no? ¿Qué pensaría nuestro querido arzobispo?

-Abre la puerta. La. Puerta. – La madera crujió cuando él la golpeo-. ¡Ahora mismo!

- "Pero me temo que estoy siendo egoísta. Kikyo ha dejado claro que mi propósito esta con mi hermandad".

-ABRE LA PUERTA.

- "Aunque admiro su altruismo, no puedo coincidir con ella. Cualquier solución que nos separe no es en absoluto una solución"

-TE LO ADVIERTO.

- ¿Me lo adviertes? ¿Qué harás? ¿Derribaras la puerta? -Me reí más-. Hazlo. Te desafío. -Centre mi atención en el diario y continue leyendo-. "Debo de confesar que ella invade mis pensamientos. Los días y las noches se funden en uno y me esfuerzo por pensar en algo que no sea su recuerdo. Mi entrenamiento se resiente. No puedo comer. No puedo dormir. Solo existe ella." Dios santo, Chass, esto empieza a ser deprimente. Romántico, claro, pero de todas maneras un poco melodramático para mi gusto…

Algo pesado golpeo la puerta y la madera se rompió. El brazo lívido de mi esposo la atravesó, una y otra vez, hasta que un agujero de tamaño considerable expuso su rostro rojo intenso. Me reí y lancé el diario a la abertura astillada antes de que pudiera sujetar mi cuello. El cuaderno reboto en su nariz y cayó al suelo.

Si no hubiera sido tan fastidiosamente puro, habría insultado.

Después de extender el brazo para descorrer la cerradura de la puerta, entro para hacerse con el diario.

-Llévatelo. -Casi rompí una costilla intentando no reírme-. Ya he leído suficiente. Es bastante conmovedor, de verdad.

Aunque parezca imposible, las cartas de ella son aún peor.

Gruño y avanzo hacia mí.

-Tu… Has leído mi correspondencia personal… Mis cartas privadas…

- ¿De qué otro modo podría conocerte? -Pregunte con dulzura, bailando alrededor de la bañera mientras él se acercaba. Sus fosas nasales aleteaban y nunca había visto a alguien tan cerca de escupir fuego. Aunque había conocido a bastantes personajes dragonescos.

-Eres…eres…

Le faltaban palabras. Me prepare, esperando lo inevitable.

-Eres un demonio.

Y allí estaba. Lo peor que alguien como mi esposo recto podía inventar. Un demonio. No logre esconder mi sonrisa.

- ¿Ves? Tú has llegado a conocerme. -Le guiñe un ojo mientras caminábamos en círculos alrededor de la bañera-. Eres más inteligente de lo que pareces. -incline la cabeza frunciendo los labios, pensativa-. Aunque has sido lo suficiente estúpido como para dejar tu correspondencia más íntima tirada por ahí para que cualquier la leyera… Tienes un diario. Quizás, después de todo, no eres tan inteligente.

Me fulmino con la mirada, su pecho subía y bajaba con cada respiración. Después de unos segundos, cerro los ojos. Observe fascinada mientras sus labios formaban inconsciente las palabras uno, dos, tres

Dios mío.

No pude evitarlo. De verdad, no pude. Estalle en carcajada.

De pronto, abrió los ojos y sujeto tan fuerte el diario que estuvo a punto de partirlo por la mitad. Giro sobre sus talones y regreso hecho una furia al cuarto.

-Hojo llegara en cualquier momento. Reparar la puerta.

-Espera… ¿qué? -Mi risa ceso de modo abrupto y corrí tras él, con cuidado de no pisar las astillas-. ¿Aun quieres dejarme con un guardia? ¡Lo corromperé!

El aferro su abrigo y coloco sus brazos dentro.

-Te lo dije -rugió-. Has roto mi confianza. No puedo vigilarte todo el tiempo. Ansel lo hará por mí. -Abrió la puerta hacia el pasillo y grito- ¡Hojo!

En segundos, un joven Chasseur asomo la cabeza. Los rizos enmarañados y castaños caían sobre sus ojos y su cuerpo parecía estirado, como si hubiera crecido mucho en poco tiempo. Pero más allá de su complexión desgarbada, era apuesto… casi andrógino con su piel olivácea suave y sus pestañas curvas y largas. Curiosamente, vestía un abrigo azul pálido distinto al azul intenso típico de los Chasseurs.

- ¿si, capitán?

-Estas de guardia. -La mirada de mi exasperante esposo era como un cuchillo cuando se giró para mirarme-. No la pierdas de vista.

Los ojos de Hojo eran suplicante.

-Pero ¿qué hay del interrogatorio?

-Te necesitan aquí. -Sus palabras no daban lugar a discusión.

Estuve a punto de sentir pena por el chico… O la habría sentido si su presencia no hubiera fastidiado toda mi noche-. Regresare en unas horas. No escuches ni una palabra de lo que diga y asegúrate de que no se mueva de aquí.

Lo observamos cerrar la puerta en un silencio taciturno.

De acuerdo. No había problema. Me adaptaría. Me hundí en la cama, gruñí exageradamente y susurré:

-Sera divertido.

Ante mis palabras, Hojo enderezo los hombros.

-No me hables.

Resople.

-Esto será bastante aburrido si no puedo hablar.

-Bueno, no puedes, así que…basta.

Encantador.

El silencio apareció entre ambos. Coloque los pies sobre el respaldo de la cama. El miraba a cualquier parte menos a mí. Después de un largo momento, pregunte:

- ¿Hay algo que hacer aquí?

El apretó los labios.

-He dicho que no hablaras.

- ¿Tal vez una biblioteca?

- ¡Cállate!

-Me encantaría salir. Un poco de aire fresco, un poco de sol. -Señale su piel bonita-, aunque tal vez debería ponerte un sombrero.

-Como si fuera a llevarte al exterior -replico-. No soy estúpido, ¿sabes?

Me incorpore con seriedad.

-Ni yo. Escucha, sé que nunca podría escapar de ti. Eres demasiado, em, alto. Unas piernas tan largas como las tuyas me alcanzarían en un instante. -Frunció el ceño, pero le dedique una sonrisa ganadora-. Si no quieres llevarme fuera, por qué, en cambio, no me muestras la torre…

Pero el ya sacudía la cabeza.

-Inuyasha me ha dicho que eres engañosa.

-Dudo que pedir un tour sea engañoso, Hojo…

-No -dijo con firmeza-. No iremos a ninguna parte. Y me llamaras novicio Diggory.

Mi sonrisa desapareció.

-Entonces, ¿somos primos lejanos?

Frunció el ceño.

-No.

-Acabas de decir que tu apellido es Diggory. Ese es también el apellido de mi desgraciado esposo. ¿sois parientes?

-No. -Aparto la vista pronto para mirar sus botas-. Es el apellido que les dan a todos los niños indeseados.

- ¿Indeseados? -pregunte, sin reprimir la curiosidad.

El me fulmino con la mirada.

-Huérfanos.

Por algún motivo incomprensible, sentí una opresión en el pecho.

-Oh. -Hice una pausa buscando las palabras adecuadas, pero no halle ninguna, ninguna excepto… -. ¿Ayudaría si te digiera que no tengo la mejor relación con mi madre?

Solo frunció más el ceño.

-Al menos tienes una madre.

-Desearía no tenerla.

-No hablas en serio.

-Claro que sí. -Nunca había dicho algo más verdadero. Cada día de los últimos dos años, cada segundo, había deseado que ella desapareciera. Había deseado haber nacido como otra persona.

Cualquier otra. Le ofrecí una sonrisita-. Me cambiaria contigo en un instante, Hojo… solo la familia, no el atuendo espantoso. Ese tono de azul no es mi color.

El enderezo su chaqueta a la defensiva.

-Te he dicho que no hablaras más.

Me recosté en la cama con resignación. Ahora que había oído su confesión, la siguiente fase de mi plan, la fase, em, astuta, dejo un sabor amargo en mi boca. Pero no importaba.

Para fastidio de Hojo, comencé a canturrear.

-Tampoco canturrees.

Lo ignore

- "Liddy, la pechugona no era muy atractiva, pero su busto era grande como una cima" -Cante-. "Los hombres perdían la cabeza por sus tetas cremosas, pero ella no oía sus declaraciones pecaminosas…".

- ¡Basta! – Su rostro ardía de rojo vivido que competía con el de mi marido-. ¿Qué haces? Es… ¡es indecentes!

-Por supuesto que lo es. ¡Es una canción de taberna!

- ¿Has ido a una taberna? -pregunto, estupefacto-. Pero eres mujer.

Tuve que usar toda mi voluntad para no poner los ojos en blanco. El que les había enseñado a esos hombres sobre las mujeres era alguien terriblemente fuera de contacto con la realidad. Era como si nunca hubieran conocido una mujer real: no un imposible ridículo como Kikyo.

Tenía una obligación con ese pobre niño.

-Hay muchas mujeres en las tabernas, Hojo. No somos como piensas. Podemos hacer lo mismo que hacéis vosotros… y probablemente mejor. Sabes, hay un mundo entero fuera de esta iglesia. Podría enseñártelo si quisieras.

Endureció la expresión, aunque el rosa aun florecía en sus mejillas.

-No. Basta de hablar. Basta de canturrear. Basta de cantar. Solo… deja de ser tu misma durante un rato, ¿de acuerdo?

-No puedo prometer nada -dije con seriedad-. Pero si me das un tour…

-No pasara.

Bien.

- "El gran Willy Billy nunca se abstiene" -entone-, "dice tonterías grades como su pe…"

-Basta, ¡BASTA! -Hojo sacudió las manos con las mejillas ardientes-. Te hare un tour, solo, por favor, deja de cantar sobre… ¡eso!

Me puse de pie, junté las manos y sonreí.

Voila.

Por desgracia, Hojo comenzó el paseo con los vastos pasillos de saint-Cecile… y sabia una cantidad absurda de información sobre cada aspecto arquitectónico de la catedral, y la historia de cada reliquia, efigie y vidriera. Después de escuchar su destreza intelectual durante los primeros quince minutos, quede moderadamente impresionada. El chico era sin duda inteligente. Sin embargo, después de oírlo durante cuatro horas, desee golpear su cabeza con el ostensorio. Fue un alivio cuando dio por concluido el paseo a la hora de la cena, prometiendo continuar al día siguiente.

Parecía casi… entusiasmado. Como si en algún punto hubiera disfrutado el paseo. Como si no hubiera estado habituado a tener la total atención de alguien o a que alguien lo escuchara. Esa esperanza en sus ojos de cervatillo había destruido mi deseo de causarle daño físico.

Pero no podía perder de vista mi objetivo.

Cuando Hojo llamo a mi puerta la mañana siguiente, mi esposo desapareció sin decir ni una palabra. Después de recibir el resto de mi guardarropa, habíamos pasado una noche tensa y silenciosa hasta que me retire al cuarto de baño. Su diario y sus cartas de Kikyo habían desaparecido misteriosamente.

Hojo me miro con vacilación.

- ¿Aun quieres terminar el tour?

-A propósito de eso. -enderece los hombros, decidida a no desperdiciar otro día aprendiendo sobre un hueso que tal vez había pertenecido a san Constantino-. Por más excitante que fuera nuestra excursión de ayer, quiero ver la torre.

- ¿La torre? -parpadeo confundido-. Pero no hay nada que no hayas visto. Los dormitorios, el calabozo, la despensa…

-Tonterías. Seguro que no lo he visto todo.

Ignore su ceño fruncido y lo empuje a través de la puerta antes de que pudiera protestar. Después de fingir interés en los establos, el patio de entrenamiento y los veintitrés armarios de limpieza, me llevo otra hora lograr que Hojo me llevara hasta la escalera espiral.

- ¿Qué hay allí arriba? -pregunte, plantando mis pies cuando intento llevarme de nuevo hacia los dormitorios.

-Nada -dijo con rapidez.

-Eres un mentiroso terrible.

Tiro más fuerte de mi brazo.

-No tienes permitido subir allí.

- ¿Por qué?

-Por que no.

-Hojo. -hice sobresalir mi labio, rodeé su bíceps delgado con los brazos y le hice ojitos-. Me comportare. Lo prometo.

Me fulmino con la mirada.

-No te creo.

Solté su brazo y fruncí el ceño. No desperdiciaría la ultima hora caminado por la torre con un adolescente, aunque fuera adorable, para rendirme en la recta final.

-Bien. Entonces, no me dejas opción.

Me miro con cautela.

-Que…

Comenzó a correr cuando giré y subí a toda prisa la escalera. Aunque él era más alto que yo, no estaba acostumbrado a su altura desgarbada y sus extremidades eran un desastre. Avanzaba detrás a trompicones, no era un gran perseguidor. Yo ya había subido varios escalones antes de que él hubiera descifrado como usar sus piernas.

Me resbale al frenar en la cima y mire horrorizada al Chasseur montando guardia delante de la puerta. No, dormía delante de la puerta. En una silla desvencijada, roncaba despacio, con el mentón sobre el pecho y la saliva mojando su chaqueta azul pálido. Avance a toda prisa y lo rodee Para llegar a la puerta; mi corazón se detuvo cuando el picaporte giro. Había más puertas delineando las paredes del pasillo al otro lado a intervalos regulares, pero eso no fue lo que me obligo a detenerme en seco.

No. Fue el aire. Giraba alrededor haciéndome cosquillas en la nariz. Dulce y familiar… con un dejo de algo más oscuro que yacía debajo del aire. Algo podrido.

Has llegado, has llegado, has llegado, susurraba.

Sonreí, magia.

Pero mi sonrisa se desvaneció rápido. Si los dormitorios eran fríos, ese lugar era peor. Casi… intimidante. El aire dulce estaba inusualmente quieto.

Dos pares de pisadas torpes rompieron el silencio espectral.

- ¡Detente! -Hojo aprecio en la puerta persiguiéndome, perdió el equilibrio y cayó sobre mi espalda. El guardia despertó. Era mucho más joven de lo que había creído, y lo siguió. Caímos en una maraña de insultos y cuerpos enredados.

-Apártate, Hojo…

-Eso intento…

- ¿Quién eres? No deberías estar aquí…

- ¡Disculpad! -Alzamos la vista al unísono hacia la voz diminuta. Pertenecía a un aciano frágil y tambaleante que vestía una túnica blanca y gafas gruesas. Sostenía una Biblia en una mano y un aparato curioso en la otra: pequeño y metálico, con una pluma afilada en la punta de un cilindro.

Apartando a ambos y poniéndome de pie, a toda velocidad en algo que decir, en medio de… lo que fuera que era ese lugar, pero el guardia me gano y hablo primero.

-Lo siento, su Reverencia. -El chico nos miró con resentimiento a los dos. El cuello de su abrigo había marcado su mejilla durante la siesta y un poco de saliva se había secado en su mentón-. No sé quién es esta chica. Hojo la ha dejado pasar.

- ¡Claro que no! -Hojo se ruborizo indignado, sin aliento-. ¡Dormías!

-Oh, cielos. -El anciano empujo las gafas sobre su tabique para verbos mejor-. Eso no está bien. En absoluto.

Mandando al diablo la cautela, abrí la boca para explicarme. Pero una voz familiar y suave me interrumpió.

-Han venido a verme, padre.

Me quede paralizada, la sorpresa sacudió mi cuerpo. Conocía esa voz. La conocía mejor que la mía. Pero no debería haber estado ahí, en el corazón de la torre de los Chasseurs, cuando se suponía que estaba a cientos de kilómetros de distancia.

Unos ojos marrones oscuros y astutos se posaban en mí.

-Hola Kagome.

Sonreí como respuesta, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Gogo.

-Esto es muy inusual, mademoiselle Perrot -dijo el sacerdote con dificultad, frunciendo el ceño-. Los ciudadanos no tienen permitido entrar en la enfermería sin aviso previo.

Gogo me indico que avanzara.

-Pero Kagome no es una ciudadana común, padre Orville. Es la mujer del capitán Inuyasha Diggory.

Ella se giró hacia el guardia que estaba de pie mirándola boquiabierto. Hojo tenía una expresión similar, los ojos de par en par de un modo cómico y la mandíbula colgando. Perplejos. Reprimí el deseo de meterle la lengua en la boca. Ni siquiera podían ver la silueta de Gogo debajo de su inmensa túnica blanca. De hecho, la tela almidonada del cuello llegaba hasta debajo de su mentón y las mangas colgaban hasta las puntas de sus dedos, donde unos guantes blancos ocultaban el resto. Era uno de los uniformes más incomodos que había visto… pero un disfraz muy conveniente.

-Como veras -prosiguió ella, apuñalando al guardia con su mirada afilada-, ya no es necesaria tu presencia. ¿Puedo sugerir que vuelvas a tu puesto? No queríamos que los Chasseurs de enteraran de este horrible caso de falta de comunicación, ¿Verdad?

El guardia no necesito oírlo dos veces. Se apresuro a salir por la puerta, deteniéndose solo al cruzar la salida.

-Solo… asegúrese de que firmen el registro. -Luego cerro con un clic, aliviado.

- ¿Has dicho capitán Diggory? – El sacerdote se acercó e inclino la cabeza para observarme a través de sus gafas. Aumentaban el tamaño de sus ojos de un modo alarmante-. Ah, lo he oído todo sobre Inuyasha Diggory y su nueva esposa. Debería sentir vergüenza, madame. ¡Engañar a un hombre santo para contraer matrimonio! Es impio y…

-Padre. -Gogo coloco una mano sobre el brazo del hombre y lo miro con ojos de acero-. Kagome está aquí para ayudarme… como castigo.

- ¿Castigo?

-Si -añadí siguiéndole la corriente, con entusiasmo. Hojo nos miró desconcertado. Le pise un pie. El padre Orville ni parpadeo, era un viejo murciélago ciego-. Debe permitirme expiar mis pecados, padre. Me arrepiento de mi comportamiento y he rezado para saber cuál sería la manera de castigarme por ello.

Tome la última moneda del arzobispo de mi bolsillo. Gracias al cielo el padre Orville aún no había notado mis pantalones. De otro modo, hubiera tenido un paro cardiaco y estaría muerto. Coloque la moneda en su palma.

-Ruego que acepte esta indulgencia para aliviar mi sentencia. Resoplo con indignación. Pero deslizo la moneda dentro de su túnica.

-Supongo que cuidar a los enfermos es un objetivo loable…

-Fantástico. -Gogo sonrió y me aparto antes de que el cambiara de opción. Hojo nos siguió como si no supiera a donde debía ir-. Os leeremos los Proverbios.

-Seguid el protocolo. -El padre Orville señalo la lavandería cercana a la salida, donde dos fragmentos de pergamino habían sido clavados a la pared. El primero era un registro de nombres. Me acerque para leer la letra diminuta del segundo.

REGLAS DE LA ENFERMERIA: ENTRADA OESTE

Por decreto de SU EMINECIA, EL ARZOBISPO DE BELTERRA, todos los visitantes a la enfermería de la catedral deben presentar su nombre e identificación ante el novicio de guardia. No hacerlo hará que sea expulsado del establecimiento y que se tomen acciones legales.

Representables del Asilo Feuillemort:

Por favor registren su entrada en la oficina del padre Orville. Los paquetes se entregan en la entrada este.

Miembros del clero y curanderos:

Por Favor, utilicen el formulario de registro e inspección de la entrada Este.

Las siguientes reglas deben cumplirse constantemente:

La enfermería debe permanecer libre de suciedad.

El lenguaje y el comportamiento irrespetuoso no son tolerados.

Todos los visitantes deben permanecer en compañía de un miembro del personal. Los visitantes hallados sin compañía serán expulsados del establecimiento. Es posible que lleven a cabo acciones legales.

Todos los visitantes deben vestir prendas adecuadas. Al entrar, los curanderos les entregaran túnicas blancas para vestir sobre sus prendas. Es obligatorio devolver esas túnicas a un miembro del personal antes de salir del establecimiento. Las túnicas ayudan a controlar el hedor en Cathedral Saint-Cecile y Cesarine y de la Torre de los Chasseurs. Son obligatorias. No usarlas hará que la entrada al establecimiento sea prohibida de forma permanente.

Todos los visitantes deben lavarse minuciosamente antes de abandonar el establecimiento. El formulario de inspección para visitantes está ubicado en la lavandería cerca de la entrada Oeste. Desaprobar la inspección hará que la entrada al establecimiento sea prohibida de forma permanente.

Joder. El lugar era una prisión.

-Por supuesto, padre Orville. -Gogo tomo mi mano y me aparto del cartel-. Permaneceremos fuera de su camino. Ni siquiera notara que estamos aquí. Y tú -Miro por encima del hombro hacia Hojo-, vete por ahí a jugar. No necesitamos ayuda.

-Pero Inu…

-Vamos, Hojo. -El padre Orville intento sujetar el hombro de Hojo, pero hallo su codo-. Dejamos que las jovencitas hagan las camas de los enfermos. Tú y yo nos uniremos en la devota oración hasta que terminen. He hecho todo lo posible con las pobres almas esta mañana. Me temo que dos irán a Feuillemort, dado que no responden a mi mano sanadora…

Su voz desapareció mientras llevaba a Hojo por el pasillo. Hojo miro suplicante por encima del hombro antes de desaparecer en la esquina.

- ¿Feuillemort? -pregunte, curiosa.

-Shh… aun no -susurro Gogo.

Abrió una puerta al azar y me empujo dentro. Al oír que entrabamos, un hombre giro su cabeza hacia nosotras… y continúo girando. Observamos horrorizadas, paralizadas, como se arrastraba de la cama con las extremidades invertidas, sus articulaciones dobladas sobresalían de su lugar de modo antinatural. Un brillo animal ilumino sus ojos y siseo antes de avanzar hacia nosotras como si fuera una araña.

-Qué día…

- ¡Fuera, fuera, fuera! -Gogo me empujo fuera y cerró la puerta de un golpe. El cuerpo del hombre choco con ella y emitió un gemido extraño. Ella respiro hondo mientras acomodaba su atuendo de curandera-. Intentémoslo de nuevo.

Mire la puerta con aprehensión.

- ¿Debemos hacerlo?

Abrió un poco otra puerta y espió.

-Esta debería estar bien.

Miré por encima de su hombro y vi a una mujer leyendo en silencio. Cuando nos miró, retrocedí de un salto y me llevé un puño a la boca, su piel se movía: como si cientos de insectos diminutos se arrastraban debajo de la superficie.

-No. -Retrocedí rápido sacudiendo la cabeza-. No soporto los insectos.

La mujer alzo una mano suplicante.

-Quedaos, por favor… -Una bandada de langostas broto de su boca abierta, asfixiándola, mientras lágrimas de sangre caían sobre sus mejillas.

Cerramos la puerta ante sus sollozos.

-Yo escogeré la próxima puerta. -Con el pecho agitado inexplicablemente, considere mis opciones, pero todas las puertas eran idénticas. ¿Quién sabía que horrores había detrás? Unas voces masculinas llegaron a nosotras desde una puerta al final del mental. Me acerque con curiosidad mórbida, pero Gogo me detuvo sacudiendo la cabeza-. ¿Qué es este sitio? -Pregunte.

-El infierno. -Me guio por el pasillo, lanzado miradas furtivas sobre su hombro-. No quieres bajar ahí. Es donde los sacerdotes… experimentan.

- ¿Experimentan?

-Anoche los vi diseccionar el cerebro de un paciente. Abrió otra puerta y evaluó con cuidado el cuarto antes de abrirla más-. Intentan comprender de donde proviene la magia.

Dentro, un aciano yacía encadenado a una cama de hierro.

Miraba el techo.

Clinc.

Pausa.

Clinc.

Pausa.

Clinc.

Miré con más atención y di un grito ahogado. La punta de sus dedos era negra y nenia las uñas largas y afiladas. Golpeteaban su antebrazo con el índice rítmicamente. Con cada golpe, una gota de sangre oscura brotaba: demasiado oscura para ser natural. Venenosa. Cientos de marcas decoloraban su cuerpo, incluso su rostro. Ninguna había sanado. Todas vertían sangre.

La podredumbre metálica se mezcló con el aroma dulce de la magia en el aire.

Clinc.

Pausa.

Clinc.

La bilis subió a mi garganta. Ahora parecía menos un hombre y más criatura hecha de pesadillas y sombras.

Gogo cerró la puerta y sus ojos lechosos hallaron los míos. Erizo el vello de mi nuca.

-Solo es Monsieur Bernard. -Gogo atravesó el cuarto y tomo uno de los grilletes., sus cadenas deben de haberse resbalado de nuevo.

-Joder. -Me aproxime mientras ella colocaba con gentileza el grillete en la mano libre del hombre. El continúo mirándome con ojos vacíos. Sin parpadear-. ¿Qué le ha ocurrido?

-Lo mismo que a los demás. -Aparto el cabello del hombre de su rostro-. Brujas.

Trague con dificultad y me detuve a su lado, donde había una Biblia sobre una única silla de hierro, mire la puerta y baje la voz.

-Tal vez podamos ayudarlo.

Gogo suspiro.

-Es inútil. Los Chasseurs lo trajeron temprano. Lo hallaron deambulando a las afueras de la Foret des Yeux. -Toco la sangre en la mano del hombre, la alzo hacia su nariz e inhalo-. Tiene las uñas envenenadas. Morirá pronto. Por eso lo mantienen aquí en vez de enviarlo al asilo.

La pesadumbre aplasto mi pecho mientras miraba el hombre moribundo.

-Y… ¿y que era ese aparato de tortura que el padre Orville tenía?

- ¿Te refieres a la Biblia? -dijo sonriendo.

-Muy graciosa. No, me refiero al aparato metálico. Parecía… afilado.

Su sonrisa desapareció.

-Es afilado. Se llama jeringa. Los sacerdotes las usan para poner inyecciones.

- ¿Inyecciones?

Gogo apoyo la espalda contra la pared y cruzo los brazos. La túnica blanca se fundía con la piedra pálida y provocaba la ilusión de que había una cabeza flotante mirándome frente al cuerpo de Monsieur Bernard. Me estremecí de nuevo. Ese lugar me daba escalofríos.

-Así las llaman. -Su mirada se oscureció-. Pero he visto lo que pueden hacer. Los sacerdotes han experimentado con veneno. Específicamente, con cicuta. La han probado en pacientes para perfeccionar la dosis. Creo que intentan crear un arma para usar contra las brujas.

El pavor recorrió mi columna.

-Pero la iglesia cree que solo el fuego puede matar a una bruja.

-Aunque nos llamen demonios, saben que somos mortales. Sangramos como humanos. Sentimos dolor como humanos. Pero el objetivo de las inyecciones no es matarnos. Causan parálisis. Los Chasseurs solo tendrán que acercarse lo suficiente para inyectárnoslo y listo, danos por muertas.

Intente asimilar aquella revelación perturbadora. Mire a Monsieur Bernard, con un sabor amargo. Recordé los insectos arrastrándose bajo la piel de una mujer a unas puertas de distancia, las lágrimas de sangre en sus mejillas. Quizás los sacerdotes no eran los únicos culpables.

La parálisis, o incluso la hoguera, eran preferibles a esos destinos.

- ¿Qué hacen aquí, madeimoselle Perrot? -pregunte por fin. Al menos no había utilizado su verdadero nombre. La familia Monvoisin tenía cierta… notoriedad-. Se supone que estas oculta con tu tía.

Ella tuvo las agallas de hacer un mohín.

-Podría preguntarte lo mismo. ¿Cómo no me has invitado a tu boda?

Un estallido de risa escapo de mis labios. Sonaba espeluznante en la quietud. La uña de Monsieur Bernard ahora golpeaba su grillete.

Clinc.

Clinc.

Clinc.

Lo ignore.

-Créeme, si hubiera tenido control sobre la lista de invitados habrías estado allí.

- ¿Cómo dama de honor?

-Por supuesto.

Levemente apaciguada, Gogo suspiro y sacudió la cabeza.

-Casada con un Chasseur… cuando oí la noticia, no lo creí. -Una sonrisa toco sus labios-. Tienes unos cojones inmensos.

Me reí más fuerte esta vez.

-Eres tan pervertida, Gogo…

- ¿Y qué hay de los cojones de tu esposo? -Subió y bajo las cejas diabólicamente-. ¿Cómo son comparados con los de Koga? - ¿Y qué sabes tú de los cojones de Koga? -Me dolían las mejillas de sonreír, sabía que estaba mal con el moribundo a mi lado, pero la pesadumbre en mi pecho ceso cuando Gogo y yo retomamos nuestras conversaciones relajadas. Me alegraba ver un rostro amistoso después de haber navegado en un mar de caras hostiles dos días continuos… y también me alegra ver que ella estaba a salvo.

Por el momento.

Gogo suspiro de modo exagerado y doblo la sabana que cubría a Monsieur Bernard. El no dejo de producir el golpeteo.

-Hablas en sueños. He tenido que vivir indirectamente a través de ti. -Su sonrisa desapareció cuando me miro. Señalo con la cabeza mis magulladuras-. ¿Tu esposo ha hecho eso?

-Por desgracia, son cortesía de Hiten.

-Me pregunto cómo se las arreglara Hiten sin sus cojones. Quizás le haga una visita.

-No te molestes. He enviado a los Chasseurs tras el… tras ambos.

- ¿Qué? -Abrió los ojos de par en par con satisfacción mientras le contaba lo del interrogatorio-. ¡Brujita diabólica! -grazno cuando termine.

- ¡Shhh! -Camine hasta la puerta y apoye la oreja sobre la madera, esperando oír señales que indicaran movimiento exterior-. ¿Quieres que nos atrapen? Hablando de eso… -Me gire hacia ella cuando estuve segura de que no había nadie fuera-. ¿Quieres que nos atrapen? Hablando de eso… -Me giré hacia ella cuando estuve segura de que no había nadie afuera-. ¿Qué haces aquí?

-He venido a recatarte, por supuesto.

Puse los ojos en blanco.

-por supuesto.

-una de las curaderas renuncio a su puesto para contraer matrimonio la semana pasada. Los sacerdotes necesitaban un remplazo.

La mire con severidad.

- ¿Y cómo lo supiste?

-Fácil. -Tomo asiento al pie de la cama. Monsieur Bernard

Continuaba haciendo su ruido, aunque por fortuna clavo su mirada perturbadora en ella-. Esperé a que su reemplazo clavo viniera ayer temprano y la convencí de que yo sería mejor candidata para el puesto.

- ¿Qué? ¿Cómo?

-se lo pedí amablemente, por supuesto. -Clavo una mirada iniciativa en mi antes de poner los ojos en blancos-. ¿Qué crees? Robe su carta de recomendación y la hechice para que olvidara su propio nombre. La verdadera Brie Perrot ahora está de vacaciones en Amaris y nadie jamás notara la diferencia.

- ¡Gogo! Qué riesgo más estúpido has…

-He pasado todo el día intentando hallar un modo de hablar contigo, pero los sacerdotes son implacables. Me han estado entrenando. -Frunció los labios ante la palabra antes de extraer un trozo de papel arrugado de su túnica. No reconocí la caligrafía puntiaguda, pero si la mancha oscura. El aroma intenso a sangre mágica-. Le he enviado una carta de mi tía y ella ha accedido a protegerte. Puedes venir conmigo. El aquelarre acampa cerca de la ciudad, pero no permanecerá allí mucho tiempo. Van al norte en quince días. Podemos salir de aquí antes de que alguien note tu ausencia.

Mi estomago dio un vuelco.

-Gogo, yo… -Suspirando, mire la habitación austera en busca de una explicación. No podía decirle que no confiaba en su tía… o en nadie más que en ella, em realidad. No podía-. Creo que por ahora este es el lugar más seguro para mí. Un Chasseur ha hecho literalmente un juramento para protegerme.

-No me gusta. -Sacudió la cabeza con favor y se puso de pie-. Juegas con fuego, kag. Tarde o temprano, te quemaras.

Sonreí sin entusiasmo.

-Esperemos que sea tarde, entonces.

Me fulmino con la mirada.

-No es gracioso. Abandonas tu seguridad, tu vida, por hombres que te quemaran si descubren que eres.

Mi sonrisa desapareció,

-No, no es cierto. -cuando parecía lista para discutir, hable antes que ella-. No lo es. Juro que no lo hago. Por ese motivo he subido aquí. Seguiré viniendo todos los días hasta que ella venga a buscarme. Porque vendrá a buscarme, Gogo. No podre esconderme para siempre.

Hice una pausa y respiré hondo.

-Y cuando vengan, estaré lista. No dependeré más de trucos y disfraces. O del reconocimiento de Enju o del linaje de Koga. o de ti. -Le sonreí arrepentida e hice girar el anillo de Midoriko en mi dedo-. Es hora de ser proactiva. Si este anillo no hubiera estado en la caja fuerte de Tremblay, mierda, habría estado metida en serios problemas. El riesgo de que me descubran fuera de este pasillo es demasiado grande, pero aquí… aquí puedo practicar y nadie lo sabrá jamás.

Ella dibujo una sonrisa lenta y amplia y entrelazo su brazo con el mío.

-Eso me gusta más. Excepto que te equivocas en algo. Sin duda continuarás dependiendo de mi porque no iré a ninguna parte.

Practicaremos juntas.

Fruncí el ceño, dividida entre suplicarle que se quedase y obligarla a marchase. Pero no era mi decisión y sabía lo que diría si intentaba obligarla a hacer algo. Después de todo, había aprendido mis insultos favoritos de ella.

-Sera peligroso. Incluso con el olor cubriendo la magia, los Chasseur podrían descubrirnos.

-En tal caso me necesitaras -señalo-, para que pueda drenar la sangre sus cuerpos.

La mire fijamente.

- ¿Puedes hacer eso?

-No estoy segura. -Guiño un ojo y se despidió de Monsieur Bernard-. Quizás deberíamos averiguarlo.

Continuara…

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