El viento gélido y el atardecer de otoño adornaban los edificios y las calles de Mariazell en Austria. La mayoría de las personas cerraban sus negocios para ir a casa y descansar de sus actividades cotidianas. Cosmobug y Nathalie detuvieron su vuelo cerca de una tienda de curiosidades llamada "Le Cruche Noire". La campanilla de una puerta sonó, dejando ver el interior de la tienda repleta de libros de pasta dura, jarrones y pinturas antiguas, y uno que otro objeto de dudosa procedencia.

–Bienvenidas a "Le Cruche Noire", ¿en qué les puedo… –calló de repente un anciano de cabello blanco, nariz gruesa y bastón con mango de dragón–. ¿Y usted qué hacen en mi tienda, maldita estafadora?

–Nathalie, ¿este es el famoso cazatesoros al que te referías? –cuestionó la heroína al ver la altura del anciano que caminó con lentitud hacia ellas–. Es muy bajito.

–Que no te engañe su estatura. Él ha ido a lugares donde el ser humano jamás llegaría –Nathalie le susurró al oído; luego se dirigió al señor con una sonrisa–. ¡Noam, cuánto tiempo sin verte!

–¡Habla ya, escoria francesa! –gritó, tratando de golpearla con el bastón–. ¿Qué hicieron con mi espejo?

–¿Su espejo? –dijo perpleja ante la acusación–. Pero si usted nos lo vendió en un intercambio justo.

–De qué demonios hablas, mujer –gruñó, bajando su arma provisional–. Ese despreciable ladino que te acompañaba me estafó y se robó mi espejo que con tanto esmero obtuve de los persas. Estaba absolutamente prohibido venderlo por la maldición de la condesa.

–¿Se refiere a Gabriel? –se preguntó la mujer. Al instante tuvo un recuerdo de la última vez que estuvieron en la tienda, donde el Agreste la había sacado afuera para negociar el artefacto y regresó triunfante de la compra–. ¡Ah! ¡Maldito Gabriel, ni muerto dejas de joder!

–Disculpe, señor –intercedió la joven heroína–. ¿Qué sucedería si ese espejo absorbe a una persona?

–No puede ser, esto no debería ocurrir así –negó Nowak, tomándose la cabeza–. Dime, jovencita, ¿quién entró en el espejo?

–Es un amigo mío –respondió–. Su novia dijo que una luz blanca emanó del espejo y cuando lo tocó, desapareció sin dejar rastro.

–El chico y el espíritu de la condesa Ivelisse están en peligro –exclamó, caminando hacia la tarima–. Si no lo detenemos van a morir.

–¿De qué estás hablando, Noam? –secundó Nathalie confundida.

–Esperen un momento, ya regreso –el anciano se fue por una puerta de cortinas color púrpuras. Tanto Nathalie como Ladybug se miraron confundidas por sus palabras. No sabían qué misterio rondaba el espejo y el espíritu de la condesa. Minutos después, el anciano reapareció con una señora de cabello plateado y lentes–. Se las presento, ella es Carlotta Merz, mi esposa. Ella sabe los detalles de esta trágica historia.

–Un placer conocerlas a ambas. Mi esposo me acaba de decir que ustedes tienen el espejo –habló en una voz tranquila, extendiéndole un retrato de una mujer joven de diecisiete años–. Tengo entendido que saben un poco de lo que gira en torno a la maldición.

–¿Quién es ella? –señaló Ladybug, mirando a la joven de aspecto pálido, los ojos rojos y los colmillos en el retrato–. Se parece a un vampiro.

–Su nombre es Ivelisse Vlajovich, Condesa del reino de Arne –relató con nostalgia la mujer, sentándose en una silla que le ofreció su esposo–. Quizás su apariencia es poco común de ver, pero le juro que ella no es un vampiro como le hicieron creer a todos y a ella misma. Su apariencia se debió a cambios genéticos de su descendencia hasta que terminó con la Condesa Ivelisse.

–Señora, si la Condesa era un ser humano común y corriente –mencionó la azabache, intrigada con la historia–, ¿por qué su espíritu está encerrado en el espejo?

–Mi tatarabuela fue una de las sirvientas del castillo de Arne. Conocía a la perfección la historia de amor de Sir Cyrus y Lady Ivelisse. Eran unos jóvenes muy joviales, amantes de la vida, la naturaleza y se amaban profundamente, estaban destinados a ser el uno para el otro –continuó con una leve sonrisa, seguidamente los apretó–. Desgraciadamente, su tío no estaba de acuerdo con esa relación. Lud Blackwood, el ser más despiadado que existió sobre esa tierra. Él pasó a tener la tutela de Ivelisse después de que sus padres fallecieron, más no estaba de acuerdo en compartir el poder del reino. Entonces, mi tatarabuela escuchó una de las conversaciones que tuvo con el General del reino…

/…/

–Nuestros planes están saliendo mejor de lo que pensaba –asintió sonriente Blackwood, tomando en su mano una copa de vino–. Muy pronto todas las tierras aledañas a Arne serán mías.

–Señor, con todo respeto –interrumpió el general, llevándose una copa a la boca–. ¿Qué va a pasar con la condesa Ivelisse y Sir Cyrus? Tengo entendido que tienes planes de boda y dentro de la línea sucesora son los nuevos reyes de Arne.

–No te preocupes, mi amigo –sonrió con cinismo mirando a su compañero–. Lo tengo fríamente calculado para que esa unión no sea realizada. ¿Recuerdas que mi sobrina tiene los ojos rojos y colmillos que sobresalen de su boca? –el general afirmó con la cabeza–. Pues me voy a beneficiar de esas ridículas historias de vampiros que los estúpidos van mencionando por las calles y haremos que lo que sucedió con los dos jóvenes sea una tragedia.

–¿Cómo pretende hacerlo, señor? –frunció el ceño confundido con la idea–. Las personas del pueblo no son fáciles de engañar y menos para en creer un asesinato por vampiros, pensarán que fue una conspiración contra los nuevos reyes.

–Recuerdas con quién estás hablando, ¿verdad? –aseveró el hombre, colocándose cerca del otro–. Soy el brujo más poderoso que existe y yo puedo hacer que incluso el ser más fuerte en voluntad caiga rendido a mis pies. Ivelisse cometerá el asesinato de su fiel caballero Cyrus por una perforación de sus colmillos en la yugular. Claro que ella no lo va a cometer, así que tendremos que buscar quien lo mate y desaparecer su alma del abismo.

–¿A qué se refiere con eso último? –quiso saber el general.

–Verás, tras hacerle creer a Ivelisse que se convirtió en un vampiro de verdad, me aprovecharé de su agonía por su lamentable pérdida y le diré que, para volver a ver a su amado, tendrá que firmar un juramento donde tendrá que sellar su espíritu y esperar el tiempo requerido hasta que el alma de Cyrus reencarne en otra época –se rio de manera macabra reflejando el aura maligna que salía de su cuerpo–. Pero ¿adivina? Su alma jamás va a renacer porque yo mismo me encargaré de eliminarla y aquí viene la mejor parte del plan –se alejó un poco del hombre–. Si algún hombre que sepa de la leyenda y entra en el espejo, Ivelisse pensará que es Cyrus y cuando lo muerda en el cuello, ambos morirán al instante.

–Usted es un genio, mi señor –aludió el general, mostrando una sonrisa satisfactoria–. Estaré muy complacido en ayudarlo y en convertirme en su general en su nuevo reinado.

–Días de gloria vienen para el poderoso Lud Blackwood –extendió sus brazos al cielo, excitado en devoción aterradora–. No lo olvides, Ivelisse y Cyrus serán presos del destino a merced de mis manos.

La sirvienta Merz no pudo emitir ningún sonido e inmediato se fue a la cocina a llorar desconsolada por el destino infame de sus señores. No era justo que dos personas que se amaban con toda el alma, terminaran separadas por la corrupción de los seres humanos.

Los próximos días fueron difíciles para todos, sobre todo para los sirvientes del castillo, ya que una de las órdenes de Blackwood les prohibía tener algún contacto con la condesa Ivelisse. Merz no sabía qué hacer, solo ir con Sir Cyrus y contarle los planes macabros del tío de la condesa. Sin embargo, fue demasiado tarde; cuando menos lo esperó, Blackwood ordenó la detención en secreto de Cyrus después de que salió del castillo la última noche que se vieron. Fue llevado a una cueva donde lo torturaron y, antes de asesinarlo, la sirvienta acudió a él sin que los guardias la notaran.

–¡Sir Cyrus! –exclamó la joven temblorosa y tomándolo de las manos–. Mire cómo lo tienen esos salvajes.

–No me queda mucho tiempo ¡Cof! ¡Cof! –jadeó el de los ojos verdes, ahogándose con su propia sangre–. El tío de Ivelisse quiere matarme para obtener el reino y ella está en peligro –le extendió un trozo de papel–. Dale esta carta a Ivelisse. Dile que la amo con todas mis fuerzas y jamás la olvidaré.

–Está bien, mi señor. Yo se la entregaré.

Ambos se fundieron en un abrazo tan amargo que fueron inevitables las lágrimas. Después de que la sirvienta saliera de la cueva, un disparo sonoro retumbó, indicando la muerte profana del caballero. Con una gran conmoción en su pecho, la joven se dirigió directo al castillo.

Las horas transcurrieron hasta el amanecer, presagiando un desenlace cruel y sin retorno. Unos gritos de dolor se escucharon en la habitación de la condesa Ivelisse. Los alaridos eran pocos en comparación con el dolor que sentía en su pobre corazón, el amor de su vida se había ido para siempre. Ivelisse se había convertido en un vampiro farsante, acusada por su propio tío al verla cubierta desde la boca hasta el vestido de la sangre perteneciente a Sir Cyrus. Finalmente, Lud Blackwood le propuso el juramento y ella aceptó sin remordimientos, guardando las esperanzas de volverlo a ver.

Minutos antes de que su alma fuera sellada en el espejo, la sirvienta tuvo un leve y significativo acercamiento con Ivelisse. Desafió a los guardias a través de una inteligente artimaña que le permitiera atravesar la puerta.

–Ama Ivelisse –llamó la sirvienta Merz con un retrato de Cyrus debajo del brazo–. Le pido que no cometa esta locura, usted no sabe las intenciones que tiene el señor Blackwood.

–Mi tío sabe lo que hace, es un gran sabio –afirmó la condesa, tomando algunas cosas de los cajones–. Estoy segura de que volveré a ver a Cyrus, aunque ahora que soy un vampiro esto me dará las fuerzas para esperar el tiempo que sea necesario.

–Ama, se lo ruego –suplicó, arrodillándose frente a ella–. No cometa este error, mejor huya del castigo y consiga su libertad. No sabe lo que le espera en el espejo.

–La decisión estaba tomada, Merz –dijo decida, suspirando profundamente–. Amo tanto a Cyrus que no puedo imaginarme una vida sin él –alguien tocó la puerta, anunciando que era la hora–. Tengo que irme, es hora de firmar el juramento.

–Ivelisse, solo que le pido que lleve consigo este retrato como regalo. En la parte de atrás está una car…

–¡Ivelisse, ya es hora! –gritó una voz desde afuera.

–Adiós…

La condesa Ivelisse llevó entre sus brazos el retrato de Sir Cyrus y se condujo hacia la otra habitación donde se realizaría el ritual de su condenación. Blackwood llamó a un murciélago de alas negras y a través de él se firmó el juramento. Ivelisse entró al interior del espejo de obsidiana junto con el diminuto ser, condenando así su alma y espíritu para siempre.

/…/

–Mi tatarabuela trató por todos los medios conservar ese espejo, pero Blackwood, al convertirse en Rey, despidió a todos los sirvientes –siguió relatando, sintiendo como las lágrimas se le salían–. El espejo junto con el espíritu, quedó confinado al sótano del palacio.

–Señora Carlotta, ¿y qué sucedió con el Rey? –preguntó intrigada la heroína, sintiendo mucha pena–. Usted mencionó que era un brujo muy poderoso, ¿aún sigue con vida?

–No. Blackwood cometió muchos errores en su reinado –explicó, sin quitarle la mirada al retrato–. Tanto que empezó a abusar de sus poderes del infierno. Había secado las tierras de la cosecha y el pueblo se enardeció al ver que no tenía nada para comer. Al final, los pueblerinos invadieron el castillo y descubrieron su secreto. El rey murió en la guillotina y posteriormente fue quemado en la hoguera. Sin embargo, esto provocó más sequías y enfermedades que convirtieron poco a poco las tierras en un pueblo fantasma y por último lo abandonaron.

–¿Y el espejo? –cuestionó Nathalie, acomodándose los lentes.

–Cuando mi tatarabuela supo del saqueo al castillo fue a buscar el espejo. Sin suerte, ya no estaba donde lo habían ocultado –dirigió la mirada hacia su esposo–. Esta historia fue contada por generaciones en mi familia y prometimos que buscaríamos ese espejo, fuera lo que fuera. Años después, conocí a Noam y le conté la historia de la condesa Ivelisse; quedó tan anonadado que me dijo que había adquirido un espejo con esas características. Solo di gracias al cielo por haberlo encontrado.

–Después vinieron unos estafadores y se llevaron el espejo –sentenció el anciano, apuntando a la mujer de lentes.

–Disculpe, Noam, no fue mi intención –secundó apenada la francesa, dirigiéndose nuevamente a Carlotta–. Nosotras venimos hasta acá porque un chico entró al espejo y no sabemos cómo rescatarlo. Tengo entendido que, si Ivelisse realiza el ritual de conversión y lo muerde en el cuello, es durante la luna llena y hoy es ese día.

–El secreto para detenerla está en la carta del retrato que Ivelisse tiene en su poder –señaló Carlotta, abrazando su retrato–. Deben atravesar el espejo e impedir que la condesa realice el ritual; convencerla de que tienes otro camino para su libertad y Por favor, pídanle que lea la carta, en ella encontrará las respuestas que necesita.

–Entonces debemos irnos a París –decidió Ladybug, recibiendo un sí de Nathalie–. Debemos impedir que Ivelisse muerda a Félix en el cuello y salvar a ambos.

–Se lo ruego –suplicó la señora, entrelazando los dedos de las manos–. Liberen el espíritu de la condesa Ivelisse para que pueda descansar en paz y mi familia también.

–Se lo prometemos, señora…

Nuevamente emprendieron el vuelo hacia Francia. La luna no tardaría en posicionarse en su punto más alto en el cielo, así que el tiempo se acortaba cada vez más. Su objetivo ahora era salvar a Félix y a la Condesa Ivelisse de una muerte irremediable y trágica.

(…)

El reloj indicaba las diez y media de la noche; se sentía una tensión incómoda en aquel pasillo del sótano donde Adrien y Kagami yacían sentados, en espera de la pronta llegada de Nathalie y Marinette del viaje que emprendieron a Austria. El rubio había traído unos bocadillos de la cocina para pasar la noche. Por otra parte, la japonesa los rechazó señalando que no deseaba comer nada por el momento, debido a que todas sus fuerzas se centraban en recuperar a Félix de las garras de la condesa.

–¿Cuánto tiempo tenemos que esperar? –soltó la joven de los ojos rasgados, apretando sus puños con fuerza–. ¡Agh! Esto es una pérdida de tiempo. Deberíamos intentar las veces que sean necesarias para sacar a Félix de ese artefacto y de la condesa.

–Te entiendo, Kagami –resopló, encogiendo sus piernas para abrazarlas–. También estoy preocupado por mi primo, me siento tan culpable por no poder evitar que esto ocurriera. Al igual que tú, me siento tan impotente de no poder ayudarlo.

–Le prometí a Félix que nadie le haría daño –sacudió su cabeza, rechinando los dientes con ira–. Debí haber hecho algo antes de que esa bestia apareciera.

–No te presiones, por favor –reiteró, colocando una mano en su hombro–. Son situaciones que inexplicablemente no se pueden controlar –le ofreció una sonrisa sincera–, y sé que a pesar de que nosotros estemos preocupados por sacarlo, estoy seguro de que también Félix se las está ingeniando para salir. Lo conozco tan bien como cuando tiene intenciones de suplantar mi identidad.

–Lo sé, Félix es muy inteligente –asintió con una sonrisa afable–, esa fue una de las razones por las que me enamoré de él. Me encantó su forma temeraria para hacerla las cosas, sin miedo a nada ni de mi madre, que incluso hizo lo impensable al secuestrarme, solo para decirme que le gustaba. Bastante tímido, ¿no?

–Me alegro tanto por ustedes dos, la verdad, merecías algo mucho mejor y con mi primo pudiste encontrar ese amor verdadero que tanto requerías. Tengo plena confianza en que te hará muy feliz.

–Muchas gracias, Adrien. Eres un gran amigo y un gran ex novio –se burló, soltando una pequeña risa–. ¡Cielos, se están tardando demasiado!

–Cierto, ya pasó mucho tiempo para que ambas regresaran –ingirió el de los ojos verdes, mirando el resplandor de la luna–. Muy pronto será medianoche.

–Lo siento. No puedo seguir esperando a que ellas aparezcan –sentenció, levantándose y tomando una espada shinai a su costado–. Félix necesita ayuda y si nadie quiere hacerlo, yo lo haré.

–Kagami, lo que dices es una locura –se levantó de sopetón–. Viste que intentamos abrir esa puerta y nada funcionó. ¿Cómo pretendes salvarlo si la puerta está cerrada?

–Tengo una idea, sígueme.

Adrien accedió y los dos se encaminaron hacia la palanca de la puerta. El plan consistía en que Kagami introdujera su shinai por debajo de la piedra para desarticular el sistema de la cerradura y así abrirla. Al ejecutarlo, la chica puso todo su peso sobre la espada, pero no sucedió nada; entonces, Adrien la abordó sumando su peso. Forcejearon con gran fuerza hasta que finalmente la palanca cedió, abriendo la puerta de manera automática.

–¡Excelente! –saltó de emoción al ver el interior de la habitación–. ¿Ves que tengo ideas mucho mejores?

–¿Y-y la gárgola que mencionaste? –tartamudeó, escaneando cada uno de los muebles –. Se ve exactamente igual que cuando llegamos la primera vez.

–Tiene que ser una broma. Estoy segura de que esa bestia estaba aquí –revisó con los ojos, hasta fijar la mirada en el espejo–. Quizás no está aquí o… ¿estará adentro? –palpó el espejo suavemente con sus dedos.

–Kagami, ¿puedes traspasarlo? –musitó atónito, viéndola introducir su mano en el vidrio–. Es increíble.

–Sin duda, este espejo tiene algo –contrajo la mano, girando la cabeza hacia su compañero–. Debo entrar y sacar a Félix.

–¿Piensas entrar? –negó, sujetando sus hombros–. No creo que sea buena idea, no sabes qué hay dentro.

–Entiéndeme, Adrien –se soltó de golpe, recogiendo la shinai del suelo–. Si no entro, Félix puede estar en peligro y no estoy dispuesta a esperar más tiempo.

Mientras los muchachos debatían, unos ojos amarillos los espiaban detrás de una viga. Para Drahma, el hecho de que uno de ellos entrara en el espejo era inadmisible; no lo podía permitir o de lo contrario todos sus esfuerzos por mantener la farsa se vendrían al suelo. Decidida, la Tsurugi se colocó frente al espejo de obsidiana dispuesta a entrar. En ese momento, un revoloteo la puso alerta:

–¿Escuchaste eso? –recalcó, buscando por la habitación–. Se escuchó como si fueran alas.

–¡Kagami, cuidado! –chilló el rubio, lanzándose con ella al suelo.

El murciélago los atacó por arriba para intentar noquearlos. En cambio, Adrien cubrió la cabeza de la joven al igual que la suya, evitando ser tocados por sus alas. Pero, Kagami empecinada por entrar en el espejo, que en un intento desesperado lo apartó hacia un lado, tomando entre sus manos la espada de bambú, dándole a Drahma un fuerte golpe que lo lanzó desmayado a la otra esquina de la habitación.

–¡Ugh! No fue la gárgola, pero este insecto quedó aplastado –jadeó triunfante, ajustando el arma en su mano derecha–. Adrien, espera a que las demás regresen, yo iré a salvar a Félix.

Kagami dio unos pasos al frente, desapareciendo a través de aquel enigmático espejo. Solo era cuestión de tiempo para saber si su plan había resultado o si se había convertido en otra víctima de ese cruel destino. Segundos después, el francés se percató de que el lugar donde yacía desmayado el pequeño animal estaba vacío, aunque con el rabio del ojo captó cómo una sombra negra se dirigía hacia el artefacto.

–¡Agh! ¡Demonios! –maldijo al esparcirse la luz por donde se había ido el mamífero–. Plagg, ¿Crees que Marinette y Nathalie encontrarán la respuesta?

–Si Nathalie conoce a la persona indicada, la encontraran –dijo el kwami, sobresaliendo de la camisa–, de lo contrario, esos dos jovencitos serán presos de un cruel y fatal destino.

–Marinette, Nathalie, regresen pronto. El tiempo se termina…

(…)

Las teclas de un piano de cola resonaron en todo el espacio con la canción más triste que el ser humano haya oído. Fue tanta la nostalgia de las notas musicales que el corazón de Félix se sentía contraído en su pecho al ver las lágrimas de la condesa cayendo sobre sus blancas manos. La joven del vestido negro, lo invitó a sentarse a un lado de la banca, mientras seguía tocando nota por nota esa dulce y desgarradora melodía. Al terminar, una larga pero tranquilizadora pausa se sintió en la habitación.

–Yo lo maté –sentenció, rompiendo el silencio.

–¿Cómo? –preguntó desorientado al verla bajar la cabeza.

–Yo maté a Cyrus, yo… –oprimió sus labios para evitar llorar–, yo lo mordí en el cuello. No sé cómo sucedió, simplemente mi instinto asesino despertó esa noche. Me convertí en un vampiro sin estar consciente de lo que estaba haciendo. Solo recuerdo habernos despedido en los jardines del castillo como siempre, lo que pasó después sigue siendo muy confuso.

–¿En serio no recuerda absolutamente nada? –le interrogó consternado, sintiendo el deseo de abrazarla.

–Nada. Toda mi vida y mis ilusiones se me escaparon de las manos esa mañana de otoño…

/…/

–¡De qué estás hablando, tío Lud! –bramó la condesa, soltando un grito desgarrador–. ¡Yo no soy un vampiro! ¡Yo no maté a Cyrus!

–¡Claro que lo hiciste, Ivelisse, date cuenta! –la atacó el hombre, sujetándola de los brazos–. ¡Mira como tienes la boca y la ropa manchada de su sangre!

Esa mañana, todo el castillo se conmocionó con el terrible suceso. Su futuro rey, Sir Cyrus Kovács, estaba muerto y extrañamente nadie sabía la razón, solo lo que ocurría en esas cuatro paredes de la habitación de la condesa Ivelisse. Por órdenes del señor Blackwood, a los sirvientes se les prohibió tener contacto directo con la futura reina, debido a que su estado era muy delicado por la trágica noticia.

–¡Usted me está mintiendo, yo no pude matar a Cyrus! –berreó, tirándose al suelo sobre sus rodillas–. ¡No soy una asesina! ¡Cyrus, no!

–Ivelisse abre los ojos de una vez, eres un vampiro –reafirmó Blackwood, caminando de un lado al otro en la habitación–. Solo mira esos ojos rojos y esos colmillos, tienes los malditos genes de tu madre y su podrida descendencia, ¿Acaso crees que tus padres fallecieron accidentalmente? –la condesa levantó la cabeza atónita–. Así como lo escuchas tu madre asesinó a tu padre de la misma forma que lo hiciste con Cyrus.

–¡No es cierto! ¡Ya basta, no lo siga repitiendo! –lloriqueó, arrestándose en el piso–. ¡Yo no maté a Cyrus! ¡No recuerdo absolutamente nada!

–Tu sed de sangre pudo más que tu amor por él, Ivelisse –refirió con frialdad, mirando hacia la ventana–. Si el pueblo se da cuenta de este escándalo, te vendrán a matar.

–¡Quiero ver el cuerpo! ¡Necesito verlo! –le gritó sin escucharlo–. ¡No le creeré hasta que vea su cuerpo!

–Ivelisse, por favor. No te sigas haciendo más daño –dijo seriamente, caminando hacia su sobrina–. No te puedo mostrar su cuerpo porque está irreconocible, dime, ¿quieres perder la razón por completo?

–Tío, se lo suplico –susurró sin dejar de llorar–. Usted no me puede separarme de él y menos ahora, Cyrus es todo para mí. Si tengo que morir para reencontrarme con él, lo haré, pero no me niegue ese derecho.

–Linda, nadie te está negando ese derecho –le sonrió sínicamente, lo cual la condesa no notó–. Incluso yo te puedo ayudar a reencontrarte con Cyrus sin que mueras, lo único que debes aceptar es pagar un leve precio.

–¿Un leve precio? –interrogó, prestando atención–. ¿Cuál es ese precio?

–Tu alma –respondió, tomándola por el mentón–. Lo que debes hacer es sellar tu cuerpo y tu alma en el espejo de obsidiana, y esperar a que Cyrus reencarne en la próxima época. De esa manera, te preocuparás más por recuperar a Cyrus que por el bienestar de este reino.

–Tío, si Cyrus nace en otra época no se va a acordar de mí –refirió, levantándose poco a poco del piso–. Además, para entonces solo seré una anciana.

–Claro que no, Ivelisse –aclaró, alejándose un poco–. En ese espejo, el tiempo se paraliza. Solo verás que los años pasan frente a ti; sin embargo, tu cuerpo joven se mantendrá de la misma edad. Referente a la reencarnación de Cyrus, cuando lo encuentres, solo debes darle una mordida en el cuello con tus colmillos y al instante recordará toda su vida contigo.

–¿Cómo sabré que es el verdadero Cyrus? –vaciló, sujetándose en el borde de la cama–. Si es una reencarnación cambiaría su aspecto, su personalidad e incluso tendría una nueva familia.

–¿Me vas a decir que prefieres dejarlo escapar de tu vida a luchar por tener su amor otra vez?

–No trato de decir eso, es lo que… no quiero dañar a nadie ni mucho menos cometer el mismo error que con mi Cyrus.

–La vida requiere de muchos sacrificios al igual que el amor –se acercó, extendiéndole la mano–. Como te dije, si los pobladores se dan cuenta de que eres un vampiro podrían cazarte hasta matarte y jamás te reencontrarías con Sir Cyrus. La opción que te ofrezco te garantiza una vida a su lado, solo es cuestión de tiempo. ¿Qué dices? ¿Aceptas?

Esos segundos de incertidumbre fueron eternos para la joven condesa; concordó en que su tío tenía mucha razón. Si seguía viva todo el mundo se daría cuenta de que era un vampiro y, por su culpa, Sir Cyrus estaba muerto. No dudarían en cazar a un monstruo del cual se convirtió. Por otro lado, estaba su Cyrus, tenía la posibilidad de verlo de nuevo, solo tendría que esperar el tiempo establecido hasta su regreso. La decisión se tomó sin medir las consecuencias, no había más que hacer.

–Acepto –soltó sin remordimiento, extendiendo su mano para sellar el acto.

Dos días después del asesinato de Cyrus, la condesa Ivelisse estaba lista para sellar su destino en el espejo de obsidiana. Al entrar a la sala de la habitación, solo llevaba puesto un vestido de color negro y entre sus manos un retrato con detalles dorados con la fotografía de Cyrus que minutos antes le había obsequiado una de las sirvientas del castillo.

La iniciación del juramento fue llevada a cabo por una señora mayor conocedora de las artes ocultas en la región, donde su tío Blackwood serviría como intermediario. Llamó a un pequeño murciélago de nombre Drahma, que sería la conexión entre el mundo del espejo y el mundo del exterior. Al final, Ivelisse recibió al diminuto ser con la mano derecha como símbolo de aceptación del juramento y ambos cruzaron el umbral donde luego no se supo nada de ellos.

/…/

–Desde ese día estoy presa en este espejo –asintió, mirando directamente a Félix–. Por eso me alegré tanto cuando Drahma me dijo que habías reencarnado, sentí que todos estos años encerrada valieron la pena y mis esperanzas de estar juntos no solo era una ilusión.

–Con todo lo que me contó –secundó, sin despejar la mirada en el piano–. No puedo dimensionar el dolor que sufrió por la pérdida de Cyrus, pero… –pausó, inclinando su cabeza hacia ella–, no merecía que realizara tal sacrificio. Tenía una vida por delante, ¿por qué desperdiciarla en quedarse encerrada en este espejo que solo le garantiza más agonía para su corazón?

–Era el precio que tenía que pagar, si quería estar con él de nuevo –afirmó, apretando los puños contra las piernas–. Mi tío me juró que si era perseverante, la espera no sería larga y tenía razón, llegaste a mí. Esto es obra del destino, Cyrus.

–Condesa Ivelisse – suspiró el de los ojos verdes, soltando el aire por debajo–. No soy quien usted piensa y si lo fuera, no recuerdo nada de esa vida pasada. Además, pienso que a usted la engañaron para que cayera en esta trampa infernal.

–Por supuesto que no es una trampa, Cyrus –rectificó, colocando una de sus manos sobre la de Félix–. Para que tus recuerdos regresen, solo debemos completar el ritual y para eso debo morder tu cuello. No tenemos otro camino para estar juntos.

–Lamento mucho que haya pasado por esta desafortunada experiencia –negó el rubio, entrelazando sus manos–, y merece que sea claro en este momento. No soy Cyrus, mi nombre real es Félix y le entiendo, no es fácil estar atado en este lugar y esperar años para obtener su libertad, pero si verdaderamente la desea, debe buscarla por usted misma.

–Mi pase para ser feliz y libre es contigo, Cyrus –jadeó la condesa con humedad en sus ojos–. ¿Acaso no ves que si no existieras, mi corazón se rompería?

–Por favor, Lady Ivelisse, quiero que comprenda que no soy el que clama –negó Félix, sintiendo pena–. Tengo una vida, mi familia, amigos y una persona que también me espera con todo su cora…

–¡Felix!

Una voz exasperada irrumpió en el ambiente de golpe, captando la atención de los dos jóvenes sorprendidos al percatarse de la persona frente a ellos. La japonesa había traspasado el espejo e ingresado al castillo de la condesa. No fue fácil la travesía, ya que en el tramo tuvo que luchar con múltiples manos invisibles que le impedían la llegada al otro extremo del espejo. Estaba tan agotada que su respiración se escuchaba fuerte y clara.

–¡¿Kagami?! –pronunció su nombre completamente perplejo.

–¿Quién eres tú y qué haces en mi espejo? –vociferó la condesa, soltando las manos de Fathom–. ¡Aquí no puede entrar nadie más que Cyrus y yo!

–Con que este es el espíritu de la condesa –reafirmó la japonesa, apuntándole con la espada–. Le exijo que suelte a Félix por las buenas o por las malas.

–Tú no eres nadie aquí, intrusa –atacó, dando unos pasos hacia su contrincante–. Este joven que ves es mi prometido Cyrus y no dejaré que me vuelvan a arrebatar.

–Por favor, Condesa Ivelisse –intervino Félix, atajándola de una mano–. Déjala en paz, ella no tiene nada que ver en esta situación.

–¿Qué te sucede, Cyrus? –se sacudió de manera brusca para soltarse de su amarre–. ¿Qué significa esta mujer para ti?

–Ella es…

–¡Su novia… –vociferó, colocándose en posición de en guardia–, y vine a recuperar a Félix!

En un ágil movimiento hacia adelante, Tsurugi con espada en mano, aceleró sus pasos para atacar a la condesa, pero lo que no dimensionó fue que esa joven de los colmillos tenía unos reflejos tan rápidos que ninguno de los dos pudo percibir. Sin imaginar su siguiente estocada, Ivelisse tomó por el cuello a Kagami, mientras la elevaba del suelo y la acorralaba contra la pared.

–No me subestimes, niña –manifestó con malicia, apretando un poco más su cuello–. No solo tú tienes habilidades de defensa y ataque.

–Su-suéltame, ¡gr! Por favor –le suplicó la japonesa, intentando desesperadamente quitarle la mano.

–¡Suéltela, condesa Ivelisse! –Félix la sujetó por el otro brazo, desconociendo totalmente a esa persona con la que conversaban minutos antes–. ¡No le haga daño!

–¡No te resistas, Cyrus! –se irritó, cambiando la expresión a una más severa–. No ves que esta mujer nos quiere separar otra vez.

–Está equivocada, no soy ese Cyrus –continuó jalándola–. Mi verdadero nombre es Félix.

Con una fuerza sobrehumana, Ivelisse lanzó a Félix hacia una mesa con un florero, esparciéndose los pedazos porcelana por el piso. El joven de los ojos verdes trató de levantarse para detener el ataque de la condesa a Kagami, pero fue en vano; debido a que Drahma apareció y se convirtió en una gárgola enorme que neutralizó por completo sus movimientos.

–Muy bien, Drahma. Mantenlo quieto –exclamó, recayendo sus ojos rojos en la japonesa–. En cuanto a ti, quiero que estés muy quietecita si no quieres ser… –se acercó ligeramente a su clavícula–, la primera mujer a la que muerda con mis colmillos.

–Esta mujer pretende matarnos –Kagami asintió mientras sudaba helado por la frente, observando a su novio inmóvil–. ¿Este es el final para los dos?

Con la mirada escarlata, ordenó a su compañero de alas que realizara un hechizo para dejarlos inconscientes. Después de ejecutarlo, la misma Ivelisse ató a los dos con amarradas a una silla, colocándolos en esquinas opuestas.

–¿Qué va a hacer ahora, Lady Ivelisse? –le interrogó preocupado por la actitud de la condesa.

–Hoy es noche de plenilunio, el ritual se debe ejecutar –afirmó, mirando con lástima a los dos jóvenes–. Mi libertad y felicidad depende que Cyrus recupere sus recuerdos.

–Perdón por hacer lo que hice, no fue mi intención lastimarlos. Pero ante a todo, mi felicidad esta primero antes de que cualquier cosa.

(…)

–Ama Ivelisse, ¿está segura de lo que está haciendo? –dijo en tono preocupado el murciélago, observando cómo su dueña se lavaba las manos con un tónico de mandrágora que su tío le había indicado que usara antes del ritual–. Esto no parece ser una buena idea.

–Por favor, Drahma –aseveró, mirando el descontento de su compañero–. El que está allá es Cyrus, todo lo que se necesita para que sus recuerdos regresen, es que yo lo muerda en el cuello.

–Mi señora –suplicó, tratando de convencerla–. Este no debería ser su destino o su libertad y si… ¿Es una trampa? –insinuó.

–No bromees con eso –sonrió con ansiedad la condesa–. No ves que estoy a punto de unirme al alma del hombre de mi vida, ¿quieres quitarme el derecho de ser feliz?

–No me niego a su felicidad, pero toda esta situación le cegó el corazón –reafirmó, revoloteando cerca de su rostro–. No ha pensado en el pobre muchacho, tiene una familia y si esa mujer lo ama de verdad.

–Si te refieres a esa intrusa, que vaya enterando que después de que lo muerda y complete el ritual, no tendrá la mínima oportunidad con él –se secó las manos con una toalla. Luego tomó un vaso vacío y colocó un poco del líquido-. Cyrus me pertenece solo a mí y así debe ser.

Lady Ivelisse tomó el contenido del vaso y tras una mueca de desagrado, se dirigió a la otra habitación donde estaban Félix y Kagami. Mientras tanto, Fathom despertó de su estado de inconsciencia, notando que estaba amarrado a una silla de la misma manera en que llegó, con el pequeño detalle de que delante de él estaba su novia amarrada.

–¡Kagami! –llamó el rubio, tratando de soltarse– ¡Kagami, despierta!

–Félix… –pronunció, abriendo poco a poco los ojos.

–Kagami, ¿estás bien? –le preguntó preocupado.

–Eso creo, me duele un poco la cabeza –masculló adolorida. Sus ojos se abrieron como platos, dándose cuenta del lugar donde se hallaba–. Félix, ¿por qué ella te trajo hasta acá?

–Es una larga historia –contestó–. ¿Recuerdas la historia que te conté esta tarde? Ella cree que soy la reencarnación de Sir Cyrus. Según ella, fue el amor de su vida que mató cuando se convirtió en vampiro.

–¡¿Ella es un vampiro?! –dijo perpleja.

–No estoy seguro de que lo sea –refutó, resoplando por debajo–. Pienso que a la condesa Ivelisse le tendieron una trampa para encerrarla en el espejo.

–Lo que me cuentas no tiene lógica –negó con la cabeza–. Solo mira su aspecto, los ojos rojos y los colmillos, incluso me amenazó con morderme el cuello.

–Entiendo lo que dices, Kagami. Sin embargo, estuve hablando con ella y no es tan temible como se comportó hace rato –reafirmó con sinceridad–. Solo tiene miedo de no volver a ser libre y quedar presa para siempre. ¿Recuerdas cómo era nuestra vida antes de conocernos? Así mismo se siente la condesa sin saber qué dirección tomar y esta actuando por impulso gracias a esa estupidez que le hicieron creer que no era.

–¿Por qué te tiene atrapado? –recalcó, sintiendo angustia por la situación–. Si todo esto es una mentira como dices, no tiene sentido que sigas en este lugar.

–Me capturó porque quiere completar un ritual para que los recuerdos de Sir Cyrus regresen –reveló, observando sus manos que temblaban–, y para ello debe morder el cuello de la persona que posea su alma.

–¡¿Qué?! ¿Pretende morderte el cuello? –se asustó, temiendo por su vida–. Félix, debemos escapar antes que suceda.

–Escúchame, Kagami –captó su atención con una voz serena–. Lo que vaya a suceder esta noche, quiero que sepas que te amo desde el primer momento que te vi. Pasé momentos muy felices a tu lado en los cuales me sentí más vivo que nunca. No lo olvides, mi corazón te pertenece sin precedente.

–Félix, no me digas eso –sollozó, derramando pequeñas lágrimas–. Mi vida no sería nada si tú no estás en ella. Me niego a que esto sea una despedida.

–Kagami, solo te pido que seas fuerte, como siempre lo has sido –aludió, ofreciéndole una sonrisa disimulada–. Tu liberad es lo más importante y si en un futuro Tomoe te tiene encarcelada, busca la forma de salir, la clave la tienes en tus manos.

–Te amo tanto, Félix –confirmó en lo más profundo de su ser.

–Y yo a ti, Kagami.

En las afueras de la mansión Agreste, Nathalie y Cosmobug llegaron a los jardines, dirigiéndose rápidamente hacia el sótano. El reloj señaló un poco menos de las doce de la medianoche, por lo que debían acelerar sus pasos. Ambas se detuvieron en la entrada de la puerta donde solamente estaba Adrien Agreste frente al espejo de obsidiana.

–Adrien, ¿qué pasó? –vociferó Marinette sorprendida al encontrar la puerta abierta–. ¿Cómo es que consiguieron abrir la puerta? ¿Y Kagami?

–Kagami… –suspiró, relajando los hombros–, entró en el espejo y no tengo idea de lo que le ocurrió adentro.

–¡¿Cómo?! –se asustó, tapando su boca con las manos–. No se suponía que había una gárgola en este sitio.

–También me lo pregunté, pero no había nada cuando entramos –se cuestionó, escrutando las expresiones de las dos–. Al final, ¿lograron encontrar algo?

–Sí, ahora sabemos la verdad detrás de la leyenda –declaró la asistente, caminando unos pasos hacia el espejo–. No te lo había contado esta parte, la condesa Ivelisse y Félix están en peligro y todo ocurrirá a medianoche.

–¿Qué estás diciendo, Nathalie? –preguntó intrigado–. Eso quiere decir que mi primo va a morir.

–Va a morir si no la detenemos –dictaminó la de los ojos azules, parándose también cerca del espejo–. A la condesa Ivelisse le tendieron una trampa y le hicieron creer que era un vampiro, pero todo fue una treta de su tío para condenarla.

–Eso quiere decir que toda esa historia era una farsa.

–Exacto, por eso debemos cruzar a través del espejo e impedir que complete el ritual –aclaró, agarrando la mano de su novio–. ¿Vendrás con nosotras?

–Claro que sí, es mi primo y mi amiga los que están adentro –dijo decidido, colocándose al lado de las mujeres–, y no me quedaré sentado sin hacer nada. Debemos salvarlos cuanto antes.

Los tres determinados a enfrentar lo que sucediera adentro del espejo, al dar unos pasos hacia adelante, un haz de luz se levantó, el cual los llevaría directo al castillo de la condesa Ivelisse. El tiempo se estaba acabando y solo un milagro o tragedia del destino determinaría las cosas para todos.

(…)

Los pasos de unos tacones se aproximaron a la habitación donde se encontraban Félix y Kagami. En su mano derecha llevaba una daga con una calavera en el mango y en la otra una botella con un aceite negruzco y al fondo venía volando ese pequeño murciélago con su expresión para nada alentadora.

–Por favor, Ivelisse, no siga con esta locura –le rogó Fathom sin apartar la vista a la japonesa–. Nosotros podemos ayudarte a liberarte, solo debes dejarnos libres.

–Cyrus, este es el único camino que tenemos –atestiguó, visualizando con sus ojos rojos el reloj antiguo de la mesa–. Muy pronto solo seremos tú y yo contra el mundo.

–Condesa, no ha pensado que quizás Cyrus no quiera esto para usted –intercedió Kagami, inclinando un poco su cuerpo hacia adelante–. Solo recuerde cuanto la amo y que lo que hubiera estado dispuesto a dar para su felicidad. Los caminos tienen otras opciones, no solo una. Esta no es una.

–Por eso mismo hago esto, porque me amo y lo amo con todas mis fuerzas –determinó, dibujando un círculo en el piso alrededor del chico–. ¿No harías lo mismo por alguien a quien amas?

–Lo hago ahora mismo –apeló Kagami, cruzando las miradas con Félix–, amo tanto a esa persona que daría lo que fuera para que sea libre y feliz.

–Lo siento mucho –enmudeció Ivelisse, percatándose de la acción–. He estado encerrada mucho tiempo en este espejo, merezco ser feliz como cualquier persona en este mundo.

Ivelisse creó un sello en forma de estrella debajo de los pies de Félix; luego derramó un poco del líquido sobre su cabeza. Este fluido era viscoso y de un olor tan podrido que invadió toda la estancia. De pronto, una luz emanó del sello y del cuerpo del joven.

–Por favor, señorita Ivelisse –suplicó, en tanto la condesa tomaba la daga entre sus manos–. Detenga esto, por favor. Dese cuenta de que esto es una trampa –forcejeó, moviendo los ojos verdes hacia el murciélago–. ¡Drahma, por favor, tú sabes la verdad! ¡Tú sabes que todo es una trampa para hacerle daño a ella!

–¡No sé de qué habla, señor! –renegó, cubriendo sus ojos con las alas.

–Si lo sabes, Drahma –puntualizó–. Te lo pido, tú has sido más que un compañero o amigo para la condesa, eres como su familia y le has hecho compañía en todos estos años. Sabes lo que siente, lo que ama, lo que llorar. No dejes que ella caiga en la trampa que le tendieron.

–¿Tienes algo que decir al respecto, Drahma? –indicó su ama, fulminándolo con los ojos.

–No, ama. Estos jóvenes están mintiendo –negó, encogiendo sus alas–. Usted que debe hacer lo que le indicó su tío.

–¡Drahma, por favor! –gritaron al unísono los dos.

La luna yacía en lo más alto del firmamento, indicando que ya era hora de cumplir con su destino. El pequeño murciélago, cerró los ojos amarillentos con fuerza para no ver el desenlace final de la historia cuando el filo de la daga cortó la palma derecha de la condesa y derramó la roja sangre sobre las manos de Félix.

–…has sido más que un compañero o amigo para la condesa, eres como su familia y le has hecho compañía en todos estos años. Sabes lo que siente, lo que ama, lo que llorar...

Estas palabras retumbaron en sus minúsculos oídos y abriendo las órbitas conmemoró la escena:

–Cuide a Ivelisse desde que entramos a este espejo el día del juramento –reflexionó Drahma, recordando ese momento en que su tío le dio las instrucciones. Simplemente le encomendó que si la joven de los colmillos estaba por desfallecer, debía buscar a alguien que se hiciera pasar por Cyrus y así ella cumpliría su camino–. Sin embargo, su tío lo único que quería era verla muerta sin tomar en cuenta sus sentimientos. Conozco a esa niña desde sus momentos alegres hasta los dolorosos al recordar a su querido Cyrus. ¿Por qué los humanos destruyen todo lo bueno del mundo hasta el amor? –se cuestionó, notando con su dueña, soltó una lágrima blanca rodando por su mejilla–. Co-Condesa Ivelisse, usted…

–Es la hora –declaró la mujer, entrando en el círculo. Entre tanto, Félix aulló de dolor como si su cuerpo se desgarrara por dentro–. Después de esto, nuestras almas estarán unidas para siempre.

Alma que se perdió en el limbo,

Nubes que descienden del abismo

Traigan al perdido que el tiempo no ha cumplido.

–¡Félix! –pronunció Kagami con desesperación, forcejeando para soltarse– ¡Félix!

Un gran estruendo se escuchó en todo el castillo, el cual las centellas iluminaron cada rincón, sobre todo, a la condesa Ivelisse que ensanchaba la boca para revelar sus largos colmillos. Todo se dio como lo planeado, solo faltaba incrustar sus caninos en el cuello del joven. Los gritos desesperados de Félix, no impidieron que se acercara a milímetros de la yugular. Cuando de pronto, alguien se interpone entre ellos.

–¿Qué te pasa? –gruñó la condesa, dando un paso hacia atrás.

–¡No lo haga, Lady Ivelisse! –chilló el murciélago, colocándose frente a ella–. El chico no está mintiendo, su tío le tendió una trampa para separarlos a usted y Sir Cyrus.

–¿De qué estás hablando, Drahma? –respingó, tratando de aproximarse–. Solo falta morderle el cuello para cumplir lo que mi tío Lud me indicó y Cyrus volviera a la vida.

–Su tío le mintió, mi ama –afirmó, revoloteando frente a su rostro–. No es un vampiro de verdad ni mató a Cyrus como le hicieron creer. Blackwood, creó esta treta para que Cyrus y usted no llegaran al trono y así apoderarse de sus tierras.

–¡No lo dices en serio! –negó rotundamente con la cabeza–. Yo vi su sangre, en mi cama, mi boca. Mi tío me dijo que lo asesiné y que para verlo a ver debía quedarme encerrada y esperarlo.

–Ivelisse, su tío lo tenía muy bien planeado que usó la sangre de Cyrus después de que lo asesinó para engañarla –reveló el murciélago angustiado. En cambio, la condesa cubrió su boca con sus manos, resistiendo las ganas de llorar–. En cuanto al juramento y el alma de Cyrus, es una completa farsa.

–¿A qué te refieres? –musitó la joven con un nudo en la garganta–. ¿Se supone que las almas reencarnan?

–Lo hacen, pero en el caso de Sir Cyrus no sucederá –confesó–. Cuando mató a su prometido, Blackwood se encargó de destruir su alma en el limbo para que no volviera a retornar. Él era un brujo muy poderoso en Arne y sabía cómo hacerlo, incluso separándola del amor de su vida.

–¡Esto no puede ser cierto! –bramó en un grito desgarrador–. ¡Cyrus no puede estar muerto! ¡No! ¡Mi vida, ¿qué haré ahora sin ti?! ¡Cyrus!

–Lo siento mucho, condesa Ivelisse –lamentó el mamífero, humedeciendo sus ojos–. Debía hacer lo correcto para que no cometiera un error, acabando con su vida y la del joven.

Todos en la habitación se conmovieron ante la desgarradora escena al punto de llorar. No era fácil asimilar que su propio familiar creara un teatro de fantasías absurdas con el objetivo de separarla de lo que alguna vez fue el amor de su vida y acusarla de un delito que no cometió. Era duro de ver, pero la verdad que los escrúpulos de los seres humanos no tenían límites.

–Gracias, Drahma –murmuró el rubio, jadeando de cansancio–. Hiciste lo correcto.

–Era lo menos que podía hacer, señorito Félix –asintió el animal, girando la cabeza hacia la otra chica–. Ivelisse es como mi familia y no podía permitir que se hunda en la mentira.

La pesadilla del vampiro había terminado para todos. La verdad era tan poderosa que no había más por hacer que tratar de liberar esa pobre alma que sufría por su amado, o eso creían…

–¡Félix, cuidado! –aulló Kagami con terror.

Nadie supo en qué instante sucedió, fue como si todo pasara entre cámara lenta a rápida. Ivelisse con una expresión desquiciada en el rostro, perdiendo la razón por completo. De un solo golpe mandó a volar a Drahma a un costado y se abalanzó hacia Félix.

–No se saldrán con la suya –rugió, estirando la cabeza de Félix hacia un lado–. ¡Cyrus es solo mío! ¡Solo mío!

–¡NO!

Marinette, Adrien y Nathalie irrumpieron en el espacio, pero era demasiado tarde, porque la condesa Ivelisse realizó lo que tanto ansiaba. Sus colmillos se clavaron en el pálido cuello del rubio, succionando un poco de su sangre; mientras tanto, Félix soltó un chillido tan fuerte que se desmayó de inmediato.

–¡Cyrus! –susurró la joven de los ojos rojos, separándose de él. Inexplicablemente comienza a sentir un malestar en la boca y garganta–. ¡Ah! ¿Por qué esta sangre sabe a ajenjo? ¡Me está cortando la respiración!

Todos presenciaron la fatídica escena. Los quejidos de la condesa sonaban como si se estuviera quemando por dentro, luego empezó a vomitar coágulos rojos y de sus ojos salía un líquido carmesí. Esto la terminó derrumbando en el suelo.

–¡Félix! –pronunció su primo, acudiendo a quitarle las amarras con ayuda de Nathalie.

–¡Kagami! –Marinette hizo lo mismo de su compañero, liberando a su amiga de la silla–. ¿Estás bien?

–Sí, estoy bien –asintió la de los ojos rasgados, sobándose las muñecas. La abraza en el proceso y luego se separan–. ¿Y Félix?

Las dos caminaron hacia el otro extremo del cuarto, observando como su cuerpo yacía inerte en el piso con los dos huecos en su cuello, sin señales de despertar.

–No puede ser, se cumplió lo que mencionó la señora Carlotta –se sorprendió la azabache, negando con la cabeza.

–¿A qué te refieres, Marinette? –la mira atónita Tsurugi, buscando una respuesta.

–Hace poco regresamos con Nathalie de Austria y nos encontramos con una señora que sabía lo que estaba sucediendo con el espejo y nos dijo que su tío planeó que si traían a otro joven e Ivelisse lo mordía, ambos iban a morir.

–¡¿Qué?! –exclamó sin creerlo–. Eso no puede ser cierto. ¡¿Cómo que Félix va a morir?! –sollozó, dejándose caer sobre el cuerpo inerte del chico–. ¡Por favor, Félix, despierta! ¡No puedes morir, no puedes dejarle sola!

Kagami comenzó a llorar desconsoladamente mientras lo sacudía por la camisa con el afán de que despertara de su sueño. ¿Realmente todo se terminaría de esta manera tan cruel, con dos muertos, dos inocentes que cayeron en una vil trampa del destino? Todo parecía en vano para los presentes, hasta que un minúsculo quejido de dolor exhaló de su ser.

–Félix –llamó, levantando la cabeza. El resto engrandeció los ojos ante el hallazgo–. ¡Félix, estás vivo!

–Kagami, pero… ¿qué me sucedió? –esbozó, levantándose adolorido y examinando las lágrimas que su novia había derramado.

–Félix, pensé que había muerto –se lanzó hacia él en un abrazo–. ¡Me alegra que estés bien!

–Tranquila, Kagami. Estoy contigo –ladeó una sonrisa mientras le acariciaba el cabello–, y como dicen mala hierba nunca muere ¡je, je, je!

Todos se conmocionaron ante el extraño e inesperado reencuentro. No se explican cómo era posible que siguiera vivo y anduviera como si nada ocurriera, cuando la sentencia de la maldición era una muerte irrevocable, sobre todo, para Drahma, que conocía a la perfección los términos de dicha condena.

–¿Cómo es posible que Félix siga vivo? –cuestionó Nathalie, con una sonrisa irónica–. Se suponía que los dos morirían con solo el contacto de sus colmillos.

–Para mí también es muy extraño, señora –dijo extrañado Drahma, revoloteando sobre todos–. Quizás la maldición tenía sus fallas o tal vez la sangre de Félix es distinta al resto de los seres humanos. Quién sabe.

–Ya veo… –vaciló el de los ojos verdes, soltando una risita a la que solo Kagami asintió–. Espera, eso quiere decir que si estoy con vida, también lo puede est…

–¡Cof! ¡Cof!

Unos jadeos se escucharon en dirección al cuerpo de la condesa Ivelisse, que se retorcía en el piso. Rápidamente, Félix, Kagami y el resto se acercaron a ella, que al parecer no corría con la misma suerte. Todo a su alrededor se cubrió de un líquido rojo que salía de sus poros. Como gesto de solidaridad, Fathom colocó la cabeza de Ivelisse sobre sus piernas dobladas para que le sirviera de almohada.

–Perdóname, Félix –logró decir en voz suave y con una ligera sonrisa–. No es justo el daño que te hice al traerte hasta aquí. Desde el principio mi corazón me decía que no eras mi Cyrus, pero simplemente quería hacerle creer a mi corazón que si lo eras. ¡Cof! ¡Cof!

–No, Ivelisse –negó, tomando una de sus manos–. Entiendo tu dolor y no es justo para ti que hayas sufrido tanto esperando a alguien para salir de esta prisión.

–Félix, nunca saldré de esta prisión de vidrio –confirmó, brotando lágrimas de sus ojos rojos–. Lo único que me mantenía viva era saber que Cyrus regresaría a mí y ahora que su alma no existe más, la mía quedará como un alma en pena en este cruel mundo. Al final solo seremos unos presos del destino, donde no existe amor, solo odio.

–No diga eso, por favor –apeló la japonesa, agarrando la otra mano–. No todo tiene un final determinado, todos merecemos ser libres, aunque la maldad del mundo nos niegue ese derecho y usted es muy fuerte, me lo demoatró esta tarde.

–Cyrus, siempre me decía que mi fuerza era poco común –se rio para sí misma–; Sin embargo, mis fuerzas se terminaron y ya no queda nada de esa Ivelisse jovial que Cyrus tanto amaba, incluso algunos recuerdos se borraron de mi memoria. Lo único que tengo es ese retrato sobre esa mesita –señaló con dificultad, con su dedo–. Me lo dio una de las sirvientas del castillo y es lo que tengo de él para honrarlo.

Los ojos azules de Marinette se agrandaron al recordar que en ese retrato esta oculta una carta que Sir Cyrus le escribió antes de morir. La joven se aleja del grupo y toma entre sus manos el retrato, notando que en la parte trasera había un pequeño orificio con un trozo de papel antiguo.

–¿Qué es eso, Marinette? –le preguntó su novio, mirando la pequeña carta.

–Esto es una carta de Cyrus para Ivelisse –afirmó, acercándose a la condesa–. Condesa, su sirvienta Merz, a través de una de sus descendientes, me dijo que en ese retrato que le regaló, había ocultado una carta para usted. En esta carta, están descritas las últimas palabras que Sir Cyrus escribió con mucho amor antes de morir.

–¿Cyrus, escribió una carta para mí? –gimoteó, sin detener sus ganas de llorar–. Eso significa que él no se fue sin despedirse de mí.

–Sí, Condesa –asintió la azabache, con una sonrisa triste en los labios–. Cyrus jamás dejó de amarla, siempre lo hizo hasta con el último aliento de su vida.

–Me la pueden leer, por favor –le pidió, contrayendo el retrato contra su pecho.

–A sus órdenes, Ivelisse –acató Nathalie, desenvolviendo el trozo de papel–. Dice lo siguiente:

Mi querida y amada Ivelisse:

Te escribo estas últimas palabras con las pocas fuerzas que dispongo antes de mi desafortunada muerte, en la cual caigo siendo un inocente en las manos de Blackwood quien sentenció mi destino con el filo de su espada, sin saber cuáles son sus verdaderos propósitos para determinar tan nefasto delito.

En estos pocos minutos de vida, donde la muerte me sonríe cínicamente esperando apagar mis ojos, te reitero que mi noble corazón no dejará de palpitar cada vez que recuerde tu dulce voz y esos ojos color cerezo que me roban mis pensamientos cada día. Jamás dejaré de amarte, aunque los años y los siglos digan lo contrario; aunque no esté presente, siempre cuidaré de ti para que esa sonrisa no se extinga y brille con la fuerza de tu dulce y cálido amor.

Te pido que no llenes de odio tu bello corazón. Sí, el daño que tu tío nos está haciendo no tiene perdón y está cegado por la avaricia que poseen los hombres hacia el mundo. Pero tú y yo sabemos que solo eso les afecta a las almas débiles que no conocen el amor sincero más allá de su visión y conocen su propio calvario. Te pido en lo más profundo que seas fuerte y valiente ante el mundo, ante las adversidades. Las cosas no se terminan con un "adiós", sino que siguen para enseñarnos mucho más sobre el valor de la vida.

Mi hermosa Ivelisse, así como tu nombre lo dice, hermosa como las flores, quiero que seas libre, libre como tu alma inmaculada, que saques todo lo bueno de tu ser y no te encierres a esperar imposibles que se fueron con el tiempo. Yo, por mi parte, no me iré de tu lado. Te recordaré siempre que sigo vivo en tu mente y corazón, y el día en que también partas de esta estancia, te sonreiré y te extenderé mi mano para llevarte al lugar donde pertenecemos en el firmamento.

No olvides que te amo, mi bella dama de los ojos rojos y colmillos. Por siempre tuyo…

Tu amado Cyrus

Sus lágrimas se derramaron lentamente al escuchar estas palabras que salían del fondo de su corazón. No pudo imaginar que estaba tan cegada por esperar a un algo que no existía cuando la respuesta estaba tan cerca de sus ojos. El dulce y torpe corazón de la condesa se llenó de una calidez sin explicación. Ahora sabía lo que se sentía ser libre por primera vez.

–Félix, Kagami –llamó a los dos, tomando sus manos–. Quizás no los conocí del todo a ustedes, pero… siento el amor que emana el uno con el otro. Es algo tan único que solo aquellos que saben lo que significa el amor lo pueden verlo. Sé que la vida tiene sus dificultades y les pido que sean fuertes para mantener este amor. Su destino es estar juntos.

–Gracias, Condesa Ivelisse –le sonrió Félix, dejando caer unas pequeñas lágrimas–. Le prometo que siempre protegeré a Kagami. Seremos fuertes ante cualquier peligro que intente separarnos.

–Sí, condesa, también se lo prometo –asintió de igual forma la japonesa, limpiando sus ojos–. Siempre amaré a Félix con todo mi corazón, así como usted amó a Cyrus.

Tras escuchar las palabras de Kagami, los ojos rojos de Ivelisse se abrieron como platos y seguidamente, esbozó una sonrisa llena de ternura al aire. Como si se tratara de una visión celestial, una figura conocida apareció junto a esos dos jóvenes con una dulce sonrisa en sus labios. No tenía descripción más que para su triste corazón que fue tomado como un regalo de los dioses o el universo mismo. El alma resplandeciente de Sir Cyrus se personificó delante de ella, señalándole que a pesar de su impía separación y encierro en ese espejo, él jamás la había abandonado. Posteriormente, esta presencia le extendió una de sus manos.

–Cyrus, viniste por mí –susurró, estirando también la mano sin soltar el retrato–. Te amo.

La luz de sus ojos rojos se apagó al dejar caer su mano sobre la otra. La condesa Ivelisse que una vez fue encerrada por una mentira en un espejo de obsidiana, su martirio había terminado esa noche. Su cuerpo comenzó a transparentarse ligeramente por los pies.

–¡¿Por qué de pronto el piso está temblando?! –se alarmó Marinette, perdiendo el equilibrio por unos segundos.

–¡Todos ustedes deben salir del espejo! ¡Ahora! –vociferó el murciélago al darse cuenta de que las paredes de la mansión estaban a punto de desaparecer–. Ivelisse acaba de morir y eso significa que la maldición también.

–¿Qué pasaría si no llegamos a tiempo a la salida? –interrogó Adrien con nerviosismo.

–Si no salen pronto del espejo, sus almas quedarán perdidas en la nada y sus cuerpos se quemarán por la radiación.

–Eso no tiene sentido –se perdió con la respuesta.

–¡Que se vayan les dije!

Sin pensarlo dos veces, todos salieron corriendo hacia el vidrio del espejo antes de que todo desapareciera. En esta ocasión el trayecto no era muy largo, así que tenían la leve posibilidad de salir con vida. En tanto, el murciélago Drahma, con una sonrisa afable al ver que su misión había terminado, se propuso tomar un merecido descanso, posándose sobre el pecho de su dueña.

Al otro lado del espejo, todos lograron regresar ilesos antes de que este se consumiera frente a ellos, dando por finalizada la leyenda de la condesa vampiro y su maldición.

Semanas después de lo sucedido con el espejo y la condesa, Félix apreció con sus ojos verdes el diminuto altar que había construido para los dos legítimos reyes de Arne. Quizás algunas personas pensarían que no era muy creyente de ciertos rituales religiosos, pero en su corazón tuvo el deseo de hacerles un homenaje para que sus almas libres siempre permanecieran juntas sin importar los años o las épocas transcurridas.

–Ellos se lo merecen después de tanto sufrimiento –indicó Kagami, caminando con dos tazas de té–. Estoy seguro de que les agrada.

–Claro que sí –exclamó Félix, tomando una de las tazas–. Te juro que, si no hubiera sido por esta experiencia, no me habría dado cuenta de muchas cosas. –¿De qué cosas? –especuló, llevándose la taza a la boca.

–Que soy feliz con esta vida y no me arrepiento de nada de lo que hice –le sonrió, fijando su mirada hacia la joven–, y mucho menos, la historia que vivo a tu lado. Quizás si ese día no me hubiera hecho pasar por mi primo, jamás habría conocido el alma tan cálida que posees y mucho menos me habría enamorado perdidamente de ti.

–Félix –dejó la taza en la mesa, tomando una de sus manos y la colocó en su pecho–. Yo también siento lo mismo. Creo que si en aquella ocasión, no hubieras llegado a secuestrarme para decirme lo que sentías y no te hubieras amenazado con la silla –ambos se rieron–, siguiera siendo presa de los designios de mi madre. Tú cambiaste mi mundo por completo. Me enseñaste que era la verdadera libertad; la libertad para amar, libertad a no tener miedo, libertad para enfrentarme a todo y solo eso ha sido posible a tu lado.

–Gracias, Kagami –agradeció, estrechándola entre sus brazos–. Mientras estemos juntos, nuestro futuro estará muy claro. Sin importar lo que nos depare, viviremos este amor rompiendo todas las barreras que nos interpongan y si alguien nos quiere hacer daño, lucharemos a capa y espada por defender lo que sentimos.

–Estoy de acuerdo. Juntos somos más fuertes –acercó su rostro a escasos centímetros de la de Félix, sonriéndole cálidamente–. Te prometo que este amor vencerá todo y nunca seremos una historia donde nos convertiremos en presos del destino.

Ambos jóvenes sellaron aquellas palabras con un beso que transmitía seguridad, libertad y mucho amor. Ahora sabía que más allá de amarse mutuamente, estaba su derecho a ser libres de todas las ataduras que el cruel mundo les pudiera acuñar y que solo juntos eran los responsables de su felicidad.

Quizás estaban esperando una historia común entre vampiros y cazadores, pero la verdad, esta historia quiso relatar cómo el odio de las personas puede destruir el amor más puro que existe entre dos personas. Creando un sinfín de falsedades como sacadas de libros de fantasía que pueden dañar hasta las promesas más sinceras y hacer que perdamos no solo el amor o lo que nos mantiene vivos, sino también nuestra libertad. Aquello que nos convierte en nosotros mismos y nos da la clave para salir adelante sin estancarnos. Así es, porque de lo contario solo seremos presos de lo cruel y obscuro del destino.