Na: Pido disculpas si hay escenas acortadas o algunos incoherencias, como he perdido escenas, he tenido que pedirle a chat gpt que me ayude en la redacción de algunas y...esa cosa no sabe todo entonces lógicamente no escribirá todo acorde.


REVENGE

~Capítulo 30~


Rika llegó al retén con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Había elegido un gorro bastante ridículo y unas enormes gafas de sol para no ser reconocida, pero eso era lo de menos; necesitaba ver a Ryo, asegurarse de que estaba bien, que no había empeorado su situación. Apenas había tenido la oportunidad, se había escapado de su casa, sabiendo perfectamente que habría consecuencias, pero no le importaba. La sola idea de no verlo la había hecho imposible quedarse.

Se acercó al mostrador, donde un policía revisaba unos papeles.

—Estoy buscando a Ryo Akiyama, —dijo, su voz temblando ligeramente mientras intentaba sonar tranquila.

El policía levantó la mirada y le dio un vistazo breve antes de revisar en el registro.

—Lo siento, señorita, pero el joven Ryo Akiyama no está aquí.

Rika parpadeó, confusa, sin saber si había escuchado bien. —¿Cómo que no está? ¿Adónde lo trasladaron?

El policía la miró con una expresión seria, como si se preparara para darle una noticia que sabía que no sería fácil de digerir.

—Fue apuñalado hace unas horas, señorita. Lo llevaron al hospital de emergencia.

Rika sintió cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Sus manos temblaron y tuvo que apoyarse en el borde del mostrador para no perder el equilibrio.

—¿Es… es verdad? —preguntó, su voz quebrándose.

El policía asintió con seriedad. —Lamentablemente, sí. Su condición era grave, y por eso fue trasladado de inmediato. No sé más detalles.

Rika sintió que el pecho se le comprimía hasta dolerle. La angustia y el miedo la envolvieron, haciendo que apenas pudiera respirar. Saber que Ryo estaba en el hospital, herido, le daba vueltas en la mente, y una lágrima silenciosa escapó de sus ojos, oculta tras las gafas. Sin pensarlo, se giró y salió del retén, decidida a correr hasta el hospital si era necesario, dispuesta a estar a su lado, sin importar quién o qué intentara detenerla.


Kousei levantó la mirada de los informes que estaba revisando al escuchar el timbre sonar. Aquella interrupción le resultaba inusual a esa hora, así que se inclinó un poco hacia el pasillo, atento. La sirvienta se apresuró a abrir la puerta, y después de unos instantes regresó, avisándole con cierta duda:

—Señor, la señora Satomi está aquí… y desea hablar con usted.

Kousei frunció el ceño, sin comprender el motivo de su visita. Sin embargo, apenas unos segundos después, apareció Satomi, con una sonrisa radiante, avanzando con paso seguro hacia él. Sus ojos bajaron hasta notar lo que ella llevaba en las manos: varias maletas.

—Satomi, ¿qué haces aquí? —preguntó, sin ocultar la sorpresa en su tono.

—Vine a hablar contigo, Kousei —respondió ella con un brillo divertido en la mirada.

Él señaló las maletas con una mezcla de incredulidad y confusión. —¿Y por qué traes todas esas cosas?

Satomi soltó una risa ligera, como si su reacción le resultara divertida. —¿De verdad creíste que te desharías fácilmente de mí?

Kousei parpadeó, aún procesando la escena. Habían tenido sus diferencias y roces en el pasado, y él pensaba que ambos habían tomado caminos separados. Sin embargo, allí estaba ella, decidida, con un aire casi desafiante y una sonrisa llena de intenciones.

—Satomi, yo pensé que habíamos acordado que… —empezó a decir, intentando elegir sus palabras con cautela.

Pero ella levantó una mano para interrumpirlo. —Kousei, he tenido mucho tiempo para pensar en todo esto, y he decidido que… no creo que sea justo para mi pasar por una vergüenza frente a todo el mundo por un divorcio.—Declaró— Quizás, me fuiste infiel, pero no me harás pasar por humillaciones.

Kousei se quedó en silencio, procesando sus palabras. La mirada de Satomi era intensa, con esa mezcla de desafío y orgullo que él conocía bien. Por un momento, sintió cómo el peso de la situación recaía sobre él con una fuerza inesperada.

—¿Humillaciones? —repitió, tratando de mantener la compostura—. Satomi, tú y yo… sabes que esto no estaba funcionando desde hace tiempo.

Ella alzó el mentón, sin dejarse intimidar. —Eso es lo que tú piensas. Pero no voy a permitir que tu "nueva vida" me arrastre a una situación donde termine siendo el blanco de habladurías. Yo no seré la mujer que todos murmuren como la que abandonaste. —Lo miró con una sonrisa afilada—. Voy a quedarme aquí, contigo. La imagen de nuestra familia será intachable, y tú vas a ser el marido perfecto para mí ante los ojos del mundo.

—Bueno, si así lo quieres, no lo voy a evitar.—Declaró el Minamoto.

Después de todo, a él le convenía seguir con esa apariencia.

—No obstante, las cosas van a cambiar de aquí en adelante.—Comentó Satomi.

—¿Perdón?— Preguntó Kousei.

—Lo que escuchaste.—Respondió la mujer— Me viste por mucho tiempo la cara de idiota. Pero eso no será más. ¡Olvídate que dejaré que Toshiko tome mi lugar! Ahora haré lo que quiera.

Kousei la miró fijamente, captando el tono desafiante en sus palabras. Sabía que Satomi no era de quedarse callada, pero esta vez había algo diferente en su mirada, una determinación inquebrantable que le hacía entender que cualquier resistencia sería en vano.

—¿Tomoko? —repitió, manteniendo una calma que apenas ocultaba la tensión—. Satomi, no mezcles a otras personas en esto.

—¿Que no mezcle a otras personas? —dijo ella con una sonrisa sarcástica—. ¿Acaso me estás diciendo que me quede callada mientras tú y esa mujer se ven a escondidas? No, Kousei. Fui lo suficientemente paciente, pero eso se acabó. Si quieres que mantengamos esta apariencia de familia perfecta, entonces yo también tendré mis propias reglas.

Kousei respiró hondo, tratando de mantenerse sereno. Sabía que la situación podía empeorar, y que a Satomi no le temblaría la mano para arrastrarlo a un conflicto público si él no cedía.

—Está bien, Satomi, como quieras —dijo finalmente, con un tono resignado pero firme—. Pero te recuerdo que esta no es una guerra que puedas ganar sin perder algo también.

Satomi alzó una ceja, dejando ver su expresión desafiante. —Yo nada más perderé. Al contrario...Tú serás quien perderá...


Haruna avanzó rápidamente por los pasillos del hospital, sus sollozos contenían toda la angustia acumulada desde que supo la noticia. Apenas entró a la sala de espera, encontró a Tomoko, quien estaba sentada, con el rostro tenso y el miedo reflejado en sus ojos. Al verla, Haruna rompió en llanto, la desesperación en su voz era palpable.

—¡Esto no debió pasar! —exclamó entre lágrimas—. ¡Ryo estaba en prisión! ¿Cómo demonios fue apuñalado? ¡¿Cómo?!

Tomoko abrió la boca, queriendo consolarla, explicarle que tampoco entendía lo que había sucedido, pero Haruna la interrumpió, dándole a entender que ya sabía perfectamente quiénes eran los responsables. No era necesario decir nombres, el peso de los Ishida se cernía sobre ambas como una sombra inevitable.

Koushiro, que había acompañado a Haruna hasta el hospital, observaba la escena con el ceño fruncido y una expresión sombría. Se acercó a Tomoko, quien tenía las manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas reprimidas, y le preguntó con suavidad:

—¿Cómo está Ryo? ¿Qué ha dicho el doctor?

Tomoko sacudió la cabeza, tratando de mantener la calma aunque el pánico era evidente en su rostro. —Aún no ha aparecido, —respondió en un susurro—. Han pasado horas, pero no sabemos nada… ni siquiera nos dicen cómo está.

La desesperación crecía en el ambiente, mientras el silencio del hospital se hacía cada vez más insoportable. Los tres quedaron inmóviles, esperando alguna señal, mientras en sus mentes seguía resonando el amargo nombre de los Ishida.

Justo en ese momento, las puertas dobles del pasillo se abrieron y un médico de aspecto cansado, con el rostro marcado por horas de esfuerzo, avanzó hacia ellas. Al notar su presencia, Tomoko y Haruna se levantaron de inmediato, y Koushiro dio un paso atrás, dejando que fueran ellas quienes hablasen. La tensión en el ambiente era tan densa que parecía que apenas podían respirar.

Tomoko fue la primera en hablar, con la voz quebrada por la ansiedad y el dolor acumulado.

—Doctor... ¿Cómo está mi ahijado? —preguntó, conteniendo apenas las lágrimas que pugnaban por salir.

El doctor se detuvo frente a ellas, mirándolas con una mezcla de seriedad y alivio en su semblante. Se tomó un momento para respirar profundamente antes de responder, evaluando cuidadosamente sus palabras.

—Gracias al cielo, el joven Ryo llegó a tiempo al hospital, —dijo, con un tono que reflejaba tanto su profesionalismo como la realidad de la situación—. De no haber sido atendido cuando lo fue… si hubiera tardado media hora más, no habría sobrevivido. Su condición era crítica debido a la pérdida de sangre y al daño que causaron las heridas.

Haruna y Tomoko intercambiaron miradas llenas de horror y alivio, sus corazones aún latiendo al borde de la desesperación.

—¿Qué tipo de heridas sufrió? —preguntó Haruna con voz temblorosa, apenas pudiendo creer lo que escuchaba.

—Lamentablemente fue severamente apuñalado, —explicó el doctor, con los ojos fijos en ellas, queriendo ser claro y sincero sin causarles más dolor del necesario—. La herida era profunda, estaba en parte del abdomen, que causó una hemorragia interna muy grave. Tuvimos que hacerle una cirugía de emergencia para detener la hemorragia y reparar el daño en sus órganos internos. Nos tomó varias horas y hubo momentos en los que temimos por su vida.

Tomoko llevó las manos a la boca, un sollozo ahogado escapando de sus labios. Haruna la abrazó, pero su rostro reflejaba una mezcla de dolor y rabia, mientras su mente volvía, una y otra vez, al mismo nombre: los Ishida. Los verdaderos culpables de esta situación.

El doctor hizo una pausa, dándoles un momento para asimilar la gravedad de la situación antes de continuar.

—Afortunadamente, Ryo es joven y fuerte. Su cuerpo respondió bien durante la cirugía, aunque… necesitará tiempo para sanar completamente. Las próximas 48 horas son críticas. Le administraremos analgésicos fuertes y vigilancia constante. Si no presenta complicaciones, podrá recuperarse, pero… —hizo una pausa, eligiendo sus palabras con delicadeza— será un proceso lento y doloroso. Necesitará reposo absoluto y mucha paciencia. Habrá que observar si las heridas internas sanan sin infecciones y si su cuerpo tolera la pérdida de sangre sin nuevos problemas.

Tomoko asintió lentamente, procesando la información como si estuviera recibiendo cada palabra a través de un cristal empañado. El doctor la miró con empatía antes de continuar:

—Sé que esta situación es difícil para ustedes, —dijo—. Pero tengan fe en que hicimos todo lo posible para estabilizarlo. Ahora, todo depende de él, de su voluntad y de su fortaleza para superar esto.

Haruna no pudo evitar mirar al doctor con expresión de impotencia y rabia contenida, mientras tomaba la mano de Tomoko con firmeza, sintiendo el impulso de decir en voz alta lo que ambas pensaban: que esto no debería haber sucedido. Que Ryo no debía estar aquí, en una cama de hospital, luchando por su vida. Pero se contuvo, sabiendo que no resolvería nada en ese momento.

—¿Podemos verlo? —preguntó Koushiro con voz calmada, tratando de ayudar a ambas mujeres mientras las emociones desbordaban la sala.

El doctor asintió con cautela.

—Sí, pero solo por unos minutos y de a uno a la vez. Está bajo el efecto de los sedantes y, puede que no se dé cuenta de su presencia, pero su compañía podría ayudarlo a sentirse menos solo. Por favor, mantengan la calma y eviten tocar sus heridas. Necesitamos que esté en reposo total.

Haruna y Tomoko asintieron, intercambiando una última mirada.

—Madrina, por favor...—Rogó la menor— Permíteme ver a mi hermano primero.

La oji-azul acarició el rostro de la castaña. En sus ojos se veía el desespero, la preocupación y el dolor por la situación de su hermano. No podía negarle entrar a ver a Ryo.

—Claro, querida.

Cuando la puerta de la sala de cuidados intensivos se cerró detrás de Haruna, Tomoko se quedó con Koushiro en la sala de espera. La rabia en su interior seguía burbujeando, pero ahora se combinaba con una angustia profunda y un dolor compartido. Miró a Koushiro, quien mantenía una expresión sombría.

—No hace falta decirlo… —susurró Tomoko, con la voz tensa— sabemos quién está detrás de esto.

Koushiro asintió en silencio, apoyando una mano en su hombro. Ambos compartían el mismo pensamiento, la misma rabia silenciosa y la resolución de que esto no quedaría sin respuesta.


Al ver a Ryo en la camilla, un estremecimiento recorrió el cuerpo de Haruna, o mejor dicho, Mimi. La verdad de su identidad le pesaba en el alma como un ancla sumergida en la culpa. Sintió cómo todo el aire escapaba de su pecho y sus piernas apenas podían sostenerla. Alzó una mano temblorosa para tapar su boca, intentando reprimir un sollozo que amenazaba con liberarse en cualquier instante, pero era imposible. Aquella imagen de Ryo, pálido y vulnerable, con tubos y vendajes cubriendo sus heridas, era como una pesadilla de la que no podía despertar.

Lentamente, Mimi avanzó hacia él y, con la otra mano, tomó sus dedos fríos entre los suyos, sintiendo la piel áspera y golpeada de Ryo bajo el peso de la vida que él mismo nunca había elegido llevar. Sintió el latir débil de su pulso y una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. No pudo evitar recordar todas las veces que le había prometido protegerlo, cuidarlo como él lo había hecho tantas veces con ella. Y ahora él estaba aquí, sufriendo las consecuencias de decisiones que ni siquiera había querido tomar.

Mimi se sentía desgarrada. Sabía que el estado de Ryo era, en gran medida, culpa suya. Sus manos temblaron al apretarle las de él, como si pudiera con ese gesto borrar cada una de las heridas abiertas en su cuerpo. Su mente se sumergió en los recuerdos, en aquella noche en que, por capricho y obstinación, ella le había forzado a aceptar a Yamato como cuñado. Ryo había sido claro desde el principio; nunca confió en los Ishida, y ella, con una mezcla de arrogancia y amor ciego, le había exigido a Ryo que respetara su decisión. En su afán por defender lo que consideraba amor, había traído a los Ishida directamente a la vida de su hermano.

¿Acaso había valido la pena? No había un solo rincón de su ser que no se arrepintiera de cada palabra y de cada paso que había dado desde que decidió que Yamato era la persona correcta para ella. Había pensado que su amor por él era inquebrantable, que valía cualquier sacrificio, incluso uno tan alto como la seguridad de su propio hermano. Pero ahora, al ver a Ryo allí, golpeado y ensangrentado, cada instante pasado al lado de Yamato parecía un error colosal. Cada mirada, cada caricia compartida con él le pesaban en el alma como recordatorios de la traición hacia su propio hermano.

Y en ese momento, un deseo desesperado la invadió: el de confesarle todo. Apretó los labios, luchando con las palabras que se arremolinaban en su interior, sintiendo el dolor punzante de la verdad que nunca se atrevió a decir. Ella no era Haruna. Ella era Mimi, su hermana, y siempre lo había sido. Quiso hablar, decirle que había mentido, que bajo aquella fachada de dureza y distanciamiento siempre había estado la hermana que él amaba y protegía. Pero, ¿cómo explicarle que lo había escondido durante tanto tiempo? ¿Que había mentido sobre su propia identidad mientras él había creído ciegamente en ella?

El peso de las palabras no dichas la oprimía, y mientras la miraba, sintió cómo una grieta se abría en su corazón. Sabía que, aunque él despertara, ella no podría decirle la verdad. Haruna era su escudo, la máscara bajo la que se había escondido para enfrentar a los Ishida y protegerse a sí misma de una vulnerabilidad que no se atrevía a reconocer. Decirle a Ryo que era Mimi sería abrirse completamente, y eso, en aquel momento, era más de lo que podía soportar. Pero al mismo tiempo, cada segundo que pasaba sin decirle la verdad era un peso que no podría cargar mucho más tiempo.

—Perdóname, Ryo, —susurró, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a caer sin freno—. Esto no debió pasar… tú no debiste pagar por mis decisiones, por mis errores.

Llevó sus manos a su rostro mientras lloraba.

Sus palabras flotaron en el aire como un ruego silencioso. Sabía que él no podía oírla, pero en su interior sentía que, de algún modo, las palabras llegarían a él, que su corazón escucharía su lamento. La rabia y la impotencia la carcomían por dentro; quería arrebatar a los Ishida de su vida y de la de su hermano, borrar su presencia y proteger a Ryo de cualquier daño. Pero ya era tarde. Había entretejido su vida con la de ellos, y Ryo era quien ahora pagaba el precio más alto.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, y la furia latente que sentía hacia los Ishida comenzó a transformarse en una determinación sombría. A partir de ese momento, sabía que haría todo lo posible para enmendar sus errores, aunque eso significara renunciar a todo lo que alguna vez consideró importante. Se inclinó y besó la mano de su hermano, en un gesto de dolor y despedida, como si en ese contacto quisiera hacerle llegar una promesa silenciosa: una promesa de venganza, de redención, de amor.

Entre las sombras que envolvían su mente, Ryo comenzó a percibir un murmullo lejano, como un eco tenue que rompía el denso silencio en el que había estado sumergido. El dolor en su cuerpo era abrumador, y cada parte de él gritaba en agonía, pero una voz traspasaba el umbral de aquel sufrimiento. Era suave, entrecortada y cargada de emoción. Ryo reconoció aquel sonido, un eco inconfundible que lo llamaba desde lo profundo de sus recuerdos. La voz de Mimi… No, no era posible.

Luchó por abrir los ojos, sintiendo cómo sus párpados pesaban como si fueran de plomo, pero el deseo de verla, de saber si realmente era ella, lo empujaba a intentarlo. Un destello de luz atravesó sus ojos entrecerrados y, poco a poco, la figura borrosa de una mujer...¿Haruna Anderson? ¡Sí era ella! Su figura se fue delineando ante él. Su silueta se tornó nítida, con el rostro cubierto por sus manos, y pudo ver cómo sus hombros temblaban, agitados por los sollozos que no lograba contener. Era una visión desgarradora; Haruna, estaba allí, vulnerable y quebrada, como nunca la había visto antes...¿Por qué?

Quiso hablar, pronunciar su nombre, decirle que estaba ahí, que no llorara más, pero su voz no respondía, atrapada en su garganta como un grito silente. Con cada segundo, sus fuerzas se esfumaban como arena entre sus dedos, y apenas pudo mover una mano en su dirección antes de que el dolor lo embargara nuevamente.

Aquel intento agotador lo sumió en una neblina profunda, y sintió cómo la consciencia lo abandonaba una vez más, pero antes de caer por completo, una única pregunta que se hacia era ¿por qué Haruna estaba así?

Y con ese pensamiento como ancla, Ryo se dejó llevar otra vez hacia la oscuridad, permitiéndose creer que, cuando volviera a despertar, ella seguiría allí.


Rika entró en la oficina de su padre, furiosa y con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Fuiste tú verdad?— Preguntó la pelirroja.

Yamato que estaba en el sofá, revisando unos papeles, alzó la mirada. Al ver la expresión de su hija, dejó todo de lado, preocupado.

—¿Qué está pasando? —preguntó, levantándose de su asiento.

—¡No te hagas el inocente! —exclamó Rika, su voz temblando de rabia—¡Nuevamente lo hiciste!

—¿Nuevamente?— Cuestionó el rubio— ¿Qué se supone que hice?

—¡Tú bien sabes!— Gritó la adolescente— ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste mandar a apuñalar a Ryo?

Yamato frunció el ceño, confuso. —¿De qué estás hablando? Yo no mandé a apuñalar a nadie.

Rika lo miró con incredulidad, sus manos temblando. —¡No te creo! ¡Por tu culpa lo golpearon, por tu culpa está en prisión, y por tu culpa ahora recibió una puñalada! —gritó, sintiendo que su corazón se rompía con cada palabra.

Antes de que Yamato pudiera responder, Hiroaki entró en la habitación, atraído por los gritos. —¿Qué está pasando aquí? —demandó, mirando a su nieta y luego a su hijo.

Rika lo miró con los ojos llenos de desesperación. —Abuelo, por favor, dile a papá que deje en paz a Ryo. No soporta más. ¡Ya lo han golpeado suficiente!

Hiroaki suspiró, cruzando los brazos. —Rika, todo esto es culpa tuya. Si no te hubieras involucrado con ese tipo, nada de esto estaría pasando. Tú eres la responsable de lo que le está sucediendo.

Las palabras de Hiroaki cayeron sobre Rika como un balde de agua fría. Sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. La culpa la inundó, y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

—Por favor... tengan piedad de él —suplicó Rika, su voz apenas un susurro—. Lo que sea que quieran que haga, lo haré, pero por favor, no le hagan más daño.

Hiroaki se acercó a ella, poniendo una mano en su hombro. —Podemos arreglar esto, Rika, pero tendrás que hacer un sacrificio. Debes alejarte de Ryo.—Declaró— Y aceptar la idea de irte a un internado.

Rika lo miró, horrorizada. La idea de estar lejos de Ryo la destrozaba, pero sabía que no tenía otra opción. Si quedarse lejos de él significaba que estaría a salvo, lo haría, por muy doloroso que fuera.

—Ya dije que no aceptaría esa idea.

—Lo sabemos.—Declaró Toshiko—Pero es la única opción que tienes. Solo así nos demostrarás que eres capaz de mantenerte lejos de ese vagabundo.

—De acuerdo —dijo finalmente, su voz rota— Me iré...—Declaró.

Toshiko e Hiroaki sonrieron.

—Pero por favor, dejen a Ryo en paz.

Yamato observó a su hija, sintiendo un nudo en el estómago. Aunque nunca quiso llegar a este punto, sabía que debía hacer lo que fuera necesario para protegerla, incluso si eso significaba apartarla de alguien que amaba. Pero una parte de él no podía evitar sentirse culpable, sabiendo que sus acciones habían empujado a Rika a este punto.

—Haremos lo que sea necesario —respondió Hiroaki, con una voz firme— Pero tienes que cumplir tu parte del trato, Rika.

Rika asintió, sin poder mirar a su padre o a su abuelo. Su corazón estaba destrozado, pero sabía que no tenía elección. Esto era lo que tenía que hacer para salvar a Ryo, aunque significara perderlo para siempre.


Tomoko respiró profundamente antes de entrar a la habitación de hospital donde Ryo estaba descansando. Llevaba días sin dormir bien, su corazón en un constante estado de angustia y miedo, pero ahora, al verlo finalmente despertar, sintió un alivio indescriptible. Su ahijado, su querido Ryo, estaba recostado en la cama, pálido y débil, pero con los ojos abiertos y conscientes.

—Ryo —dijo suavemente, acercándose con una sonrisa trémula.

Él parpadeó, como si el sonido de su voz le ayudara a ubicarse, y esbozó una débil sonrisa en respuesta.

—Tía Tomoko… —su voz sonó rasposa, casi inaudible, pero la calidez en su mirada era inconfundible.

—Shh, no hables —le susurró Tomoko, con una mano temblorosa acariciando suavemente su cabello—. No necesitas decir nada. Me basta con verte así, despierto, aquí, después de todo lo que ha pasado.

Se inclinó hacia él y besó su frente con ternura, sintiendo un nudo en la garganta mientras contenía las lágrimas que se negaban a derramarse. Durante esos días, el dolor y la incertidumbre habían sido aplastantes, cada minuto temiendo lo peor. Ahora, tenerlo aquí, consciente y de vuelta, era como si todo ese sufrimiento por fin tuviera un respiro.

—La operación fue un éxito, Ryo. El doctor dice que tienes que descansar, pero vas a recuperarte por completo —dijo ella con una sonrisa que, aunque cansada, estaba cargada de amor—. Estaba tan asustada… —confesó en un susurro, dejando escapar el alivio contenido.

Ryo, aunque débil, intentó alzar una mano hacia ella. Tomoko la tomó con suavidad, sosteniéndola entre las suyas, cálidas y firmes, como si esa conexión física reafirmara su presencia, su regreso. No pudo evitar dejar escapar una leve risa temblorosa, en la que se mezclaban alivio y amor.

—Has sido tan fuerte, Ryo. Pero, por favor, nunca vuelvas a asustarme así. Eres lo único que tengo de tu madre, y… —su voz se quebró, y por un momento, el dolor se hizo visible en su rostro—. Si te hubiera perdido, no sé qué habría hecho.

Él le apretó suavemente la mano, sus ojos llenos de disculpa y comprensión. No le hacía falta decir nada para transmitir lo que sentía. Sabía cuánto había sufrido ella, cuánto amor le había brindado a lo largo de los años.

—Lo siento, ahijada —logró murmurar con esfuerzo—. No quería hacerte pasar por esto.

Tomoko negó suavemente, acariciando su mano. —Lo importante es que estás aquí, y que vas a estar bien. Todo lo demás ya no importa.

Se sentó junto a él y, sin soltar su mano, permaneció en silencio, simplemente disfrutando de su compañía. En ese instante, el mundo exterior dejó de existir. Ambos entendían que aquel momento, cargado de calma y amor, era suficiente para sanar las heridas más profundas, al menos por un tiempo.

Mientras Tomoko le sostenía la mano con ternura, Ryo trataba de concentrarse en la calma del momento, en el alivio de verla allí. Sin embargo, su mente era un torbellino incontrolable, atrapada en la escena de Haruna junto a su cama en la sala de operaciones. Aquella visión lo perseguía, y no importaba cuántas veces intentara convencerse de que había sido un sueño; cada vez estaba más seguro de que había sido real.

La imagen de Haruna llorando se mantenía grabada en su mente como si estuviera inscrita en fuego. Podía sentir la angustia en su voz, el peso de su sufrimiento al sostener su mano, como si todo el dolor del mundo se concentrara en ese momento. Aquella mujer, su hermana mayor en todo sentido, estaba sufriendo por él, y él no pudo hacer nada. Se sintió pequeño, atrapado, incapaz de aliviar su angustia. ¿Por qué había tenido que enterarse así de todo el sacrificio que Mimi había hecho por él?

Era como si el velo de su percepción se hubiera levantado por un instante, y hubiera visto más allá de las apariencias. En esos escasos segundos de consciencia, había sentido un amor que iba más allá de las palabras y un dolor que ninguno de los dos podía expresar en voz alta. La había escuchado, había captado su pesar, y aunque no recordaba cada detalle, tenía claro que aquel momento había sido tan real como el frío que ahora sentía recorriendo su cuerpo.

Ryo cerró los ojos, intentando aferrarse a la calidez de la mano de Tomoko para desviar sus pensamientos, pero la imagen de Haruna se mantenía firme en su mente, como un eco lejano que no lo dejaba en paz.


~Dos días después~


Rika se encontraba de pie frente a la puerta de su casa, con la maleta lista a su lado. El auto que la llevaría al internado esperaba pacientemente en la entrada, pero Rika aún no se sentía lista para irse. Todo lo que conocía y amaba estaba ahí, y la tristeza se entremezclaba con la necesidad de alejarse, sobre todo de Ryo, aunque eso significara dejar a su familia.

Nene fue la primera en acercarse. Su hermana mayor, quien a pesar de ser tan fría como ella, se le hacía imposible ocultar la vulnerabilidad que sentía en ese momento. Nene tomó las manos de Rika con firmeza, intentando decir algo que pudiera consolarla, pero solo logró murmurar:

—Te voy a extrañar tanto…

Su voz se quebró y, al ver lágrimas en sus ojos, Rika sintió una punzada en el pecho. La abrazó con fuerza, sabiendo que Nene siempre había estado a su lado, protegiéndola cuando más lo necesitaba.

Izumi, intentando mantener su actitud despreocupada, se acercó después. Aunque trató de ocultar su tristeza, no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.

—No hagas tonterías allá, ¿vale? Y, si tienes oportunidad, llámanos…—dijo con una sonrisa trémula.

Rika asintió, devolviéndole una sonrisa débil mientras ambas se abrazaban, sabiendo que extrañarían los momentos juntas.

Luego, Sora se acercó, y la tensión en el aire se hizo palpable. Desde que se había enterado de la partida de Rika, Sora había intentado mantener la calma, pero ahora, al verla lista para irse, sus emociones se desbordaron.

—Mi niña… no sabes cuánto me duele verte partir —dijo Sora entre sollozos.

Rika sintió la calidez del abrazo de su madre, y ambas rompieron a llorar. Sora la abrazó con fuerza, sin poder dejar de acariciar su cabello.

—Quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti —añadió con voz temblorosa.

Rika solo pudo asentir, deseando poder llevarse el consuelo de su madre con ella.

Finalmente, llegó el momento más difícil. Yamato se acercó, habiendo observado todo desde la distancia. Trató de mantener su semblante sereno, aunque por dentro luchaba con un torbellino de emociones. Cuando Rika lo miró, sus ojos estaban fríos y distantes, una barrera que Yamato no supo cómo atravesar.

—Adiós, padre —dijo Rika secamente, sin ningún rastro de la calidez que había mostrado a sus hermanas y a su madre.

La frialdad de sus palabras lo golpeó como un cuchillo, y Yamato sintió que se le rompía el corazón. No esperaba una despedida así, tan distante y llena de resentimiento, y en ese instante se dio cuenta de cuánto había fallado como padre a los ojos de su hija.

Yamato tragó saliva, intentando encontrar las palabras correctas. No quería que se fuera con esa frialdad, con ese muro entre ellos.

—Rika, por favor, escucha… —comenzó con la voz temblorosa, pero Rika solo se apartó, sin mirarlo a los ojos.

—Todo estará bien —intentó decirle Yamato, con desesperación en la voz—. Lo sé, esto es difícil, pero te prometo que vamos a encontrar la manera de superar esto. No estás sola, ¿vale?

Pero Rika no respondió, y su mirada se quedó fija en el suelo, como si quisiera borrar ese momento de su memoria.

Yamato se sintió impotente, como si todas las barreras que había intentado construir para proteger a su familia se derrumbaran de golpe. Había imaginado un momento diferente, donde pudiera consolar a su hija, pero ahora solo sentía el peso del distanciamiento. Quería abrazarla, decirle que todo iba a estar bien, pero Rika no se lo permitió.

—Rika, te quiero mucho… No lo olvides —añadió Yamato, tratando de sonreír, pero Rika solo asintió vagamente, dándole la espalda antes de caminar hacia el auto.

Yamato se quedó allí, viendo cómo Rika se alejaba sin mirar atrás. Cada paso de su hija era una punzada en su corazón, y cuando el auto se puso en marcha, Yamato sintió un vacío indescriptible. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo, sabiendo que Rika no quería ver su debilidad. Sin embargo, en su interior, Yamato sentía que la despedida de su hija le había arrebatado una parte de sí mismo que nunca podría recuperar.


Toshiko llegó al club con paso firme, su expresión impecablemente calculada, como de costumbre. Al abrir las puertas, se sorprendió al encontrar el lugar inusualmente lleno de gente. La atmósfera estaba cargada de murmullos y miradas expectantes.

—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Toshiko, alzando la voz para superar el bullicio y dirigiéndose hacia Satomi, quien estaba de pie en el centro del salón con una expresión desafiante.

Satomi, con una determinación palpable en su rostro, dio un paso al frente, mirando directamente a Toshiko. La multitud se silenció lentamente, notando el creciente drama que se desarrollaba ante ellos.

—Toshiko, —empezó Satomi con una voz clara y decidida— he estado esperando este momento. He decidido desafiarte por la presidencia del Club de Golf y Eventos.

El anuncio fue como una bomba que cayó en medio de la multitud. Los murmullos se hicieron más intensos mientras los asistentes intercambiaban miradas sorprendidas.

Toshiko frunció el ceño, su rostro se tornó pálido ante el desafío. —¿Qué estás diciendo, Satomi? ¿Crees que tienes derecho a desafiarme aquí y ahora?

—No es solo una cuestión de derecho, Toshiko. —Satomi continuó, sin apartar la mirada— Este club fue una herencia de la familia Takaishi. Es parte de nuestra historia, y tú lo sabes muy bien.

Toshiko, visiblemente ofendida, se acercó un poco más a Satomi. —Este lugar ya no es de la familia Takaishi. Soy la dueña legítima ahora, y no hay nada que puedas hacer al respecto.

Satomi no se amedrentó. —¿De verdad crees que eso detendrá lo que está por venir? Tengo el dinero y el estatus para comprar lo que quieras. Si es necesario, compraré este lugar para demostrar que la presidencia me corresponde.

Toshiko levantó una mano en un gesto de desdén. —El club no está a la venta, Satomi.

—¿De verdad? —replicó Satomi, su tono desafiante— Entonces, si no está a la venta, debería ser evidente que tengo el dinero y el estatus para ser la presidenta. Después de todo, es de mi familia.

—¡Era!— Exclamó Toshiko— ¡Ya no es!

—Puede que no sea la dueña. Pero siempre será parte de la familia Takaishi.—Declaró Satomi—Y te aseguro que todos aquí quieren que yo sea la encargada.

Las palabras de Satomi resonaron en el salón, y los murmullos se convirtieron en una ola de aprobación entre los presentes. El rostro de Toshiko se tornó rojo de furia.

—Eso crees ¡pero no es verdad!

—¡Ya lo veremos Toshiko.—Declaró Satomi— Desde hoy comienzan las elecciones por la presidencia de este club.

—¡Esto es inaudito! —exclamó la madre de Sora, su voz temblando de enojo—. No tienes idea de con quién estás tratando, Satomi.

Toshiko, furiosa y sintiendo que la situación se estaba saliendo de su control, dio un último vistazo desafiante a Satomi antes de girarse y alejarse bruscamente, sus pasos resonando en el salón.

La tensión en el ambiente era palpable, y todos los presentes esperaban ansiosos la siguiente jugada en esta batalla de poder.


Mimi observó atentamente la carta que tenía en su mano.

~Recuerdo~

Haruna miró a Rika con incredulidad. La noticia de que se iría a un internado cayó sobre ella como un balde de agua fría. Sin comprender del todo, dirigió la mirada hacia Yamato, esperando alguna explicación. Sin embargo, él se limitó a desviar la mirada, evadiendo el peso de la conversación. Su expresión era impenetrable, pero Haruna notó la tensión en su postura, como si todo el asunto fuera algo que prefería no enfrentar.

Rika, con un tono sereno que contrastaba con la sorpresa de Haruna, confirmó la noticia: —Sí, me iré al internado la próxima semana —dijo, con una leve sonrisa melancólica—, pero no quería hacerlo sin antes despedirme de ti.

Haruna sintió una mezcla de emociones; la tristeza y la incredulidad competían con un inmenso cariño hacia esa joven que había llegado a ver casi como una hermana. Abrió los brazos, y Rika no dudó en acercarse y fundirse en un abrazo sincero. Sentirla tan cerca, con esa calidez y ternura, hizo que Haruna comprendiera cuán dolorosa sería su partida.

—Gracias por todo lo que has hecho, Haruna. No sabes lo importante que has sido para mí —le susurró Rika, con la voz temblorosa.

Mientras se abrazaban, Haruna notó que Yamato parecía cada vez más incómodo, sus labios apretados y una tensión en su mandíbula que no podía ocultar. Finalmente, él no soportó más y, sin una palabra, se levantó y se dirigió al balcón. La puerta se cerró tras él, y el leve sonido del encendedor confirmó lo que Haruna intuía: estaba fumando para lidiar con la incomodidad que sentía.

Aprovechando el momento, Rika sacó algo de su chaqueta, deslizándolo hacia Haruna de manera sigilosa. Haruna, sorprendida, miró la carta en sus manos y luego levantó la vista hacia la joven con una expresión de desconcierto. Rika se inclinó hacia ella y susurró con urgencia:

—Por favor, Haruna… Necesito despedirme de él. Entrega esta carta a Ryo.

Haruna abrió la boca para replicar, pero se encontró con los ojos suplicantes de Rika, llenos de una determinación que no había visto antes. Aunque sabía lo arriesgado que era involucrarse en algo que Yamato desaprobaría, sintió que no podía negarse a ese pedido.

—Está bien, Rika —murmuró finalmente, deslizando la carta en su propio bolsillo—. Te prometo que lo haré.

La sonrisa de alivio de Rika fue suficiente para que Haruna supiera que había hecho lo correcto.

~Fin del recuerdo~

—¿Y?— Musitó Koushiro—¿Le entregarás esa carta a Ryo?

Mimi hizo una mueca, dudaba mucho en entregarle esa carta a su hermano.

—No lo sé.

Verdaderamente quería alejar a Ryo de esa chica, pero desde que estaba en la clínica no paraba de preguntar por ella, era un terco verdadero al no poder olvidarse de la Ishida...Al parecer era de familia.

—Deberías entregársela.—Comentó el pelirrojo— Ellos merecen despedirse.

La castaña se mordió el labio inferior ante esto.


Nene estaba sentada en su oficina, concentrada en revisar informes. En realidad, intentaba.

Sí, intentaba. No dejaba de pensar en Rika y como el último tiempo todo había cambiado para ella. Literalmente, se volvió un huracán de malos eventos.

Suspiró.

Aunque Rika se veía triste, este internado sería una buena forma de empezar de nuevo y evitar más problemas.

Nene suspiró y volvió su mirada a sus informes, intentando concentrarse. Estaba en eso cuando escuchó el suave clic de la puerta al abrirse. Al levantar la vista, vio a Kiriha entrando con paso firme, aunque algo en su postura y expresión le pareció inusual. Sus ojos, normalmente llenos de determinación, se veían apagados, y había un leve rubor en sus mejillas que Nene notó de inmediato.

—Hola, Kiriha —lo saludó, sin apartar la mirada—. ¿Todo bien?

—Sí, claro —respondió él, manteniendo su tono habitual. Sin embargo, al sentarse frente a ella, Nene percibió que sus movimientos eran lentos, y aunque intentaba no mostrarlo, cada vez que movía el torso su expresión se endurecía como si estuviera reprimiendo una mueca de dolor.

Kiriha fingió revisar unos documentos que había traído, pero cada tanto hacía una pausa, respirando profundamente como si buscara aliviarse de algo que no terminaba de revelar. Nene, siempre observadora, sintió una preocupación creciente. Había algo en él que no estaba bien.

—Kiriha, ¿seguro que estás bien? —preguntó, sin ocultar su inquietud.

—Estoy bien, Nene —replicó él, esforzándose por sonar convincente. Sin embargo, al hablar, se notaba la tensión en su voz, como si el dolor se hubiera instalado profundamente en su cuerpo. En ese instante, una punzada intensa pareció golpearlo, y su rostro se crispó antes de que pudiera disimularlo.

Nene lo miró, sin moverse de su lugar. Luego, sin más preámbulo, se levantó y se acercó a él. Kiriha intentó mantenerse firme, pero no pudo evitar llevar una mano hacia su costado, presionando la zona baja del abdomen, lo que captó completamente la atención de Nene.

—Kiriha… —murmuró ella, mirándolo directamente—. Tienes algo más que fiebre, ¿verdad?

Kiriha intentó desviar la mirada y forzar una sonrisa. —Es solo un dolor de estómago. Nada que no pueda soportar —dijo, restándole importancia.

Pero Nene frunció el ceño, y antes de que pudiera alejarse, colocó una mano sobre su brazo. Él trató de recomponerse, pero el dolor que sentía era cada vez más difícil de disimular.

—No es solo un dolor de estómago, Kiriha —declaró ella con firmeza—. ¿Cuánto tiempo llevas así?

Kiriha bajó los hombros y suspiró, rindiéndose ante la mirada inquisitiva de Nene. —Desde anoche… pensé que se me pasaría. No quería faltar.

—¡Desde anoche! —Nene exclamó, asombrada y visiblemente molesta—. No tienes que seguir trabajando si no estás bien, y menos con algo que podría ser grave. Ven, te voy a llevar a urgencias.

Kiriha intentó protestar, haciendo un ademán para detenerla. —No hace falta. Estoy bien.

—¡Claro que sí! Si te duele el estómago no puedes seguir trabajando.

—¿No eres tú quién dice que el trabajo va primero? La castaña frunció el ceño: —Eso solo va para mi. No para ti.

Kiriha soltó una leve risa, aunque en su estado sonó más como un suspiro cansado. Sabía que Nene era estricta y exigente, especialmente consigo misma, pero verlo enfermo parecía despertar en ella una faceta completamente diferente, casi protectora.

—Así que, ¿las reglas son diferentes para ti? —replicó él con una sonrisa débil, intentando mantener el tono ligero a pesar de su malestar.

—Exacto —respondió ella sin dudar, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijamente—. Porque tú no tienes por qué seguir mis hábitos de trabajo insensatos, y no quiero que lo hagas.

Kiriha parpadeó, sorprendido por la honestidad en sus palabras. Sabía que Nene tenía un carácter implacable, pero era raro verla tan abiertamente preocupada. No pudo evitar sentir una especie de calidez bajo su severa expresión.

—¿Y si yo quiero trabajar así? No voy a quedarme quieto y descansar por un poco de dolor —replicó Kiriha con una sonrisa apenas visible, aunque el rubor en sus mejillas por la fiebre lo delataba. Intentó sentarse derecho, pero al hacerlo, el mareo lo hizo tambalearse levemente.

—¿Ves? Ni siquiera puedes ponerte de pie sin perder el equilibrio. —Nene lo miró con el ceño fruncido y una mezcla de frustración y preocupación.

—Tranquila.—Musitó Kiriha— Estaré bien.

La castaña movió su cabeza en señal de desaprobación, sabía muy que, Kiriha no estaba bien.


Ryo yacía en su cama, con los brazos extendidos y el cuerpo tenso por el dolor que recorría cada fibra de su ser. La penumbra de la habitación lo envolvía, y el techo era su única distracción en esa solitaria noche. Intentaba concentrarse en cualquier cosa para calmar el malestar, pero sus pensamientos se negaban a cooperar. Una imagen persistente ocupaba cada rincón de su mente, algo que se negaba a desaparecer sin importar cuánto lo intentara: Rika.

Podía ver su rostro con claridad, esos ojos que siempre parecían traspasarlo, ese gesto desafiante y frágil a la vez. Cada vez que su mente la evocaba, sentía una mezcla entre añoranza y frustración, una batalla constante entre el deseo de olvidarla y la necesidad de recordarla. Sus pensamientos giraban en torno a ella como un torbellino. Se maldecía por ser tan débil, por no poder sacarla de su cabeza. Por alguna razón inexplicable, esa chica tenía el poder de adueñarse de su mente incluso en sus momentos de mayor sufrimiento.

Ryo apretó los dientes, sintiendo cómo el dolor en su pecho se intensificaba. "Maldita sea", pensó, "¿por qué no puedo simplemente dejar de pensar en ella?". Había intentado convencerse de que todo esto pasaría, que con el tiempo su imagen se desvanecería, pero parecía que estaba condenado a sufrir por ella, una y otra vez. Tal vez era su castigo, o tal vez solo estaba siendo víctima de sus propios sentimientos, esos que lo torturaban y a la vez lo llenaban de una esperanza que odiaba tener.

Mientras estaba perdido en estos pensamientos, un sonido rompió el silencio. Alguien tocaba la puerta. Ryo parpadeó, tratando de salir de esa niebla mental en la que se encontraba, y su mirada se movió hacia la entrada de la habitación.

—¡Adelante!

Fue así como la puerta se abrió y en el lugar apareció cierta mujer de distinguida presencia.

—Buenos días Ryo.

—¿Haruna Anderson?— Preguntó el oji-azul.

—Hola.—Musitó la mujer—¿Puedo entrar?

Ryo la observó sorprendido, no esperaba su visita.

—¿E? Cla-claro...—Respondió intentando incorporarse sobre su cama.

Fue así como la castaña entró al lugar.

—¿Cómo te sientes?— preguntó— ¿Cómo va tu recuperación?

—Bien...—Contestó Ryo— De a poco mejorando.

Haruna sonrió al escuchar aquello: —Que bien.

Unos segundos de silencio se hicieron presente, una tensión nació de la nada, Ryo verdaderamente no sabía que hacer o decir. Lo mismo ocurrió con la oji-miel.

—Me sorprende verla.—Finalmente, Ryo habló.

—¿Por qué? ¿No esperabas que te viniese a ver?

—Es una mujer muy ocupada, señora Anderson.—Respondió el Akiyama—No pensé que se daría el tiempo de venir...

Al menos, no lo había hecho después de aquel día en cual, juraría haberla visto llorar.

—Vine porque quería ver como estabas.—Declaró la oji-miel.

—¿A sí?

Haruna asintió.

Esto era extraño. ¿Por qué le importaba su estado de salud? Se suponía que eran extraños ¿no?

—Y porque...—La mujer abrió su cartera y sacó un sobre— Vengo a traerte algo que me pidió Rika.

Ryo se quedó inmóvil, la sorpresa reflejada en su rostro. Había imaginado muchas razones por las cuales Haruna Anderson, esa mujer tan inalcanzable y aparentemente indiferente, podría visitarlo, pero nada lo había preparado para esto. ¿Rika? ¿Ella había enviado algo para él? La simple idea le pareció absurda, casi cruel, considerando el dolor que lo había acompañado los últimos días. Y, sin embargo, no pudo evitar sentir una chispa de esperanza.

—¿Rika? —preguntó en voz baja, tratando de ocultar el temblor en su voz.

Haruna asintió mientras sacaba algo de su elegante cartera. Sus movimientos eran precisos y lentos, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Finalmente, extendió su mano hacia él, revelando un pequeño sobre cuidadosamente sellado. El corazón de Ryo latía con fuerza, cada segundo aumentando la tensión de la escena. Era como si el tiempo se hubiese detenido.

—Me pidió que te lo diera en persona —explicó Haruna con un tono suave, sus ojos miel fijos en él—. Me dijo que… que sería importante para ti.

Ryo recibió el sobre y lo miró por un largo momento, su corazón latiendo con fuerza. Reconoció la caligrafía de Rika de inmediato. Con manos temblorosas, tomó el sobre y lo abrió lentamente. Dentro había una carta, escrita en el papel que Rika solía usar para sus notas.

Con el corazón en la garganta, comenzó a leer:

Ryo

Sé que esta carta te tomará por sorpresa, y lamento no poder decírtelo en persona. Hay tantas cosas que desearía poder decirte, pero las palabras parecen insuficientes para expresar todo lo que siento en este momento.

No sé cómo decirte esto de otra forma... pero tengo que despedirme.

Estos últimos días han sido los más difíciles de mi vida. Nunca quise que te lastimaran, nunca quise que todo llegara a este punto. Me duele más de lo que puedes imaginar saber que estás sufriendo, y siento que todo es mi culpa. Si no me hubieras conocido, si no hubiéramos llegado a estar tan cerca... tal vez nada de esto hubiera pasado.

Mis padres... no entienden lo que siento por ti. Quieren que me aleje de ti, y por más que me duela, creo que tienen razón. Esta es la única forma de protegerte, de evitar que te lastimen más.

Me han arreglado todo para irme lejos, a un lugar donde no puedan encontrarnos. Y aunque mi corazón se parte al escribir esto, sé que es lo mejor para ambos. No puedo permitir que sigas sufriendo por mi culpa.

Quiero que sepas que has sido el único que me ha hecho sentir diferente, aunque no podamos estar juntos. Eres la persona más importante en mi vida, y siempre lo serás. Pero es momento de que sigamos caminos separados, por nuestro bien.

Cuídate mucho, por favor. No dejes que este mundo te destruya, porque eres más fuerte de lo que crees.

Espero que algún día nos volvamos a ver.

Atte: Rika

Ryo sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor mientras leía las últimas palabras de la carta. Sus manos temblaban y sus ojos se llenaron de lágrimas, dejando caer la carta en su regazo. El dolor en su pecho era insoportable, y la realidad de que Rika estaba lejos de él, tal vez para siempre, lo golpeó con fuerza.

Intentó imaginar un futuro sin ella, pero era imposible. Rika había sido su luz, su razón para seguir adelante en los momentos más oscuros. Pero ahora, esa luz se estaba apagando, dejándolo solo en una oscuridad que parecía interminable.

Con el corazón destrozado, Ryo cerró los ojos, permitiéndose llorar por lo que había perdido. Sabía que, a pesar del dolor, tenía que respetar la decisión de Rika, pero eso no hacía que fuera menos doloroso. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero tenía que encontrar la manera de seguir adelante, tal como Rika le había pedido.

Ryo no pudo contener más las lágrimas. Al final de la carta, las palabras se volvían borrosas, y el peso de cada una de ellas le oprimía el pecho, dejándolo sin aire. Era como si toda su fortaleza se hubiera desvanecido, como si el mismo suelo bajo sus pies hubiera desaparecido, dejándolo suspendido en un vacío absoluto. Un sollozo escapó de sus labios, un sonido bajo y quebrado, que a su vez provocó una mirada de preocupación en Haruna.

Haruna, quien había permanecido en silencio y firme hasta ese momento, no pudo evitar acercarse un paso, observando cómo Ryo, aquel hombre siempre orgulloso y reservado, ahora se desplomaba frente a ella, vulnerable y desmoronado. A pesar de su propio orgullo, extendió una mano, dudando si era correcto ofrecerle consuelo, pero incapaz de permanecer indiferente ante su dolor.

—Ryo… —murmuró suavemente, en un intento por conectar con él.

Ryo no levantó la mirada. En cambio, apretó la carta contra su pecho, mientras su voz temblorosa comenzó a salir en susurros entrecortados.

—Es… es mi culpa —logró decir con dificultad, sus palabras teñidas de amargura—. Si… si no la hubiera dejado acercarse a mí… si no… si hubiese pensado más las cosas. Rika no se hubiese ido a un internado…

Haruna frunció el ceño, acercándose otro paso, ahora más decidida. Su voz adoptó un tono serio, pero suave.

—No puedes pensar así, Ryo. Rika tomó de irse al internado, y quiso protegerte. No es culpa tuya, ni de ella —le respondió, tratando de infundirle algo de calma, aunque sabía que esas palabras tal vez no alcanzarían para sanar el dolor que él sentía.

Ryo sacudió la cabeza con amargura, las lágrimas resbalando por su rostro sin freno. Sus puños temblaban, y una mezcla de frustración y desesperanza se reflejaba en su expresión.

—No… no entiendes, Haruna —replicó, la voz rota y baja—. Yo…Soy culpable...—Declaró Ryo bajando la mirada— Como siempre...—Se lamentó— Soy culpable ¡Como siempre! Pierdo a las personas que quiero.—Habló— Primero, perdí a mi padre, a mi madre y luego a mi hermana...—

Al parecer, era cierto que, los pobretones jamás lograrían conocer el amor.

—No...—Declaró Mimi— Tú no eres culpable de lo que te está sucediendo...—Intentó aguantar tus lágrimas— No eres culpable de la vida que llevas.

—Pareciera que sí.—Comentó Ryo— Ya que la vida se encarga de hacerme sufrir siempre.—Habló— He perdido todo, a mis padres, a mi hermana, a mis sobrinas...—Las lágrimas cayeron por su rostro— Ahora, por primera vez me enamoro de verdad y...—Tragó saliva— También la perderé, porque es imposible que estemos juntos.

—Estas cosas pasan querido, pero no significa que sea culpa tuya, ni que la vida te esté castigando...—Lo acarició— Estas cosas suceden y hay que aprender a enfrentarlas.

Mimi llevó una mano a su pecho, su corazón ardía, ardía como nunca. Sentía que en cualquier minuto explotaría. Sus ojos se llenaron de lágrimas que no demoraron en caer por sus mejillas. La tristeza en su máximo esplendor.

Ryo pasó su mirada por ella: —No llore por mi. Señora Anderson. Prefiero ser lamentable solo.

Mimi sintió un dolor desgarrador al ver a Ryo en ese estado, tan abatido, tan roto, y sin poder decirle quién era realmente. Él la conocía como Haruna Anderson, una extraña bienintencionada, pero sin ningún lazo verdadero con él, cuando en realidad ella era su hermana perdida, la única familia que le quedaba. Apretó las manos con fuerza, luchando contra el impulso de decirle la verdad, de revelarle su identidad y abrazarlo como lo había anhelado por años.

El sufrimiento de Ryo le pesaba en el alma. Verlo quebrado, habiendo perdido tanto, despertaba en ella una mezcla de amor y desesperación que le destrozaba el corazón. Mimi sentía cada una de sus palabras como un puñal, y la impotencia la asfixiaba. Quería decirle que no estaba solo, que aún tenía a alguien que lo amaba incondicionalmente, pero sabía que no podía revelarlo, no ahora, no mientras él estaba tan vulnerable. La vida les había arrebatado tanto a ambos, y el sacrificio de mantener esa distancia era un costo demasiado alto.

Mientras Ryo se desmoronaba frente a ella, Mimi sintió que el mundo entero la aplastaba. Sabía que no podía romper el silencio sin ponerlo en peligro. Si Ryo supiera que ella era su hermana, todo se complicaría aún más. Pero al verlo sufrir así, se dio cuenta de lo mucho que había soportado en soledad, de lo injusto que había sido el destino con él.

La presión en su pecho se volvió insoportable, y las lágrimas comenzaron a fluir sin contención. Era un dolor amargo, un duelo silencioso que la hacía sentir incapaz. No podía hacer nada más que quedarse a su lado y darle consuelo como una desconocida. Aquella identidad de "Haruna Anderson" se sentía como una barrera, una prisión que la separaba de él.

—No soporto verte así.—Murmuró.

—No es necesario que lo haga.— Declaró el oji-azul— Ya mucho tiene con estar aquí soportándome.

—N-no...—Mimi depositó una mano en su hombro— No estoy soportando. Para mi es un honor estar aquí contigo.

—¿Un honor?— Preguntó Ryo.

La castaña asintió.

—Eres importante para mí, después de todo...

—¿Importante?— Cuestionó el oji-azul y sonrió con tristeza: —No es necesario que intente hacerme sentir mejor.

—¿Por qué no podría?— Preguntó la oji-miel.

Ryo movió la cabeza.

—Porque yo...—No pudo continuar hablando.

Mimi no se resistió más y abrazó a su hermano. Ya no podía ocultarlo. Necesitaba hacer esto.

—¡Soy yo!— Exclamó— ¡Soy yo!...—Declaró—Soy Mimi.


El sol de la tarde bañaba las calles con una cálida luz dorada mientras Hikari y Takeru salían de la universidad, caminando lado a lado, tomados de la mano. Hikari sostenía un helado de fresa en su mano libre, mientras que Takeru luchaba por mantener a raya su helado de vainilla, que comenzaba a derretirse rápidamente bajo el calor. Su expresión de frustración resultaba divertida para Hikari, quien no podía evitar reír.

—¡Ah, se está derritiendo! —refunfuñó Takeru, observando cómo el helado amenazaba con deslizarse por el cono y cubrirle los dedos—. Esto siempre me pasa.

—Pues come más rápido...—bromeó Hikari, con una sonrisa divertida— Hablas y hablas sin parar ¿cómo no se va a derretir?

—Puede ser...— Takeru soltó un suspiro dramático y le dio un mordisco más grande, intentando apresurarse. —¿Sabes? Cuando era niño, me frustraba tanto cuando comía helado. Veía a todos felices comiendo, a mis amigos, a mis sobrinas y yo era el único que no podía disfrutar porque siempre se le derretía. Y terminaba con las manos pegajosas, y eso me enfurecía.

—Bueno, ahora no solo te ensuciabas las manos… —comentó la castaña con un tono travieso.

—¿Ah, no?

—¡También tienes la cara con helado! —rió ella, sacando una servilleta de su bolso y llevándola a la mejilla de Takeru para limpiar una pequeña mancha de helado.

El rubio se quedó quieto, sorprendido por el gesto. Hikari era así de dulce y detallista, y en ese momento él no podía apartar la mirada de sus ojos brillantes. El mundo a su alrededor parecía desvanecerse mientras sus miradas se encontraban en un momento de silenciosa complicidad. Los dos se quedaron así, olvidando el helado y todo lo que les rodeaba.

—Hikari… —susurró Takeru, acercándose a ella.

Ella sonrió suavemente y cerró los ojos mientras él se inclinaba hacia adelante, sintiendo el latido acelerado de su propio corazón, anticipando el beso.

Pero, justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, el teléfono de Takeru vibró en su bolsillo. Él dejó escapar un suspiro frustrado, sin poder evitar mirar el identificador de llamada. La expresión de Takeru cambió de inmediato al ver el nombre de su padre, Hiroaki.

—Es… mi padre —dijo, su voz un tanto resignada, mientras rechazaba el impulso de ignorar la llamada.

Hikari le dio una sonrisa comprensiva, aunque un tanto decepcionada también. Asintió y retrocedió un paso, dándole espacio para contestar.

—Padre... —dijo Takeru al contestar, tratando de sonar neutral.

La voz de Hiroaki resonó en el otro lado de la línea, seria y con un toque de impaciencia. —Takeru.—Musitó— ¿Dónde estás?

—Estoy saliendo de la Universidad.

—¿Saliendo?— Preguntó Hiroaki—¿Recién? ¡Se supone que hoy sales al medio día de clases!

—¿E?—Balbuceo el rubio— S-sí pero...

—¡Pero nada!— Exclamó el castaño—Debería estar aquí ¡en la empresa!

—Papá, yo...

—¡Nada!— Lo interrumpió— Ven ¡ahora!


Ryo observó a su hermana mientras lágrimas y lágrimas caían por su rostro.

—Mimi...¿mi hermana?...

Haruna asintió: —Si. Soy yo.

No, esto no era posible. ¿O sí? ¡Él lo sospechaba!

—Y-yo lo sospeché...

—Y no estabas equivocado.— Declaró la castaña—Siempre supiste que era yo, siempre presentiste que era tu hermana.

Ryo no podía apartar la vista de Mimi, como si en cualquier momento ella pudiera desaparecer y llevarse consigo esta verdad que apenas podía asimilar. Sus lágrimas continuaban cayendo, empapando sus mejillas. La confusión, la esperanza y el dolor se mezclaban en sus ojos mientras trataba de darle sentido a todo.

—Siempre hubo algo en ti... algo que me resultaba tan familiar —murmuró Ryo, la voz quebrada por la emoción—. Pensé que eran solo recuerdos vagos, sombras de algo que creí perdido para siempre.

Mimi asintió, observándolo con una mirada que era a la vez compasiva y llena de culpa. Ella también había sufrido en silencio, había llevado el peso de esa verdad sin poder compartirla, sin poder acercarse a él como siempre había querido.

—Ryo, nunca dejé de pensar en ti —confesó, su voz temblando ligeramente—. Aunque las circunstancias nos separaron, siempre supe que algún día volvería a encontrarte. Y aquí estamos, pero… no puedo negar que cometí errores en el camino.

Ryo trató de recomponerse, de poner en orden las palabras que tanto deseaba decir. Todo este tiempo, él había sentido que algo faltaba en su vida, una pieza importante que explicaba esa soledad profunda que lo había acompañado desde que tenía memoria. Ahora, todo encajaba, pero la comprensión traía consigo tanto alivio como angustia.

—Entonces, ¿por qué? —preguntó, con un dolor palpable en su voz—. ¿Por qué no me dijiste la verdad antes? ¿Por qué me dejaste vivir pensando que estaba completamente solo?

Mimi suspiró, bajando la mirada. Las palabras se le atascaban en la garganta, porque sabía que no había una respuesta simple ni una excusa suficiente.

—Por favor, no me preguntes eso, no quise dejarte solo. No quería que te involucraras en mis problemas, Ryo. —dijo finalmente—. Quería protegerte, mantenerte al margen de todo lo que he tenido que hacer para sobrevivir. Pensé… pensé que era mejor así.

—Pe-pero te fuiste y estuviste estos años lejos...—Lloró Ryo—¿Por qué no me dijiste quien eras desde el minuto en qué regresaste?

—Porque tenía miedo.— Respondió Mimi— Tenía miedo de que no pudieras soportar la verdad, que me odiaras por estar tanto tiempo lejos, por fingir mi muerte.

El Akiyama movió la cabeza: —Todos estos años estuve esperando que regresaras, nunca creí que estabas muerta, nunca me resigné a creerlo.

Mimi sintió cómo el corazón se le rompía un poco más al escuchar esas palabras de Ryo. Verlo allí, vulnerable y lleno de tantas emociones contenidas, le hacía comprender cuánto daño le había hecho su silencio, cuánto dolor había acumulado él en todos esos años. Era como si, finalmente, todas las barreras que había construido para protegerlo se desplomaran, revelando la cruda verdad de su ausencia.

—Ryo… —susurró, su voz llena de arrepentimiento—. No sabes cuánto me duele saber que nunca te resignaste, que en el fondo siempre mantuviste la esperanza de verme regresar. Y aun así… yo no supe darte la paz que merecías.

Ryo sollozó, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. Las emociones acumuladas durante tanto tiempo, las dudas y el vacío que había sentido al perder a su hermana, todo eso salía a la superficie. La miró, sus ojos reflejaban una mezcla de amor y un dolor profundo.

—¿Sabes lo difícil que fue para mí? —preguntó, con la voz quebrada—. Todos estos años, buscando respuestas, aferrándome a los recuerdos, esperando que algún día regresarías. No podía entender cómo alguien tan importante podía simplemente… desaparecer.

Mimi asintió, sintiendo su propia garganta cerrarse de la tristeza. —Nunca quise que te sintieras así —dijo en un susurro—. Yo también sufrí, Ryo, también deseé regresar y abrazarte. Pero… tuve miedo. Temía que no pudieras comprender mis razones, que mi regreso solo te causara más dolor.

Ryo apretó los puños, tratando de contenerse, pero al final, el dolor fue demasiado. Dio un paso adelante y, sin poder contenerse más, rodeó a Mimi con sus brazos, atrayéndola hacia él en un abrazo lleno de desesperación y alivio. Mimi se aferró a él con la misma intensidad, como si intentara borrar el tiempo perdido y las heridas que había causado.

—Nunca te odié —murmuró Ryo, enterrando su rostro en el hombro de Mimi—. Solo quería verte, volver a tener a mi hermana. No sabes cuánto esperé este momento, Mimi. Nunca estuve completo sin ti.

Mimi lo sostuvo con fuerza, acariciando su cabello, tratando de ofrecerle consuelo. Aunque no podía borrar los años de ausencia, sabía que este abrazo, por breve que fuera, sería un pequeño paso hacia la sanación de ambos.

—Estoy aquí ahora —le susurró, con lágrimas cayendo por su propio rostro—. Y no voy a irme. No volveré a dejarte solo, Ryo.


Takeru caminaba hacia la oficina de su padre, tratando de mantener la calma. Cada paso que daba por los pasillos de la empresa aumentaba la tensión en sus hombros; conocía muy bien la seriedad de Hiroaki y sabía que llegar tarde no sería algo que pasaría desapercibido. Al llegar a la puerta de la oficina, tomó una bocanada de aire, se obligó a mantener una expresión serena y tocó antes de entrar.

—Adelante —se escuchó la voz grave de Hiroaki desde el otro lado.

Takeru abrió la puerta y avanzó hacia el amplio despacho, donde su padre lo esperaba detrás de un escritorio pulcramente organizado. Hiroaki levantó la mirada de unos documentos que tenía en la mano y lo observó con una mezcla de desaprobación y expectativa.

—Takeru —dijo Hiroaki, su voz cortante y sin rodeos—, llegas tarde. Habíamos quedado en que estarías aquí a las cuatro en punto, no a las cuatro y veinte.

Takeru sintió el peso de la mirada de su padre y asintió, manteniendo la calma aunque por dentro la frustración empezaba a burbujear. —Lo siento, me retrasé un poco en la universidad. Fue un error mío.

—Un error que no puedes permitirte —replicó Hiroaki, apoyando los documentos sobre el escritorio con una precisión calculada—. Esta empresa exige puntualidad, y es algo que espero de todos, especialmente de mi hijo.

El tono de su padre era frío y tajante, pero Takeru estaba acostumbrado a esa actitud. Aun así, no dejaba de incomodarle esa constante presión, esa expectativa de perfección en cada detalle. Intentó explicarse, aunque sabía que probablemente no cambiaría nada.

—Dime ¿dónde estabas?

—Y-ya te dije que...—Inevitablemente balbuceo.

—¿Estabas con esa chica?

—¿Q-qué chica?

—¡Tú sabes a quien me refiero!

El balbuceo de Takeru no pasó desapercibido para Hiroaki, quien lo observaba con una mezcla de desaprobación y frustración. El ambiente se volvió tenso, casi asfixiante, mientras su padre clavaba sus ojos en él, esperando una respuesta que confirmara sus sospechas.

—Y-ya te dije que estaba en la universidad —insistió Takeru, aunque sintió que su voz flaqueaba, traicionando sus nervios.

—No intentes engañarme —dijo Hiroaki con voz firme—. Sé perfectamente que has estado perdiendo el tiempo con esa chica. ¿Cómo se llama? Hikari, ¿verdad?

El corazón de Takeru dio un vuelco. Hikari. Claro que se refería a ella. Era consciente de que su padre no aprobaba de esa relación y que la consideraba una distracción innecesaria, pero le molestaba que se refiriera a ella con tal frialdad.

—No estaba… no estaba perdiendo el tiempo —replicó Takeru, esforzándose por mantener la calma—. Solo quería un pequeño descanso antes de venir aquí.

—¿Descanso? —repitió Hiroaki, su tono bordeando el sarcasmo—. Takeru, estás aquí para aprender y contribuir, no para descansar. Y mucho menos para distraerte con una chica que no tiene nada que ver con tu futuro. Esa relación es una pérdida de tiempo. ¡Tú bien sabes lo que opino de esa relación!

—Padre —empezó Takeru, su voz tensa—, sé lo que opinas, pero Hikari no es una distracción. Ella… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Ella es alguien importante para mí.

—¿Importante? —Hiroaki soltó una risa seca y despectiva—. Esa chica no es más que un obstáculo, Takeru. Alguien que no tiene nada que ofrecer ni a tu vida ni a tu futuro. ¿Cuánto tiempo más vas a dejar que ella te distraiga de lo que verdaderamente importa?

Takeru sintió que la frustración se le acumulaba en el pecho, como un peso que amenazaba con hacerlo explotar. ¿Cómo explicarle a su padre lo que significaba Hikari, lo mucho que le aportaba solo con estar a su lado? Pero sabía que Hiroaki no entendería, que vería su amor como una debilidad en lugar de una fortaleza.

—Tú no la conoces —se atrevió a decir, mirándolo directamente a los ojos—. No tienes idea de lo que ella significa para mí, de lo que me hace sentir. Hikari me...

—¡No hables cursilerías!— Exclamó el castaño—Apenas se conocen. Dudo que sientas algo más que una atracción por ella.—Declaró— Y aunque así fuera. ¡No acepto esa relación!

El rubio frunció el ceño.

—Pero...

—¡Pero nada!—Exclamó Hiroaki—¡Pobre de ti que sigas perdiendo el tiempo con ella!

—No puedes decirme qué hacer. Eres mi padre, pero yo soy mayor de edad y puedo hacer lo que quiera.

—Eres mayor de edad, pero actúas como un niño, necesito hacerte bien qué haces mal.

—¡No soy un niño!— Gritó Takeru.

—¡Lo eres!—Habló el mayor y justo en ese minuto la puerta de abrió.

Yamato apareció en el lugar: —¡Hey! ¿Qué sucede aquí?— Preguntó—¿Por qué gritan de esa forma?

El rubio menor simplemente observó enojado a su padre— Pregúntale a él.—Señaló a su padre. Y fue lo último que hizo antes de voltear y salir.

—¡Hey, Takeru! Aun no terminamos de hablar...—Exclamó Hiroaki— ¡Vuelve aquí!

El rubio simplemente salió.

—¡Vuelve!

—¡Hey!— Yamato le habló a su padre— Deja de gritar. Toda la empresa está escuchando su pelea.

Hiroaki frunció el ceño ante esto y se dejó caer en su silla.

¡Esto no se quedaría así!

—¿Qué ocurrió?— Preguntó Yamato— ¿Por qué discutían de esa forma?

El castaño llevó una mano a su frente masajeando su cien y guardó silencio.

—¿No vas a decirme?— Cuestionó el rubio.

—Me gustaría no hacerlo.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero admitir mi miserable derrota.—Declaró Hiroaki— Otra vez.

Al igual que hace veinte años atrás, uno de sus hijos cometía el error de involucrarse con una pobretona. Takeru, sin saberlo, estaba siguiendo los pasos de su hermano mayor. ¡Algo que, no podía permitir!

—Takeru salió más parecido a ti de lo que me gustaría.

Yamato observó a su padre desconcertado.

—Al igual que tú, está perdiendo el tiempo con una buena para nada.

La tensión en la oficina era palpable, y Yamato sintió un nudo en el estómago al escuchar las palabras de su padre. Hiroaki se mantenía erguido, sus ojos fijos en la ventana, como si la vista de la ciudad lo ayudara a mantener la compostura. Sin embargo, la ira y el desdén eran claros en su tono.

—¿Por qué no puedes dejar que Takeru elija por sí mismo? —preguntó Yamato, tratando de encontrar un poco de razón en la furia de su padre—. Hikari no es una "pobretona". Se ve que es buena chica.

Hiroaki giró su mirada hacia su hijo, y Yamato sintió el peso de esa mirada fría.

—¿Buena chica? —repitió el castaño con desdén—. Esos son solo adjetivos que utilizas para justificar lo que es obvio: está enredando a Takeru en una vida que no le corresponde. No hay futuro con ella. Lo he visto antes, y no quiero que él repita tus errores.

Yamato frunció el ceño. Recordaba perfectamente el doloroso pasado de su padre y lo que había perdido por seguir el camino de una relación que nunca debería haber comenzado. Pero lo que Hiroaki no entendía era que las circunstancias de Takeru eran diferentes.

—Papá, no puedes decidir por él —dijo Yamato, su voz firme—. Takeru necesita experimentar por sí mismo. No puedes encerrarlo en una burbuja y esperar que todo salga bien.

Hiroaki desvió la mirada, frustrado, y se pasó la mano por el cabello con exasperación.

—¿Te das cuenta de que Takeru está repitiendo los mismos errores que tú cometiste? —dijo Hiroaki, la frustración claramente visible en su rostro—. No puedo permitir que su vida se convierta en un desastre como la mía.

—Mi vida no es un desastre —replicó Yamato, su tono aumentando en intensidad.

O al menos no lo era...Cuando estaba con Mimi.

—Algunas veces es como si olvidarás lo que ocurrió con la miserable de Mimi Tachikawa y de todo el daño que causó.

Este nombre al instante provocó que el mundo se detuviera para Yamato.

—Según tú, ella también era una persona "buena"—Musitó el castaño— Pero, terminó siendo de lo peor.

—No hables así de ella.

—No la defiendas.

Yamato frunció el ceño: —Es la madre de tus nietas.

—¡No vuelvas a repetir eso!— Hiroaki se levantó de su lugar— Por favor, ya tuve una discusión, lo que menos quiero es discutir ahora contigo.— Caminó hacia la salida— Iré a fumar un cigarro.


—Pero aun no entiendo.—Comentó Ryo—¿Cómo fue que escapaste? ¿cómo sobreviviste al incendio? ¿cómo lo lograste?

—Verás...—Habló la castaña—Todo comenzó luego de que yo fui encerrada. —Mimi comenzó a hablar con voz tranquila, aunque sus ojos reflejaban la carga de aquel pasado— Tomoko, días ante, me había hablado sobre la herencia que me dejó nuestra madre, ¿recuerdas?

Ryo asintió, atento.

—Debido al patrimonio de tu padre ¿no?

—Exacto.— Afirmó la castaña—Ese mismo día decidí hablar con Koushiro. Como bien sabes, él siempre fue mal visto entre muchos, pero yo sabía que gran parte de eso fue por culpa mía y de Taichi. Koushiro fue una de las pocas personas que nos creyó cuando intentamos exponer la verdad.

Ryo asentía, dándole su apoyo silencioso.

—Le pedí a Koushiro que revisara los detalles de la herencia. —Mimi continuó— Al principio cometí el error de hablarle de ella a Yamato y Sora, pensando que ellos también me ayudarían, pero en cambio, lo usaron para quitarme todo. No obstante, Koushiro descubrió algo importante: nuestra madre había guardado una caja fuerte.

—¿Una caja fuerte?

Mimi asintió con una leve sonrisa irónica— Sí, algo que ni yo misma sabía. Mi padre había dejado una carta a nombre de mamá, y Koushiro no descubrió su existencia sino mucho tiempo después. Al revisar los trámites, él encontró que en esa caja fuerte había escrituras de propiedades en el extranjero y unas cuantas joyas de gran valor. En esa época, Jou también estaba siendo enjuiciado y bajo arresto domiciliario, así que Koushiro le informó de esto, y juntos idearon un plan para sacarme de prisión y huir.

—¿Huir? —preguntó Ryo, sorprendido.

—Sí. —respondió la castaña— Al principio, no estaba convencida, pero después de perder a mi hija y saber que aun en prisión querían acabar conmigo, decidí aceptar. Así que Koushiro y Jou planearon una manera de sacarme de allí. Y funcionó.

—¿Provocaron un incendio?

Mimi negó— No, eso fue obra de Hiroaki y su séquito. —comentó— Minutos antes de que Jou y Koushiro lograran liberarme, una mujer me atacó y me encerró en una habitación, luego activó una bomba de gas y fuego. Gracias al cielo, no se percató de que Jou estaba infiltrado en la prisión y descubrió su plan. —recordó con angustia— Él me sacó apenas unos minutos antes de que el fuego comenzara a esparcirse.

—¡Sabía que ese incendio no fue un accidente!— Exclamó Ryo— Sabía que fue obra de Hiroaki.

—Lo fue...—Habló la oji-miel— Quería exterminarme. Y casi lo logra...—Comentó con angustia—Así fue como, en medio de las llamas, Koushiro y Jou me rescataron. Y gracias a que encontraron el cadaver de otra mujer que tenía mi medalla. No hubo sospechas.

—Ahora tiene sentido. —Ryo asintió.

—Esa mujer me la quitó momentos antes. —explicó Mimi— Por eso la encontraron con ella.

La comprensión se reflejó en el rostro de Ryo.

—Fue lo mejor para mí, ya que todos creyeron que estaba muerta. —explicó Mimi— Con la ayuda de Koushiro y Jou, usando el dinero obtenido de las joyas en la caja fuerte, escapamos ilegalmente del país. —suspiró con cansancio— Lo demás… lo sabes.

—Usaste el dinero de las joyas para comenzar de nuevo y convertirte en la gran empresaria, Haruna Anderson.

—Exactamente. —asintió ella.

—¿Por qué no me dijiste que estabas bien? —preguntó Ryo, con un leve reproche en su voz— Han pasado tantos años desde el incendio.

—Porque no quería que Tomoko y tú sufrieran las mismas consecuencias. —declaró la castaña, mirándolo con ternura— Aunque teníamos dinero, la vida fue dura en un principio, y no quise involucrarlos en esa existencia de fugitivos. Además, podría levantar sospechas, preferí callar por nuestro bien.

Ryo comprendía la lógica de su hermana. Tomoko al ser hermana de Toshiko y madre del hijo de Kousei siempre levantaría sospecha un paso en falso.

—Ahora que he regresado, quería contarles la verdad, pero al verlos felices sin mí... —suspiró— Decidí no involucrarte en esto...

—¿En esto?

Mimi asintió: —En mi venganza.

¿Venganza?

—Volví porque quiero recuperar a mis hijas y quiero vengarme por todo lo que nos hicieron.—Habló Mimi—Quiero recuperar el dinero que no quitaron. Y hacer que todos ellos paguen por el dolor que nos provocaron a ti, a mi, a Tomoko. Y...—Llevó una mano a su vientre— Vengarme por la muerte de mi pequeña.

—Tú bebé...—Habló el Akiyama— Haruna ¿no?

La castaña asintió: —Ese iba a ser su nombre.

Ryo suspiró: —Yamato le colocó Demiyah.

—No me menciones a Yamato. Por favor...—Declaró la oji-miel— Él es el principal culpable de todo esto. Si hubiese creído en mi. Nada de esto hubiese pasado.

El dolor y la rabia en la voz de Mimi eran palpables. La manera en que sus manos se apretaban sobre su vientre ausente mostraba cuánto le dolía aún la pérdida de su hija. Ryo sintió un nudo en la garganta al escucharla. La historia, los años de ausencia, las heridas que nunca sanaron, todo cobraba un nuevo y más oscuro sentido.

—¿Entonces... toda esta fachada, todo lo que lograste como Haruna Anderson, fue solo el primer paso? —preguntó Ryo, todavía procesando la magnitud de lo que ella estaba revelando.

Mimi asintió, con una mirada que parecía perdida en el pasado y al mismo tiempo decidida. —Durante años, Ryo. Años en los que planeé, en los que construí todo esto desde cero. Me hice fuerte, poderosa, para asegurarme de que tendría las armas necesarias para enfrentar a quienes nos destruyeron. Nadie sabe quién soy realmente, y quiero que siga siendo así hasta el momento adecuado.

Ryo la observó, con una mezcla de admiración y preocupación. Admiraba su fortaleza y la determinación que la había llevado a construir todo ese imperio, pero el dolor en sus palabras le preocupaba.

—Hermana… —dijo suavemente, tomando su mano—, ¿estás segura de que este es el camino? El odio, la venganza… todo eso puede consumirnos.

Ella lo miró con una intensidad desgarradora. —Ryo, yo ya estoy consumida. Cuando perdí a mis hijas, perdí una parte de mí que jamás recuperaré. Lo único que me mantiene en pie es la promesa de que aquellos que me arrebataron a mis pequeñas y destruyeron nuestras vidas pagarán por todo lo que nos hicieron.

El silencio se volvió pesado. Ryo intentaba hallar las palabras correctas, pero sabía que nada aliviaría la furia de Mimi, ni el dolor de su pérdida. Después de un momento, Ryo la atrajo hacia él, envolviéndola en un abrazo que esperaba transmitiera su apoyo incondicional.

—Si este es tu camino, Mimi, no estarás sola —susurró él—. Pero quiero que sepas que, no lo has perdido todo...—Depositó su mano sobre la mano de su hermana— Te quitaron a tus hijas, pero no estás sola. Siempre me vas a tener a mi.

Mimi sonrió ante esto totalmente conmovida.

—Me alegra escuchar eso.—Declaró— Y saber que no me odias me hace sentir bien.

—¿Cómo podría odiarte?— Preguntó Ryo— Eres mi hermana. Ese es el lazo más importante que existe.

Mimi recordó cuando Ryo era pequeño y ella, siempre le repetía aquellas palabras, para confortarlo, quizás, eran huerfanos, pero mientras estuviesen unidos, jamás estarian solos.

Mimi sintió un nudo en el pecho al decir aquello, pero su expresión no mostraba más que una mezcla de firmeza y preocupación. Aún recordaba a Ryo cuando era pequeño, cómo solía abrazarlo para tranquilizarlo, recordándole que, aunque no tuvieran padres, el uno al otro sería siempre suficiente.

—Lo único que no puedo aceptar es que estés enamorado de Rika.

Ryo era su hermano, su único vínculo familiar, y ahora no podía evitar temer por él, especialmente por su relación con Rika.

—Sé que es complicado —continuó, sin soltar su mano—. Pero Rika… es hija de Yamato. Él no dudará en utilizar cualquier relación entre ustedes en su propio beneficio. No quiero que sufras por alguien que jamás entenderá lo que es ser realmente leal.

Ryo frunció el ceño, ante esto—Mimi, sé que es difícil de comprender para ti… pero Rika no es como él. Ella no es Yamato. Me importa...

Mimi suspiró, pero una parte de ella comprendía la resistencia de Ryo. —Sé que te importa, pero esta historia acabó.—Señaló la carta— Rika se va, y es lo mejor...—Declaró— Por favor...—Apretó su mano—Hermanito...No cometas mis mismos errores y deja historia...

Ryo bajó la mirada hacia la carta que Mimi le mostraba, y sus dedos se crisparon al pensar en lo que significaba. Rika se marcharía, y con su partida, cualquier esperanza que él tenía de construir algo con ella se esfumaba. La frialdad de aquella realidad le golpeó con fuerza.

Sabía que Mimi solo deseaba protegerlo, que cada advertencia y cada palabra surgían de un amor profundo y una experiencia dolorosa que no quería que él repitiera. Aún así, una parte de él se resistía a dejar ir esa esperanza, ese pequeño sueño de una vida distinta, compartida con alguien que creía entenderlo y que él también entendía.

—Ryo, mírame —dijo Mimi, tomando su rostro entre sus manos—. Sé que estás sintiendo que algo se rompe dentro de ti, y odio pedirte esto, pero tienes que ser fuerte. A veces, aferrarse a algo solo nos hunde. Yo quiero que seas libre de todo esto, que encuentres un futuro en el que no tengas que cargar con la sombra de la familia de Yamato.

Él asintió lentamente, dejando que las palabras de Mimi calaran hondo, aunque el peso de la tristeza no disminuía. Quizás tenía razón. Quizás lo mejor era dejar ir esa historia, soltar el pasado y aceptar la realidad antes de que el amor que sentía lo arrastrara hacia una oscuridad similar a la que Mimi había conocido.

—Voy a intentarlo —murmuró al fin—. No te prometo que será fácil, Mimi… pero intentaré dejarlo atrás.

La mirada de Mimi se suavizó, y sus labios esbozaron una leve sonrisa. Ver a Ryo dispuesto a escucharlo y reflexionar la llenaba de alivio, y aunque sabía que el proceso sería difícil, confiaba en que él encontraría su camino.

Ambos se abrazaron en silencio, dejando que el peso de esa decisión empezara a asentarse. Ryo comprendía que, aunque doliera, tal vez era hora de dejar que esa historia quedara en el pasado.


Rika caminó lentamente por el largo pasillo del internado, el sonido de sus pasos resonando de manera inquietante en el silencio. La luz tenue de las lámparas de gas, que colgaban de las paredes cubiertas de madera envejecida, proyectaba sombras alargadas que parecían moverse a su ritmo. El lugar, antiguo y algo deteriorado, tenía un aire extraño, como si el tiempo hubiera detenido su marcha allí, arrastrando consigo una pesadez en el ambiente que Rika no podía ignorar.

La encargada, una mujer de rostro severo y tono autoritario, la guió sin prisa a lo largo del corredor. Su voz era la única que rompía el silencio opresivo, explicándole detalles que Rika apenas escuchaba, perdida en sus propios pensamientos.

—Y esta será tu habitación —dijo la encargada, señalando una puerta de madera oscura que, al abrirse, reveló un cuarto pequeño y sombrío. Rika entró con cautela, sintiendo el aire frío que se colaba desde las grietas de las ventanas cubiertas con cortinas gruesas, que no dejaban pasar casi nada de luz.

El olor a moho y a viejo se mezclaba con la sensación de humedad en el aire, algo que le causaba una incomodidad palpable. La habitación tenía un mobiliario minimalista: una cama de hierro forjado con las sábanas de un blanco sucio, una mesa de madera oscura con una lámpara de escritorio que no parecía funcionar, y una silla de respaldo alto, envejecida por el uso. Las paredes, manchadas por el paso de los años, se sentían como si estuvieran esperando a contar historias olvidadas. La pintura, de un tono gris sucio, se despegaba ligeramente en los bordes, dejando ver la madera podrida por debajo.

La encargada le indicó con un gesto que se acercara a la cama.

—Aquí será tu espacio. Como puedes ver, compartirás cuarto con otra chica. Ella aún no ha llegado, así que tendrás el cuarto para ti sola por ahora.

Al escuchar que compartiría la habitación, Rika sintió una punzada de incomodidad en su estómago. Nunca había tenido que compartir un espacio tan íntimo con nadie. Ni siquiera con sus hermanas. Siempre había tenido su propia habitación, su propio refugio, un lugar donde podía estar sola con sus pensamientos, sin tener que adaptarse a los demás. La idea de compartir ese espacio con una desconocida le provocaba una sensación de claustrofobia y vulnerabilidad. Un nudo en su garganta comenzó a formarse, pero trató de ignorarlo.

La encargada, sin percatarse de su incomodidad, continuó con su recorrido por el lugar.

—Ahora te llevaré a conocer el resto del internado —dijo mientras cerraba la puerta detrás de ellas.

Rika la siguió sin decir palabra, sus pasos resonando de nuevo en el pasillo, mientras su mente luchaba por calmarse. Cada rincón del internado le transmitía una sensación de claustrofobia, como si los muros estuvieran demasiado cerca, presionándola. Las paredes de piedra que veían siglos de antigüedad, cubiertas de musgo y salitre, se sentían como una prisión invisible. Las ventanas pequeñas, con barrotes oxidados, apenas dejaban entrar luz, haciendo que el ambiente fuera aún más gris y sombrío.

El pasillo que recorrían parecía interminable, y cada puerta cerrada que pasaban le daba la sensación de estar atrapada en un laberinto del que no podría escapar. Las paredes eran de un color marrón desvaído, manchadas por el tiempo y la humedad, y el techo, bajo y de vigas expuestas, parecía estar a punto de ceder bajo su propio peso. Rika comenzó a sentirse pequeña, como si el espacio la estuviera absorbiendo lentamente, aplastando su individualidad bajo el peso de su historia y la del lugar.

Mientras caminaban, Rika no pudo evitar notar el eco de voces lejanas que llegaban desde otras habitaciones, sonidos apagados y arrastrados, como si el lugar estuviera lleno de presencias que no querían ser vistas, pero que no podían evitar dejar rastro.

La encargada la guió a través de un corredor estrecho que se bifurcaba en varias direcciones. Las paredes, cubiertas de tapices antiguos y sucios, mostraban imágenes descoloridas de paisajes que ya casi no se podían identificar. Los cuadros colgaban torcidos, como si fueran testigos mudos de una época que ya había quedado atrás. El aire olía a humedad, a polvo y a antigüedad, como si las habitaciones y los pasillos guardaran secretos que no deseaban ser descubiertos.

—Aquí están las otras habitaciones —dijo la encargada señalando un par de puertas más—. La sala común está al final del pasillo. Allí podrás conocer a las otras chicas.

Rika apenas escuchaba. La sensación de incomodidad en su pecho crecía. El lugar parecía estar cargado de historia, sí, pero una historia oscura y olvidada, una que no quería formar parte de su vida. La atmósfera la asfixiaba. Era como si el tiempo se hubiera detenido allí, sumido en una melancolía que se pegaba a la piel.

Al llegar a la sala común, Rika vio que el lugar tenía un mobiliario viejo, con sofás que mostraban el desgaste de los años, y una gran mesa de madera en el centro, que parecía haberse utilizado durante generaciones. Las chicas que estaban allí apenas la miraron, murmurando en voz baja entre ellas, pero Rika no les prestó atención. Solo quería escapar de ese lugar, de ese ambiente opresivo que parecía rodearla por completo.

La encargada se despidió con un tono de voz distante y formal, indicándole que volviera a su habitación cuando estuviera lista. Rika asintió con una leve sonrisa, pero en su interior sentía un creciente deseo de salir corriendo, de huir de aquel lugar tan pesado, tan ajeno a su forma de ser.

Con paso lento, regresó a su habitación, donde el aire frío y húmedo la recibió. Cerró la puerta tras ella y se acercó a la ventana, mirando al exterior. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras, y la luz tenue apenas iluminaba el paisaje gris y sombrío. Sintió un nudo en el estómago, y por un momento, deseó haber podido hacer otra elección. Deseaba estar en casa, en cualquier lugar que no fuera ese internado antiguo y desvencijado.

Se sentó en la cama, mirando las maletas que aún no había deshecho. Estaba sola, rodeada de sombras y de recuerdos lejanos. Y en ese momento, se dio cuenta de que, aunque las paredes no lo dijeran, ese lugar estaba lleno de historias de personas atrapadas en el tiempo, igual que ella, ahora que se encontraba allí, lejos de todo lo que conocía.


—¿Le dijiste la verdad a Ryo?— Koushiro le preguntó a Mimi totalmente impresionado de recibir aquella noticia.

Se suponía que, iba a ir a visitar a Ryo, como todos los días desde aquel inconveniente, apenas tenía tiempo iba a hacerle una visita. Este día no iba a ser la excepción (quería subirle el ánimo luego de recibir esa carta de Rika) Grande fue su sorpresa al ver que la visita de Haruna aun continuaba junto a Ryo. Y apenas salió de la habitación ¡Boom! le dio la noticia de que le dijo la verdad a Ryo.

—Sí, le dije la verdad.—Respondió la castaña.

—Pero habíamos acordado que...

—¡Sé lo que acordamos!— Exclamó la castaña— Pero no pude contenerme, al ver que mi hermano estaba sufriendo...—Explicó— La situación de Rika lo está rompiendo.

Koushiro suspiró, pasando una mano por su cabello con frustración. Sabía lo mucho que Mimi amaba a su hermano, pero temía que esta decisión tuviera repercusiones.

—Mimi, entiendo que quisieras ayudarlo —respondió con calma, aunque en su voz se notaba la preocupación—. Pero ahora él sabe demasiado. No podemos permitirnos que alguien más descubra la verdad. Esto podría ponernos a todos en peligro.

—¿Qué me estás diciendo? ¿Que debí dejar que Ryo siguiera sufriendo? —Mimi lo miró con una mezcla de desafío y dolor—. Él es mi hermano, Koushiro. No puedo verlo destrozarse solo por algo que podría aliviar con una verdad.

Koushiro asintió, comprensivo pero sin ceder del todo. —Lo sé, y no te pido que ignores su dolor. Solo te pido que seas consciente de lo que implica. Esta situación es complicada, y ahora él está involucrado en algo que va mucho más allá de lo que imagina.

Mimi guardó silencio, su mirada se desvió, y en su expresión había un leve arrepentimiento, pero también determinación. Sabía que Koushiro tenía razón en preocuparse, pero, en el fondo, sentía que había hecho lo correcto.

—Lo único que quiero —dijo al fin— es que él sepa que no está solo.

Koushiro suspiró ante esto, en parte entendía a Mimi, después de todo, Ryo era su hermano y, no estaba viviendo un buen momento.

—Bueno, ya se lo dijiste, esperemos que se mantenga callado.

—Lo hará. Estoy segura.—Respondió la castaña.

—Eso espero...—Murmuró el pelirrojo.

—Ahora si me permites, quiero regresar estar con mi hermano.

—No creo que sea posible.—Respondió el Izumi.

La castaña se sorprendió: —¿Por qué?

—Porque hoy tienes reunión en la empresa Ishida.—Recordó el pelirrojo— Acaso, ¿lo olvidaste?

¿Qué?

Mimi se sorprendió ante esto.

—¡Rayos!— Llevó sus manos a su cabeza— ¡Sí! Lo había olvidado.

Koushiro movió la cabeza: —Tendrás que ir a la reunión.

—Izzy...—Mimi hizo una mueca— No estoy de ánimos.

—Lo sé, y lo lamento, pero tendrás que ir.—Declaró el pelirrojo— Hoy hablarán del viaje.

Mimi se detuvo frente a su escritorio, tratando de ocultar su malestar. —¿Viaje?—preguntó.

—Acaso ¿no has revisado tu correo institucional?— Preguntó la castaña.

—Pues...—La castaña se detuvo ante esto. Estaba tan concentrada en su hermano, la situación con Rika y la ayuda que le estaba dando a Satomi para molestar a Toshiko que, dejó de lado los temas de la empresa— No.

Koushiro movió la cabeza decepcionado: —Mimi, sé que estás con ciento de cosas, pero ¡recuerda a lo que vinimos! Tenemos que vigilar los negocios de Hiroaki y Yamato.

—Lo sé, lo sé, lo sé. Pero tú sabes que son muchas cosas. No tengo la habilidad para estar al pendiente de todo.

—Sí, lo sé, pero Mimi ¡debes centrarte!—Exclamó el pelirrojo— ¡Recuerda! La forma más sana y fácil de vengarte es revelando los negocios ilegales de la familia Ishida. Haciendo eso ¡ellos caerán!

Sí, lo sabía. Pero de vez en cuando olvidaba este detalle, quería hacer justicia y ayudar a sus seres queridos ¡por sus propias manos! que olvidaba el plan que habían elaborado.

—Lo siento Koushiro.—Declaró la castaña— Te pido una disculpa.

El pelirrojo suspiró.

—Mimi, tranquila, entiendo tu situación...—Depositó una mano en su hombro— Pero tú también entiende lo que te quiero decir.

Joe y Koushiro trabajan todo el día hackeando páginas, organizando el plan empresarial de Haruna Anderson para "hacerlo creíble", seguían paso a paso los movimientos de la familia Ishida. Pero ella era la cara visible ¡y debía actuar como tal!

—Iré a la reunión.—Declaró Mimi.

—Muy bien.—Musitó Koushiro— Ahí te hablarán del viaje. Rentaro y su familia recibirán a los representates de la empresa Ishida para evaluar como va el proyecto.

Mimi con un tono que intentaba sonar interesado pero que denotaba su falta de ánimos—No estoy realmente de ánimo para viajar en este momento.

Koushiro frunció el ceño y dejó los documentos a un lado. —Lo sé, pero es importante—dijo con firmeza—La presentación del proyecto es crucial, y tú te ofreciste a ser la guía de este proyecto. Si no vas, podríamos parecer poco profesionales.

Mimi suspiró, luchando por mantener la calma. —Koushiro, no estoy en el mejor estado para esto. Hay muchas cosas en las que estoy pensando y no me siento capaz de hacer una buena impresión en este momento.

Koushiro se acercó, manteniendo un tono serio pero comprensivo. —Entiendo que estés pasando por un momento difícil, pero este viaje es esencial. Hiroaki está observando, y necesitamos ganarnos su confianza. No podemos permitirnos parecer desorganizados o poco comprometidos. Además, si te ofreciste a ser la guía, es crucial que cumplas con ese compromiso.

Mimi bajó la mirada, sintiendo la presión— No me siento apta...

—Pero sabes que esto es crucial. Necesitamos saber si Rentaro es parte de los negocios sucios de Hiroaki. De serlo, necesitamos tener todo bajo control, recuerda que si sus aliados caen, Hiroaki también caerá.

Sí, lo sabía.

Koushiro puso una mano en el hombro de Mimi, intentando transmitir apoyo. —Confío en ti. Sé que este es un momento difícil, pero tienes la capacidad y la experiencia para manejarlo. Si no estás al 100%, tal vez pueda ayudarte con algunos detalles logísticos o preparativos para aligerar tu carga.

Mimi lo miró, su expresión de conflicto aún evidente. —No quiero fallar, pero tampoco quiero hacer algo que no pueda manejar bien.

—Nadie está pidiendo que lo hagas sola—dijo Koushiro—Estamos aquí para apoyarte, pero tu presencia en la presentación es esencial. Si no vas, podríamos perder la oportunidad de impresionar a Hiroaki y ese no es un riesgo que podamos permitirnos.

Mimi asintió lentamente, dándose cuenta de la importancia del viaje. Aunque su mente estaba en otro lugar, entendió que el proyecto requería su participación.

—Está bien—dijo finalmente—Voy a ir. Pero me gustaría que me apoyaras en los preparativos y, si es posible, me ayudaras a manejar algunas cosas mientras estoy allí.

Koushiro sonrió con alivio. —Por supuesto. Vamos a trabajar juntos para asegurarnos de que todo salga bien. Te apoyaré en lo que necesites.

Mimi asintió, agradecida por la comprensión y el apoyo de Koushiro. Aunque la idea del viaje aún la inquietaba, al menos sabía que no enfrentaría el desafío completamente sola.


Rika permaneció de pie, casi en automático, mientras sus manos movían la ropa de una maleta a otra. El ambiente era pesado, casi sofocante, como si el lugar mismo la estuviera presionando para que se rindiera. No quería estar allí, no quería ser parte de ese lugar ni de esa situación, pero no tenía más opción. Cada prenda que sacaba de la maleta parecía aumentar el peso que sentía en el pecho.

El sonido de los pasos en el pasillo se acercó, y aunque trató de no prestarles atención, las voces se hicieron cada vez más claras, más cercanas. Rika respiró hondo y siguió con su tarea, convencida de que no las iba a dejar que la molestaran. Pero pronto la puerta de su habitación se abrió sin que ella la hubiera invitado, y tres chicas entraron con una actitud despreocupada, como si ya hubieran tomado posesión de ese espacio.

Rika, con su mirada fija en sus manos, continuó organizando sus cosas sin volverse a mirarlas. No quería mostrarles lo mucho que la incomodaban. Sabía lo que buscaban: una reacción, una manera de hacerla sentirse aún más fuera de lugar de lo que ya estaba.

Una de las chicas, con el cabello largo y oscuro, fue la que se acercó más a ella, observando su maleta. Rika no levantó la vista, pero la chica no parecía dispuesta a irse tan fácilmente.

—¿Eres tú la nueva compañera? —preguntó con un tono que intentaba ser curioso, pero Rika pudo notar la burla en sus palabras.

Rika simplemente asintió sin responder, manteniendo la mirada fija en su maleta mientras metía cuidadosamente sus cosas.

La chica, al ver que no recibía una respuesta, se cruzó de brazos y soltó una risita burlona.

—¡Vaya! Así que la niña de papá, ¿eh? Abandonada en este lugar —exclamó, mirando a sus amigas, que se unieron a su risa, como si todo fuera una broma muy graciosa.

Rika no mostró ningún cambio en su expresión. Mantuvo la calma, sabiendo que lo mejor era ignorarlas. Las palabras no importaban, solo eran ruido que se desvanecería pronto.

Pero entonces, una de las otras chicas, con el cabello corto y rubio, observó la maleta abierta de Rika y algo brilló en su interior. Su mirada se iluminó de inmediato.

—¡Uh, qué lindo reloj! —exclamó mientras sacaba de la maleta el reloj de pulsera de Rika, un regalo de su padre. La chica lo sostuvo entre los dedos, admirándolo con una sonrisa torcida.

Rika levantó la vista por fin, su expresión se endureció.

—Devuélvemelo —dijo con voz firme, extendiendo la mano.

La chica rubia la miró por un momento antes de soltar una risa burlona.

—¿Por qué? ¿Crees que te lo voy a robar? —respondió, como si fuera un juego.

Rika, aunque conteniendo su frustración, repitió en tono más serio:

—Te dije que me lo devuelvas. Es delicado.

Las otras dos chicas, que hasta ese momento estaban observando en silencio, comenzaron a reír aún más fuerte. La chica rubia giró el reloj entre sus dedos con una sonrisa de satisfacción.

—¿Delicado? ¿Este cacharro? —rió una de ellas, mientras la otra añadía—: ¡Vamos, no seas tan tonta! ¿Qué te pasa?

La chica con el reloj se lo pasó a su amiga con una sonrisa traviesa, y la otra lo recibió como si fuera un trofeo, pasándoselo a la tercera chica en un gesto de complicidad. Las tres se burlaban entre ellas mientras el reloj se deslizaba de una mano a otra, como si fuera un simple objeto de juego.

Rika sintió cómo la irritación comenzaba a acumularse en su pecho, pero se obligó a mantener la calma. Sabía que no valía la pena pelear por algo tan trivial. Sin embargo, la sensación de desdén y humillación en su interior era innegable. Sentía como si, por un momento, su vida entera hubiera sido reducida a nada más que un objeto de burla.

—¡Basta! —exclamó, finalmente levantándose de un salto, su rostro endurecido, sin tolerar más el espectáculo.

Las chicas se detuvieron por un momento, sorprendidas por su reacción, pero rápidamente volvieron a reírse, como si nada hubiera cambiado.

—¿Te molesta tanto? —dijo la chica rubia, ahora mirando a Rika con una sonrisa retadora. —¿Qué pasa, nena de papá? ¿No puedes soportar una broma? —Y con un último giro de muñeca, lanzó el reloj hacia la última chica, que lo atrapó con destreza.

Rika los miró unos segundos, con la respiración agitada. Su paciencia había llegado al límite.

—Ya basta —dijo con voz baja pero firme, acercándose a la chica que sostenía el reloj. Con rapidez, lo arrebató de sus manos. Las tres chicas se quedaron en silencio por un momento, observándola.

—Te dije que era delicado —susurró Rika, mirando el reloj una vez más, como si estuviera comprobando que seguía intacto. Luego, sin mirar a las chicas, lo guardó nuevamente en su maleta.

Finalmente, las chicas, ya sin mucho que decir, se miraron entre sí y, con una última carcajada, salieron de la habitación, dejando a Rika con la sensación de que aquel momento la había dejado más herida que cualquier otra cosa.


La sala de reuniones estaba llena de ejecutivos y miembros clave de la empresa, todos esperando la llegada de Hiroaki, quien solía imponer su presencia con una seguridad intimidante. Yamato se encontraba sentado en un extremo de la larga mesa de madera, su postura encorvada y los ojos perdidos en la pantalla de su laptop, donde pretendía concentrarse en el último informe. Sin embargo, su mente no estaba allí. Desde la partida de Rika al internado, un vacío lo seguía constantemente, y aunque intentaba disimular su tristeza, sus pensamientos se desviaban una y otra vez hacia el frío "adiós" que su hija le había dado.

Hiroaki entró a la sala, acompañado por su asistente. Los murmullos cesaron de inmediato, y todos se enderezaron en sus asientos. Yamato levantó la vista, forzando una expresión neutral, aunque su corazón estaba lejos de aquel lugar. Hiroaki no perdió tiempo y fue directo al punto.

—Gracias a todos por asistir —comenzó Hiroaki, con su tono firme y autoritario—. Como saben, el señor Rentaro está muy interesado en los avances de nuestro proyecto estrella. Ha estado siguiendo de cerca nuestro desarrollo y considera que es el momento adecuado para una revisión más profunda.

La mención de Rentaro captó la atención de todos. Rentaro era uno de los inversionistas más influyentes y exigentes, conocido por su perfeccionismo y su capacidad de detectar debilidades en cualquier proyecto. Yamato sintió una presión extra en sus hombros; no solo por el proyecto, sino porque Rentaro esperaba mucho de él, casi tanto como su propio padre.

Hiroaki continuó, sin apartar la mirada de los papeles que sostenía.

—Por esta razón, ha solicitado que el equipo a cargo del proyecto viaje a Italia para una presentación en persona. Quiere evaluar nuestro progreso y asegurarse de que vamos por el camino correcto.

Un murmullo de sorpresa recorrió la sala. Yamato parpadeó, sintiendo que el anuncio lo había tomado desprevenido, aunque seguía intentando mantener la compostura. No estaba en el mejor estado emocional para un viaje de trabajo tan importante, pero sabía que no podía permitirse mostrar debilidad.

Hiroaki miró a los presentes, deteniéndose brevemente en su hijo antes de anunciar:

—Yamato y Haruna, ustedes estarán a cargo de representar a la empresa. Parten en dos días, así que prepárense.

Yamato apenas logró ocultar su sorpresa, pero su expresión traicionó un ligero parpadeo de desconcierto. No esperaba que lo enviaran tan pronto, y mucho menos en su estado actual, todavía sacudido por la despedida de Rika. Sintió el peso de la responsabilidad caer sobre él, y aunque intentó convencerse de que esto sería una distracción necesaria, el dolor en su pecho no se disipaba.

Haruna, que estaba sentada al otro lado de la mesa, también mostró una reacción inesperada. Se quedó rígida por un instante, procesando la noticia, recién fue consciente de que ¡debía viajar con Yamato! eso no era algo que hubiera planeado, especialmente considerando su situación personal y los planes que tenía en mente para acercarse a Rika y a Yamato por otros medios. Sin embargo, su expresión cambió rápidamente a una de aparente aceptación.

—Es un honor, señor Hiroaki —dijo Haruna, escondiendo su sorpresa bajo una capa de profesionalismo—. Agradezco la confianza y me aseguraré de que Rentaro quede satisfecho con nuestros avances.

Hiroaki asintió, satisfecho con la respuesta de Haruna. Yamato, por su parte, solo pudo asentir levemente, sin encontrar las palabras adecuadas. No estaba seguro de si quería este viaje o no, pero sabía que no tenía opción. Miró de reojo a su padre, quien, como siempre, no mostraba ningún rastro de emoción. En ese momento, Yamato sintió una mezcla de resentimiento y resignación. Su padre siempre había sido así: implacable, enfocado en los negocios y ajeno a los problemas emocionales de su familia.

—Eso es todo por hoy. Tienen un plazo muy ajustado, así que no quiero ningún retraso. Italia nos espera, y no podemos fallar —concluyó Hiroaki, cerrando el expediente frente a él con un golpe seco.

Yamato asintió en silencio mientras la reunión se dispersaba. Haruna lo observó de reojo, tratando de descifrar lo que pasaba por la mente de Yamato, pero él se mantuvo distante, sumido en sus propios pensamientos. Sabía que debía enfocarse en el trabajo, pero una parte de él seguía anclada a la puerta de su casa, donde su hija le había dado ese último adiós.


Kiriha caminaba por el pasillo de la empresa, con la vista fija en el suelo y sus manos apretando fuertemente su vientre. Cada paso era un esfuerzo, y el dolor punzante en su abdomen no hacía más que intensificarse. A pesar de su intento por disimularlo, el sudor frío comenzaba a recorrer su frente. Sabía que algo no estaba bien, pero prefería ignorarlo. No podía permitirse mostrar debilidad, no en ese momento, no ante nadie.

Cuando llegó a su oficina, apenas pudo sostenerse al abrir la puerta. Se dejó caer en la silla, respirando pesadamente, con la cara contorsionada por el malestar. Cerró los ojos, tratando de controlar la oleada de dolor que lo invadía, pero no podía. Era cada vez peor.

En ese instante, Nene entró rápidamente, como si hubiera estado esperándolo, y al ver a Kiriha en ese estado, su rostro se tornó serio. Se acercó a él con pasos rápidos, observando la forma en que se sostenía y el sudor que perlaba su frente.

—Kiriha, ¿cómo te sientes? —preguntó, notando la tensión en su voz, aunque intentó ocultarlo.

Kiriha levantó la mirada, forzando una sonrisa débil.

—No... no es nada, Nene. —Su voz temblaba, y aunque intentó sonar calmado, sus ojos traicionaban el dolor que sentía.

Nene no se dejó engañar. Dio un paso más cerca, su expresión preocupada.

—¡Evidentemente no estás bien! —exclamó, algo molesta por su actitud. —Esto no parece algo que puedas ignorar.

Kiriha negó con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza al sentir un dolor aún más fuerte.

—Te lo juro, no es nada... —dijo entre dientes, pero la palidez de su rostro y su respiración entrecortada no coincidían con sus palabras.

Nene lo observó detenidamente, su mirada se suavizó, pero su preocupación solo aumentó.

—Es obvio que algo te sucede —insistió, acercándose más, poniéndose frente a él. —Deja de negarlo. ¡Voy a llamar a una ambulancia!

Kiriha reaccionó al instante, levantando las manos como si tratara de detenerla.

—No... ¡No lo hagas! —su voz sonó algo quebrada, como si el dolor lo estuviera afectando más de lo que quería admitir.

Nene no iba a rendirse. Se agachó frente a él, colocando sus manos sobre sus, obligándolo a mirarla a los ojos.

—Kiriha, te necesitamos bien. ¡Y estás mal! —dijo con firmeza, su voz llena de urgencia.

Kiriha frunció el ceño, su cuerpo temblando ligeramente mientras luchaba por mantenerse en control. Sabía que Nene tenía razón, pero no quería ser el centro de atención, mucho menos en ese momento. No quería que todo el mundo supiera lo que estaba sucediendo.

—Por favor... —dijo en un susurro, su voz rota por el dolor. —No lo hagas, Nene... te lo ruego.

Nene lo miró un momento, leyendo su desesperación, pero también viendo la debilidad detrás de su fachada. Era evidente que lo necesitaba. No podía dejarlo allí solo. Sin decir palabra alguna, se levantó rápidamente y se acercó a la puerta.

Pero Kiriha, con dificultad, alcanzó su chaqueta y, con las manos temblorosas, sacó un conjunto de llaves. Las entregó a Nene sin decir nada más, como una última súplica silenciosa.

—¡Toma! —dijo, su voz tensa—. No hagamos un escándalo en la empresa. Vamos en mi auto...

Nene tomó las llaves con rapidez, sin dudarlo ni un segundo. Miró a Kiriha con una mezcla de preocupación y determinación.

—No te preocupes —respondió, con voz suave pero firme—. Te llevo yo.

Antes de que Kiriha pudiera protestar, Nene salió de la oficina con paso rápido, dirigiéndose hacia el coche para llevarlo al lugar donde lo atenderían. Kiriha se quedó allí unos segundos, respirando pesadamente, antes de levantarse y seguirla, sabiendo que no tenía otra opción.


Luego del termino de la reunión, y los ejecutivos se habían dispersado, dejando a Yamato y a Hiroaki solos en la amplia sala de juntas. Yamato se quedó inmóvil, observando los documentos sobre la mesa mientras intentaba procesar la conversación. La noticia del viaje a Italia seguía pesando sobre él, y aunque sabía que era una oportunidad crucial para la empresa, sentía que no tenía la fuerza para enfrentarlo.

Yamato respiró hondo, tratando de reunir el coraje necesario para hablar. Se acercó a su padre, quien seguía revisando papeles sin mostrar la más mínima señal de querer terminar la conversación.

—Padre, necesito hablar contigo sobre el viaje —dijo Yamato, intentando sonar firme, aunque su voz reflejaba su cansancio.

Hiroaki apenas levantó la mirada, continuando con sus anotaciones sin darle demasiada importancia.

—¿Qué pasa? —preguntó Hiroaki, sin molestarse en ocultar su impaciencia.

Yamato se pasó la mano por el cabello, sintiendo el peso de la conversación que estaba por tener.

—No estoy en condiciones de viajar, no tengo ánimos para esto —confesó Yamato, evitando los ojos de su padre.

Hiroaki dejó de escribir y levantó la vista, observando a Yamato con una expresión de desaprobación. Había escuchado excusas antes, pero no esperaba escuchar una tan débil de su propio hijo.

—No se trata de ánimos, Yamato. Es tu obligación. Este proyecto depende de ti, y Rentaro espera resultados. No podemos darnos el lujo de fracasar por algo tan trivial como tus sentimientos.

Yamato apretó los puños, sintiendo la rabia y la frustración subir a su pecho. Sabía que su padre no lo entendería, pero no podía evitar intentarlo.

—Padre, no es solo por mí. La situación con Rika… todo esto ha sido muy difícil, y no estoy bien. No puedo concentrarme, no puedo fingir que todo está normal.

Hiroaki bufó, dejando caer los papeles sobre la mesa con un golpe seco.

—¿Estás hablando en serio, Yamato? —dijo, con una mezcla de incredulidad y desdén—. Esto no es un juego de emociones. No me interesa si no estás de ánimo. Esto es una cuestión de seriedad y responsabilidad. No tienes opción, vas a ir.

Yamato sintió que un nudo se formaba en su garganta. Intentaba mantener la compostura, pero la falta de empatía de su padre lo desgarraba.

—No lo entiendes… —intentó decir Yamato, pero fue interrumpido bruscamente.

—No, tú no entiendes —replicó Hiroaki, elevando la voz—. Esto no tiene nada que ver con tus estados de ánimo ni con tus problemas personales. Te crié para que fueras fuerte, no para que te dejaras vencer por sentimentalismos ridículos.

El desprecio en la voz de Hiroaki se hizo aún más evidente cuando mencionó a Rika.

—Y menos por esa arrimada. No puedo creer que te afecte tanto la situación de una niña que ni siquiera es de nuestra sangre.

Yamato sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Apretó los dientes, aguantando la ira que amenazaba con desbordarse. Rika era su hija, y aunque su relación no era perfecta, el desprecio con el que Hiroaki se refería a ella lo hacía sentir impotente y enfurecido.

—Padre, Rika no es una arrimada. Es mi hija —respondió Yamato, su voz temblorosa, luchando por mantener el control.

Pero Hiroaki no cedió ni un ápice.

—Esa niña no es nada para nosotros más que una carga, y no puedo permitir que sus dramas te desvíen de tus verdaderas responsabilidades. Este viaje no es opcional. Vas a ir porque es tu deber, y porque esta empresa necesita que pongas tu cabeza en su lugar. Así que deja de comportarte como un niño y cumple con lo que se espera de ti.

Yamato cerró los ojos por un momento, intentando contener las lágrimas de frustración. Sabía que discutir con su padre era inútil, que ninguna palabra cambiaría su manera de pensar. Había perdido esta batalla antes de siquiera empezarla.

Finalmente, Yamato asintió, resignado.

—Está bien, iré —dijo con voz baja, casi inaudible.

Hiroaki se giró, satisfecho con la respuesta, y volvió a enfocarse en sus papeles como si la conversación nunca hubiera ocurrido.

—Eso esperaba escuchar. Prepárate, saldrán mañana a primera hora.

Yamato se dio la vuelta y salió de la sala de reuniones, sintiéndose más abatido que nunca. Aceptaba el viaje no por gusto, sino porque no tenía elección. Caminó por el pasillo, sintiendo que cada paso lo alejaba más de la posibilidad de reconciliarse con su hija y de encontrar la paz que tanto necesitaba.


Kiriha estaba acostado sobre la camilla, la habitación fría y estéril a su alrededor. Las luces brillaban intensamente, pero todo parecía difuso a medida que el anestésico comenzaba a hacer efecto. El dolor que había sentido antes de llegar a la clínica había disminuido, pero una sensación de inquietud aún lo mantenía alerta. Estaba a punto de someterse a una operación, y aunque confiaba en los médicos, una parte de él deseaba estar en cualquier otro lugar que no fuera allí, esperando ser intervenido.

El sonido de pasos acercándose lo sacó de su ensimismamiento, y cuando levantó la vista, vio a Nene entrar a la habitación. Estaba vestida con ropa cómoda, su rostro reflejaba preocupación, pero también una determinación que Kiriha no podía ignorar. Se acercó rápidamente a su lado, tomando su mano con suavidad, como si eso fuera lo único que podía hacer para calmar la tormenta que comenzaba a agitar su interior.

—Todo va a estar bien, Kiriha —dijo Nene, con una voz suave pero firme, sus ojos brillando con una mezcla de ternura y fuerza.

Kiriha la miró en silencio, sintiendo cómo el nudo en su garganta se apretaba. Su respiración se volvió más lenta, más profunda, como si sus palabras le dieran una pequeña tregua, aunque la ansiedad seguía ardiendo en su pecho.

—Eso espero —respondió, con una ligera sonrisa que intentaba disimular lo tenso que se sentía.

Nene, sin decir una palabra, se inclinó hacia él, apartando un mechón de cabello que se había pegado a su frente por el sudor. Con un gesto suave, acarició su cabello, y Kiriha se tensó ligeramente, sorprendido por el gesto. Nunca antes la había visto tan cercana de esa manera. La calidez de su mano, la suavidad de su toque, lo desconcertaron, y por un momento, deseó que el tiempo se detuviera ahí, que esa sensación de cuidado lo envolviera por completo.

—Nene... —murmuró, mirando sus ojos—. Mejor vete. Yo estaré bien solo. No tienes que quedarte.

La voz de Kiriha sonó más quebrada de lo que quería. Estaba luchando contra la incomodidad que le generaba ser tan vulnerable, estar tan expuesto. No quería que Nene lo viera en ese estado, pero al mismo tiempo, no podía evitar desear que no lo dejara solo.

Nene lo miró fijamente, negando con la cabeza de inmediato.

—¿Por qué? —preguntó, su tono era suave, pero estaba cargado de una preocupación sincera—. No tienes que hacerlo solo, Kiriha. No tengo prisa por irme.

Kiriha apretó los labios, mirándola con una expresión tensa, casi desafiante. Su rostro estaba marcado por la incomodidad, y aunque la debilidad física lo había hecho más vulnerable, no quería que Nene lo viera así.

—Si Yamato se entera de que estoy aquí contigo... no le va a gustar —dijo, bajando la mirada, mordiéndose el labio inferior con frustración. La idea de que su hermano descubriera que Nene se había quedado con él, lo incomodaba profundamente. No sabía cómo lo tomaría, pero lo dudaba.

Nene, al escuchar sus palabras, simplemente rodó los ojos con un gesto cansado, como si no le importara en absoluto lo que pudiera pensar Yamato de ella. La expresión en su rostro cambió, mostrando una determinación clara.

—No me importa lo que mi padre piense —respondió con una sonrisa burlona, como si no le diera la más mínima importancia a la opinión de su padre o de cualquier otra persona. —Yo no te dejaré solo. No tengo la intención de irme, Kiriha.

Las palabras de Nene llegaron a él como un bálsamo, calmando un poco su agitación. No dijo nada más, pero en el fondo, agradecía su presencia. Apreciaba que estuviera ahí, junto a él, cuando más lo necesitaba. Sabía que ella no se iría, y eso, por algún motivo que no podía explicar, le daba fuerzas.

Kiriha suspiró, cerrando los ojos mientras trataba de relajarse. Sabía que todo lo que podía hacer ahora era confiar en los médicos, pero el hecho de no estar solo en ese momento significaba más de lo que podría haber esperado. La calidez de la mano de Nene sobre la suya lo tranquilizó más que cualquier otra cosa.

—Gracias —susurró finalmente, su voz apenas audible.


La tarde había caído sobre la ciudad, y Yamato se encontraba revisando documentos en su oficina, preparándose para el viaje a Italia. La presión de la presentación ante Rentaro lo mantenía inquieto, pero había algo más que lo incomodaba: la idea de pasar tiempo a solas con Haruna. A pesar de sus diferencias y la frialdad con la que a veces se trataban, Haruna era una de las pocas personas en la empresa en las que podía confiar para este tipo de misiones.

Haruna entró en la oficina, llevando su tablet en la mano y una expresión de aparente seguridad. Aunque estaba acostumbrada a los viajes de negocios, esta vez no se sentía tan cómoda. Sabía que estar a solas con Yamato, sin la distracción de otros miembros del equipo, sería complicado, especialmente con la tensión que siempre flotaba entre ellos.

—Yamato, ya tengo los informes listos para el viaje —anunció Haruna.

¡Gracias al cielo! Tenía a Koushiro, quien la ayudaba a avanzar más rápido en eso.

Yamato levantó la vista y asintió, agradecido de que Haruna siempre mantuviera la eficiencia en su trabajo.

—Perfecto, Haruna. Yo también terminé lo que me corresponde a mi. Leeré lo que me trajiste antes del viaje.

La castaña asintió.

—Disculpa Yamato, pero estaba pensando en los detalles del viaje—Comentó.

—¿Detalles?

—Sí.—Respondió Mimi/Haruna— Sobre el boleto y la clase...

—No se preocupe por eso.—comenzó Yamato, con tono serio—. Creo que lo mejor será que vayamos en mi jet privado.

Mimi parpadeó, sorprendida por la propuesta. No era raro que Yamato utilizara su jet para viajes personales, pero nunca habían volado juntos de esa manera. Era algo más íntimo y, para ella, incómodo.

—¿El jet privado? —repitió, intentando que su tono sonara neutral—. Podemos comprar boletos comerciales, no es necesario…

Pero Yamato negó con la cabeza antes de que pudiera terminar.

—No, será más rápido si usamos el jet. No tendremos que preocuparnos por reservar boletos, ni esperar vuelos de conexión. Además, podemos salir en cuanto terminemos y volver sin perder tiempo. Será mucho más eficiente.

Mimi intentó mantener la compostura, aunque por dentro la idea la inquietaba. Volar en un jet privado con Yamato significaba pasar muchas horas a solas con él, sin más distracciones que el silencio compartido y la tensión que siempre parecía existir entre ambos. Sentía un nudo en el estómago solo de imaginar el escenario.

—Entiendo tu punto… —dijo la mujer, intentando sonar práctica—. Supongo que tiene sentido desde el punto de vista logístico. Pero no quiero que esto sea un inconveniente para ti.

Yamato sonrió de lado, aunque su sonrisa no llegó a sus ojos, que seguían reflejando el cansancio de los últimos días.

—No te preocupes, Haruna. Ya está todo arreglado, y prefiero hacerlo de esta manera. Podemos enfocarnos en lo que tenemos que hacer sin perder más tiempo. Además, es un viaje de trabajo, no de placer. Así que no hay nada que me incomode.

Mimi asintió lentamente, aunque en su mente seguía evaluando la situación. Sabía que no tenía otra opción y que Yamato, con su actitud decidida, ya había tomado la decisión por ambos. Lo único que podía hacer era adaptarse y mantener su profesionalismo.

—De acuerdo. Entonces nos vemos en el hangar a la hora acordada —dijo la castaña, recogiendo las carpetas con una calma fingida.

Yamato asintió, sin darle más vueltas al tema.

—Nos vemos allí. Asegúrate de tener todo listo.

Mimi salió de la oficina, y al cerrar la puerta detrás de ella, dejó escapar un suspiro. Sentía que cada paso hacia el jet privado era un recordatorio de lo mucho que se complicaba todo cuando se trataba de Yamato. No era solo un viaje; era un espacio donde las miradas y los silencios podían volverse más pesados que cualquier reunión de trabajo. Pero, como siempre, Mimi estaba decidida a no mostrar ninguna debilidad.

Sabía que tendría que pasar esas horas a solas con Yamato, lidiando con sus propios sentimientos mientras intentaba mantener la fachada de una mujer imperturbable y segura. El viaje apenas comenzaba, y ya sentía la incomodidad instalada en su pecho.


Izumi salió de la compañía al final de la jornada, con los brazos llenos de carpetas, documentos y su bolso, claramente sobrecargada de trabajo. Intenta equilibrar todo mientras camina hacia la salida, pero es difícil. Los papeles empiezan a deslizarse de las carpetas, y, justo cuando trata de ajustarlos mejor, una ráfaga de viento fuerte le juega una mala pasada.

En un abrir y cerrar de ojos, la carpeta más pesada se resbaló de sus manos y cayó al suelo. Al instante, sus papeles volaron en todas direcciones, esparciéndose por la entrada de la compañía. Izumi se queda congelada un momento, abrumada, mientras el viento sigue llevándose algunos documentos más lejos.

Frustrada, se inclinó y para comenzar a recoger lo que pudo, tratando de atrapar las hojas antes de que el viento se las llevara completamente.

Mientras Izumi se inclinaba para recoger los documentos, absorta en su propia frustración, no notó la pequeña figura que se acercaba sigilosamente. De repente, sintió un tirón en su bufanda y, al girarse sorprendida, se encontró cara a cara con un perro juguetón, que había decidido que la bufanda de Izumi sería su nuevo juguete.

—¡Oye, suelta eso! —exclamó, intentando jalar su bufanda con cuidado.

El perro, sin embargo, no tenía intención de soltarla. Con ojos brillantes y cola meneante, tiraba en dirección opuesta, como si fuera un juego. Izumi intentó una y otra vez zafarse de él, pero cuanto más tiraba, más parecía disfrutarlo el animal. Al dar un último jalón más fuerte, la fuerza del tirón hizo que Izumi perdiera el equilibrio y, para su horror, acabó cayendo al suelo… ¡justo en un charco de lodo!

El lodo salpicó su ropa y manos, y sintió un calor en las mejillas cuando algunas personas pasaron cerca, observándola con una mezcla de sorpresa y diversión. Abatida, Izumi bajó la mirada, tratando de no mostrar su vergüenza y recoger nuevamente los documentos.

Fue entonces cuando una voz familiar se escuchó junto a ella.

—¿Izumi? —era Takuya, que se había acercado sin que ella se diera cuenta.

Él se inclinó rápidamente, con una mezcla de preocupación y simpatía en su rostro, y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse. Ella lo miró, entre apenada y aliviada, y finalmente aceptó su ayuda.

—¿Estás bien? —preguntó Takuya con el ceño fruncido, su tono reflejando verdadera preocupación.

Izumi, aún sentada en el suelo y con las manos cubiertas de lodo, lo miró y asintió con una leve sonrisa nerviosa.

—Sí… o eso creo —respondió, intentando sonar despreocupada, aunque el leve temblor en su voz la delataba.

Takuya observó por un momento su aspecto —el cabello ligeramente desordenado, su bufanda aún atrapada entre los dientes del perro juguetón, y la mezcla de frustración y tristeza en sus ojos—, y se inclinó un poco más hacia ella.

—Déjame que te ayude —le dijo con suavidad.

—¿E? N-no, no es necesario.

—¡Hey!— Takuya simplemente ignoró su respuesta, antes de que Izumi pudiera decir algo más, él se agachó a su lado, retirando con delicadeza al perrito que seguía jugueteando con la bufanda, y le soltó el borde que aún tenía atrapado entre los dientes y suavemente levantó a la rubia.

Izumi, aún un poco avergonzada, miró a Takuya mientras se incorporaba. El frío aire de la tarde parecía agravar la incomodidad que sentía al estar cubierta de lodo, y sus manos, aún manchadas, no ayudaban a calmar su creciente vergüenza.

—Gracias —murmuró, intentando sonreír a pesar de la situación. Takuya la miró con una leve sonrisa que transmitía calidez, como si su torpeza no fuera algo tan grave.

—No fue nada —respondió él con una voz suave, casi casual, pero sus ojos no dejaban de estudiar a Izumi con atención.

—¿Cómo estás? —preguntó de nuevo, sin apartar la mirada. Había algo en su tono que demostraba que realmente le preocupaba.

Izumi, evitando mirarlo directamente, bajó la cabeza, observando el lodo en sus manos como si eso pudiera ayudarla a evitar el contacto visual.

—Bien… solo un poco de lodo, pero nada más —respondió rápidamente, tratando de minimizar el incidente. No podía evitar la sensación de incomodidad que se apoderaba de ella, y aunque intentó mantener la calma, algo en su interior le decía que las palabras no eran suficientes para describir el caos interno que sentía.

La rubia permaneció callada por un largo momento, las palabras se atoraban en su garganta. No podía hablar con Takuya, no después de lo que Kouji le había dicho. Sin embargo, al mismo tiempo, la proximidad de él la ponía nerviosa y, por alguna razón, también la hacía sentirse segura, algo que no había experimentado en mucho tiempo.

Izumi, mirando hacia el suelo, notó que la chaqueta de Takuya parecía desabrochada. Apenas se dio cuenta de lo que iba a suceder antes de que él, sin decir una palabra más, se acercara a ella y la envolviera con su chaqueta.

Izumi alzó la vista, sorprendida. No esperaba eso de él, y menos en ese momento.

—¿Qué…? —susurró, sorprendida por su gesto.

Takuya, con una expresión tranquila, la miró directamente a los ojos.

—Es para que no te sientas tan avergonzada —dijo con naturalidad. Su tono era calmado, como si para él fuera lo más natural del mundo hacer algo tan sencillo. Pero lo que realmente sorprendió a Izumi fue la forma en que parecía haber anticipado sus pensamientos.

Izumi lo miró fijamente, sin palabras, mientras su corazón latía más rápido. ¿Cómo sabía lo que estaba sintiendo? ¿Cómo había sabido que esa era precisamente la razón por la que se sentía tan incómoda? La sensación de vergüenza aumentó, pero al mismo tiempo, algo cálido y suave la envolvía, y por primera vez en mucho tiempo, la presencia de alguien más no le parecía tan ajena.

—Gracias —dijo, esta vez en un susurro, casi como si no pudiera creer que alguien fuera tan considerado con ella.

¡Bip, bip!

Justo en ese minuto su móvil sonó, Izumi sacó su Iphone y al ver la pantalla era Kouji que le envió un mensaje.

(De: Kouji)
Te estoy esperando en el estacionamiento.

—¿E?—Balbuceo la rubia—De-debo irme.— Permiso. Adiós.

Takuya hizo una mueca al notar que Izumi no quería continuar hablando con él.

—Adiós.—Respondió.

Fue así como la Ishida sin alzar la mirada se alejó del lugar dejando a Takuya desconcertado. Pero se desconcertó aun más cuando la chica se detuvo y se quitó la chaqueta para luego devolvérsela al moreno.

Takuya, que había estado observando en silencio, no esperaba eso. Su rostro mostró una ligera sorpresa, pero sus ojos no dejaron de mirar a Izumi. De alguna manera, ya lo había intuido: ella no quería nada que pudiera hacerla sentir vulnerable, nada que pudiera hacerla sentir más cerca de él de lo que ya estaba.

—Izumi no necesario... —comenzó a decir, un poco confundido, pero ella lo interrumpió con un leve gesto de la mano.

—¡Claro que sí! Esta chaqueta es tuya...—respondió, manteniendo la cabeza baja mientras le devolvía la chaqueta. A pesar de la suavidad de su tono, había una firmeza inquebrantable en su actitud, como si lo que le ofreciera Takuya fuera una carga que no podía aceptar—Pero gracias por el gesto.

Takuya la observó un momento, incapaz de evitar sentir una mezcla de frustración y comprensión. Sabía lo que estaba pasando, aunque no lo dijera en voz alta. Sabía que, por alguna razón, ella no quería acercarse a él más de lo que ya lo había hecho. La distancia entre ellos, aunque pequeña, parecía enorme en ese instante.

Con una ligera sonrisa, Takuya tomó la chaqueta, pero no la devolvió inmediatamente. La observó unos segundos más antes de hablar con suavidad, como si sus palabras pudieran ser la última oportunidad para decir lo que no se atrevía antes.

—Está bien —dijo simplemente, con un tono que intentaba transmitir tanto comprensión como aceptación—. No tienes que explicarme nada.

Izumi, con un leve suspiro de alivio, asintió brevemente y volvió a dar un paso atrás, comenzando a alejarse una vez más.

—Adiós, Takuya —dijo, ya con la voz más firme, aunque su corazón seguía latiendo con esa sensación de vacío inexplicable.

Takuya se quedó allí, observándola alejarse, con la chaqueta aún en sus manos. No entendía del todo, pero algo le decía que, de alguna manera, esa interacción había significado mucho más para ambos de lo que las palabras podían expresar.

Con una mirada pensativa, Takuya se quedó parado en el mismo lugar, mientras la figura de Izumi se desvanecía en la distancia, dejando un eco silencioso en su mente.


El ambiente era suave, envolvente, casi etéreo. Kiriha comenzó a despertar lentamente, como si su cuerpo estuviera tomando su tiempo para regresar de un lugar lejano. La suavidad de la camilla en la que se encontraba lo envolvía, y una ligera presión en su abdomen le recordó de inmediato lo que había sucedido: la operación, el dolor, la incertidumbre. Aún sentía el rastro de la anestesia en su cuerpo, nublando sus pensamientos, haciendo que todo se sintiera distante, como si estuviera bajo el agua.

Su respiración era pausada y controlada, pero sus párpados pesaban como si fueran de plomo. Sin embargo, algo en el aire lo hizo abrir los ojos lentamente. Primero, la luz parecía un destello brillante, pero luego, al ajustarse su visión, pudo distinguir las sombras suaves que rodeaban el cuarto. La habitación tenía un tono cálido, más acogedor que el frío estéril que había experimentado antes de la operación. Estaba en una habitación privada, con paredes claras, pero lo que más lo sorprendió fue la figura que se encontraba a su lado.

Nene estaba allí, a su lado, sentada en una silla junto a su cama. Sus cabellos castaños con ondas caían con suavidad sobre sus hombros, y sus ojos de extraño color morado, centrados en él, reflejaban una mezcla de alivio y preocupación. El gesto en su rostro le era familiar, pero había algo diferente, algo que lo hacía sentirse más vulnerable, más expuesto. Nene estaba completamente concentrada en él, como si estuviera esperando que despertara.

Su mano, delicadamente, acariciaba su cabello, moviéndose con suavidad, casi como un gesto automático, como si lo hubiera estado haciendo por mucho tiempo. La sensación de su toque era tan cálida, tan reconfortante, que Kiriha no pudo evitar relajarse de inmediato, como si la ansiedad y el dolor que había sentido antes de la operación comenzaran a desvanecerse bajo sus dedos.

—¿Nene...? —murmuró Kiriha con voz quebrada, apenas audibles, sus ojos entreabiertos.

Al escuchar su nombre, Nene levantó la mirada y sus ojos brillaron con una mezcla de alivio y ternura. De inmediato, detuvo el suave movimiento de sus dedos y lo miró con una suavidad que le hizo sentir una extraña sensación en el pecho. Parecía estar completamente presente, como si todo lo demás hubiera desaparecido en ese momento.

—Kiriha... —dijo, con una sonrisa que trató de mantener tranquila, pero la ligera tensión en su voz dejaba claro lo preocupada que había estado—. Estás despierto...

Él la miró en silencio por un momento, su mente comenzaba a despejarse lentamente, y la confusión que había sentido se fue disipando poco a poco. Recordaba la operación, pero ahora solo quería sentir esa calma que le transmitía Nene.

—¿Estuve mucho tiempo inconsciente? —preguntó, su voz era rasposa y cansada, pero en su tono también había una leve curiosidad, como si aún no estuviera completamente seguro de lo que había pasado.

Nene negó con la cabeza suavemente, con una sonrisa tranquila, pero sus ojos aún reflejaban cierta preocupación.

—No, solo un par de horas. La operación salió bien. Estás bien, Kiriha —dijo, acariciando suavemente su cabello de nuevo, esta vez con más ternura. El gesto no era de prisa, sino uno que parecía querer transmitirle toda la calma que ella misma sentía ahora que él estaba despierto y fuera de peligro.

Kiriha cerró los ojos por un momento, disfrutando de la sensación del toque de Nene. Su respiración se estabilizó, y el dolor en su abdomen, aunque aún presente, ya no le resultaba insoportable. Había algo en la forma en que Nene lo cuidaba que lo hacía sentirse más fuerte, como si estuviera rodeado de una burbuja protectora que alejaba cualquier amenaza o dolor.

—No tienes que estar aquí... —murmuró Kiriha, su voz débil, aunque una parte de él no quería que ella se fuera. No entendía por qué le costaba tanto admitir lo que realmente sentía, pero había algo en la presencia de Nene que lo hacía sentirse menos solo, menos vulnerable.

Nene lo miró con una sonrisa suave, pero sus ojos tenían una mirada firme, decidida.

—Sí, tengo que estar aquí —respondió con una seguridad que lo tranquilizó más de lo que esperaba. Su mano siguió acariciando su cabello con un gesto casi maternal, como si supiera exactamente lo que él necesitaba en ese momento.

Kiriha la miró fijamente, sintiendo cómo la calidez de su toque comenzaba a penetrar en su pecho, eliminando lentamente las sombras de angustia que aún quedaban en su interior.

—Tú... no necesitas hacer todo esto por mí —dijo, de forma que apenas podía creerse lo que estaba diciendo. A pesar de las palabras, en su corazón algo comenzó a transformarse, algo que hasta entonces había estado oculto y ahora comenzaba a salir a la luz.

Nene no respondió de inmediato, simplemente continuó acariciando su cabello, dejándose llevar por el momento. La silenciosa conexión entre ellos lo decía todo, más allá de las palabras. En sus ojos, Kiriha pudo ver lo que ella pensaba, y por primera vez, no se sintió como un hombre perdido o desamparado, sino como alguien que, aunque no lo entendiera completamente, podía confiar en ella.

—No tienes que decir nada, Kiriha —respondió Nene, con suavidad. —Solo... quédate tranquilo. Todo estará bien. Yo estaré aquí.

Con esas palabras, Kiriha dejó escapar un suspiro. Sus ojos se cerraron nuevamente, y por un breve instante, se permitió descansar en la calma que Nene le brindaba, sintiendo cómo su presencia lo envolvía y lo mantenía a salvo.


Takeru caminaba con paso decidido hacia el edificio donde Hikari lo esperaba. Había sido un día largo, pero estaba ansioso por verla, por compartir un rato con ella después de tantos momentos complicados. A medida que se acercaba a la entrada del edificio, su corazón latía más rápido, no solo por la emoción, sino también porque algo en el aire se sentía diferente, inquietante. El viento parecía estar en su contra, como si estuviera presagiando algo que aún no podía comprender.

Justo cuando estaba a punto de entrar al edificio, un grito desgarrador rompió el silencio. Takeru se detuvo en seco, sorprendido. Su mirada recorrió rápidamente el lugar, buscando la fuente de esa voz. Un estremecimiento recorrió su espalda al ver que el grito provenía de las sombras de la esquina, donde una camioneta de color oscuro se estacionaba a unos pocos metros de él.

Antes de que pudiera dar un paso en su dirección, las puertas de la camioneta se abrieron con un ruido metálico y dos hombres vestidos completamente de negro, con gafas oscuras que no dejaban ver sus ojos, descendieron de manera silenciosa. Takeru frunció el ceño, sintiendo una extraña opresión en el pecho. Había algo en su postura, en su forma de moverse, que le helaba la sangre.

"¿Qué está pasando?", pensó Takeru, pero antes de que pudiera reaccionar, uno de los hombres ya se encontraba frente a él. Su rostro, impasible y serio, era casi imposible de leer.

—No puedes ir donde Hikari —dijo el hombre, con una voz fría, autoritaria, como si estuviera emitiendo una orden irrevocable.

Takeru lo miró incrédulo, el pulso acelerado por la sorpresa y la creciente inquietud.

—¿Por qué no? —preguntó, su voz temblorosa por la confusión. No podía entender lo que estaba sucediendo. ¿Por qué no podía ver a Hikari?

El segundo hombre, que se había quedado unos pasos atrás, dio un paso adelante también y, con una calma perturbadora, dijo:

—Hiroaki lo prohibió.

Takeru frunció el ceño, la pieza clave de la explicación apenas alcanzando a encajar en su mente. Hiroaki. ¿Qué tenía que ver Hiroaki con todo esto? ¿Qué derecho tenía él para decidir si podía o no ver a Hikari? El pensamiento le recorrió la mente como una bofetada, y de inmediato, el miedo comenzó a instalarse en su pecho. Algo no estaba bien. Algo muy grave estaba sucediendo, y Takeru lo sabía.

Antes de que pudiera hacer más preguntas o intentar huir, los dos hombres se movieron rápidamente. Sin previo aviso, lo rodearon, sus manos firmes y decididas sujetándolo por los brazos. El miedo se apoderó de él al instante, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Intentó forcejear, pero la fuerza de los dos hombres lo superaba por completo.

—¡¿Qué hacen?! ¡Suéltame! —gritó Takeru, luchando por liberarse. Pero no había forma. Los hombres no mostraban ni la más mínima intención de soltarlo. Solo intercambiaron miradas frías entre ellos, ignorando completamente sus gritos.

—Vamos —dijo uno de ellos con un tono seco—, no tienes opción.

Takeru intentó zafarse, pero fue inútil. Lo arrastraron hacia la camioneta, donde la puerta se abrió con un sonido metálico, esperándolo como una boca de lobo dispuesta a devorarlo. El pánico se disparó en su pecho y su cabeza daba vueltas, sin saber qué hacer.

—¡No! —gritó nuevamente, luchando, intentando zafarse con todas sus fuerzas, pero los hombres ya lo tenían apresado. Lo empujaron con fuerza dentro de la camioneta. Takeru se dio cuenta de que no tenía escape.

La puerta se cerró con un estrépito, sumiéndolo en la oscuridad del vehículo. Dentro, un silencio espeso llenó el aire. No podía ver nada más allá de la sombra que se cernía sobre él, pero podía sentir la presencia de los hombres a su alrededor, como una amenaza constante.

El motor de la camioneta rugió al arrancar, y el vehículo comenzó a moverse, llevándolo lejos, lejos de donde estaba, lejos de Hikari, de lo que más quería en ese momento.

Takeru miró por la ventana, su mente corriendo a mil por hora, mientras la camioneta lo alejaba más y más del lugar que conocía, del lugar donde pensó que estaría a salvo. Y entonces, con un nudo en el estómago, comprendió que su vida había cambiado, y no sabía si había alguna forma de regresar atrás.


Kiriha se encontraba recostado en la cama del hospital, con el rostro pálido y el cuerpo aún recuperándose de la reciente operación de apéndice. A su lado, en una silla incómoda, estaba Nene, con los brazos cruzados y una expresión de preocupación que no intentaba disimular. Kiriha suspiró, moviéndose ligeramente en la cama, y se armó de valor para hablar.

—Nene, en serio... no es necesario que te quedes —dijo en voz baja, tratando de sonar convincente aunque le costaba ocultar la fatiga en su voz—. Estoy bien, y en cuanto me den de alta, podré manejarme solo.

Nene entrecerró los ojos, sin mover un músculo. Había oído ese mismo argumento desde que empezó a quedarse con él, y cada vez le sonaba menos creíble.

—¿Por qué te empeñas en decir eso? —respondió ella, su voz tranquila pero firme—. No quiero que estés solo, Kiriha.

Él apartó la mirada, intentando ocultar su incomodidad. Sabía que no tenía a nadie más, que no había nadie a quien llamar en momentos como estos, y que la única persona que se había molestado en estar a su lado era Nene. Pero la idea de depender de alguien, de necesitar a alguien, le hacía sentir vulnerable, y eso no era algo que estaba dispuesto a aceptar tan fácilmente.

—Nene —insistió, volviendo a mirarla, aunque con una expresión cansada—, puedo manejarme. De verdad, no quiero que pierdas tu tiempo aquí.

Nene negó con la cabeza, y una leve sonrisa apareció en sus labios. —¿Y para qué crees que estoy aquí, entonces? —preguntó, manteniendo el tono ligero, pero con una determinación en la mirada que Kiriha no podía ignorar—. No estoy aquí por obligación, Kiriha. Me preocupo por ti.

Él frunció el ceño, claramente incómodo con la intensidad de sus palabras, pero sin poder evitar mirarla con una mezcla de sorpresa y desconcierto. Nene había demostrado ser persistente, más de lo que él esperaba.

—Nene, no tienes por qué preocuparte por mí. No soy tu responsabilidad —dijo en un tono bajo, casi en un susurro, como si intentara convencerse a sí mismo tanto como a ella—. No tienes que quedarte solo porque... porque yo no tengo a nadie.

Nene lo miró fijamente, sin apartar sus ojos de él. Lentamente, extendió su mano hacia la de Kiriha y la tomó con suavidad, un gesto que lo desarmó por completo.

—Quizá no tengo que quedarme, Kiriha —dijo ella, con una suavidad que hizo que sus palabras resonaran en la habitación—. Pero quiero hacerlo. Porque sé que, a veces, es difícil estar solo... y no quiero que tengas que enfrentar esto así.

Kiriha sintió un nudo en la garganta, uno que no podía deshacer con facilidad. No recordaba la última vez que alguien había estado tan cerca de él, ni la última vez que alguien había mostrado un interés genuino en su bienestar. No era fácil para él aceptar ayuda, pero el gesto de Nene, su calidez y su insistencia, le hacían cuestionarse sus propias defensas.

—Está bien —dijo al fin, su voz apenas un susurro—. Quédate, si eso es lo que quieres.

Nene sonrió, dándole un leve apretón a su mano antes de retirarla. —Eso es todo lo que necesitaba escuchar —respondió, y, por primera vez en mucho tiempo, Kiriha sintió que el peso de la soledad se hacía un poco más llevadero.


+Siento la tardanza, pero, he estado muy ocupada. Sin embargo, aquí traje el capítulo, espero que les haya gustado.

+Me voy enamorar ¡wow! ¡wow! Kiriha en esta historia es igual a Digimon Xros Wars: Enamorado al cien de Nene.

BethANDCourt: ¡Hola! Si, finalmente actualicé. Voy a paso lento, pero seguro. Si, estaba incompleta, pero la arregle apenas lo noté. Igual era un diálogo que faltaba. Pero detalles. Sí, Yamato y Mimi se han proyectado en Rika y en Ryo de algun modo, y repito de algún modo va a haber una pareja a futuro (no diré cual) que va a ser mucho más parecida a Yamato y Mimi. Sí, Yamato y Mimi están ocupando el lugar de Hiroaki y Toshiko pero de una manera justificable porque no quieren que el pasado los mortifique. Aunque eso incluye hacerlo sufrir ToT Con respecto a Takeru, él está siguiendo los mismos pasos de Yamato ¿sabes? No se deja dominar, pero a esa edad Yamato era igual (por eso se casó con Mimi) y mientras Takeru no sepa de lo que es capaz intentará luchar. Hikari ama a Takeru y siempre será así aun pobre y todo. En salud y enfermedad. En riqueza y en pobreza. Jajaja (como en un matrimonio) Sí, Satomi es un peón, y servirá bastante. No diré quien mandó a golpear a Ryo, pero creo que es evidente, lamentablemente. Lo bueno es que ¡no murió! Me alegra saber que, aunque me demoro, tú sigues leyendo mi historia. Eso me da ánimos. Espero que te haya gustado el capítulo ¡te mando un abrazo a la distancia! y ojalá sigas comentando porque me alegra leer a mis lectores.

HeartByte-FreeAIWritingTool: Hi! Glad to hear you liked the story, hope you keep reading and commenting Welcome!