Hacer las cosas diferentes. La idea había rondado en la cabeza de Rose desde que habían ido a la última visita a Hogsmeade antes de las navidades, y ahora el tiempo se le echaba encima y ella quería refugiarse en el recuerdo de los últimos días en el castillo, que había pasado bebiendo chocolate caliente con Scorpius y Albus, y en los que se había sentido verdaderamente plena.
Había acordado con Scorpius que tendrían que decirle a sus padres la noticia durante las vacaciones, pero ante la aterradora perspectiva de la ilusión que podría desvanecerse en cualquier momento, Rose le pidió a Scorpius que antes fueran a San Mungo para asegurarse de que todo estuviera bien.
—Te aseguro que al menos tus padres querrán saber que todo marcha bien —había dicho Rose. —No podemos parecer irresponsables, ¿cierto?
Scorpius leía entre líneas todo aquello que ella no decía en voz alta. No quería pasar por todo el asunto de darle la noticia a sus padres si todo resultaba en vano. No quería ilusionarse todavía, a pesar de que la esperanza era todo a lo que se podía aferrar.
—Tienes razón —concedió. —El problema será, ¿cómo vamos a hacerlo si tus padres te vigilan todo el tiempo?
Rose se mordió el labio inferior, en un gesto atractivo hasta el infinito para Scorpius.
—Yo creo que puedo conseguir un favor de Victoire —dijo, seria. —Tendremos que echar mano de mis primos.
Y aunque parecía el mejor plan, la perspectiva seguía siendo incómoda para Rose. Implicaba tener que contarle a alguien además de Albus su secreto, implicaba sentirse expuesta y abierta como en un aparador de cristal transparente, con todos sus miedos y sueños a la vista del mundo.
Había intentado no centrarse demasiado en ello durante los últimos días de clases, pero ahora estaban en el tren de camino a casa y todo se hacía más real a medida que avanzaba el reloj. Durante casi todo el camino, Rose recargó la cabeza en el hombro de Scorpius, dormitando mientras él y Albus jugaban snap explosivo.
Se despidieron con un largo beso todavía adentro de los vagones, lejos de las ventanas a través de las cuales el padre de Rose fácilmente podría espiar. Ella lo conocía lo suficiente para creer que podría hacerlo.
Hermione y Ron Weasley los esperaban a ella y a Hugo, junto con Harry y la tía Ginny, siempre juntos. Rose recordaba muy pocos momentos de la vida en los que sus padres no estuvieran cerca del tío Harry, generalmente sobre todo cuando éste se iba de vacaciones con su esposa. Siempre habían sido los mejores amigos, hasta donde ella sabía. Tenían los semblantes visiblemente más tranquilos que la última vez que los había visto al comienzo del año escolar.
Hugo llegó junto a ella en un santiamén.
—Vamos, Rose.
Ella inspiró hondo y exhaló antes de decidirse a caminar. Sintió que su vientre se veía enormemente abultado, a pesar de ser consciente de que el embarazo todavía no era notorio. Nadie en el colegio había sospechado nada aún, nadie le había dirigido ni un solo comentario o mirada que la hiciera sospechar que su ocultamiento no estaba dando frutos.
Los señores Malfoy no habían acudido por Scorpius en esta ocasión, pues tenían un compromiso muy importante que atender, pero había un elfo doméstico esperándolo y desaparecieron enseguida.
Rose estaba sola. Bueno, tenía a Albus y a Hugo, e indudablemente ahora no estaba sola físicamente, pues el bebé la acompañaba, pero la ansiedad del momento le hacía maximizar sus pensamientos rumiantes y negativos, y estuvo a punto de tener un ataque de pánico.
Tal vez sus padres se sentían más relajados porque los Malfoy no estaban a la vista, pero su madre le dio un abrazo y su padre le entregó a regañadientes una rana de chocolate edición navideña (de esas con menta y caramelo en el chocolate), una tradición que habían tenido antes de que su relación se fracturara. Rose se sintió aliviada y cálida por primera vez en el día, y no quiso pensar más allá de ese momento.
El camino a casa transcurrió mejor. Ron manejaba el auto y Hermione seguía dándole instrucciones, como siempre, y les hicieron a ella y a Hugo preguntas sobre Hagrid, el curso, el profesor Longbottom, sus primos. No se tocó el tema del novio de Rose, ni de las calificaciones de los exámenes de invierno. Rose y Hugo se turnaron para responder.
La casa estaba decorada de Navidad. Había un cálido fuego mágico en la chimenea, controlado y aportando sólo comodidad a la sala. El pino aún no había sido puesto pero había guirnaldas y olía a cidra de manzana, que sin duda Hermione había preparado para sus hijos antes de marchar por ellos a la estación.
—Tenemos muchas cosas que hacer —anunció cuando se estaban instalando en la sala. —Papá y yo no hemos tenido tiempo de ir a comprar los regalos para la familia, así que tendremos que hacerlo. También visitaremos a mis padres y hay una cena en el Ministerio a la que debemos asistir.
Su madre era, sin duda, energética. Rose se sentía cansada, con ganas de dormir todo el día, pero se obligó a sonreír y luego se disculpó para subir a su recámara, alegando que debía contestarle una carta a Victoire. Aquello no era del todo mentira, excepto que Victoire no le había escrito a ella. Rose era la que necesitaba pedirle un favor.
Querida Vic:
Felices fiestas. Espero que Teddy, el bebé y tú se encuentren muy bien. Sé que nos veremos en las fiestas con los abuelos pero necesito un enorme favor antes de ello. Por favor, no le digas a Teddy porque sé que no se lo podrá guardar al tío Harry y todos sabemos que el tío y mis padres son lo mismo. Creo que tengo una noticia feliz...
Parece ser que estoy embarazada. Scor lo sabe, y Albus, pero nadie más. Debo ir a San Mungo para asegurarme de que todo esté bien antes de dar la noticia, ¿no crees? Necesito una coartada, Vic. No quiero alertar a mis padres sin estar del todo segura. Sé que entiendes y podrás apoyarme.
¿Puedes ayudarme?
Sé discreta por favor. Sé que pido mucho, pero eres la única que puede entender.
Con amor,
Rose.
Escribió la nota apresuradamente, ni siquiera con las palabras más correctas. No quería que su madre entrara de pronto a la habitación y descubriera la carta. Ató el papel a la pata de su lechuza y vio cómo ésta volaba desde la ventana y se perdía en la lejanía.
Tal como había prometido, Hermione los mantuvo llenos de ocupaciones en los días que siguieron. Rose y Scorpius se escribían varias veces al día, pero ella casi no había tenido tiempo de responder sus cartas, porque llegaba agotada de los paseos navideños que su madre procuraba. Habían ido al Callejón Diagón por regalos para el día de navidad y al final habían vuelto porque se habían olvidado de comprar algo para el primo Fred. Habían ido a visitar a los abuelos, los padres de Hermione, y recibido sus primeros obsequios navideños.
Al llegar a casa esa misma noche, Rose encontró a la lechuza dentro de su habitación, con la contestación de Victoire atada a la pata.
Rosie:
Es una noticia increíble, quédate tranquila, no diré nada a nadie hasta que tú lo decidas. Justo ahora estoy sobrecargada de actividades pero tengo tiempo el viernes, a eso del mediodía. ¿Qué tal se ajusta a tu agenda?
Con cariño, Vic.
Aún faltaban dos días para que llegara la fecha, pero Rose aceptó porque no tenía otras opciones. Al ser la mayor de todos los primos, Victoire era considerada, por los adultos, algo así como una autoridad entre los más jóvenes. Nunca escondería nada de los tíos si fuera necesario que se enteraran, así que Rose sabía que no habría problema si el permiso pedido a sus padres contenía el nombre Victoire en él.
Vic: el viernes al mediodía es perfecto. Le pediré a mi madre que me deje en tu casa antes de ir a la compra. Esto no podré nunca pagártelo.
R.
La lechuza se alejó rápidamente en el cielo blanco. Rose tiritó y empezó a revolver entre sus pertenencias para encontrar un suéter. Definitivamente hacía más frío aquel invierno, o sólo se sentía muy sensible. Los síntomas del embarazo empezaban a hacérsele más evidentes y ella estaba muy al pendiente de cada uno de ellos. El sueño constante, el hambre que sentía, los mareos y vómitos que sólo había logrado ocultar con un hechizo a sus padres.
Y el pequeño bulto que cada día crecía más, y que la ponía más nerviosa que nada. Los dos días que siguieron fueron más lentos que ningún otro momento que Rose hubiese vivido. Había enviado una carta a Scorpius diciéndola la hora y día en que se verían en San Mungno, incluso había preguntado a sus padres si podía ir con Vic de compras, a lo que accedieron sólo con la condición de que Hermione la llevaría a casa de Victoire y la recogería ahí mismo.
El día por fin llegó. Rose sintió muchísimas más ganas de vomitar que de costumbre. Su madre la llevó a casa de su prima a la hora acordada y Rose casi se echó a llorar de alivio cuando Victoire la recibió con los brazos bien abiertos para un abrazo, sonriendo de verdad con ganas, toda calidez y amor.
—¡Rose! —el abrazo fue largo. Luego un llanto suave las interrumpió. El bebé de Teddy y Vic había despertado en la cuna que habían instalado en la sala, y Rose sintió que su estómago y su mente daban vueltas. Vic se apresuró a atender a su hija. —Muy bien, aquí estoy. Ven a saludar a la tía Ro, ¿quieres? Hola, di hola.
Y por primera vez, Rose se sintió sonreír genuinamente ante la visión de su sobrina. Era una bebé radiante de cabello rubio que a veces se tornaba castaño, tenía hoyuelos y ojos azules y profundos. Rose la cargó, sintiendo emoción y miedo al mismo nivel, inundándola por completo.
—Está bien, amor —le dijo Vic a la niña. —Vamos a acompañar a la tía Rose, ¿quieres? No te preocupes, prima —añadió, dirigiéndose a ella. —Sólo debo tomar mi bolso y podremos irnos en un instante. ¿Vale?
Rose asintió. La casa de Teddy y Victoire era acogedora y mágica, había suéteres de bebé tejidos por todos lados, mantas de colores vibrantes dobladas cuidadosamente sobre la mesa de madera y fotografías de la familia en la pared. Era algo que Rose anhelaba tener con Scorpius, y ahora parecía a la vez cerca y lejos de cumplir aquel sueño tan deseado.
Se pusieron en marcha hacia San Mungo en el auto de Victoire, con Rose cuidando a la bebé y disfrutando por primera vez de la tarea. Scorpius ya estaba ahí cuando llegaron, abrigado con un largo saco negro y el pelo platinado bien peinado, tan Malfoy. Rose sintió que su corazón empezaba una carrera desbocada. Él no soltó su mano ni un segundo desde el momento en el que se vieron.
Pidieron una cita para ultrasonido y fueron los tres a beber chocolate a la cafetería mientras esperaban. Charlaron de Hogwarts y el trabajo de Victoire y Teddy, y Rose logró casi dejar de sentirse nerviosa hasta que la hora llegó.
—Señorita Weasley —dijo la medimaga, mirando su hoja de ingreso con atención. —Bien, cuénteme, ¿qué puedo hacer por usted hoy?
Rose encontró su valor en algún lugar cerca de su estómago. La mano de Scorpius también sudaba en la suya.
—Hice una prueba de embarazo hace casi dos meses y fue positiva. Estudio en Hogwarts, así que no había podido asistir a una revisión médica, por eso estamos aquí. —Resumió. La medimaga no le dio ninguna mirada juzgona, como ella lo había temido. Pareció únicamente recopilar la información en su mente, y asintió.
—Veo aquí que solicitaron un ultrasonido —dijo, mirando a Scorpius también. Rose sintió a su novio tensarse junto a ella y resistió las ganas de reír levemente. —Haremos la revisión de rutina, ¿bien? Acuéstese aquí por favor, señorita Weasley.
El ultrasonido mágico era distinto que uno muggle, por supuesto, pero resultaba igual de funcional para los padres primerizos que deseaban saber el estado de su hijo o hija. La medimaga les explicó el procedimiento, le dio una poción a Rose para que la bebiera y pronto estuvo ahí. La realidad: Rose estaba embarazada, era verdad, y había un latido, fuerte y constante dentro de ella.
—Parece estar todo bien, señorita Weasley y señor Malfoy. Tiene diez semanas de gestación y todo va acorde a ese periodo. Quiero verlos otra vez en un mes. Señorita Weasley, no olvide tomar sus suplementos.
Salieron de aquella sala aturdidos. Rose temblaba y Scorpius también y Victoire se asustó mucho cuando vio a su prima salir en aquel estado del consultorio médico. Scorpius fue el que se recuperó más rápido y le contó todo con detalle mientras Rose aún procesaba.
Sabía que este bebé no era Antares. Estaba muy consciente de eso, y sabía que estaba bien, creciendo dentro de ella. Y se sentía más asustada de lo que jamás había estado en su vida.
Contrólate, Rose; se dijo.
—Está bien, Rose —dijo Victoire, sobando la espalda de su prima en círculos calmantes. —Lo sé, asusta mucho.
Rose vio en los ojos de su prima que la entendía perfectamente, y no se sintió tan sola. Y vio en el rostro de Scorpius una luz que antes no había visto, y pensó que podía empezar a sentir esperanza después del entumecimiento de tanto dolor.
